En el siglo XIX ya se sabía que el color de una estrella —o más bien el espectro de su luz— es una lista de ingredientes. La espectroscopía nos permite analizar el espectro de una estrella e identificar los elementos químicos que contiene estudiando las posiciones relativas de las líneas de luz de su espectro. El color de las estrellas también ha sido útil para clasificarlas en familias caracterizadas, cada una, por un tipo espectral. La clasificación de las estrellas en tipos espectrales data de las primeras décadas del siglo XX.
En la época de oro de la espectroscopía los astrónomos estaban muy ocupados tomando espectros estelares. No resultaba práctico estudiar los espectros aplicando el ojo directamente al ocular: en primer lugar, el ojo humano no es el detector más sensible, y en segundo, las vértebras humanas no aguantan mucho tiempo el esfuerzo de doblarse para llevar el ojo al ocular. Lo mejor era fotografiar los espectros para estudiarlos después. Las placas fotográficas que se usaban para capturar espectros eran de unos 20 centímetros por 25 y podían registrar los espectros de cuatro mil estrellas.
Annie Jump Cannon era encargada de fotografías en el Observatorio Harvard. Durante su carrera catalogó los espectros de más de un cuarto de millón de estrellas. Su idea de clasificar las estrellas en clases espectrales contribuyó al surgimiento de la astrofísica moderna. Annie Jump Cannon realizó una buena parte del trabajo de ordenamiento del monumental catálogo Henry Draper de espectros estelares, que se publicó entre 1918 y 1924. En un breve ensayo publicado en 1929, Annie Jump Cannon describe anónimamente sus investigaciones y explica la clasificación de las estrellas que seguimos usando hoy en día:
Cuando examinamos [un gran número de] espectros nos damos cuenta de inmediato de que muchos se parecen. Podemos entonces elegir algunas de las estrellas más brillantes para representar a cada clase. El Observatorio Harvard ha creado una notación para las clases estelares usando el sistema de símbolos más conocido del mundo, el alfabeto. Esta notación ha sido adoptada en todo el mundo.
Las estrellas de clase A son las más blancas, como Sirio y Vega, en cuyos espectros se aprecia una serie de líneas oscuras muy marcadas producidas por el hidrógeno de sus atmósferas. Las estrellas azuladas como Rigel pertenecen a la clase B […] La letra G corresponde a estrellas como nuestro sol y otras estrellas amarillas; y las estrellas rojas como Betelgeuse se clasifican con la letra M. Entre las estrellas de clase A y las de clase G se encuentran las de clase F; entre las de clase G y las de clase M están las de clase K. Otras letras se usan para designar variedades menos comunes. Luego de clasificar un gran número de estrellas se descubrió que las letras B, A, F, G, K, M correspondían a seis clases que incluyen a la gran mayoría de las estrellas. La B va antes que la A en el alfabeto del astrónomo porque ya era demasiado tarde para cambiar el orden cuando se descubrió que las estrellas B eran más antiguas que las A [en T. Ferris (comp.), The World Treasury of Physics, Astronomy, and Mathematics, p. 274].
Más adelante fue preciso incluir una nueva clase denotada por la letra O antes de la B, de tal forma que el “alfabeto del astrónomo”, como lo llamó Annie Jump Cannon, va así: O, B, A, F, G, K, M. Hoy en día los estudiantes de habla inglesa tienen un método infalible para recordar esta secuencia. Basta aprenderse la frase mnemotécnica Oh, Be A Fine Girl Kiss Me (que quiere decir, aproximadamente: “Ay, no seas mala y dame un beso”). 