Montreal, 2009
Aquella tarde hacía frío, frío canadiense. Teníamos un tiempo muerto y entonces mi amigo pronunció una oferta irrechazable.
—¿Me acompañas a buscar una librería?
Siempre que viajo, y más si es fuera de España, busco un nuevo libro que incorporar a mi colección. Mis presas suelen ser libros de cocina local —cuanto más raros, mejor—, joyas que no puedo conseguir en mis librerías habituales o internet. Pero hay algo que me anima a hacer el esfuerzo de viajar de vuelta a casa con un nuevo ejemplar, o varios, bajo el brazo o en la maleta. Primero, el conocer librerías de todo el mundo, en especial aquellas que desprenden un aroma a papel viejo en cuanto abres la puerta y la campanilla tintinea sobre tu cabeza. Esas en las que uno sabe que las baldas han soportado el peso de infinidad de libros que han ido saliendo para dejar sitio a otros nuevos. A veces me gusta imaginar qué libros han podido estar apoyados en según qué estanterías, cosas mías.
Hablo de lugares sagrados. No de supermercados de libros. Tú ya me entiendes.
Segundo, me encanta tener la oportunidad de cruzar unas palabras con quien me atienda, buscar la recomendación, el consejo, el contacto humano que nunca se separará del volumen que adquiero. Aportarle alma e historia a un libro que va a formar parte de mi biblioteca particular, a un libro que voy a ver, a veces sin darme ni cuenta, muchos de los días de mi vida.
Y tercero, tengo por costumbre pedir que estampen en una de sus primeras páginas, en las que suele figurar el título, autor o dedicatoria, el sello identificativo del establecimiento. Eso le confiere una especie de huella o cicatriz, una trazabilidad —en las cocinas utilizamos mucho este término— que va a figurar junto a mi ex libris, que voy a poner en esa misma página en cuanto llegue a casa.
Me gusta que sea así.
Pero ese día, no iba a serlo.
El que había pronunciado la oferta irrechazable era Antonio Saura, gran amigo y gran conocedor y lector de ciencia ficción y fantástica. Yo iba al tuntún, sin saber bien lo que buscaba más allá de algún recetario de cocina canadiense o algún volumen culinario que llamase mi atención. Antonio iba buscando una nueva entrega de un autor de literatura fantástica llamado Brandon Sanderson.
—No me suena de nada.
Antonio meneó la cabeza con incredulidad y me puso en las manos —en inglés— el primer tomo de la trilogía Nacidos de la Bruma.
—Vete a la caja y no peques más —dijo, como si aquel simple acto pudiera remediar el que, a su juicio, era un pecado de omisión injustificable.
Antonio me conoce bien. Sabe que siempre hago caso de los consejos de un amigo, y que cuando un autor me gusta, me compro todo lo que haya publicado. Menos mal que en aquella época Sanderson solo tenía tres libros en castellano: esta anécdota podría haber ocurrido años después, y al ritmo de producción de Sanderson adquirir todos sus volúmenes disponibles en castellano hubiese supuesto un dispendio considerable.
Y fue entonces, en 2009, cuando arranqué con Elantris.
Yo trabajaba a turno partido en el restaurante, es decir que por la tarde me quedaban unas horas libres para descansar un rato hasta que llegase el momento de volver a la cocina para afrontar las cenas.
Cada minuto que tenía libre en el trabajo del restaurante lo dedicaba a viajar a Elantris.
Pero se me acabó enseguida. Menos de dos días, y eso que lo había leído en inglés, en el que todavía no me manejaba como ahora, y tenía que hacerlo con el diccionario al lado.
Así que hice lo que tocaba, empezar El imperio final, continuar con El pozo de la ascensión, y me pasó lo mismo. A los pocos días estaba esperando impaciente que se publicase en castellano El héroe de las eras. Exactamente igual que le había pasado a mi amigo.
Sanderson se dibujó para mí como un autor fresco, diferente, original y sorprendente, capaz de sumergirme en un mundo que era suyo, pero donde yo tenía cabida: el Cosmere, un universo fantástico creado por su autor, suyo y solo suyo, que se rige por sus normas inalterables, aunque no por eso estáticas. Ahí es donde se alojan los mundos en los que ocurren sus novelas.
Yo no sé a ti, pero a mí solo de pensarlo se me eriza el vello de la emoción.
Los mundos que se alojan en el Cosmere son únicos, no se parecen en nada al resto de los que los lectores de fantástica estamos acostumbrados. Los escenarios son diferentes, están construidos desde una concepción distinta de los lugares, los espacios o los escenarios habituales y ya tan manidos.
Algunos son traslaciones de nuestro planeta, magnificadas o minimizadas, modeladas o transformadas, y otros han nacido directamente de la imaginación prolífica de Brandon Sanderson, quien no para de observar nuestro universo para construir el suyo y devolvérnoslo como nuestro.
Esa es para mí una de las mayores capacidades del autor: crear mundos a partir de lo conocido, pasar este por su tamiz y medir con una exactitud milimétrica la cantidad exacta de magia, fantasía, mitología y realidad que crean ese espacio literario único que no quieres abandonar. En el que descubres más y más cualidades que Sanderson se va encargando de enseñarte poco a poco. Sin nunca contradecirse, sin hacer trampas ni aplicar decorados que no tengan sentido ni razón.
Si bien el Cosmere está en constante construcción y desarrollo, voy a poner este universo en situación conforme a lo que sabemos hasta ahora.
No es necesario tener conocimientos acerca de cómo se creó el Cosmere o cómo se rige, pero toda información ayuda a anticipar el disfrute de lo que vamos a consumir, de la misma forma que un sumiller puede anticipar de forma astuta los matices de una añada de especial bouquet que pone delante del comensal.
El punto primigenio de creación es Adonalsium —llámalo Dios, llámalo energía—, que contenía el poder de crear, transformar y destruir tanto energía como cantidades ingentes de Magia.
En un momento (y sin que aún sepamos el porqué) Adonalsium estalla violentamente, se rompe en 16 fragmentos y estos van a parar a algunos de los diferentes mundos que formaban parte del sistema galáctico del Cosmere. Estos 16 pedazos se llaman Esquirlas de Adonalsium y se han repartido por la galaxia, teniendo cada uno de ellos diversas cualidades y poderes que precisan de diferentes personajes para dominarlas. Estos personajes que portan los fragmentos obtuvieron una parte del poder de la Divinidad asociada a las cualidades del poder de Adonalsium. Este punto de partida permite a Brandon Sanderson desarrollar distintos espacios, los mundos, diferentes reglas en cada uno de ellos y diversos personajes que lo habitan y hacen avanzar la historia.
La obra de Sanderson en lo que a la creación de mundos se refiere es absolutamente mastodóntica y plagada de líneas secantes, tal y como nos muestra en sus tablas mágicas, para que se relacionen entre sí y todo funcione.
No existe el azar en el Cosmere, siempre hay una razón para todo, un motivo y un respeto reverencial a las normas que rigen el mundo en el que Brandon Sanderson nos sumerge. Él es el Dios de su mundo y todo ocurre bajo su tutela, pero no por esto es caprichoso, sino audaz; no es tramposo, sino eficaz.
Conoceremos seres increíbles, innumerables razas con capacidades, orígenes e historias diversos y apasionantes. Algunos de esos seres habitaban el Cosmere antes del estallido de Adonalsium y otros no, algunos recibieron unos fragmentos determinados y otros no, la magia está presente en algunos planetas o no lo está, y así ocurren cosas diferentes en los mundos.
Cualquiera de los reinos es válido para que Sanderson cree una especie, un ser, un motivo o una razón para existir y formar parte de una obra gigantesca. Ninguno de los personajes pasa inadvertido ni está sin cumplir una función, que, aunque aparentemente no sea de importancia en un principio, siempre termina teniendo su sentido.
La magia reside y fluye en el Cosmere, ¡¡y cómo!!
Estas vienen definidas por el fragmento de Adonalsium que cayó en cada uno de los mundos.
Las magias de los metales de Nacidos de la Bruma en el planeta Scadrial (Alomancia y Feruquimia), o la de los colores en El aliento de los dioses (íntimamente ligada a cierto personaje y que también aparece en Palabras radiantes), o de las piedras cargadas con energía de las tormentas en El camino de los reyes, magias nunca antes vistas y sorprendentemente cercanas, entendibles y casi reconocibles.
La magia en manos de Brandon Sanderson no es una excusa, no es un recurso para hacer que las cosas pasen sin tener que explicar nada —A wizard did it!—. La magia tiene sus reglas, sus normas, y estas están ahí puestas por su creador desde el principio, a la vista, para que nada quede más escondido de lo que debe.
La magia dibuja al personaje, complementa y hace más comprensible el mundo en el que estamos, y, sobre todo, dota de voluntad y magnificencia a muchos de los protagonistas, forma parte de la construcción del mundo en el que nos movemos. Es un todo con el resto. Los mundos del Cosmere no se entienden sin magia, y a su vez no se entiende la magia fruto de la imaginación de Sanderson sin sus mundos únicos y diría que casi posibles, al menos en parte.
Existe una magia que me parece aún más alucinante, la magia de que los lectores podamos «vivir» en el Cosmere, sentir que el espacio fantástico no lo es tanto, que nos es cercano y reconocible, si hasta casi parece que podamos haber pisado sus calles, donde las haya, o mirado al fondo de sus abismos. Es todo tan familiar que parece que hayamos hablado alguna vez con los habitantes que pueblan las páginas de la saga, que hayamos acariciado sus ropajes y oteado sus horizontes.
Y por fin llega a las librerías la esperada continuación de El Archivo de las Tormentas.
La gran obra monumental de Brandon Sanderson.
Esa obra en la que todos sus admiradores queremos degustar, descubriendo página a página los destinos y aventuras de nuestros personajes favoritos.
Ya tenemos en nuestras manos Juramentada.
Si estás leyendo este prólogo es que ya acompañaste a Kaladin, Shallan, Jasnah, Eshonai, el Asesino Blanco y el resto de personajes en los dos volúmenes anteriores, El camino de los reyes y Palabras radiantes, y también que conoces la historia de la ladronzuela Lift, que acontece en Danzante del Filo, novelita incluida en Arcanum ilimitado. Supongo que has visitado Roshar, el mundo donde discurre esta monumental historia. Que ya conoces y has visto, en las magníficas ilustraciones que Brandon Sanderson ha decidido utilizar para salpicar sus novelas, a los principales personajes que nos llevan de lado a lado, incluidos Hoid, las razas y especies de seres, la ecología que compone este entramado. Que ya has explorado los misterios de las llanuras quebradas, o al menos alguno de ellos, y has disfrutado del poder de las hojas y armaduras esquirladas.
Relájate, tómate tu tiempo. Lo que viene ahora es... No. No escribiré nada más.
Da un paso adelante, viajero, y descubre por ti mismo lo que te espera.
Alberto Chicote
Abril, 2018