Capítulo I
Como cualquier actividad humana el deporte también tiene sus conflictos. Entre los distintos aspectos que lo caracterizan, el que más posibilidades tiene de incrementar las situaciones conflictivas es la competición. Esta es un motivo para superarse a sí mismo hasta límites insospechables y pone en juego la salud en el enfrentamiento con un oponente u oponentes, según se trate de un deporte individual o colectivo, para conseguir la victoria, un premio, imponerse.
Per se la competición no genera la conflictividad, aunque predispone a su aparición, pero es la manera de entenderla —de pensarla y comportarnos—, de responder ante ella, lo que acaba por generar conflictos. Esto es especialmente así, cuando la victoria se impone como el primer y único objetivo de la competición. Esta actitud conlleva una visión agónica del enfrentamiento, incrementando mucho las emociones y las situaciones de alta tensión, a través de nuestros comportamientos. Precisamente, fruto de nuestro trabajo con clubes deportivos de distintas modalidades, fútbol, fútbol sala, waterpolo, balonmano, baloncesto, en las categorías de base —alevines, infantiles, cadete—, hemos podido observar que la gestión de la derrota es una de las situaciones que predispone al aumento de la tensión entre los equipos y, especialmente, a la aparición de discusiones y conflictos entre el entrenador del equipo que está siendo derrotado con el árbitro, con los entrenadores del rival y con los aficionados.1
Y es que esta percepción y forma de entender el deporte por parte de los actores implicados —los jugadores, los entrenadores y los clubes— termina por contagiar a todo el resto que interviene y rodea a la competición, a los jueces y árbitros, a los espectadores y a los medios de comunicación. Todos ellos participan e integran esa idea en la que lo más importante es ganar, y la forma de hacerlo es secundaria. Entender la práctica del deporte de esta manera, deja al margen muchos o casi todos los valores y aportaciones asociadas para el desarrollo humano y la mejora individual y colectiva (Turró, 2013).2
Hoy más que nunca, el deporte se encuentra muy presente, pues toma tiempo de nuestras vidas como espectadores y también como práctica social relevante. Sólo hay que sumar las horas y minutos que la información deportiva ocupa en los medios de comunicación, no sólo por los encuentros o partidos que se retransmiten, que pueden rellenar la programación de un fin de semana, sino por las veces que el deporte, como noticia, abre los informativos de las televisiones, es portada en los periódicos, o es máxima tendencia a través de hashtag o etiqueta digital en la redes sociales digitales. Actualmente son muchas las personas que por motivos de salud o de ocio practican un deporte. Posiblemente, la imagen que mejor define este incremento es la multitud de personas que se han sumado al running, a la práctica de correr por las calles de nuestras ciudades y municipios (García, 2012). E incluso, si se fijan bien, podrán observar como en los últimos años el deporte ha entrado de pleno a la hora de perfilar nuestros estilos de vida, por ejemplo, a través de nuestro calzado.3 Años atrás era impensable ver a un señor o señora de mediana edad yendo a trabajar con calzado deportivo a su empleo, hoy es algo habitual, forma parte de ese look moderno y urbano (Pareja; Riaño, 2015).4 Hasta este nivel el deporte se ha convertido en una idea central en nuestras vidas. Y es que en el deporte, actualmente, se desarrolla una buena parte de nuestras relaciones sociales, bien porque los niños y niñas realizan actividad extraescolar deportiva y los padres y madres se relacionan entre ellos en estas instalaciones, o bien porque los padres y madres practican un deporte con compañeros de trabajo o amigos y amigas.5
Volviendo a la cuestión de la presencia del deporte en los medios de comunicación, cabe decir que lamentablemente, más allá de las victorias de deportistas y equipos en la competiciones, a menudo algunas de estas informaciones que se publican sobre la práctica deportiva tienen como objetivo dar cuenta de la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, ocasionada en la competición, dentro y fuera del campo de juego.6
De entrada pensamos en competiciones de alto nivel, finales de campeonato, de copas, en la que los equipos se juegan la victoria o la derrota, el prestigio como club y como jugadores y jugadoras, el trabajo de muchos meses, contratos millonarios e ingresos por el triunfo a través de las instituciones deportivas internacionales o de los contratos de las televisiones por la retransmisión de éste y futuros partidos o patrocinios y publicidad de empresas multimillonarias. Recientemente, el funcionamiento de las competiciones deportivas se ha visto afectada por las ganancias extras derivadas por las apuestas que en muchos casos han pervertido y adulterado el resultado de un partido para beneficiar a unos apostadores. En estas situaciones se han visto afectados jugadores, entrenadores de fútbol y clubes; tanto en casos de compra de partidos para evitar el descenso o ganar un campeonato, como también de jugadores y profesionales del tenis para que los apostadores obtengan grandes sumas.7
Queda claro que en estos niveles de competición, la tensión a la que se enfrentan los jugadores y jugadoras, entrenadores, cuerpos técnicos, clubes y aficionados es muy elevada. No resulta difícil comprender que los conflictos —entendidos como confrontación o lucha de actitudes, comportamientos y percepciones aparentemente opuestas o incompatibles entre dos o más personas o grupos— sean el pan de cada partido o fin de semana, manifestándose en tensiones entre jugadores, entre los jugadores y el entrenador, entre el entrenador y la directiva o entre el equipo y los aficionados. Los malos resultados incrementan las posibilidades de aparición de conflictos, pero las victorias tampoco los evitan.
De entrada no hay nada malo en la posibilidad de que aparezcan conflictos, pues por mucho que tratemos de evitarlos o huir de ellos, tarde o temprano se producirán. Lo negativo es la actitud y la manera en la que se tratan de abordar, gestionar y si es posible resolver. Y el problema más importante es la aparición y manifestación de la violencia. No hablo sólo de agresiones, sino de insultos hacia los miembros del otro equipo e incluso hacia los propios jugadores.8
En este terreno, el deporte a nivel infantil se encuentra con mayor frecuencia en situaciones similares a las que se producen en la práctica profesional. Podríamos decir que la forma de actuar de los campos de fútbol y las pistas deportivas de los equipos profesionales se reproduce en los terrenos de juego y de los polideportivos de los más pequeños y pequeñas. En ese hábitat se dan unas costumbres que desgraciadamente no se modifican para nada independientemente de la edad de los practicantes del juego. Queda claro que si se da por sentado que no hay nada malo en insultar o mofarse de un jugador, o reprimir verbalmente a un árbitro en un estadio, pues nadie hará nada para remediar o gestionar que esto se produzca. De modo que tampoco acabará haciéndose nada en el campo de fútbol municipal, en el que cada fin de semana juegan niños y jóvenes desde los 6 hasta los 18 años.
A continuación reproduzco algunas de las frases que he podido oír y que se pueden escuchar en los partidos de categorías de base en distintos deportes cada fin de semana:
Un aficionado —en este momento su equipo está perdiendo— grita en la grada:
«¿Esto es lo que enseñáis a los niños? ¿A dar patadas?»
Un jugador que acaba de perder el partido le dice al entrenador del equipo rival:
«¿Sabes por qué tus jugadores, aunque les des órdenes desde la banda, no te hacen caso? Porqué eres negro.»
Un entrenador, que estaba perdiendo el partido en ese momento, le dice a otro entrenador durante el partido:
«Tus jugadores son unos cerdos, sólo nos pegan patadas, no saben jugar al fútbol, son unos violentos y unos asesinos.»
Un aficionado, cuando el resultado del partido estaba muy ajustado, grita desde la grada:
«Dale fuerte al 7; al 7, fuerte, que no pueda coger la pelota, a tope!» La madre del jugador número 7 que está en la grada: «oiga, ya basta, que al número 7 no paran de darle golpes y ahogarlo, y además es que es mi hijo».
Un árbitro insulta a un jugador de 13 años (en ese momento el árbitro estaba siendo cuestionado por éste y otros jugadores):
«Cállate niñato de mierda, cállate hijo de puta».
De entre las muchas situaciones que se dan en el deporte base, en este caso en el fútbol, uno de los momentos que más comentarios negativos acumula es cuando uno de los equipos pierde o acaba perdiendo un partido. Hay pues un problema importante entre jugadores y entrenadores, pero también entre los padres y madres de esos jugadores, de gestión de la derrota.
Y es que lejos de ser un ámbito de formación de niños y niñas, el deporte base se ha convertido en un espacio de competitividad extrema que da lugar a una elevada emocionalidad entre todos los operadores.
La verdad es que este tipo de expresiones y de situaciones entristecen, pero para aquellos que nos dedicamos a la gestión de los conflictos muestra que el deporte en general, pero especialmente el de base, el formativo, requiere de nuestra intervención, pues con lo que se ha realizado hasta ahora no hay suficiente. Los motivos pueden ser porque se ha hecho poco o porque el planteamiento no ha dado con los factores y causas que predisponen y generan estas situaciones y, en consecuencia, con las acciones que pueden darles respuestas. Y sobre estas cuestiones tratan estos contenidos, respecto a las diferentes tipologías de conflictos y respuestas negativas que se dan y se expresan cada fin de semana en los campos de fútbol, en las pistas de baloncesto, balonmano y fútbol sala y en las piscinas de waterpolo.
En este sentido, sobre las frases que se han reproducido, se puede afirmar, a través de la experiencia conseguida en la aplicación de proyectos de mediación deportiva desde 2014, que la violencia y conflictos derivados de la competitividad se dan en casi todos los deportes colectivos. Profesionales de los deportes individuales señalan que también se producen conflictos, aunque de otra índole.9 Esto es sin duda una mala noticia. Podríamos salvar de esta afirmación al rugby, el cual hemos analizado y del que podríamos aprender y aplicar muchos de sus aspectos relacionados con la competitividad y la práctica deportiva que, adaptándolos al resto de modalidades deportivas, nos facilitarían la gestión y la transformación de los conflictos mencionados.10
Sin embargo, esa situación de conflictividad y violencia en los deportes colectivos también comporta una buena noticia, si así puede considerarse: este tipo de conflictos y de violencia en las gradas no es un fenómeno exclusivo del fútbol, aunque pueda parecerlo. Lo que ocurre es que el fútbol es uno de los deportes que más se practica, con más fichas de chicos y chicas federados; es uno de los deportes que mayor impacto y cobertura mediática tiene en nuestro país y se puede decir, sin equivocarnos, que es uno de los que más gente mueve durante los fines de semana a nivel base por los campos de fútbol.
Ante esta situación hay tres premisas básicas que debemos considerar para gestionar los conflictos que se dan en la práctica del deporte en general, pero sobre todo en el de base o formativo, el cual es objeto de nuestro análisis e intervención.
Primera premisa: los padres y las madres de jugadores y jugadoras de los equipos del deporte base quieren ayudar, colaborar e implicarse con el equipo.
A los padres y madres que llevan a sus hijos e hijas a practicar deporte no se les ayuda y ni se les explica cómo comportarse en los entrenamientos de los chicas y chicos, y en los partidos. Explicar no es darles un papel al inicio de la temporada con los compromisos hacia al club; o colgar en un rincón de la pista o el campo algunas pautas de comportamiento, es mucho más. Es darles a conocer cuál es la filosofía del club en cuanto a la práctica deportiva, los años que llevan poniéndola en práctica, la finalidad del deporte y el peso que se le da en las categorías inferiores o base a la formación técnica individual y en equipo; los canales de comunicación que se utilizan para comunicarse con el club y el cuerpo técnico, etc. En muy pocos casos se ofrece esta información y se generan estos espacios de comunicación durante la temporada. Aunque cabe decir que cada vez son más los clubes que intentan llevarlos a cabo y los entrenadores que lo facilitan. Sin embargo, el único modelo que tienen y que se sigue, sobre todo cuando hay competición, es el que se observa en los campos de juego de los equipos profesionales, donde no está mal visto quejarse, gritar e insultar a árbitros, jugadores y afición contraria.
Durante mucho tiempo, en los estadios y en las instalaciones dónde se práctica deporte profesional se han fortalecido unos hábitos, unas costumbres concretas, que luego se han reproducido de igual forma, lamentablemente, en otros campos de juego de categoría inferior. Como comenta Guillen Turró en su Ética del deporte: «De hecho, aquello que es exterior nos forma interiormente, configurándonos y habituándonos en un sentido determinado»; y en este sentido, sobre el comportamiento ético de los seres humanos, afirma: «el ser humano es un animal que deviene moral gracias al ambiente en el cual se ha criado».11
Como hemos podido comprobar anteriormente, la gestión de las emociones y los comportamientos de los aficionados, en los lugares donde se práctica deporte competitivo, se han dejado en sus manos o, más concretamente, en las de los clubes y el deporte profesional, mostrándose laxos en cuanto a las conductas conflictivas y violentas que atentan contra los jugadores, el árbitro o jueces y los aficionados del equipo rival, aunque sus efectos se consideran nocivos.12
Más allá de la muy reciente aparición de carteles en las paredes de los estadios, que recuerdan algunos principios básicos de cómo deben comportarse los padres y las madres en las gradas mientras sus hijos compiten, han sido pocas las instrucciones que han recibido durante estos últimos años sobre el comportamiento correcto que se espera de ellos en estos espacios por parte de los clubes y de las instituciones que regulan y promueven la práctica deportiva federada y profesional. Durante demasiado tiempo se han permitido y tolerado la violencia verbal y física en los campos de juego, e incluso se han justificado en favor de una supuesta liberación de las tensiones de la sociedad de forma semicontrolada en estos espacios.13
Y es que el deporte, más allá de la actividad física de los deportistas, durante mucho tiempo ha quedado fuera del alcance de la reflexión y de la investigación. Podríamos decir que la práctica deportiva ha sido una actividad vivida y sentida antes que objeto de reflexión. Como comenta Guillem Turró en Ética del deporte, por parte del mundo académico, el deporte ha sido visto como una barbarie, asociado a las masas enardecidas y a pasiones brutas, propio de la ramplonería social. El deporte no ha tenido un interés ético y educativo: «Con mucha frecuencia los estudiosos pasan de largo ante el deporte, al mismo tiempo que sus protagonistas no reflexionan sobre su actividad física» (Turró, 2016, pág. 11).
Segunda premisa: los clubes son responsables de la grada, en concreto de los padres y madres de los jugadores y jugadoras de sus equipos.
Fijaros que en los campos de fútbol se habla del jugador número 12 cuando alguien se refiere a los aficionados del equipo. En cambio, parece que en el fútbol base, los padres y madres molestan. Incluso parece que la grada no forme parte del deporte que se está practicando, como si fuera la gran olvidada cuando las cosas funcionan bien. En cambio se la señala como culpable —en concreto a determinados sujetos por sus conductas— cuando se producen capítulos de violencia.
Teniendo en cuenta esta situación, cabe recordar que no se facilitan pautas básicas y hábitos operativos que guíen la actitud y la conducta correcta —entre otras: respeto hacia el contrario, conocimiento de las reglas y/o comprensión de las situaciones resultantes de la práctica deportiva y de la competitividad—. La repetición de los actos en un sentido, marca la tendencia a actuar de una forma determinada. Si se permite insultar y agredir, nos encaminamos hacia la violencia. Si adquirimos hábitos de respeto y de comprensión hacia el contrincante, los conflictos serán más fáciles de gestionar. Así por ejemplo, la crítica al árbitro por parte de los jugadores, entrenadores y miembros del club durante la celebración de un partido, dará pie a la crítica por parte de los padres y de las madres.
En este sentido, como hemos mencionado al inicio de estos contenidos, el deporte juega cada vez más un papel relevante en nuestras vidas a nivel individual y colectivo. Por tanto, repensar la práctica deportiva en general y la forma de gestionar la competitividad, las emociones y los conflictos, a través de las conductas de sus actores principales y de los aficionados, es hacerlo también sobre la sociedad.
Frente a los conflictos de la práctica deportiva, hasta ahora se ha hecho énfasis en la responsabilidad de las personas que acuden a los campos de juego, sancionando y castigando las actuaciones violentas con medidas que prohíben su entrada a las instalaciones. Sin embargo, esta medida no hace desaparecer los conflictos. Así pues, al igual que los clubes, que a través de los entrenadores realizan una tarea deportiva educativa con los jugadores y jugadoras, también deberían hacer esa misma labor con los padres y madres. Sería la manera de intentar la aplicación de los principios que forman parte de sus códigos éticos o de las pautas escritas de buen comportamiento que aparecen en las paredes de los estadios o en los estatutos, mediante la repetición de unos determinados hábitos y la desaparición de otros.
Tercera premisa: los entrenadores y entrenadoras de los equipos del deporte base saben lo que saben. Son jóvenes, cada vez están más preparados en la práctica del deporte, porque han jugado en él y se han formado en los centros u organismos especializados al respecto.
Durante nuestro trabajo en los proyectos de mediación deportiva en los clubes, hemos podido observar que los entrenadores y entrenadoras de las distintas modalidades deportivas saben mucho de los aspectos tácticos del juego y de los aspectos físicos del deporte, pero tienen carencias en otras facetas, como por ejemplo, en la comunicación, en la gestión de las emociones, en la prevención y la gestión de conflictos antes, durante y después del juego y en sus habilidades relacionales positivas. En los mismos términos se refería el doctor Francisco Solano, psicólogo deportivo y coach, en su conferencia Efectos de la actividad física en el desarrollo personal, en las jornadas de educación emocional, celebradas en Barcelona el 31 de marzo y el 1 de abril de 2017, en referencia a la práctica del baloncesto.14 Así pues, esto se da en muchos instantes en la práctica deportiva, y habitualmente se hace más visible cuando el marcador está en contra o cerca de la derrota, como hemos visto al principio. Nos parece que esto ocurre por varios factores. Uno de ellos es porque en las escuelas de educación deportiva se trabajan poco estos aspectos, según nos comentan sus responsables; son asignaturas en que los alumnos y alumnas prestan menos atención o creen menos importantes. También se da esta situación porque este tipo de conflictos y situaciones fueron excluidas del apartado de gestión de estos profesionales: los dejaron huérfanos de experiencias que requerían tener competencias en estos ámbitos. Y en las pocas que han tenido, no han realizado un ejercicio de reflexión con la ayuda de profesionales y de técnicas de la conflictología que les permitieran un aprendizaje para futuras ocasiones, que además se darían más temprano que tarde. La preparación, por tanto, se muestra como una de las claves más importantes.
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Turró, G. (2016). Ética del deporte. Barcelona: Herder.
1 Desde el 2014, la UOC y la Universitat de Girona ha puesto en marcha proyectos piloto de mediación deportiva para gestionar conflictos en la práctica del deporte base en el Girona FC Sad, en la Unió Esportiva Sant Andreu, en el Handbol Banyoles, en la sección de waterpolo del Club Natació Sant Andreu, en el Futbol Sala Castelldefels, en el Club Bàsquet Igualada, en el Congrés CF y en el Unió Esportiva Llagostera-Costa Brava SAE.
2 En su obra, G. Turró nos desgrana los valores que hay detrás del deporte, desde la práctica de los griegos hasta hoy, pues parte del convencimiento de que la praxis deportiva puede transmitir unos valores claves en el proceso de construcción personal, en nuestro camino de educación moral.
3 Por ejemplo, marcas de calzado deportivo como Puma, Adidas y Nike, que lidera el ranking, incrementaron los beneficios durante el 2016 por encima de sus previsiones: «Puma cerró 2016 con un incremento de ventas del 10 % hasta los 3.626 millones» [artículo en línea]. [Fecha de consulta: 26 de mayo de 2017]. <http://www.lavanguardia.com/deportes/20170211/414255255966/puma-cerro-2016-con-un-incremento-de-ventas-del-10-hasta-los-3626-millones.html>.
«Adidas gana más de 1.000 millones por primera vez en su historia» [artículo en línea]. [Fecha de consulta: 26 de mayo de 2017]. <http://www.elmundo.es/economia/2017/03/08/58c02cdc268e3ea31a8b4577.html>
«Nike amplía su cuota en el calzado deportivo mundial hasta el 38,1 %» [artículo en línea]. [Fecha de consulta: 26 de mayo de 2017]. <http://www.diffusionsport.com/nike-amplia-su-cuota-en-el-calzado-deportivo-mundial-hasta-el-381-16120/>
4 En este artículo se ofrecen datos de la venta de zapatillas de deporte, concretamente de running: se calcula que esta práctica mueve anualmente 300 millones de euros en España y que la moda tiene una parte importante de ese mercado de más de 2,5 millones de personas en el país, que gastan una media de 700 euros al año en este deporte.
5 En la 1a Jornada de Deporte, Gestión de Conflictos y Mediación organizada por el Colegio de la Abogacía de Barcelona, el 29 de septiembre de 2016, Javier Latorre, responsable de la sección de Resolución de Conflictos de la Federació Catalana de Futbol indica que más de 500.000 personas se movilizan cada fin de semana por la práctica del fútbol de sus hijos e hijas. Por otro lado, en el ranking de los deportes más practicados, en 2014 había más de tres millones de deportistas federados en España, de los cuales el 25,2 % correspondían a jugadores y jugadores de fútbol. [Fecha de consulta: 5 de junio de 2017]. <http://www.lavanguardia.com/vangdata/20150519/54431318248/deporte-federado-espana.html>
6 Son muchos los vídeos que circulan por las redes sociales digitales y que muestran situaciones de violencia relacionadas con las práctica deportiva, ya no digo profesional, sino de nivel base, infantil. Youtube está repleto de ellos.
7 En el artículo publicado en el Diari Ara, el 20 de marzo de 2016, con el título «Les trampes, una oportunitat per modernitzar l’esport» (‘Las trampas, una oportunidad para modernizar el deporte’) presento las casos de compra de partidos y de modificación de los resultados a causa de las apuestas, y propongo algunas soluciones para evitar la culpabilización del deportista y de su trabajo de por vida.
8 En la obra Memoria de un culer defectuós (‘Memoria de un seguidor del Futbol Club Barcelona defectuoso’) Sergi Pàmies explica cómo escuchaba a su tío y a otros aficionados de la grada insultar en un partido a los jugadores de su equipo, y como nadie reprimía a estas personas, al contrario. Y comenta como de esta experiencia, él aprende la tipología de insultos que se daban y se dan en este estadio: «En medio de un partido, y de manera instintiva, impulsado por un resorte atávico adquirido por la vía de la inmersión, hice lo que hacía todo el mundo: insultar a Rexach y, como privilegio particular, aplaudir a mi primo, el gran Toni Torres García. Este vínculo de apariencia trivial (la madre de Torres y mi madre eran primas hermanas) se transformó en uno de los motores más eficaces de un proceso de adaptación durante el cual aprendí a insultar a la manera de los “culers” (aficionados del FC Barcelona) y que incorporé en mi vocabulario insultos tan fonéticamente aerodinámicos y sabrosos como pánfilo, burro, blando y vago (mi tío velaba por mi educación y no permitía que insultara a el árbitro, que consideraba una figura sólo apta para ser insultada por los adultos)» (traducción del autor del catalán al castellano). Evidentemente, por desgracia, estos y otros insultos se dan en otros muchos estadios, pues este no es el único.
9 En la 1.a Jornada sobre Deporte, Gestión de Conflictos y Mediación organizada por el Colegio de la Abogacía de Barcelona, Joan Barangé, psicólogo del Real Club Tenis Barcelona comentaba los conflictos que se dan en el tenis actualmente y que algunos de ellos requieren de la intervención mediante las formulas y procesos de la conflictología y de la resolución de conflictos.
10 Jean Paul Lederach habla de transformación de conflictos en comparación a resolución de conflictos, pues fruto de su experiencia y de su investigación este concepto adaptado al cambio constructivo que se quiere conseguir y que va más allá de la resolución de problemas específicos. Con la transformación de conflictos se pretende trabajar sobre el conflicto para dar una respuesta a la situación inmediata y teniendo en cuenta también los patrones subyacentes y el contexto que facilita el conflicto y la violencia. Por tanto, este es el marco que se ocupa del contenido y el contexto del conflicto y la estructura de las relaciones de las personas y grupos en él, tratando de modificar las violentas y las que no favorecen la comprensión y el entendimiento.
11 Turró, G. (2016) Ética del deporte. Barcelona: Herder. Pág. 15.
12 Cabe recordar lo que comenta Sergi Pàmies en la obra Memorias de un culer defectuoso (Memòries d’un culer defectuós) sobre el aprendizaje al que se le dota desde pequeño cuando acompaña a su tío al estadio del Futbol Club Barcelona.
13 El antropólogo norteamericano Bill Bufford explica, en su obra Entre vándalos, el comportamiento de los aficionados británicos violentos en los campos de fútbol en la década de 1990, los denominados «hooligans», y cómo su comportamiento conflictivo y violento contra las aficiones de los equipos rivales, y en los espacios públicos, no recibía ningún tipo de tratamiento, más allá del que podían realizar las fuerzas policiales, de forma reactiva y una vez ocurridos los hechos. De sus descripciones se da a entender que mientras estaban en los estadios y eran miembros de un grupo de seguidores, no estaban en las calles, en el pub, y no daban más problemas.
14 <http://www.ub.edu/ice/sites/default/files//docs/jornades/xiiijornadas.pdf> [ Fecha de consulta: 13 de junio de 2017].