No sé muy bien por dónde partir, pero voy a tratar de empezar desde el principio. No eres el primer diario que escribo, aunque el anterior casi no vale porque lo escribí cuando era mucho más chica. El otro día lo releí, pero como contaba sólo lo que había hecho o dónde había ido, lo encontré una lata. Ayer te recibí de regalo. Venías envuelto en un papel reciclado. Como mi abuela reutiliza todo lo que encuentra, supe enseguida que eras de su parte. Primero pensé que eras un libro (tienes el mismo tamaño y peso que el ejemplar de Alicia en el País de la Maravillas que me regaló el año pasado) pero… ¡las apariencias engañan! en vez de una historia sobre una niña inglesa que se cae por una madriguera antes de experimentar las más extrañas aventuras, me encontré con tus tapas rojas que contienen cientos de páginas blancas con líneas horizontales que no dicen nada, esperando a que yo escriba mi propio “Había una vez” o ¿por qué no hasta “Habían dos veces”? Además, tu candado me da confianza porque vas a poder guardar mis secretos bajo llave.
Me pasa que cuando no le encuentro respuesta a preguntas importantes –como cuando pienso ¿de dónde venimos?, ¿qué pasa después de la muerte?, ¿cómo es que soy la misma si cambio todo el tiempo?, ¿cómo es el infinito?, ¿de dónde vienen y a dónde van los sueños?, ¿cómo una célula sabe que le toca ser labio y a la de al lado, mejilla?– termino con tantas ideas dando vueltas por mi cabeza, que me mareo. Ahora tengo tantas preguntas sin responder, que me siento igual que cuando vamos con mis papás en auto por la Cuesta del Melón.
Creo que tus páginas en blanco me van a ayudar a ordenar lo que he ido descubriendo. No quiero escribir como antes. Quiero contarte las cosas extrañas que he empezado a notar a mi alrededor. Siempre he sido buena para resolver misterios. Hasta creo que tengo un sexto sentido para encontrarlos, porque cada vez que estoy cerca de uno, me duele la garganta. Cuando se me forma un nudo en el cuello significa que estoy a punto de descubrir alguna pista. Siguiendo esta señal encontré un diente adentro de un joyero de mi mamá. Cómo llegó hasta ahí, fue la primera intriga que resolví. Pero como a mí y a mi hermano se nos cayeron los dientes de leche hace siglos (cuando teníamos como seis años), es tiempo de resolver algo más grande. Ahora tengo dientes definitivos, esos que “hay que cuidar como hueso santo” según mi abuela “para que duren toda la vida” (aunque ella usa una placa con dientes falsos porque se le cayó la mayoría). Pero así son los adultos. Muchas veces dicen cosas opuestas a lo que hacen. Por ejemplo, cuando mi mamá se enoja nos grita “¡NO GRITEN! o cuando mi tío dice “fumar hace mal” mientras echa más humo que una chimenea. Cuando sea grande quiero ser diferente. Voy a explicarles a mis hijos cómo son las cosas, sin tratar de esconderles la verdad. Por mientras, están ocurriendo tantas cosas misteriosas a nuestro alrededor, que con mi hermano decidimos fundar una Agencia de Detectives. Sacamos la idea de una película que se trata de dos hermanos que resuelven hasta los misterios más difíciles. Se me había olvidado presentarme: me llamo Noelia y mi hermano, Manuel.
Hoy le encontramos un nombre a nuestra Agencia de Detectives, o más precisamente, fue Manuel el que dio con él. Pensamos que tenía que ser algo grande, pero en chico. Después de pensar en muchas alternativas (y descartar Los ponies, Las lagartijas y Los enanos), mi hermano pensó que como en mi casa escuchamos a “Los Jaivas” nuestro nombre podría ser “Los Cangrejos”. Además, la última vez que fuimos a la playa escalamos unos roqueríos y al levantar una piedra cubierta de algas vimos cientos de pequeños cangrejos corriendo horizontalmente. Si no hubiésemos movido las piedras, no los hubiéramos descubierto. Y ese es justamente nuestro trabajo: buscar pistas que resuelvan misterios. La idea de la Agencia también la sacamos de mi mamá, quien justo antes de que volviera a trabajar (de contadora en una oficina), encontró a la Vero en una Agencia de Asesoras del Hogar. Aunque la Vero no sólo barre, cocina, lava, limpia, sirve y ordena –o sea asesora el hogar– por alguna extraña razón, así llaman a las nanas. Aunque es un pésimo nombre –porque además la Vero nos lleva a la plaza, nos cuenta historias, nos ayuda con las tareas, nos canta canciones y se enoja por nuestro desorden y mañas– sin la Agencia no habríamos encontrado a la Vero y sin ella, estaríamos más solos que unos náufragos... como Robinson Crusoe en su isla desierta en medio del Pacífico. Porque aunque mis papás repiten “la familia es lo más importante” los vemos poco. Muchas veces vuelven tarde, después de que nos hemos acostado a dormir o salen tempranísimo al trabajo, antes incluso de que nos venga a buscar la liebre.
Hoy mi mamá nos llevó al dentista. Nos tomamos el Metro en Estación Escuela Militar y nos bajamos en Manuel Montt. En la sala de espera habían varias revistas y en todas mostraban fotos de Henry, el segundo hijo de la princesa Diana de Gales. Pero no alcancé a leer los detalles cuando llegó mi turno. La dentista me encontró una caries en una muela así que me hizo una tapadura. Aunque es amorosa y dice “imagina que tienes una abejita adentro de tu boca” a mí me carga estar acostada con la boca abierta, encandilada por esa luz enorme mientras hacen hoyos en mis dientes. Por suerte terminó rápido y después mi mamá nos invitó a La foca, una heladería que queda en la misma calle. Elegí un helado ¡de chocolate bañado en chocolate! Cuando nos sentamos, Manuel se puso a reír porque se me derritió y me manchó la cara y la polera. Así comprobé que todavía tenía anestesia. Cuando íbamos volviendo al Metro, de un edificio empezó a caer una lluvia de papeles blancos impresos con letras negras. Con Manuel nos pusimos a saltar para tratar de atraparlos, pero mi mamá nos tomó del brazo con fuerza y nos dijo “los panfletos no se recogen”.
–¿Qué son los panfletos? –le preguntamos cuando nos bajamos del Metro y empezamos a caminar de vuelta a nuestra casa.
–Son cosas de adultos… papeles… con mensajes… con propaganda política.
Aunque mi mamá no nos dejó recoger ninguno, alcancé a leer lo que decían. Eran más o menos así:
¿Quién los habrá tirado? Se veían bonitos revoloteando en el aire como polillas alrededor de una ampolleta. ¿Qué será la dictadura? Aunque me gustaría preguntarle a alguien, no se me ocurre a quién. Además, creo que mejor que preguntar, es mantener los ojos y las orejas bien abiertas.
Hoy es viernes, mi día favorito porque me quedo a volleyball en el colegio y después viene el fin de semana. Mi peor día es el lunes porque aunque llueva o haga calor, tenemos que asistir a un acto cívico. Apenas tocan el timbre, cada curso marcha hasta el patio central en una fila. Nos ordenamos de menor a mayor altura (siempre quedo penúltima porque soy de las más altas de las mujeres de mi curso) y tenemos que caminar en silencio y guardar distancia (que es el espacio de un brazo estirado hasta tocar el hombro de la compañera de adelante). A mí siempre se me hace un nudo en la garganta de puros nervios porque si la Inspectora te encuentra con el uniforme sucio o incompleto (por ejemplo, sin corbata, insignia o guantes blancos), te castiga con una anotación negativa en el libro de clases. Si juntas tres, te suspenden. Y si tienes la mala pata de que te suspendan tres veces en un año, te cancelan la matrícula. Del segundo piso el padre Rector y el Inspector General nos hablan súper fuerte por unos micrófonos mientras todos estamos en silencio mirando al frente. Odio estar ahí porque durante más de una hora no podemos sentarnos, ir al baño ni menos conversar. Al final del acto, cantamos la canción nacional y el himno del colegio. Cada semana los niños que han obtenido más anotaciones positivas (que las ponen los profesores que te tienen barra cuando encuentran que te portaste extremadamente bien), te premian izando la bandera. Aunque parece fácil, es complicado porque hay que llegar con la bandera a lo alto del mástil justo cuando termine la canción. Ni antes ni después. A mí nunca me han elegido, pero me da nervios porque creo que si me toca, la voy a izar demasiado rápido.
Ayer era viernes y mis papás nos dejaron acostarnos más tarde para ver una película súper divertida llamada “El terror de las chicas” que ya habíamos visto en la tele. En pijama nos metimos a su cama esperando ver a Jerry Lewis actuar de Herbert, un hombre que trabaja de mozo en un internado de señoritas en Hollywood donde todas se enamoran de él. Pero cuando faltaba poco para que empezara, interrumpieron la transmisión con la canción nacional y una bandera chilena flameando al viento. En seguida, de pie bajo una foto de sí mismo, apareció Pinochet vestido con su uniforme gris con una banda tricolor puesta en diagonal como Miss Universo, súper serio y tieso. Mis papás nos hicieron callar. Habló de las odiosidades, los elementos de la población, las consignas, el asambleísmo... puras cosas qua aunque pusimos atención, ni Manuel ni yo logramos entender. Lo que sí está claro, es que habla retándote. Frunce el ceño, fulmina con la mirada, grita y mueve las manos igual que el Inspector General de mi colegio cuando nos portamos mal. Por suerte estaba adentro de la pantalla y no afuera. Con Manuel quisimos cambiar de canal, pero mi mamá nos explicó que era una cadena nacional, o sea ¡Pinochet estaba hablando en todos los canales al mismo tiempo! Cuando por fin terminó, mis papás se pusieron a discutir y al pedirles que se fueran a pelear a otra parte para que nos dejaran ver la película, se acordaron que estábamos ahí ¡y nos mandaron a dormir! Por culpa de Pinochet todo salió mal.
Para historia nos dieron de tarea escribir un resumen con las causas y las consecuencias de la Revolución Francesa. Entonces ayer en la tarde nos quedamos con la Paulina (mi compañera de curso) en la biblioteca con la misión de leer los tres libros que nos recomendó la profesora. Después de encontrarlos, nos sentamos en una mesa a tomar notas. Entonces se me ocurrió que podía aprovechar de buscar información sobre la dictadura. Mientras Paulina copiaba en su cuaderno lo que aparecía en uno de los libros, me puse a buscar en un diccionario. Encontré “Dictadura: gobierno que, invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitutivas de un país”. Como seguí sin entender, busqué “Dictador” y leí, “en los tiempos modernos, magistrado supremo con facultades extraordinarias”. Impaciente, me fui a una sección de Historia de Chile, pero cuando iba a empezar a ojear un libro, llegó la bibliotecaria y me dijo:
–¿Es tu tarea sobre historia de Chile?
–No... sólo quería...
–Entonces no te sirve –me dijo mientras me quitó el libro de las manos con un gesto rápido y lo devolvió a su sitio.
Quedé con más preguntas dando vueltas: ¿qué quiere decir invocar el interés público? o ¿ejercer fuera de las leyes constitutivas? Lo de “facultades extraordinarias” creo que significa que un dictador puede hacer más cosas que una persona normal... como estar en todos los canales de televisión al mismo tiempo. ¿Podrá Pinochet volar, respirar bajo el agua o viajar en el tiempo?
Hace poco llegué del cole y en vez de jugar, me tengo que aprender de memoria una lista laaarga de palabras para el dictado de mañana. ¿Por qué tendremos que hacer tantos dictados? ¿Tendrán que ver con la dictadura? También tengo que memorizar listas de sinónimos y antónimos. Pero ¿cómo se llamarán las palabras que están entre medio de los antónimos, por ejemplo, ni frío ni caliente, sino que tibio? Esta semana me tuve que aprender estos antónimos:
El día de la prueba, la profesora nos hace completar oraciones. Aunque a mí me gusta leer y escribir, en el colegio me ponen notas sólo por escribir la palabra precisa en el espacio indicado. Casi nunca leemos libros ni menos discutimos sobre las cosas que están pasando o nos importan. La mayoría de las clases tenemos que copiar de la pizarra lo que escriben los profesores o esperar nuestro turno para leer en voz alta lo que dice el libro de texto. A mí me gustaría aprender y conversar sobre la dictadura… ¿Serán miedo, silencio y violencia sus sinónimos? ¿Cuál será su antónimo?
Hoy voy a contarte lo que hace poco descubrí de mí. Nací en un hospital a los pies del cerro San Cristóbal, en la Región Metropolitana, en la ciudad de Santiago de Chile, el 12 de septiembre de 1973. Aunque mis papás no sabían si sería una niña o un niño esperaban la llegada de su primer hijo, al que pensaban llamar José Luis. Si era niña… bueno, estaban tan convencidos de que esperaban un niño, que no tenían alternativas. Aparte de sus ganas de tener un niño mi abuela –la mamá de mi papá quien crió nada más y nada menos que a una docena de hijos– aseguraba poder predecir el sexo de las guaguas con sólo observar a las madres. Ella creía que si la barriga apuntaba hacia abajo, entonces una niña venía en camino. Si el vientre apuntaba hacia arriba, se trataba de un varón. Así mi abuela confirmó que tendría un nuevo nieto. También mis tías observaron que como mi mamá tenía antojos de comer cosas saladas en vez de dulces, era evidente que esperaba un hombre. Contra todas las predicciones, nací prematuramente una noche de primavera.
–Sacaste una patita para afuera rompiendo la bolsa de agua… y no había nada que hacer… naciste de pura tensión –me contó el domingo mi mamá mientras secábamos los platos después del almuerzo.
–¿Tensión?
–Sí, lo que pasa es que por esos días… –mi mamá abrió la boca pero luego se calló, como temerosa de todas las cosas que podía decir si empezaba a hablar.
–Bueno –la interrumpió mi papá –lo importante es que te sacaron del vientre de la mamá como un conejo de un sombrero en un acto de magia. Entonces apenas naciste te cubrimos de besos y abrazos.
–Como no sólo te adelantaste sino que además nos sorprendiste al ser una niña –siguió mi mamá– te llamamos “la guagua” mientras buscábamos un nombre que nos gustara…
–Hasta que llegó tu abuela –quien era fanática de un concurso de Sábado Gigante llamado “Dispare usted o disparo yo” que daban en la tele y nos amenazó con “la nombran ustedes o la nombro yo”, ¿te acuerdas?
–¡Sí!… el problema era que ningún nombre nos convencía. Hasta que de repente escuchamos en la radio una canción de Nino Bravo que le cantaba a una chica que era igual pero distinta a todas las demás:
–“Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noeeeeliaaaaaa” –cantaron los dos a coro– y así fue como encontramos tu nombre.
Me quedé tan metida con la historia que me contaron mis papás que ayer, cuando fuimos a ver a mi abuela, le pregunté más sobre mi nacimiento.
–Primero me tienes que jurar que lo que te voy a decir no se lo vas contar a nadie.
–Te lo juro... soy como una tumba para guardar secretos –le respondí (de que te lo iba a escribir, preferí no decirle ninguna palabra).
–Ni te imaginas los problemas que podría causarnos a todos si andas hablando de estas cosas...
–¿Qué tipo de problemas?
–Ay mijita, no quiero ni pensarlo...
Entonces mi abuela me contó algo que al recordarlo, me duele la garganta, por lo que me tienes que prometer que ¡no le vas a contar a nadie lo que ahora voy a escribir! Mi abuela dijo que nací al otro día que Pinochet tomara el poder por la fuerza y terminara con el gobierno de Allende. El día del golpe de Estado (o sea cuando los militares se tomaron el poder por la fuerza), mi mamá que trabajaba en una oficina cerca de La Moneda (el Palacio de Gobierno), escuchó tantos disparos y explosiones, que pensó que era su final. Esto, porque los militares ¡bombardearon La Moneda! con aviones y explosivos, como en una guerra, pero no contra otro país ¡sino contra el propio Gobierno! Mi abuela dijo que mi mamá salió corriendo a refugiarse de la balacera que inundó las calles. Dijo que mientras caminaba con dificultad cargando su gran panza (conmigo adentro) en dirección a nuestra casa, se preocupó por mi papá. ¿Le habrá pasado algo? ¿Habrá alcanzado a arrancar? Mi papá también había escapado de su trabajo ubicado en el centro, pero como no había forma de comunicarse, pasaron varias horas antes de reencontrarse. Mi abuela me dijo que al llegar a la casa, mi mamá se desparramó en una silla. Más tarde le contó que tenía el vientre apretado, el corazón le daba saltos y un gusto metálico impregnaba su boca. Aunque al poco rato llegó mi papá, la radio de la cocina no paraba de dar malas noticias: “nadie puede salir de su casa, quien sale arriesga la vida”. Así todos quedaron prisioneros en sus propias casas. Mi abuela cree que el miedo se propagó como reguero de pólvora por el cuerpo de mi mamá, anticipando mi nacimiento. Esa “tensión” de la que hablaba mi mamá, la causó alguien tan oscuro, que tiene la palabra noche escrita en su nombre... ¿adivinaste?
¡Por culpa de él nací antes de tiempo!
¡Tenemos vecinos nuevos! Ayer sábado estaba tan aburrida mientras esperaba que mis papás despertaran de la siesta (Manuel había ido a la fiesta de cumpleaños de un compañero de curso), que salí a buscar en qué entretenerme. De toda mi casa mi lugar favorito es el patio. Aunque cuando salgo los ojos se me enceguecen hasta acostumbrarme al cambio de luz, siempre encuentro algo interesante que hacer.
Ese día la Vero había colgado las sábanas a secar. Me quedé quieta entre las capas de tela. Podía sentir en mi piel la humedad evaporándose. Cerré los ojos e imaginé que iba flotando en una nube y me puse a cantar:
Abuelito dime tú
Qué sonidos son los que oigo yo
Abuelito dime tú
Por qué yo en la nube voy
Dime por qué huele el aire así
Dime por qué yo soy tan feliz
Abuelitooooo
Nunca yo de ti me alejaré
Mientras iba volando entre las suaves nubes blancas por lo alto de un paisaje de montañas nevadas y verdes praderas, me sentí observada. Descorrí las sábanas y alcancé a ver unas mechas negras y un par de ojos café. Me acerqué a la pandereta y grité poniendo voz ronca:
–¿Quién anda ahí?
–Soy yo –respondió otra voz ronca.
Entonces me encaramé arriba de la mesa y miré para el patio de al lado. Ahí vi a un niño de mi mismo porte.
–¿Qué estás haciendo? –le pregunté.
–Espiándote.
–¿Y por qué?
–Porque estoy aburrido.
–¿Y dónde están tus papás?
–Durmiendo siesta.
–¿Quieres venir a jugar?
No alcancé a escuchar su respuesta, cuando vi al niño aparecer frente a mi reja. Así fue como conocí a Víctor. El problema fue que nos pusimos a jugar a la escondida y se nos pasó el rato, hasta que de repente escuchamos a una mujer gritar ¡VÍCTOR!, ¡VÍCTOR!
–¡Chuta! ¡Me tengo que ir! –dijo Víctor, y yo corrí detrás de él.
Su mamá nos vio salir de mi casa y en vez de retarlo, lo abrazó y se puso a llorar como si en vez de su hijo saliendo de la casa de los vecinos, hubiera aparecido el único sobreviviente de una catástrofe. Pensé “¡qué mala pata! la mamá de mi vecino es ultra aprensiva” porque me miró igual que una hermana de mi papá que es súper negativa y siempre espera que las cosas salgan mal. Después de calmarse un poco, tomó a mi vecino de los hombros y mirándolo a los ojos le dijo:
–Prométeme que nunca más vas a salir sin avisar.
–Pero si no fue para tanto –alegó Víctor –sólo crucé a la casa de Noelia, mi amiga nueva, que vive al lado...
–Ya lo sé... pero me asusté mucho... mucho –y se volvió a poner a llorar.
–Pero si sólo estábamos jugando a la escondida... –dije tratando de ayudar.
–Lo entiendo –dijo secándose las lágrimas. Entonces se sentó a nuestro lado y nos miró con cara de duda, como diciendo “¿les digo o no les digo?” antes de seguir:
–Miren niños, les voy a contar algo para que sepan por qué me asusté tanto: hace unos años desapareció del antejardín de una casa en esta misma comuna un niñito... dos semanas más tarde encontraron su cuerpo sin vida tirado en un sitio cercano.
–¿Pero qué tiene que ver eso con nosotros? –preguntó Víctor.
–¿Acaso no te das cuenta? Quiere decir que anda rondando gente mala que les puede hacer daño –dijo la mamá mirándonos fijo, como queriendo confirmar si habíamos entendido lo que había dicho.
Mientras la escuchábamos, Víctor me tomó la mano como diciendo “mientras estemos juntos, nada malo nos va a ocurrir”. Creo que nos vamos a hacer tan amigos como Heidi y Pedro.
Con Manuel hicimos estos panfletos:
Pensábamos tirarlos en la plaza donde vamos con la Vero después del colegio, pero al salir de la casa nos encontramos con Víctor que andaba en bicicleta. Nos preguntó si podía jugar.
–Este no es un juego –le dije.
–Mejor –me respondió.
Entonces después de discutirlo en secreto con Manuel, decidimos darle una oportunidad. Luego nos devolvimos a mi casa y le mostramos a nuestro vecino los panfletos. Víctor se quedó pensando y nos dijo que era aconsejable no tirarlos, ya que es mejor que nadie sospeche de nuestra misión, porque esa es la diferencia entre los detectives buenos y malos: ambos observan, pero sólo los buenos pasan desapercibidos.
Acordamos que la próxima vez que nos juntemos, cada uno tiene que traer una lista de posibles misterios que resolver. Presiento que para Los Cangrejos no habrán misterios demasiado grandes ni demasiado chicos, pero otro día sigo porque ahora me duele la mano de tanto escribir.
¡Ayer elegimos nuestro primer misterio! Primero Víctor leyó su lista:
Después, fue el turno de Manuel:
Aunque mi misterio era el más impreciso (“qué está ocurriendo que mis papás nos están ocultando”), los convencí de que era apremiante.
–Explícate –me increpó Víctor.
–Creo que mis papás guardan un secreto... más bien de eso estoy segura, porque en vez de explicarnos lo que está pasando, nos responden con monosílabos y susurros... entonces es evidente que nos esconden algo importante. Tal vez ellos creen que porque no nos dicen nada, nosotros no nos damos cuenta...
–¿Pero cómo sabes que hay efectivamente un misterio que resolver?
–Porque cada vez que me acerco a una pista... se me forma un nudo en la garganta.
–¿Como una señal? –preguntó impresionado Víctor.
–Más o menos... respondí –cada vez que siento ese dolor, sé que estoy a punto de descubrir algo oculto o desconocido y últimamente me ha pasado doliendo la garganta... me pasa lo mismo que cuando vamos en la carretera y mi mamá dice “miren para otro lado para que no vean el perro atropellado”, aunque no quiera, no puedo dejar de mirar hacia el lado prohibido –le expliqué.
–Igual que Adán y Eva –agregó Manuel.
–¿Qué tiene que ver Adán y Eva con el misterio? –preguntó Víctor.
–¡Mucho! Dios les dice que pueden probar todas las frutas, menos la del árbol del conocimiento –explicó Manuel.
–Y Los Cangrejos sospechamos que hay algo que nos han ocultado, pero el mismo hecho de que sea prohibido, nos hace querer saber más –expliqué.
–¿Y estás segura de querer averiguarlo, aunque terminen echándote del paraíso? –me preguntó Víctor.
–Sí –respondí.
Víctor me quedó mirando y me dijo:
– Yo no sabía que eras así.
–¿Así cómo?
–Así... valiente.
Creo que fue bueno admitir a Víctor en Los Cangrejos. Además de estar de acuerdo de que mi misterio era el mejor para empezar, él cree que el secreto no es exclusivamente de mi familia, sino que hay algo que está pasando en el país de lo que muchos adultos nos quieren mantener alejados. Estamos de acuerdo de que nos quieren esconder algo y que nuestra misión, es descubrirlo.
Mi papá fue al supermercado y trajo una botella de bebida de un litro. Nos sirvió a cada uno un vaso y me la tomé de a poco, dando sorbitos. Casi nunca tomamos bebidas porque mi mamá dice que son muy caras y si uno tiene sed, no hay nada mejor que tomar agua. Pero disfruté las burbujas reventando en mi paladar y el sabor dulce y espumante. Después hicimos con Manuel una competencia de flatos. Por supuesto él me ganó.
Esta semana nos juntamos a escribir las diez reglas de Los Cangrejos. La primera, la copiamos de la película de los hermanos detectives:
Las demás las fuimos escribiendo entre los tres:
Hoy fuimos a jugar a la casa de Víctor. Nos abrió la puerta a pata pelada y lo seguimos a través del living lleno de libros, discos y artesanías. En una ventana habían muchas palomitas de cerámica. Yo quería jugar con ellas, pero me dijo que no, porque son una colección de su mamá. Mientras nos servía un vaso de jugo en la cocina, comenzaron a tocar en la radio mi canción favorita de Umberto Tozzi y me puse a cantar:
Gloria
Gloriaaa
Patas en el aire
Gloriaaa
Patas en el cielo
Gloriaaa
Manuel se empezó a reír y me dijo:
–Pero si no dice “patas en el aire” escucha bien, dice:
Gloria
Gloriaaa
Saltas en el aire
Gloriaaa
Saltas en el cielo
Gloriaaa
Entonces Víctor dijo que los dos estábamos equivocados ya que la letra decía:
Gloria
Gloriaaa
Faltas en el aire
Gloriaaa
Faltas en el cielo
Gloriaaa
Entonces cerré los ojos para escuchar mejor, y descubrí que Víctor tenía razón ¿cuántas otras cosas habremos entendido mal con Manuel?
Ayer vino Víctor a jugar a nuestra casa. Apenas salimos al patio, propuso que jugáramos al Guanaco. Le preguntamos cómo se jugaba, pero en vez de contestar, abrió la llave de la manguera y nos gritó “¡cuidado, acá viene el Guanaco!” No alcanzamos a escapar, cuando nos apuntó con el chorro. El agua salía con tanta presión, que me sentí como un árbol zamarreado por una tormenta. Empapados, le dijimos que no queríamos jugar más, pero dijo que ahora era mi turno. Entonces Manuel y Víctor se pusieron a correr por el pasto y yo ¡los mojé de pies a cabeza! Después fue el turno de mi hermano y quedamos estilando así que nos tendimos sobre las baldosas de la terraza a secarnos al sol.
–¿Ustedes... saben guardar un secreto? –nos preguntó Víctor.
–¡Ah, no! ¡No empieces con esto de los secretos! ¡Estoy cansada de guardar y guardar secretos! Además, acuérdate que los tres somos parte de Los Cangrejos, y la regla número 9 dice que no podemos guardar secretos entre nosotros –alegué.
–Bueno, tienes razón… lo que pasa es que… les quería contar que yo… yo he protestado contra Pinochet.
–¿En serio? ¿Cuándo, dónde, cómo? –lo bombardeé de preguntas.
–Bueno, el fin de semana pasado en el Parque O”Higgins... habían miles de personas en la calle gritando y haciendo barricadas y...
–¿Barricadas? –repitió Manuel.
–Barricadas: rumas de neumáticos viejos, sacos, sillas, cualquier cosa… que la gente instala en medio de las calles y quema para evitar que pasen los tanques de los milicos...
–¿Y cómo pasan los tanques de los protestantes? –preguntó emocionado Manuel.
–¡Jajaja, los protestantes no tienen tanques!... sólo cantos y algunas piedras... la cosa es que la gente grita hasta que llegan el Guanaco y el Zorrillo…
–¿Llevan animales a la protestas? –pregunté un poco incrédula.
–¡No de verdad! El Guanaco es un tanque que dispara agua contaminada más fuerte que esta manguera... si te alcanza el chorro, te apalea el cuerpo. Lo divertido es que la gente junto con escapar, grita:
“Uf, uf, que calor
el guanaco por favor”.
–¿Y por qué hacen eso? –preguntó Manuel.
–Supongo que para darse valor y desafiar...
–¿Y el zorrillo? –pregunté yo.
–¡Ah! es incluso peor... es un tanque que lanza un veneno que se llama gas lacrimógeno que te ahoga sin dejarte respirar, te hace llorar e incluso la primera vez que me llegó, casi me desmayé.
–¿Y qué haces si te alcanza?
–Tienes que escapar y comer limón y sal, que funcionan como antídoto.
–¿Y cómo es que tu papá te lleva si es tan peligroso?
–Porque es periodista y dice que el primer paso para derrocar al tirano, es informar lo que está pasando... él saca fotos para una cadena de televisión inglesa.
–¿Inglesa?
–O sea que las fotos que saca, las manda para afuera porque como acá los medios están censurados, no las quieren mostrar... los diarios tienen miedo de criticar, temen que los cierren y echen a los periodistas a la calle...
–¡Qué injusto que en Inglaterra vean las fotos que tu papá saca y que nosotros no las podemos ver!
–Ahá… bueno, de todo esto ¡ninguna palabra a nadie!
Mi hermano y yo asentimos en silencio. Cuando se fue, casi grité de felicidad: ¡un cangrejo como Víctor es justo lo que necesitábamos para resolver nuestro misterio!
Anoche fue el cumpleaños de mi mamá y tuvimos una fiesta. Hice un marco de fotos con palitos de helado (que aprendí en clases de Técnico Manual) y Manuel primero lo pintó con témpera y después lo barnizó con cola fría. Cuando estuvo seco, enmarcamos una foto que nos hace reír mucho. Es del verano pasado cuando fuimos de vacaciones al sur y mi papá puso la cámara con pausa (para que se demorara 10 segundos en disparar para alcanzar a aparecer él en la foto) mientras nosotros lo esperábamos sentados en una carreta. El problema fue que con el impulso de mi papá, la carreta se dio vuelta y salimos con las patas en el aire. Por la mañana le dimos el regalo a mi mamá y se puso a reír al ver la foto. Por la noche vinieron varios amigos de mis papás. Incluso vinieron los papás de Víctor. Se han empezado a hacer amigos (la otra noche los invitaron a comer y la Vero me contó que se tomaron como tres botellas de vino). Todos fueron trayendo flores y chocolates para mi mamá. Manuel estuvo de portero y yo, de guardarropa. Pero fue súper injusto porque después de cantar cumpleaños feliz, cuando la fiesta se estaba empezando a poner entretenida, nos mandaron a la cama. Pero en lugar de ir directo a nuestra pieza, nos sentamos en lo alto de la escalera, tratando de oír lo que conversaban. Escuchamos frases cortadas como... las colas de la upe... el acaparamiento... las balas locas... el toque de queda... hacerte cantar... los miguelitos... humanoide... marxistas leninistas... dina, cenei, efefeaa, efepemerre... Aunque pusimos atención, no entendimos casi nada. ¿Qué significan estas palabras tan serias? ¿Cómo se escriben? ¿Aparecerán en el diccionario? Cansados, nos fuimos a acostar. Pero aunque teníamos sueño, nos costó mucho quedarnos dormidos porque justo cuando apagamos la luz, mi papá se puso a tocar guitarra y cantar canciones de Víctor Jara. Hoy en la mañana, cuando atravesamos el living para ir a tomar desayuno, descubrimos que varios invitados ¡todavía estaban acá! Se habían quedado a dormir en camas improvisadas en el suelo y los sillones. Mientras desayunábamos la Vero nos explicó que se habían quedado por el toque de queda.
–¿El toque de qué? –paré al tiro la oreja.
–De queda: después de cierta hora está prohibido salir a la calle o reunirse con otras personas –agregó en un susurro mientras molía unas paltas para el desayuno.
Así nos enteramos de que los adultos no pueden hacer fiestas como antes. Ahora se tienen que acabar temprano por la noche… ¡o temprano por la mañana! Por eso los invitados no habían traído pijama, sino que estaban con la misma ropa (más arrugada) que ayer. Finalmente, se fueron como al mediodía, después de tomarse varias tazas de café y comerse hasta la última marraqueta con palta que les sirvió la Vero.
Por estos meses está pasando por el cielo el cometa Halley. Es un cometa con una cola larga que orbita alrededor del Sol y se ve desde la Tierra ¡cada 75 años! Todos los diarios, programas de televisión, radio y revistas es de lo único de que hablan. Dicen que no sólo es grande y brillante, sino que es el único cometa visible a simple vista desde la Tierra. También dicen que es el único cometa que alguien puede alcanzar a ver dos veces en la vida. Con Manuel estábamos tan expectantes, que mis papás nos llevaron a verlo a la parcela de los Escobar, en el Cajón del Maipo, porque ahí los cielos son más limpios y oscuros. Después de comer, nos subimos excitados al auto, listos para cruzar la ciudad de noche. Avanzamos por las calles oscuras decoradas por las luces que parecían un mar de estrellas. Arriba de un edificio divisé un anuncio de neón de una botella de champaña con un corcho que salía volando, y Manuel me mostró un cartel con unas piernas de mujer luciendo medias de colores que se movían en círculos como bailando can–can. Luego tomamos una carretera y creo que me dormí hasta que llegamos. Afuera hacía mucho frío. Mi mamá nos envolvió en unos chales. Había un grupo de vecinos instalados en el patio, alrededor de un telescopio. El cielo estaba efectivamente llenísimo de estrellas, mucho más que las que se ven en la ciudad. Mientras esperábamos nuestro turno, mi papá nos mostró las Tres Marías y La cruz del Sur. Pero cuando llegó mi turno para mirar por el telescopio, no vi nada. El Pantru (que es el hijo menor de los Escobar y le llaman así porque dicen que cuando nació era tan blanco como una pantruca) me explicó que tenía que cerrar un ojo. Entonces después de intentarlo varias veces, vi un círculo con una estela un poco borrosa. Me había imaginado una estrella fugaz incandescente con una larga estela de luz atravesando el cielo. Pero el Halley es mucho más fome. Después de pasar un buen rato plantados afuera tiritando de frío, decidimos regresar. Nos subimos al auto y cruzamos la ciudad de vuelta. Todo iba bien, hasta que mi papá tomó Avenida Matta. Cuando se detuvo en un semáforo, una camioneta roja que venía muy fuerte nos chocó por atrás. Me desperté con el movimiento y el ruido. Mi papá no alcanzó a reaccionar, cuando el conductor se bajó de su auto y apuntó a mi papá con una pistola. A mí me dieron ganas de gritar, pero mi papá repetía “tranquilos, tranquilos”. Mi papá, sin despegar la vista del volante, esperó el cambio de luces y siguió adelante. El conductor le gritaba “bájate, a ver si eres tan hombrecito”, más algunos garabatos que no quiero repetir. Nos siguió un par de cuadras acelerando y encandilándonos con las luces altas, mientras mi papá nos repetía “no miren para atrás”. Hasta que doblamos por la Alameda y lo perdimos de vista. Aunque el loco tuvo la culpa, mi papá va a tener que pagar el arreglo del parachoques. ¡Qué injusto! Aunque mi mamá insistió, mi papá no quiso denunciarlo, porque dijo que mientras más alejados nos mantengamos de Carabineros, mejor. No quiero subirme otra vez al auto... me imagino que en cualquier esquina puede aparecer el loco apuntándonos otra vez. Se me apretó tanto el nudo de mi garganta, que al bajarnos me puse a vomitar. ¡Y todo por culpa del famoso cometa!
Ha pasado harto tiempo sin escribirte. Aunque Los Cangrejos siguen avanzando, no había encontrado más pistas hasta ayer. Resulta que la semana pasada mi papá perdió su trabajo por no haber ido a una comida (que se supone era voluntaria) para apoyar a Pinochet. Al otro día todos los empleados que no fueron, quedaron en la calle. Esto, porque en su oficina reemplazaron a su jefe por un militar. “¿Qué sabe un milico de ingeniería?”, repetía mi mamá enojada mientras se paseaba por el living de un lado para otro como un león enjaulado. Y como mi abuela dice que las catástrofes se parecen a los buses (en que casi nunca vienen de a uno) a fin de mes nos vamos a tener que ir a vivir donde mi abuelo porque mis papás no tiene plata para pagar las cuentas. Espero que mi papá encuentre otro trabajo pronto, porque se la ha pasado peleando con mi mamá. Ella le gritó “¡tú tienes la culpa!”, pero él respondió: “¡Yo no tengo la culpa... Pinochet tiene la culpa!”. Mientras la Vero estaba barriendo la calle, salí con la pala a ayudarle. Le dije que pensaba que mi papá debiera haber protestado por la injusticia de su trabajo. La Vero miró para todos lados y me hizo callar. Cuando entramos a la cocina me dijo: “es mejor así... ¿acaso no sabes que cualquiera que se oponga a Pinocho está en problemas?”. Creo que la Vero tiene razón... el hecho de imaginarme lo que le podría haber pasado a mi papá si se hubiese opuesto a su jefe nuevo, hace que me duela la garganta... ¿puedes creer que las facultades extraordinarias de Pinochet le permiten no sólo decidir cuándo deben nacer las guaguas y hasta qué hora duran las fiestas, sino incluso quiénes pierden o mantienen su trabajo?
Ahora que mi papá está cesante mi mamá está en campaña para que ahorremos. A mí me pidió que cortara las servilletas de papel por la mitad (así duran el doble) y a Manuel le tocó llenar unas botellas plásticas de agua y luego instalarlas adentro del estanque del water para ahorrar dos litros cada vez que tiramos la cadena. También estamos duchándonos más corto y una vez que la pasta de dientes se acaba, mi mamá corta el tubo por la mitad para ocuparla unos días más. Mi mamá se pasó toda la tarde reparando y parchando nuestro uniforme, y nos pidió que lo cuidáramos para que nos dure por lo menos hasta fin de año. Ahora venimos volviendo de comprar zapatillas y aunque le pedimos unas Puma, dijo que sólo le alcanzaba para comprarnos unas Tigre.
Hoy día sábado almorzamos mi plato favorito: tallarines verdes con jamón y crema y estaba todo bien, hasta que de repente mi papá se fijó que había un gomero nuevo en el comedor.
–¿Y esto?
–Ah, es que justo ayer pasó un señor cambiando plantas por ropa y aproveché de darle unas chaquetas viejas que tenías apolillándose en el clóset desde el año de la cocoa…
Mi papá se levantó de la mesa y fue corriendo hacia el dormitorio. Volvió a los pocos minutos con los ojos clavados en el suelo.
–¿Pero por qué te pones así, si esas chaquetas no las usabas? –le preguntó mi mamá extrañada.
–Porque adentro del bolsillo de una de ellas, tenía guardado unos ahorros…
Mi mamá dijo perdón mil veces, pero no pudo evitar que un silencio de tumba pusiera fin al almuerzo.
Ayer vino de visita la tía Leonor, una amiga de mi mamá, y le trajo unas cajas enormes. Adentro venían unas ollas que según la tía, eran espectaculares por ser norteamericanas, de acero quirúrgico, tener mangos de plástico y ahorrar energía. Resulta que mi mamá va a empezar a venderlas, pero no en una tienda, sino que va a invitar a sus amigas a una demostración en donde les va a cocinar arroz y otras cosas en las relucientes ollas. Lo que explicó la tía Leonor es que mi mamá va a ganar dinero no sólo si sus amigas compran las ollas, sino también si convence a alguna de transformarse en vendedora. O sea que la tía Leonor está ganando dinero por haber convencido a mi mamá. Eso no lo dijo, sino que lo dedujimos con Manuel. Mientras la tía hacía la demostración en la cocina y mi mamá tomaba apuntes, nosotros nos pusimos en la terraza a jugar a las tacitas. Ojalá que este emprendimiento no termine como la otra vez en que mi mamá se puso a vender joyas, y terminó acachada con todo el stock.
Por estas noches han habido protestas y se ha cortado la luz en algunos barrios y sectores de la ciudad. La Vero nos explicó que los protestantes tiran una cadena al alumbrado que al enredarse en los cables, cortan la luz y, a veces, hasta el teléfono. Así la gente se protege bajo la oscuridad. La otra noche en nuestro barrio hubo un apagón. Como todo estaba oscuro y mis ojos no podían divisar nada, de a poco sentí cómo mis oídos empezaron a distinguir los ruidos de la noche. Me tendí en mi cama y pude escuchar el piso de la cocina crujir, y más allá el ulular de alguna sirena policial. Pero más lejos del ladrido de los perros, se extendía el silencio. El aire estaba cargado de miedo. Me imaginé a la entrada de una cueva llena de fieras.
Mi mamá anda tan triste organizando la mudanza, que con Manuel decidimos alegrarla haciendo una lista de las cosas que hemos aprendido en el colegio. Escribimos:
Pero mientras la leímos ocurrió algo inesperado: en vez de alegrarse... ¡mi mamá se puso a llorar! Aunque intento entenderlos, los adultos siguen siendo otro misterio sin resolver.
El fin de semana nos fuimos a alojar a la casa de Víctor, porque mis papás fueron a un funeral de una tía.
El sábado por la mañana Ramón, el papá de Víctor, nos contó que de las revistas y diarios que venden en los kioskos, los que están en contra de la dictadura se llaman: Fortín Mapocho, Análisis, Apsi y Cauce. Todo el resto (El Mercurio, La Segunda, La Tercera, Las Últimas Noticias, Vea, Cosas, Caras, Paula, Qué pasa, Ercilla, etc.) están a favor del “pronunciamiento militar” o “Gobierno militar” ya que Ramón se rió explicándonos que tienen la desfachatez de ni siquiera llamar a la dictadura por su nombre.
Por la tarde acompañamos a Ramón a la panadería y luego al kiosko de la esquina. Después de saludar al diarero le pidió “El Mercurio.... cargado” ¿y sabes lo que significa eso? ¡Es un mensaje en clave! El vendedor dobló El Mercurio por la mitad y al centro escondió El Fortín Mapocho. Apenas volvimos a la casa, nos pusimos a leerlo. Ahí había una historieta de una niña llamada La Margarita que se parece a Mafalda (otra historieta que me mostró Víctor) que trata de hacernos reír de las cosas terribles que están pasando. Ramón me dejó recortar algunas historietas de unos números anteriores que voy a pegar acá.
No te había escrito hace tiempo, porque de tan bien que escondí tu llave, no podía encontrarla. Cuando pensé que la había perdido para siempre, la encontré debajo de mi colchón. Ayer vino a visitarnos mi prima Soledad. “Llámame Sole”, me dijo cuando salimos al patio, mientras prendía un cigarro. Ella es hija de la Titi, la hermana menor de mi mamá. Tiene el pelo largo y rojo como el fuego. Llegó con su guitarra a cuestas. Sentada en la mesa de la cocina, mientras la Vero le preparaba un té, dijo que quería entrevistar a mi mamá para un trabajo que estaba haciendo para la universidad. Ella está en primer año de Pedagogía. Mientras esperábamos a que mi mamá llegara de la oficina, salimos al patio y nos sentamos debajo del parrón.
–¿Quieres que te toque una canción?
–¡Bueno!
–Esta es de Silvio Rodríguez.
Asentí en silencio, mientras Sole se puso el pelo a un lado y empezó a cantar:
Qué se puede hacer con el amor,
qué se puede hacer si es cosa de él
Qué se puede hacer con el amor,
Qué se puede hacer si es cosa de él
Qué se puede hacer si siempre el cariño
no sale tan bien
La Habana, día de un año
en la esquina está esperando
casi una niña
por la cintura acorta las faldas
que ya eran cortas para sus padres
espera a un muchacho de secundaria
en casa no dejan que vea a nadie
y así dan cuenta de un buen amor,
de un buen amor,
de un sólo amor,
por qué…
Pero antes de que terminara la canción, llegó mi mamá, la Sole se puso de pie y después de saludarla, fue directo al grano:
–Estoy haciendo un trabajo de investigación para la universidad y quiero que me cuentes de cuando trabajabas en Quimantú.
–¿De dónde sacaste eso? –le respondió mi mamá poniéndose más tiesa que una momia. –Mejor cambiemos de tema…
–Pero quiero saber lo que ocurrió…
–Sole... mi consejo es que recuerdes que la curiosidad puede ser fatal... si avanzas por este camino vas a encontrar problemas... elige un tema de investigación menos conflictivo... porque yo tengo la boca (y se llevó los dedos a los labios como si estuviera cerrando un broche) sellada. Después se paró y dando finalizada la entrevista, le indicó la salida.
Por la ventana vi a la Sole alejarse. Iba con la guitarra en la espalda pateando el suelo de rabia, como si en cualquier momento fuese a hacer un hoyo en el cemento igual que Rumpelstilskin.
Ayer, cuando fuimos a jugar a la casa de Víctor, estaba Ramón y aproveché de preguntarle:
–¿Tú sabes qué es Quimantú?
–¡Claro! significa “el sol del saber” en mapudungún.
–¿Y qué más?
–También fue el nombre de la editorial que durante el Gobierno de Allende tenía la misión de publicar libros de calidad accesibles a todos los bolsillos... publicó muchos números hasta que los militares la destruyeron al comienzo de la dictadura. Por esa misma época, los militares entraban a las casas y quemaban libros, discos, todo lo que se relacionara con el gobierno anterior…
–¿Y por qué hicieron eso?
–Ah, porque como dijo Maximiliano Robespierre “la clave de la libertad está en educar a la gente... en cambio la clave de la tiranía, está en mantenerlos ignorantes”.
–¿Y Robespierre es chileno?
–No, era un revolucionario francés que vivió hace más de dos siglos –me dijo antes de pararse a buscar una taza de café.
El fin de semana nos mudamos a la parcela de mi abuelo que queda en Huechuraba, al final de un camino de tierra que se llama... ¡El Guanaco! Le pregunté a mi mamá por qué se llamaba así pero al parecer no tiene nada que ver con el de las protestas. Me dijo que ella cree que antes esta zona estaba habitada por guanacos (que son unos animales que escupen y se parecen a las llamas, aunque ahora no queda ninguno). Cuando tomamos el camino de tierra para entrar a la parcela, vimos a una docena de trabajadores arreglando el camino. Eran hombres y mujeres vestidos con chaquetas amarillas que decían PEM. Estaban cavando un hoyo usando palas y picotas.
–¿Qué es PEM? –preguntó Manuel.
–Plan de Empleo Mínimo –respondió mi mamá sin despegar la vista del camino.
–¿Qué significa eso?
–Que el Gobierno los contrata pagándoles el mínimo para esconder el desempleo... pero estas no son cosas que les incumban a ustedes… miren mejor los álamos y las pajaritos al otro lado del camino.
Aunque en la parcela de mi abuelo hay muchas cosas que hacer, echo de menos mi casa y especialmente a Víctor. Al partir, me entregó una carta y me dijo que nos escribiéramos por correo. Al final, me dibujó esto:
Se lo mostré a mi hermano y me dijo que le preguntáramos a la Vero, quien dijo que es un mensaje en clave: quiere decir “Pinocho va a caer”. Como la Vero nos ha ayudado tanto a avanzar en este misterio, la nombramos miembro honorífico de Los Congrejos y aceptó entre risas, tapándose con una mano los dientes que le faltan.
Ahora que estamos viviendo con mi abuelo, lo he podido observar con detenimiento. Tiene unas manos enormes y un fuerte olor a jabón. Siempre se viste con pantalones gruesos, suspensores, camisa a cuadrillé roja, chaqueta, bototos y sombrero. En el bolsillo izquierdo, guarda un pañuelo de tela doblado y planchado en cuatro. En el derecho, lleva un fajo de billetes sujetos con un elástico. El pañuelo nos ha servido de vendaje, servilleta, cuerda y mantel. Con el fajo de billetes es muy generoso. A mí y a Manuel nos ha dado billetes verdes, rojos y azules, mientras nos dice “para que se compren un helado” o “para que vayan al cine”. También nos regaló unas alcancías de metal (verde es la mía y azul la de Manuel) del Banco del Estado en que vamos guardando nuestra mesada, porque creo que con todos los billetes que nos ha dado, nos alcanzaría para pagar cientos de helados e idas al cine.
Además, nos enseñó a jugar Pinpirigallo que se trata de hacer un montoncito de manos que se pellizcaban unas encima de la otra mientras cantamos:
Pimpirigallo
monta a caballo
Con las espuelas
de mi tocayo
También jugamos a tocar los grandes lunares de su cara arrugada como un acordeón, mientras él cierra sus ojos y se hace el dormido… hasta que te descuidas y ¡JUAP! hace como que te come un dedo y así hasta que nos da ataque de risa.
Con Manuel hicimos esta lista con las cosas de detectives que vamos a necesitar:
Pero cuando le pedimos a mi abuelo que nos llevara de compras, nos preguntó qué necesitábamos. Le mostramos la lista y cuando nos dijo para qué queríamos estas cosas, le dijimos que íbamos a jugar a los exploradores. De Los Cangrejos preferimos no decirle ninguna palabra. Él se quedó en silencio observando la lista y nos dijo que esperáramos un momento. Entonces se fue a su escritorio y al rato salió con una caja llena de cosas. Nos dijo que él no las necesitaba y que nos las daba con la condición de que no exploráramos muy lejos. Lo abrazamos de alegría y nos pusimos enseguida a revisar nuestros nuevos implementos. Había de todo, menos la cámara de fotos. Aunque las cosas que nos dio mi abuelo son viejas, se nota que son de buena calidad porque pesan mucho. Manuel se puso a jugar con la linterna, mientras yo aproveché de sacarle punta a mis lápices con el cortaplumas. Hasta que Manuel apagó la luz de la pieza, pero como le dije que la encendiera, terminó escondiéndose debajo de su cama donde siguió alumbrando todo con su luz, como una luciérnaga.
Ayer tenía ganas de escribirte y me senté en la mesa del comedor. Pero no alcancé a empezar cuando llegó mi abuelo. Me quedó mirando y me dijo que no podía escribir así. Entendí que no quería que escribiera en el comedor, por eso me sorprendió cuando agregó:
–¿Dónde se ha visto a una de mis nietas escribir con la mano izquierda?
–¡Pero si soy zurda!
–¡Tonterías! Esa mano es siniestra y yo te voy a ayudar a corregir este problema.
Entonces sacó su pañuelo del bolsillo y me amarró la muñeca de la mano con que escribo en la espalda a la presilla de mis pantalones. Lo encontré tan extraño, que le seguí el juego. Empecé a tratar de escribir con la mano derecha y obviamente como estoy acostumbrada a escribir con la izquierda, me resultó súper difícil. Como cuando intenté pedalear sin las rueditas de mi bicicleta o correr con una pierna amarrada a Manuel en la gymkhana de mi colegio. La letra me salió muy desordenada y difícil de descifrar. Estuve repitiendo las vocales un buen rato, hasta que llegó mi mamá y le dijo a mi abuelo que no se metiera en nuestra educación porque sus ideas estaban pasadas de moda. Mi abuelo le contestó que mientras estuviéramos en su casa no iba a renunciar a su derecho a enderezarnos. A mí me dio risa imaginarme a Manuel y a mí como dos árboles inclinados. Así siguieron discutiendo un buen rato, mientras tanto logré hacer varias o cada vez más redondas. Lo bueno es que descubrí que basta con que cambie el lápiz de mano para inventar una escritura en código, lo que también me puede servir para Los Cangrejos. Mientras estemos en esta casa, además de practicar escribir con la derecha al frente de mi abuelo, voy a tener que encontrar un escondite para escribirte. ¿Cómo lo encuentras? ¿De dónde habrá sacado mi abuelo eso de la mano siniestra? ¿Importará con qué mano escribo?
Estoy escondida en la despensa, que queda al lado de la cocina. Hay un olor delicioso a canela y vainilla. Ayer mi abuelo me trajo de regalo un cuaderno de caligrafía y he tenido que seguir practicando escribir con la derecha. Ahora hasta me salen palabras enteras. Lo que quería contarte es que tengo una buena y una mala noticia. La buena es que mi papá acaba de encontrar trabajo. La mala, es que queda en Valparaíso, pero lo aceptó porque dice que por la crisis económica que hay ahora en el país “la situación no está para regodearse”. Se va a instalar en una pensión de lunes a viernes y va a venir a vernos los fines de semana. Aunque tienen que separarse, están más calmados que antes. Sobre todo mi papá, porque no se lleva para nada de bien con mi abuelo. No lo culpo, porque aunque mi abuelo es amoroso con nosotros, observa a mi papá con una mirada reprobatoria. Incluso una vez escuché que cuando mi papá vino a hablar con mi abuelo para decirle que quería casarse con mi mamá, mi abuelo lo fulminó con una mirada de desprecio, dejándolo con la mano extendida. Además, creo que mi abuelo ve en blanco y negro igual que algunos animales, porque habla de “los comunistas” versus “nosotros”; los “rotos” versus “la gente bien”. Mi mamá ha tenido que morderse la lengua para no pelearse con él. Mi papá lo escucha mordiéndose el labio, signo indiscutible de que está a punto de explotar. Pero ¿por qué mi papá no le dice nada? Se queda callado mientras mi abuelo dice “Mi general salvó al país de los rotos” y otra cosas de ese tipo. El otro día mi mamá no pudo más y le gritó “piense en los crímenes y violaciones contra los derechos humanos” a lo que mi abuelo contestó “los muertos bien muertos están y ojalá hubiesen matado a más comunistas”. ¿Ves que mi abuelo perdió un tornillo? ¿Cómo entender que le parece bien matar a otro por pensar distinto? Creo que está enamorado de Pinochet… ¡hasta se peina parecido y se deja el mismo bigote! Además, dice que todos los rumores terribles, son mentiras. Lo raro es que con nosotros es muy diferente. Hoy, por ejemplo, nos enseñó unos trucos de magia, nos construyó una honda y nos mostró dónde hay un panal de abejas. También nos ensilló un burro para que demos vueltas por la parcela. ¿Puede alguien ser malo y bueno al mismo tiempo? ¿Será Pinochet amoroso con sus nietos?
Por estos días hemos ayudado a mi abuelo en la parcela. Hay un criadero de 500 conejos de angora, que son unos conejos blancos de ojos rojos y pelo suave como la seda. Resulta que mi abuelo les corta el pelo y lo guarda en unos sacos como nubes blancas que le vende a un señor que los viene a buscar a fin de mes para hacer lana. Con Manuel hemos ayudado a alimentarlos y a darles agua. Comen unos pélets café con forma de cilindro y después hacen caca redonda del mismo color. Están dispuestos en 10 líneas de 50 jaulas cada una y cuando pasamos corriendo al frente, se ponen súper nerviosos moviéndose de un lado para otro. El otro día mi abuelo nos dejó tomar en brazos a una coneja que había tenido recién tres crías (parecían unos ratoncitos rosados) pero nos explicó que no podíamos tocar a sus hijos porque las conejas se ponen tan celosas, que si huelen en las crías un olor extraño, ¡las matan! Cerca de las jaulas de los conejos están las gallinas, que son mucho más entretenidas porque se la pasan haciendo alboroto. Los conejos en cambio son silenciosos. El único ruido que sale de sus jaulas, es cuando un chorro de pipí cae al suelo. Aunque mi abuelo nos deja entrar a verlos, con Manuel nos hemos mantenido alejados porque de las jaulas sale un olor pestilente.
Acá en la parcela de mi abuelo comemos diferente que en mi casa. Por las mañanas, en vez de pan tostado, él nos prepara un bol de avena con leche. Dice que es el desayuno más completo que existe. A la hora del almuerzo, ¡él come cazuela todos los días! Dice que como es un hombre de hábitos, no se cansa de comer diariamente su plato favorito. Por la tarde, nos sentamos con él a la mesa a tomar once. Instala al centro una bandeja redonda que da vueltas. Hay que girarla con suavidad, hasta que la mantequilla, la palta, el pan o la mermelada queden al frente tuyo. Además, siempre corta las marraquetas a lo ancho. Manuel nos hizo reír cuando las bautizó como “pan de anteojos”.
Hoy en el colegio me pasó la cosa más extraña que te puedas imaginar. El profe de Artes Plásticas empezó su clase diciendo que hiciéramos un dibujo con “tema libre”. Mis compañeras se pusieron enseguida a dibujar lo que siempre repiten: una granja con sol sonriente, cerros triangulares nevados, árboles con manzanas, casa con chimenea humeante, espantapájaros y huerta con lechugas y tomates listos para ser cosechados, laguna de patos nadando y peces saltando por el aire, campesino sonriente en tractor y campesina sonriente colgando al sol la ropa recién lavada. Mis compañeros también se pusieron a dibujar lo de siempre: ejércitos de soldados peleando con metralletas, helicópteros, bombas. Quise dibujar otra cosa y de repente me acordé del burro del campo de mi abuelo. Saqué mi block y traté de dibujar un burro de lado, mirando hacia adelante. Pero cuando iba a pintarlo, pensé en Pinocho: ese cuento de Collodi que nos leyó mi abuela hace tiempo. Me acordé de esa parte en que Pinocho se encuentra con su compañero de colegio Fosforito, quien le cuenta que a medianoche pasa un carruaje tirado por burros que conducirá a cientos de niños al país de los juguetes: un lugar en donde el tiempo pasa como un relámpago, las vacaciones no paran, se puede comer golosinas y helados a destajo y jugar el día entero. Fosforito dice que este país está sólo habitado por niños, no hay ningún libro ni menos, colegios. Así Pinocho se entusiasma con esta aventura, sigue a su amigo y lo pasan a las mil maravillas durante meses. Hasta que un día Pinocho despierta con orejas y cola de burro y al poco andar descubre que Fosforito ha sido víctima de la misma suerte y no pueden pararse en dos patas ni hablar. Su piel está cubierta de pelos y sólo pueden relinchar. Entonces a mi burro le dibujé ropa y zapatos y le hice una cara humana. Al final le puse de título “Pinocho es un burro”. Pero al terminar la clase y entregarle el dibujo a mi profesor, este se lo quedó mirando un buen rato y luego me dijo:
–¿Usted es tonta o se hace?
Me sorprendió tanto su pregunta, que en silencio clavé los ojos en el suelo.
–No le falte el respeto a las autoridades –susurró mientras doblaba mi dibujo por la mitad y lo hacía desaparecer en el bolsillo de su overol.
Sentí mis mejillas rojas, como si me hubiese dado una cachetada y aunque traté de pensar en otra cosa, se me escaparon unas lágrimas de rabia. Me vine a la casa con un fuerte dolor de garganta, sin entender lo que había pasado. Sólo ahora que estoy más tranquila y te escribo, creo que el profe debe haber confundido a Pinocho ¡con Pinochet! Estoy “¡PLOP! ¡Exijo una explicación!” –igual como diría Condorito. En momentos como estos, extraño aún más a Víctor, si estuviese viviendo en mi casa, hubiese ido corriendo a la suya a contarle este malentendido y nos hubiésemos matado de la risa.
Ayer vimos con mi abuelo la Parada Militar en la tele. Se trata de un desfile que ocurre una vez al año de todas las fuerzas armadas y de orden que dura horas y horas. Tocaron himnos, pronunciaron varios discursos y muchos hombres desfilaron más tiesos que los soldados de plomo de Manuel, con sus uniformes impecables. Es impresionante la cantidad de metralletas, tanques, caballos, camiones y aviones que tienen. Manuel se fascinó tanto con la FACH, que hasta dijo que cuando grande quiere ser piloto de aviones de guerra. Mi abuelo le dijo que mejor se hiciera marino, ya que aprendería a navegar y como Chile tiene tanto mar, es muy útil saber conducir una embarcación.
Pensé en decirle “¿cómo alguien puede querer ser uniformado, sabiendo que va a tener que perseguir a sus propios compatriotas y recibir órdenes de alguien como Pinochet?”, pero al final me quedé callada… es que mi abuelo jamás entendería. Es como si viviera en otro mundo. Al final, se puso a trajinar por un buen rato su armario, hasta que encontró un gorro viejísimo de marino que le regaló a Manuel. Dijo que había pertenecido a un primo lejano. Mi hermano estaba como hipnotizado por el gorro azul con blanco y botones dorados. Aunque le quedaba tan grande que le tapaba los ojos, se lo puso y estuvo jugando el resto de la tarde a Arturo Prat, saltando de un sillón a otro. Cuando más tarde lo dejó olvidado, lo tomé. Olía a naftalina. Salí un rato a la terraza con el gorro puesto y vi los rayos de sol penetrando por los agujeros dejados por las polillas.
Hoy hacía tanto frío en mi sala, que no podíamos ni agarrar el lápiz de tan congeladas que teníamos las manos. Cada vez que mi profesora hablaba, le salía vapor blanco, como si estuviese fumando. Entonces ella paró la clase, nos hizo a todos pararnos al lado de nuestros bancos y nos enseñó “La batalla del calentamiento” que es una canción para entrar en calor. Empieza:
Esta es la batalla
Del calentamiento
Habría que ver
La cara del sargento
Jinete, a la carga
una mano…
Entonces tienes que poner una mano adelante, y luego se repite la primera estrofa, y se va agregando la otra mano, un pie, el otro pie, la cabeza, todo el cuerpo, hasta que terminamos saltando y riendo tanto, que hasta se nos olvidó que teníamos frío.
La semana pasada descubrí esta pista, pero es tan terrible, que no me había animado a escribirte… creo que mi papá jamás nos hubiese contado esto. La encontramos porque desde que la Vero es parte de Los Cangrejos, ¡hemos avanzando más rápido que langostas! La cosa es que mi papá rompió un cuaderno por la mitad antes de botarlo, pero la Vero lo rescató de la basura antes de pasármelo. En las primeras páginas habían unas cuentas y números, pero casi al final con letra tiritona escribió esto que voy a pegarte acá. No estoy segura si estoy haciendo lo correcto, o si será muy peligroso conservarlo, pero tú eres quien mejor puede guardar este secreto:
“Como a las dos de la mañana el fin de semana pasado me desperté con un ruido de vehículo. Me puse un chaquetón encima del pijama, y salí con mi suegro a ver quién tocaba la bocina a la entrada de la parcela. A lo lejos divisamos una luz. Al acercarnos, nos dimos cuenta de que se trataba de un camión. Descendieron tres milicos apuntándonos con sus metralletas. Con mi suegro subimos instantáneamente las manos al aire en señal de paz. El líder –un chiquillo que no debe haber tenido más de 20 años nos dijo que se habían quedado atascados y necesitaban que les echáramos una mano. Hablaba arrastrando las palabras, como si estuviese borracho o drogado. Las ruedas delanteras del camión se habían hundido en el barro del canal de regadío. Con mi suegro corrimos a buscar unas palas y unos listones para ayudarlos a sacar el camión del barro. Pero al empezar a cavar, no pudimos evitar sentir un olor ácido que salía del cargamento. Fue como oler el infierno. Sin bajar sus metralletas, nos observaron insultándonos mientras con mi suegro los ayudamos a salir. Antes de desaparecer, nos amenazaron diciendo que si hablábamos nos vendrían a buscar. Con mi suegro nos quedamos en silencio, congelados en mitad de la oscuridad hasta mucho después de que el camión desapareció de nuestra vista. En silencio caminamos de vuelta a la casa y antes de entrar, juramos no mencionar este incidente nunca a nadie. Aunque han pasado varios días y he guardado el secreto, el camión aparece una y otra vez en mis pesadillas. Tampoco he podido sacarme de las narices ese olor rancio. Espero que al escribirlo acá, pueda por fin olvidarlo”.
¿Ahora entiendes por qué no estaba segura si pegarlo? Parece una historia de terror o un mal sueño… pero ocurrió de verdad… ¡mientras yo estaba durmiendo! Pensar que les podrían haber disparado a mi papá y a mi abuelo, hace que se me apriete más el nudo en mi garganta. Me dan ganas de salir arrancando el solo hecho de imaginar frente a mis ojos un camión pestilente en mitad de la noche resguardado por militares... ¿Qué habrán llevado? ¿Por qué habrán llegado hasta acá? ¿Por qué viajaban en mitad de la noche? Lo único que me alivia es tenerte a ti y saber que Los Cangrejos seguirán su búsqueda. Mientras más preguntas me hago, más increíble me parece que mi papá y mi abuelo puedan guardar un secreto como este. ¿Cuántas otras cosas nos estarán ocultando? Me había fijado que hay algo en los ojos de mi papá que nunca antes había visto: ¿miedo?, ¿angustia?, ¿cansancio? En fin... ha estado súper desanimado. Yo pensaba que estaba muy cansado con su trabajo nuevo, pero ahora pienso que debe estar preocupado y asustado de que nos pase algo malo. Lo único bueno es que mi abuelo no ha vuelto a repetir las locuras que decía cuando llegamos... ¿tal vez esto lo haga cambiar? Al menos no puede ignorar que están pasando cosas terribles.
Anoche tuve esta pesadilla: es de noche y vamos escapando con Manuel y mis papás. Tenemos prisa porque una jauría de tigres anda suelta por las calles de la ciudad. No sabemos dónde ir ni dónde escondernos porque no sabemos dónde están, pero de vez en cuando escuchamos gritos y rugidos y caemos en la cuenta de que han atacado a una nueva víctima. Cada vez que esto ocurre, siento una mezcla de miedo y alivio, ya que pienso que alguien ha muerto, pero por un tiempo los tigres no tendrán hambre y nosotros podremos seguir escapando. Hasta que mi papá se detiene y nos pide a Manuel y a mí que nos metamos a una jaula que hay con barrotes en el suelo, como un calabozo. Yo quiero seguir corriendo y no quiero detenerme. Le digo que sigamos escapando, que estamos en peligro. Pero él responde que mientras nos acechen los tigres, es mejor cobijarnos en una jaula. Me desperté gritando con los rugidos de los tigres aún resonando en mis orejas. ¿Tendrá Pinochet pesadillas por las noches?
En la casa de mi abuelo no hay tantos libros como en mi casa, pero hay teles en casi todas las piezas así que hemos visto hartos programas. Ayer vimos una mujer que baila con un traje de baño, botas y una chaqueta con lentejuelas, acompañada de “sus chicos” que son una docena de bailarines que la levantan por los cielos como si fuera una pluma. Se llama Rafaella Carrá y es italiana. Tiene una canción súper pegajosa que dice:
Caliente caliente eo
Caliente caliente oa
Caliente caliente eo
Caliente caliente oa
También vimos una vedette española (o sea una bailarina casi pilucha) llamada Maripepa Nieto que usa tantas plumas en el trasero, que parece un pavo real. Y el sábado vimos La Isla de la Fantasía, que se trata de una isla misteriosa donde el anfitrión de terno blanco –el señor Roarke– recibe acompañado de Tattoo (su ayudante enano), a unos pasajeros que llegan en hidroavión a cumplir sus fantasías. ¿Tú crees que si voy a esa isla me ayudarían a terminar con la dictadura?
Hoy te voy a contar lo que sé sobre mi abuela materna. Aunque en mi familia nadie habla de esto, sabía, aunque no recuerdo bien cómo ni cuándo escuché por primera vez esta historia. Mi abuela era la hija mayor de cinco hermanos. Cuando tenía como 15 años, su mamá (o sea la bisabuela de mi mamá) murió de una enfermedad y ella tuvo que dejar de estudiar para cuidar a sus hermanos. Como era la única mujer, se la pasaba cocinando, cosiendo y limpiando la casa. Así pasaron los años y como en esos tiempos las mujeres se casaban súper jóvenes, pronto empezaron los rumores de que se quedaría solterona. Ella quería formar una familia, pero no había tenido oportunidad de ir a los bailes en donde solían conocerse los jóvenes antes de empezar un noviazgo. La cosa es que en el casamiento de una prima, conoció a mi abuelo. Mi mamá cree que debe haber sido amor a primera vista. Pero como mi abuelo era muy tradicional, no iba a casarse con una mujer mayor. Entonces mi abuela –ayudada por su papá y sus hermanos– inventó que ella era la menor (en vez de la mayor), restándose 10 años. También se consiguió un carné de identidad con una fecha de nacimiento falsa y guardó su secreto como una tumba. Al poco tiempo de noviazgo se casaron, se fueron a vivir a otra ciudad y tuvieron a mi mamá y a sus tres hermanos. Mi mamá piensa que muchas veces mi abuela debe haber querido contarle la verdad a mi abuelo, pero nunca lo hizo. Hasta que tuvo un accidente y mi abuelo la llevó al hospital. Al ingresarla le pidieron su carné de identidad y mi abuelo, al darse cuenta de que estaba vencido, fue al Registro Civil a renovarlo. Grande fue su impacto cuando en el nuevo documento aparecía la verdadera fecha de nacimiento de mi abuela. Al principio pensó que era un error, pero el funcionario que lo atendió le dijo que el carné vencido estaba adulterado. Así, mientras mi abuela seguía en el hospital, él descubrió que en vez de ser cinco años menor, ¡su esposa era cinco años mayor que él! Mi abuelo les contó a sus hijos y la familia se dividió en dos bandos. Algunos culparon a mi abuela por mentirosa, mientras que otros opinaban que sin esa mentira, nadie de la familia hubiese existido. La cosa es que mi abuelo se sintió tan traicionado, que durante el año siguiente no le dirigió la palabra. Mi mamá dice que cuando se sentaban a la mesa era súper desagradable porque mi abuelo le decía “dile a tu mamá que me pase la panera”, con mi abuela al frente. Ella dijo que mi abuela se puso tan triste con la reacción de mi abuelo, que se fue apagando como una vela. Lo peor para mi abuelo fue haber perdido la confianza en ella. Lo que no podía perdonar era que en cincuenta años de matrimonio no le hubiese revelado el secreto. “¿Cuántas otras cosas me habrá ocultado?”, se preguntaba insistentemente mi abuelo. Al final, despechado, dijo que si hubiese sabido la verdad, no se hubiese casado con ella. ¿Te imaginas lo difícil que debe haber sido para mi abuela guardar este secreto por toda su vida? ¿Habrá escrito un diario? ¿Qué hubiese hecho yo? Seguramente le hubiese contado, porque el peor castigo para mí hubiese sido ¡tener que guardar un secreto por medio siglo! Además, no puedo evitar estar de su lado.
Ayer 7 de septiembre fue el cumpleaños de Manuel. Pero pasé tanto susto, que aún la letra me sale tiritona. Lo que ocurrió es que para celebrarlo fuimos de nuevo al Cajón del Maipo, a la casa de los Escobar porque ellos son los padrinos de mi hermano. Llegamos como al mediodía e hicimos un asado en el patio, debajo de los nogales del borde de la piscina. Después de almorzar, bajamos con Pantru a hacer patitos al río. Volvimos a la casa a tomar once cuando la tía Gloria, la madrina de Manuel, tenía lista una torta de milhojas con diez velitas encendidas. Después de cantarle cumpleaños feliz, Manuel pidió un deseo, sopló las velas y recibió de parte de sus padrinos ¡un set de herramientas con martillo, serrucho y todo! Pero la alegría se nos acabó de golpe antes de alcanzar a probar la torta. De repente, escuchamos una ráfaga de disparos. Las balas pasaban tan cerca, que las sentí silbando en mis oídos. Alguien gritó “¡al suelo!” así que todos nos apretujamos debajo de la mesa. Los vidrios de la cocina vibraban igual que para el terremoto. Por un buen rato, lo único que escuchamos fueron disparos y más disparos hasta que, de pronto, todo se acabó y quedamos en silencio. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que si abría la boca, se me iba a escapar de un salto. Nos quedamos como congelados, mirándonos con los ojos redondos de miedo, hasta que el tío se levantó y gateando, fue a sintonizar la radio. Enseguida escuchamos:
“El diario de Cooooooooooooperativa informa
TARA TARA TARA TARA TARA TARA TARA TARA TAN
“Interrumpimos esta transmisión para informar que hoy alrededor de las 18 horas, el Presidente de la República, General Augusto Pinochet Ugarte salvó ileso después de ser atacado por un grupo de extremistas que interceptaron su comitiva en la zona de Las Vertientes cuando se encontraba regresando de su casa de fin de semana ubicada en el sector del Melocotón, en el Cajón del Maipo. El atentado dejó cinco muertos y once heridos. Pronto volveremos a informar con más detalles”.
–¿Qué significa ileso? –pregunté ansiosa por saber si había muerto.
–Sin daños –dijo mi mamá comiéndose las uñas.
Después de escuchar la radio, mis papás se paseaban de un lado para otro, hasta que empezó a oscurecer y decidieron regresar. Al salir al camino principal, descubrimos que la policía estaba desviado a todos los vehículos hacia el camino a Pirque. Pronto éramos uno más de una hilera interminable de autos. Al poco andar nos detuvo un control policial. Mi papá nos dijo que nos quedáramos en silencio mientras dos policías, también con metralletas, nos alumbraron con linternas a la cara e hicieron que mi papá se bajara y abriera la maleta del auto. Como sólo encontraron un canasto con una torta, nos dejaron pasar. Apenas nos alejamos, Manuel dijo:
–¡Por suerte!
–¿Por suerte qué? –le preguntamos.
Entonces Manuel sacó su caja nueva de herramientas... ¡que había escondido debajo de su chaleco! Nos reímos y aunque mi mamá intentó alegrarnos cantando:
Vamos de paseo
pi-pi-pi
en un auto feo
pi-pi-pi
pero no me importa
pi-pi-pi
porque llevo torta
pi-pi-pi
La dejamos cantar sola, porque el susto nos tragó la lengua. Esa noche, aunque llegamos tardísimo a la casa, me costó mucho dormir. Me quedé pensando que si bien Pinochet es malo, no se saca nada matándolo porque eso sería agrandar el mal. Sería mejor que se acabara la dictadura y los asesinos enfrentaran la justicia. ¿Quiénes habrán intentado matarlo? ¿De dónde habrán sacado las armas? ¿Por qué habrán elegido atacarlo justo el día del cumpleaños de Manuel? ¿Pillarán a los culpables?
Hoy día mi mamá nos dijo a la hora del desayuno que no podíamos contar en el colegio nada de lo que había pasado ayer. Siempre nos dice lo mismo: no hablar, callar porque todo es peligroso, algo nos puede pasar a mí, a Manuel, a ellos.
–Igual que a la Caperucita Roja –nos repite mi mamá como disco rayado –el lobo comienza la conversación preguntándole a dónde se dirige. Así, la niña revela información que la condena a morir a ella y a su abuela. De la misma manera, incluso más peligrosos que los militares armados, tenemos que cuidarnos de los sapos o soplones… los miles de ojos que nos vigilan, esa señora que les empieza a preguntar por lo que hacen sus papás o lo que conversan en la casa, esos profesores que les interesa saber qué diarios o libros leemos, qué radio escuchamos… porque hay millones de personas que en las sombras apoyan esta dictadura delatando a los vecinos, colegas, familiares. Así el bosque de allá afuera está poblado no sólo de lobos, sino también de zorros que quieren saber lo que pensamos... por eso ustedes tienen que pensar muy bien dónde y a quién le cuentan qué…ya saben... en boca cerrada...
–…no entran moscas –repetimos con Manuel a coro antes de partir al cole.
Cuando mis papás nos dicen “tengan cuidado”, no exageran. Las cosas que hemos ido descubriendo me han abierto los ojos ¿cuántos niños sabrán lo que está pasando?¿Cuándo podremos hablar sin temor de que alguien nos pueda acusar? ¿Cuándo dejaremos de sentir miedo? Aunque no hablamos más del atentado, no he podido dejar de pensar en ello. Estas cosas me dan vueltas y vueltas en la cabeza.
Hoy volvió la Vero de sus vacaciones de fiestas patrias. Ella es del norte y fue a visitar a su familia. Cuando partió, le pregunté:
–¿A dónde vas Vero?
–¡Voy a Andacollo! –me respondió con una sonrisa tan grande que me contagió la alegría.
Hoy cuando regresó, Manuel le preguntó:
–¿De dónde vienes Vero?
–Vengo de Andacollito –dijo apenas con un suspiro, arrastrando los pies de cansancio después de su largo viaje.
Este fin de semana nos fuimos de nuevo a alojar a la casa de Víctor porque mis papás fueron al casamiento del tío Ricardo (el hermano mayor de mi mamá) en Valdivia. Cuando llegamos, Víctor estaba haciendo lavaza en un recipiente de plástico, donde sumergía y sumergía los platos del almuerzo. Creo que en vez de lavar, estaba jugando a los submarinos. Manuel se fue directo a la sala de estar a ver la tele, donde el tío Memo y la tía Pucherito estaban cantando:
Somos los Bochincheros
sí señor
nos gusta meter bochinche
que es mejor
Entonces Víctor abrió la llave del agua y echó más lavalozas. Luego puso sus manos adentro y moviéndolas rápidamente de un lado para otro, hizo que la espuma empezara a crecer y crecer y crecer.
–¡Mira Noelia! –dijo impulsando la espuma para que se elevara por el cielo –¡está nevando para ti!
Entonces me puse a girar y girar alrededor de las burbujas de jabón que se esparcían como copos de nieve. Por un segundo me sentí igual que Heidi cuando baila bajo la nieve, hasta que las burbujas se reventaron al tocar las baldosas de la cocina.
Mucho más tarde, después de comida, hubo otro apagón en nuestra cuadra. De repente, escuchamos que alguien había empezado a tocar cacerolas. Ramón nos repartió ollas y cucharones y ¡salimos todos a la calle! Éramos como 15 personas en total y aunque estaba oscuro, reconocimos enseguida a los otros vecinos que están de nuestro bando. Entre todos hicimos una ronda y cantamos:
Y va a caeeer
y va a caeeer
y va a caeeer
y va a caeeer
Se va a acabaaar
se va a acabaaar
la dictadura militar
Hacíamos tanto ruido, que parecíamos espantando a los malos espíritus. Aunque era arriesgado, al estar todo oscuro me sentí segura. Después entramos y Estela, la mamá de Víctor, prendió muchas velas mientras cantaba:
se enciende la luz
la luz, la luz, la luz
Fue muy emocionante acomodarnos a la luz de las velas. Luego nos pusimos a jugar a las adivinanzas. Ramón empezó:
–Una vieja larga y seca que le corre la manteca.
–Fácil: la vela –contesté.
Entonces fue mi turno:
–Un plato de avellanas que de día se recoge y de noche se derrama.
–¡Ah! yo sé: las estrellas.
–Yo tengo la mejor –dijo Víctor:
Gordo lo tengo, más lo quisiera, que entre las piernas no me cupiera.
Manuel y yo nos pusimos a reír, pero su mamá lo miró y dijo ¡Víctor!
–¿Se rinden? ¡El caballo! –dijo mi amigo en medio de las risas.
Lo pasamos excelente, ¡pero no le vayas a contar a mis papás ni una palabra!
Ayer en clases de historia, cuando la profesora estaba hablando de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, Sotoaguilar, un compañero que es hijo de militar, empezó a decir que admiraba mucho a Hitler, porque había liberado a Alemania de los judíos. Entonces Teresa (que parece que tiene un tío desaparecido que era militante del Partido Comunista) dijo que admirar a un asesino era convertirse en uno. La profesora se puso roja e interrumpió la discusión diciendo:
–Niños, silencio. Ustedes están hablando de política y la política viene de dos palabras griegas: polis que significa ciudad y (no me acuerdo qué más) que significa arte. Entonces la política es el arte de gobernar, lo que es asunto de los adultos. Si vuelvo a escuchar a alguien del curso hablando de política los voy a mandar a Inspectoría y ahí van a estar en problemas.
¡Tengo una súper noticia! ¡A mi papá le aprobaron un crédito en el banco y va a empezar con un socio su propia empresa en Santiago! ¡Eso significa que a fin de mes mi papá no va a trabajar más en Valparaíso y vamos a volver a nuestra casa! ¡Estoy más feliz que una perdiz!
Hoy día Manuel me hizo reír mucho. Después de almuerzo me preguntó:
–¿Por qué hay flores blancas en la celebración del Mes de María?
–Porque ese es el color de la Virgen.
–¡Pero tendrían que ser amarillas!
–¿De dónde sacaste eso?
–¡Lo dice la canción!
–¿Qué canción?
–Esa que cantamos en la celebración del Mes de María:
“Venid y vaaamos todos
con flores amarillas”
–¡Pero si no dice flores amarillas!
–¿Qué dice?
–Dice “venid y vaaamos todos
con flores a María”
–¡Ah! ¿Entonces tampoco decimos “bototos”?
–¿Cómo bototos?
–Cuando el cura dice: “que el señor esté con ustedes”, nosotros respondemos: “y con bototos”.
–¡Y con vosotros, Manuel!
¿No encuentras que mi hermano es para la risa?
Han pasado muchos días sin escribirte. Después de volver a nuestra casa a mí y a Manuel nos dio peste cristal. Pasamos en cama una semana entera cubiertos de costras horribles. Lo bueno es que ahora mis papás están juntos y todo va mejor. Igual me dio un poco de pena despedirme de mi abuelo. Durante el tiempo que pasamos en su casa vimos harta tele, nos leyó un libro sobre las siete maravillas del mundo y me regaló una colección de Papeluchos y de libros de Julio Verne. Al despedirnos, nos tenía un reloj de Mickey Mouse y nos llevó a tomar café-helado al Café Santos ubicado en el Centro en las calles Huérfanos con Ahumada. Nos sentamos en una mesa de mantel blanco atendida por un mozo que nos trató como reyes. Al parecer conocía a mi abuelo porque el mozo le escuchaba atentamente, se reía de sus bromas pesadas y le decía “Sí Don Ricardo, como no Don Ricardo, no faltaba más Don Ricardo, con su permiso, Don Ricardo” a todo lo que mi abuelo decía. Después de pagar la cuenta, me fijé que mi abuelo le puso un billete en el bolsillo. No sabía que también era tan generoso con los demás. Al final del paseo nos llevó a comprar unos gamulanes (que son unos abrigos de piel súper abrigados para el invierno) y le pasó un fajo de billetes a mi mamá diciéndole “para que no les falte nada”, que ella recibió con una sonrisa fugaz y un tímido “gracias” antes de despedirse. A veces quisiera que mi abuelo fuese frío y distante, ya que como apoya a la dictadura, podría odiarlo sin problemas. Pero no puedo. Aunque piense lo opuesto a mi familia, lo quiero. Mucho.
¡Ayer pasamos una Navidad sin regalos! Resulta que este año nos tocaba ir a la casa de mi abuela para celebrarla con la familia de parte de mi papá. Pero como a mi papá le tocó trabajar hasta súper tarde ayer 24, se agarró un taco y llegó atrasado a buscarnos. Mientras se duchaba y afeitaba lo más rápido que podía, mi mamá alegaba y alegaba. La cosa es que parece que con el apuro mi papá dejó el auto abierto estacionado en la calle. Cuando estuvo finalmente listo y salimos de la casa, descubrimos que ¡alguien se robó todos los regalos que mis papás habían guardado en la maleta del auto! Lo único que los ladrones dejaron a la vuelta de la esquina, fue una petunia rosada que mi mamá le llevaba a mi abuela. Aunque igual recibí un regalo (el libro Perico trepa por Chile, adivina de parte de quién), me costó pasarlo bien al mirar las caras largas de mis papás. La única Navidad sin regalos de la que había escuchado, es la que aparece en ese libro Mujercitas que leí hace tiempo. Empieza con que Mrs. March, la mamá de las niñas, decide no gastar dinero de más mientras el papá anda lejos en la guerra y las hijas lo aceptan con resignación. Si mis papás hubiesen ahorrado sin comprar regalos, hubiese sido mejor. Pero que los hayan comprado y luego perdido, es el colmo de los colmos. Pensé, ¿qué podría ser bueno de todo esto? y lo único reconfortante que se me ocurrió fue que tal vez los hijos de los ladrones pasaron una Navidad excelente.
Hace poco llegó a mi curso una compañera nueva. Se llama Lorena, es rubia y usa una melena corta con chasquilla. Nos contó que se cambió a nuestro colegio después de vivir en Punta Arenas porque transfirieron a su papá. La encontré amorosa y al principio me quería hacer su amiga, hasta que vi que por las mañanas la venía a dejar un militar... la cosa es que ayer era su fiesta de cumpleaños e invitó a todas las niñas de mi curso. Yo no quería ir, pero al contarle a mi mamá, me dijo que no podía dejar de ser amiga de alguien sólo porque sus papás fueran militares o pensaran distinto. Finalmente decidí ir, pensando que íbamos a jugar y tal vez, hasta bailar. Me puse mi mejor vestido y Manuel me lustró los zapatos. Mi mamá me peinó y luego compró y envolvió un regalo. El cumpleaños era en su casa, un departamento inmenso que quedaba como a una hora de mi casa en auto. Al entrar, sentí que me hundía en la alfombra, era tan gruesa que parecía que me iba a tragar. Después salimos a una terraza, donde estaba la mayoría de mis compañeras. Los papás de Lorena habían organizado todo y estuvimos jugando un buen rato a “la sillita musical”, “póngale la cola al burro”, “corre corre la guaraca” y así... todo iba bien, hasta que me dieron ganas de ir al baño. En vez de doblar al fondo a la derecha como me indicaron, parece que doblé a la izquierda y llegué a su pieza. ¡No me vas a creer lo que había en la pared! Una foto de Lorena sentada ¡en las rodillas de Pinochet, como si fuera el mismo Viejo Pascuero! Tenía una dedicatoria escrita con plumón negro en una orilla de la foto y decía “para mi querida Lorena, un gran abrazo en el día de tu cumpleaños”, ¡y su firma! casi me desmayé... después me asusté pensando que tal vez Pinochet iba a llegar ¡a saludar a mi compañera! Pensé en pedirle a su mamá que llamara a la mía para que me viniera a buscar, pero al volver, Lorena me tomó la mano y me incluyó en “un, dos tres, momia es”. Entonces preferí no decir nada. Al rato se me olvidó el asunto y logré pasarlo bien. En el camino de regreso, le conté a mi mamá lo que había visto. Me dijo que a ella le había pasado algo similar.
–¿En serio, cuándo?
–Hace tiempo, yo tenía una buena amiga del colegio... incluso seguimos siendo cercanas en la universidad y cuando recién nos casamos... hasta que su papá, que era un general del ejército, pasó a ser parte de la Junta Militar.... la última vez que nos vimos, nos invitó a almorzar al Cerro Castillo, que es un palacio presidencial ubicado en Valparaíso. Tu papá me acompañó a regañadientes y fue súper incómodo. No podíamos hablar de nada de lo que estaba sucediendo. Cuando llegó la hora de volver a Santiago, nos ofrecieron escoltarnos y no pudimos rehusarnos. Eso fue el peor sufrimiento, nos subieron en uno de esos autos con vidrios polarizados de las comitivas presidenciales que van a toda velocidad por la carretera, mientras los guardaespaldas iban rajados en nuestra citroneta que habíamos comprado con tanto esfuerzo... con tu papá transpirábamos al escuchar cómo aceleraban sin pasar los cambios. Estábamos seguros de que le iban a fundir el motor... ¡pero por suerte todos resistimos! Ahora mi ex-amiga vive en una mansión con choferes, guardaespaldas y empleadas y con tanto poder, se le subieron los humos a la cabeza. Nunca volvió a ser la misma... se transformó en otra persona... “Si te he visto, no me acuerdo”.
La semana pasada pasó por Chile el papa Juan Pablo II. Por la tele vi que al bajarse del avión, se puso de rodillas y besó la tierra. La gente tapizó la ciudad de banderas amarillas y blancas, color huevo duro. En varias ciudades en donde fue de visita construyeron cruces en lo alto de los cerros. Aunque estuvo varios días, nosotros sólo fuimos el sábado con mis papás a verlo pasar por la costanera. Llegamos como tres horas antes, pero ya estaba repleto y yo tenía ganas de hacer pipí, pero no quería ir al baño pensando que justo iba a pasar. Hasta que no aguantaba más. Entonces mi mamá me acompañó y al volver, justo pasó en el papamóvil, que es como un carro de golf con vidrios en donde iba haciendo “chao, chao” con sus manos. Era súper alto y debe tener más o menos la edad de mi abuelo. Andaba vestido con una sotana blanca y una especie de boina del mismo color. Llevaba colgando del cuello una gran cruz dorada. Mientras pasó por la calle, seguido de una gran comitiva, todos cantamos:
Mensajero de la vida,
peregrino de la paz,
vamos juntando nuestras manos
cantando como hermanos
un canto de unidad
El papa dijo cosas súper buenas como “los pobres no pueden esperar”, “el amor es más fuerte”, y abrazó a Carmen Gloria Quintana. Yo había leído sobre ella en una de las revistas que tenía Ramón, donde decían que unos policías primero les pegaron y después prendieron fuego a dos protestantes en una población. Él era fotógrafo y se llamaba Rodrigo Rojas de Negri. Acababa de volver a Chile después de haber crecido en el exilio en Estados Unidos y murió a los pocos días, pero ella, Carmen Gloria Quintana de 18 años (de la misma edad que mi prima Sole) sobrevivió, tatuada para siempre por el fuego. Me duelen los ojos al recordar la foto de cómo quedó su cara chamuscada... pero eso no fue todo... después de prenderles fuego como dos antorchas y dejándolos como dos pedazos de carbón, los subieron a una patrulla y los tiraron en una zanja en un camino cerca del aeropuerto... Lo más increíble es que Carmen Gloria sobrevivió a las llamas, a los golpes, a todo. Nunca había escuchado hablar de una mujer tan fuerte. Me hizo recordar la historia de esa mártir francesa Juana de Arco que mi profesora nos leyó el otro día. La diferencia es que Juana de Arco murió en la hoguera después de haber sido acusada de herejía en el siglo XV, en cambio Carmen Gloria se repuso incluso a las llamas. ¿Cómo algunos militares pueden ser tan crueles? ¿Cómo alguien pudo hacer esto en contra de unos jóvenes que estaban protestando? ¿Por qué el papa se quedó callado y se paseó con Pinochet para todos lados, como mejores amigos?
Hoy estoy castigada sin salir a jugar la calle. Resulta que ayer vino la señora Elena a coser por el día. Es tan vieja que su cara está más arrugada que una pasa, le faltan varios dientes y lleva el pelo blanco contenido en un moño tomate. Su gran nariz afirma unos gruesos anteojos negros quebrados al centro, unidos sólo por una pelota de cinta adhesiva. Aunque sus ojos se ven enormes detrás de sus gruesos lentes, su cuerpo es pequeño, delgado y de tanto coser, le salió una tremenda joroba en la espalda. En cuestión de minutos convirtió una tela rayada en una mini nueva para mí. La cosa es que mientras me ponía y sacaba alfileres, me preguntó:
–Noelia ¿usted no tendrá por casualidad un par de zapatos de colegio que no use o una camisa que le quede chica? Es que mis nietos tanto lo necesitan... imagínese que andan con cartones en los zapatos para que no les entre el agua por los hoyos de las suelas… especialmente Alejandro y la Sarita, que están más o menos de su porte… como no nos alcanza para uniformes, los días en que les lavo su ropa de colegio, se tienen que quedar en la casa esperando que se les seque.
Entonces corrí a mi armario y sin pensarlo mucho metí en una bolsa dos camisas, un jumper, varios calcetines, mis zapatillas y un chal de lana que me tejió mi abuela. Pero como mi mamá me tiene prohibido regalar nada sin su permiso, le dije a la señora Elena que escondiera las cosas en su bolso. Me dio un abrazo y se le escaparon unas lágrimas mientras me repetía “que Dios se lo pague”. Después de tomar once con la Vero y dejarnos a Manuel y a mí varias prendas nuevas, la vimos desaparecer por la esquina arrastrando sus pies. Pero tuve tan mala suerte, que cuando llegó mi mamá, se puso a ordenar mi armario para guardar la ropa nueva y en seguida se dio cuenta de que faltaban cosas, así que tuve que confesar. Espero que mañana se le pase el enojo.
Anoche fui a la fiesta de Bruno, mi compañero de curso. Sus papás habían instalado una carpa en la terraza y habían corrido los muebles para que bailáramos. Fui con mi mini rayada y una chaqueta de jeans que heredé de mi prima Sole. Aunque me sentí bien, la mayoría de mis compañeras andaban uniformadas con botas blancas con flecos, jeans y corbatas de colores. Había música fuerte y una pelota de espejos dando vueltas en el techo. Pero aunque la música estaba súper buena, nadie se atrevía a bailar. No sé quién inventó la regla de que las mujeres no podemos bailar solas, ¡tienes que esperar sentada hasta que algún hombre te saque a bailar! Tocaban y tocaban canciones mientras mis compañeros hacían una guerra de suflitos. De repente, el hermano grande de Bruno (que se llama Ennio y lo conocí en el equipo de volleyball del colegio) me sacó a bailar. Nos pusimos en la mitad de la pista cuando estaban tocando esa canción de Charly García que dice:
Ella es menor, él es normal
y lo que están haciendo es un pecado mortal
ella se quedó sin boda ni arroz
y al novio lo agarraron
entre muchos más que dos
Miren lo están golpeando todo el tiempo
lo vuelven vuelven a golpear
nos siguen pegando abajo…
Y fue como que todos estuviesen esperando que alguien se atreviera a dar el primer paso, porque enseguida se armó la fiesta. Lo divertido es que las mujeres se pusieron a mi lado, y los hombres bailaban ordenados en la fila del frente.
¡Tengo un hámster nuevo de mascota! Me lo gané ayer en la Kermesse de mi colegio. Habían hartos stands con juegos como “la pesca milagrosa”, “bingo”, “si lo sabe cante”, “gánesela al toro” y así. Cuando llegamos, mi papá nos dio un billete a cada uno y dijo que lo hiciéramos durar. Me compré una ficha para jugar a un juego en que ponían a un hámster en la mitad de un círculo hecho de pequeñas casitas. Elegí mi número de la suerte y cuando empezó el juego, en vez de gritar como hicieron los otros niños, me quedé callada. Entonces el pobre hámster debe haberse espantado tanto con el griterío general, que se fue directo a mi casa. Me puse muy contenta y lo acabo de bautizar con el nombre de “Secreto”, porque llegó hasta mí como premio por haber tenido la boca cerrada.
Tengo los ojos hinchados de tanto llorar... es que hace poco Víctor se vino a despedir. Él y su familia ¡van a tener que irse a vivir a otro país! Resulta que hace tiempo que su papá está recibiendo amenazas de muerte. Creían que si se cambiaban de casa no iban a seguir, pero ha sido cada vez peor. Llaman a su teléfono en mitad de la noche y tiran a su patio animales muertos. Pero dice que desde que asesinaron de 13 balazos a un periodista llamado Pepe Carrasco (editor de Análisis) después del atentado contra Pinochet, las cosas han empeorado. Dejaron su cadáver tirado junto a la muralla del cementerio Parque del Recuerdo y hace un tiempo, cuando fuimos a ver a mi abuelo y pasamos por ahí, mi mamá nos dijo que miráramos para otro lado. A mí me dolió mucho la garganta, porque aunque pasamos rápido en auto, alcancé a ver una mancha extendida como una sombra por la muralla donde lo mataron y una animita con fotos y flores que la gente hizo en su memoria. Él era uno de los colegas y mejores amigos de Ramón. Víctor me dijo que no sabe bien cómo va a ser todo, pero que su papá pidió trabajo en Inglaterra y están esperando unos papeles para partir. Me dijo que cuando tenga un nuevo hogar, me va a escribir. Los tres nos abrazamos por un largo rato. Cuando Ramón lo vino a buscar, le pregunté:
–¿Por qué se van?
Me miró con la sonrisa más triste que he visto en mi vida y me dijo:
–Porque como dice Voltaire, es peligroso estar en lo correcto en aquellas cosas en que la autoridad establecida está equivocada.
Eso me gusta de Ramón: siempre habla en clave. Sin Víctor y su familia Los Cangrejos no hubiésemos descubierto ni la mitad de las cosas que ahora sabemos sobre la dictadura. También me da rabia pensar que su papá tiene que irse por valiente. Por haber protestado contra Pinochet y por tener una familia que no sólo habla de lo que está pasando, sino que estoy segura de que si fuera necesario ayudar a otros, lo harían. Los que nos quedamos callados, tranquilos y en silencio no corremos peligro, mientras las cosas van de mal en peor. Tengo pena y rabia y miedo y angustia y me duele la garganta como nunca y ¡quiero que se acabe la dictadura ahora ya!
Ayer me puse a ver en la tele un programa de humor que se llama El Jappening con Ja que empieza con esta canción:
Lo más importante
en la vida es
sonreírle al mundo
con optimismo y fe
Si tienes problemas
o penas de amor
levanta tu frente
y ríe que es mejor
Ríe cuando todos estén tristes
ríe solamente por reír
sólo así podrás
ser siempre feliz
en risa tu vida debes convertir
Ríe y contagia tu alegría,
ríe con más fuerzas cada vez
si un mal paso das
que te haga sufrir
debes ignorarlo
vuelve a sonreír
Pero aunque lo he intentado, no logro reírme. Tengo la garganta tan apretada, que no puedo dejar de llorar.
Estoy con amigdalitis. Con la noticia de la partida de Víctor, el nudo de mi garganta se me hizo más apretado y amargo. Ahora me dificulta tragar, respirar, hablar. El dolor me tiene inmóvil en la cama. Siento como si mis cuerdas vocales se hubiesen enredado o como si estuviese tragando cuchillos. Todo el miedo y la rabia y la pena que siento, la tengo atascada en el cuello. ¿Cuándo volveré a ver a mi amigo?
Después de pasar una semana enferma en cama tomando remedios, estoy un poco mejor. Pero no hemos recibido noticias de Víctor. Hace justo una semana que partieron. A los pocos días que se fueron, la Vero vio a cuatro hombres vestidos de terno gris, bigotes, lentes oscuros y pistolas bajarse de un auto y entrar a la casa vecina. Revolvieron y rompieron muchas cosas y según ella, se robaron otras cuantas. La Vero cree que eran tiras de la CNI (o sea detectives de la Central Nacional de Inteligencia que debería llamarse CNA, Central Nacional de Asesinos). No quiero ni pensar qué podría haber pasado si hubiesen encontrado a Víctor y a su familia. Espero que estén muy lejos y a salvo.
Estoy muy preocupada porque no he recibido ninguna noticia de Víctor ni su familia. Aunque espero un milagro, no puedo dejar de pensar en cosas desastrosas. No se cómo convencer a mis papás para que nosotros también nos vayamos a vivir a otro país. No me importa si hace frío o calor. No me importa qué idioma hablen. No me importa que el colegio sea ultra difícil. Sólo quiero vivir en un lugar en donde no persigan ni maten a la gente por pensar distinto. Un lugar en que podamos vivir sin miedo.
¡Acabo de recibir una carta de Víctor! cuando estaba perdiendo las esperanzas (¡ha pasado un mes desde que se fueron!) el cartero deslizó debajo de la puerta un sobre con mi nombre escrito en una letra grande y redonda. La voy a pegar acá porque no quiero que se me pierda ni que se me manche:
Querida Noelia:
¡Tanto tiempo! después de un viaje laaaaaaaargo por Argentina, Venenzuela y Francia, llegamos finalmente a nuestro destino: Bristol, Inglaterra. Al principio una familia de exiliados chilenos nos recibió y nos quedamos a dormir en su living las primeras semanas. Como por suerte a mi papá la agencia para la que trabaja le dio pega, ayer nos cambiamos a nuestro departamento nuevo que le llaman “studio flat” que queda en el número 12 de una calle súper ruidosa llamada Saint Michaels Hill y es tan chico que cuando entra el sol, todos tenemos que salir afuera, jajaja. Tiene una sola pieza, así que duermo en el sillón-cama del living. Acá todo es diferente. El cielo está tapado de nubes grises, las calles siempre están mojadas, la comida tiene otro sabor y la gente, otro olor. Los enchufes tiene tres hoyos y el remolino del agua del lavaplatos se va para el otro lado. Mi mamá dijo que si todo va bien, voy a empezar a ir al cole a fin de mes. Voy a empezar Year 6 en uno que queda cerca de la casa ¡en donde no ocupan uniforme! Todavía no hablo inglés, pero de a poco he ido aprendiendo algunas oraciones. Por ejemplo “I miss you” significa “te extraño” y “I miss my country” significa “extraño mi país”. Cuando partimos mis papás me dijeron que sólo podía traer un par de juguetes y apurado metí a la maleta mi pelota y unos libros. Pero ahora creo que debería haber traído mis autos, mis lápices de colores y mis Legos. Bueno, escríbeme pronto contándome de ti y de cómo siguen las cosas allá. I wish you were here (Ojalá estuvieras acá). Lo único bueno de todo esto, es que acá estamos a salvo y ¡hasta puede que mi papá haga una exposición de sus fotos! Mándale saludos a Manuel de mi parte y dile que le regalo los Condoritos que le presté y no alcanzó a devolverme.
Un abrazo,
Víctor.
P.d: así escribo Pinochet en inglés:
Estoy hace una hora sentada en mi escritorio al frente de un papel en blanco. Aunque quiero responderle ahora mismo y decirle todo lo que lo echo de menos, no encuentro las palabras porque no quiero escribirle una carta triste. Suficientes despedidas y cambios ha tenido que enfrentar. Creo que mejor si recibiera una alegría. Pero no sé cómo hacerlo. Mejor le escribo otro día.
Esto es lo que finalmente le escribí a Víctor:
Querido amigo:
¿Cómo estás? ¿Cómo ha seguido todo desde que me escribiste? ¿Empezaste las clases? ¿Cómo son tus compañeros? ¿Hay alguno que hable español? ¿Por qué finalmente se fueron a esa ciudad? ¿Te acostumbras a tu colegio nuevo? ¿Te has hecho algún amigo o amiga? ¿Ya empezó el otoño? ¿Cómo se dice en inglés “aunque estás lejos sigues siendo mi mejor amigo?” Estaba tan preocupada por ti que cuando recibí tu carta, me volvió el alma al cuerpo. Acá las cosas siguen más o menos igual. La única novedad es que dicen que Pinochet ¡va a hacer un plebiscito! Las opciones son SÍ (que siga) y NO (¡que se vaya!) ¿Tú crees que alguien se va a atrever a votar que No? Bueno, espero tanto que gane el No ¡que hasta lo tengo escrito en mi nombre!
p.d.1: Manuel te mandó muchos saludos y dice que muchas gracias por los Condoritos.
p.d.2: Mándale saludos a tus papás de parte de mis papás.
p.d.3: Mi mamá dice que van a cuidar la colección de palomitas de tu mamá como hueso santo.
Abrazos,
NO-elia
Hoy volví con un fuerte dolor de garganta del colegio, porque en el recreo Lorena nos fue preguntando a cada uno de mi curso si éramos del Sí o del No. Hasta ese momento no sabía bien quién estaba de qué lado. No quería responderle, pero esa arpía me hizo un encerrón:
–¿Y tú, Noelia? ¿Eres del Sí o No?
–No sabía que los niños votáramos...
–Obvio que no votamos, pero sí opinamos.
–Me da lo mismo...
–¿Cómo lo mismo? Es imposible que te dé lo mismo... nadie está indiferente... te tiene que gustar una opción al menos un poco más que la otra.
–Bueno, hasta donde sé, el voto es privado y la política es asunto de los grandes.
–Entonces respóndeme, ¿qué van a votar tus papás?
–Si tanto te interesa, pregúntale a ellos.
–Eso significa que tienes miedo de hablar, o sea ¡eres del No!
Así quedamos la Catalina, Teresa, Bruno y yo en el rincón del No y todo el resto, ¡del Sí! Entonces los del Sí nos rodearon en el patio y nos empezaron a decir “por culpa de ustedes los comunistas van a destruir el país” y cosas así. A mí me dio pena ver que mis amigos –con los que he sido compañera desde kinder como la Paulina o Mauricio– no dijeron nada. Cuando le conté a mi mamá, me dijo que en la última reunión de apoderados ellos también habían sido atacados porque fueron de los pocos papás del curso que se opusieron a la idea de hacer en la última kermesse un carro alegórico para apoyar al Gobierno. Me dijo que si las cosas seguían así, nos van a tener que cambiar de colegio.
Con Manuel decidimos no contarles a nuestros papás los detalles, pero mi colegio se transformó de un día para otro en un infierno. La semana pasada un grupito del Sí nos empezó a dar empujones, nos encerró en la sala, a mí me pegaron un chicle en el pelo y a Manuel, un papel en la espalda que decía “FUERA COMUNISTA”. Ayer me abrieron la mochila y me metieron basura, y Manuel anda moreteado de todas las patadas que le han dado en el recreo. Lo peor de todo es que los que creía mis amigos, no han movido un dedo por defenderme. Los profesores también hacen como que no se dan cuenta. No entiendo cómo incluso el padre Rector deja que nos ataquen por estar en contra de la dictadura.
Hoy mis papás nos dijeron que el miércoles tenemos que dar un examen en un colegio enorme que queda cerca de mi casa. Los alumnos de ese colegio llevan en las corbatas y las solapas un dragón feroz en medio de un escudo amarillo. No se parece para nada a la insignia de cruz blanca y rayas rojas y amarillas de mi colegio. Mis papás tuvieron una entrevista con el director del colegio del dragón, y le contaron que lo estamos pasando muy mal. Mi mamá nos dijo que aunque es súper exigente y cara la matrícula, si a los dos nos va bien en el examen de admisión, nos van a cambiar. A mí me da un poco de pena, pero creo que va a ser bueno ir a otro colegio con menos gente del Sí, porque con esto de ser del No, con Manuel pasamos de un momento a otro a ser bichos raros.
¡Hoy tuve un accidente y anduve en ambulancia! Resulta que en las últimas semanas los niños de mi colegio forman dos bandos: los del Sí contra los del No. Los del Sí persiguen a los del No, que escapan como si los fuera a cazar un león hambriento. También por estos días juegan al “sooooooo” que se trata de que un niño parte corriendo de una muralla hasta la otra, mientras todo el resto lo espera. Cuando al que va corriendo se le acaba la respiración, el resto le pega patadas hasta que logra llegar a la otra esquina. También juegan a otra cosa súper violenta que se llama el “caballito de bronce” en que un montón de niños se sube encima de otros haciendo una montaña humana, hasta que colapsan. La cosa es que venía un niño grande escapando de otros y me empujó, perdí el equilibrio y me caí al suelo. No sé si lo hizo a propósito o no me vio, pero fue como que alguien hubiese apagado la luz adentro de mi cabeza. Desperté cuando iba en una ambulancia camino al hospital y la doctora dijo que tengo un TEC (o sea un Traumatismo Encéfalo Craneano) por lo que tengo que guardar reposo por unos días hasta que se me pase la hinchazón. Mi mamá llegó súper preocupada a buscarme al hospital después de que le avisaron. Mientras la doctora le explicaba que no era nada grave, sacó de su bolsillo una naranja y me la dio para confortarme. Mientras me la comía me sentí mucho mejor.
Esa tarde mis papás decidieron que nos quedemos en la casa toda esta semana, porque piensan que el colegio ya no es seguro. Con Manuel primero jugamos cartas, Ludo, Metrópolis, El ahorcado y Master Mind y después vimos en Tardes de Cine una película inglesa con música de los Bee Gees llamada Melodía que se trataba de unos niños que se enamoran y se quieren casar. No en el futuro, sino que ahora mismo. Me acordé mucho de Víctor porque mostraban las casas, colegios, calles y parques de Londres y me imaginé que mi amigo tal vez vive en un edificio de ladrillos igual al de los protagonistas.
Después de pasar varios días en reposo, el sábado me levanté para acompañar a mi papá a Providencia a cortarse el pelo. De repente, en el semáforo de Lyon, se formó una manifestación. A la derecha de la calle habían manifestantes del Sí con pancartas de Pinochet y al lado izquierdo, se juntaron manifestantes del No. Mi papá se armó de valor y nos compró unas chapitas del No con un arcoíris y unas banderas y nos pusimos a protestar. Estábamos gritando:
¡El que no salta es Pinochet!
Cuando apareció por la calle un zorrillo y nos tiró gas lacrimógeno ¡sólo a los manifestantes del No! Se armó una gran revuelta y con mi papá salimos corriendo. Me acordé de lo que me contó Víctor, porque la cara me empezó a picar y no podía respirar. Manuel se puso a vomitar, pero mi papá nos obligó a seguir corriendo porque teníamos que escapar de los pacos que empezaron a perseguir y a pegar lumazos. Aunque la cara me quedó roja e hinchada por un buen rato y pasamos mucho susto, estoy feliz de haber protestado por primera vez con mi papá. Cuando llegamos a la casa mi mamá lo retó, pero él en vez de responderle, la tomó en brazos y se pusieron a bailar el Vals del No que por estos días canta Florcita Motuda.
Hoy llamaron a mi casa del colegio nuevo diciendo que nos fue súper bien en el examen y ¡que podemos comenzar a ir la próxima semana! Me da nervios pensar que no voy a conocer a nadie, pero mi papá me calmó diciendo que él cree que va a haber más gente del No. Mañana mi mamá nos va a llevar a comprar los uniformes nuevos y algunos libros. Lo bueno es que voy a tener clases de inglés todos los días, ¡y así voy a poder hablar con Víctor cuando vuelva!
Antes de partir los papás de Víctor nos pidieron que guardáramos unas cajas de cartón con cosas que no les cupieron en sus maletas, pero que tampoco querían botar, como las palomitas de cerámica. Las cajas estuvieron varios días arrumadas en la entrada, hasta que hoy por la mañana mi papá nos pidió a Manuel y a mí ayuda. Entre los tres trajimos la escalera del patio y la sujetamos debajo de un cuadrado que es como una tapa que queda en el techo de nuestra pieza. Siempre lo había mirado, pero nunca me imaginé que fuera ¡la entrada a nuestro entretecho! ¡Ni siquiera sabía que tuviéramos uno! Entonces mi papá nos pidió que entráramos, para así poder recibir las cajas que él acarreó hasta lo alto de la escalera. Con Manuel trepamos y empujamos la puerta en el techo y entramos a este lugar oscuro y lleno de polvo y telas de araña. Avanzamos agazapados para evitar pegarnos un cabezazo. Aunque no había mucha luz ni tuvimos tiempo para explorar, vimos un montón de otras cajas con cosas guardadas, quizás hace cuánto tiempo. Lo más fuerte era el olor a encierro, ese olor que toman las cosas olvidadas. Bajamos empolvados y espero que pronto podamos volver a subir.
Ayer sábado por fin mis papás salieron de compras a La Vega (un mercado en que venden de todo y es más barato que el supermercado) así que con Manuel volvimos a subir al entretecho. Manuel trajo la linterna que nos dio hace un tiempo mi abuelo y entre los dos instalamos la escalera y trepamos tal como aprendimos el otro día. Arriba nos pusimos a revisar las cajas y entre el polvo fueron apareciendo juegos de loza, telas, un bote inflable, una carpa, unas maderas, azulejos, herramientas, ruedas de bicicleta y así. ¡Hasta pillamos el vestido de novia de mi mamá!, pero nada de real interés para Los Cangrejos. Cuando ya nos íbamos a dar por vencidos, vimos que adentro de un saco había una maleta. Adentro de la maleta, encontramos una bolsa, y dentro de la bolsa ¡estaba una caja con un montón de libros infantiles de la editorial Quimantú! Emocionada me puse a mirarlos, mientras Manuel hacía guardia. Pero estaba tan nerviosa, que el corazón me latía como el de un pajarito y no podía concentrarme en lo que decían. Decidimos entonces bajar los libros y fue justo a tiempo porque apenas pusimos la caja debajo de mi cama, escuchamos el motor del auto de mis papás entrar al pasaje. Nos salvamos por un pelito.
Hoy logramos revisar la caja de libros. En total hay más de 100, pero varios de estos títulos están repetidos:
El negrito zambo
El rabanito que volvió
La flor de cobre
El gigante egoísta
El tigre, el brahmán y el chacal
Los monos hacen lo que ven
Invernadero de animales
Los geniecillos laboriosos
La desaparición del carpincho
El príncipe feliz
Cabeza colorada
El huevo vanidoso
La Guerra de los yacarés
Por una docena de huevos duros
Cielografía de Chile
El loro pelado
La rosa roja
El medio pollo
El pescador y el gigante
Doña Piñones
Con Manuel nos pusimos a leerlos, tratando de entender el mensaje que escondían ¡Pero no encontramos nada sospechoso! ¿Por qué escondieron estos libros? ¿Habrá mi mamá trabajado en la editorial Quimantú? ¿Qué tuvo que ver ella con la quema de libros de la que habló Ramón? ¿Habrá quemado sus propios libros? ¿Hay de verdad libros peligrosos? ¿Por qué Pinochet no quiere que la gente lea? ¿Acaso quiere que seamos ignorantes?
Con ayuda de Manuel levantamos el colchón de mi cama y metimos debajo los libros. Aunque quedó un poco incómoda y me sentí igual a la princesa de ese cuento de Hans Christian Andersen que se acuesta sobre una cama tan alta como el techo pero no logra dormir y amanece toda moreteada por culpa de un garbanzo escondido entre la ruma de colchones, los dejamos ahí porque pensamos que era el lugar más seguro.
Anoche, mientras mis papás salieron a una comida, me puse otra vez a revisar los libros escondidos debajo de mi colchón. Esta vez no leí las historias, sino que me detuve en la página que está al comienzo, escrita con una letra minúscula. Decía cosas como en clave: inscripción isbn, algunos números y nombres de personas junto a cargos como Director División Editorial, Director Colección y después fechas de la primera, la segunda edición y así. Pero aunque los revisé uno por uno, no encontré el nombre de mi mamá por ninguna parte. Con tantas preguntas revoloteando por mi cabeza, me quedé dormida sobre la alfombra. El problema fue que me desperté cuando mi papá me tomó en brazos para meterme a la cama mientras mi mamá… ¡recogía los libros esparcidos por el suelo! Lo raro fue que en vez de retarme o enojarse, la sorpresa se dibujó en su cara.
–¿De dónde salieron estos libros? –me preguntó mirándome a los ojos.
–De debajo de mi cama…
–¿Pero, cómo llegaron hasta acá?
–Los encontramos en el entretecho… ¿tú los guardaste ahí?
–Sí, los escondí hace tanto tiempo, que hasta los había olvidado…
–¿Y por qué?
–Porque cuando tú eras muy pequeña, yo trabajaba de contadora en la editorial Quimantú…
–¡O sea que Sole tenía razón!
–Sí… pero no quise contarle esto… ya sabes... la Sole tiene esa terquedad adolescente que la puede llevar a meterse en problemas…
–¿Y qué pasó?
–Lo que pasó fue que por esos tiempos se rumoreaba que los militares iban a desalojar nuestras oficinas y yo, simplemente, no pude dejar que destruyeran estos libros. Me los traje y los escondí, pensando que algún día ustedes los podrían leer.
–Pero lo que sigo sin entender es ¿por qué querían destruir libros como El negrito zambo o Doña Piñones?
–¿De qué se trata El negrito zambo?
–De un niño que camina por la selva luciendo su traje nuevo y logra a punta de ingenio salvarse de una serie de tigres que se lo quieren comer…
–¿Y Doña Piñones?
–De una vieja asustadiza y aprehensiva que de tanto miedo le pasan desgracias hasta que un niño le devuelve la confianza.
–Creo que como son historias que hablan de otros tiempos, de valentía, de honor, de cómo con inteligencia puedes vencer a los que te quieren derrotar, fueron percibidos como peligrosos…
–¿Pero cómo eso puede ser peligroso?
–Porque cada libro es como una botella con un mensaje que alguien arrojó al mar. Si lo lees dejando que ocurra en tu imaginación, esta se expande y así te haces más libre.
–¿Como una llave que abre una puerta a otro mundo?
–Sí, o una alfombra voladora que te lleva a un país diferente, tal vez más justo y más libre, a una realidad distinta, a un mundo en que todo es posible, o aprendes algo nuevo sobre el mundo, o una manera diferente de entender lo que ocurre a tu alrededor… ganas una habilidad para comprender las emociones y formas de actuar de los demás… o entras a una historia de un personaje valiente que vence el miedo… entonces mientras más lees, experimentas más libertad, y al conocerla, tienes más razones y ganas de luchar por conseguirla…
–¿Pero qué tiene de malo luchar por la libertad?
–No tiene nada de malo, pero es justo lo opuesto a lo que busca una dictadura, en donde no sólo nos quitan las libertades, nos persiguen y reprimen si nos oponemos, sino que al mismo tiempo nos infunden miedo y nos hacen creer que no podemos hacer nada por cambiar nuestra situación… pero ahora es muy tarde y es hora de dormir –me dijo despidiéndose con un bostezo.
Nos dimos un abrazo y sentí un alivio enorme al haber resuelto de la manera más inesperada este misterio. No podía dejar de sonreír en la oscuridad al descubrir que mi mamá también hizo su pequeña parte por oponerse a la dictadura. Me alegró que esta vez no me repitiera eso de “tienes que guardar el secreto” porque confía en que no me meteré en problemas. Al final el cansancio me cerró los ojos. Soñé que estaba adentro de un volcán. El humo negro tapaba todo como un manto grueso que me ahogaba. Lograba escapar elevándome por los aires con unas alas hechas de papel.
Esta es la última página en blanco que me queda por escribirte. Siento haberte contado tantas cosas terribles, desagradables, infelices. Siento mucho haberte llenado de todas las cosas miserables y violentas que fui descubriendo a mi alrededor. Pero no pude callar estos misterios que fuimos resolviendo. Quisiera haber escrito más sobre cosas hermosas, por ejemplo, que con Víctor hemos seguido escribiéndonos y seguimos siendo amigos aunque estemos tan lejos, que la Vero es de las personas que más quiero, que ya tengo algunas amigas en el colegio nuevo y que he seguido conversando con mi mamá. No te escribí estas cosas porque la verdad es que no me falta a quién contárselas. Lo que aún no puedo hablar con casi nadie, es sobre esta sopa de letras que esconde algunos de los significados de la dictadura que Los Cangrejos fuimos descubriendo:

Como dice esa canción que por estos días tocan a cada rato en la radio, sin ti me hubiese sentido:
Igual que un viejo trapecista sin red
igual que un barco sin mar.
¿Cuándo será el día en que se acabe la dictadura y podamos hablar, opinar y hasta no estar de acuerdo sin sentir miedo? ¿Cuándo se acabarán los panfletos y la propaganda militar? ¿Cuándo la miseria y la gente asustada? ¿Cuándo los castigos por pensar distinto? ¿Cuándo el zorrillo y el guanaco? ¿Cuándo el exilio y los libros prohibidos? ¿Cuándo el miedo? Mientras espero que llegue ese día, tú me ayudaste a poner en palabras las pistas que fuimos descubriendo. Para mí fuiste como una balsa en medio del mar. Me salvaste de ahogarme en el silencio.