Capítulo I
La antropología en la Historia de la Filosofía

1. Antropologías substancialistas

En la teoría del conocimiento, al principio, hemos planteado la disyuntiva que plantearon Heráclito y Parménides a la Filosofía: Cuando buscamos la verdad del ser, ¿qué buscamos?, su esencia ¿Y qué entendemos por esencia del «ser,» una substancia única e inmutable que hace que el ser sea eso que es, o buscamos una esencia fundamentada en la relación que hace que el ser sea según las relaciones que establezca y mantenga?

La Filosofía consideró que el camino de la ciencia sobre el ser debía ser la búsqueda de la substancia única e inmutable.

Hasta llegar a Karol Wojtyła, que defiende que la esencia de todo ser y del hombre en particular, es una esencia-relación, abriendo así una nueva etapa en la investigación filosófica que hay que recorrer.

1.1 Antropología de Platón: dualismo substancial

Si le preguntáramos a Platón: «para ti, ¿qué es el hombre?», nos respondería con tres afirmaciones:

1ª. El hombre es alma (espíritu) y tiene cuerpo (materia). Dualismo substancial antropológico.

2ª. En el hombre se manifiestan tres almas: el alma racional, el alma irascible y el alma concupiscible (nosotros llamaríamos principios vitales o facultades: la inteligencia, la voluntad y los instintos).

3ª. El hombre vive ahora, temporalmente, en el mundo visible, sensible, el mundo material, pero no pertenece a él. El hombre es oriundo de otro mundo, del mundo inteligible (el de las ideas), que es espiritual. Ha caído a este mundo material, donde ahora vive, a consecuencia de la envidia, pero tiene que volver al mundo espiritual y podrá volver a él cuando consiga purificarse.

Platón considera que el hombre, nosotros, somos alma (espíritu) y tenemos cuerpo (materia) y vivimos ahora, temporalmente, en el mundo visible, sensible, material, pero no pertenecemos a él, sino que nuestra patria es un mundo espiritual, el inteligible o el de las ideas. Esta es la verdad sobre el hombre.

El punto de partida sobre el que fundamenta estas afirmaciones de su sistema filosófico, el centro lógico, es su teoría del conocimiento, la «reminiscencia». Es la fundamentación racional que exige que nosotros hayamos tenido que estar en el otro mundo, en el de las ideas, dado que poseemos el conocimiento de las mismas.

Este razonamiento ya lo analizamos en la teoría del conocimiento, por lo que no repetimos.

¿Pero cuándo hemos estado nosotros en ese Mundo de las Ideas?

Leemos el razonamiento que nos hace Platón.

«Después de haber nacido no ha podido ser, dado que no tenemos conciencia de haber salido de este mundo después de haber nacido». Luego ha tenido que ser antes de nacer.

Y si hemos estado antes de nacer en ese otro mundo, el Mundo de las Ideas, entonces ya existíamos antes de nacer. Y como el cuerpo, que es material, propio de este mundo, lo hemos tenido que haber adquirido al nacer, entonces estuvimos en ese mundo sin el cuerpo, como espíritus, por lo tanto como almas. Somos almas.

Por eso, no tenemos más remedio que admitir que somos almas preexistentes, es decir, que existíamos antes del nacimiento en esta tierra, en este Mundo Sensible. Tenemos que admitir que somos almas inmortales. Somos almas y tenemos un cuerpo, un cuerpo que hemos adquirido al nacer en este mundo material.

«Si todas estas cosas, de que siempre hablamos, existen verdaderamente, lo bello, el bien, y todas las demás esencias del mismo orden, si es cierto que nosotros les referimos todas las impresiones de los sentidos como a su tipo primitivo y si es cierto que las comparamos a este tipo, entonces necesariamente, igual que existen todas estas cosas, nuestra alma debe existir también y debe existir antes de nuestro nacimiento. Pero si estas cosas no existen, todo nuestro razonamiento se derrumba. ¿No es así? ¿Y no es igualmente necesario que si estas cosas existen, nuestras almas existan también antes de nuestro nacimiento, y que si no existen, nuestras almas tampoco?

Sin duda es igualmente necesario Sócrates, dijo Simias. Y la consecuencia de todo ello es que nuestra alma existe antes de nuestro nacimiento, como las esencias de que has hablado. Pues, a mi parecer, nada hay más evidente. Todas estas cosas, lo bello, el bien y las demás cosas de que hablabas, poseen la más alta existencia. Así pues, por mi parte, estoy satisfecho con esta demostración.»7

¿Y por qué el alma, espiritual, del hombre está ahora en el mundo sensible, dentro de un cuerpo material si pertenecemos al mundo espiritual?

Para responder a esta pregunta, Platón recurre a los argumentos verosímiles, es decir, a posibles causas que bien pudieron ser, pero que no tenemos forma de confirmar que lo fueran. Así que ahora, que estamos en este mundo, que no es nuestra patria de origen, es un hecho y una conclusión a la que acabamos de llegar. Saber el motivo por el que estamos es imposible deducirlo, porque no disponemos de argumentos que lo demuestren. Platón opina que bien pudo ser a causa de la envidia. El alma, al ver a los dioses en el mundo de las ideas, o a otras almas más perfectas que ella, pudo sentir envidia. Fue su pecado y eso nos acarreó el destierro a este mundo. En el mundo de las esencias, en el Mundo de las Ideas, el perfecto, no cabe una impureza como es la envidia, que nos hace despreciarnos a nosotros mismos y sentirnos desgraciados.

Ya podemos comprender, un poco, lo que Platón nos quería decir en el Mito de la caverna: la cavernosa vivienda sub­terránea no es otra cosa que el mundo en el que estamos desterrados; los hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, somos nosotros, que somos almas y estamos atados a nuestro cuerpo; las sombras pro­yectadas, representan a los seres sensibles que vemos en este mundo y que no son otra cosa que imitaciones, copias, sombras de los seres del mundo de las ideas; fuera de la caverna está el mundo de las ideas, el verdadero mundo, donde están los verdaderos seres.

Y el peligro que corren los prisioneros que están en la caverna desde niños es este:

«—¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?

—No, ¡por Zeus! —dijo.

—Entonces no hay duda —dije yo— de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.

—Es enteramente forzoso —dijo.» 8

Si el estar en la caverna, desterrados en este mundo terrenal, nos reportara solo este mal, el que viviéramos engañados creyendo que las sombras son los seres reales, no sería tan grave; lo realmente grave es que este error nos impide ser felices, realizarnos como hombres.

La trampa, el engaño al que estamos expuestos

El peligro que corre todo hombre que vive en la Tierra no está tanto en el engaño de creer que su patria es esta Tierra, creer que él es habitante de la caverna, sino en que, atrapado en ese engaño, nunca podrá realizarse como lo que es, como hombre, como ser espiritual, como alma racional, nunca podrá ser feliz, nunca podrá purificarse y nunca podrá volver al mundo al que pertenece, y en el que podrá ser feliz en plenitud. Ese es el verdadero problema al que está enfrentado el hombre.

Y ahí está, según Platón, la causa de la infelicidad personal del hombre y de la injusticia de la sociedad en la que vivimos: el engaño, la ignorancia.

Camino para salir bien de esta trampa: Intelectualismo moral

Platón establece una relación entre Verdad, Virtud y Felicidad o Realización. El conocimiento de la verdad hace al hombre sabio porque sabe lo que es el ser, conoce las esencias, sabe quién es él, conoce su naturaleza, sabe responderse cuando se pregunta: ¿quién soy yo?: soy alma y tengo cuerpo.

Obrar conforme a la naturaleza del ser es lo que se llama virtud (areté) y está al alcance, por lo tanto, solo de los que han conseguido adquirir el conocimiento de la verdad del ser, de aquellos que saben, de los que conocen qué son, su esencia, de aquellos que se conocen a sí mismos, de los que hemos llamados sabios. Luego solo se puede ser virtuoso, bueno (ágathos) si se es sabio, es decir, solo saben obrar conforme al ser quienes saben qué son, quienes conocen su naturaleza humana.

Llegar a la perfección del ser que cada ser es, es el bien total al que tiende todo ser y a lo que aspira todo hombre. A eso le llamamos felicidad. Pero solo lo pueden conseguir los que obran conforme a la naturaleza de su ser, los virtuosos; y solo pueden obrar de acuerdo con el ser que son, los que saben quiénes son, los sabios.

La conclusión de este planteamiento está muy clara: cuanto más sabio sea el hombre, más virtuoso será y mayor felicidad alcanzará en su vida. El ignorante, el necio, el que no ha llegado a saber quién es, no sabrá obrar conforme a la naturaleza que es, no obrará el bien y por lo tanto no desarrollará su naturaleza y no será feliz. El que obra mal, el que delinque, lo hace como consecuencia de su ignorancia. Los problemas de la sociedad y del individuo se solucionarían con una buena educación, con una buena enseñanza.

El hombre realizado es un hombre feliz (eudaimonios) y ha llegado a vivir feliz porque obra conforme a la virtud, porque es justo (díkaios) socialmente. Luego la sabiduría y la virtud son útiles no solo para el individuo sino también para la sociedad, para la polis. Por lo tanto, el ideal de toda sociedad es diseñar y construir una polis ética, virtuosa, y el camino para conseguirlo es la educación, la enseñanza de la ciencia, el conocimiento de la verdad.

Y para conseguir que el hombre adquiera la sabiduría que le permita ser virtuoso y alcanzar la felicidad, diseña un plan.

Plan para facilitar nuestro regreso al Mundo de las Ideas: Sistema educativo y sistema político (que lo analizaremos en el capítulo correspondiente).

Platón considera que si la sociedad civil no se organiza de forma adecuada, le será muy difícil, al hombre, purificarse y estará condenado a ir, reencarnándose, de cuerpo en cuerpo. Por eso dedicará gran parte de su obra a diseñar un sistema educativo que ayude al hombre a adquirir el conocimiento de la verdad y a descubrir qué domina en cada hombre: las pasiones, la voluntad o la razón; y un sistema político, la República, que garantice la vida virtuosa, fundada en la verdad, de todos los ciudadanos. Una organización de la polis jerarquizada: los filósofos, los sabios, mandarían; los guerreros, obedientes, vigilarían; los artesanos, guiados por las leyes, trabajarían.

1.2. Antropología de Aristóteles: monismo substancial

Si le preguntamos a Aristóteles para ti ¿qué es el hombre? Nos respondería, como siempre lo hace Aristóteles, de una forma analítica y nos diría: «el hombre es»:

1º. Un ser concreto, sensible como todos los seres que habitan en la Tierra.

2º. Un ser concreto vivo, dado que nace, crece, se reproduce y muere.

3º. Un animal, porque posee conocimiento sensible, memoria y se puede trasladar autónomamente.

4º. Un animal racional, es decir, que posee inteligencia conceptual, que capta las esencias de los seres, que posee palabra-concepto que le permite pensar, recrear en su mente realidades virtuales, deliberar y elegir la respuesta más adecuada para la solución de cada problema.

Y, como consecuencia de su naturaleza, añadiría dos características más:

Es un ser moral, capaz de actuar guiado por unos principios morales, valores.

Es un ser político (zóon politikón), dado que no puede desarrollar su naturaleza humana si no vive en una polis.

Ser

Aristóteles considera que para saber qué es un ser, hay que descubrir las causas necesarias que hacen que ese ser sea eso que es. Este análisis le lleva a formular su teoría que llamamos hilemórfica: todo ser necesita para ser, necesariamente, dos causas, dos principios, materia (hylé) y forma (morfé).

La materia es aquello de lo que estamos hechos todos los seres que existimos en la Tierra. Esa materia nos hace ser seres sensibles, individualmente únicos. Es el principio de individualidad.

Y la forma es ese principio organizador de la materia que nos hace ser ese ser que somos: perro, gato, árbol, hombre. Nos hace ser seres de una especie determinada.

La materia es común a todos los seres, y puede formar parte de cualquier ser. Es lo que siempre permanece, pero siendo, en cada caso, el ser que en ese momento es. Es hierba que deja de serlo cuando se la come un animal y pasa a ser animal, que deja de serlo cuando se lo come un hombre y pasa a ser hombre, que deja de serlo cuando se muere y pasa a ser simple materia orgánica. Es cualquier cosa, y puede ser cualquier cosa. No se resiste a ser el ser que le corresponda ser. Pero todo ser sensible está hecho de materia, de la misma materia.

Quien hace que esa materia sea un pino, o un conejo o un hombre es la forma substancial. La forma substancial es el principio que organiza la materia de una forma determinada. Si en una maceta sembramos una semilla, esa semilla organizará la materia de la maceta según la forma substancial de la semilla: melocotonero, olivo, palmera etc. y crecerá un melocotonero, o un olivo o una palmera, construido con la materia de la maceta. Y si los frutos de esos árboles frutales nos los comemos nosotros, esa materia pasa a ser hombre porque la ha reorganizado la forma substancial humana.

La Materia (hylé)

Es el elemento neutro del ser, el indiferenciado, carece de contornos precisos, de caracteres definidos, de características propias. Es, por tanto, ininteligible dado que solo se puede definir negativamente. Es absoluta indiferenciación.

Es de lo que están hechos los seres naturales. Todos los seres físicos están constituidos de materia.

En sí, es eterna, inengendrable, indestructible.

Solo existe en tanto en cuanto está informada. Sin forma es un simple principio mental.

Su presencia en el ser es la base de su individualidad y por lo tanto del conocimiento sensible.

Es la base, lo que posibilita los cambios en el ser.

La Forma (morfé) - ousía segunda - esencia universal presente en todos los individuos de una misma especie. Conocida, captada por la inteligencia = abstracción.

La forma

Hace que el ser sea lo que es. ¿Qué es Cefas ? Cefas es hombre. Es el modelo que adopta la materia.

Determina a la materia a ser esa especie de ser y no otra.

Existe, normalmente, en tanto en cuanto determina a la materia, al substrato material, a ser de esa manera determinada especie.

Su conocimiento constituye la base de la ciencia (lo necesario y universal).

«Se llama causa en primer sentido, a la materia inmanente de la que algo se hace; por ejemplo, el bronce es la causa de la estatua, y la plata, de la copa.

En otro sentido, es causa la especie y el modelo; y éste es el enunciado de la esencia y sus géneros y las partes que hay en el enunciado.»9

Luego ya podemos decir que todo ser es materia organizada por un principio substancial, la forma substancial, que le hace ser eso que es. Pero esto no quiere decir que existe dualismo en el ser, porque no hay dos substancias diferentes, son dos principios constituyentes de una única substancia.

Nosotros, los hombres, también somos seres materiales construidos de materia organizada por una forma substancial humana. Monismo substancial.

Aristóteles considera que el ser tiene otras dos causas necesarias, la causa final y la causa eficiente.

Ser vivo

Llamamos seres vivos a todos los seres que cubren un ciclo vital que incluye el nacimiento, el crecimiento, la reproducción y finalmente la muerte. Son seres de categoría superior a los simplemente seres materiales, como un diamante. Pero sin dejar de ser seres, es decir, sin dejar de estar constituidos de materia informada por una forma substancial.

Los animales y las plantas son seres vivos dado que tienen ciclo vital.

Nosotros los hombres somos seres vivos.

Seres vivos animales

Decimos que un ser vivo es animal cuando además posee órganos sensibles, sentidos, que le permiten conocer el mundo que le rodea y guardar ese conocimiento que va adquiriendo en la memoria. Por eso decimos que los animales poseen conocimiento sensible. Generalmente, además, poseen órganos locomotores que les permiten trasladarse de un sitio a otro.

Los animales son seres superiores a las plantas porque poseen la facultad del conocimiento sensible y la memoria, además de los órganos de locomoción.

El hombre es un ser, vivo, animal.

Animales racionales

Los hombres somos animales racionales porque poseemos, además de lo que poseen el resto de los animales, la facultad de conocer las esencias de los seres, es decir, de conocer las formas substanciales y de tener la palabra, un lenguaje, que es capaz de contener ese conocimiento. Aquí es donde Aristóteles centra la característica que hace al hombre ser hombre, su conocimiento racional.

Para Aristóteles el hombre es un ser de naturaleza física, está hecho de materia que es el cuerpo organizado por una forma substancial, la animal racional, a la que llama alma. El hombre es en definitiva un conjunto hilemórfico. Por lo tanto, para Aristóteles es una unidad total y así debe ser estudiado.

El alma es la forma substancial, el acto del cuerpo y en el hombre distinguimos diversas funciones o facultades, que son las manifestaciones de esta forma substancial que le hace ser hombre:

La facultad vegetativa, común a todos los seres vivos, que organiza las funciones primarias de la vida del hombre: nutrirse y reproducirse. Para Aristóteles es el nivel más primario en la escala biológica.

La facultad sensitiva, propia solo de los animales y que organiza las funciones cognitivas sensibles, el movimiento, las tendencias o inclinaciones y la imaginación. Ocupa el segundo nivel en la jerarquía psíquica.

La facultad racional, específica del hombre, y que le capacita para conocer las esencias de los seres sensibles, lo universal y necesario. Es el nivel más alto de los seres que habitan esta Tierra. Es la que identifica al ser hombre.

1.3. Antropología de Santo Tomás de Aquino: monismo substancial

Los seres humanos son seres compuestos de materia y forma intelectiva que es su alma espiritual, inmortal.

El hombre es un animal racional. Semejante a Dios por su mente racional que es lo que le proporciona una diferencia radical del resto de los seres que no la poseen y le capacita para tener una relación personal con Dios.

Es una unidad substancial de materia y forma, de cuerpo y alma. No admite dualismo alguno entre el cuerpo y el alma. La forma substancial es el alma racional que incluye lo vegetativo y lo sensitivo, pero como un único principio y posee las facultades propias que le permiten realizar las distintas actividades.

Su alma es inmortal: Todas las pruebas de la inmortalidad del alma, están basadas en las características de su actividad intelectual:

No puede ser material si es capaz de conocer las naturalezas universales de todos los seres. Si fuera material solo podría conocer objetos concretos a través de los sentidos, como lo hacen los animales

Puede reflexionar sobre sí misma.

Los seres se corrompen en virtud de la contrariedad de los elementos de los que están compuestos, el alma humana es espiritual.

Cada cosa desea naturalmente ser según su modo propio de ser, el hombre desea ser siempre, como un deseo natural.

La muerte supone la pérdida de un componente esencial de la naturaleza humana, el cuerpo (según la visión cristiana es una situación transitoria).

El hombre es un ser racional abierto

El hombre, por su inteligencia, es un ser deseoso del conocimiento de la verdad, del conocimiento de todos los seres (a imagen de Dios que se conoce a sí mismo y ama a todos los seres).

También está abierto, por su voluntad o apetito, al bien, como participación de la bondad divina.

Y, por su conocimiento sensible e intelectual, a la belleza, a aquello en lo que los sentidos se complacen, porque implica armonía y proporción respecto al modelo del que esa figura es imagen.

El hombre es un ser social por naturaleza

El primer orden social vinculante al que pertenece por su naturaleza propia es la familia.

El segundo orden al que pertenece es el estrato social, formado por los gremios y asociaciones.

Y el tercer orden al que pertenece es el estado.

El alma

Definimos alma como el principio por el que los seres vivos pueden realizar las actividades vitales propias de su naturaleza, por lo que podemos denominarla como principio de vida. Principio del operar propio. Las funciones vitales son sus operaciones.

El alma es la forma que «organiza» la materia de la que está constituido ese ser. Es la que hace que el ser sea eso que es. Reúne y organiza los elementos que hoy llamamos bioquímicos para construir el cuerpo vivo de un ser vivo.

Es el acto que activa la potencia de la materia. «Acto primero de un cuerpo organizado y capaz de ejercer las funciones de la vida»10. Acto primero, centro de los movimientos espontáneos de los seres vivos: vegetales, animales, hombres.

El alma y el cuerpo, la forma y la materia forman un «sínolo», una unidad óntica, un todo unitario, que hace posible la existencia de un ser específico y concreto.

Siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás considera que hay tres tipos de almas, jerarquizadas según las operaciones que ejercen.

Alma vegetativa: La de las plantas por la que pueden realizar las actividades vitales propias de su naturaleza, nutrición, crecimiento y reproducción.

Alma sensitiva: La de los animales por la que pueden realizar las actividades vitales propias de su naturaleza, apetitos inferiores, sensación y locomoción.

Alma intelectiva: La de los hombres por la que pueden realizar las actividades vitales propias de su naturaleza, inteligencia y voluntad libre.

Los hombres poseen una sola alma, pero con las funciones de las tres. Los animales poseen una sola alma, pero con las funciones del alma vegetativa y la del alma animal. Todo ser posee una sola alma, una sola forma substancial.

Alma racional

Es la forma substancial (al modo de Aristóteles) del cuerpo humano y la «unión» con el cuerpo le proporciona su completa perfección.

Es la única alma (unidad del alma humana) propia de la naturaleza humana. Posee las facultades del alma vegetativa y las del alma sensitiva: alimentación, crecimiento, reproducción, apetitos inferiores, conocimiento sensible y locomoción; además de las específicas de su propia naturaleza: el conocimiento intelectivo, la voluntad y la libertad.

Es espiritual, inmaterial, dado que sus funciones las ejerce sin necesidad del cuerpo, la materia. (Aunque el conocimiento se inicia en el conocimiento sensible, por lo que también podemos decir que es incapaz de ejercer sus operaciones cognitivas por sí sola, necesita del cuerpo, se beneficia de él.)

Es inmortal dado que es una substancia espiritual, no material, es decir, no corruptible.

Pero no es una substancia distinta del cuerpo y que unida a él constituyen la naturaleza humana (Platón). Para Santo Tomás (y para Aristóteles) el alma es la forma del cuerpo y constituyen unidos la naturaleza humana. (Defiende la resurrección de los cuerpos para la vida eterna de los hombres).

Es creada por Dios para informar el cuerpo engendrado por la unión sexual de hombre y mujer.

El cuerpo del hombre

El hombre es una unidad substancial de forma y materia, de alma y cuerpo. El alma es la forma del cuerpo y ejerce su función propia, intelectiva, «utilizando» el cuerpo.

El cuerpo es «como un instrumento» del alma, de la razón y de la voluntad por el que le permite realizar infinitos actos.

El cuerpo le hace al hombre estar, en la jerarquía de los seres, a mitad de camino entre los seres espirituales, ángeles, y los seres materiales, animales.

La semejanza del hombre con Dios solo se da en su espíritu.

Santo Tomás de Aquino niega que el cuerpo humano pueda ser una imagen específica de Dios, ni que «resida en él la imagen de Dios». Pues solo es semejante a Dios en su inteligencia.

El cuerpo humano solo puede verse como un vestigio indirecto de Dios:11 vestigio natural porque imita a su causa; vestigio instrumental porque responde a una causa ejemplar según su artífice; vestigio figurativo o pictórico porque Dios ha querido utilizarlo como «huella que representa a Dios en el alma». A semejanza de la imagen de una moneda.

Libertad

El hombre es libre, es decir, es dueño de sí mismo, no sometido al determinismo biológico de los instintos.

Puede decidir sobre su conocimiento del bien, particular o sumo.

Puede querer obrar conforme al bien conocido.

Puede elegir los medios para conseguir el bien que le lleve a la felicidad, a la que se siente atraído como fin último de todo su obrar.

Pero puede, también, elegir un bien que no le lleva a realizar en él la imagen de Dios: esto es el mal moral. Manifiesta que su libertad es imperfecta. Por eso considera que la verdadera libertad supone conocer y querer lo verdadero y lo más bueno y de elegir los medios adecuados para conseguir ese bien. Y con la práctica de las virtudes conseguir el bien moral.

1.4 Antropología cartesiana: dualismo substancial

Primera evidencia fuera de toda duda: «cogito ergo sum»

Pero si pienso existo, si estoy buscando una verdad de la cual no haya duda alguna es que existo. Si dudo de todo lo que tenga el más ligero atisbo de falsedad es que existo. Si me equivoco es que existo. Si sueño existo. Si un genio maligno tiene maliciados los fundamentos del método, la evidencia de las naturalezas simples, es que existo. No es una inferencia, sino un acto de aprehensión intelectual, inmediato, una intuición fuera de toda duda, una evidencia que se impone a mi razón aunque mi mente pueda estar engañada constantemente.

«Es necesario que yo que pienso, es decir, que busco, que dudo, que me equivoco, que sueño, que tengo la posibilidad de ser engañado sea algo. Por lo tanto debemos concluir que esta intuición: pienso luego existo, es una verdad indudable, evidente en sí misma, de la que no existe posibilidad alguna de ser puesta en duda. Nada ni nadie puede provocar una fisura en ella. Ya tenemos, pues, esa primera verdad que buscábamos, la primera piedra sobre la que fundamentar la Filosofía. Una verdad que cumple por excelencia las condiciones de la intuición: la evidencia: ‘tan clara y distinta a mi espíritu que no tengo posibilidad alguna de ponerla en duda’.»12

Bien, ya poseemos la primera evidencia: pienso luego existo, pero no puedo progresar en la construcción del saber filosófico más allá de esta verdad, dado que pende, sobre nosotros, la duda de la acción de un posible genio maligno que, dada la vulnerabilidad de nuestra mente, podría engañarnos, haciéndonos ver como evidente, lo que no lo es. Hemos perdido la fiabilidad del uso del criterio de verdad: la evidencia.

Pruebas de la existencia de Dios

Descartes sabe que si no restituye la fiabilidad del uso del criterio de verdad no es posible progresar en la Filosofía. Por eso recurre a demostrar la existencia de Dios, porque si Dios existe, como es un ser bueno y poderoso, no puede permitir, porque iría en contra de su bondad, que el único criterio fiable que poseemos para conocer la verdad, lo tengamos maliciado por la posible acción de un genio maligno.

Por lo tanto pasa a demostrar la existencia de Dios como garante de la fiabilidad de nuestro criterio de verdad: la evidencia.

a. Prueba de la existencia de Dios por el argumento ontológico

Debe ser fiel a su criterio de verdad, la evidencia racional y debe desechar la vía de la referencia al ser. Y así lo hace.

Este argumento fue formulado ya por San Anselmo en el siglo IX. Prueba por la idea de ser sumamente perfecto.

Quien tiene la idea de Dios lo concibe en su mente como un ser sumamente perfecto.

Ahora bien, si solo existiera en mi mente, pero no en la realidad, sería una limitación de sus perfecciones. Por lo tanto, decir que Dios es el ser sumamente perfecto, pero que no existe realmente es caer en una contradicción lógica

Luego es evidente que Dios existe.

Como la demostración de la existencia de Dios es vital para poder hacer Filosofía recurre a otras dos demostraciones más:

b. Argumento por la idea de infinito

Yo cuando pienso en la idea de Dios entiendo una substancia infinita en todos los sentidos, en el tiempo y en el poder.

La idea de infinito exige una causa proporcionada a su naturaleza.

Ahora bien, yo soy un ser finito en el tiempo y en poder. En mí no ha podido generarse una idea, que es superior a mi naturaleza.

Por lo tanto, existe una substancia infinita que ha puesto esta idea en mi mente: Dios.

Primero hemos descubierto, como la primera evidencia, más allá de toda duda, que soy, y que soy una substancia pensante. Segundo, queda también claro, que una vez demostrada la existencia de Dios, como ser dotado de todas las perfecciones (también de la veracidad) que está asegurado que todo lo que mi espíritu vea como claro y distinto (evidencia /intuición de las naturalezas simples) es verdadero.

Antropología

a. Lo primero que constato, fuera de toda duda, es que «soy una cosa que piensa» (res cogitans). Soy una mente pensante, un espíritu, un intelecto, una razón. Soy algo de lo que soy inmediatamente consciente: conciencia, pensamiento.

Y ¿qué es una cosa que piensa? «Una cosa que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina, y también que siente, que ama, que odia.» Descartes identifica el Yo con esta serie de actos conscientes, soy algo que no puede ser sin pensamiento, algo que es ser pensante. Por lo tanto, mi yo posee una característica que lo define específicamente: pensar. Lo que soy realmente es espíritu pensante, soy algo cuya naturaleza queda perfectamente definida como actividad mental, actividad racional en busca de la verdad.

b. Y tengo cuerpo. Tengo algo que mi entendimiento concibe como extensión. Lo corpóreo como reducido a magnitud espacial, a extensión cuantificable; es decir, algo que no es otra cosa que una extensión en longitud, anchura, profundidad y que puede moverse y adoptar distintas formas y figuras.

Esta idea, de que tengo cuerpo, es una idea clara y distinta, evidente, de la que no podemos dudar, verdadera. Tengo cuerpo.

En las «Respuestas a las Sextas objeciones» precisará: «Reconozco que no hay nada que pertenezca a la naturaleza o esencia de los cuerpos, sino que es una substancia extensa en longitud, anchura y profundidad, capaz de diversas figuras y movimientos, y que esas figuras y movimientos no son otra cosa que modos, que jamás pueden ser sin ella.»

La noción de cuerpo no puede proceder de los sentidos. Tampoco de la imaginación.

Pero yo qué soy, ¿alma, cuerpo?, se sigue preguntando Descartes.

«Aunque tengo yo un cuerpo al que estoy estrechamente unido, sin embargo, puesto que, por una parte, tengo una idea clara y distinta de mi mismo, según la cual soy algo que piensa y no extenso y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, según la cual éste es una cosa extensa, que no piensa, resulta cierto que yo, es decir, mi alma, por la cual soy yo lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo, pudiendo ser y existir sin el cuerpo.»13

Podríamos afirmar que Descartes se adhiere a la afirmación de Platón que decía que somos alma y tenemos cuerpo.14

Para Descartes, por lo tanto, estamos en un cuerpo, ahora bien, nuestro cuerpo, como substancia extensa, material, que es, se halla sometido a las leyes de la naturaleza material, y está determinado por esas leyes físicas15. El cuerpo del hombre, como el del resto de los animales, solo es una máquina sometida, en sus movimientos, a las leyes del movimiento de la naturaleza inanimada, no posee ningún principio activo interno, propio. El estudio de la biología y el de la fisiología humana, debería, por tanto, entroncarse en la Física. Esta concepción, que Descartes transmite del cuerpo, impulsó el estudio científico del cuerpo humano, de su anatomía, en cuanto objeto de estudio ajeno al yo, al alma, e influyó en el desarrollo de estudios que consideraban, al cuerpo humano, simplemente como ser biológico. El cuerpo humano, como máquina que es, se podía desmontar, diseccionar, para conocer mejor su estructura interna, y experimentar en él, para mejorar su funcionamiento. También ha influido notablemente en el tratamiento médico y hospitalario que recibimos, aún en la actualidad, cuando caemos enfermos al ser considerado, nuestro cuerpo enfermo, como objeto de estudio experimental.

Pero nuestra alma, nuestro ser racional está fuera de la determinación de la naturaleza, de las leyes que rigen al cuerpo, es libre; «el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo16 Y como substancia que es, no solo puede ser entendida plenamente en sí misma, sino que puede existir también por sí misma, sin tener que depender de otra substancia, en nuestro caso, del cuerpo.

La unión de nuestra alma con nuestro cuerpo es una unión accidental, permaneciendo las dos substancias solo relacionadas, no mezcladas. Y cada substancia («lo que existe de tal forma que no tiene necesidad sino de sí mismo para existir») sigue siendo lo que es en sí misma: nuestra alma como cogitans, pensante, y nuestro cuerpo como realidad extensa, materia. Y además podrían existir cada una, siendo lo que son, por separado. También nuestro cuerpo humano podría existir como unidad biológica sin el alma, sometido, en sus movimientos, a las leyes físico-biológicas propias. Aunque, lo que sucede realmente, es que siempre se halla unido al alma, y solo se produce la separación de las dos substancias cuando el cuerpo, por razones naturales, deja de funcionar, con la muerte; entonces el alma, con la muerte del cuerpo y el inicio de su descomposición, lo abandona y sigue existiendo sin cuerpo. 17

Nuestro cuerpo se nos manifiesta como una máquina perfecta compuesta de partes sólidas, los huesos, y de partes blandas, los músculos, y los tensores que son los nervios. Tiene movimientos propios, y no todos son dirigidos por el alma.18

Nos dice Descartes: «Explicaré como está compuesta la máquina de nuestro cuerpo. No hay nadie ya, que no sepa que hay en nosotros un corazón, un cerebro, un estómago, músculos, nervios, arterias, venas y cosas semejantes; se sabe también que los alimentos que comemos descienden al estómago y a las tripas, donde su jugo, yendo al hígado y a todas las venas, se mezcla con la sangre que éstas contienen, aumentando así la cantidad de la misma. Sobre la circulación de la sangre, están convencidos de que todas las venas y las arterias del cuerpo son como arroyos por donde corre la sangre continua y rápidamente, saliendo de la cavidad derecha del corazón por la vena arterial. Se sabe también que todos los movimientos de los miembros dependen de los músculos, y que estos músculos están opuestos unos a otros, de tal suerte que cuando uno de ellos se contrae, tira hacia sí la parte del cuerpo a que va unido, lo cual hace distenderse al mismo tiempo el músculo opuesto; luego, si este último se contrae, hace que el otro se distienda y atraiga hacia sí la parte a que ambos están unidos. Se sabe, asimismo, que todos estos movimientos de los músculos, lo mismo que todos los sentidos, dependen de los nervios, que son como unas cuerdecitas o como unos tubitos que salen, todos, del cerebro, y contienen, como éste, cierto aire o viento muy sutil que se llama los espíritus animales.»19

Nuestra alma, el yo que somos, en su actividad propia, la racional, también permanece libre, es decir, no está sometida a leyes estrictas en su búsqueda de la verdad; ahora bien, si no procede siguiendo un método adecuado a nuestra naturaleza racional corre el riego de extraviarse. Pero si la búsqueda de la verdad, la realiza con el método adecuado, sus posibilidades son ilimitadas. Nuestra razón está capacitada para conocer, por sí sola, toda la verdad, en todos los campos de la ciencia, físicos, filosóficos, psicológicos, políticos, sociológicos, antropológicos, médicos, etcétera. (Optimismo en el poder ilimitado de la razón transmitida, por la modernidad, a todos los campos del saber).

Co-acción del alma y el cuerpo humano

El alma, la «res cogitans», toma contacto con el cuerpo, la res extensa, en la glándula pineal, que está situada en la base del cráneo. Equivaldría a lo que hoy denominamos hipófisis. Es la única parte de cerebro no duplicada, y, por eso, el intercambio, que puede establecerse entre el alma y el cuerpo, es unidireccional.

El alma entra en contacto con el cuerpo en la glándula pineal e intercambia información con él por medio de los espíritus animales que viajan aprovechando el flujo sanguíneo. Descartes considera, a falta de conocer el sistema nervioso, que tiene que existir un vehículo transmisor de información entre el alma y el cuerpo, y aboga por la existencia de unos microscópicos (o invisibles) elementos, que sirven de portadores de información, entre el alma y el cuerpo, utilizando la sangre y las venas como canales de comunicación. De esa forma, Descartes anticipa la explicación del sistema nervioso, como vía de intercomunicación entre el cerebro y el cuerpo, y de las sinapsis, o descargas electroquímicas entre las neuronas. Afirma que son espíritus, porque deben tener elementos compatibles con el alma, y animales, por ser también compatibles con el cuerpo.

El cuerpo, por su propia naturaleza, tiene sus demandas, que Descartes llama pasiones: demanda comer, demanda reproducirse, etcétera.

Es el alma la que tiene que autorizar la satisfacción de dichas demandas, pero lo que nunca puede perder es la libertad. No puede estar sometida a las pasiones del cuerpo.

2. Filosofías que niegan la posibilidad de hacer una antropología metafísica

La Filosofía contemporánea ha negado la validez de cualquier intento de descubrir la verdad del ser y, también, del ser del hombre. No considera como válido ningún criterio de verdad, con pretensiones metafísicas. Y, la cultura occidental, se ha quedado sin una antropología que dé respuesta a las preguntas que todo hombre, especialmente los jóvenes, se hacen sobre su existencia.

2.1 Karl Marx (1818-1883)

El hombre según Marx

La antropología de Marx se encuadra dentro de los siguientes parámetros:

El principio fundamental, el punto de partida, es que en el mundo «solo existe la materia» o, lo que es lo mismo, «todo es materia o es reductible a materia» (Feuerbach).

El segundo parámetro es la teoría de la evolución. Todas las especies, incluido el hombre, son fruto de la evolución de la materia que ha realizado este progreso por propio impulso. (Darwin: El origen de las especies, 1859). El hombre es una especie animal más, fruto de la evolución de las especies.

El tercer aspecto que debe tenerse en cuenta, es la ley universal que rige toda la naturaleza, sobre todo la historia de la humanidad. El absoluto (Hegel defendía que era El Espíritu) es la materia que evoluciona siguiendo la Ley de la Dialéctica20 y en el que el hombre individual es un momento de la evolución de este absoluto (materialismo dialéctico). El motor dialéctico de la historia, son las contradicciones de la sociedad, debidas al conflicto entre las «relaciones de producción» y las «fuerzas de producción», la lucha de clases. El resultado de la lucha de clases son los diferentes Modos de Producción. Los hombres son considerados como individuos, elementos constituyentes de un todo que es el Estado, la sociedad. La primacía la posee la sociedad que progresa impulsada por la ley dialéctica (lucha de clases) hacia su destino. Si alguno de los individuos que constituyen la sociedad entorpece la marcha de la historia debe ser eliminado.

El cuarto punto de partida es que a la pregunta de quién es el hombre no se puede responder, como se ha hecho hasta ahora, definiendo su esencia, su naturaleza (el hombre es un animal racional, por ejemplo). Lo que realmente define al hombre, a cada hombre, no es lo que se ha dado en llamar esencia sino su existencia, que no es igual para todos los hombres y en todas las épocas históricas. Y su existencia queda determinada por las relaciones de producción, del Modo de Producción en la que le ha tocado vivir.

En quinto lugar, que lo específico de la existencia del hombre, lo que le diferencia del resto de los animales y lo que determina su existencia es el trabajo. El hombre, como especie y como individuo, es hombre porque, para vivir, ha tenido y tiene que trabajar. Su inteligencia está en función del trabajo.

Y por último, que cada hombre, como el resto de los individuos de cada especie, comienza a existir cuando nace y deja de existir cuando muere, porque es materia y solo materia. No existe la transcendencia, otra vida después de la muerte. Ésta es la única vida que tiene, la de su existencia temporal. Lo que le interesa al hombre no es lo que dicen que es, sino la vida que le toca vivir a él.

Lo que realmente importa es el proceso evolutivo de la historia que determina la existencia de cada hombre. El hombre individual no tiene más importancia que su contribución a esa evolución.

El hombre es simplemente un momento de la historia

Hegel, con su Filosofía, en la que milita Marx en la izquierda hegeliana, defiende que los grandes movimientos de las ideas a través de los cuales la cultura evoluciona y crece se rigen por su la ley universal de la dialéctica, en las que unas corrientes ideológicas se oponen a otras y producen síntesis superadoras. Las protagonistas de la historia son las ideas, los individuos son hijos de su tiempo y actúan movidos por las grandes corrientes culturales. «El individuo es solo un momento del desarrollo de la historia, de lo que Hegel llama, el Espíritu Absoluto» El sujeto de la historia es el Espíritu Absoluto que se va desarrollando, para Marx es la materia. El individuo no es prácticamente nada ante el Estado, ante la colectividad o ante la ideología: solo un pequeño instrumento pasajero.21

Marx unifica, en su Filosofía, el panteísmo hegeliano y el materialismo científico. Para Marx, todo puede explicarse desde la materia, no desde las ideas: los seres existentes en la Tierra y la hasta la historia del hombre. Las verdaderas causas de los fenómenos humanos había que buscarlas en los condicionamientos materiales y biológicos.

Para Marx el absoluto es la materia y la ley que rige su evolución es la dialéctica. En la historia del hombre son las relaciones materiales de producción y la ley dialéctica es la lucha de clases. Para Marx como para Hegel, el individuo no es prácticamente nada ante el Estado, ante la colectividad o ante la evolución de la materia: solo un pequeño instrumento pasajero.

«[...] Mi método dialéctico, no solo difiere fundamentalmente del de Hegel, sino que le es directamente opuesto. Para Hegel, el proceso mental, del que llega hasta hacer un sujeto independiente bajo el nombre de idea, es el demiurgo de la realidad, la cual solo es su manifestación externa. Para mí, a la inversa, lo ideal no es más que lo material, transpuesto e interpretado en la cabeza del hombre.»22

El trabajo como factor humanizante

El hombre, como especie animal que es, un momento del proceso evolutivo de la materia, está pendiente de la relación con el medio en el que vive para su supervivencia. Él y el medio interaccionan. Como ser vivo necesita exteriorizarse, salir de sí para ser, para satisfacer las necesidades de ser material y vivo.

«El hombre es fundamentalmente un ser natural. Como ser natural, y como ser natural vivo, está, de una parte, dotado de fuerzas naturales, de fuerzas vitales, es un ser natural activo, estas fuerzas existen en él como talentos y capacidades, como impulsos; de otra parte, como ser natural, corpóreo, sensible, objetivo, es, como el animal y la planta, un ser paciente, condicionado y limitado; esto es, los objetos de sus impulsos existen fuera de él, en cuanto objetos independientes de él, pero estos objetos son objetos de su necesidad, indispensables y esenciales para el ejercicio y afirmación de sus fuerzas esenciales. El que el hombre sea un ser corpóreo, con fuerzas naturales, vivo, real, sensible, objetivo, significa que tiene como objetivo de su ser, de su exteriorización vital, objetivos reales, sensibles, o que solo en objetos reales, sensibles, puede exteriorizar su vida. Ser un ser natural, sensible, es lo mismo que tener fuera de sí su objeto, su naturaleza, su sentido, o ser para un tercero objeto, naturaleza, sentido. El hambre es una necesidad natural; necesita, pues, una naturaleza fuera de sí, un objeto fuera de sí, para satisfacerse, para calmarse. El hambre es la necesidad objetiva que un cuerpo tiene de un objeto que está fuera de él y es indispensable para su integración y exteriorización esencial.

Un ser que no tiene su naturaleza fuera de sí no es un ser natural, no participa del ser de la naturaleza. Un ser que no tiene ningún objeto fuera de sí no es un ser objetivo. Un ser que no es, a su vez, objeto para un tercer ser no tiene ningún ser como objetivo suyo, es decir, no se comporta objetivamente, su ser no es objetivo» 23

Pero la relación que establece el hombre con el medio es diferente a la del resto de los animales. El hombre se relaciona con la naturaleza por medio del trabajo. Pero esa condición existencial de su especie, el trabajo, le llevó a ser humano. «Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de la producción» de sus medios de subsistencia.

«Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste, que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.

El modo como los hombres producen sus medios de vida depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que trata de reproducir. Este modo de producción no debe considerarse solamente en cuanto es la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción» 24

Esta relación especial que el hombre tiene con la naturaleza, el trabajo, le ha humanizado, es decir, le ha hecho ser un hombre, porque le ha obligado a desarrollar todas las potencialidades, confiriéndole la categoría de especie inteligente y libre. La naturaleza propia interna de su corporeidad que le estimula a la acción y la naturaleza externa que le ofrece la satisfacción de sus necesidades le llevan al hombre a activar la fuerza física de sus brazos, su inteligencia, proyectando con ella la obra que quiere realizar, para transformar esa materia en algo útil para su propia vida. «Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él

«El trabajo es en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en el que éste realiza, regula y controla, mediante su propia acción, su intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para, de ese modo, asimilar, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par, de ese modo, actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina... Hay algo en lo que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que, antes de comenzar el proceso, existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal» 25

El trabajo, por lo tanto, no solo ha humanizado a una especie de homínidos, sino que también humaniza a cada individuo concreto de la especie, le hace realizarse como hombre, le hace manifestar y desarrollar sus facultades humanas. El trabajo le hace crecer humanamente, le humaniza.

El hombre, con el trabajo, además, humaniza a la naturaleza material convirtiéndola en su mundo. No puede vivir utilizando simplemente la naturaleza virgen, no es una especie que esté dotada para vivir con la simple utilización de naturaleza, la tiene que transformar, tiene que introducir su ser, su humanidad, en ella y transformarla en su mundo para poder subsistir. El hombre transformando la naturaleza, le confiere valor. «La ‘Naturaleza’, escribió Marx, es el cuerpo inorgánico del hombre», la prolongación de la humanidad del hombre. Esto significa que trabajando el hombre descubre, en la naturaleza, la prolongación de su propio ser humano: descubre la fuerza física de su cuerpo, la creatividad de su imaginación, la agudeza de su inteligencia, el poder de su voluntad.

Para Marx, es muy importante que se entienda bien esta relación específica y única que tiene la especie humana con la naturaleza, que es el trabajo, si se quiere entender qué significa ser hombre.

Por eso Marx dice que el trabajo define al hombre en cuanto constituye la esencia de la actividad humana, la forma universal de la relación del hombre con la naturaleza. Esto signifi­ca que las formas variables de la actividad de los hombres remiten, en última instancia, al trabajo como condición necesaria sin la cual aquéllas no podrían manifestarse. El trabajo, según las relaciones de producción en las que está insertado, me realiza como el hombre que soy yo.

2.2 Friederich Nietzsche

El hombre según Nietzsche

Nietzsche quiere desenmascarar todas las mentiras sobre las que se ha construido la Cultura Occidental y que tienen engañado al hombre. Para eso, y, por eso, hace un análisis del origen del hombre.

Primer período: Período natural de la humanidad

La voluntad de poder

Comienza dando su interpretación del estado original del hombre, de su cultura primera, de la que él considera adecuada al orden natural, al orden que se manifiesta en toda la existencia de los seres. El hombre apareció, como el resto de las especies, fruto de la energía cósmica que origina todo lo existente, más concretamente, de la voluntad de poder, fuerza, impulso que emana de la energía cósmica y como ella, es, ciega (sin fin o meta), caótica (no se puede entender por la falta de lógica), no sigue ningún proceso en sus manifestaciones (lo que emerge de ella es imprevisible) e impersonal. Es un Impulso que se muestra en cada novedad como superación de lo hasta ahora manifestado. Todas las formas de vida derivan de esta energía, fundamentalmente el hombre.

«Dondequiera que he encontrado algo viviente, he encontrado la voluntad del poder; incluso en la voluntad de quien obedece he hallado la voluntad de ser amo. Que lo más fuerte domine a lo más débil, esto es lo que quiere su voluntad. Su voluntad quiere ser dueña de lo que es más débil aún.» 26

Pues bien, esta voluntad de poder que marca la diferencia entre los individuos de toda especie, ninguno es igual, también marca la diferencia entre los hombres, entre un individuo y otro, y diferencia a los hombres fuertes de los hombres débiles.

Los hombres fuertes

Por un lado están los hombres fuertes, los que poseen fuerte voluntad de poder. Son los mejores, los nobles, los aristói, los líderes. Los que, por la naturaleza de su ser, dominan y someten al resto de los hombres.

Un dominio siempre en tensión, en lucha. En el principio de la humanidad, la sociedad se regía por la ley del más fuerte generando un sistema político parecido a lo que hoy llamamos anarquía. Los hombres fuertes se sentían orgullosos de lo que eran (tenían alta su autoestima), se sabían los mejores. Su motivación vital emanaba de su energía interior, poseían un espíritu noble, alegre y feliz.

Vivían con la moral de los señores

Secundaban la llamada de los instintos naturales, vitales. Decían sí a la vida. Su vida era dionisíaca.27

Cultivaban los valores del ser solitario: seguros, originales, autosuficientes, egoístas y creadores.

Amaban la tierra, el tiempo y la vida.

Todo lo querían conocer experiencialmente, por eso todo lo consideraban como un reto vital, vivían la vida al límite. Su sabiduría la adquirían viviendo la vida.

Los hombres débiles

Por otro lado, existían también, y en un número más elevado de individuos, los hombre débiles. Poseían débil voluntad de poder. Eran hombres inferiores, los sometidos, los esclavos, los que solo sabían vivir bajo el mandato, las órdenes, la tutela de otro más fuerte, de los líderes, de los hombres fuertes. Deseaban y buscaban una vida sin sobresaltos, tranquila. No se sentían con fuerzas para vivir la vida. Eran la clase social de los esclavos, de la mano de obra barata, la de los que realizan los trabajos de producción, los que solo saben vivir sometidos a la voluntad de otros, como la mujer28, según dice Nietzsche. Poseían una baja autoestima de sí mismos, se sentían inferiores, no les gustaba ser como eran. Su falta de motivación vital era tal que solo reaccionan por estímulos exteriores, como la opresión a la que estaban sometidos y que les generaba el resentimiento.

«Seres híbridos e indecisos que no saben ni bendecir ni maldecir con toda su alma.» 29

«He aquí a los tísicos del alma, que apenas nacidos, ya comienzan a morir y aspiran a las doctrinas del cansancio y del renunciamiento30

«Estos portadores de los instintos opresivos y sedientos de venganza, los descendientes de toda esclavitud europea y no europea, de toda la población precaria especialmente, ¡representan el retroceso de la humanidad!»31

Viven con la moral de los esclavos

Ahogan la llamada de los instintos naturales, vitales. Decían no a la vida. Su vida era apolínea.32

Cultivan los valores del ser gregario: solidaridad, caridad, altruismo, compañerismo y humildad. Desarrollaban un espíritu ruin.

Aman el cielo, la eternidad, la vida eterna. Todo fuera de lo que viven.

Su sabiduría consiste en aprender palabras y conceptos que contenían experiencias que no han vivido y que, además, tampoco estaban dispuestos a vivir.

Así nació la especie humana, así fueron sus orígenes, ésta es la naturaleza de los hombres fuertes y la naturaleza de los hombres débiles. El estado natural, bueno para todos los hombres, porque era según su naturaleza.

2.3 Sigmund Freud (1856 - 1939)

El hombre según Freud

Freud no pretende hacer metafísica y darnos una definición esencialista del hombre. Freud lo que hace es dibujarnos el mapa de la psique del hombre, de las fuerzas que interactúan dentro de él y que hacen que tenga esa forma de ser y de actuar que tiene, y de la que depende su bienestar, su equilibrio y su felicidad.

Según Freud, la personalidad del hombre es el resultado de la gestión de multitud de fuerzas, muchas de las cuales escapan a nuestro control y a nuestro consciente.

La clave, para Freud, es comprender que toda la vida psíquica del individuo es fruto de la actuación de la energía biológica, de las fuerzas instintivas que posee cada individuo, y que es necesario saber gestionar, administrar adecuadamente

En la psique del hombre se manifiestan tres instancias fundamentales: el inconsciente o ello, el superyó y el yo.

El Inconsciente. Ello

En primer lugar tenemos el ello. Es la instancia más primitiva que se enraíza claramente en lo somático, en lo biológico. Cuando nacemos, nuestra personalidad es rudimentaria y está cons­tituida, en su mayor parte, por impulsos instintivos, biológicos, que exigen ser satisfechos; el ello constituye, entonces, prácticamente, toda su personalidad. Pero aún después de desarrollarse la personalidad, el ello sigue teniendo un papel importantísimo en la relación con el yo y el superyó. Es por lo tanto una parte fundamental y una de las que más determina nuestra personal forma de ser hombre. El ello, aislado del mundo exterior, tiene su propio mundo de percepciones y obedece inexorablemente al principio del placer. El ello es un mundo inconsciente y solo sabemos algo de él cuando aflora en forma de deseos que buscan ser satisfechos, o en los sueños, o en los actos fallidos, etcétera, manifestaciones del inconsciente que después analizaremos detalladamente.

Eros y Thánatos

En el núcleo del oscuro ello, que no se comunica directamente con el mundo exterior y que por lo tanto es inconsciente, se encuentran los instintos orgánicos cuyas fuerzas Freud reduce, en último término, a dos principios: al eros o instinto de vida y al thánatos o instinto de muerte. Estos dos principios instintivos desean fundamentalmente alcanzar la satisfacción de sus impulsos (principio de placer). Pero la satisfacción inmediata y plena de estos instintos, tal como lo exige el ello, llevaría al hombre a tener conflictos peligrosos con el mundo exterior y, en última instancia, a su destrucción. El superyó será el que le ponga los límites permitidos, de la satisfacción de los instintos. Y entre el ello, que pide placer, y el superyó, que exige control y restricción, el yo, buscará el equilibrio, como pueda o sepa, entre las dos exigencias.

De las dos principales fuerzas del ello, el eros tiende a satisfacerse, viviendo todas las experiencias que considera satisfactorias. Desea crear y busca la felicidad, el placer inmediato, saboreando todo lo que es vida. El instinto de muerte, el thánatos, al contrario, tiende a cortar todas las relaciones, a destruir los objetos y su meta final es regresar al estado inorgánico, es decir, a la muerte, donde se goza de paz porque no se sufre.

«El nódulo del sistema inconsciente está constituido por representaciones de instintos que aspiran a derivar su carga, o sea por impulsos de deseos. Estos impulsos instintivos se hallan coordinados entre sí y coexisten sin influir unos sobre otros ni tampoco contradecirse.

Los procesos del sistema Inconsciente carecen de toda relación con la realidad, se hallan sometidos al principio del placer y su destino depende exclusivamente de su fuerza y de la medida en que satisfacen las aspiraciones valoradas como placer o displacer».33

Eros

«El dios «amor» en la mitología griega, entendido como «deseo pasional». La cosmogonía de Hesíodo, originario de Beocia, región donde se daba culto a Eros, lo presenta como la fuerza cósmica que preside la constitución del universo, que procede por unión de contrarios o por separación de contrarios previamente unidos, dando como resultado elementos naturales a los que -todavía- se les da nombres de dioses. En las cosmogonías órficas, en cambio (en las que el universo comienza con la separación en dos mitades de un huevo primigenio, para formar el cielo y la tierra), Eros nace de él para dar origen a los dioses inmortales y con la función, al parecer, de reunir de alguna manera las dos mitades del cielo y la tierra, o de unir lo mortal con lo inmortal. Aristófanes: cosmogonía

En un principio existían Caos, la Noche, el negro Erebo y el ancho Tártaro y ni Ge ni Aer ni Urano existían; en los senos ilimitados de Erebo, la Noche de negras alas alumbra primeramente un huevo, del que, al término de las estaciones, brotó Eros el deseado, brillante su espalda con alas doradas, semejante a los ventosos torbellinos. Éste, tras unirse al alado Caos tenebroso en el ancho Tártaro, empolló a nuestra raza y fue el primero en sacarla a luz. No existía la raza de los inmortales hasta que Eros mezcló entre sí todas las cosas; y, al mezclarse unas con otras, nació Urano, Océano, Ge y la raza imperecedera de todos los dioses felices. Así somos, con mucho, los más antiguos de todos los bienaventurados».34

En el psicoanálisis, Freud recurre al nombre de Eros para designar el conjunto de instintos o pulsiones sexuales, de autoconservación del yo.

Al Eros, o pulsión de vida, opone frontalmente la pulsión de muerte, a la que también denomina thánatos. El instinto de muerte, thánatos (del griego, muerte), tiende a cortar todas las relaciones, a destruir los objetos, y su meta final es regresar al estado inorgánico anterior a la vida, es decir, a la muerte. En la terminología psicoanalítica, significa las pulsiones de muerte que tienden hacia la autodestrucción, con el fin de retornar, al organismo, a un estado inanimado, y que son más fuertes en las primeras fases de la vida. Posteriormente, estas pulsiones se dirigen hacia objetos externos manifestándose como pulsiones agresivas. El thánatos explicaría las tendencias de agresión, sadismo y suicidio que, a veces, sentimos dentro de nosotros mismos.

«Basándonos en reflexiones teóricas, apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en contraposición al eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así por medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en particular. Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente conservadora, tendiendo a la reconstitución de un estado perturbado por la génesis de la vida, génesis que sería la causa, tanto de la continuación de la vida, como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería un combate y una transacción entre ambas tendencias. La cuestión del origen de la vida sería, pues, de naturaleza cosmológica, y la referente al objeto y fin de la vida recibirá una respuesta dualista.»35

Las pulsiones

La pulsiones son las representaciones psíquicas de los estímulos que nacen en el interior del cuerpo, en nuestro ser biológico. Las pulsiones son fuerzas, tendencias que existen en el ello, son exigencias que el cuerpo pide, y exigen que sean satisfechas. Freud, a partir de 1920 (con la publicación de Más allá del principio del placer) considera que estas tendencias pueden reducirse fundamentalmente a dos: las pulsiones de vida, que las origina el Eros, y las pulsiones de destrucción, que las origina el thánatos. Dichas pulsiones son de origen biológico y constituyen la base de toda la actividad psíquica y vital que desarrolla el hombre. Por lo tanto, toda actividad humana es fruto de la acción de la parte biológica, que el hombre posee.

La energía que mueve al hombre es pura energía biológica, instintiva.

Toda pulsión sigue el principio de placer: satisfacerse; tiene un objeto en el que pretende satisfacerse. El fin de una pulsión es siempre la satisfacción inmediata. El objeto del instinto es la cosa en la cual o por medio de la cual puede el instinto alcanzar su satisfacción.

Principios dinámicos del psiquismo

La energía del psiquismo humano originada por su componente biológico está regulada por lo que Freud llama principios: el principio de placer y el principio de realidad.

El ello se rige exclusivamente por el principio de placer. Las pulsiones tienden a ser satisfechas inmediatamente, sin demora.

En el yo, la conciencia moral y el ideal del yo que ha configurado el superyó, obligan a abandonar la satisfacción de ciertos deseos reprimiéndolos o, en algunos casos, acomodándolos a las circunstancias, es lo que Freud llama el principio de realidad. El superyó, por lo tanto, ejerce la función de censura sobre los impulsos del ello.

Manifestaciones del inconsciente

Esta censura que ejerce el superyó, está siempre vigilante, dando paso, o reprimiendo, las pulsiones que emanan del eros y del thánatos. Pero como estos deseos exigen satisfacción, buscan ser satisfechos o tener un desahogo y, si no lo consiguen, buscan otras vías de escape. Freud considera que el inconsciente utiliza los sueños, los actos fallidos, los lapsus, las situaciones cómicas inconscientes y la enfermedad de la neurosis como vías de escape. A estas salidas que encuentra el ello, Freud las llama manifestaciones del inconsciente. Los más estudiados por Freud son los sueños. Los sueños son la pseudosatisfacción de los impulsos del eros o del thánatos, que han logrado burlar la censura, mientras dormimos, que es cuando baja un poco la guardia. Pero como la censura nunca está del todo dormida, en los sueños, se recurre a eludirla, mediante estratagemas: recurriendo a representaciones simbólicas (el tren, la culebra, etcétera); a enmascarar o disfrazar los hechos o las personas para que no se les reconozca y los reprima la censura. Otra de las manifestaciones del inconsciente estudiada por Freud fue la neurosis. La neurosis es una enfermedad psíquica, propia de un yo muy débil, que se culpabiliza de todo lo que sale mal a su alrededor, de una forma obsesiva, como vía de escape, de un ello drásticamente reprimido. Es famoso «El caso de Anna O».

El Superyó

Otro de los componentes que intervienen activamente y con protagonismo propio, en la configuración de nuestra personalidad es el superyó. ¿Cuál es la génesis del superyó? Alrededor de los cinco años, el niño incorpora a su yo, mediante la identificación, parte de la realidad en la que vive, que ha ejercido el control desde fuera, a través de los padres y de la sociedad, y la convierte en parte integrante de su mundo interior, es decir, interioriza, hace suyos los valores del ambiente en el que está viviendo y que corres­ponde al mundo representado por los padres, educadores, etcétera, que tienen autoridad sobre el niño. Pues bien, al interiorizar los valores de ese ambiente en el que vive, deviene una nueva instancia psíquica que continúa las funciones que anteriormente desempeñaron esas personas del mundo exterior; es decir, observa al yo, le imparte órdenes, lo corrige y amenaza con castigos, tal como hicieron los padres, cuya plaza ha venido a ocupar. Éste es el superyó, que, en sus funciones judicativas, sentimos como conciencia, y que despliega, con frecuencia, una severidad que no tuvieron los padres reales; más aún, pide cuentas al yo, no solo por los actos realizados, sino por las intenciones y pensamientos de los no realizados.

El superyó, es el resultado del proceso de identificación con la figura paterna tras el complejo Edipo36, con la realidad social en el que se crece, y con la que nos sentimos identificados. El superyó es, pues, la interiorización de los valores del entorno más próximo, que genera lo que Freud llama la conciencia moral y el ideal del yo. Actúa como censura, como guía y asume la función de la represión y la de adecuar al yo con su figura ideal.

La conciencia moral

La conciencia moral se va formando con las correcciones y condenas que los padres imponen a los niños, en todo lo que ellos consideran malo. A la formación de esa conciencia moral, también contribuye la sociedad, con sus costumbres y sus leyes. La acción mala conlleva un castigo, y la buena una recompensa afectiva, física o de otro signo. Por eso va apareciendo en el hombre el sentimiento de culpa, cuando ha realizado una acción contraria a los valores, que constituyen lo que se considera como bueno, sentimiento que se manifiesta, aunque la acción realizada no la haya observado nadie.

El YO

Es la instancia de la personalidad que tiene que gestionar, por un lado, la satisfacción de los impulsos del ello y, por otro, llevar a cabo las exigencia de la conciencia moral y la realización del yo ideal. Tarea no siempre fácil de llevar a cabo. De su buen hacer, depende la salud mental del hombre.

El ello, tanto el eros como el thánatos, envían sus ciegos impulsos instintivos, para que se les dé adecuada e inmediata satisfacción, siguiendo el principio de placer. Por otro lado, el principio de realidad le impone cordura, sensatez, prudencia, en la elección del objeto con el que dar satisfacción a los deseos del eros o del thánatos; mesura en la forma en la que llevar a cabo los actos; discreción en la elección del momento más adecuado, teniendo en cuenta el conocimiento del ambiente, la experiencia pasada y la visión del futuro con sus consecuencias.

El superyó ha generado una conciencia moral, con unos valores, que exigen ser respetados incondicionalmente y con los que somete a riguroso juicio los actos que se van a realizar, para satisfacer las demandas del ello, o los que se han realizado ya, sancionando la trasgresión a esos valores, con el sentimiento de culpa, es decir, el remordimiento por haber obrado mal. También ha diseñado un yo ideal que desea alcanzar, para sentirse orgulloso de sí mismo, y que exige su realización, generalmente, con la tiranía más dura, que es la de la afectividad: sentirse querido, ser tenido en cuenta, ser amado. No hacerle caso al superyó, o no secundarlo, es la causa del sentimiento de desprecio a sí mismo y la falta de autoestima.

Si las fuerzas del ello y del superyó son desiguales o, por la vehemencia de los instintos o, por la exigencia del superyo o, por la inseguridad del yo ante la gestión que tiene que llevar a cabo inexorablemente, aparece la temida angustia, sentimiento que puede llevar a la depresión.

Mecanismos de defensa

La tensión a la que está sometido el yo necesita más de una vez disponer de mecanismos de defensa para dar satisfacción tanto al ello como al superyó utilizando vías de escape.

Los principales mecanismos de defensa que utiliza el yo son:

La represión. Es decir, negarle, hasta la existencia, a un deseo, a una pulsión, cuya satisfacción destruiría de raíz el equilibrio psíquico del yo, dado que atenta contra los pilares en los que se sustentan los valores de la conciencia moral y del ideal del yo. El ejemplo más patente es el del incesto (mantener relaciones sexuales entre los miembros de una misma familia).

El tabú del incesto. «Para poder vivir unidos en paz, los hermanos victoriosos, renunciaron a las mujeres, a las mismas por las cuales habían asesinado al padre y aceptaron someterse a la exogamia. El poder del padre estaba destruido; la familia se organizó de acuerdo con el sistema matriarcal. La actitud afectiva ambivalente de los hijos hacia el padre, se mantuvo en vigencia durante toda la evolución posterior. En lugar del padre se erigió determinado animal como tótem, aceptándolo como antecesor colectivo y como genio tutelar; nadie podía dañarlo o matarlo; pero una vez al año, toda la comunidad masculina se reunía en un banquete, en el que el tótem, hasta entonces reverenciado, era despedazado y comido en común. A nadie se le permitía abstenerse de este banquete que representaba la repetición solemne del parricidio, origen del orden social, de las leyes morales y de la religión.37

La regresión. El yo, cuando no se ve capaz de solucionar un conflicto, puede recurrir a la estratagema de regresar a estadios anteriores de la vida, en los que no se le presentaban esos conflictos o en los que se le daban satisfacción inmediata. Así el niño que reclama la atención y el cariño que ahora se le da al hermanito que acaba de nacer, vuelve a la etapa en la que no controlaba sus necesidades orgánicas, para ser centro, otra vez, de la atención de sus padres. No solo el niño recurre a esta estratagema, también lo hacen las personas que no pudiendo soportar un conflicto regresan a estadios de infancia, en los que no se les exigía responsabilidad por sus actos. Por eso aparecen síntomas de la infancia, en estadios de la vida, en los que se nos exige asumir responsabilidades, o aceptar situaciones, que consideramos excesivas; por eso hay personas, mayores de edad, que vuelven a comprar muñecas para jugar y disfrutar en privado con ellas; otras, vuelven a depender excesivamente de los cuidados de otros.

La sublimación. Es la salida que da satisfacción a potentes impulsos instintivos, y también a demandas exigentes del superyó, situándose en un terreno neutral, aceptado por el ello, por su satisfacción, y por el superyó, por sus valores, encauzando todas las energías vitales hacia, por ejemplo, la creación de cultura, el arte o hacia obras religiosas. El eros y el thánatos pueden satisfacerse plenamente escribiendo, pintando, componiendo o haciendo obras humanitarias y el superyó, la conciencia moral y el ideal del yo, quedan también altamente satisfechos por los valores que se generan, con esa actividad, en cualquiera de esos campos. El artista trata de dar satisfacción a sus impulsos instintivos, en el mundo de la fantasía, forma de expresión por la que puede ser considerado y admirado por los demás.

La proyección. Otra salida que puede utilizar el yo, hacia fuera, es buscar a los que dan rienda suelta a esos impulsos, que él tiene que reprimir, por la dureza de su conciencia moral o por lo exigente de su ideal del yo y perseguirlos, odiarlos. Es el caso del que siente deseos de matar y robar y se hace policía. O, hacia adentro, como es el que al sentir pulsiones sexuales, inaceptables por su naturaleza, las transforman en fobias, como los temores incontrolables a los lugares cerrados: claustrofobias; a los espectáculos de multitudes: agorafobias, etcétera

Las fijaciones. La libido puede provocar la fijación, la dependencia emocional, generalmente con connotaciones erótico-sexuales, hacia un objeto de la infancia y que persiste en la vida posterior. Hará que el sujeto tenga problemas para establecer nuevos vínculos emocionales. El sujeto queda estancado, de algún modo, en un estadio de su infancia, la libido queda detenida en una fase primitiva de su evolución (oral, anal, fálica, latencia y genital) y no avanza en su normal desarrollo.

Desplazamientos. Consiste en cambiar el objeto de satisfacción de un impulso por otro, que se considera menos peligroso o menos trasgresor. Dar una patada a un objeto o a un animal, en lugar de agredir a la persona, que ejerce una autoridad despótica sobre uno.

2.4. Jean-Paul Sartre (1905 – 1980)

Existencialismo

La existencia humana38

Sartre considera que no existe la naturaleza humana. Esto quiere decir que en nosotros no encontramos unos rasgos fijos que determinen el ámbito de posi­bles comportamientos o el de posibles características que podamos tener. Rechaza la existencia de una naturaleza espiritual o física que pueda determinar nuestro ser, nuestro destino, nuestra conducta. No poseemos substancia alguna.

Para él, el hombre, en su origen, es algo indeterminado y solo nuestras elecciones y acciones forman el perfil de nuestro ser.

En El existencialismo es un humanismo introduce el concepto de «condición humana»: la condición humana, nos dice, es «el conjunto de los límites a priori que bosquejan su situación fundamental (del hombre) en el universo». Estos límites son comunes a todos los hombres; es el marco general en el que invariablemente se desenvuelve la vida humana. Resume este marco básico de la vida humana en los puntos siguientes:

estar arrojado en el mundo;

tener que trabajar;

vivir en medio de los demás;

ser mortal;

saber que está de más.

El hombre es un ser que tiene conciencia de su existir: sabe, es consciente de que «está de más» en la existencia, no existe justificación o necesidad alguna de su existir. Determina la fragilidad de la existencia, la existencia como algo gratuito. Radicaliza esta situación del hombre cuando afirma, estamos «arrojados a la existencia», nuestra presencia en el mundo no responde a intención ni necesidad alguna, carece de sentido, la vida es absurda, el nacimiento es absurdo, la muerte es absurda.

Este texto de La náusea resume perfectamente la conciencia sartriana de la existencia:

«Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros; cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros. De más: fue la única relación que pude establecer entre los árboles, las verjas, los guijarros....Y yo –flojo, lánguido, obsceno, dirigiendo, removiendo melancólicos pensamientos–, también yo estaba de más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero estaba incómodo porque me daba miedo sentirlo (todavía tengo miedo, miedo de que me atrape por la nuca y me levante como una ola). Soñaba vagamente en suprimirme, para destruir por lo menos una de esas existencias superfluas. Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mi sangre en esos guijarros, entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese; y mis huesos, al fin limpios, descortezados, aseados y netos como dientes, todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad.» «Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Solo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo.»39

La comprensión del absurdo, esta experiencia originaria del ser, no solo intelectual, sino también vital, de la existencia, nos provoca «náusea».

El hombre se hace

«Si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre... ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Solo será después y será tal como se haya hecho. Así pues no hay naturaleza, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no solo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere y como se concibe después de la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo.»40

Condenados a ser libres

El hombre empieza existiendo, no teniendo un ser propio, empieza siendo una nada, y se construye a sí mismo a partir de sus proyectos; el hombre es lo que ha proyectado ser. De este modo, Sartre relaciona la libertad con la falta de naturaleza: tener una naturaleza o esencia implica que, el ámbito de conductas posibles, están ya determinadas; que algo tenga una naturaleza, quiere decir, que el tipo de conductas posibles, que le pueden acaecer, está restringida o limitada por su propio ser; pero el hombre no tiene naturaleza, no tiene una esencia, por lo que es libre y es lo que él mismo ha decidido ser.

El existencialismo, añade Sartre, es un ateísmo coherente, pues declara la peculiar posición del hombre respecto del resto de seres: La reivindicación sartriana de la libertad es tan radical que le lleva a negar cualquier género de determinismo. No cree en el determinismo teológico, ni biológico, ni social: ni Dios nos ha dado un destino irremediable, ni la naturaleza, ni la sociedad determinan absolutamente nuestras posibilidades, nuestra conducta. Somos lo que hemos querido ser y siempre podremos dejar de ser lo que somos.

Estamos condenados a ser libres: condenados porque no nos hemos dado a nosotros mismos la libertad, no nos hemos creado, no somos libres de dejar de ser libres. Aunque todo hombre está en una situación, nunca ella le determina, antes bien, la libertad se presenta como el modo de enfrentarse a la situación (al entorno, el prójimo, el pasado). Ni siquiera los valores, la ética, se presentan como un límite de la libertad, pues en realidad, dice Sartre, los valores no existen antes de que nosotros los queramos, no existen los valores como realidades independientes de nuestra voluntad, los valores morales los crea nuestra determinación de hacer real, tal o cual estado de cosas. Al escoger unos valores en vez de otros, la voluntad les da realidad. La libertad se refiere a los actos y voliciones particulares, pero más aún a la elección del perfil básico de mí mismo, del proyecto fundamental de mi existencia, proyecto que se realiza con las voliciones particulares. Esta idea sartriana tiene dos importantes consecuencias:a) hace al hombre radicalmente responsable, no tenemos excusas, lo que somos, es una consecuencia de nuestra propia libertad de elección; b) somos responsables de nosotros mismos, pero también del resto de la humanidad; lo que trae consigo el sentimiento de angustia y, en los casos de huida de la responsabilidad, la conducta de mala fe. Hace del existencialismo una Filosofía de la acción. De forma un tanto paradójica el existencialismo se presenta como una Filosofía optimista; paradójica puesto que parecería que al declarar el carácter absurdo de la vida, el ser el hombre «una pasión inútil», podría fomentar la pasividad, la quietud, pero dado que el hombre es lo que él mismo se ha hecho, dado que se declara que cada hombre es la suma de sus actos y nada más, nos incita a la acción, a ser más de lo que somos: no existe ningún ser que nos haya creado y que dirija nuestra conducta de uno u otro modo.

Desamparado. Solo y sin guía

Este sentimiento es una consecuencia de la conciencia de la radical soledad en la que nos encontramos cuando decidimos: el elegir es inevitable, personal e intransferible. No podemos dejar de elegir (incluso cuando optamos por no elegir, elegimos no elegir, elegimos dejarnos llevar por la circunstancia, la pasión o la legalidad); somos nosotros los que elegimos, no vale excusarse indicando que estamos cumpliendo una orden de un superior, o un mandato del Estado, siempre podríamos no hacerlo; somos libres, estamos condenados a ser libres, a elegir, y lo que hacemos depende de nosotros y solo de nosotros.

Los valores que dirigen nuestra elección los elegimos nosotros, o mejor, los inventamos: no existe una tabla de valores absoluta en la que podamos consultar lo correcto o incorrecto de nuestra decisión, en la que podamos apoyar nuestro juicio moral. Dios no existe, y por no existir Dios no existen valores morales absolutos, independientes de nuestra subjetividad, a priori: «en ningún sitio está escrito lo que debemos hacer; estamos en el plano de lo humano». Todo está permitido si Dios no existe, y no hay excusas de ningún tipo para nuestras acciones. Ninguna moral puede presentar con detalle la conducta que debemos realizar, solo nos cabe inventarnos nuestra moral «el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre».

Angustia

Es el sentimiento que acompaña al hombre ante su libertad desamparada, sin rumbo, sin norte, sin guía. Yo me hago a mí mismo sin diseño alguno, sin modelo que seguir. Soy un barco que navega en alta mar, sin brújula y si estrellas que me guíen o me orienten. Cualquier dirección da lo mismo.

Para Sartre, la libertad es la categoría antropológica fundamental, y, este ser autor o responsable radical de uno mismo, tiene varios efectos en el ámbito de los sentimientos; en «El existencialismo es un humanismo» describe tres afectos que acompañan a la libertad: la angustia, el desamparo y la desesperación.

La angustia: es el sentimiento más importante, hasta el punto de que Sartre llega a declarar que el hombre es angustia. Distingue la angustia del mero miedo: el miedo aparece ante un peligro concreto y se relaciona con el daño o supuesto daño que la realidad nos puede infligir; la angustia no es, por ningún motivo concreto, ni de ningún objeto externo, es miedo de uno mismo, de nuestras decisiones, de las consecuencias de nuestras decisiones.

Al darnos cuenta de nuestra libertad nos damos cuenta de que lo que somos y lo que vamos a ser depende de nosotros mismos, de que somos responsables de nosotros mismos y no tenemos excusas; la angustia aparece, al sentir­nos responsables radicales de nuestra propia existencia.

Esta conciencia de la responsabilidad se incrementa al darnos cuenta de que nuestra elección no se refiere solo a la esfera puramente individual: todo lo que hacemos tiene una dimensión social; cuando elegimos un proyecto vital estamos eligiendo un modelo de humanidad, no se puede elegir una forma de vida y creer que ésta vale solo y exclusivamente para nosotros, no se puede desatender a la pregunta ¿y si todo el mundo hiciera lo mismo? Al elegir, afirma Sartre, nos convertimos en legisladores, por ello siempre nos deberíamos decir: «dado que con mi acción supongo que todo hombre debe actuar así, ¿tengo derecho a que todo hombre actúe así?».

Náusea

Es la experiencia humana fundamental ante el sentirse que «está de más», ante la conciencia de existir solo, ante la libertad de decidir su ser sin guía alguna, ante la responsabilidad ante sí y ante los demás.

La describe en la novela «La náusea» (1938): «Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Solo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia: la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar... eso es la Náusea.»41

La náusea aparece al sentir el carácter absurdo de la existencia, al captar la realidad como algo superfluo, contingente; los existentes (nosotros incluidos) venimos de la nada, existimos sin justificación alguna y terminaremos en la nada. Hemos sido arrojados a la existencia, y del mismo modo seremos arrojados a la muerte. «Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad.»


7 Platón, Fedón, 72e_77a. en R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.36-40.

8 Platón, Fedón, 72e_77a. en R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.36-40.

9 Aristóteles, Metafísica, Cap. 2.

10 Santo Tomás de Aquino, De Ánima II, Lec. 2.

11 Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I parte, II, Cuestión 93, artículo 6: La huella de Dios en el cuerpo del hombre.

12 Descartes, Discurso del método. Primera regla del método.

13 Descartes, Maditaciones Metafísicas, Sexta meditación.

14 «Fundada la concepción de la naturaleza del hombre en un dualismo fundamental: el del espíritu, el alma (o res cogitans) la substancia pensante, y el de la materia, el cuerpo (res extensa) substancia extensa. El cuerpo separado del espíritu, la mente pensante, empieza su historia como una suma de partes sin interioridad y el espíritu, la mente, como interioridad sin encarnación. El cuerpo, con Descartes, se convierte en un organismo, objeto de estudio científico, en sus aspectos objetivos, los cuantitativos, los mensurables. Renato Zanchetta (2004). Malattia, salute, salvezza. Padova. Edizioni Messaggero».

15 1. Ley de inercia: «Cada cosa en la medida en que depende de si misma, continúa en su estado de reposo o movimiento, y nunca cambia sino por la acción de otra cosa».

2. Ley del movimiento en línea recta: «Todo cuerpo en movimiento tiende a continuar en este movimiento en línea recta», pero como consecuencia del hecho que la materia es un «plenum», «las trayectorias reales son curvas».

3. Ley de la conservación de la cantidad de movimiento: «Si un cuerpo empuja a otro, no puede darle ningún movimiento si él no pierde la misma cantidad del suyo, ni puede sacarle si el suyo no aumenta en la misma cantidad».

16 Descartes, Discurso del Método, 4ª parte.

17 Descartes, Tratado de las pasiones del alma, Art. 6. Qué diferencia existe entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto.

Consideremos, pues, para evitar este error, que la muerte no ocurre nunca por ausencia del alma, sino porque alguna de las principales partes del cuerpo se corrompe; y pensemos que el cuerpo de un hombre vivo difiere del de un hombre muerto como difiere un reloj u otro autómata (es decir, otra máquina que se mueve por sí misma), cuando está montado y tiene en sí el principio corporal de los movimientos para los cuales fue creado, con todo lo necesario para su funcionamiento, del mismo reloj, u otra máquina, cuando se ha roto y deja de actuar el principio de su movimiento.

18 Descartes, Tratado de las pasiones del alma, Art. 5. Es erróneo creer que el alma da movimiento y calor al cuerpo.

Con lo cual evitaremos un error muy considerable en el que han caído algunos, de suerte que, a mi juicio, es ésta la primera causa de que no se hayan podido hasta ahora explicar bien las pasiones y las demás cosas pertenecientes al alma. Ello consiste en que, viendo que todos los cuerpos muertos quedan privados de calor y luego de movimientos, se ha imaginado que era la ausencia del alma lo que hacía cesar esos movimientos y ese calor; y, en consecuencia, se ha creído sin razón que nuestro calor natural y todos los movimientos de nuestros cuerpos dependen del alma, mientras que se debía pensar, al contrario, que el alma se ausenta, cuando el individuo muere, a causa de que cesa ese calor y de que se corrompen los órganos que sirven para mover el cuerpo.

19 Descartes, Tratado de las pasiones del alma. Art. 7.

20 Tesis: lo que está afirmado; antítesis: lo que se opone a la tesis; síntesis: el resultado nuevo fruto de la oposición de la tesis con la antítesis.

21 Lorda, Juan Luis, Antropología, del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II, 1996, Ediciones Palabra, S.A. Cap. I p. 26-27.

22 Marx, El Capital. Prefacio de la segunda edición.

23 Marx, Manuscritos: Economía y filosofía, Alianza, Madrid 1986, p.194-195.

24 Marx, La ideología alemana, Grijalbo, Barcelona 1970, p. 19-20.

25 Marx, El Capital, F.C.E., México, Vol. 1, 1973, p.130-131.

26 Nietzsche, Friederich, Así habló Zaratustra, p. 108, Madrid. Ed. Libsa. 2001.

27 Categoría conceptual que considera que la realidad existente está dominada por fuerzas impulsivas, instintivas. Concepción dominante de la cultura griega presocrática. El término tiene su origen en el dios griego Baco, dios del vino, de la embriaguez, de las fiestas báquicas en las que se liberaban los instintos; es el dios de la irracionalidad, de lo biológico, del caos. Expresa la fuerza de los instintos biológicos, la manifestación primigenia de la vida.

28 «El hombre debe considerar a la mujer como propiedad, un bien que es necesario poner bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección más que en esta situación subalterna» Nietzsche, Friederich, Más allá del bien y del mal, Cap. 7 aforismo 238.

29 Nietzsche, Friederich, Así habló Zaratustra, Editorial LIBSA, 2001, pág. 157.

30 Nietzsche, Friederich, Así habló Zaratustra, Editorial LIBSA, 2001, pág. 41.

31 Nietzsche, Friederich, La genealogía de la moral, Editorial: Biblioteca Edad, 2ª. edición, 2004. p. 77.

32 Categoría conceptual que considera que la realidad es un todo ordenado, lógico, racional. Opuesta a la categoría dionisíaca, irracional, instintiva. El término tiene su origen en el dios griego Apolo, el dios de la luz, de la claridad, de la armonía; el dios del equilibrio, la medida, la forma y la racionalidad. Su opuesto es el dios Diónisos, dios del vino, de las fiestas báquicas en las que se liberaban los instintos; es el dios de la irracionalidad, del caos.

33 Freud, Sigmund, Metapsicología: lo inconsciente, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I, p.1052-1061.

34 Kirk, G.S. y Raven, J.E., Los filósofos presocráticos, Gredos, Madrid 1969, p. 69-70.

35 Freud, Sigmund, El yo y el ello, Alianza, Madrid 1973, p. 32.

36 El complejo de Edipo es considerado por Freud el momento crucial del desarrollo de la sexualidad infantil. La mitología griega, en principio y luego Sófocles, narran que Edipo, sin saberlo, mató a su padre y tomó por esposa a su madre, cumpliendo trágicamente el destino anunciado por el oráculo antes de que él naciera.

37 Freud, Sigmund, Moisés y la religión monoteísta, en «Escritos sobre el judaísmo y el antisemitismo», Alianza, Madrid 1977, p.188.

38 Principal fuente de información: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la- filosofia/Filosofiacontemporanea/Sartre/Principal-Sartre.htm.

39 Sartre J.P., La náusea, Buenos Aires, Editorial Losada, 1947, p. 145-149

40 Sartre J.P., El existencialismo es un humanismo. EDHASA, Barcelona 1989. p. 16-17.

41 Sartre, J.P., La náusea. O. c., p. 145-149