Una maleta pequeña, un bolso de mano, un estúpido sombrero vaquero y botas a juego que combinaban con mi vestido floreado, eso era todo lo que traía conmigo.
Estacioné en el arcén y revisé el confuso camino que el GPS me marcaba.
—Joder, ¿por qué había creído que venirme a vivir a un rancho en medio de la nada sería lo adecuado?
Las indicaciones resultaban liosas, y no sabía qué ruta era verdaderamente la correcta; parecía ser que Google Maps se había olvidado de actualizar ese sitio en el que sólo podían verse montañas y extensiones de campo.
Bajé de mi coche y automáticamente las miradas se dirigieron en mi dirección; después de tanto viaje, en ese momento me hallaba en una zona de tiendas situadas a un lado de la calzada, así que tuve la esperanza de no estar tan lejos.
«¿Qué hay de malo en mí?», pensé de inmediato. Las pocas personas que rondaban por los alrededores me observaban como si fuera un pez fuera del agua... y en realidad lo era, y, al parecer, ellos lo habían descubierto en tan sólo un tris.
Un hombre robusto, joven, con aspecto de ser un vaquero del lugar, permanecía apoyado con el codo en la ventanilla de su camioneta, una F-150 de color azul.
Rápidamente estudié su aspecto: llevaba una camisa a cuadros, arremangada y ajustada a su forma atlética y esculpida, que dejaba ver parcialmente la tinta de un tatuaje; pantalones Wrangler de mezclilla que se abrazaban a sus muslos y a su trasero, como si estuvieran confeccionados especialmente para el chico del anuncio, y botas tejanas, gastadas y polvorientas. Al verme se quitó el sombrero negro de ala ancha que llevaba puesto, y su protuberante mandíbula, fuerte y recia, resaltó. Con el antebrazo limpió el sudor de su frente; lucía un bronceado natural que destacaba más aún el verde de sus ojos. Seguro que no se trataba de un tono de piel conseguido de forma artificial, sino más bien por estar trabajando a menudo bajo el sol. Antes de que comenzara a hablar, y mientras jugaba con una pajilla de heno que sostenía en la boca, me sonrió descaradamente, como si supiera lo que estaba apreciando en él. Debía admitir que su rostro se veía bastante impresionante desde donde yo me encontraba, pero aparté esos pensamientos bien lejos de mi mente; no estaba interesada en comprar nada.
Tironeé del ala del sombrero que llevaba puesto para protegerme del sol, ya que en esa zona de la tierra éste parecía pegar mucho más fuerte que en cualquier otra, y lo miré descaradamente también... Si ese tío pensaba que su altura y complexión podrían intimidarme, estaba realmente equivocado; mucho menos podría hacerlo su porte de sabelotodo en plan de conquista, y menos aún su profunda mirada. Se veía fuerte, tal vez debía su físico a las tareas del campo, y era atractivo, pero a simple vista se notaba que era un idiota arrogante, y yo estaba allí por trabajo; de hombres de su talla, estaba hasta la coronilla.
—Disculpa, creo que quizá podrías ayudarme.
Tras mis palabras, se estiró hacia el interior del vehículo para bajar el volumen de la música country que sonaba en su camioneta, una pegadiza canción que había oído en el bar donde mucho antes me había parado para desayunar y que creo que se llamaba She Cranks My Tractor.
«¿Es que acaso por aquí nadie escucha otro tipo de música?»
Se incorporó de nuevo y dejó de estar recostado sobre la puerta de la F-150 al tiempo que se recolocaba el sombrero y lo hundía hasta sus ojos.
—¿Me hablas a mí?
—Bueno, sin duda te estoy mirando a ti. Eres la persona más cercana que he encontrado; cercana en cuanto a distancia —le aclaré, explicándole que mi elección era sólo por eso.
El vaquero se acomodó la enorme y reluciente hebilla de su cinturón, y entonces me reí descaradamente por mis pensamientos.
—¿Hay algo gracioso? ¿Por qué no lo compartes conmigo y nos reímos juntos?
—No quieres saberlo.
—Créeme que sí... Me interesa saber lo que piensa una indefensa señorita de ciudad, que por lo visto necesita de mi ayuda.
¿Cómo se había dado cuenta de que era urbanita? Yo había imaginado que mi vestido estampado, mis botas y mi sombrero harían la magia para no desentonar. En fin, no me iba a demorar en esas reflexiones, necesitaba volver al camino y llegar al rancho, y ese vaquero parecía el indicado para servirme de guía.
Agité la cabeza, negando, para que entendiera que en verdad no quería que de mi boca saliera lo que me pasaba en ese momento por la mente.
—Necesito coger la carretera 395 —planteé para cambiar de tema; fui directa a lo que precisaba—, pero me temo que equivoqué el itinerario y hace rato que el GPS me tiene dando vueltas, creo que la ruta no está actualizada.
—Chica de ciudad que confía en un aparato electrónico, lo dicho.
Ladeé la cabeza y me quedé observándolo mientras hacía repiquetear el tacón de mi bota de modo impaciente; acompañé mi actitud con los brazos en jarras, e incluso me parece que me mordí la lengua para no soltar un exabrupto. Necesitaba que el idiota ese me indicara el camino, y si le decía lo que estaba pensando era muy probable que decidiera no echarme una mano.
—Lo dicho, ¿puedes ayudarme o le pregunto a otra persona? Tal vez tampoco seas de por aquí.
Él sonrió; debo reconocer que el vaquero tenía una sonrisa muy seductora. Después de lo que me pareció una eternidad, empezó a hablar, mientras volvía a acomodarse la hebilla del cinturón.
Joder, ¿tan necesitado estaba de que prestara atención a su paquete?
—Sigue por esta carretera y te toparás con la 395.
»Dime, ¿adónde vas? Así te indico si tienes que girar a la derecha o a la izquierda una vez que llegues allí.
—Necesito llegar a la calle William Brent, al 400 de esa calle.
Noté que frunció ligeramente el ceño, y se recolocó el sombrero.
—Interesante... —Se me quedó estudiando casi durante una eternidad más—. ¿Vas al rancho Lynch?
—Sí, ¿lo conoces?
—Todos lo conocemos en Washoe City.
—El rancho queda en New Washoe City —aclaré, por las dudas de que estuviera en otro pueblo en el que hubiera una calle con el mismo nombre.
Él se carcajeó.
—De acuerdo, estás en New Washoe City, también conocida como Washoe Valley; otro día te explicaré por qué también se llama Washoe City.
—¿Asumes que volveremos a vernos?
—Tal vez... Como es fácil imaginar, en estas tierras todos nos conocemos y a menudo nos topamos. ¿Piensas quedarte mucho tiempo por aquí?
«¡Oh, Dios!, al parecer este insufrible podría ser mi vecino.»
—Vengo por trabajo.
—O sea, que el tiempo que te quedes dependerá de si haces bien o mal tu trabajo.
—Siempre hago muy bien mi trabajo.
—Veremos qué opina quien te haya contratado, pronto lo sabrás.
Después de que me diera las indicaciones oportunas, un tío de igual aspecto que él, pero mucho más joven, que todo el tiempo estuvo cargando su camioneta con suministros de la tienda mientras nosotros hablábamos, llamó su atención.
—Brave,1 ya está todo cargado en la parte trasera.
—Ok, Adam; sube. —Se tocó el sombrero y completó su despedida diciendo—: Nos vemos, rubia.
«Sin duda este gilipollas tiene una manía con su hebilla», me dije, pues volvió a tocársela mientras se subía al vehículo.
—Oye —le solté antes de que se fuera—, ¿todavía te interesa saber de qué me reía?
—Creo que no.
No tuve en cuenta lo que respondió y decidí que iba a bajarlo del podio en el que, al parecer, estaba subido.
—Me preguntaba si el tamaño de tu hebilla cubría alguna carencia más abajo.
No se detuvo; se acomodó en la camioneta y luego me miró a través del hueco de la ventanilla.
—Podría decirte que, cuando gustes, puedo enseñarte lo que preguntas, así compruebas por ti misma que mi hebilla nada tiene que ver con lo que insinúas, y sí con mi poderío, pero no quedaría bien hacerlo; descuida, tienes aspecto de estar un poco perdida, además de no conocer el camino, pero ya me entenderás, no quiero que haya malas interpretaciones.
Me guiñó un ojo y montó en la camioneta; su amigo, en la plaza del copiloto, se bajó su Stetson,2 en un intento de ocultar su risa ante mis palabras; sin embargo, no logró hacerlo y el engreído lo fulminó con la mirada; una mirada que decía «vete a la mierda».
—Nos vemos muy pronto.
—Lo dudo.
Me sentía agradecido de que Adam no hubiera utilizado ni mi verdadero nombre ni mi seudónimo artístico; por suerte me había llamado como también, a menudo, lo hacían en el mundo del rodeo de toros, utilizando un estúpido mote que habían adosado con el tiempo a mi alias, con el correr de mis montas y de los toros que había tenido que superar a lo largo de mi carrera.
La chica me había fastidiado y, al darme cuenta de quién era, todavía mucho más. Podría haberle facilitado el camino más corto, por supuesto, pero iba a tomar ventaja de ello y por eso le había indicado el más largo.
Cuando llegamos al rancho, le pedí a Adam que metiera la camioneta tras el granero.
—No te preocupes, ve a hacer el resto de tus tareas; luego descargaré las provisiones.
Entré a grandes zancadas en el rancho y llamé a gritos a mi madre.
—Mamá... ya he vuelto. Estaré en la oficina, necesito llamar a Parker.
—Cariño —mi madre salió limpiándose las manos en su delantal de cocina—, Parker te está esperando allí precisamente. Me acaba de informar de que hoy llega la chica que ha contratado para lo de la comercialización de tu imagen para esta nueva temporada del PBR.3 Voy a ir a preparar la habitación de la casa de huéspedes.
—¡¡Parker!! —grité sin dejarla terminar de hablar—. ¡Maldición, no prepares nada! —le ordené a mi madre antes de subir las escaleras de dos en dos y vociferando para que el condenado de Olson me oyera—. ¿Aún sigues con esa idiotez? Te dije que no quería nada de eso que se te metió en la cabeza.
Abrí la puerta de mi despacho aventándola, y el cabrón de Parker Olson estaba sentado tras mi escritorio, fumándose un puro, con las polvorientas botas apoyadas sobre éste.
—Tarde para quejas, la experta en marketing ya debe de estar a punto de llegar.
—¿Por qué mierda nunca me escuchas?
—Porque sé perfectamente lo que es mejor para ti, y lo sé desde que te subiste por primera vez a un toro; hace muchos años que me convertí en tu agente deportivo y, como tal, he decidido que lo que necesitas actualmente es a un especialista que te promocione en la web durante esta temporada.
—Lo que necesito es mantenerme en cada monta ocho malditos segundos sobre el lomo del jodido toro, para llegar a la final y convertirme otra vez en campeón; sólo eso es lo que necesito, y entrenar para que ninguna condenada bestia pueda vencerme en los viajes, y también suerte para que ninguna lesión me deje fuera de la competición nuevamente.
—Bueno, no sólo a la bestia tienes que vencer, también hay que ganar a los otros jinetes.
—Apaga ese cigarro, estás apestando toda la estancia con el olor a tabaco.
—Escúchame, Bronco, y no seas cabezota: necesitamos conseguir más patrocinadores, necesitamos que a tu camisa y a tu chaleco no le queden espacios libres... Necesitamos, además, que todos te quieran a ti, eso te convertirá en favorito mucho antes de los resultados, y eso lo podemos lograr con una buena campaña que comercialice tu imagen. El año pasado no fue bueno para nosotros; ya han transcurrido dos años desde que ganaste el campeonato y tenemos que volver a conseguirlo.
—No necesito nada de lo que pretendes.
—Como ya te he dicho, es demasiado tarde para berrinches, pues la experta está contratada y llega hoy; de hecho, debe de estar a punto de hacerlo en cualquier momento.
—Atiéndela tú, no me interesa conocer a nadie.
Salí de la oficina antes de que llegase la rubia de ciudad. En el camino me topé nuevamente con mi madre.
—Prepara la caravana que ocupaba McQueen; nada de habitaciones de huéspedes para quien sea que llega —le indiqué.
—Pero Parker me comentó que era una señorita de ciudad.
—Viene a trabajar, así que ocupará el lugar que utilizan todos los trabajadores.
—Cooper...
—Mamá —la miré sin amilanarme—, haz lo que te digo; por una puta vez, ¿alguien podría escucharme en esta casa?
Me fui para atender las caballerizas. Había salido temprano al pueblo junto con Adam, y habían quedado muchos asuntos pendientes allí, eso sin contar con que debía ir a reparar los cercos del lado sur antes de que anocheciera, ya que el ganado que criábamos estaba escapándose por ahí.
Una estaca de color blanco, con un cuatrocientos pintado en ella, estaba clavada en la tierra en un lateral de la calzada, advirtiéndome de que había llegado. Giré a mi izquierda sobre un camino de grava, donde una gran roca en la que aparecía escrito el mismo número volvía a indicar que había alcanzado mi destino. Conduje hasta la puerta de la empalizada. Nadie se veía por allí a simple vista, así que decidí que debía bajarme del automóvil, abrir la valla de metal y entrar. A lo lejos podía vislumbrarse la propiedad, pero, como no encontré un timbre para anunciarme, entré, asumiendo que allí ésa era la costumbre.
Tras cerrar la puerta, continué por el camino polvoriento mezclado con grava, hasta que estacioné frente a lo que supuse que era la casa principal.
El terreno era una gran pradera, cercada con una empalizada de madera, que se extendía a lo largo de muchos acres; a lo lejos podía verse un granero, un redil y otros edificios que pensé que quizá eran utilizados como caballerizas.
—Buenos días, señorita Monroe; me alegro de que haya llegado bien.
Un hombre maduro, de cabellera gris y barba y bigote tupidos del mismo color, salió a mi encuentro; de inmediato deduje que era quien me había contactado para trabajar, el agente del jinete de toros.
—¡Uff!, me ha costado bastante encontrar el lugar, pero aquí estoy. Llámeme Poppy, señor Parker, ¿cierto?
—El mismo. Bienvenida al rancho Lynch.
Extendió su callosa mano para estrechar la mía, y más de cerca estudié sus facciones: se trataba de un hombre, como ya he dicho, mayor, tal vez estaba en sus sesenta largos, pero se lo veía muy bien conservado aún, salvo por que los surcos en su frente y alrededor de sus ojos denotaban el paso del tiempo, al igual que en sus manos; sin embargo, aún se notaba que éstas eran muy fuertes. Vestía de modo formal, un pantalón de sarga de verano y un chaleco de la misma tela, sobre una camisa blanca arremangada, del que colgaba la cadena de oro de un reloj que supuse que estaba oculto en el bolsillo de éste; su presencia infundía respeto. Encasquetado, llevaba un sombrero de ala ancha marrón.
Nos encontrábamos de pie en la escalerilla de acceso a una casa con aspecto de cabaña, y una mujer rubia con dos trenzas salió de allí. Ésta llevaba puestos pantalones vaqueros, una camisa anudada en la cintura y botas tejanas. Se notaba que era una persona madura, unos cincuenta y cinco años le calculé, pero su piel todavía se veía muy lozana y fresca, y era muy hermosa, además.
—Te presento a la señora Marcia Lynch, la propietaria de este rancho junto con su hijo.
—Encantada; mi nombre es Poppy Monroe.
—Hola, Poppy, bienvenida. Espero que te sientas muy a gusto en el rancho, y que no extrañes demasiado la ciudad.
—Oh... en realidad creo que me encantará vivir aquí, es un lugar muy bonito, con unas vistas únicas... —Miré a mi alrededor, admirando el paisaje; la propiedad estaba rodeada por los picos de Sierra Nevada y enclavada en un sitio donde la vista humana sólo podía alcanzar a captar la belleza de esos parajes—. Necesitaba dejar atrás la vorágine de la metrópoli.
—En ese caso, espero que este lugar sea todo lo que esperabas que fuera.
—Estoy segura de que sí.
—La vida aquí comienza muy temprano... y termina muy temprano también —me explicó; su voz era pausada, transmitía calma—, una cuestión de lógica pura, así que a las seis cenamos y a las ocho, como muy tarde, ya estamos todos en la cama para levantarnos al alba al día siguiente, y así poder iniciar las tareas del rancho. En tu caso, si lo deseas, creo que no habrá problema para que sigas con tus costumbres... Puedo dejarte preparada la comida para que cenes a la hora que prefieras, si no quieres comer con nosotros tan pronto... aunque, si no es el caso, serás bienvenida a nuestra mesa.
—Es usted muy amable, señora Lynch, pero no es preciso que se ocupe de mí, puedo hacerlo sola y, además, no pretendo ser una carga para nadie. El señor Parker y yo pactamos que el contrato incluía hospedaje, pero no pretendo que también entre la alimentación.
—Sólo es un plato más, cariño, y sólo tenemos Internet en la casa principal, así que asumo que trabajarás varias horas al día allí... y, por favor, nada de señora, llámame sólo Marcia.
—Poppy, la propiedad es muy grande y, además de la casa principal, cuenta con una de huéspedes que está junto al estanque artificial, por allí atrás, así que sitio, como verás, hay aquí de sobra. Bueno, Marcia te indicará dónde vas a alojarte.
—El único problema de la casa de huéspedes es que el fogón de la cocina hace tiempo que está estropeado —agregó la dueña de la finca, una vez que Parker hubo acabado su explicación—, pero, como nunca recibimos a nadie, Cooper no lo ha reparado. Es decir, de momento la cocina allí está inutilizada, pero ya le diré a mi hijo que se ponga manos a la obra.
—Bien, Marcia, ya os he presentado —la interrumpió el mánager—, así que mi trabajo por hoy está cumplido. Además, debo ir hasta Reno por unos asuntos de mi propio rancho, y no quiero regresar demasiado tarde.
—Descuida, Parker, yo me ocupo: primero le enseñaré dónde está la oficina con el ordenador y luego la ayudaré a instalarse.
—Disculpad, pero pensaba que antes conocería al señor Lynch.
—¿Te refieres a Cooper? No creo que le hiciera mucha gracia que lo llamaras señor, odia que lo hagan —destacó su madre—. Mi hijo está arreglando la cerca del lado sur; ayer vinieron a avisarnos del rancho vecino de que el ganado estaba pasando de nuestra propiedad a la suya; seguramente estará aquí para la cena.
—No te preocupes, Poppy, instálate tranquila. Mañana vendré temprano para que empecemos a pactar lo que quiero que prepares; sé que ya te lo he dicho, pero debemos ponernos de acuerdo con Cooper.
—Perfecto señor Parker, estoy ansiosa por empezar. Necesitaremos cuanto antes las fotos que le comenté del señor Lynch; me he tomado la libertad de buscar a algunos fotógrafos que podrían llevar a cabo ese trabajo.
—Mañana hablamos; te prometo que trataremos todos esos temas y nos pondremos de acuerdo, y... descuida, tenemos tiempo: sólo estamos a mitad de temporada, así que utiliza el día de hoy para instalarte con tranquilidad.
Marcia era una mujer muy agradable y sencilla, que me hizo sentir muy cómoda al instante; cuando el señor Parker se marchó, me enseñó el resto de la casa, y luego me guio hasta la casa de huéspedes, pues al parecer era el lugar donde iba a vivir. De camino le dijo a uno de los empleados del rancho que moviera mi coche y lo guardara en el garaje, y también le indicó que llevara mi maleta.
Cuando un rato antes llegué al rancho, mientras lo rodeaba para alcanzar la entrada, divisé a lo lejos una zona de caravanas; entonces pensé que ése sería el sitio en el que me instalarían; cuando el señor Parker pactó conmigo lo de la vivienda, no especificamos nada más, así que no imaginé que fueran a ubicarme, sola, tan cerca de la casa principal.
Accedimos a la casita de huéspedes a través de una escalera exterior, y entonces me percaté de que, bajo ésta, había uno de los dos garajes que la finca poseía; éste estaba abierto y, al parecer, lo habían adaptado y se usaba como gimnasio. Entramos y vi que en la planta abierta superior había una modesta cocina y una pequeña mesa, con espacio para seis sillas, que delimitaba el espacio del comedor. Noté también que ese lugar se utilizaba como sala de recreo, ya que en el centro del salón había una mesa de billar y unas viejas máquinas tragaperras, también conocidas como tragamonedas. Marcia me guio hacia una puerta, que resultó ser la de mi habitación; allí había una cama de madera dura de dos plazas, que a simple vista parecía muy cómoda. En esa estancia había también un pequeño armario, donde me indicó que podía dejar mis pertenencias, y luego abrió otra puerta y me enseñó el baño del dormitorio, pequeño y modesto pero con todas las comodidades necesarias para darme un buen aseo.
—Toma, cariño. —Marcia me entregó en mano un juego de llaves—. Te aseguro que tendrás la privacidad necesaria, y espero que muy pronto te sientas muy a gusto entre nosotros.
—Gracias, señora, es muy amable y una gran anfitriona.
—Ya te he dicho antes que me llames Marcia; aquí es muy común usar el señora, pero sé que, de donde vienes, casi no se utiliza.
—Muchas gracias, Marcia. El refrigerador, ¿funciona? Como me has comentado que los fogones no, por eso pregunto.
—Sí, la nevera está en perfecto estado, puesto que Coop, de vez en cuando, usaba este lugar; en realidad, antes ésta era su cabaña, pero después se hizo una ampliación en la casa principal y se mudó allí.
—Oh, lamento ocupar un espacio que se utilizaba con otro fin.
Me sentí incómoda; tal vez ése era el picadero del señorito de la casa.
—No te preocupes; la verdad es que, hoy por hoy, Coop casi no viene por aquí.
—No quiero ser una molestia, seño... Marcia.
—Descuida, y además será muy agradable tener a una mujer en el rancho. Soy la única que vive aquí.
»Si necesitas ir al pueblo, puedo llevarte, aunque está claro que puedes manejarte sola, ya que has llegado conduciendo tú misma. Carson City y Reno están muy cerca también; allí se consiguen mejores ofertas. ¿De dónde vienes?
—De Ohio; originalmente soy de Columbus, pero hace algunos años mis padres se mudaron a Dublin por el trabajo de mi padre.
—Debo de estar confundida, entonces. —Frunció la boca—. Me pareció entender, por lo que dijo Parker, que eras una chica neoyorquina.
—Bueno... en realidad he vivido durante seis años en Nueva York.
—¿Sola? Pero eres muy joven.
Asentí con la cabeza.
—No tengo una buena relación con mis padres; es decir, no es ni buena ni mala, simplemente no nos entendemos. Mi padre hubiera preferido que fuera médica como él, como también lo es mi hermano y mi madre.
»Cuando me fui de la Gran Manzana, pensé que podría reinstalarme en Columbus, pero resulta que mi hermano está viviendo allí, porque ha abierto su clínica, así que regresé a casa de mis padres en Dublin; sin embargo, la convivencia no funcionó.
—Lo siento...
—No te preocupes, estoy acostumbrada a ser la oveja negra de la familia.
Cuando me quedé sola, comencé a desempaquetar mi ropa... y no pude evitar sentirme mal; esa gente me estaba abriendo las puertas de su casa, dándome un techo y trabajo, y me había hecho con el puesto sin ser totalmente honesta con ellos.
Me senté en el borde de la cama y me toqué la cabeza intentando ordenar mis ideas. No había mucho que pensar: en ese momento, a lo único que podía optar era a aprovechar las posibilidades que se me presentaban y seguir adelante; no podía hacer lo que había hecho siempre, esta vez no... no podía atascarme en el pasado, ya era una adulta de veintiocho años, independiente y capaz, y tenía que dejar de esperar la aceptación y el afecto de mis progenitores. Estaba en eso por mi cuenta y riesgo, exclusivamente.
Me toqué el vientre y respiré profundamente al comprender que yo jamás sería como ellos; tenía una meta e iba a proteger a mi hijo, haciendo hasta lo imposible para conseguirlo, pues el tiempo que pudiera ganar antes de que descubrieran mi embarazo lo aprovecharía al máximo para economizar en el hospedaje... Necesitaba ahorrar, necesitaba un trabajo estable, uno más seguro que mis ventas en los tuppersex, y lo más importante: necesitaba también un seguro social que me diera cobertura médica durante la gestación.
El pueblo al que me había mudado estaba cerca de la ciudad de Reno, a unos treinta y cuatro kilómetros, unos veinte minutos en coche, así que ése era mi plan: me haría atender allí, manteniéndome alejada y a salvo.
Las palabras a salvo resaltaron entre los demás pensamientos; no es que mi vida corriera peligro ni nada por el estilo, pero por alguna razón en ese lugar así me sentía.
Inhalé con fuerza, esperando poder reducir mis miedos, a la vez que me dije que debía calmarme y no obsesionarme con lo que pasaría luego. Si finalmente mis empleadores no querían que continuase allí, ya buscaría un sitio donde vivir; mientras tanto cumpliría con mi trabajo, y estaba segura de que no tendrían ni una sola queja de eso, ya que estaba decidida a llevar a lo más alto la imagen de quien me había contratado, cosa que sabía que podía lograr.
El sonido de un mensaje de WhatsApp me apartó de cualquier nostalgia, así que tragué el sabor amargo que mis reflexiones me habían producido y desbloqueé la pantalla. Miré parcialmente las notificaciones sin abrir la aplicación; eran mis amigas, Nicole, Chiara y Joss. Las chicas, al parecer, estaban de cotilleo en el grupo que teníamos las cuatro, pero yo no me sentía con ánimo de participar, así que me dije que luego leería lo que estaban diciendo; esa noche tenía lugar la cena previa a la boda de Nicole y me sentía fatal por no poder acudir; me sentía una mala amiga, y tal vez lo era.
Sacudí la cabeza. Ellas no estaban al tanto de nada, pues les había hecho creer que regresaba a casa de mis padres porque mi madre estaba enferma. Era mejor así, Drake no tenía que enterarse de lo que estaba ocurriendo, porque él no quería a ese bebé, y tampoco quería un compromiso de ninguna clase, se había encargado de dejarlo muy claro, así que estaba sola en eso.
La verdad es que no podía hacer responsable a nadie más que a mí misma de mi situación; yo era la única encargada del bienestar de mi hijo, puesto que, cuando follamos sin protección, sabía muy bien a lo que me exponía, sólo que las malditas píldoras fallaron... ¡Bah, en realidad la que falló fui yo, porque me salté unas cuantas y pensé, ilusamente, que no pasaría nada!
Las pastillas de ciclo extendido que tomaba hacían que mi menstruación no hiciera acto de presencia cada mes, y me confié, creyendo que todo marchaba según mi plan anticonceptivo, pero luego los malestares de los primeros meses aparecieron y ya empecé a pensar que algo no iba como siempre; además, tenía claro que Drake y yo lo habíamos hecho sin condón, así que la prueba de embarazo que me practiqué tras experimentar un pequeño sangrado no hizo más que confirmar mis sospechas.
No quería maldecir por mi descuido, porque, a pesar de todo lo que significaba, estaba feliz sabiendo que iba a ser mamá; incluso afrontando el momento sola, y aunque no hubiera sido nada planificado, me sentía capaz de convertirme en madre soltera; después de todo, Luka lo había conseguido con Mila, y él era un hombre. Así pues, ¿por qué creer que yo no lo lograría?
—Porque tú no tienes los millones que tiene él y, para criar a tu hijo sola, no podrás pagar a nadie para que te ayude —reflexioné en voz alta.
No quería amargarme, no quería pensar que no podría con todo, no quería que mis padres tuvieran razón... Ellos me habían dicho que no era capaz de cuidar de mí misma y que mucho menos iba a poder hacerlo con un hijo; me llamaron irresponsable, y quizá estaban en lo cierto, pero no se lo iba a reconocer... Por el contrario, iba a demostrarles a todos lo buena madre y responsable que podía ser con mi bebé. Estaba dispuesta a probar ante todos que se equivocaban, también ante mi hermano, quien en vez de apoyarme me dijo que él estaba centrado en su carrera y planeando su futura boda. En fin, todos prefirieron sacarse el problema de encima, y allí estaba yo, buscando darle un nuevo rumbo a mi vida y dispuesta a encontrarlo.
A veces me arrepentía de haberme ido de Nueva York, pero era tarde para lamentaciones; era sabido que el trabajo que tenía en la empresa de Luka era el mejor que alguien podía aspirar a tener, y más en mis circunstancias, pero ver a Drake a diario se me hacía cada vez más insostenible, verlo incluso coqueteando con cuanta mujer se le cruzaba me resultaba desgarrador, sin contar con que, ocultarle que llevaba a su hijo en mi vientre, definitivamente iba a ser algo que no iba a poder conseguir si me quedaba.
«¿Por qué soy tan estúpida como para enamorarme de un coleccionista de coños, al que sólo le importa follar?»
Agité la cabeza, negando; no podía continuar sintiendo lástima de mí misma, ésa no era la solución que necesitaba.
Y además ya estaba decidido y no había marcha atrás; necesitaba seguir adelante y no plantearme lo que hubiera podido ser y no fue.
Hacía un buen rato que la noche había caído sobre el prado y acabábamos de terminar de arreglar la cerca, ayudados por la luz artificial gracias a una batería. Bien podríamos haber dejado la tarea inconclusa y terminarla al día siguiente, pero lo cierto era que no tenía planes de regresar a casa temprano, ya que estaba convencido de que mi madre estaría como loca con la llegada de la huésped neoyorquina.
—Gracias, muchachos, por quedaros a acabar esto junto a mí —les reconocí a Adam y a Roger, palmeándolos en la espalda, mientras éstos recogían las herramientas y las guardaban en el maletero de la camioneta.
Sin demora, me monté en el caballo y me dirigí hacia la casa. Llegué a las cabellerizas, me apeé de un salto de mi Smoky Black4 y lo llevé dentro del cobertizo al tiempo que me preparaba para desensillarlo; quité la montura y luego el sillín, y, tras dejarlo todo en su sitio, lo guie hasta su box, donde le di agua y comida. Mientras él se alimentaba, cogí la almohaza5 y comencé a cepillar su lomo en círculos; intentaba rebajar el estrés que pudiera haber cogido por la monta. Luego cogí la bruza6 para eliminar la grasa, la caspa y el sudor, no sólo del pelo, sino también de la piel.
—Bien, Spark, ha sido un día muy largo, es hora de descansar. —Besé su hocico y me dispuse a marcharme.
Cuando salí de las caballerizas, mi atención se centró en la luz tenue que divisé a través de las ventanas en la casita de huéspedes.
Maldije al notar que mi madre no me había hecho caso y, a pesar de mis indicaciones, la había instalado allí.
Me quité el sombrero y me limpié el sudor de la frente. ¡Joder!, la temperatura no daba respiro; era una noche calurosa y necesitaba darme un baño.
Subí las escalerillas de la entrada de la casa principal y me quité las botas, para no llevar el barro dentro.
—Te has asegurado de llegar a una hora en la que ya no te la pudieras encontrar.
La voz de mi madre me cogió desprevenido; estaba sentada en su mecedora en la galería, junto al alfeizar de la ventana del comedor, y no me había dado cuenta de que estaba allí porque las luces estaban apagadas.
—Y tú te has asegurado de instalarla en la casa de huéspedes y no en la caravana.
—¿Qué te pasa, Coop? Tú no eres un mal anfitrión. Hijo, ¿qué sucede con esa chica? Si ni siquiera la conoces.
—Es una empleada, y los empleados duermen en las caravanas, no me interesa el sexo que tenga.
—Te recuerdo que el año pasado estabas empeñado en construirles un rancho a los trabajadores.
—Aún está en mis planes hacerlo, aunque creo que, la privacidad que les da el remolque, muchos la agradecen.
»Iré a ducharme y a comer algo, estoy cansadísimo.
—Es rubia, y muy hermosa; tiene sólo dos años menos que tú, veintiocho, aunque a simple vista aparenta menos, y, por lo que he estado hablando con ella, es una persona muy interesante y muy culta.
—No te he preguntado nada.
Mi madre se carcajeó para molestarme un poco más, si eso era posible. ¡Joder, me sentía irritado en exceso!
—Te he dejado la cena al baño María, para que todavía estuviera caliente cuando llegases.
—Gracias, señora, pero podría haberla calentado en el microondas.
—Pierde el sabor.
Asentí con la cabeza; mi madre, si bien se adaptaba bastante rápido a los nuevos tiempos, tenía costumbres arraigadas que no se podía quitar, y aunque había hecho equipar su cocina con toda la tecnología que hoy en día hay disponible en el mercado, prefería seguir usando sus viejos métodos en algunas cosas.
Entré en la casa dejando a mi madre en la galería; me dirigí al fogón, para apagarlo, y luego fui hasta mi habitación, donde me di una rápida ducha en mi cuarto de baño.
Cuando regresé al comedor, me asomé por la ventana, pero mi madre ya no estaba sentada allí, así que cené en soledad, y después lavé los cacharros, pues ella odiaba que quedaran amontonados y sucios en la pila de la cocina.
A pesar de estar muy cansado, estaba desvelado, así que me senté en el pórtico y cogí el libro que hacía unos días había tomado prestado de la biblioteca de mi madre; a ella le encantaba leer y me había transmitido ese hábito desde bien pequeño.
Amaba esos escasos momentos en los que podía disfrutar de la tranquilidad de la noche; por lo general era bastante taciturno y solitario, pero en el rancho eran pocos los ratos que tenía para estarlo, así que aproveché el instante en el que mi única compañía eran los sonidos nocturnos.
Si tuviera que describirme podría decir que era un hombre con costumbres muy arraigadas y con un carácter bastante complicado, eso tenía que reconocerlo; la soledad que me había impuesto mi profesión, junto con las responsabilidades del rancho que tuve que asumir cuando murió mi padre, me transformaron en el tipo que era; había dejado de lado hacía muchos años la vida social, así que había aprendido a disfrutar de esos escasos momentos.
En el circuito profesional de monta de toros había ciertas reglas que se debían seguir, y eso me había convertido en un hombre disciplinado en diversos aspectos de la vida; amaba la adrenalina que sentía cada vez que me subía a un toro para completar una jineteada, también denominada viaje, pero no podía negar que había momentos en los que extrañaba tener una vida normal.
Mujeres nunca me faltaban. Cada vez que terminaba una competición, había alguna dispuesta a pasar un buen rato, y aún más si se era popular como lo era yo dentro de ese mundillo; las conejitas de hebilla siempre atestaban las gradas para que pudiéramos elegir a una de ellas, pero estaba un poco harto de esa vida vacía.
A veces sentía que mi única meta era exclusivamente permanecer ocho segundos sobre un toro.
Mi madre y mi padre habían formado una familia, y juntos llevaron adelante el rancho, tierra donde nació mi padre; ellos fueron muy felices y a veces me preguntaba qué legado sería el que yo dejase, aparte de ser una leyenda en el circuito de monta profesional de toros. Estaba seguro de que, con el correr de los años, la gente me olvidaría y también mis gestas, así era siempre cuando aparecía una nueva figura del rodeo; los jinetes, cuando se hacían mayores, iban reemplazándose y los anteriores quedaban en el olvido.
Por eso a veces dudaba de si merecía la pena luchar sólo por mantenerme durante ocho malditos segundos seguidos sobre el animal, completando el viaje.