Como es sabido, el coaching es una disciplina muy joven que todavía está evolucionando, tanto en lo que respecta a escuelas como a especialidades o campos de aplicación. La metodología del coaching teleológico (CT) se asienta en una base sólida de conocimientos y experiencias, procedentes de diversos campos:
• Teórico. Integra principios y teorías de la psicología, la filosofía, la educación, el liderazgo, la comunicación, etcétera.
• Técnico. Las herramientas y los recursos que se utilizan requieren entrenamiento y especialización para su correcta aplicación.
• Práctico. Se puede aplicar a personas, grupos, equipos u organizaciones, en distintos campos tanto del ámbito personal como profesional.
El CT es un modelo de intervención dotado de estructura interna que se basa en la aplicación de la metodología teleológica y en el desarrollo de las competencias necesarias para poder aplicarla adecuadamente.
El CT es un modelo de intervención centrado en el ser y orientado a un fin.

Figura 1. Paradigma del ser
El CT es tanto un modelo de intervención basado en la psicología como un proceso psicológico que implica un cambio de paradigma en las personas.
El paradigma del ser parte del supuesto de que la persona es y de que hace y obtiene una serie de resultados a partir de aquello que es. Esto significa que el CT pretende que la persona obtenga distintos resultados no por el hecho de cambiar sus conductas, sino por el de situarse en otro rol y adoptar otra mirada sobre sí misma que le permita actuar de otra manera y obtener resultados distintos. Los resultados distintos se logran buscando un cambio de paradigma y no un cambio en el comportamiento, ya que la toma de conciencia que implica el cambio de paradigma permite que los cambios se mantengan en el tiempo.
Thomas Samuel Kuhn, en su libro La estructura de las revoluciones científicas (1962),1 describió los paradigmas como modelos de interpretación a partir de los cuales puede desarrollarse el conocimiento científico. Un cambio de paradigma ocurre en un determinado momento histórico, cuando un descubrimiento revoluciona la manera de comprender el mundo en un determinado campo científico. En el caso del CT, un cambio de paradigma es una reinterpretación de cierta parcela de la realidad, producida a raíz de una toma de conciencia, por la que cambia la forma de pensar y de pensarse de la persona.
En el modelo del CT, la intervención se realiza a través de la metodología teleológica, que permite desarrollar una conversación transformadora basada en preguntas y feedback que incitan a una reflexión profunda y, por tanto, ayudan en el proceso de toma de conciencia.
Durante la conversación teleológica, la persona experimenta insights (tomas de conciencia) relacionadas con su vida, que la llevarán a replantearse (y probablemente a redefinir) su situación. Ese cambio en la manera de entender, sentir o ver cierto fragmento de su vida es lo que llamamos cambio de paradigma y abre las puertas a la transformación, en tanto que ilumina posibilidades hasta ese momento ignoradas o latentes.
El CT se apoya en la mayéutica, un método que se atribuye a Sócrates y parte de la creencia de que las respuestas a los cuestionamientos vitales están latentes en cada persona. El significado de la palabra mayéutica está vinculado al arte de asistir a la parturienta en el acto de dar a luz. Así, en esta metáfora, el profesional no es ni el bebé ni la parturienta, simplemente es quien acompaña a la persona en el alumbramiento de la respuesta que necesita. El diálogo teleológico se basa en preguntas y feedback que permitirán a la persona ampliar sus puntos de vista, profundizar en lo que está sintiendo y reconsiderar sus creencias para llegar a conocerse y reconocerse a sí misma como la protagonista de su vida.
Se vehicula a través del diálogo para llegar al conocimiento de la verdad que se encuentra en uno mismo. Es el profesional, a través de la metodología teleológica, quien acompaña a la persona para desvelar lo que permanecía oculto. El procedimiento de la mayéutica aplicado al CT supone:
• Preguntar acerca de alguna cosa, plantear la cuestión.
• Debatir las posibles respuestas, presentar los conceptos aceptados.
• Discutir el nuevo planteamiento, aceptar la nueva realidad.
• Adaptarse a la realidad actual, en su aplicación, consecuencias y resultados.
De la misma manera que el método mayéutico considera que la verdad está en nuestro interior, el CT considera que las personas poseen en su interior cualidades y competencias para realizar el cambio necesario, a diferencia de otros modelos de intervención, que se centran en lo que a la persona le falta, es decir, en mejorar sus debilidades. Pero ¿cómo puede mejorar alguien lo que no conoce? En nuestro modelo partimos de aquello que la persona ya conoce y reconoce como una habilidad o cualidad propia. Aunque su demanda sea mejorar algún área en la que se considera incompetente, la intervención partirá de aquellas capacidades en las que sí es competente, lo que le facilitará extrapolar estrategias o recursos que ya está utilizando exitosamente en otra parcela de su vida.
Por ejemplo, imaginemos que una persona quiere mejorar la comunicación con los miembros del equipo que dirige porque, en concreto, no sabe pedir las cosas de un modo asertivo a uno de ellos. En este caso, podemos partir de aquellas situaciones en las que sí lo ha logrado y desvelar cómo lo hizo, y descubrir recursos internos que podrá transferir a la situación que quiere cambiar o mejorar.
Partimos, por tanto, del convencimiento de que la persona es capaz y posee en su interior las respuestas que necesita. Nuestra función como coaches teleológicos consistirá en realizar las preguntas y ofrecerle los feedback que le permitirán hallar estas respuestas o soluciones desde sus experiencias previas y sus éxitos anteriores, mediante la reflexión profunda y honesta sobre sí misma.
En una formación que realicé con un grupo de psicólogos, después de efectuar un ejercicio de reflexión por escrito, una de las asistentes, Laura, me comentó que había tomado conciencia de que quería mejorar la escucha con sus clientes. Entonces le pregunté cuál era la competencia de la que se sentía más satisfecha en su praxis profesional, a lo que respondió: «La aceptación». Entonces, en lugar de centrarme en lo que le faltaba para mejorar la escucha, decidí indagar con ella sobre su capacidad de aceptación, preguntándole qué creía que podría hacer para mejorarla a lo que respondió: «Practicar la aceptación no solo con las personas en la consulta, sino conmigo misma y con las personas que amo. Aunque en algún momento me lo había planteado, ahora, al haberme tomado un tiempo para reflexionarlo y escribirlo en un papel, me siento más comprometida con mi mejora y más consciente del cambio que quiero realizar». Lo más interesante es que Laura sabía incluso cómo hacerlo. Desde esa toma de conciencia, le resultó muy fácil marcarse una serie de objetivos: «Mi objetivo es ver, escuchar y sentir a la persona cada día como si fuera nuestra primera sesión, sin dar por supuesto que sé algo de ella. Esto me permitirá lograr mi objetivo de mejorar la escucha».
En este caso, lo que motivaba a esta profesional a pasar a la acción era su deseo de mejorar en su praxis profesional mediante la mejora de su capacidad de escucha, partiendo de la aceptación como competencia que ya poseía. Así, la finalidad última de un proceso con Laura sería: lograr ser la mejor profesional que puede llegar a ser. ¿Cómo? Aprendiendo a escuchar desde la aceptación. Para esta psicóloga, aceptar a la persona no era nada nuevo, solamente se trataba de ser más consciente del valor de la aceptación en sus interacciones y consigo misma para mejorar otras competencias en las que sentía carencias.
El proceso teleológico trasciende el desarrollo competencial en sí mismo, porque va más allá del momento y situación actuales. Mientras que los objetivos competenciales están asociados a aquello que las personas hacen, la finalidad del proceso está vinculada a la esencia de la persona, a su ser. En este caso, Laura comprendió que los cambios que estaba abordando no quedarían restringidos a su ámbito profesional, sino que influirían en todas sus interacciones. Lo que en realidad se proponía no era trabajar desde el desarrollo competencial, sino trabajar en sí misma para seguir liderando su rol profesional y su vida. Desde el modelo del CT consideramos que podemos afirmar que el cambio será sostenible en el tiempo cuando podemos aplicarlo a todas las áreas de nuestra vida. Así, después de responder a la pregunta: ¿qué profesional quiero llegar a ser?, haremos la siguiente: ¿cómo influirá en el resto de las áreas de mi vida?, hasta que el cambio quede integrado plenamente.
Como Laura, los coaches teleológicos partimos de la siguiente creencia:
No sabemos nada de nuestro cliente; de lo que sabemos es de la metodología para acompañarle en el logro de los objetivos que son importantes para él o para ella, para su equipo o para su organización.
A través del diálogo, nuestro cliente podrá profundizar en sus aprendizajes, aprovechar sus cualidades y liderar su vida. Sabemos que cada persona es única e irrepetible, y nadie mejor que ella sabe de su vida y de sus necesidades. Nuestra escucha será un factor importante para que el cliente ordene sus prioridades.
El arte de acompañar a las personas nace de nuestro conocimiento de la metodología y de ciertas técnicas movilizadoras, de nuestro autoconocimiento como personas, de nuestras competencias profesionales, del conocimiento de la naturaleza humana y de otros recursos que iremos comentando a lo largo del libro. Pero de esa persona en concreto no sabemos nada. Cuando el resultado final de la sesión es una sorpresa, incluso para el profesional, significa que realmente le hemos acompañado. El coach puede ser un experto en coaching, pero solamente el cliente es experto en el conocimiento de sí mismo. Por tanto, no debemos colocarnos en la posición de expertos en lo que le pasa a la persona, sino en el lugar de generadores de condiciones para que las personas lleguen adonde quieren ir y sean quienes quieren ser.
Cada ser humano es su propia obra maestra.
Henry David Thoreau
Este paradigma nos impide hacer diagnósticos (etiquetar a la persona por lo que siente, piensa o hace) o generar hipótesis (buscar causas o explicaciones de por qué está sintiendo, pensando o haciendo lo que siente, hace o piensa). De igual manera, no clasificamos ni etiquetamos a las personas. Por tanto, hemos de «vaciarnos» de nuestra manera de ver el mundo, de nuestros prejuicios y de nuestros miedos.
La humildad en nuestro rol de coaches y el permanecer «vacíos» a lo largo de la conversación nos ayudarán a asumir esta función. Partiendo de la base de que no somos nadie para decirle al otro lo que necesita o lo que le conviene, como profesionales podemos ofrecer técnicas de autodescubrimiento o autoobservación, pero nunca nos decantaremos por ninguna opción sobre la que tenga que decidir el propio cliente.
A continuación, comentaremos una serie de metáforas que nos ayudarán a comprender el sentido y el trasfondo del CT.
La primera metáfora surge de una fotografía de Steve McCurry titulada Taj Mahal and Train in Agra (1983).2 En ella, vemos el Taj Mahal como fondo del viaje que emprenden dos personas: elegir el Taj Mahal como fondo tiene una gran carga simbólica, porque es un mausoleo que se erigió en honor a una mujer que murió al dar a luz a su decimocuarta hija. Simboliza el amor que su esposo sintió por ella. Tardó veintitrés años en ser construido y para ello se necesitaron veinte mil obreros. Otro aspecto significativo es que a pesar de que la cúpula sea lo más visible, se trata de un conjunto de edificios perfectamente integrados. El Taj Mahal es una metáfora muy inspiradora que transmite que en el fondo del proceso hay amor: amor hacia uno mismo, hacia la profesión que ejercemos y hacia la persona a la que acompañamos. También simboliza que en este proceso hay trabajo, superación, esfuerzo y finalidad. Hay una inversión económica y de tiempo. Se obtiene un resultado sólido, no se ha construido en dos días y perdurará en el tiempo.
En primer plano vemos una locomotora y dos personas, una de pie y otra sentada (el cliente y el profesional, respectivamente), ambas mirando hacia un mismo horizonte. La metáfora nos transmite la predisposición a iniciar un viaje hacia un lugar desconocido. Vamos en un medio de transporte, el tren (el proceso de CT), y sobre unos rieles (la metodología teleológica) que facilitan y agilizan el trayecto. El profesional acompaña al cliente en su viaje. En esta ruta hay un origen, un destino y un propósito que dará sentido al viaje (de cambio-aprendizaje). Hay templanza y a la vez determinación en la expresión de ambas personas. Es una mezcla de Oriente y Occidente, de reflexión y acción. Es también la espiritualidad y el motor que nos mueve a cambiar.
Otra de las metáforas que nos pueden inspirar para entender un proceso de CT es la del horizonte.
Imaginemos que estamos en la orilla de una playa frente al vasto mar. Ante nuestros ojos se abre una realidad inabarcable en su inmensidad (incertidumbre), donde podemos fijar la vista en el horizonte como punto de referencia (confianza).
Así, navegando con la vista siempre en el horizonte, con un destino en mente y visible, nuestra empresa parece factible. De no establecer claramente ese límite, el viaje carecería de sentido y podría ser descorazonador. El horizonte es esa imagen mental que permite que no tengamos la sensación de viajar sin rumbo. El horizonte nos inspira a viajar, a iniciar el camino y nos invita a ir más allá. Nos hace pensar en libertad, en nuevos conocimientos y oportunidades, aunque no sepamos cuándo llegaremos ni cómo será la travesía. En el CT, el horizonte representa el proyecto de vida del cliente. Ante cualquier objetivo que se plantee a lo largo del proceso, el coach ha de posibilitar que el cliente lo vincule a este horizonte existencial, concepto demasiado abstracto que va a requerir que se manifieste en objetivos concretos y mesurables para convertirse en algo viable. El profesional no acompaña a la persona hasta el horizonte de su proyecto vital, sino que la ayuda a lograr los diversos objetivos que serán las etapas de ese viaje.
Otro ejemplo alegórico, en este caso para comprender el rol del coach teleológico, es la metáfora del caballo distraído.
Un domingo, al atardecer, paseaba por el campo cuando me encontré un caballo que estaba en el lindero del camino comiendo hierba. A punto estaba de caer la noche y decidí acompañarlo a su casa. Yo no sabía dónde estaba su hogar, pero podía animarle a ponerse en camino. Dejé que el caballo decidiera hacia dónde ir, y solo intervendría si se entretenía. Después de un largo trecho vislumbré a un campesino que me hacía señales y que muy feliz me daba las gracias por llevar a casa a su caballo. Me preguntó: «¿Y cómo sabía usted dónde vivía el caballo?». Yo le respondí: «Yo no lo sabía, quien lo sabía era el caballo. Simplemente lo he acompañado para que no se entretuviera».3
Esta historia es especialmente útil para aquellos coaches principiantes, cuando no se dan cuenta de que están cargando el caballo (al cliente) a sus espaldas. Y no solamente lo cargan, sino que son tan generosos que lo llevan a su casa, lo sientan a su mesa y le ponen comida en la boca. Al coach no le corresponde asumir esta carga, que en el fondo es el deseo de salvar a su cliente. ¡Qué tentador resulta a veces decidir por la persona adónde le conviene ir! «Conozco ese lugar y sé que estarás muy bien allí.» En el fondo, quieren convencer a la persona de la bondad de su consejo u orientación. «¡Yo puedo salvarte! ¡Yo sé lo que te conviene!»
Como profesionales, acompañamos a las personas para que se sientan plenamente satisfechas con las decisiones que han tomado y con los logros que han alcanzado. Aunque parezca evidente que esto forma parte del rol de coach, lograrlo no es nada sencillo. Muchos profesionales se colocan en un rol salvador y, en lugar de acompañar, lo que hacen es empujar o cargar a cuestas a su cliente. Podemos detectar que estamos cargando el caballo cuando, al finalizar la sesión, salimos cansados, agobiados o sin energía. En cambio, cuando realmente hemos acompañado a la persona, al terminar la sesión nos sentimos relajados y con energía, y tenemos la sensación de haber salido a pasear con alguien «capaz de trotar» y llegar hasta donde quiere ir. Necesitamos entender que el protagonista del proceso es el cliente, no el profesional. Como hemos ilustrado con la metáfora del parto, el coach solo asiste al acto creativo acompañando al verdadero protagonista, que es quien realmente produce el alumbramiento. Sin duda, es un honor poder acompañarle y debemos tener presente que el lugar en que nos posicionemos en el proceso será decisivo para el éxito.
La metáfora de la caña de bambú pone el énfasis en el aprendizaje que comporta un proceso de cambio.
Algo muy curioso sucede con la caña de bambú, que la transforma en no apta para impacientes: siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, aparentemente no pasa nada durante los primeros siete años, de modo que probablemente cualquier agricultor inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles. Sin embargo, durante el séptimo año y en un periodo de solo seis semanas, la planta de bambú crece... ¡más de treinta metros!
La pregunta que surge entonces es: ¿tardó solo seis semanas en crecer? No, la verdad es que fueron necesarios siete años y seis semanas para alcanzar tal desarrollo. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de esos siete años. Podemos utilizar esta analogía para referirnos al proceso de cambio, en el sentido de que la tenacidad y la paciencia son esenciales para que tengan lugar los cambios profundos.
En efecto, todo proceso de cambio comporta un proceso de aprendizaje y los procesos de CT se basan precisamente en esta necesidad humana de aprendizaje y crecimiento continuos. El aprendizaje está relacionado con la toma de conciencia, el cambio de paradigma, la disciplina y la instauración de nuevos hábitos. No solamente buscamos el conocimiento (datos, la teoría, lo que estaría bien aplicar), sino también la sabiduría (saber aplicar este conocimiento a la vida real, en el momento adecuado y de la forma más pertinente). Este saber se asentará en dos pilares fundamentales. Por un lado, la pregunta por la finalidad: «¿Para qué quiero cambiar?». Y, por el otro, el compromiso de invertir lo que sea preciso para lograrlo: «¿A qué estoy dispuesto a decir no para lograrlo?».
Se trata de un proceso de aprendizaje que implicará desaprender viejos hábitos para integrar otros nuevos, que nacen de nuestra voluntad, de nuestro autoconocimiento, de nuestros valores más profundos y de una pasión que nos inspira a seguir avanzando.
Como vamos viendo a través de estos ejemplos, las imágenes, al igual que las historias, tienen un papel muy importante en los procesos de coaching teleológico, ya que, de manera indirecta, pueden describir fenómenos existenciales. Las verdades o ejemplos que se explican a través de las historias llegan a [con]movernos (nos mueven), al conectarnos con verdades profundas y significativas.
Uno de los principios que nos permite conectar con la grandeza de nuestro cliente es la conocida historia del Buda de oro.
A mediados del siglo XX, un monasterio budista tenía que cambiar su ubicación, así que se asignó a un grupo de monjes budistas para que se encargaran de transportar la imagen de barro de Buda. Por el camino comenzó a llover y el jefe de los monjes ordenó resguardar la imagen en un cobertizo. Tarde, por la noche, el monje fue a revisar los daños que había sufrido la imagen de barro y comprobó que en una parte de ella había una hendidura de la que, a la luz de la vela, manaba una luz brillante.
El monje, asombrado, decidió descubrir el origen de esa misteriosa luz, así que empezó a quitar el barro ayudándose de un cincel y un martillo. Sus ojos no podían creer lo que veían. Descubrió que bajo el barro se escondía un Buda de oro macizo. Las leyendas dicen que, cientos de años atrás, cuando las fuerzas armadas burmesas estaban a punto de invadir Tailandia, los monjes trataron de proteger la imagen con capas de barro para que no se la llevaran.
Esta metáfora sirve para ilustrar el hecho de que algunas personas se creen poco valiosas o esconden su potencial bajo capas protectoras. No saben que en su interior brilla un auténtico Buda de oro. Nuestro trabajo como coaches es crear las condiciones necesarias para que ese barro se resquebraje y emerja el verdadero potencial o talento de la persona.
Una última metáfora para ejemplificar un proceso de CT es la del helicóptero. La representación más clásica que se utiliza para hablar del coaching es la del carruaje. Sin embargo, un helicóptero es un medio de transporte que nos ofrece una perspectiva mucho más amplia. El carruaje solo se mueve en dos dimensiones (delante-detrás y derecha-izquierda) mientras que el helicóptero nos aporta tres dimensiones: las dos anteriores y una más (arriba-abajo). Al subir a un helicóptero, el cliente cambia el punto de observación de su realidad. Además, él es el piloto, mientras que el coach tan solo le acompaña en este viaje. El helicóptero en sí mismo es el CT. Nuestro objetivo es que la persona se eleve en el helicóptero para ganar mayor perspectiva y ver cosas que estaban ahí, pero que desde su posición anterior no podía ver. Seguidamente, el coach y el cliente conversan sobre lo experimentado en el viaje y cómo esta nueva perspectiva puede ayudarle a superar los obstáculos o las limitaciones y a alcanzar sus objetivos. Para algunos profesionales no resulta fácil elevar a la persona, especialmente si su rol ha sido siempre el de experto. Debemos entender que el mayor experto en sí mismo es el propio cliente, y que nosotros podemos ser expertos en un proceso de intervención o en una metodología, pero nunca en la persona y en lo que ella necesita.
Recordemos que quien dirige el vuelo es el piloto (el cliente). Si este no sigue el plan de acción acordado, tal vez signifique que en realidad no era su propio plan de acción o que fuimos nosotros quienes trazamos su ruta. En ese caso debemos revisar nuestra forma de intervención, porque quizá nuestro ego se ha hecho presente diciéndole lo que debía hacer, o posiblemente no hayamos definido correctamente el problema que se ha de resolver. Cuando el plan de acción nace verdaderamente de la persona que acompañamos, será ella quien pase a la acción. El lugar al que llega nuestro cliente después de una sesión o del plan de acción que elabora, será siempre sorprendente para el profesional. Si no es así, estemos alerta, porque quizá hayamos estado pilotando nosotros el helicóptero.
El proceso de CT es un viaje en el cual la persona aprende a mirar, a sentir y a pensar de otra forma. No le enseñaremos a ver, ni a notar ni a tomar consciencia, pero sí que le entrenaremos para que aprenda por sí misma a lograr resultados más efectivos y favorables. Como dice un proverbio chino: «Dale un pez a un hambriento y lo alimentarás durante un día, enséñale a pescar y se alimentará toda su vida».
Muchas son las influencias que ha recibido el CT, pero debido a las limitaciones de este formato, simplemente comentaremos de forma superficial algunas de las corrientes de pensamiento más relevantes para que el lector pueda hacerse una pequeña idea de sus fundamentos.
En Occidente, la sabiduría se asocia al logos y está orientada a desvelar la verdad externa (verdad objetiva), cuyo fin último es el conocimiento del mundo exterior. Su práctica es la filosofía (que etimológicamente significa «amor a la sabiduría»). En Oriente, en cambio, la sabiduría se asocia al conocimiento interior o contemplativo (verdad subjetiva), cuyo fin último es la iluminación. Su práctica es la meditación. Es decir, la tradición occidental busca la sabiduría en el exterior, mientras que, en la tradición oriental, la sabiduría parte del conocimiento interior.
Más allá de esta diferencia en su noción del origen del conocimiento, ambas tradiciones de sabiduría nos hablan de plenitud, destino, misión y desempeño. Además, ambas comparten cuatro principios que están presentes en el CT.

Figura 2. Principios de sabiduría compartidos
El logos hace referencia a cualquier apelación al intelecto que toma la forma de un discurso lógico. Las conexiones lógicas o de razonamiento son necesarias para apoyar las ideas, como sucede, por ejemplo, en los argumentos académicos. El logos nos permite conversar con el cliente a través de razonamientos inductivos y deductivos. De hecho, el verdadero diálogo es un logos entre dos que se construye y enriquece a medida que se desarrolla. Por lo tanto, las preguntas que nos podemos hacer son: «¿Sé dialogar con las demás personas?», «¿Cómo lo sé?».
El ethos es la apelación ética en la toma de decisiones del cliente. La credibilidad de quien habla es tan importante como lo que dice. Desde el rol de coach implica que debemos guiarnos por un código ético que generará la confianza necesaria en el cliente para que este se implique en su proceso de cambio. Así pues, las preguntas en este caso serían: «¿Mis decisiones y acciones se rigen por principios éticos?», «¿Qué lo garantiza?».
El mythos se interpreta comúnmente como narración o relato. Está relacionado con la manera en que comprendemos, valoramos y juzgamos hechos o explicaciones de nuestro cliente. Desde el rol de coach, recurrir al mythos significa utilizar la intuición a lo largo del proceso. En este caso nos preguntamos: «¿Utilizo la intuición a través de metáforas, símbolos o paremiologías (es decir, refranes y proverbios)?», «¿Con qué resultados?».
El pathos está asociado a la emoción, lo que le permite al coach comprender lo que realmente mueve al cliente a pasar a la acción. El pathos ayuda a despertar la imaginación y a conectar con los sentimientos del cliente y así comprender sus motivaciones más profundas. Desde el rol de coach implica poner pasión en lo que hacemos. Por lo tanto, las preguntas que nos haremos serán: «¿Pongo pasión en lo que hago?», «¿Cómo lo noto?».
Entre los años 800 y 200 a. C., tanto en Occidente como en Oriente surgieron muchas corrientes filosóficas que incluían profundas reflexiones con respecto a la naturaleza del ser humano, el sentido de la vida y el destino. En esa etapa prosperó en lugares muy distantes y sin conexión entre sí lo que se conoce actualmente como el tiempo-eje, un concepto acuñado por el psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers. En China, Confucio y Lao-Tse; en la India, los Upanishads y el budismo; en Grecia, Homero, Parménides, Sócrates, Platón... Una diversidad de tradiciones de pensamiento que aún perduran hoy. El CT se nutre en parte de estas antiguas corrientes de pensamiento, tanto orientales como occidentales.
Todas y cada una de estas corrientes forman parte del pensamiento moderno y, en mayor o menor medida, cada una de ellas ha aportado un fragmento de los cimientos sobre los que se asientan las bases del CT. Realizar un análisis exhaustivo de todas las influencias de la Antigüedad que han contribuido en este modelo de intervención estaría más allá de las pretensiones (y posibilidades) de este libro.

Figura 3. Influencias de la sabiduría occidental y oriental
A continuación, comentaremos tres mitos o alegorías que ilustran la concepción del destino en diversas tradiciones de la Antigüedad, en las cuales se expresa que el destino se puede elegir y a la vez está escrito. No se trata de posturas contradictorias, sino complementarias.
La famosa alegoría de la caverna de Platón nos inspira para comprender uno de los fenómenos que se dan en el proceso teleológico. Platón sitúa en un espacio cavernoso a un grupo de hombres, prisioneros desde su nacimiento. Estos hombres están sujetos por cadenas al cuello y en las piernas, de forma que no se pueden dar la vuelta. Su percepción del mundo es lo que tienen delante de sus ojos. Detrás de ellos, hay un pasillo alumbrado por hogueras, por el que circulan otras personas que portan todo tipo de objetos. Estos objetos se ven proyectados en la pared que contemplan los presos, gracias a las sombras que genera la luz de las hogueras. Para esos hombres, lo que ven es lo real, aunque en verdad no son más que sombras de la realidad. Si uno de estos prisioneros se pudiera girar y ver las hogueras y a las otras personas paseando con los objetos, contemplaría una nueva realidad, más profunda y completa. Esa nueva percepción ya no se limitaría a una mera apariencia de lo que es real, sino que sería fruto de la observación de la realidad desde un punto de vista privilegiado. Si además este prisionero saliera de la cueva, podría descubrir un mundo lleno de personas, mares, montañas, árboles, animales..., alcanzando así una perspectiva todavía más global y completa de la realidad.
Platón plantea que el hombre puede rendirse a la tendencia humana natural de dejarse llevar por las apariencias y vivir en un mundo de sombras (el destino escrito, predeterminado) o bien cuestionarse sus propios planteamientos y elegir su propio destino, alcanzando cotas cada vez más altas de comprensión de la realidad.
Esta alegoría ilustra lo que ocurre en un proceso de CT. El coach acompaña a la persona en este descubrimiento para que pueda observar una realidad cada vez más amplia y profunda que la libere de las cadenas (creencias limitadoras). Alentando en el cliente la reflexión y la revisión de sus creencias, el coach favorece en él una perspectiva superior y le abre la posibilidad de ir más allá de lo que nunca hubiera imaginado. Sin embargo, la principal función del coach es acompañar a la persona para ayudarla a discernir entre lo que «parece» y lo que «es» («¿lo sabes o lo crees?»), que equivale a ayudarla a distinguir las sombras de la realidad, acompañarla para que sepa diferenciar aquello que cree de aquello que sabe. Podemos cumplir el destino que ya está escrito (ser prisioneros) o podemos elegir nuestro propio destino (liberarnos).
Existe un mito de la cultura griega que contiene otra metáfora sobre el destino que podemos vincular al proceso de CT: el mito del rey Midas. Midas, rey de Frigia, poseía una gran fortuna y vivía en un gran castillo rodeado de bellísimas rosas. Midas pensaba que su felicidad provenía de su enorme riqueza. Cada día contaba sus monedas de oro. Cierto día, el dios de la vendimia y el vino, Dionisio, quiso agradecer a Midas el favor de haber cobijado a uno de sus amigos, concediéndole un deseo. Midas contestó: «Deseo que todo lo que toque se convierta en oro». Dionisio le respondió: «¿Seguro que deseas eso?», y Midas asintió. Finalmente, reacio, Dionisio accedió: «Muy bien, a partir de mañana todo lo que toques se transformará en oro». Al día siguiente, Midas comprobó que se había cumplido su deseo, desde las uvas que quiso comer y el vino que quiso beber, hasta las rosas que tanto amaba; al tocarlo, todo aquello se convertía en oro. Toda su alegría se fue transformando en miedo. En ese momento su gata saltó en su regazo y se convirtió en una pieza de oro. Al escuchar el llanto de su padre, su hija Zoe lo quiso abrazar, pero antes de que Midas pudiera detenerla, su hija se había convertido en una estatua de oro. Desesperado, levantó los brazos y suplicó a Dionisio: «¡Oh, Dionisio, no quiero oro, ya tenía todo lo que quería! Solo quiero abrazar a mi hija, oler el perfume de mis rosas, acariciar a mi gata y compartir la comida con las personas que amo. Por favor, quítame lo que te he pedido». Dionisio se apiadó de él y le dijo: «Puedes devolver la vida a las estatuas, pero te costará todo el oro de tu reino». Midas enseguida estuvo de acuerdo, y Dionisio le dio estas instrucciones: «Lava tus manos en el río Pactolo; con esta agua y el cambio que ha sufrido tu corazón podrás devolver la vida a las cosas que con tu codicia transformaste en oro». Midas pudo reconducir su destino. Aprendió a amar la vida más que al oro. Regaló todas sus posesiones y se fue a vivir al bosque junto con su hija en una cabaña.
Este mito ilustra claramente que cuando tomamos una decisión, elegimos un destino que será ineludible. Somos nosotros quienes elegimos nuestro destino, no los dioses y, por lo tanto, somos nosotros los que hemos de responsabilizarnos de nuestra situación y circunstancias, en tanto que son el resultado directo de nuestras decisiones del pasado. La persona, a lo largo del proceso, irá tomando conciencia de que es responsable de sus decisiones y de los resultados que está obteniendo a partir de ellas. Además, empezará a darse cuenta de que es libre de elegir algo distinto si desea otros resultados. Somos dueños de nuestras decisiones y, por tanto, responsables de nuestra situación actual y también de nuestro destino. En un proceso de CT la persona se hace consciente de las decisiones que ha tomado hasta el momento y las consecuencias que se han derivado de ellas. Si quiere otros resultados, deberá cambiar sus decisiones. Los cambios que realizará le permitirán reescribir su destino, su futuro.
El siguiente cuento de los nativos americanos, muy inspirador, podrá ayudarnos a comprender la naturaleza del destino.
Una mañana, un anciano cheroqui, sentado con sus nietos alrededor de un fuego, les contaba lo que ocurre en el interior de las personas: «Niños, en nuestro interior se produce una gran batalla. Existen dos lobos dentro de todos nosotros. Uno está lleno de ira, envidia, pesimismo, negatividad, miedo, tristeza, egoísmo, autocompasión, resentimiento, rencor... El otro está lleno de amor, generosidad, positividad, alegría, compasión, aprecio, perdón, paz, esperanza, tranquilidad, empatía, serenidad... Estos dos lobos siempre están luchando entre ellos». Se hizo el silencio. Entonces, uno de sus nietos le preguntó: «Abuelo, y al final, ¿cuál es el que gana?». El anciano le miró profundamente y le respondió: «Aquel al que tú más alimentes».
Nuestra vida y la manera de vivirla dependen de nosotros. Demasiadas veces nos olvidamos de que nosotros somos sus creadores, y atribuimos a los demás, al destino o a la mala suerte lo que realmente depende de nosotros. Esta historia nos habla de que está en nuestras manos elegir en qué sentido queremos liderar nuestra vida.
El CT también se nutre de la filosofía y de la psicología existencial. Este modelo hace hincapié en la forma en que la persona se ve a sí misma, al mundo y el lugar que ocupa en él, ya que considera que todo ello condiciona sus acciones. En consecuencia, el valor de la responsabilidad sobre uno mismo es fundamental: si la persona no se compromete con su propio cambio (lo que implica superar sus creencias limitadoras y cambiar su punto de vista), el proceso de coaching no progresará.
El CT también toma del existencialismo el acercamiento al otro desde un enfoque fenomenológico. Esto implica entrar en el mundo de nuestro cliente escuchando los fenómenos que relata desde su experiencia, sin ningún supuesto previo que distorsione la comprensión. El coach teleológico se limita a propiciar nuevos puntos de vista desde donde el cliente pueda verse a sí mismo o ampliar su perspectiva y descubrir alternativas para el cambio.
La interpretación de la realidad condiciona nuestros comportamientos.
Como afirmaba Jean-Paul Sartre, somos esencialmente libres y responsables de descubrir quiénes somos y qué queremos hacer con nuestras vidas. Sartre definió ser responsable como «ser el autor indiscutible de un hecho o cosa». Así, todo comportamiento constituye una elección, de modo que siempre es posible elegir cambiar nuestra manera de actuar. Ser conscientes de esta responsabilidad nos permite ser proactivos y nos ayuda a liderar nuestras vidas, a darnos cuenta de que estamos creando nuestro propio destino, nuestro propio ser y nuestros sentimientos. La responsabilidad, en este sentido, nos hace libres.
Podemos elegir el sufrimiento como forma de vida o hacernos responsables de nosotros mismos.
El CT recoge del filósofo existencialista Martin Heidegger la idea de que la persona es un ser que forma parte del mundo y que, al mismo tiempo, lo trasciende y le otorga significados. Sería un error querer comprender a los seres humanos como si todos fueran iguales, sin prestar atención a la subjetividad inherente a cada persona. El ser humano es demasiado complejo y lleno de potencial como para definirlo mediante categorías simplificadoras.
Esta idea de subjetividad llevó a José Ortega y Gasset a pensar que todo lo que sabemos del mundo es cuestión de perspectiva y que elegimos la perspectiva que consideramos mejor para nosotros. Este punto de vista subjetivo está vinculado a cómo hemos interpretado las circunstancias que hemos vivido. En su obra Meditaciones del Quijote, leemos una de sus sentencias más populares: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo».4 Como ser humano, no puedo desligarme del contexto en el que vivo: me ocurren cosas y provoco que sucedan cosas, ya que construyo mis circunstancias y respondo a ellas. En el modelo del CT, se intenta que la persona reflexione sobre cómo está respondiendo a las circunstancias y cómo podría actuar para modificarlas y crear unas circunstancias diferentes.
Esto nos lleva de nuevo a la cuestión de la responsabilidad. Según Heidegger, las personas no solo vivimos en el mundo, sino que, además, formamos parte de él. Nuestra responsabilidad va más allá de nosotros mismos y está basada en la libertad y la posibilidad de elegir (mediante nuestras acciones) el mundo del que queremos formar parte. Desde esta libertad, somos responsables del mundo que hemos elegido y, a la vez, contribuimos a forjarlo. Obviamente, para el ejercicio de esta responsabilidad tan trascendental será necesario un profundo grado de autoconocimiento.
En algunos procesos de CT, se pone de manifiesto que el problema del cliente es de índole existencial, como, por ejemplo, cuando la persona siente que sus acciones y decisiones no están dando sentido a su vida. El propio Søren Kierkegaard, filósofo y teólogo danés, primer pensador de la escuela existencialista, llegó a cuestionarse si con su vida estaba contribuyendo al bien de la humanidad. Este autor dijo: «La vida no es un problema que deba ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada». Kierkegaard abordó la cuestión de la angustia que experimentamos cuando hemos de tomar decisiones que comprometen los valores en los que creemos (familia, libertad, honestidad, deber...). Pongamos el ejemplo de una persona casada que se enamora de otra y se siente angustiada y bloqueada por tener que tomar una decisión al respecto. No podrá superar este bloqueo hasta que tome conciencia de que la raíz de su problema no radica en la decisión de dejar o no a su pareja, sino en un dilema moral o conflicto entre el valor del deseo y el del deber.
En el proceso de CT acompañamos a la persona en su búsqueda de autoconocimiento y de toma de decisiones, teniendo siempre en cuenta sus valores, emociones y sentimientos, así como la importancia de dar sentido a su vida. Durante el proceso nuestro cliente se hará cada vez más consciente de su propia libertad y responsabilidad para elegir y crear el mundo en el que desea vivir. Este conocimiento le permitirá superar aquellos bloqueos o excusas que le están impidiendo pasar a la acción.
El CT adopta muchos de los principios propuestos por pensadores humanistas como Karen Horney, Abraham Maslow, Erich Fromm, Carl Rogers y Viktor Frankl, entre los que destacan:
• La autoconciencia (conocimiento del yo, especialmente a nivel emocional).
• La necesidad de otorgar un sentido a nuestra vida.
• La autorrealización (que se concibe como un desarrollo de nuestro potencial, pero que está íntimamente relacionada con la autoestima y la satisfacción).
Compartimos con el humanismo también la importancia que se da a la capacidad de elección, a los valores, al amor, a la creatividad, a la necesidad de gratificación de las necesidades básicas, al humor, a la autonomía, a la experiencia trascendental y a la salud psicológica. En un proceso de CT se tendrán en cuenta estos factores en tanto que forman parte de la realidad humana y pueden condicionar las acciones y el proceso de cambio de las personas.
Paralelamente, compartimos los cinco postulados básicos que, en 1963, formuló el presidente de la American Association of Humanistic Psychology, James Bugental, y que hemos adecuado al CT del siguiente modo:
• La persona sobrepasa la suma de sus partes. No podemos explicar su complejidad a partir del análisis de sus funciones parciales, ya que es un todo interconectado. Aunque podamos comprender su cambio de paradigma, nunca sabremos de dónde procede la energía que le permite ejecutarlo.
• La persona es un ser dentro de un contexto humano. Esto significa que, para llegar a comprenderla, no solamente hemos de tener en cuenta sus funciones, sino que, además, hemos de contemplar sus experiencias interpersonales.
• La persona posee capacidad de conciencia. Para acompañar a la persona en la búsqueda del autoconocimiento, deberemos avanzar gradualmente a través de las tomas de conciencia (insights) que realice, de su forma de pensar, de sentir, qué la mueve a actuar y también sobre su propia manera de interpretar el mundo y a sí misma en él.
• La persona posee capacidad de elección. No es una simple espectadora de su vida, sino que es la creadora de sus propias experiencias.
• La persona posee una intencionalidad. Tiende hacia al futuro, tiene un propósito, unos valores, y su vida, un significado.
Como los psicólogos humanistas, nuestro enfoque no se centra en las limitaciones personales, sino en el desarrollo del potencial de las personas, en las experiencias que las hacen crecer y en aquello que han de integrar para ser quienes realmente quieren llegar a ser. El ser humano tiende de forma natural al desarrollo y a la autorrealización, por tanto, solo podemos acompañarle en su proceso de cambio.
Carl Rogers, en su libro Psicoterapia centrada en el cliente, decía: «El individuo tiene la capacidad suficiente para manejar de forma constructiva todos los aspectos de su vida que potencialmente pueden ser reconocidos en la conciencia»,5 y añadía que cualquier intento de conducción o dirección del otro es un atentado contra su tendencia a la realización. Recomendaba ponerse en el punto de vista de la persona, asumir su campo conceptual y trabajar basándose en ello. De ahí el interés del CT por entender a la persona como punto de partida para ayudarla. Rogers consideraba que «las personas no buscan ayuda del profesional, sino que tratan de ayudarse a sí mismas acompañadas por un profesional»; este es también el planteamiento que rige la aplicación de nuestro modelo de intervención. Uno de los objetivos del coach teleológico es comprender a cada persona desde sus propios valores y emociones.
Tomando el concepto de escucha activa que desarrolló Carl Rogers, pretendemos ampliarlo y vincularlo a nuestra misión: que nuestro cliente sepa que es escuchado, entendido y comprendido por el profesional que le acompaña. No solo procuramos entenderle y confirmarle que está siendo escuchado, sino que buscamos llegar a comprenderle plenamente, teniendo en cuenta sus emociones y valores, sus sensaciones y creencias, y que perciba que le estamos entendiendo realmente a través de nuestro feedback.
El CT coincide con Rogers en el enfoque centrado en la persona, partiendo de una aceptación incondicional. Solo desde la aceptación y la comprensión de sus emociones y valores, el coach creará las condiciones necesarias para que la persona pueda ir más allá del lugar donde se encuentra, incluso más allá de lo que esperaba inicialmente.
Karen Horney, psicóloga y psicoanalista alemana, destacó que las personas están motivadas por sus propósitos, ideales y metas, y no determinadas por los acontecimientos de su pasado. Habló de la relación entre el yo real y el yo ideal, siendo el real todo lo que la persona es en un momento dado y el ideal lo que aspira a llegar a ser. En CT, hablamos de este yo real cuando las personas pueden definirse tal cual son en este momento y es ahí donde radica la fuerza que las impulsa hacia su desarrollo personal, se refiere a lo que la persona realmente cree, siente, quiere y resuelve en ese momento. Si el yo real es fuerte y activo, facilita la toma de decisiones y la asunción de responsabilidades para llevar a buen término los cambios que son necesarios para lograr sus objetivos. El yo ideal es lo que quiere llegar a ser. El proceso teleológico acompaña a las personas en el camino hacia ese estado ideal a partir del conocimiento de su situación actual. Utilizando una de las metáforas iniciales, el yo ideal es el horizonte que inspira el viaje del cliente.
Erich Fromm trató el tema de la libertad en su ensayo El miedo a la libertad,6 donde establece que el conformismo y la ilusión de la falta de control sobre las circunstancias le proporcionan a la persona seguridad y la sensación de ausencia de responsabilidad. Por otra parte, también afirma que la persona necesita de la libertad para ser completamente feliz y que dicha libertad solo puede alcanzarse mediante el crecimiento personal, el cual le permite al ser humano diferenciarse de los demás y hacerse con un pensamiento y unos objetivos propios. La persona necesita sentirse libre para ser completamente feliz. Naturalmente, la visión de Fromm está muy ligada a una problemática social y a los turbulentos acontecimientos de la época en la que vivió, pero el CT comparte muchos de sus argumentos. En primer lugar, defiende que cada persona es única y libre, aunque no siempre sea consciente de ello. Creer que nuestro destino no está en nuestras manos puede proporcionar algo de alivio, pero lo cierto es que solo mediante el autoconocimiento llegaremos a designar aquello que deseamos alcanzar y solo mediante el ejercicio de nuestra libertad lograremos alcanzarlo.
Otros autores humanistas afirman, en cambio, que existen factores concretos que son necesarios para alcanzar la felicidad. En este sentido, Abraham Maslow desarrolló una teoría sobre la jerarquía de necesidades (la famosa pirámide de Maslow), que establece diferentes estratos de necesidades que, al ser satisfechas, proporcionan seguridad, autoestima y, en última instancia, la autorrealización. La autorrealización es un concepto complejo desarrollado por Maslow, que se refiere a un estado de plenitud relacionado con el desarrollo del potencial humano y el sentido que se otorga a la propia existencia (nótese que aquí queda implícita la necesidad de libertad). Esta pirámide nos permite definir los niveles de intervención profesional más adecuados en función de las necesidades de la persona.

Figura 4. Modelos de intervención adecuados en función de las necesidades de la persona
A pesar de que el CT no contempla las necesidades humanas bajo un prisma tan rígido como el de la pirámide de Maslow, coincide en que existen ciertas necesidades comunes a todos los seres humanos que deben ser satisfechas para lograr el bienestar psicológico. Del mismo modo, el concepto de autorrealización de Maslow es útil en tanto que define un estado ideal de bienestar psicológico que puede usarse como referencia.
No quisiera concluir este apartado sin decir que la búsqueda del sentido a la existencia, esencial para el desarrollo y el bienestar humanos, puede alcanzarse también a través de la espiritualidad. La espiritualidad puede allanar el camino en busca del sentido de la vida. Nadie como Viktor Emil Frankl (1905-1997) lo expresó de forma más clara. Frankl, neurólogo y psiquiatra vienés de origen judío y fundador de la logoterapia, sobrevivió a los campos de concentración nazis y, a raíz de esta experiencia, escribió el libro El hombre en busca de sentido.7 En este libro, Frankl formula una de sus reflexiones más importantes: «Incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar una razón para vivir basada en su dimensión espiritual». Otro concepto muy ligado a nuestro modelo es darle la vuelta a las preguntas que nos hacemos habitualmente; el coach hace preguntas que nos despiertan y nos hacen ver los hechos desde otro lugar. Tomemos, por ejemplo, su transgresor planteamiento: «Tenemos que aprender por nosotros mismos y después enseñar a los desesperados, que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros». Por tanto, a la habitual pregunta «¿qué espero de la vida?», podemos sugerir al cliente un giro sustancial: «¿Qué espera la vida de ti?».
La teoría de los constructos personales fue desarrollada por George Alexander Kelly (1905-1967) y parte del postulado filosófico del alternativismo constructivo según el cual el significado que atribuimos a la experiencia es el resultado de una construcción personal, una visión personal de la realidad. Para el autor, es importante el modo en que cada persona construye y da significado a las palabras. Según Kelly, las personas creamos un sistema jerárquico de constructos que nos permite interpretar la realidad y, por tanto, anticipar consecuencias, relacionarnos con el medio, etcétera. Estos constructos mentales se hallan en constante revisión, especialmente cuando la interpretación de la realidad actual ya no resulta útil. Una misma situación puede ser vivida de formas bien diferentes, idiosincráticas, por distintas personas. Implica también, y esto tiene importantes repercusiones en los procesos de cambio, que una persona no es víctima de la realidad, sino de su construcción de esa realidad. El sufrimiento humano persiste a menudo a causa de que los constructos de la persona no son adecuados y es necesario sustituirlos por otros más útiles. Se trata de un proceso de construcción y reconstrucción que se va sucediendo y que se puede explicar mediante el siguiente ciclo de la experiencia, planteado por Kelly:
• Anticipación de la experiencia. Los procesos vitales de una persona se canalizan psicológicamente por la forma en que anticipa los acontecimientos. El ser humano busca entender, predecir y controlar el curso de su vida. Por ejemplo, si construyo una imagen de mí mismo como fracasado, anticiparé que, haga lo que haga, fracasaré, o, por el contrario, si me imagino como alguien capaz, anticiparé que haga lo que haga, si no logro mis objetivos, la experiencia me reportará un aprendizaje para la próxima vez.
• Implicación en el resultado. Esta anticipación no solo tiene que ver con los constructos que hace el propio individuo, sino con los que otras personas o la sociedad han elaborado, como, por ejemplo: «Si fracasas, no serás nada en la vida», o, por el contrario: «Quién persevera lo logra».
• Encuentro con el suceso. Cuando la persona se halla ante una situación determinada, confirma su anticipación o intenta corregirla para ajustarla más a la realidad. Por ejemplo, si no logro lo que me he propuesto, puedo valorar lo conseguido como un paso adelante, o bien pensar que como no se han cumplido mis expectativas, no he logrado nada de nada.
• Validación e invalidación de la anticipación. La persona confirma o invalida su hipótesis inicial.
• Revisión constructiva del sistema. La confirmación de esta hipótesis inicial hará que la persona no considere necesario revisarla. Si no la confirma, será el punto de partida para revisar la hipótesis inicial.
Los constructos se organizan dicotómicamente: bueno-malo, valiente-cobarde, mentiroso-honesto, etcétera. A partir del análisis de estas construcciones la persona se conoce mejor a sí misma y los sistemas de creencias implicados en sus decisiones. Cuando estas representaciones dejan de ser útiles para la persona o se alejan de la realidad (a menudo a raíz de una percepción distorsionada de esta), generan problemas; entonces deben ser revisadas. Mediante la metodología teleológica, el coach puede ayudar a la persona a detectar estos elementos, darles nuevos enfoques y explorar posibles alternativas.
Desde la psicología positiva se desarrollan valores como la felicidad, el bienestar o la salud a partir de una actitud positiva, en función de las estrategias de afrontamiento de las personas, su capacidad de resiliencia, su actitud optimista, el desarrollo de su autoestima y la regulación de sus emociones, y se potencian aquellas que le alientan y estimulan a realizar los cambios necesarios para ser feliz.
Como la psicología positiva, el CT se centra en la búsqueda de lo positivo, en lugar de centrarse en las carencias, deficiencias o pensar en la mente humana en términos de patología, tal como ha hecho históricamente la psicología tradicional. De la psicología positiva, el CT también recoge el enfoque respecto a la intervención, entendiéndola como una ayuda a las personas para encontrar recursos útiles que las lleven a la felicidad.
En este punto, hay que mencionar a Martin Seligman y su concepción eudaimónica de la felicidad (en la línea que ya marcaron pensadores tan reconocidos como Aristóteles o Thomas Jefferson, entre otros). Seligman, famoso por sus estudios sobre la indefensión aprendida y, más recientemente, por sus trabajos en psicología positiva, defiende que la auténtica felicidad es de naturaleza eudaimónica y no hedónica, como comúnmente suele pensarse. Etimológicamente, la palabra eudaimonía procede del vocablo griego que designa la plenitud, mientras que el término hedonismo se refiere más bien al placer físico. A pesar de que en nuestro imaginario ambos conceptos se asocian a la idea de felicidad, lo cierto es que mientras que el primero se asocia a un estado mental, emocional y físico sano, a una actitud responsable y una mayor dosis de libertad y bienestar (especialmente en las etapas avanzadas de la vida), el segundo no.
Nuestro modelo comulga con Seligman en la visión eudaimónica de la felicidad, vinculada al crecimiento personal y a la plenitud, al descubrimiento de un significado trascendental de nuestra existencia y a la consecución de una elevada autoestima, un estado similar a la autorrealización de Maslow de la que hemos hablado.
Tanto el CT como el propio pensamiento occidental actual recogen influencias de la tradición filosófica oriental. Un claro ejemplo es el mindfulness, concepto y práctica psicológica mediante el cual el profesor Jon Kabat-Zinn popularizó en el mundo occidental elementos propios del budismo zen oriental. Este movimiento propugna la conexión total de la mente con el momento presente, un elemento recurrente en el coaching que facilita que el cliente se centre en la situación que está viviendo y en los pensamientos y las emociones que le genera. Además, el CT recoge también del pensamiento zen la convicción de que la sabiduría que precisa la persona se halla en su interior y no en el exterior. Escuchándose a sí misma la persona logrará encontrar la llave que abrirá la puerta a su conocimiento interior.
El proceso de CT puede representarse como una línea temporal en la que cada momento no es sino un punto de la línea. A lo largo de esta línea, el coach favorece que el cliente se centre en el momento presente, sin olvidar mantener el rumbo hacia el punto final: su objetivo.
En todo proceso de CT nos centramos en el presente para conversar sobre el futuro que la persona quiere construir, superando sus propias limitaciones. Nuestra naturaleza nos impide obviar que partimos de un pasado y nos dirigimos a un futuro, siendo el presente tan solo un punto en el camino, pero es necesario distinguir entre la conciencia de la responsabilidad sobre nuestros actos y la obsesión con los acontecimientos futuros o pasados. Centrar la atención en el pasado (a menudo, a causa de la culpa o de la vergüenza) o en el futuro (frecuentemente, a causa de la inseguridad o del miedo), no conduce sino a la infelicidad y a la frustración.
Solo podemos actuar sobre el presente, de modo que centrémonos en él.
Aprendemos para adaptarnos y nos adaptamos para sobrevivir. La teoría del desarrollo cognitivo de Jean Piaget es una de las teorías pedagógicas que más impacto ha tenido en el campo de la pedagogía y de la psicología evolutiva, y es una teoría integral sobre la naturaleza y el desarrollo de la inteligencia humana. Piaget (1896-1980), psicólogo suizo, elaboró una teoría del aprendizaje que entiende el acto de aprender como una reorganización de las estructuras cognitivas existentes en cada momento y en cada persona. Según la teoría del aprendizaje de Piaget, el aprendizaje es un proceso que adquiere sentido en situaciones de cambio. Así, el aprendizaje es concebido como un proceso de adaptación a esos cambios. Piaget plantea la dinámica de adaptación mediante los procesos de asimilación y acomodación y mediante estos vamos reestructurando cognitivamente nuestro aprendizaje a lo largo de nuestro desarrollo. Para Piaget, asimilación y acomodación interactúan mutuamente en un proceso de equilibrio.
• Asimilación. Es el modo en que una persona se enfrenta a una situación a partir de sus estructuras cognitivas actuales. Los estímulos, las ideas o las situaciones externas son siempre asimilados por algún esquema mental preexistente.
• Acomodación. Implica una modificación de la organización actual en respuesta a las demandas del medio. Este proceso implica que el cliente transforma sus esquemas y estructuras cognitivas para poder incorporar esta estructura a nuevas situaciones, ya sea porque el cliente ha logrado construir un nuevo esquema o porque ha modificado uno ya existente, pudiéndolo integrar a nuevas situaciones de manera natural.
Para Piaget, el desarrollo intelectual es un proceso de reestructuración del conocimiento que se inicia con un cambio que genera un conflicto o desequilibrio en la persona, lo cual modifica su estructura cognitiva. Cuando el equilibrio se ve alterado, se produce un conflicto cognitivo, que hace que la persona comience a cuestionarse hasta encontrar el conocimiento necesario que le permitirá restablecer el equilibrio con una realidad más rica.
El coach puede generar oportunidades para que el cliente elabore nuevas ideas o esquemas que le permitan alcanzar un nuevo equilibrio más efectivo. A través del proceso, el cliente aprende por sí mismo a cambiar algunas maneras de pensar que le estaban frenando o produciendo malestar emocional y toma conciencia de su forma de pensar y actuar, habitualmente a partir de lo que está sintiendo.
Cualquier cambio sostenido en el tiempo implica un aprendizaje. Recordemos que el coach no enseña nada a su cliente, sino que le acompaña en su aprendizaje, apoyándole desde la escucha activa y desde la observación, mediante las preguntas y el feedback. Como afirmaba Piaget, el aprendizaje es autogestionado, el cliente es capaz de construir su conocimiento a partir de sus experiencias previas, lo conversado durante la sesión de coaching y las oportunidades que genere el coach de desvelar aquellos conocimientos sobre sí mismo que permanecían ocultos para el cliente.
El coach acompaña a su cliente en la exploración fuera de su zona de confort, es decir, en su zona de aprendizaje o de expansión, pero sin llegar a la zona de pánico, como diría Leonardo Wolk (2003), psicólogo y coach argentino, autor del libro Coaching: el arte de soplar las brasas.8

Figura 5. Zona de aprendizaje
En la zona de confort es prácticamente imposible aprender, en tanto que se trata del terreno de lo conocido y la persona funciona en él con el piloto automático. Pero en la zona de pánico tampoco puede darse aprendizaje, ya que el miedo anestesia nuestra capacidad cognitiva. El temor no deja espacio para la creatividad ni el aprendizaje. Podemos reaccionar ante una amenaza, pero no habrá compromiso con el aprendizaje. La zona de aprendizaje, en cambio, es una zona de expansión ilimitada en la que hay voluntad de aprender, de cambiar, y que se conecta con la humildad de saber que hay cosas que todavía desconocemos, con la curiosidad de adentrarnos en otros saberes y con la alegría por cada descubrimiento.
Si al realizar el proceso de coaching con la persona notamos que está entrando en la zona de pánico, hemos de volver a la zona de aprendizaje. Nuestro objetivo es generar la confianza, la confiabilidad, el respeto, la comprensión y la compasión que la persona necesita para aprender. En estos casos, sugiero realizar un experimento para tomar conciencia de que el aprendizaje ha de nacer del amor y no del miedo: reboza el dedo en un platito con azúcar, póntelo en la boca, piensa en lo que necesitas aprender y lame tu dedo. Vincula el aprendizaje con una sensación dulce. El aprendizaje que nos hace ser personas maduras, autónomas y libres no nace del miedo, sino del amor. De todo podemos aprender. Todo lo que experimentamos es fuente de autoconocimiento y de aprendizaje si lo aprovechamos: la observación de nosotros mismos, la observación de los demás, los conocimientos que otras personas comparten, la observación de la naturaleza, etcétera.
Imagina por un momento que se te pide que te concentres en un objeto, como el techo, y en lo que puedes aprender de él.
COACH: ¿Cuál es tu techo?
Tú: Lo desconozco.
COACH: ¿Qué tiene que ver el techo con este momento de tu vida?
Tú: Desconozco cuál es mi límite y la incertidumbre me preocupa.
COACH: ¿Qué ves cuando observas el techo?
Tú: Ganas de seguir probándome y retándome.
COACH: ¿Es una barrera o una posibilidad?
Tú: Una barrera.
COACH: ¿De qué te está protegiendo?
Tú: Del fracaso.
COACH: ¿Qué te ayudaría a tocarlo?
Tú: Confiar en mí.
COACH: ¿Hay algo por encima del techo?
Tú: El cielo.
COACH: ¿Cómo podrías agujerearlo?
Tú: Ignorando el miedo.
COACH: ¿De qué has tomado conciencia?
Tú: De que puedo elegir aceptarlo y superarlo, o aferrarme a él y estancarme. Elijo aceptarlo y seguir adelante.
Cualquier objeto o experiencia personal o ajena puede ser el inicio de un diálogo teleológico profundo y transformador. Un factor al que hemos de prestar especial atención es la rapidez de la respuesta de la persona. Cuando es demasiado rápida, puede ser una respuesta automática, que no nace de la reflexión, sino de lo que habitualmente se dice a sí misma. Ese tipo de respuestas no provocan el cambio, pero en ocasiones las hemos de despejar y dejar aflorar para seguir indagando y que aparezca aquella respuesta que nace de un despertar de la conciencia. Es un descubrimiento que incluso hace que la persona cambie su postura, sus gestos y su actitud: «¡Ahora lo veo! ¡Por fin lo he entendido! ¡Noto que respiro de otro modo, me siento más ligera!».
La creatividad del coach es una competencia esencial para acompañar al coachee en momentos de bloqueo, o para que la persona salga de su zona de confort y llegue a la de aprendizaje. Es un proceso dulce, ya que surge del conocimiento de uno mismo, y no es algo totalmente desconocido. De hecho, el cliente suele comentar que ya lo intuía, que lo sospechaba, o que en el fondo ya lo sabía, pero que gracias a las preguntas pudo quitar el velo que cubría lo que estaba velado. Avanzar en el proceso implica integrar las nuevas informaciones y fortalezas que se van desvelando. Por ese motivo, el CT pone el énfasis en que la persona tome conciencia de su propio cambio y averigüe cómo aplicar lo aprendido en las distintas áreas de su vida cotidiana. El aprendizaje implica un mayor autoconocimiento y el descubrimiento de recursos personales que permiten desenvolverse con más facilidad y adaptarse a un mayor abanico de situaciones. Por lo demás, el cambio y el aprendizaje solo se producirán si el objetivo del proceso resulta significativo para el coachee en su situación personal actual.
Tan importante como la integración de lo que va descubriendo es que la persona tome conciencia de la responsabilidad sobre su situación y el poder de sus actos para cambiar su vida, de tal forma que es la propia persona quien decide cambiar su situación o dejarla tal como está.
A lo largo de los últimos dos siglos, se han desarrollado diferentes teorías relacionadas con el liderazgo, de las cuales también se ha nutrido nuestro modelo. En primer lugar, la creencia de que las habilidades para liderarnos y liderar a los demás pueden desarrollarse. Basándose en este planteamiento, el CT puede convertirse en un proceso de intervención que sirva para ayudar a las personas a mejorar su capacidad de liderar sus vidas, lo que constituye la esencia y la razón de ser del modelo.
Dada su gran influencia humanista, el CT se plantea cualquier situación como una oportunidad de crecimiento para el ser humano. Por ello, suscribe que el trabajo y las responsabilidades constituyen una forma natural de realización para las personas, y se adhiere al planteamiento de la teoría Y, de James MacGregor Burns (1978), sobre los estilos de liderazgo (opuesta al planteamiento X, que postula que el ser humano rehúye por naturaleza el trabajo y la responsabilidad, y que debe ser coaccionado o premiado para avanzar). Desde este enfoque, entendemos que el ser humano se desarrolla mediante la adquisición de responsabilidades. Por ello responde positivamente a un liderazgo que lo integre en proyectos, en lugar de recurrir a una motivación simplista de corte conductista (es decir, basada únicamente en la recompensa y el castigo). Por supuesto, todo ello puede relacionarse fácilmente con la necesidad humana de otorgar un sentido a nuestras vidas: el ser humano se siente motivado y realizado por el trabajo y la responsabilidad.
A pesar de su influencia en nuestra concepción actual del liderazgo, estas teorías clásicas han sido abandonadas en pro de un enfoque más integral. En este nuevo modelo se propone que el líder es un mero catalizador que favorece la adaptación y el cambio a partir de la gestión del talento. Sin duda, el CT puede emplearse con equipos de trabajo, pero el presente libro se centra en un planteamiento más individual y humano que colectivo y empresarial. Es preciso, en cambio, hablar de lo que podríamos llamar «liderazgo emocional», que no es otra cosa que la aplicación de la inteligencia emocional al liderazgo.
Otro autor que ha influido en la concepción del liderazgo personal es Stephen Covey (1932-2012), reconocido experto mundial en temas de liderazgo, autor, entre otros, del famoso libro Los siete hábitos de la gente altamente efectiva (1989).9 Covey habla del liderazgo personal como un conjunto de hábitos que configuran el carácter de una persona.
Las nociones que en general se aplican al liderazgo de alguna manera son transferibles al liderazgo personal. Cuando se habla de liderazgo pensamos en directivos o jefes de grandes empresas, y no es habitual que lo asociemos a nuestra vida personal.
Liderar, en términos genéricos, significa dirigir o ayudar a conducir a otros e inspirarles hacia un determinado objetivo. Este objetivo puede ser de cualquier tipo, y si hablamos de la vida de una persona, hacemos referencia a sus objetivos vitales y existenciales, es decir, aquellas aspiraciones que quiere y desea alcanzar a lo largo de su vida. Desde el modelo teleológico pretendemos un enfoque holístico que abarque el ámbito global de la vida de una persona, es decir, que aplique sus hábitos de liderazgo a los distintos roles que asumirá a lo largo de su vida.
El liderazgo personal no está conformado por una sola experiencia. No comienza ni termina con la enunciación de la misión personal. Se trata, en cambio, de un proceso mediante el cual se mantiene en mente la propia visión personal y los propios valores, para organizar nuestra vida en función de ellos.
Stephen Covey
Un líder es una persona visionaria. ¿Cómo se alcanza esa visión? Es un proceso que parte de quienes somos ahora, de lo que hasta el momento hemos logrado para llegar a ser quienes queremos ser y conseguir aquellas metas que nos propongamos, a través de un camino basado en pensar en grande. Este pensar en grande es una habilidad que se desarrolla cuando estamos convencidos de que podemos hacer grandes cosas, que nuestra vida tiene un propósito mayor y más trascendente que nosotros mismos, que nuestro paso por el mundo servirá para contribuir a hacerlo un poco mejor, para dejar un legado a nuestros hijos. Es el convencimiento de que hemos nacido para desarrollar todo nuestro potencial.
Como coaches teleológicos generamos condiciones para que la persona pueda trazar un camino de diversos pasos y, a través del recorrido, ir alcanzando paulatinamente ese objetivo o visión. Este camino no es algo impuesto desde fuera, no es una obligación, sino que es una elección consciente que parte de nuestra situación actual para alcanzar el estado deseado que está representado en esa visión.
La visión de un logro es el mejor regalo que un ser humano puede ofrecer a otros.
Ayn Rand
El liderazgo personal significa que nos hacemos responsables de ir hacia nuestra meta, hacia nuestro objetivo. Desde el coaching teleológico compartimos la idea de que el objetivo de la vida es nuestro proyecto vital o existencial. Para definir y vivir este proyecto vital necesitamos tomar la iniciativa, descubrir nuestros recursos internos, poner toda nuestra pasión y determinación para lograrlo.
No se trata de hacer lo posible.
Se trata de hacerlo posible.
La libertad, la responsabilidad y el compromiso con nosotros mismos y con nuestra meta son valores esenciales que guiarán nuestras decisiones. Para liderarnos hemos de conducirnos a nosotros mismos en una dirección:
• ¿Para qué es nuestra vida?
• ¿Qué vamos a hacer con ella?
• ¿Hacia qué objetivos, metas o visiones estará orientada?
• ¿Cuáles son nuestras capacidades, talentos y competencias?
• ¿Cuáles son nuestros valores personales?
• ¿Cómo hacemos para alcanzar esas visiones que pueden ser de corto, medio y largo alcance?
Las visiones, a su vez, están vinculadas a otras visiones de la vida que incluyen desde objetivos muy amplios hasta objetivos muy específicos, que se van alcanzando en el camino de la visión de forma paulatina para así llegar a vivir una vida plena de sentido.
El proyecto vital y existencial de nuestra vida es algo que nosotros elegimos. El proyecto vital es el objetivo de nuestra vida y cómo, a través del hecho de vivirla, vamos a ir dando pasos para alcanzarlo. Es una reflexión que cada uno de nosotros irá descubriendo y construyendo de manera paulatina; poco a poco nos vamos dando cuenta de aquellas cosas para las cuales nacimos. Cualquier desafío que nos propongamos en un proceso de cambio con nuestros clientes hemos de poder conectarlo con su propio proyecto existencial para que cobre sentido y se mantenga en el tiempo. Realizar la siguiente pregunta puede ser crucial para el desarrollo del liderazgo personal en un proceso teleológico:
¿Cuál es tu proyecto existencial?
Algunas de las pautas que nos dan y que nos señalan el camino son los dones y las aptitudes que poseemos de forma natural. El proyecto existencial vital nos invita a vivir nuestra vida en lugar de que nuestra vida sea un responder a órdenes, deseos o mandatos ajenos. Se trata de ser nosotros mismos, de que determinemos qué vamos a hacer de nuestra vida en lugar de estar respondiendo a exigencias o a expectativas de otros.
Solo los mediocres mueren siempre en su mejor momento. Los líderes auténticos siempre están mejorando y elevando el listón de la calidad de sus actos y la velocidad de sus movimientos.
Jean Giraudoux
El liderazgo personal, desde el enfoque teleológico, se basa en un proceso de cambio guiado por una metodología de intervención a través de la cual nosotros mismos determinamos nuestro objetivo, nuestra visión o nuestra meta en la vida a corto, medio y largo plazo. Una vez concretada la visión, trazaremos un camino para que paso a paso nos acerquemos a la concreción de este proyecto que debe estar siempre vivo. El proyecto vital es dinámico y flexible, es algo que se va enriqueciendo y que vamos descubriendo a través del hecho de ir viviendo nuestra vida de manera consciente.
El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida.
Viktor Frankl
Los seres humanos llegamos al mundo cargados con una capacidad intrínseca para aprender, crecer y alcanzar logros y metas significativas. Sin embargo, no todas las personas pueden desarrollar efectivamente todo o gran parte de su potencial intrínseco. El coach teleológico acompaña a las personas a desarrollar todo este enorme potencial.
El estatus de una vida bien lograda tiene que ver con los hábitos cognitivos y con el desarrollo de recursos personales.
Luis Huete
El liderazgo personal empieza con quiénes somos, es decir, con los valores que nos guían, las cualidades que poseemos y el conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Con lo que somos, hacemos, dando ejemplo y siendo coherentes en nuestro pensamiento y acción. Desde quiénes somos y qué hacemos, interactuamos con el mundo y estamos atentos a las consecuencias que nuestras decisiones y acciones comportan para responder a ellas responsablemente. Nace de nuestro poder interior, de haberlo buscado en nuestro corazón y en nuestros valores. El liderazgo personal está vinculado al cambio como estrategia para ser quienes queremos ser, un cambio de verdad que transforma a la persona que se lidera y que quiere acompañar en su liderazgo a personas cada vez más conscientes y despiertas.
Para que los hábitos del liderazgo personal perduren en el tiempo hay tres aspectos fundamentales:
1. SER CONSCIENTES
• ¿Cuál es mi visión?
• ¿Dónde quiero llegar?
• ¿Qué busco con esta meta?
• ¿En qué situación me encuentro?
• ¿Qué me separa de mi objetivo?
• ¿Qué camino tendré que recorrer?
• ¿Qué logros he alcanzado actualmente que en el pasado me parecían inalcanzables?
2. SER RESPONSABLES
• ¿Cuáles son mis capacidades y recursos internos?
• ¿Qué puedo elegir libremente?
• ¿Qué respuesta quiero dar a las situaciones que iré afrontando?
• ¿De qué decisiones soy responsable?
• ¿Qué combinación de valores necesito para ser responsable?
3. SER PROACTIVOS
• ¿Qué empezaré a hacer de manera distinta a partir de ahora?
• ¿Qué es lo que más me entusiasma de esta meta?
• ¿Cuáles son mis fuentes de energía?
• ¿Con qué me comprometo?
• ¿Qué me ayudará a desprenderme de hábitos adquiridos que me alejan de mi visión?
• ¿Qué acciones emprenderé?
• ¿Qué indicadores me permitirán evaluar los resultados?
• ¿Qué nuevos hábitos estaré aplicando?
Cuando hablamos de liderazgo personal nos referimos a tomar las riendas de nuestra vida, de hacernos protagonistas de nuestra historia, de utilizar nuestra energía intelectual, emocional, física y espiritual para logar nuestros sueños y asumir la responsabilidad de nuestras decisiones. Todos podemos ser líderes de nosotros mismos.
Los retos que actualmente hemos de afrontar en nuestras organizaciones, empresas, familias o naciones requieren líderes despiertos, conscientes y preparados. Líderes que sepan tomar decisiones con fundamento, desde los valores y no desde el miedo, que no busquen el beneficio personal ni anhelen resultados a corto plazo. Necesitamos líderes que sepan dar soluciones a los grandes desafíos que se presentan cada día, tomando decisiones valientes basadas en el respeto, la coherencia, la consideración y el bien común. Líderes con una visión clara y que la sepan transmitir, para inspirar los cambios que nuestra sociedad necesita. Líderes capaces de generar sinergias entre una visión y unos valores compartidos.
Habitualmente, las personas que piden hacer un proceso de CT quieren crecer y desarrollar su liderazgo, ya sea en su rol de padres, directivos, empresarios o políticos. Un liderazgo para construir equipos y organizaciones innovadoras, sostenibles y que tengan en cuenta la diversidad cultural de las personas que las configuran. Son personas que desean conseguir el éxito mientras ayudan a hacer del mundo un sitio mejor.
La gente se siente sola porque construye muros en lugar de puentes.
John F. Newton
Un proceso de CT es un entrenamiento —que se construye en el diálogo entre el coach y el coachee— para que la persona que quiere realizar un cambio en su vida llegue a liderarse a sí misma, tanto a título personal como profesional. Como profesionales, acompañamos a la persona en su autoaprendizaje, desde la reflexión y la toma de conciencia, hasta la percepción de llevar las riendas de su propia vida.
Cuando alguien se interesa por un tema, debemos indagar sobre qué es lo que realmente le interesa a esa persona. Invitémosla a decir lo que sabe o cómo entiende ella el tema y de este modo centraremos la conversación en lo que verdaderamente le interesa. Por ejemplo, en un grupo de formación sobre coaching podemos estimular a los participantes a realizar una lluvia de ideas sobre lo que ya saben del tema y, posteriormente, debatir para ir construyendo objetivos, metas, definiciones y conceptos que, al ser compartidos, empiezan a generar sentido de pertenencia y un vínculo entre los participantes, y el reconocimiento por lo que han generado juntos. Creo firmemente que aprendemos por nosotros mismos, pero que aprendemos de y con otras personas.
Existe un ejercicio muy útil que podemos utilizar para transmitir que un proceso de coaching no pretende encontrar todas las respuestas ante las incertidumbres de la vida, sino que se trata de acompañar a las personas a encontrar su propia fórmula, aquella que podrán aplicar siempre, para liderar su vida. El ejercicio es el siguiente.
Observemos, durante cinco segundos, este número de dieciocho dígitos:
149.162.536.496.481.100
¿Lo recordamos? Habitualmente no se recuerda entero. ¿Hemos de poner toda nuestra energía en recordarlo o existe una fórmula que nos permita evocar esta cifra?
Ahora, fijémonos en estos números y cómo están ordenados:
(1)² (2)² (3)² (4)² (5)² (6)² (7)² (8)² (9)² (10)²
Se trata de la serie de números naturales del 1 al 10 elevado cada uno al cuadrado. Con esta formulación, podremos construir la primera cifra. Es una fórmula que conocemos, que no necesitamos aprender. A partir de la fórmula siempre que lo necesitemos podremos escribir el resultado. Es más fácil recordar la fórmula (creencia) que el resultado (conducta).
No se trata de recordar qué hacer en cada situación de la vida (en nuestro interior existe mucha información desorganizada), sino de ordenar nuestro conocimiento interno. A través del proceso de CT la persona encuentra aquella fórmula que le resulta familiar y que mora en su interior: la estructura que ordena e integra lo que ya sabe de sí misma, con la finalidad de utilizarla rápidamente ante distintas situaciones. Existe una estructura, una fórmula única para cada uno de nosotros, que nos permitirá liderar nuestra vida. Una fórmula que, si dejamos de aplicar, nos aleja de nuestro centro. Si conozco y comprendo la fórmula, siempre podré obtener el resultado que deseo. Creo que todo proceso de vida responde a una ecuación: que la vida nos va ofreciendo nuevas variables (situaciones) de las que, si aplicamos la fórmula que nos funciona, obtendremos resultados satisfactorios. Por ejemplo, Rosa, una clienta, encontró su fórmula: conectar con su paz interior para conectar con su paciencia. Cuando se colocaba en la impaciencia lo hacía con el sufrimiento y se relacionaba con los demás desde la frustración y el miedo. Pero aprendió que cuando conectaba con su paz interior podía asumir la realidad y relacionarse con los demás desde la empatía y la comprensión. Esta fórmula le permitía rápidamente conectar con la solución al problema de relación con los demás y con ella misma y elegir si quería aplicar la fórmula o no. Cuando lo hacía sabía que estaba liderando su vida.
El CT es un proceso que siempre parte de las capacidades y las competencias de la persona, y no de sus debilidades. Construimos el diálogo a partir de los recursos que ya posee la persona, de lo que sabe hacer. De donde no hay, no se puede obtener nada. ¿Cómo podemos lograr un cambio partiendo de una carencia?
El coach teleológico parte del siguiente paradigma:
La persona posee en su interior los recursos que necesita para conseguir los cambios que precisa.
Serán estas cualidades y competencias las que le servirán como punto de partida y de apoyo para realizar el proceso de cambio.
No soy un sabio ni tampoco he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi alma [...]. Y es evidente que nada se aprende de mí porque son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran tan bellos pensamientos.
Platón
Como hemos dicho, el CT no se centra en la mejora de las debilidades, sino en identificar y utilizar las habilidades y cualidades que el cliente ya posee para afrontar los problemas del día a día. Aunque la demanda sea mejorar cierta competencia, centraremos la intervención en las que ya tiene y en transferir estrategias de una parcela de la vida en las que funcionan bien a otra que se quiere mejorar.
De esta forma, descubriremos sus recursos internos y acompañaremos a la persona para que los transfiera a la situación que quiere cambiar o mejorar. Por ejemplo, a una persona que nos dice que el fin de semana no se organiza y que se le pasa volando, sin haber hecho casi nada de lo que se había propuesto, podemos preguntarle:
COACH: ¿En qué situaciones logras hacer lo que te habías propuesto?
CLIENTE: En el trabajo.
COACH: ¿Qué haces en el trabajo para lograrlo? ¿Qué priorizas en el trabajo? ¿Qué cualidades te ayudan a hacerlo? ¿Cuál es tu meta?
A partir de aquí podemos identificar las cualidades, las expectativas, los valores y las creencias que pueden transferirse a la situación de los fines de semana, que son recursos que la persona posee y no necesita aprender de nuevo.
Partimos, por tanto, del convencimiento de que la persona es capaz y posee las respuestas que necesita. Nuestra función se limita a realizar las preguntas y ofrecerle los feedback que le permitirán hallar estas respuestas o soluciones desde sus experiencias previas y sus éxitos anteriores, mediante la reflexión profunda y honesta sobre sí misma. Recordemos, por ejemplo, el proceso de Laura, expuesto al inicio del primer capítulo del libro (página 23-24).
Aunque es probable que el lector ya intuya en qué consiste nuestro modelo, es necesario ofrecer una definición explícita y detallada del CT.
El CT es un modelo de coaching centrado en el ser y orientado a un fin, cuyo modo de intervención es la metodología teleológica. Su objetivo es que las personas logren liderar sus vidas.
Liderar la propia vida significa hacerse responsable de uno mismo, de los propios sentimientos, decisiones y consecuencias, acciones y resultados. La palabra teleología proviene del griego teloj (telos) —que significa «finalidad, plenitud, llevar a cabo»— y lÒgoj (logos) —que significa «palabra, razonamiento, habla, pensamiento» e incluso «sentido, verbo, acción»—. La teleología responde a tres preguntas básicas:
• ¿Para qué lo haré? Pregunta orientada a la finalidad o al propósito del proceso, aquello que se desea conseguir mediante el cambio.
• ¿Dónde quiero llegar? Pregunta orientada al destino final, que plantea el objetivo y el cambio concreto que se quiere realizar a lo largo del proceso.
• ¿Qué sentido posee? El cambio solo puede darse si es significativo para la persona.
La palabra teleológico aplicada al coaching implica que el proceso tiene un propósito, pero también un límite: el objetivo concreto del proceso. Este objetivo tendrá sentido (y dotará de sentido al proceso) en la medida en que esté vinculado al proyecto de vida de la persona, ya que otorgará significado al plan de acción que se defina. No podemos entender un proceso teleológico sin la existencia de una finalidad, concretada en la elección de un objetivo muy claro, que le confiera un sentido específico y favorezca la motivación para el cambio.
Un proceso de CT es un proceso de cambio. Para que este cambio sea duradero, es necesario integrar todo lo vivido y que, durante el proceso, las tres preguntas (anteriormente planteadas) sean contestadas satisfactoriamente. De esta forma, el cambio se integrará en el contexto global de la vida de la persona.
Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Antonio Machado
Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza exacta del proceso de cambio? Como ya se ha dicho, todo ser humano posee en su interior los recursos necesarios para su propio desarrollo personal. Además, cada uno de nosotros posee un don o talento que le hace único, especial, diferente e irrepetible. Pues bien, esos recursos, esas fortalezas, son el punto de partida ideal para el proceso. En algunas personas estos talentos se manifiestan de manera natural, en otras solo emergen gracias a unas circunstancias determinadas, mientras que en otras quedarán latentes esperando la oportunidad para surgir. A menudo, nuestras propias creencias limitadoras son el principal obstáculo para que puedan expresarse. En esos casos, el profesional favorecerá el descubrimiento y la reformulación de estas creencias para que se pongan de manifiesto sus talentos.
Por otro lado, este proceso de cambio no se limita a la conducta de la persona, pues un cambio tan superficial correría el riesgo de ser temporal. Se trata de un proceso global que acontece mediante la sucesión de insights (tomas de conciencia o revelaciones) y cambios de paradigma, favorecidos por las preguntas y los feedback del profesional, así como por la implicación y el compromiso de la persona que desea cambiar.
Es por ello que en el proceso de CT poseen una gran importancia los valores éticos de la persona. Cada ser humano da una determinada importancia a cada uno de los valores de su cultura y, consciente o inconscientemente, actúa con arreglo a ellos. Así, un profundo proceso de cambio solo será posible si es coherente con los principales valores de la persona. Los coaches son profesionales que acompañan a sus clientes para aprovechar al máximo su potencial y hacer realidad sus sueños, pero siempre desde aquellos valores que los guían. Un conflicto entre diferentes valores importantes para una persona, o una conducta incoherente con estos valores primordiales, a menudo es la fuente del malestar.
Los valores son el fundamento y el centro de nuestras decisiones; son el criterio a partir del cual evaluamos nuestras acciones y las de los demás. Los valores cumplen una función vital, ya que nos centran cuando la vida nos presenta situaciones de incertidumbre, ambigüedad y cambio. No podemos mantener el equilibrio sin fundamentos que nos mantengan firmes cuando las circunstancias sean desfavorables o nos hallemos ante disyuntivas que nos hacen tambalear. Así como nuestras competencias, nuestro estado anímico, nuestra autoestima o incluso nuestra concepción del mundo pueden variar, los valores que nos guían seguirán siendo la roca a la que aferrarnos en las turbulentas aguas de la incertidumbre. Valores como la justicia, el respeto, la libertad, la honestidad, el compromiso, la integridad, la lealtad o el amor, nos ayudarán a tomar las decisiones correctas: ¿cuál es la decisión más justa? Si soy honesto conmigo mismo, ¿qué haré?, ¿con qué estoy comprometido?
El liderazgo personal es un proceso en continua expansión y desarrollo, que nos ayuda a mantener la perspectiva y la visión clara. Pone nuestros valores en primer lugar, de forma que seamos congruentes con lo que realmente es importante en nuestras vidas. Pongamos, por ejemplo, nuestro rol parental. Si cuando nuestros hijos se equivocan nos guiamos por nuestros valores, nuestras interacciones aportarán seguridad, sabiduría, amor, respeto, firmeza, confianza y consideración. En cambio, si reaccionamos desde el miedo al qué dirán, la frustración porque no nos obedecen o el miedo a que no puedan afrontar su futuro, ¿cómo serán nuestras interacciones con ellos?, ¿qué relación o vínculo estaremos construyendo?, ¿qué modelo les estamos ofreciendo?
Pongamos el caso de una madre que toma conciencia de que no está siendo congruente con lo que siente y piensa, y que pide ayuda a un coach porque no está consiguiendo el tipo de familia que quería construir. Su objetivo es ser la madre que siempre había soñado ser, pero, en el fondo, lo que quiere es fortalecer su liderazgo personal como madre. Cuando reacciona desde el miedo y lo afronta ejerciendo el control o, para sentirse segura, necesita demostrar a sus hijos que tiene la razón, no se está enfocando en la madre que quiere ser, sino que está siendo una madre asustada a la que la situación se le desborda cada vez más. Un proceso de CT le permitirá reconocer sus valores y establecer un compromiso consigo misma y con la manera de interactuar con sus hijos. Por eso, en primer lugar, será necesario que reflexione e identifique aquellos valores desde los cuales quiere relacionarse consigo misma y con sus hijos. A continuación, aprenderá a observarse y a reconocer sus reacciones instintivas y sus respuestas positivas más habituales. Al reconocer sus reacciones, probablemente identificará los miedos y las frustraciones que la impulsan a actuar con impaciencia, injustamente, con enojo o brusquedad, y que no le permiten ser la madre amorosa, comprensiva y, a la vez, firme que siempre había soñado ser.
Al iniciar el proceso de cambio, esta persona empieza a visualizar otro futuro y, día a día, a ponerlo en práctica para hacerlo realidad. Al conectar con sus valores, aprenderá a actuar desde el amor, el respeto, la confianza, la colaboración y la contribución; valores que la guiarán y que, a la larga, integrará en el centro de su proceso de toma de decisiones. Sabrá elegir de manera consciente cómo actuar, cómo ser cuando interactúa con sus hijos, y obtendrá unos resultados y una satisfacción que la llenarán plenamente. Al inicio de un proceso de CT, la persona debe descubrir los valores en función de los cuales desea interactuar con los demás e identificar cómo (y basándose en qué) interactúa actualmente. A partir de ese momento, será capaz de visualizar (e iniciar) el cambio.
El desarrollo del liderazgo personal implica poner en el centro de nuestras vidas los valores que, como un faro, iluminarán y nos indicarán el camino para tomar las decisiones correctas. Cuando tomamos decisiones que traicionan o comprometen nuestros valores, generamos malestar y desconfianza hacia nosotros mismos. Por ello es importante que los compromisos que adquiere el cliente a lo largo del proceso sean realistas, significativos para él y que estén en consonancia con su naturaleza y sus valores más importantes, de manera que sea natural y gratificante cumplirlos.
Pero ¿qué valores debo poner en el centro de mi vida?, ¿qué grado de compromiso adquiero con mis valores? No siempre es fácil definir los propios valores, y por ello conversar con un profesional puede ayudarnos a clarificar nuestras prioridades, a descubrir qué es lo que nos está influyendo a la hora de tomar nuestras decisiones vitales. Si decidimos en función de la emoción que nos domina en ese momento, podemos ir fluctuando sin un criterio claro. Si hoy decido esto y mañana cambio de parecer, en función de mis sentimientos, el resultado puede restarnos credibilidad hacia nosotros mismos y comprometer nuestro liderazgo personal.
¿Dónde podemos encontrar ese centro que constituya nuestra guía estable para la toma de decisiones? En nuestros valores. Cuando lideramos desde nuestros valores adquirimos equilibrio, estabilidad, sentimiento de valía personal, identidad, en definitiva, sabiduría. Incluso en las circunstancias más complejas podemos permanecer serenos, porque sabemos que los valores están en un nivel que nos trasciende y que son de un orden superior al de las cosas que nos ocurren. Aquello que no se haya construido sobre valores no perdura en el tiempo. Los valores, al contrario que las emociones puntuales, son una guía estable y consciente para la toma de decisiones.
Así, tomar las decisiones desde nuestros valores dará congruencia a todas las áreas de nuestra vida. De esta manera nos sentiremos más conscientes de nuestra propia naturaleza, ganaremos seguridad, conectaremos con nuestra sabiduría interior y podremos ofrecerla a los demás.
Llegados a este punto, es necesario hablar de nuestra ética profesional. La confidencialidad es una condición clave para que pueda darse una conversación sincera y auténtica entre el profesional y el cliente. Es una cuestión de confianza. Pondremos un ejemplo profesional: cuando realizamos una intervención para una organización que tiene un especial interés en el resultado que obtenga una persona en concreto, la condición que establecemos con el departamento de Recursos Humanos es que en cualquier conversación que quieran tener con nosotros, siempre deberá estar presente la persona que realiza el proceso. Nuestro compromiso es que el resultado buscado sea manifestado por parte de esa persona, quien compartirá lo que crea conveniente. De esta forma, facilitamos el clima de confianza que debe imperar a lo largo del proceso de CT, imprescindible para que este llegue a buen puerto. La confidencialidad no es una competencia que deba ser desarrollada, sino un valor que debe guiar nuestra labor profesional. Un valor que nace de nuestros principios de honestidad y lealtad.
Resumiendo lo expuesto hasta ahora, podemos decir que el CT es:
• Una forma avanzada de comunicación, madura, profunda y comprometida.
• Una relación en la que el profesional acompaña a la persona, sin empujarla ni darle consejos o soluciones.
• Un proceso en el que se busca el cambio de paradigma de la persona, no el cambio conductual. Un cambio para liderar su vida.
• Una metodología personalizada basada en una relación de adulto-adulto. El coach no toma el rol de experto ni de salvador.
• Un entrenamiento que estimula el desarrollo permanente de las habilidades de una persona, equipo u organización.
• Un proceso que puede ayudar a una persona, equipo u organización a producir el resultado deseado gracias a la toma de conciencia y a la manera de afrontar los problemas.
• Un modelo que cubre el vacío entre lo que una persona es en estos momentos y lo que quiere llegar a ser.
• Una relación de colaboración entre el profesional y la persona, en la que esta aprende a hacer en lugar de esperar que alguien le enseñe a hacer.
• Un proceso que permite eliminar los elementos que consumen la energía de la persona y centrarse en los que se la proporcionan.
• Un proceso de cambio que estimula el potencial de una persona para incrementar al máximo sus capacidades de ejecución.
• Una relación en la que el profesional escoge o reconoce solamente lo mejor de cada persona y la guía más allá de las limitaciones que se ha autoimpuesto.
• Una relación basada en la confianza y la confidencialidad, con el fin de facilitar la apertura de la persona.
Todo proceso de coaching teleológico se construye a través de unas etapas. Al inicio, la persona contacta con nosotros para plantearnos un tema y nos pregunta si creemos que le iría bien realizar un proceso. En otros casos, tras una conferencia o formación, un asistente se acerca a nosotros porque cree que podemos ayudarle. En otros casos, la persona llega a nosotros derivada por alguien que ha realizado un proceso y le ha ido muy bien. En otros casos, el contacto proviene de una empresa y es alguien de Recursos Humanos quien se pone en contacto con nosotros para que realicemos un proceso con alguna persona de su organización. La manera en que nos llegan las personas puede ser muy variada. Al principio darnos a conocer no es fácil, por ese motivo si queremos ser profesionales autónomos o montar un centro con otros profesionales, buscar proactivamente a nuestros primeros clientes será un reto ineludible. Una vez superada esta etapa, será habitual que contacten con nosotros para solicitar un proceso, que consistirá en acompañar a la persona a lo largo de varias sesiones, mediante la metodología teleológica, a través de los siguientes pasos:
• Paso 1. Agendar el encuentro.
• Paso 2. Sesión 0.
• Paso 3. Sesiones iniciales de autoconocimiento, análisis de la situación y definición del objetivo del proceso.
• Paso 4. Cuerpo del proceso. Sesiones en las que se concretan los planes de acción.
• Paso 5. Cierre del proceso.
• Paso 6. Seguimiento del proceso.

Figura 6. Etapas de un proceso de coaching teleológico
El inicio del proceso se realiza con una sesión 0, en la que se estipulan y clarifican los términos de la relación y se empieza a establecer el vínculo entre la persona y el profesional.
La etapa que comienza tras esta sesión 0 tiene como meta definir el objetivo del proceso y suele durar entre una y dos sesiones. Si fueran necesarias más, podría ser un indicador de que no es el momento adecuado para intervenir a través del coaching. Esto puede ocurrir por múltiples circunstancias: es posible que, antes de iniciar un proceso de coaching teleológico, la persona necesite psicoterapia para librarse de una carga que lleva consigo, o quizá no se halle suficientemente motivada, o incluso es posible que no se encuentre en un momento vital adecuado para un proceso de coaching.
Las siguientes sesiones están destinadas a incrementar el autoconocimiento de la persona y a facilitar la toma de conciencia acerca de las competencias, creencias, emociones y valores implicados en el proceso de cambio. Se exploran y trabajan estos elementos con el cliente, siempre en relación con el objetivo del proceso, hasta que se alcanzan cambios de paradigma. Los cambios de paradigma conducen, de manera natural, a una reinterpretación de la realidad por parte de la persona quien, apoyada por el profesional, define el plan de acción (es decir, la descripción de los pasos concretos que ha de realizar), que le llevará a alcanzar sus objetivos.
Seguirán otras sesiones, más espaciadas en el tiempo que las anteriores, para dar la oportunidad a la persona de integrar y generalizar los cambios producidos, terminando el proceso con una sesión de cierre y, posteriormente, una sesión de seguimiento, después del tiempo que se considere oportuno (normalmente, entre dos meses y un año). La finalidad de esta sesión de seguimiento es garantizar que la persona continúa avanzando en la dirección que desea y, si fuera necesario, corregir cualquier posible desviación o abordar cualquier problema que haya surgido.
1. INICIO DEL PROCESO DE COACHING TELEOLÓGICO: SESIÓN 0
Es la primera sesión entre el profesional y el cliente que iniciará el proceso.
Los objetivos de la sesión 0 serían:
• Aclarar al cliente en qué consiste el proceso de CT. La presentación consiste en mostrar el material audiovisual que el coach ha preparado en función del target al que se dirige, y que incluye, como mínimo, elementos que explican en qué consiste el proceso de CT, qué puede esperar el cliente del profesional y qué no puede esperar, o la finalidad general del proceso.
• Evaluar la conveniencia de llevar a cabo el proceso, a través del Test de conveniencia para iniciar un proceso de CT (véase anexo 1) y del formulario Las cinco preguntas para valorar la aplicación del CT (véase anexo 2).
• Lograr el compromiso del cliente con el proceso. Para ello, se firma un documento físico, denominado Acuerdo de CT, en el que se definen, entre otros aspectos, el número de sesiones que se realizarán, los términos de confidencialidad, los honorarios del coach, los horarios de las sesiones y una declaración de responsabilidades (véase anexo 3).
Mientras que para el resto de las sesiones pueden utilizarse materiales diversos (esquemas, audiovisuales, etcétera) o simplemente dialogar, los requisitos materiales de la sesión 0 son indispensables y suelen ser siempre los mismos. Es recomendable preparar para el primer encuentro con el cliente los siguientes recursos:
• La presentación del profesional y del CT.
• El Test de conveniencia.
• El formulario Las cinco preguntas para valorar la aplicación del CT.
• El documento Acuerdo de CT (dos ejemplares que firman ambas partes).
Tras la exposición y la firma del acuerdo, la sesión termina con la entrega al cliente de un documento, denominado Coachee, que consta de preguntas orientadas a recoger información relacionada con su situación actual, qué espera del proceso de CT, de su trabajo y de su vida en general (véase anexo 4).
2. DEFINIR EL OBJETIVO DEL PROCESO Y ANALIZAR LA SITUACIÓN
Los objetivos de esta etapa son:
• Definir el objetivo del proceso de CT.
• Concretar indicadores que permitan al cliente saber que ha logrado su objetivo.
• Analizar la situación actual del cliente respecto al cambio que quiere lograr.
• Incrementar el autoconocimiento del coachee.
Una vez realizada la sesión 0, dedicamos una o dos sesiones a definir el objetivo del proceso. Esto no siempre es fácil, pues hay personas que tienen muy claro para qué nos han contratado y qué quieren conseguir con el proceso, mientras que otras tienen dificultades para concretarlo o visualizarlo. Suelen ser personas que reconocen un cierto malestar, ven que algo no está funcionando, que no logran sus objetivos o que tienen problemas, pero no saben cómo concretar el objetivo o qué quieren cambiar. Seguir adelante sin haber detallado la finalidad última del proceso puede derivar no solo en una pérdida de energía y tiempo, sino también en que nos alejemos mucho del lugar al que quería llegar la persona. La incapacidad de concretar el objetivo del proceso puede ser un indicador de que no es el momento para realizar una intervención de CT.
Por este motivo, dedicamos de una a dos sesiones a lo que llamamos Análisis de la situación actual. Invitamos al coachee a reflexionar y expresarse a través de preguntas como: «¿qué te está pasando en estos momentos?», «¿cómo te sientes?», «¿cómo estás respondiendo a lo que te está pasando?», «¿qué consecuencias se están derivando?», «¿hacia dónde quieres ir?», «¿qué te gustaría hacer si no tuvieras miedo?», etcétera. Mediante estas preguntas y el feedback correspondiente, podremos concretar el objetivo de la sesión, imprescindible para realizar el proceso de forma exitosa.
El feedback consiste en devolver a la persona lo que hemos entendido, percibido o notado a partir de lo que está expresando (tanto verbal como corporalmente) y compartiendo con nosotros. Este proceso favorece la introspección y permite al cliente percatarse de lo que implican sus propios razonamientos, lo que dicen sobre sí mismo y acerca de su visión del mundo. Por otra parte, expresar aquello que nos ha llegado evita los malentendidos y perder tiempo en resolverlos.
Definir el objetivo del proceso implica concretar qué queremos lograr al final de este. Se refiere a cuestiones del tipo: «¿dónde quiero estar?», «¿quién quiero llegar a ser?», «¿qué quiero estar haciendo dentro de un tiempo?», «¿qué quiero mejorar?». Estos objetivos no siempre se pueden medir, pero son inspiradores debido a la forma verbal que utilizan. He aquí algunos ejemplos de objetivos inspiradores:
• Quiero ganar autoestima y seguridad.
• Quiero mejorar mi comunicación con el equipo.
• Quiero aprender a regular mis emociones.
• Quiero liderar mi vida.
• Quiero liderar mi proyecto profesional.
• Quiero conocerme mejor.
• Quiero ganar confianza.
La pregunta clave para que el proceso tenga resultados tangibles es: «¿Cómo sabré que ha finalizado el proceso?», pregunta que abordaremos más adelante en este libro.
3. CUERPO DEL PROCESO
Este apartado comprende la mayor parte del proceso de CT. Una vez definido el objetivo, el coach acompaña a su cliente en el proceso de cambio propiamente dicho. Dentro de esta etapa, podemos diferenciar dos fases: una en la que se llega al cambio de paradigma y otra en la que este se asienta. Esto significa que primero cambia la perspectiva de la persona y que luego, progresivamente, este cambio de visión se extiende a otras áreas de su vida. Así, los aspectos conductuales, emocionales y cognitivos se van adaptando a esta nueva realidad, de forma coherente con los cambios que ha iniciado en un aspecto concreto de su vida.
Durante la primera fase, la frecuencia de las sesiones marca el ritmo de avance. La frecuencia adecuada se encuentra entre una y cuatro sesiones mensuales, siendo lo ideal una periodicidad quincenal. Aunque sea tentador optar por encuentros muy seguidos para acelerar el proceso, lo cierto es que los cambios son lentos y la persona necesita un tiempo entre las sesiones para asimilar sus avances, meditar su situación e interiorizar todos los pequeños cambios. Por otra parte, una frecuencia demasiado espaciada puede ralentizar excesivamente el proceso y disminuir su motivación. Finalmente, son la experiencia del coach y la idiosincrasia del cliente las que definirán el calendario más apropiado en cada momento.
Para lograr el cambio de paradigma, el coach centrará a la persona en sí misma, acompañándola en un ejercicio de introspección y siempre dejándose guiar por el objetivo del proceso. Para ello, se valdrá de la metodología teleológica diseñada para lograr cambios de paradigma.
La metodología teleológica es la principal herramienta de este modelo para lograr el cambio de paradigma.
Durante la siguiente fase, las sesiones podrán espaciarse y los cambios se sucederán de manera más rápida. Dado que la persona ha cambiado su esquema mental y la percepción de sí misma, necesitará menor apoyo del coach para seguir avanzando y más tiempo para realizar el plan de acción. Las sesiones suelen ser más productivas y observamos cómo el cliente avanza considerablemente por sí mismo entre sesión y sesión. En este momento es importante estar alerta ante aparentes retrocesos que podrían desmotivarle. Los cambios tardan en asentarse e integrarse; debemos aceptar este hecho y perseverar.
A medida que los cambios van acercando a la persona a su objetivo, definido en la primera fase, llega la hora de plantearse cerrar el proceso. Pero, antes de cerrar un proceso, es importante que tanto la persona como el coach coincidan en que se ha logrado el objetivo planteado.
4. CIERRE DEL PROCESO
Un proceso de CT tendrá un número de sesiones y una duración en el tiempo particular para cada persona, en función del objetivo del proceso, de las circunstancias, de los problemas que ha de resolver y de otros muchos posibles factores.
Recordemos que al principio del proceso el coach había preguntado a su cliente: «¿Cómo sabrás que ha finalizado el proceso?». El cliente había verbalizado entonces cuál sería el indicador observable que determinaría el fin del proceso. Ahora, cuando el cliente comparte que el resultado esperado se ha hecho realidad, podemos plantear el cierre. Este momento reviste una gran importancia en la praxis del coach. Del mismo modo que como buenos profesionales hemos generado un contexto propicio para iniciar el proceso, será también imprescindible crear un contexto adecuado para finalizarlo.
Para algunos coaches, sobre todo al principio de su práctica, esta sesión representa un reto, porque han de aprender a elaborar el duelo que comporta finalizar el acompañamiento y el vínculo con la persona que han acompañado durante meses.
Las preguntas contenidas en el documento Cierre del proceso se conversan a lo largo de la sesión; nos ayudarán a detectar si aún persiste alguna duda, reticencia o inseguridad en nuestro cliente para lograr su objetivo (véase anexo 5). Si fuera el caso, compartiremos con el coachee esta sensación u observación con el fin de replantear la decisión de finalizar el proceso, ya que podría no estar preparado para ello. Podemos devolver un feedback del tipo: «Por tu manera de expresarte, por tu postura, tu mirada, tengo la sensación de que no lo tienes muy claro, ¿crees conveniente que hablemos de ello?». Si la respuesta es afirmativa, proseguiremos hasta que podamos volver a llegar a la fase de cierre.
Para evitar cerrar el proceso en falso, debemos asegurarnos de que no persiste ninguna duda o inseguridad en la persona. En ocasiones, es preferible hacer alguna sesión más (si el cliente está de acuerdo) y postergar el cierre.
Con las preguntas del cuestionario de cierre invitamos a nuestro coachee a tomar más consciencia de su propio liderazgo personal, de sus cambios de paradigma, del desarrollo de sus competencias y de su satisfacción por el logro de resultados. Hecho esto, solo nos queda celebrar y compartir nuestra alegría por el desenlace del proceso.
Es frecuente acordar una sesión de seguimiento para garantizar que los cambios se mantienen en el tiempo. Si no fuera así, esta sesión sería la ocasión de tomar conciencia de las desviaciones producidas.
5. SEGUIMIENTO DEL PROCESO
Los procesos de CT son de final abierto, lo que significa que no concluyen al terminar la última sesión. Los cambios catalizados por el proceso continuarán su curso en el devenir de la vida del cliente. Es posible que este pida alguna sesión adicional para reforzar el cambio o que, pasados unos meses o años, quiera que le acompañemos de nuevo para afrontar un momento especialmente complejo de su vida personal o profesional. Como hemos comentado, es muy conveniente realizar una sesión de seguimiento unos meses más tarde (entre dos meses y un año) después de la sesión de cierre del proceso. Las preguntas contenidas en el documento Seguimiento del proceso finalizado se pueden realizar a través de una llamada telefónica o un correo electrónico si así lo ha manifestado el cliente en la sesión de cierre (véase anexo 6).
Esta sesión pone en evidencia cualquier desviación del objetivo que le haya podido pasar inadvertida a la persona y le permitirá rectificar para seguir aprendiendo. Del mismo modo, la refuerza en su objetivo y le recuerda lo que ha logrado, al mismo tiempo que le ayuda a clarificar qué quiere hacer en el futuro.
Hasta ahora hemos hablado del proceso de CT desde una perspectiva técnica del proceso, pero no hemos de olvidar que su fundamento es ser un proceso de cambio. Por ello debemos dedicar unas palabras a la concepción del cambio personal desde nuestro modelo.
El cambio personal es un proceso individual. Nadie puede cambiar a otra persona ni nadie puede cambiar por nosotros, del mismo modo que no existe ningún modelo de intervención para el cambio que sea universal. Así, cada persona deberá superar distintas fases para integrar su cambio personal. De hecho, no se trata de un proceso lineal, sino que se dan avances y retrocesos hasta que la persona lo integra en todos los ámbitos de su vida. Como veremos en el siguiente apartado, la metodología teleológica es nuestra principal herramienta para lograr el cambio personal.
Cualquier proceso de cambio personal exige compromiso, tiempo, energía y estrategias claras. Además, es importante asumir que todo proceso de cambio personal implica dificultades. Si no lo tenemos en cuenta, podemos generar expectativas poco realistas que imposibiliten su logro y, en consecuencia, una pérdida de confianza tanto en la persona que realiza el proceso como en el coach.
Es esencial que el profesional comprenda las nueve fases por las que transitará el coachee a lo largo del proceso:
• Fase 1. La persona es consciente de la necesidad de cambio.
• Fase 2. La persona admite que tiene un problema.
• Fase 3. La persona identifica el escenario emocional.
• Fase 4. La persona identifica el sentido del cambio.
• Fase 5. La persona concreta lo que quiere cambiar.
• Fase 6. La persona cuestiona sus creencias y cambia de paradigma.
• Fase 7. La persona refuerza las nuevas creencias con nuevos hábitos.
• Fase 8. La persona es la protagonista del cambio.
• Fase 9. La persona generaliza los cambios a todas las áreas de su vida.
Estas fases no se producen necesariamente en la secuencia que aquí indicamos. Esto dependerá de cada proceso en particular. Puede ocurrir incluso que se solapen distintas fases o que se produzca un aparente retroceso a una fase presuntamente superada. En realidad, no se trata de un retroceso, sino que todavía se necesita afianzar esa fase para poder consolidar el proceso de cambio.
FASE 1. LA PERSONA ES CONSCIENTE DE LA NECESIDAD DE CAMBIO
Es fundamental que el cliente se comprometa con su proceso de cambio y se haga responsable de él. Por este motivo, entendemos que el punto de partida del proceso debe ser siempre la toma de conciencia por parte de la persona de la necesidad de un cambio: no quiere continuar así, sabe que algo ha de cambiar y que ese cambio depende de ella.
FASE 2. LA PERSONA ADMITE QUE TIENE UN PROBLEMA
El siguiente paso es que la persona admita que tiene un problema. Esto puede comportar diferentes obstáculos, que hemos de tener en cuenta para que nuestro acompañamiento sea correcto.
Es muy común que el cliente se sienta avergonzado (ante el coach y ante sí mismo) al verbalizar su problema y recibir feedback por parte del profesional. Como dijo Paul Gilbert (2015) en su libro Terapia centrada en la compasión:10 «De todos los sentimientos que tienden a reducir nuestra capacidad de pedir ayuda a los demás y de tratarnos a nosotros mismos con compasión, la vergüenza es el más importante y destructivo». Y no solo se trata de la vergüenza ante la opinión de los demás, sino ante nosotros mismos, quienes, generalmente, somos nuestros peores críticos.
Desvelar las propias debilidades, errores o incompetencias puede despertar el temor a ser juzgado y rechazado por el coach. Si esto sucede, es fundamental que seamos lo suficientemente empáticos para dar el apoyo y la confianza necesarios ante esta abertura. De hecho, este es uno de los motivos que nos invitan a realizar un feedback de felicitación.
El solo hecho de verbalizar el problema implica hacerse responsable de uno mismo, de los propios pensamientos, sentimientos y acciones. Significa que la persona ya no busca excusas, deja de justificarse, de buscar culpables y que realmente desea liderar su vida. Por todo ello, será fundamental hacer consciente a la persona de lo que representa este gran paso y felicitarla por ello, por el mérito de asumir esta responsabilidad sobre sí misma.
FASE 3. LA PERSONA IDENTIFICA EL ESCENARIO EMOCIONAL
En procesos de CT se tiene especialmente en cuenta el componente emocional, ya que las emociones son aquello que nos mueve o nos impide pasar a la acción. El problema que identifica la persona tiene componentes cognitivos, sociales, físicos y existenciales, y un componente emocional fundamental. Es por ello que, en esta fase, las preguntas del coach están dirigidas a mejorar la autoconciencia emocional del coachee, para que pueda identificar las emociones que están implicadas en el problema que quiere resolver para lograr sus objetivos.
Cuando la persona pueda identificar las emociones implicadas, también podrá reconocer las creencias y los sentimientos vinculados a esas vivencias emocionales. Para algunas personas, la simple salida de la lógica y la razón para entrar en contacto con sus emociones será un punto de inflexión muy importante en el proceso.
FASE 4. LA PERSONA IDENTIFICA EL SENTIDO DEL CAMBIO
Cuando la persona identifica la finalidad del cambio, está definiendo el sentido, dónde quiere llegar con ese cambio y quién quiere llegar a ser. Como se ha dicho, el cambio conllevará un esfuerzo para la persona y unos obstáculos que superar. Poder identificar para qué desea cambiar (es decir, cuál es su principal motivación, aquello que realmente desea y por lo que está dispuesto a cambiar) será el faro que le oriente en los momentos en que percibe que se está alejando del objetivo.
FASE 5. LA PERSONA CONCRETA LO QUE QUIERE CAMBIAR
En ocasiones, cuando la persona expresa su problema y lo que quiere cambiar, lo hace de manera abstracta. Será responsabilidad del coach, entonces, acompañarla mediante sus preguntas y el feedback hasta concretar el objetivo del cambio. Los objetivos han de ser personales, profundos, expresados de manera positiva y concreta, pero también realistas y alineados con los valores de la persona.
Al identificar lo concreto, el coachee puede identificar los resultados que quiere lograr y así desarrollar un plan de acción realista de manera constructiva. No obstante, cuando el cliente identifica el aspecto concreto que quiere cambiar, hay que evitar entrar en su casuística, es decir, en aspectos periféricos poco relevantes para el proceso.
Por supuesto, es posible que al inicio del proceso el cliente se marque un objetivo que luego deba modificarse, a medida que va logrando resultados o un mayor autoconocimiento y autoconciencia de sí mismo y de sus necesidades.
FASE 6. LA PERSONA CUESTIONA SUS CREENCIAS Y CAMBIA DE PARADIGMA
Cuestionarse las propias creencias significa plantearse la solidez o la incoherencia de los propios argumentos y las consecuencias de seguir aferrándose a ellos. Desde el modelo teleológico, hay dos estrategias básicas para esta fase: por un lado, la construcción del flujo de pensamiento, y, por el otro, el cuestionamiento y la reconstrucción de sus creencias mediante el recurso de la pizarra.11
FASE 7. LA PERSONA REFUERZA LAS NUEVAS CREENCIAS CON NUEVOS HÁBITOS
La persona podrá reforzar sus nuevas creencias actuando de manera coherente con ellas, lo que la llevará a adquirir y consolidar nuevos hábitos de pensamiento y de toma de decisiones. Entrenando, practicando, equivocándose, rectificando, volviendo a practicar... En definitiva, aprendiendo.
En esta fase, el acompañamiento del coach se centra en su rol de entrenador, más que en ayudar a desvelar respuestas para pasar a la acción.
FASE 8. LA PERSONA ES LA PROTAGONISTA DEL CAMBIO
La persona se convierte en la verdadera protagonista del cambio cuando sabe aquello a lo que ha de decir «no» y a lo que quiere decir «sí». Se ha comprometido con el cambio y comprende que lo conseguirá ensayando y que lo automatizará de manera natural con la práctica.
FASE 9. LA PERSONA GENERALIZA LOS CAMBIOS A TODAS LAS ÁREAS DE SU VIDA
La persona, acompañada por el coach, descubre que el objetivo concreto que quería lograr en una determinada parcela de su vida lo puede aplicar en todos los ámbitos. Si, por ejemplo, su demanda fue ser más empática en la relación con sus colaboradores, investigaremos juntos si ya está aplicando este nuevo hábito o si podría aplicarlo en otras relaciones, no solo laborales, sino también familiares o sociales. Esta generalización es un indicador de que se está produciendo un cambio profundo y duradero.
Así, podemos concluir que el cambio se ha integrado cuando la persona muestra esa misma conducta o habilidad que deseaba desarrollar, en cualquier interacción con otras personas, de manera natural. En nuestro ejemplo, se diría que el cambio estará integrado cuando la persona sea empática en todas sus relaciones, de manera espontánea y natural.