Es opinión ampliamente generalizada que la capacidad militar, sin haber perdido todo el protagonismo de antaño, ya no tiene la trascendencia de la que gozó durante siglos. Son múltiples las razones para llegar a esta aseveración. Por un lado, como las grandes potencias están dotadas de armamento nuclear, la inmensa fuerza destructora de estas armas imposibilita no solo su empleo —por el disuasivo principio de la destrucción mutua asegurada—, sino también que llegue a haber una confrontación directa entre los países que las poseen. Hoy en día, al no llevar a cabo un enfrentamiento directo de alta intensidad, las superpotencias libran batallas de bajo perfil en escenarios ajenos, en donde, además de recurrir a tropas interpuestas, hacen un uso intensivo de fuerzas de operaciones especiales y drones.
Por otro lado, la indudable interdependencia económica a la que están sujetos la mayoría de los países aleja el fantasma de un conflicto convencional generalizado, al menos mientras las actuales circunstancias no varíen notablemente o se considere que un enfrentamiento bélico pueda generar mayores beneficios que el mantenimiento del statu quo. Asimismo, existe un factor psicosocial que dificulta el empleo masivo de las Fuerzas Armadas de las que dispone un Estado, salvo que se den contextos muy excepcionales. Se trata del rechazo por parte de las poblaciones de los países más avanzados a sufrir bajas propias, sobre todo en conflictos cuya intervención no deja de ser cuestionable, y a veces manifiestamente cuestionada.
Tampoco hay que olvidar la existencia de otros factores que implican el mismo grado de amenaza que una guerra convencional y que no pueden resolverse, ni siquiera como medida disuasoria, con medios militares, al menos no en exclusiva. Estas amenazas, que rivalizan con las tradicionales en cuanto a la capacidad de generar daño y desestabilizar las sociedades, adoptan formas tan variadas como las pandemias, el crimen organizado trasnacional, los radicalismos violentos, los desastres naturales, el cambio climático y la degradación medioambiental. No obstante, la capacidad militar todavía reviste una importancia capital a la hora de determinar el poder de un Estado. Desde el ejercicio de la disuasión —la primera misión de las Fuerzas Armadas—, pasando por el respaldo a la acción diplomática y negociadora, hasta llegar al extremo del empleo decidido y manifiesto del Ejército, el medio militar sigue siendo uno de los pilares esenciales en los que se sustenta un país.
«Commandos Without Borders»,1 un artículo publicado en Toward Freedom a finales de julio de 2018, reveló que en 2017 las unidades de operaciones especiales de Estados Unidos realizaron misiones diversas en 149 países, lo que supone el 75 % del total del planeta, un ejemplo de la creciente importancia del uso de estas fuerzas. Además, en los últimos cinco años, fuerzas especiales norteamericanas como los Boinas Verdes o los Navy SEAL, amparadas en el texto legal conocido como la Sección 127e, efectuaron operaciones de reconocimiento, combate y acción directa en Camerún, Kenia, Libia, Mali, Mauritania, Níger, Somalia y Túnez. •
Concretamente, las fuerzas navales aportan un gran valor. Como apunta George Friedman en La próxima década, la base estratégica de Estados Unidos es su Armada, pues el poder radica en los océanos, dado que dominarlos impide el ataque de otras naciones, permite intervenir en el momento y el lugar que se considere oportuno, y brinda el control del tráfico internacional.2 Como el comercio mundial depende mayoritariamente de los océanos —el 80 % de las mercancías transitan por mar—, el principio geopolítico fundamental de Estados Unidos consiste en oponerse al surgimiento de potencias marítimas.
Sin duda, la verdadera y única superpotencia naval actual es la estadounidense, pues no en vano su Armada es más potente que el resto de las flotas de todos los países juntas. Como datos muy significativos cabe decir que Washington dispone de 11 portaaviones de propulsión nuclear en servicio (10 de la clase Nimitz y uno de la Gerald R. Ford), y cada uno de ellos cuenta con su propio grupo de buques de escolta. En el mundo tan solo existe otro portaaviones de similares características: el francés Charles de Gaulle. Además, los norteamericanos cuentan con 70 submarinos de propulsión nuclear, un número superior al de todas las armadas unidas de las demás naciones.
Esta capacidad militar permite a Estados Unidos controlar todas las zonas marítimas estratégicas (puntos de paso obligado, estrechos, canales, etcétera), algo esencial para mantener la superioridad en el proceso de globalización. Como dijo Maquiavelo en El príncipe: «Siempre tendrá aliados quien tenga un buen Ejército». El inmenso poder bélico con el que cuenta la Casa Blanca le garantiza una cohorte de acólitos. Algunos lo son por afinidad ideológica, mientras que otros creen que aliarse con el gran poderoso del momento, en vez de oponerse a él, beneficia más a los intereses de su país. Son muchos los que siguen pensando como Napoleón, quien aseguraba que «Dios está a favor del que tiene más cañones».
Rusia no tiene amigos. Temen nuestra inmensidad. Solo tenemos dos amigos en los que se puede confiar: nuestro Ejército y nuestra Armada.
ZAR ALEJANDRO III DE RUSIA
Esta cita, pronunciada por el monarca ruso un día antes de su muerte, sigue teniendo predicamento en la nomenclatura rusa. El ministro de Exteriores Serguéi Lavrov afirmaba en 2016 en una entrevista al diario Komsomólskaia Pravda, que «los únicos aliados de nuestro país son el Ejército, la Flota y ahora las Fuerzas Aeroespaciales». Por su parte, el 23 de febrero de 2017 el entonces viceprimer ministro ruso Dmitri Rogozin,3 coincidiendo con la celebración del Día del Defensor de la Patria, dijo a sus conciudadanos: «Rusia tiene solo tres aliados: el Ejército, la Armada y el complejo industrial militar». Estas declaraciones hacen énfasis en un aspecto fundamental: el papel determinante que aún juegan las Fuerzas Armadas.
Zachary Keck, editor de la revista The National Interest, una de las publicaciones más destacadas sobre relaciones internacionales, empleó una cita de Mao Zedong, «el poder nace del fusil», para confirmar la importancia capital que tienen las capacidades de las Fuerzas Armadas a la hora de evaluar el poderío de una nación.4 Según Keck, «en un sistema anárquico como lo son las relaciones internacionales, el poder militar es la principal moneda nacional. Un Estado puede tener toda la cultura, el arte, la filosofía, el esplendor y la gloria del mundo, pero todo esto es en vano si no cuenta con un poderoso Ejército para defenderse».
Por medio de un recorrido histórico, el autor muestra una serie de ejércitos que jugaron un papel preponderante en una época concreta. El primero de ellos fue el Ejército de Roma, las famosas legiones que en pocos siglos se hicieron con el control de gran parte del mundo entonces conocido. Para atraer a sus soldados, que llegaban a pasar hasta 25 años en filas, Roma los incentivaba con concesiones de terrenos. En 1206 los mongoles comenzaron su expansión con unas fuerzas que rondaban el millón de efectivos, y con las que conquistaron grandes extensiones de Rusia, China y Oriente Medio. El general Temujin, más conocido como Gengis Kan, fue el impulsor de la táctica de la rápida movilidad y la resistencia, la cual, unida a la naturaleza nómada de los mongoles, favorecía notablemente su avance. Para influir en la moral de los enemigos, los mongoles realizaban deliberadas muestras de crueldad, como asesinar a la totalidad de la población de algunos territorios conquistados, o difundían rumores, con frecuencia infundados, sobre las capacidades que tenían sus tropas.
Aunque la configuración y el despliegue de los ejércitos han cambiado a lo largo de la historia, su relevancia sigue presente. Martin Vargic, diseñador gráfico de nacionalidad eslovaca, elaboró en el año 2014 una serie de infografías5 en las que muestra cómo el tamaño de los ejércitos creció durante un tiempo y después disminuyó, a medida que las guerras convencionales entre Estados fueron reduciéndose y, paralelamente, los avances tecnológicos incrementaron su importancia en detrimento de los medios humanos. Los gráficos ofrecen una visión global de la evolución de las potencialidades militares, los equilibrios de poder entre bloques antagónicos y la determinante influencia que ha tenido la capacidad bélica para convertir a algunos países en superpotencia. Arrojan también datos curiosos: en 1950 el número de efectivos de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos era muy similar al que poseía la dinastía Ming en China en torno al año 1500. •
El Ejército otomano, que en 1453 logró dominar la casi impenetrable Constantinopla, y que mantuvo durante siglos un poder hegemónico en la región, basó su fortaleza en la pronta incorporación, antes que sus rivales, de armas como mosquetes o cañones, y también en su poderosa infantería: los jenízaros. Este término procede del vocablo turco yeniçeri, que significa «nuevas tropas». Fundado por el bey Orhan I en 1330 como su guardia personal, este cuerpo de defensa estaba compuesto por adolescentes y jóvenes originarios de familias cristianas y prisioneros de guerra que recibieron una sólida formación física y de tácticas de guerra, lo que convirtió a los jenízaros en una unidad altamente profesionalizada.
El Ejército de la Alemania nazi también tuvo un elevado nivel de preparación en mandos y tropa, lo que, unido a una innovadora táctica conocida como Blitzkrieg o «guerra relámpago» —caracterizada por ataques veloces, coordinados tierra-aire y sorpresivos—, hizo de estas tropas una maquinaria de guerra casi imparable. En la Segunda Guerra Mundial, el Ejército soviético basó su enorme potencial en una gran cantidad de efectivos a cuyo sostenimiento estaba dedicada la práctica totalidad de los recursos nacionales, ya que, como dijo Stalin, «en esta guerra los ingleses ponen el tiempo; los americanos, el dinero, y nosotros, la sangre».
En su informe correspondiente al año 2018, Global Firepower, que se dedica al análisis de las capacidades militares de más de 135 países basándose en la potencia militar y factores como la geografía, la economía o los recursos, concluye que, tras el Ejército más poderoso del mundo (Estados Unidos), se sitúan Rusia, China, India y Francia. Washington solo es superado por Moscú en el número de carros de combate (20.216 medios acorazados rusos frente a 5.884 estadounidenses). En el resto de los apartados, los arsenales de Estados Unidos son numéricamente superiores, con diferencias en muchas ocasiones abismales.
En cuanto a efectivos, al incluir el personal en situación de reserva, Estados Unidos tiene más de 2,4 millones de soldados, pero es superado por Corea del Norte (con un total de 6,4 millones de efectivos en un país de 25 millones de personas), Corea del Sur (5,8 millones de efectivos), Vietnam (5,5 millones), India (4,2 millones), China (3,7 millones) y Rusia (3,4 millones).6
Por su parte, el portal Statista,7 que solo contempla el personal militar en servicio activo, señala que el Ejército Popular de Liberación chino cuenta con el mayor número de efectivos: 2.183.000. A China le sigue India (1.362.500 soldados), Estados Unidos (1.281.900),8 Rusia (1.013.628) y Corea del Norte (945.000). Los tres últimos países de la lista con mayores integrantes en el Ejército son Pakistán (637.000), Corea del Sur (625.000) e Irán (534.000).
Estas cifras indican claramente la desmedida importancia que algunas potencias dan al poder militar, tanto como pieza clave para ejercer una adecuada disuasión, como —y eso es lo más inquietante— con el propósito de estar preparadas para entrar en guerra en cualquier momento. •
El armamento moderno no necesita tener militares en la primera línea del frente. En tiempos de paz, poco importa dónde se emplacen las fuerzas militares. Lo que cuenta son los medios para hacer la guerra.
VLADIMIR PUTIN, Conversations avec Poutine
En la actualidad, y como ya hemos señalado, el Ejército más poderoso es el de Estados Unidos, pues entre sus principales activos se encuentra la capacidad de desplegar, de manera eficaz y rápida, grandes contingentes de efectivos y medios materiales en prácticamente cualquier punto del planeta.
De acuerdo con el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar mundial en 2017 —que incluye la compra de armamento, así como sueldos, pensiones, equipo diverso, investigación y desarrollo— fue de 1.740.000 millones de dólares. Estados Unidos invirtió 610.000 millones, el 35 % del total del mundo, una cifra tres veces más alta que la de China (228.000 millones) y prácticamente 10 veces más que la de Rusia (66.300 millones; lo redujo un 20 % con respecto al año anterior). Además, el gasto estadounidense es mayor que el de los siguientes siete países juntos, puesto que China gastó el 13 % del total mundial; Arabia Saudí, 4 %; Rusia, 3,8 %; India, 3,7 %; Francia, 3,3 %; Reino Unido, 2,7 %, y Japón, 2,6 %.
Por su parte, el informe The Military Balance 2018, elaborado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), proporciona unas cifras similares: las Fuerzas Armadas estadounidenses se mantienen como las más potentes y mejor equipadas del mundo, con un presupuesto de 602.800 millones de dólares. Estos datos nos confirman la aplastante superioridad de los norteamericanos en el campo militar, motivo por el que Washington es tan temido, y su capacidad para someter voluntades políticas foráneas, tan significativa.
Pero al actual presidente Donald Trump estas cantidades no le parecían suficientes. El 14 de agosto de 2018, en la base militar de Fort Drum (Nueva York), anunció el gasto militar para el siguiente año fiscal, el cual elevó a 716.000 millones de dólares. El objetivo de este sustancial incremento lo dejó muy claro: las Fuerzas Armadas de Estados Unidos tienen que estar a la vanguardia tecnológica para mantener la supremacía y ganar cualquier conflicto de forma rápida y decisiva. En esta nueva propuesta llamada Ley de Autorización de Defensa Nacional John S. McCain (irónicamente Trump puso el nombre de su adversario político, quien falleció días después) hay un matiz muy importante que no podemos obviar: no perseguirá un aumento cuantitativo de las capacidades bélicas —el número de militares y civiles, así como de medios de combate, implicados en el ámbito de la defensa ya es muy elevado—, sino que se orientará a dar un salto cualitativo, con miras a disponer de las «tecnologías más avanzadas y letales jamás desarrolladas», que permitan a Washington hacer frente con suficientes garantías de éxito a los ejércitos que cuentan con millones de combatientes entre personal en activo y reservista. Además, Trump hace un guiño a los militares; conocedor de la trascendencia de su apoyo político, les incrementa el sueldo en un 2,6 %. •
«Hoy cada habitante de este planeta puede contemplar el día en que este planeta ya no será habitable. Cada hombre, mujer y niño vive bajo una espada de Damocles nuclear colgando de un delgado hilo, capaz de cortarse en cualquier momento por accidente o error de cálculo, o por locura. Estas armas de guerra deben ser abolidas antes de que nos acaben aboliendo a nosotros.»
En torno al 92 % del total de armas nucleares se encuentran en manos de Estados Unidos y Rusia, con casi 7.000 cabezas cada uno. Los arsenales atómicos del resto de los países están a mucha distancia, pues se cuentan en cientos o decenas: Francia (300 cabezas), China (280), Reino Unido (215), Pakistán (entre 140 y 150), India (entre 130 y 140), Israel (80) y Corea del Norte (entre 10 y 20).
Estas armas, de carácter más político que estratégico, podrían destruir completamente el planeta cientos de veces. ¿De verdad se necesitan tantas? ¿Han sido el garante de la paz en los últimos 70 años, como algunos argumentan? ¿Podemos seguir soñando con que algún día desaparecerán? Difíciles respuestas. Aunque algo está claro: las grandes potencias nunca se desharán de ellas, al menos en su totalidad. Dan demasiado miedo a los que no las poseen, y esa es la esencia del poder. •
Más de medio siglo después de esta alocución, pronunciada por el presidente John F. Kennedy en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el armamento nuclear, lejos de ser eliminado, goza de una notable implantación. Actualmente, la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS) —creada en 1945 por los técnicos que participaron en el Proyecto Manhattan para el desarrollo de la bomba atómica— elabora análisis científicos relacionados con la seguridad nacional e internacional. Esto es muy curioso, pues, si la utilidad real de las armas nucleares constituye un tema confuso, resulta aún más disonante el cúmulo de personas que, habiendo tenido responsabilidades sobre los arsenales atómicos de Estados Unidos, se vuelven activistas antinucleares tras la jubilación.
Pues bien, en el informe de mayo de 2018, la FAS reveló que, a pesar de que los arsenales atómicos han experimentado una disminución desde la Guerra Fría, el número de ojivas nucleares en el ámbito mundial todavía se situaba en unas 14.455 unidades. No hay que olvidar que la cantidad exacta de armas nucleares que posee un Estado, así como el grado de operatividad, es un secreto celosamente guardado. En este sentido, los datos de esta federación son estimaciones en las que se tiene en cuenta información pública, registros históricos y datos oficiales que en ocasiones son desvelados por error o de manera interesada.
Según este informe, Estados Unidos, Rusia y Reino Unido han reducido el número total de armamento de este tipo, si bien a un ritmo menor del mantenido durante los últimos 25 años. Los inventarios de Francia e Israel han permanecido estables, mientras que los de China, Pakistán, India y Corea del Norte han aumentado. Con respecto a este último país, queda por ver la aplicación real del acuerdo alcanzado en la cumbre mantenida en junio de 2018 entre los presidentes Kim Jong-un y Donald Trump, pacto que teóricamente —aunque con muchas dudas— podría desembocar en una reducción e incluso desaparición de la actual capacidad nuclear de este Estado asiático.
Datos muy similares arroja el último estudio publicado en SIPRI Yearbook 2018,9 en el que se contempla que, a inicios de 2018, un total de 14.465 armas nucleares estaban bajo el control de nueve países, y se muestra una ligera disminución del número de ojivas con respecto a 2017, cuando se estimaban en 14.935 unidades.
Aunque Estados Unidos y Rusia continúan reduciendo el número de armas estratégicas, están al mismo tiempo desarrollando, según el SIPRI, programas a largo plazo para modernizar sus arsenales nucleares. A principios de febrero de 2018, la Revisión de la Postura Nuclear estadounidense (NPR) insistía en la necesidad de llevar a cabo programas de modernización y desarrollo de nuevo armamento nuclear. Igualmente hacía hincapié en un aspecto que no es en absoluto baladí: la ampliación de las opciones nucleares como instrumento de disuasión no solo contra ataques atómicos, sino también contra agresiones estratégicas convencionales.
Así, en la página 21 de la NPR se dice: «Estados Unidos solo consideraría el empleo de armas nucleares en circunstancias extremas para defender los intereses vitales del país, sus aliados y socios. Las circunstancias extremas podrían incluir importantes ataques estratégicos no nucleares. Los ataques estratégicos no nucleares importantes suponen, entre otros, ataques a la población o la infraestructura civil de Estados Unidos, aliados o socios, y ataques a las fuerzas nucleares estadounidenses o aliadas, su mando y control, o capacidades de evaluación de detección y ataque».10 Ante esta declaración, las respuestas de Rusia y China no se hicieron esperar.
En comparación con las convencionales, el empleo de las armas químicas por parte de los Estados no es especialmente eficaz. Pueden convertir en víctima al que las utiliza, pues el viento es impredecible, al igual que otras condiciones atmosféricas. Además, hay que disponer de medios de protección para las tropas y la propia población. Son también costosas de fabricar a gran escala y de mantener seguras, y los resultados son poco previsibles en operaciones, motivo por el que fueron prohibidas tras la Guerra Fría. Por no mencionar que pueden generar una escalada que termine incluso en enfrentamiento nuclear.
Hay una gran hipocresía sobre su uso. Parece que los muertos por agresivos químicos tengan una especial significación, que importe más el arma asesina que las víctimas asesinadas. Por otro lado, han sido la justificación perfecta para entrar en guerra y atacar al adversario, con el argumento de que dispone de estas armas, las emplea o las puede emplear contra su pueblo. •
El 3 de febrero de 2018, el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso difundió un comunicado en el que mostraba su preocupación por la postura estadounidense: «… la disposición a usar armas nucleares para evitar que Rusia emplee su arsenal nuclear, expresada en la nueva NPR, equivale a cuestionar nuestro derecho a defendernos contra una agresión que amenace la supervivencia del país. Esperamos que Washington sea consciente del gran peligro que supone que tales disposiciones doctrinales se muevan en el ámbito de la planificación militar práctica».11 Un día después, el 4 de febrero, el coronel Ren Guoqiang, portavoz del Ministerio de Defensa Nacional de la República Popular China, expuso: «Esperamos que Estados Unidos descarte la mentalidad de guerra fría y asuma su propia responsabilidad especial y primordial para el desarme nuclear, que comprenda correctamente las intenciones estratégicas de China y que tenga una visión clara de la defensa nacional y el desarrollo militar chino».12
Sin duda, tanto la modernización de los arsenales como el desarrollo de nuevas armas nucleares son dos temas inquietantes. Además, los estudios no suelen mencionar las armas nucleares tácticas, las que con mayor probabilidad se podrían usar en un enfrentamiento futuro. Hay insistentes rumores de que este tipo de ingenios, de reducidos efectos radiactivos para que el terreno afectado pueda ser ocupado a la mayor brevedad, se han empleado ya en Yemen, e incluso en Siria.
… solo nos dimos cuenta de la posibilidad de usar armas biológicas o químicas cuando el enemigo atrajo nuestra atención sobre ellas, al repetir continuadamente su preocupación sobre la facilidad con que podían producirse y la accesibilidad de los materiales.
AYMÁN AL ZAWAHIRÍ
El término Armas de Destrucción Masiva (ADM) lo acuñó por primera vez en 1937 un periódico de Londres refiriéndose a los bombardeos aéreos masivos. Se popularizó después con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, por lo que incluía el arma nuclear. Por extensión, posteriormente recogió a todas las armas NBQ: nuclear, biológica —inicialmente solo bacteriológica— y química, y actualmente se ha incluido la R de radiológica (NRBQ). Se considera que un arma entra dentro de esta definición cuando sus efectos son amplios, devastadores, indiscriminados y duraderos.
Si las armas nucleares son temibles, igual o más de preocupantes lo son las químicas, biológicas y radiológicas. El control de estas es aún más difícil por varias razones: el uso dual civil-militar, la facilidad con la que se pueden fabricar en prácticamente cualquier instalación dotada de medios básicos y el desarrollo de las llamadas armas binarias, en las que sus componentes, por separado, son inocuos. Aunque hay acuerdos internacionales que intentan regular su fabricación, almacenamiento y uso, lo cierto es que se desconoce cuáles pueden ser las capacidades reales de que disponen los Estados, tanto las actualmente disponibles como las que podrían desarrollar en plazos muy breves.13
Las armas químicas son las «armas nucleares» de los países pobres, que las utilizan como elemento disuasorio. Se estima que actualmente existen en el mundo al menos nueve millones de unidades de agresivos químicos altamente tóxicos. Algunas sustancias químicas industriales tienen una elevada toxicidad, aunque no se consideran armas porque no han sido fabricadas para causar daños. Sin embargo, en manos de terroristas podrían convertirse en un agresivo capaz de provocar un elevado número de víctimas, además de los demoledores efectos psicológicos que implican. •
Las armas biológicas hacen uso de organismos o toxinas vivientes para enfermar o matar a personas, animales y plantas. Estos organismos o toxinas se encuentran en la naturaleza, por lo que es difícil diferenciar los brotes de enfermedades naturales de un posible ataque con agresivos biológicos. El arma biológica es potencialmente la más destructiva conocida, pues un solo agente o individuo infectado puede afectar a millones de seres. Sin embargo, los científicos no se ponen de acuerdo sobre el grado de dificultad que un actor estatal o no estatal tendría para infectar rápidamente a un gran número de personas.
Dentro de este campo tan espeluznante se pueden incluir el ecoterrorismo (ataques contra el ecosistema, que afectarían al ser humano, animales, plantas y medio ambiente), el bioterrorismo (empleo de agentes biológicos), el agroterrorismo (introducción de una enfermedad en animales o plantas), las bioarmas (uso de patógenos como arma de guerra), las armas genéticas o etnobombas (organismos biológicos letales que son capaces de elegir a las víctimas por el origen étnico) y la guerra entomológica (utilización de insectos en ataques directos o como vectores para suministrar un agente biológico).14
En este contexto cabe destacar la aparición de nuevos virus y bacterias resistentes a los fármacos, y la creciente preocupación por la resistencia microbiana a los antibióticos como consecuencia del uso indiscriminado en personas y animales. Si el virus del sarampión —que está alcanzando récords de infectados en Europa— es inquietante, lo es mucho más el de la viruela, ya que esta enfermedad fue erradicada hace unos años y en la actualidad no existen programas de vacunación, lo que deja a generaciones enteras sin ningún tipo de protección ante una hipotética agresión generalizada por parte de un país u organización terrorista.
La Convención de Armas Biológicas de 1975 es el tratado más antiguo que prohíbe una amplia categoría de ADM. No obstante, el tratado no estipula ninguna medida de verificación efectiva, y tampoco existe una organización responsable de la implementación de dicha prohibición. Esto deja una ventana abierta al uso perverso de una amplia gama de agresivos con capacidad apocalíptica de causar daños físicos y psicológicos. •
Aristipo de Tesalia tenía entonces lazos de hospitalidad con Ciro y, presionado por los opositores políticos de su patria, fue a él para pedirle alrededor de dos mil mercenarios y una soldada de tres meses, pensando que así se impondría a sus adversarios. Ciro le dio en torno a cuatro mil mercenarios y una soldada de seis meses, y le pidió que no cesara la guerra contra sus adversarios antes de consultárselo.
JENOFONTE, Anábasis
La figura de los mercenarios comienza prácticamente con los ejércitos organizados. La referencia más antigua se remonta al año 1457 a.C., en una batalla que tuvo lugar en Megido15 (localidad situada en el actual Israel) entre las tropas del faraón Tutmosis III y las de una coalición tribal comandada por el rey de Kadesh (actualmente en Siria). En la victoria del regente egipcio tuvo un importante papel el contingente de mercenarios encuadrados en sus filas.
Recurrir a este tipo de efectivos se mantuvo con el paso de los siglos. Por ejemplo, en la época de Jenofonte (430-355 a.C.) también era frecuente la contratación de mercenarios. Pero a partir de 1648, tras la Paz de Westfalia, las Fuerzas Armadas, junto con las de seguridad, experimentaron un paulatino proceso de profesionalización y subordinación al poder estatal, de modo que los grupos de combate de naturaleza privada prácticamente desaparecieron. Sin embargo, esta tendencia se rompió a partir de los años sesenta del pasado siglo, en conflictos como los del Congo Belga o la guerra de Biafra, en los que resurgieron grupos de mercenarios.16
En 1989 nació en Sudáfrica una compañía militar privada llamada Executive Outcomes (EO). Creada por Eeben Barlow, antiguo teniente coronel del Ejército sudafricano, el espíritu de la firma fue claramente descrito por Nic van der Bergh, su director ejecutivo: «Somos una empresa privada, no una agencia humanitaria». El cometido principal de EO fue proporcionar entrenamiento encubierto a las fuerzas especiales de distintos países. Entre sus misiones destacó la formación de un selecto grupo de soldados que se infiltraron en los sindicatos que controlaban el tráfico ilegal de diamantes en Botsuana. Asimismo, en 1992 entrenó a las fuerzas angoleñas y luego combatió a favor del Gobierno contra los rebeldes de la Unidad Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), para lo que empleó a exmilitares sudafricanos. La tarea de EO consistió principalmente en auxiliar al Gobierno de Luanda para recuperar el control de los yacimientos petrolíferos de Soyo, en poder de los miembros de la UNITA. Se estima que en esta operación los honorarios percibidos por EO, que corrieron por cuenta de la empresa petrolera paraestatal angoleña Sonangol, rondaron los 40 millones de dólares.
Un aspecto llamativo es la paulatina tendencia a volver a implantar el servicio militar obligatorio. Esto no deja de sorprender si tenemos en cuenta que los ejércitos se han ido profesionalizando porque ya no se necesita grandes masas de soldados en los actuales escenarios de actuación, mayoritariamente de baja y media intensidad. Asimismo, se pensaba que la tecnología exigía una alta formación que no era compatible con la tropa de reemplazo. Pero lo cierto es que se está produciendo un retorno a este reclutamiento forzoso. Noruega, por ejemplo, hizo extensivo el servicio militar obligatorio a las mujeres en 2014, mientras que Francia se plantea implantar el Servicio Nacional Universal, con una duración de un mes, tanto para hombres como para mujeres de 16 años. Italia y Alemania también están estudiando una fórmula similar, y el último caso conocido es el de Marruecos, que a finales de agosto de 2018 puso en marcha una mili obligatoria de un año para hombres y mujeres de entre 19 y 25 años.
Esperemos que esta circunstancia tan solo sea consecuencia de necesidades sociales de cada nación, como puede ser concienciar a los habitantes de sus responsabilidades ciudadanas o fomentar la integración entre todos los ciudadanos de las distintas partes del país. Pero que no signifique una mayor preparación para una guerra inminente. •
En 1995, cuatro años después de que comenzase la cruenta guerra civil que asoló Sierra Leona, el Frente Revolucionario Unido avanzó hasta ocupar posiciones a poco más de 30 kilómetros de Freetown, la capital. Fue entonces cuando el Gobierno contrató los servicios de EO. Unos 200 efectivos altamente cualificados y provistos de un helicóptero de combate consiguieron frenar el avance rebelde. Por esta operación se cree que EO percibió 15 millones de dólares e importantes concesiones mineras en Sierra Leona, lo que le resultó mucho más rentable.
Con el paso del tiempo, y siguiendo la estela de EO, surgieron otras entidades similares en Estados Unidos. El término mercenarios, con el que se solía designar a los integrantes de estos ejércitos privados, perdió fuerza tras la prohibición de su uso por Naciones Unidas en el año 2001. Desde entonces a los miembros de estos grupos se les llama contratistas, y las empresas que ejercen esta actividad reciben el nombre de Compañía Militar y de Seguridad Privada. Como el campo de la seguridad abarca una gran variedad de actividades, nos vamos a centrar en las firmas que realizan principalmente o de forma exclusiva actividades relacionadas con el ámbito militar, es decir, aquellas en las que sus miembros son entrenados para entrar en combate, las denominadas como Compañías Militares Privadas (CMP).
Actualmente las CMP están presentes en numerosos países, principalmente en los escenarios de conflicto. La mayoría de ellas son de capital anglosajón, con sede principal en Estados Unidos o Reino Unido. Sin embargo, en los últimos años se han fundado empresas de este tipo en otros países. Aunque el artículo 348 del Código Penal ruso prohíbe expresamente la figura del mercenario, se cree que a partir de 2011 Rusia empezó a plantearse la posibilidad de crear CMP para su empleo en el extranjero, como una forma de garantizar los intereses nacionales sin la participación directa del Estado. En realidad, el Kremlin no hacía más que replicar lo que hasta entonces habían hecho con profusión otros países, especialmente Estados Unidos. Además, se consideró que estas compañías podían acoger a los militares retirados, pues en ese momento los ministerios rusos de Defensa e Interior planeaban una reducción en sus plantillas.
Años antes, en 2007, ya se había dado un tímido pero importante paso en esta dirección: la Duma había aprobado que dos potentes compañías energéticas rusas, Gazprom y Transneft, pudiesen dotar de armas de fuego a su personal de seguridad para proteger sus instalaciones, lo que en cierta medida generó una base legal para las CMP. Hoy en día, la CMP rusa más conocida es Wagner Group, sobre la que hay más sospechas que certidumbres. Dmitri Valerievich Utkin, teniente coronel en situación de reserva, y oficial hasta 2013 en la Segunda Brigada Spetsnaz (las fuerzas especiales rusas) con base en Pskov, fundó esta empresa tras retirarse del servicio activo y después de unirse a Moran Security Group, una compañía que proporciona servicios de seguridad fundamentalmente en el ámbito naval, contra la piratería.
Sin duda, la CMP más conocida es Blackwater. Fundada por Erik Dean Prince, quien formó parte de los Navy SEAL —la principal fuerza de operaciones especiales de la Armada estadounidense—, esta empresa se dio a conocer en 2007, tras perpetrar la matanza de 17 civiles en la plaza Nisour de la capital iraquí. En 2009 adquirió el nombre Xe, y dos años después pasó a denominarse Academi, cuando ya se había desvinculado de su fundador.
En la actualidad, las CMP forman parte del paisaje de las relaciones internacionales y representan un elemento importante de la política exterior de las grandes potencias. Viven en una especie de anarquía legal, que es precisamente aprovechada por sus empleadores. •
Según datos ofrecidos en noviembre de 2015 por InformNapalm.org,17 existe una decena de CMP rusas que habrían actuado en escenarios como Ucrania y Siria. No obstante, los datos ofrecidos deben ser tomados con la debida reserva, pues esta web, creada por el periodista ucraniano Roman Burko y el georgiano experto en temas militares Irakli Komaxidze, nació, como ellos mismos afirman, como «respuesta a la agresión rusa en Ucrania en marzo de 2014» y tiene como objetivo «desenmascarar los mitos y exponer los secretos de la guerra híbrida rusa».
No debe olvidarse que hay una guerra mediática abierta entre Rusia y algunas potencias occidentales, que se libra en diversos escenarios, como es el caso de Ucrania. Entre febrero y marzo de 2018, y dentro del marco de esta lucha psicológica llevada a cabo por diversos actores, se generó una gran campaña propagandística contra la presencia y las acciones de Wagner en Siria. En todo momento, la prensa occidental tildó a los efectivos de Wagner de mercenarios, con el único afán de descalificarlos y crear entre los ciudadanos una imagen peyorativa de ellos. Por el contrario, a los miembros de las CMP anglosajonas siguieron llamándolos contratistas. •
En 2014, Wagner desplegó por primera vez efectivos en la ciudad ucraniana de Luhansk. La llegada a territorio sirio se produciría un año después, en 2015. Desde el primer momento se vinculó a esta CMP con el Gobierno ruso, que siempre ha negado esta relación. Inicialmente, la misión de Wagner sería proteger instalaciones sensibles, aunque con posterioridad habrían tomado parte en acciones bélicas y desempeñado un importante papel en los combates en la ciudad de Palmira.18 Según algunas fuentes no contrastadas, el número de efectivos desplegados en Siria serían unos 1.600, de los cuales unos 600 podrían haber fallecido en combate. Estos miembros, una vez reclutados por Internet, habrían sido formados por antiguos spetsnaz, y en el escenario sirio cobrarían unos 3.000 dólares mensuales.
Además de en Siria, otras fuentes apuntan a que efectivos de Wagner estarían desplegados en el territorio africano. En Sudán podrían estar prestando respaldo militar al presidente Omar al Bashir a cambio de contratos más ventajosos para las empresas rusas; también estarían protegiendo yacimientos de minerales. En la República Centroafricana estarían dedicados a la formación de miembros de las Fuerzas Armadas de ese país, así como a la protección del presidente y de explotaciones mineras.
Según The Interpreter,19 portal especializado en noticias publicadas en la prensa rusa, Wagner no sería la única CMP rusa actuando en Siria. Otra empresa llamada Patriot estaría operando al menos desde la primavera de 2018. Wagner se centraría en las misiones de combate, mientras que los operativos de Patriot se dedicarían a la protección de las personalidades más relevantes del Gobierno sirio. Andréi Kebkalo, jefe de la CMP ucraniana Omega Consulting Group, ha señalado la posibilidad de que existiese una tercera CMP rusa, de la que no se conoce el nombre y que estaría encargada de la seguridad en la construcción de unas instalaciones rusas en Burundi.
Aunque son muy poco conocidas, también hay CMP chinas operando en distintas partes del mundo. Son legales desde 2010 y fueron creadas para defender los intereses de las empresas chinas situadas en países donde hay conflictos. Estas CMP se dedican sobre todo a la protección de los campamentos o las zonas residenciales y de trabajo, de manera que sus miembros no portan armas y prefieren contratar a grupos locales en caso de que haya que combatir. De esta forma, China evita incidentes en los que se vea involucrado el personal de su país. Como todavía es un sector incipiente, que avanza lentamente, solo hay dos empresas con una cierta relevancia: DeWe Security, fundada en 2011 por exmilitares y policías chinos, y HXZA, dedicada principalmente a la protección de los transportes marítimos de los principales grupos chinos.
Finalmente, el modelo de CMP ha sido incluso imitado por grupos terroristas de inspiración yihadista. El ejemplo más evidente es Malhama Tactical, fundada en mayo de 2016 por un individuo de origen uzbeko que se hacía llamar Abu Rafik o Abdul Mukadim Tatarstani. Se especula que era un veterano de las Fuerzas Aerotransportadas de Rusia y que posiblemente fue eliminado en un bombardeo ruso sobre la ciudad siria de Idlib en 2017. Antes de su desaparición colaboró en la formación y las acciones de conocidos grupos yihadistas, como el Partido Islámico del Turquestán y la filial de Al Qaeda en Siria —Jabhat Fateh al Sham (anteriormente conocida como Frente al Nusra) y su sucesor Hay’at Tahrir al Sham—. En 2016, algunos integrantes de Malhama Tactical ayudaron a los yihadistas a combatir contra las fuerzas de Al Asad al sur de Alepo.
Pese al retroceso experimentado por estos grupos en Siria, Malhama Tactical puso de manifiesto que el modelo de CMP implantado desde la perspectiva del yihadismo podría ser viable y proporcionar resultados prácticos sobre el terreno. Un modelo altamente peligroso en caso de que se generalice su práctica.20
1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.
ISAAC ASIMOV
Cuando en 1950 Isaac Asimov planteaba estas cuestiones en su obra Yo, robot, las máquinas con un nivel de complejidad tan elevado como para ser capaces de tomar decisiones de manera autónoma se circunscribían al campo de la ciencia ficción. En la actualidad, estas barreras ya han caído, y esa posibilidad va camino de convertirse en una realidad tangible.
En abril de 2015 se celebró en Ginebra una reunión de los miembros de la Convención sobre Armas No Convencionales, dependiente de la ONU. El encuentro buscaba sentar las bases para un futuro acuerdo que prohibiera el desarrollo de los llamados Sistemas de Armas Autónomos Letales (LAWS). En su intervención, el sudafricano Christof Heyns, asesor de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, fue meridianamente claro: «Tenemos que llegar a un compromiso serio antes de que nos encontremos en un mundo con máquinas que pueden matar a seres humanos. Los soldados robots, a diferencia de las personas, nunca podrán actuar movidos por la compasión».
Para el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), estos ingenios presentan muchas incertidumbres. Por su condición de máquina, un sistema de este tipo en modo alguno podría ser responsable de sus acciones, aunque sus actuaciones derivasen en crímenes de guerra. Llegados a este punto, tampoco quedaría claro quién debería ser el responsable de esos actos (diseñador, programador, ingeniero, fabricante…), por lo que el CICR se pregunta: «Si no puede determinarse la responsabilidad de conformidad con el derecho internacional humanitario, ¿es lícito o ético desplegar tales sistemas?».
En enero de 2018, War Room, el diario digital de la Escuela de Guerra del Ejército de Estados Unidos, publicó un artículo titulado «Killing with Autonomous Weapons Systems». En este texto, el investigador Michael Saxon y el teniente coronel Christopher Korpela, ambos del Robotics Research Center de West Point,21 sostienen que los LAWS «han llegado para quedarse», pues poseen varias ventajas respecto de los sistemas controlados por humanos. En el artículo se afirma que fiar a la mente humana la responsabilidad de tomar las decisiones sobre el empleo de la fuerza letal deja a los combatientes en desventaja táctica en algún momento. En un escenario de batalla en el que solo una de las partes haya optado por el empleo de máquinas totalmente autónomas, el adversario que conserve la intervención humana en la toma de decisiones puede encontrarse en la tesitura de que sus máquinas sean superadas y destruidas rápidamente, al igual que las personas a las que estas debían proteger. Por ello, para Saxon y Korpela, la aunténtica decisión es valorar si se emplea o no este tipo de sistemas en primer lugar.
Por su parte, el Mando de Formación y Doctrina del Ejército de Estados Unidos (TRADOC), que dirige la estrategia de robótica y sistemas autónomos de este país, considera que para 2025 habrá operaciones de transporte totalmente independientes de la intervención humana, y para 2035 podrán realizarse acciones de combate de forma autónoma.
Sin duda, el campo de la robótica abre un escenario totalmente nuevo, en el que solo la ética y la moral pueden evitar que se produzcan en el futuro, cada vez más próximo, verdaderos desastres para la humanidad. Pero como el ser humano es capaz de someter a sus semejantes a los mayores sufrimientos con tal de tener el poder, cabe esperar una nueva carrera armamentista por la supremacía en el dominio de la guerra robotizada, en la que la persona dejará de tener valor.
Se estima que, para el año 2020, el gasto mundial en robótica y servicios relacionados con la misma se situará en la nada desdeñable cifra de 188.000 millones de dólares. Fundamentalmente, Estados Unidos, Rusia, China e Israel son los países más avanzados y con el mayor número de investigaciones en este campo. Si siempre se ha dicho que la guerra es inhumana, en un futuro muy próximo simplemente será no humana, pues la llevarán a cabo robots. Pero que no nos quepa duda de que los seres humanos la seguiremos padeciendo. •
Como se ha visto, si bien la fuerza militar no tiene la absoluta trascendencia de la que disfrutó hasta no hace muchos años, es obvio que todavía es uno de los grandes pilares de cualquier Estado, el gran «juguete» con el que gusta impresionar a propios y extraños.
En los últimos años, los presupuestos de defensa de los países europeos se han ido reduciendo, mientras que el de Estados Unidos, líder indiscutible de la Alianza Atlántica, no ha dejado de crecer. Y ahora Washington exige a sus socios de la OTAN un incremento sustancial, que en algunos casos implica duplicar la cuantía, si quieren seguir amparados por el paraguas estadounidense. El argumento empleado por Donald Trump es que los europeos invierten en servicios sociales lo que no gastan en defensa y, en cierto modo, se lo están quitando a los ciudadanos estadounidenses al ser la Casa Blanca la que tiene que hacer el esfuerzo. Fácil no lo tiene la Administración norteamericana, pues Europa no está para gastos extraordinarios, pero no por ello dejará de presionar a sus aliados.