DESPLAZARSE POR EL TIEMPO

Diciembre de 1926, Upper West Side

Estrella se quedó paralizada cuando el rubio la apuntó con el revólver. La expresión del hombre era una mezcla de asco y expectación mientras desplazaba el arma entre ella y Logan.

—Ya te lo dije —le gruñó a Schwab—. Te advertí que pasaría algo como esto.

—¡Jack! —exclamó Schwab, intentando agarrar de nuevo el brazo del otro hombre—. ¡Baja ese revólver!

Jack se lo sacó de encima.

—No tienes ni idea de lo que son, de lo que pueden hacer. —Se volvió hacia Estrella y Logan—. ¿Quién os ha enviado? ¡Decídmelo! —gritó, con la cara roja de furia, mientras continuaba moviendo el arma de un lado a otro, oscilando entre los dos.

Estrella le echó un vistazo a Logan y se fijó en la mancha oscura que se le iba propagando por la camisa blanca, bajo la chaqueta del esmoquin. Él abrió los ojos y la miró. Ya no parecía tan engreído.

—No volveré a arruinarme —dijo el rubio mientras amartillaba de nuevo el arma y apuntaba a Logan—. Esta vez no.

Nunca reveles lo que puedes hacer. Esa era una de las normas más importantes. Porque, si la Orden supiera lo que era capaz de hacer, nunca dejarían de perseguirla. Pero ya la habían visto. Y la mancha que se extendía por la camisa de Logan iba creciendo a un ritmo alarmante. Tenía que sacarlo de allí, tenía que llevarlo de vuelta.

Todo pareció ocurrir al mismo tiempo…

Estrella oyó el chasquido del percutor, pero ya había empezado a tensar el tiempo a su alrededor.

—¡Noooooo! —gritó Logan, cuya voz se había vuelto tan densa y lenta como el propio momento.

El estruendo del revólver resonó.

Estrella recorrió a la carrera el resto del pasillo y se interpuso entre Logan y el arma.

Tras agarrar fuerte a Logan por el torso, intentó acceder a un lugar seguro —concentrando toda su fuerza y su poder para poder llegar más lejos— y los transportó a ambos hasta una versión vacía del mismo pasillo.

Ahora, la luz del día se filtraba a través de una ventana sucia situada al otro extremo del pasillo, iluminando las motas de polvo que habían levantado en el aire viciado de la casa completamente silenciosa.

Logan gimió y se apartó de ella.

—¿Qué diablos has hecho?

Estrella hizo caso omiso de su propia inquietud y observó el pasillo cambiado, la casa silenciosa y deshabitada.

—Nos saqué de allí.

—¿Delante de ellos? —Logan tenía la piel pálida y estaba temblando.

—Ya me habían visto.

—No hacía falta que te entrometieras así —repuso él con voz áspera e hizo una mueca de dolor al moverse—. Lo tenía controlado.

A Estrella debería haberle molestado que Logan volviera a comportarse como un cretino tan rápido, pero se sentía demasiado aliviada como para que le importara. Eso quería decir que probablemente no se estuviera muriendo a causa de la herida. Todavía.

Señaló la camisa manchada de sangre con un gesto de la cabeza.

—Sí. Te iba genial.

—No me eches a mí la culpa de esto. Si no hubieras ido detrás de un diamante, no habrías llegado tarde a mi posición. Podríamos habernos largado antes de que Schwab apareciera —repuso—. Y nada de esto habría pasado.

Estrella le lanzó una mirada desafiante, sin ceder ni un ápice. Aunque sabía —y odiaba tener que admitirlo— que él tenía razón.

—Te saqué de allí, ¿no? ¿O tal vez preferirías estar muerto?

—Se van a dar cuenta.

Ya lo sé —contestó ella con los dientes apretados.

A Schwab y al otro hombre les habría dado la impresión de que Estrella y Logan habían desaparecido, y la gente no desaparecía así sin más. No sin magia… magia natural. Magia antigua. Incluso Schwab lo comprendería.

—La Orden se habrá enterado —dijo Logan, recalcando el tema—. Quién sabe qué consecuencias…

—Tal vez no tenga importancia —contestó ella, intentando disipar sus propias dudas—. Nunca hemos cambiado nada.

—Nunca nos habían visto —insistió Logan.

—Bueno, pero no vivimos en los años 20. No se van a pasar los siguientes cien años buscando a un par de adolescentes.

—La Orden tiene mucha memoria.

Logan le lanzó una mirada furiosa, o al menos lo intentó, pero le costaba enfocar la vista. Además, era evidente que el mareo que solía experimentar después de desplazarse por el tiempo lo estaba afectando. Se recostó sobre los codos.

—Y, por cierto, ¿en qué año estamos?

Estrella recorrió con la mirada el silencioso pasillo que olía a humedad. De pronto, se sintió menos segura de haber tomado la decisión correcta.

—No lo tengo claro —admitió.

—¿Cómo no lo vas a tener claro? —protestó Logan con un tono demasiado arrogante para alguien que probablemente se estuviera desangrando—. ¿Acaso no fuiste tú quien nos trajo aquí?

—Sí, pero no estoy segura de qué año es exactamente. Estaba intentando sacarnos de allí y entonces el revólver disparó y…

Se quedó callada al notar una punzada de dolor en el hombro, que le recordó lo que había ocurrido. Tocó con cuidado la tela húmeda y desgarrada.

La mirada desenfocada de Logan la recorrió de arriba abajo.

—¿Te dio?

—Estoy bien —contestó, frustrada por haber dudado y haber acabado en la trayectoria de la bala—. Solo es un rasguño, a diferencia de tu herida.

Estrella se levantó del suelo y le ofreció la mano a Logan.

Él le permitió que lo ayudara a ponerse en pie, pero se tambaleó como si estuviera a punto de volver a desplomarse y apoyó todo su peso en ella para mantenerse erguido.

—Tiene que ser antes del cuarenta y ocho. Probablemente mediados de los treinta, por la pinta de la casa. ¿Puedes caminar? —le preguntó a Logan antes de que pudiera seguir protestando.

—Eso creo —contestó él con una mueca mientras se agarraba el costado. El esfuerzo de ponerse en pie lo había dejado prácticamente lívido.

—Bien. Sea cuando sea, no puedo hacernos volver desde aquí.

El hombro le palpitaba de dolor, pero era cierto que la bala solo la había rozado. Se curaría, pero si no llevaba a Logan pronto con el profesor Lachlan, no estaba segura de que él corriera la misma suerte.

—Tenemos que salir.

Lo cierto era que la habilidad de Estrella para manipular el tiempo tenía ciertas limitaciones, principalmente el hecho de que el tiempo estaba ligado al espacio. Los lugares llevaban la impronta de su propia historia, un momento se superponía sobre otro como si fueran capas: pasado, presente y futuro. Estrella podía desplazarse en vertical por esas capas, pero el lugar debía existir en el momento al que quería llegar. Habían demolido la mansión de Schwab en 1948, no existía en la época de la que ella provenía, así que no podía hacerlos regresar desde el interior de la casa. Pero las calles del Upper West Side seguían siendo prácticamente iguales.

Logan trastabilló un poco pero, en general, lograron recorrer la casa vacía sin muchos problemas. No obstante, al llegar a la puerta principal, Estrella oyó sonidos que provenían del fondo de la casa.

—¿Qué es eso? —preguntó Logan, levantando la cabeza para escuchar.

—No lo sé —respondió Estrella, tirando de él.

—Si es la Orden…

—Tenemos que salir de aquí. Ya —lo interrumpió.

Estrella abrió la puerta principal al mismo tiempo que dos voces profundas llegaban hasta ella a través de los pasillos vacíos. Hizo salir a Logan al gélido aire diurno y se dirigieron a trompicones hacia la verja de la mansión.

Viajar a través de las capas del tiempo no era tan fácil como tensar los huecos entre los momentos para ralentizar los segundos. Requería más energía y también hacía falta algo para concentrar esa energía e incrementar la afinidad de Estrella: una gema similar al Corazón del Faraón engastada en un brazalete de plata que llevaba oculto bajo la manga de su uniforme de criada.

Todavía notaba su gema caliente contra el brazo tras desplazarse por el tiempo unos minutos antes. El dolor de la herida y todo lo demás que había ocurrido la habían dejado agotada, así que le costó más de lo habitual localizar la capa de tiempo adecuada. Cuanto más se esforzaba, más se calentaba la piedra, hasta que casi le quemó la piel.

Estrella nunca había realizado dos viajes tan seguidos. Era probable que tanto ella como la gema necesitaran más tiempo para recuperarse; pero, irónicamente, tiempo era justo lo que no tenían para evitar que volvieran a verlos.

Las voces se oían más cerca.

Estrella se obligó a ignorar el abrasador contacto de la gema contra el brazo y, haciendo acopio de hasta la última pizca de fuerza de voluntad que le quedaba, al fin localizó la capa de tiempo que necesitaba y los transportó a ambos hasta allí.

La nieve que los rodeaba desapareció al mismo tiempo que Estrella experimentaba la conocida sensación de tira y afloja debida a eludir las reglas normales del tiempo. La mansión de Schwab, que recordaba a un castillo, se desvaneció dando paso a los ladrillos de color marrón rojizo de un edificio de apartamentos de fachada lisa, y la ciudad —la ciudad de Estrella— apareció. Los modernos vehículos de líneas elegantes, los árboles cargados de hojas estivales y otras estructuras se materializaron de la nada en las calles que los rodeaban. Era primera hora de la mañana, apenas unos minutos después de que se hubieran marchado de allí, y las calles estaban vacías y tranquilas.

Estrella dejó escapar una carcajada de alivio mientras se desplomaba a causa del peso de Logan en la cálida acera.

—Lo conseguimos —le dijo, buscando por los alrededores algún indicio de Dakari, que era el guardaespaldas del profesor Lachlan y quien los había traído hasta aquí.

Pero Logan no contestó. Tenía la piel cenicienta y los ojos entrecerrados y con la mirada perdida mientras, a su alrededor, la moderna ciudad bullía de vida.