400 a.C.

Tarteso: la primera civilización de Occidente

Considerada la primera civilización de Occidente, la cultura tartésica se desarrolla en el suroeste de la península Ibérica entre los siglos VIII-V a.C., y es el resultado de la unión entre la población indígena de dicha región y la población oriental llegada a las costas peninsulares a finales del siglo IX a.C.

Aunque a priori la definición dada pueda trasladar la idea de que Tarteso es quizás una de las etapas de la historia peninsular mejor conocida y estudiada, se trata en realidad de uno de los temas más analizados dentro de la historiografía y la arqueología como consecuencia del ambiente enigmático que siempre ha girado en torno a su posible existencia. Tarteso ha sido identificado con una cultura de la Prehistoria peninsular, con un territorio e, incluso, con un etnónimo; ha sido considerado la primera civilización de Occidente; y tratado como un mito al que se asocia la legendaria figura de su rey Argantonio, capaz de reinar ochenta años y de vivir hasta ciento veinte.

Así, tras décadas de discusión histórica y controversias en torno a su posible identificación con una ciudad, un territorio o un opulento reino, la arqueología de Tarteso vive en estos momentos una etapa de esplendor, que le permite salir de las tinieblas. No existe, sin embargo, consenso dentro de la comunidad científica a la hora definir qué es Tarteso. Las lecturas siguen siendo dispares en función del área geográfica que se estudie y de los datos que se tomen en cuenta; con todo, la arqueología, las nuevas metodologías de estudio y las lecturas renovadas están cada vez más cerca de conseguir una imagen nítida de esta cultura, que por fin comienza a abandonar su papel de mítica ciudad.

La primera identificación arqueológica de Tarteso se produjo en 1958, tras la aparición del tesoro de El Carambolo (Camas, Sevilla) y el inicio de las excavaciones en el lugar del hallazgo. Hasta ese momento, las noticias sobre Tarteso se reducían a su aparición en las fuentes clásicas, cuya lectura por parte del filólogo alemán Adolf Schulten habían llevado a identificarlo con una rica ciudad cuya localización se situaba en el Coto de Doñana (Huelva). El regusto oriental que desprendía tanto el tesoro como los materiales hallados en las excavaciones de El Carambolo, y la inexistencia de paralelos que permitiesen relacionarlos con alguna cultura ya conocida en el suroeste peninsular, llevaron a Juan de Mata Carriazo, director de las excavaciones, a afirmar: «¡Aquí está por fin algo de Tarteso!». Durante cinco décadas, la arqueología española tuvo en El Carambolo su buque insignia, y a partir de sus secuencias estratigráficas y sus materiales se organizó paulatinamente el estudio de la cultura tartésica, entendida entonces como una civilización de raíces prehistóricas anterior a la llegada del componente oriental a las tierras peninsulares.

Las excavaciones en El Carambolo inauguraron un periodo de búsqueda arqueológica que dejó de lado las lecturas de las fuentes antiguas y que coincidió con una de las fases de estudio de Tarteso que más confusiones ha despertado, el conocido periodo orientalizante. Su aparición era un mecanismo para justificar el fuerte componente oriental que desprendían algunos de los objetos hallados, al mismo tiempo que se hacía coincidir el modelo con los procesos detectados en otras culturas mediterráneas, como la griega o la etrusca. Sin embargo, el orientalizante rápidamente traspasó la esfera de lo puramente estilístico para convertirse en un periodo histórico, e incluso en una fase cultural. Durante décadas, Tarteso y orientalizante se han empleado como sinónimos, sin que en origen ambos vocablos representaran un mismo proceso. Pero ha llegado el momento de reivindicar el papel cultural de Tarteso y devolver al orientalizante a su sentido original, puramente estilístico.

El desarrollo histórico de Tarteso ha dado un giro reciente con la reanudación de las excavaciones en El Carambolo a principios del siglo XXI. Los nuevos trabajos han permitido comprobar que el asentamiento fue en origen un santuario fenicio relacionado con la fundación de la ciudad de Spal, la actual Sevilla. Este nuevo hallazgo ha permitido que en la actualidad entendamos por Tarteso la cultura resultante de la unión entre los colonizadores fenicios —y otras gentes del Mediterráneo que los acompañaron— y los indígenas que habitaban el suroeste de la península Ibérica entre los siglos VIII-v a.C.

Todavía son escasas las referencias para caracterizar a las sociedades del Bronce Final del suroeste peninsular, de las que apenas se conocen poblados y menos aún necrópolis, pero a las que se supone un fuerte componente atlántico que posteriormente estaría latente en Tarteso. Por su parte, recientes investigaciones llevadas a cabo en el solar del Teatro Cómico de la ciudad de Cádiz permiten fechar su fundación, al menos, en el siglo IX a.C. Cabe suponer que las relaciones entre ambos grupos no debieron establecerse de inmediato; sin embargo, el mutuo beneficio económico, la entrada de manufacturas llegadas de Oriente, los sabidos bienes de prestigio y la demanda de mano de obra para la explotación minera habrían favorecido unas relaciones que darían como resultado la formación de Tarteso.

Pero Tarteso no fue ni mucho menos una cultura homogénea que se desarrollaba de igual modo en todo el suroeste peninsular. Esto es consecuencia del factor indígena que formaba parte de su sustrato, que no es igual en todo el territorio peninsular, lo que marcaba la existencia de diferencias regionales. Este hecho ha complicado la definición de un territorio acotado para Tarteso, y es la consecuencia de muchas de las discrepancias que existen a la hora de definir a esta cultura. Caben hoy pocas dudas en considerar a las actuales provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva como el tradicional núcleo de Tarteso, germen de esta cultura. Sin embargo, ese extenso espacio geográfico entró en crisis en el siglo VI a.C., un proceso de cambio que supuso la remodelación de todo el sistema territorial, social y político del valle del Guadalquivir y de Huelva, y que culminó con la aparición de la cultura Turdetana. Fue precisamente en esos momentos cuando la población se desplazaría a las tierras del interior, concretamente al valle medio del Guadiana, donde esta cultura desarrolló su etapa final, llena de esplendor y marcada por una personalidad propia que la diferenciaban de su estadio anterior.

El poblamiento tartésico del valle medio del Guadiana se caracteriza por la presencia de los denominados «edificios ocultos bajo túmulo», una categoría de asentamiento localizada en el llano que destaca por la calidad y la fastuosidad de su arquitectura. Se trata de grandes edificios construidos con tierra, de planta cuadrangular y orientados al este, dos aspectos de herencia oriental, que se localizan en la confluencia entre el río Guadiana y alguno de sus principales afluentes, lo que les permite tener un dominio total sobre el territorio. Parece que estos enclaves estaban aislados en el paisaje y tendrían en común la explotación agrícola y ganadera de un espacio fértil, como lo son las vegas del río Guadiana; al mismo tiempo, cada uno de los enclaves tendría una funcionalidad concreta, por lo que se trataría de construcciones complementarias. Su denominación, ocultos bajo túmulo, deriva del proceso final de los mismos: todos ellos fueron objeto de un incendio y una amortización que culminó con su ocultación bajo un túmulo de tierra, lo que les permitió pasar desapercibidos en el paisaje hasta nuestros días.

Por el momento se conocen un total de trece elevaciones tumulares, aunque solo dos de ellas han sido excavadas en extensión, mientras que una tercera está en proceso de estudio. El primer ejemplo conocido de este tipo de edificios fue el de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) identificado con un santuario. Poco tiempo después de su descubrimiento, a finales de la década de 1970, se iniciaron las excavaciones en el edificio de La Mata (Campanario, Badajoz), una construcción destinada a las actividades agrícolas, interpretada como un posible almacén de excedentes, dada la alta presencia de ánforas y molinos barquiformes localizados durante las excavaciones. El tercer ejemplo, actualmente en proceso de excavación, es el del túmulo de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz). A pesar de ser el caso del que menos datos se conocen, es el que, sin duda, mejores resultados está aportando para el conocimiento de la cultura tartésica, gracias a su excelente estado de conservación.

El edificio de Casas del Turuñuelo se localiza en la margen derecha del río Guadiana, frente a su confluencia con el río Búrdalo, uno de sus principales afluentes; y apenas a siete kilómetros de distancia de un conjunto de necrópolis —entre las que se halla la de Medellín—, todas ellas de cronología tartésica. El túmulo que oculta el edificio de Casas del Turuñuelo posee una hectárea de extensión y alcanza en su punto más elevado los siete de metros de altura. Hasta la fecha, apenas se ha excavado un diez por ciento de la superficie total; sin embargo, estos trabajos han permitido sacar a la luz un edificio de dos plantas, del que por ahora se conocen dos estancias de la planta superior y un extenso patio, en el nivel inferior, donde se ha documentado un sacrificio múltiple de animales. En este sacrificio, destacan en número entre sus víctimas los caballos, como en las hecatombes descritas por las fuentes griegas. La diferencia de altura entre las dos plantas se salva mediante la presencia de una escalinata de más de tres metros de altura, construida con lajas de pizarra para los escalones superiores y un mortero de cal para los inferiores; un ejemplo único dentro de la arquitectura protohistórica del Mediterráneo occidental.

El poblamiento tartésico del valle medio del Guadiana lo completan los denominados asentamientos en llano tipo aldea o granja —que no llegan a alcanzar una hectárea de extensión— y los asentamientos en altura, de los que hasta el momento no conocemos más que el poblado de El Tamborrio (Villanueva de la Serena, Badajoz). Este último enclave sería el encargado de gestionar la explotación del territorio, de distribuir los excedentes y de garantizar el orden político. Bajo su control directo habrían estado los denominados edificios ocultos bajo túmulo, que a su vez vigilarían la correcta explotación de los recursos por parte de los enclaves menores.

Emulando el proceso acontecido en el siglo VI a.C. en el valle del Guadalquivir, la etapa final de Tarteso en las tierras del interior entraría en crisis a finales del siglo V a.C., la denominada crisis del 400 a.C. Aunque tradicionalmente se había aludido a la presión de los pueblos de la Meseta, el complejo proceso de amortización de edificios como Cancho Roano o Casas del Turuñuelo obliga a plantear novedosas alternativas. Quizás una de ellas tenga relación con un brusco cambio climático que afectaría a la productividad de la tierra, provocando el colapso y abandono de un sistema territorial que se había mantenido inalterado durante, al menos, dos siglos.

ESTHER RODRÍGUEZ GONZÁLEZ


Bibliografía

María Eugenia Aubet, Tiro y las colonias fenicias occidentales, Barcelona, Bellaterra, 2009.

Sebastián Celestino, Tarteso. Viaje a los confines del Mundo Antiguo, Madrid, Trébede, 2014.

Álvaro Fernández Flores y Araceli Rodríguez Azogue, Tartessos desvelado: origen y ocaso en Tartessos, Córdoba, Almuzara, 2007.

Esther Rodríguez González, El poblamiento del valle medio del Guadiana durante la I Edad del Hierro, Madrid, Bibliotheca Praehistorica Hispana - CSIC, en prensa.