CAPÍTULO 1

Atardecía sobre aquella casa vieja y solitaria, algo abandonada. Al porche le faltaba una buena mano de pintura y del jardín solo quedaba un suelo de tierra seca poblado por malas hierbas y un árbol podrido, de ramas retorcidas llenas de telarañas. Aun así, la puesta de sol era de las que no se olvidan. Lástima que nadie le prestara atención.

La puerta se abrió de golpe y una chica salió al galope, sosteniendo un palo selfi conectado a un móvil. Su pelo lacio, muy negro, caía sobre sus ojos. Vestía unos tejanos rotos y una sudadera de calaveras. Estaba claro que buscaba un look gótico sin conseguirlo del todo. La puerta dio otro golpe y un muchacho pálido y pecoso la siguió. Lucía un exagerado tupé rubio, unas gafas de sol de espejo y una chaqueta de cuero roja. Eran Laura Escalofríos y su amigo Paris Pelinkanos.

Unos segundos más tarde, salió tras ellos un tipo enorme, casi un gigante. Pero no era su tamaño lo que más imponía. El coloso vestía un mono de trabajo sucio y harapiento y una máscara blanca a la que alguien había pintado una boca sonriente con unos colmillos. Ah, y también estaba el asunto del hacha. El hacha que llevaba era enorme, incluso para alguien tan descomunal. ¡Era la madre de todas las hachas! Estaba sucia y oxidada, pero su filo podía cortar todo lo que se encontrara delante. Y delante estaban Laura y Paris.

El hombre del hacha les ganaba terreno. No es que fuera rápido, pero sus piernas, como troncos, eran mucho más largas que las de los chicos. Blandía el hacha con saña mientras profería horribles alaridos.

—¡UHAAAAAAAAA! —gritaba.

—¡AAAAAAAAAH! —chillaba Laura.

Y Paris… Bueno, Paris se reía. Sí, sí. Se reía a mandíbula batiente.

—¿Estás grabando? —preguntaba entre carcajadas—. ¡Dime que estás grabando, Laura!

Pero la chica estaba ocupada tropezando con una raíz seca que sobresalía del camino pedregoso. Paris se paró junto a ella y le tendió la mano. Laura le ofreció la suya para que la ayudara a levantarse, pero el muchacho la rechazó. No buscaba la mano libre, sino la otra.

—¡Dame el móvil, corre! —le ordenó. Como ella no reaccionaba, le arrebató el palo selfi y comenzó a grabar él mismo. Para horror de Laura, el chico empezó a burlarse del enorme maníaco—. ¡Vamos, hombre! ¡Un poco más de actitud, que eso del hacha está muy visto!

Como respuesta, el gigante lanzó su arma. Laura vio como el hacha se elevaba, girando y girando, y después empezaba a caer hacia donde estaba ella tirada. Sintió un escalofrío subir por su columna y se echó a temblar. Los temblores eran exagerados. Parecía que le estuviera dando un ataque. Lo cierto es que esas mismas sacudidas eran la causa de que la llamaran «Escalofríos». Cuando Laura se asustaba, lo hacía de veras. Y, por desgracia, acompañar a Paris Pelinkanos en sus aventuras era sinónimo de sentir auténtico pavor. Su canal de YouTube, «El chico sin miedo», estaba dedicado por completo al terror. Comentaba películas, cómics, libros… Y luego estaba la parte que menos le gustaba a Laura y que entusiasmaba a Paris: criticar casas encantadas.

El chico, en cambio, parecía estar pasándolo en grande. El hacha cayó sobre ellos y Paris la cazó al vuelo. En sus manos parecía aún más grande de lo que era. Pero ¿cómo podía sostener aquella cosa tan bestial?

—¡Vamos, tío! —protestó Paris—. ¡Pero si es de mentira!

El chico lanzó de vuelta el hacha. El gigante no hizo ademán de cogerla y dejó que se cayese al suelo. Se quitó la máscara con rabia y la tiró lejos.

—¡Ya está bien! ¡Os prohíbo que volváis a La casa del Hacha del Infierno!

—Querrás decir La casa del Hacha de Plástico —replicó Paris—. ¡Maniquís colgando de ganchos, telarañas de pega, calaveras de escayola! ¿A esto lo llamas casa del terror? ¡Nada de eso da miedo!

—A mí me ha aterrado —intervino Laura, mirando al hombre. Le daba un poco de pena.

—Gracias, niña —dijo este—. Se hace lo que se puede.

Paris se echó a reír.

—Que no se te suba a la cabeza. ¡A mi amiga le da miedo todo!

El gigante, enfadado, se dio la vuelta y volvió a la casa.

—¡Al menos tu amiga no es una pequeña creída con aires de grandeza! —soltó.

Pero Paris no lo escuchaba. Se estaba grabando a sí mismo con el teléfono.

—Ya lo veis, amigos, otra casa encantada de pacotilla. No vale la pena pagar la entrada a menos que os guste tirar el dinero. Os habla Paris Pelinkanos, el chico sin miedo. ¡No os olvidéis de darle al like, y poneos una de terror esta noche!

Laura se levantó, aún alterada, y se limpió los pantalones. Puso los ojos en blanco cuando oyó a su amigo decir: «Este vídeo lo va a petar».

Algo más tarde estaban tomando un refresco en una cafetería del pueblo. Hacía un rato que había anochecido, pero ese establecimiento era territorio amigo. Lo regentaba la madre de Laura. Los dos revisaban los vídeos con atención.

—Aquí haz un montaje guapo. Que se vea bien que cojo el hacha al vuelo —señaló Paris.

—Vale, pero deberías ser más amable con esa gente. Al fin y al cabo, están haciendo su trabajo. Intentan ganarse la vida.

—Oye, si pago por una experiencia terrorífica, quiero una experiencia terrorífica.

—Esa es la cuestión, Paris. ¡Tú nunca pagas! ¡Siempre nos invitan!

—Bueno, con más razón. ¿Quieren publicidad gratis en mi canal? ¡Pues que se lo curren un poco!

Laura se llevó las manos a la cabeza. Desde que Paris había abierto su canal de YouTube todo había cambiado. Al principio fue divertido y emocionante, pero «El chico sin miedo» fue ganando seguidores y ahora era todo un fenómeno en las redes. Su amigo se estaba convirtiendo en una estrella de internet y ella sentía que lo perdía poco a poco a medida que los likes se multiplicaban. Por eso le hacía de ayudante. Si no lo acompañara, Paris acabaría convertido en un verdadero idiota. Alguien tenía que ponerle los pies en la tierra. Claro que no estaba dando mucho resultado, pero…

—Oye, tenemos un mail prometedor —anunció Paris—: Parque Inferno. ¡Suena bien!

—Suena fatal.

—Y viene con un vídeo, ¿lo pongo?

—Prefiero verlo otro día, la verdad. Hoy ya he gastado todos mis escalofríos.

—Perfecto, entonces allá va.

Laura soltó un resoplido mientras su amigo le daba al play.