
Todo empezó en la profundidad de la selva… Los humanos venimos de una vida en los árboles similar a la de los monos y simios* que trepan los troncos, se cuelgan de las lianas, saltan de rama en rama, se balancean y suben y bajan de los diferentes estratos arbóreos de las junglas del África ecuatorial. Nuestros ancestros pasaron del medio selvático y arbóreo a un mundo en el que el suelo se convirtió en el hábitat natural, y este proceso ocurrió al tiempo que las selvas daban paso a las sabanas y los bosques clareados. Evolutivamente hemos pasado de andarnos por las ramas a tener los pies en la tierra. Al menos esto es lo que dice la teoría científica actual sobre la evolución humana.
Después de años de incertidumbre sobre las relaciones de parentesco entre los humanos, gorilas y chimpancés, los datos genéticos han terminado por esclarecer que los animales del mundo actual que más se parecen a nosotros —y nosotros a ellos— son los chimpancés. Compartimos con ellos un último antepasado común (UAC) que, por lo que sabemos, vivía en las selvas tropicales de África hace unos 6 millones de años (Ma), un tiempo relativamente reciente. A partir de este UAC surgieron dos linajes evolutivos. Uno conservó el hábitat selvático inicial, propio de los simios africanos, y dio origen a los chimpancés actuales, tanto a los comunes (Pan troglodytes) como a los bonobos (Pan paniscus). El otro explotó el bipedismo como forma habitual de locomoción y, tras algunos avatares y circunstancias, terminó por dar origen a lo que actualmente somos. Entre la única especie humana hoy viva en el planeta —nosotros— y aquel antepasado común que compartimos con los chimpancés se interpone una diversidad de procesos que transformaron la anatomía, la biología reproductiva y la evolución cultural y cognitiva, todo ello en el seno de profundos cambios en los ecosistemas y las dinámicas geológicas del planeta.
Los primeros homininos, representados, entre otros, por el género Ardipithecus, habitaron hace entre 6 y 4 Ma en una variedad de bosques tropicales. Sin embargo, la reconstrucción detallada del conjunto de ecosistemas y ambientes en los que se desarrollaron las primeras fases de evolución de los homininos sigue siendo hoy uno de los temas más interesantes en la ciencia de los fósiles humanos. Necesitamos reconstruir y entender los espacios donde tuvieron lugar los cambios en el modo locomotor y donde apareció el bipedismo. El grupo basal de los primeros homininos de la época miocena dio paso a los australopitecinos hace unos 4 Ma, un grupo rico en especies y distinto en los modos de vida y locomoción. Aparentemente una nueva bifurcación dio origen a dos ramas de aspecto nuevo y derivado. Por un lado, los clásicamente conocidos como australopitecos robustos, agrupados hoy en día bajo el nombre genérico de Paranthropus, con sus variadas y singulares especies. Por otro, las especies de nuestro género Homo, cuyas primeras etapas de evolución son aún muy poco conocidas y cuyas formas podemos agrupar bajo el término informal de habilinos.
Hace poco menos de 2 Ma aparece una nueva arquitectura corporal, con un gran cerebro que empieza a parecerse sospechosamente al nuestro. Es lo que para algunos se corresponde con el género Homo en su sentido más estricto y que de manera muy general podemos reconocer como Homo erectus. Ambientes similares a las sabanas actuales de África venían desarrollándose durante los últimos centenares de miles de años, y fueron estos primitivos humanos los que tuvieron que enfrentarse con las dificultades y los retos que esos entornos propiciaban. Por esa misma época, la primera salida o, quizá mejor, las diferentes salidas del continente africano, con la subsiguiente ocupación de los ecosistemas de Asia y Europa —primero los templados y posteriormente los fríos—, favoreció la diferenciación de especies humanas.
BREVE PRESENTACIÓN DEL GRUPO ZOOLÓGICO HUMANO
Carlos Linneo partió de la idea de la creación divina y catalogó la naturaleza en su Systema naturae, una clasificación basada en una jerarquía de caracteres y una nomenclatura binomial (las especies se designaban con un doble nombre: el del género y el de la especie). En su libro, Linneo concibe al hombre como una especie del reino animal a la que denomina Homo sapiens y la clasifica junto a los simios y micos* en el orden de los primates. Desde entonces, estas dos características, que el hombre es un primate y nos denominamos Homo sapiens, han permanecido estables en el ámbito de las ciencias naturales, a diferencia de los niveles jerárquicos intermedios (familia, subfamilia o tribu), que han experimentado cambios.
El cómo clasificar desde un punto de vista zoológico al ser humano y sus parientes más próximos tiene una larga y sinuosa trayectoria, en sintonía con la dicotomía clásica sobre el lugar que ocupa la especie humana en la naturaleza. Dos percepciones han marcado los vaivenes de esta historia. Por una parte es evidente que hay similitudes entre los grandes simios (también llamados monos antropomorfos [gibones, orangutanes, gorilas, bonobos (chimpancé pigmeo)]) y los chimpancés: todos comparten un esquema corporal y un modo de vida similar, que los agrupa. Por otra, el físico humano (con su andar bípedo y su gran cerebro) y su mundo cultural parecen lo suficientemente singulares para justificar su clasificación en un grupo aparte. Tenemos, pues, dos entidades: los simios y los humanos. Sin embargo, quizá los parecidos entre los simios no sean tan profundos y tal vez la distinción de los humanos sea más aparente que real. Este doble posicionamiento tiene implicaciones en el modelo de evolución, en especial sobre cuándo se produjo la divergencia del linaje humano.
A comienzos del siglo XX, los humanos y todos nuestros antepasados más directos fueron clasificados como la familia Hominidae, los conocidos homínidos, pero, a la luz de nuevos datos genéticos, esta denominación fue sustituida posteriormente por los Hominini (homininos), una de las muchas ramas del árbol de la evolución de los primates. La taxonomía* de los homínidos fue instaurada, con una base morfológica, por el geólogo y paleontólogo británico G. E. Pilgrim en 1927, y distinguía dos familias zoológicas: los póngidos y los homínidos. Los grandes simios actuales —los chimpancés africanos (género Pan) y los gorilas (género Gorilla)— y el asiático orangután (género Pongo) formaban la familia Pongidae. En paralelo, la especie humana (Homo sapiens) quedaba como único representante vivo de la familia Hominidae. Sin embargo, el desarrollo de las técnicas moleculares y el empleo de la filogenética (cladística)* llevaron en los años ochenta y noventa del siglo XX a una revolución en la manera de entender la clasificación zoológica.
Los datos moleculares confirman que nuestros parientes biológicos más próximos son los simios africanos. Según estimaciones derivadas del reloj molecular,* la separación evolutiva de los linajes que dieron lugar, respectivamente, a los chimpancés y los humanos ocurrió en el intervalo de hace entre 8 y 4 Ma, y con más probabilidad el UAC vivió en un tiempo relativamente próximo hace entre 7 y 5 Ma. La divergencia del linaje de los gorilas ocurrió previamente, hace unos 9 u 8 Ma. Asimismo, simios asiáticos y africanos se separaron hace entre 16 y 13 Ma; y con más anterioridad aún, los hilobátidos. En consecuencia, el periodo geológico llamado Mioceno* (hace entre 23 y 5 Ma) es un tiempo crucial para comprender el origen de los grandes simios, incluidos los humanos.
Contrariamente a las ideas establecidas, la emergente evidencia genética mostró que los chimpancés y gorilas están evolutivamente más próximos al hombre que al orangután, lo que significa que Homo, Gorilla y Pan forman un grupo monofilético que no incluye al orangután. La consecuencia lógica fue que la familia de los póngidos era una agrupación de especies que no respondía a una verdadera proximidad evolutiva y exigió una reorganización de las categorías taxonómicas previas. Entre las soluciones propuestas, la más aceptada en la actualidad elimina el taxón* Pongidae y distingue solo dos familias vivas dentro de la superfamilia Hominoidea: los hilobátidos y los homínidos, y estos últimos agrupan a los grandes simios, incluidos los humanos, más toda su ascendencia (Pongo + Gorilla + Pan + Homo). Para clasificar a Pongo y su ascendencia se eligió la categoría de subfamilia con el término Ponginae, mientras que el grupo (clado)* formado por Gorilla, Pan y Homo, así como sus más inmediatos antepasados, pasó formalmente a ser la subfamilia Homininae.
La evidencia genética mostró que Homo y Pan están más próximos entre sí que los gorilas y chimpancés, lo que encierra interesantísimos problemas evolutivos. Hoy distinguimos taxonómicamente dentro de la subfamilia Homininae a tres tribus: los Gorillini, para los gorilas; los Panini, para los chimpancés; y la tribu Hominini, para los humanos y sus antepasados exclusivos que no lo son del chimpancé. En este sentido, se entiende que un hominino es un miembro del grupo zoológico que incluye a todos los animales, vivos o extintos, que están evolutivamente más próximos al ser humano (Homo sapiens) que al chimpancé común (Pan troglodytes). De manera ocasional e informal se utiliza el término homínidos para hablar de los humanos y sus antepasados directos, pero la mayoría de los autores empleamos esta palabra en sentido cladístico, para aludir al gran linaje evolutivo que incluye a todos los grandes simios actuales y los humanos.