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MUJERES AL MANDO

Las primeras mujeres y hombres de la Tierra nada sabían del Cosmos. Tampoco conocían la ciencia ni distinguían el bien y el mal. No sabían escribir ni nombrar. Según las cuentas del Universo, acababan de nacer. Eran unos niños.

Entonces, el Cielo hizo la primera alianza con la Tierra. De esta atávica conexión hablaban los relatos orales antes de ser recopilados en los libros de las tradiciones antiguas. Era la alianza del conocimiento y de la unión sexual entre los seres del Cosmos y los de la Tierra. El resultado de esta hierogamia fue la Humanidad. En el Cielo está el eslabón perdido. Y las mujeres fueron las columnas que conectaron ambos mundos.

¿DÓNDE ESTAMOS? ¿DE DÓNDE PARTIMOS?

La Tierra es el único planeta del Sistema Solar habitado por humanos. Tiene 4.543 millones de años. Desde aquí miramos hacia arriba y contemplamos miles de estrellas fulgurantes como gotas de agua refractadas por los rayos del Sol. Es un Universo inmenso y abismal, dispuesto para que exploremos todos sus misterios.

Los privilegiados astronautas que la observan desde la atalaya del espacio ven la preciosa Tierra como un minúsculo punto azul entre miles de millones de planetas y estrellas de una galaxia llamada Vía Láctea, que tiene 14.000 millones de años. Este es el hogar de la Humanidad.

Mi vida como mujer en el espacio Tierra dura solo un minúsculo fragmento de tiempo. Como miles de personas antes que yo, desde niña me he preguntado si estamos solos o si hay alguien más allá del horizonte azul y dorado que contemplo en el crepúsculo de la tarde a la orilla del océano.

Los terrestres solo ocupamos un pequeñísimo trozo de la galaxia y nuestro planeta orbita alrededor de la estrella Sol. Con un diámetro aproximado de 100.000 años luz, la Vía Láctea es el hogar de entre 200 y 400 billones de estrellas. Como mínimo, habrá el doble de planetas, porque la lógica deductiva dice que si en nuestro sistema hay ocho planetas orbitando alrededor del Sol (Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), lo normal es que el patrón se reproduzca en otros sistemas de la galaxia. Es decir, la norma del Cosmos es la vida.

Ante estas cifras, ¿cómo defender la existencia de una creación infinita solo para que vivamos unos cuantos humanos en un punto azul? La sabia naturaleza jamás desperdiciaría tanta energía.

ARRIBA Y ABAJO

Desde que tenemos noticias de que nuestro planeta haya estado poblado, sus habitantes han diferenciando claramente el Cielo de la Tierra. Lo Alto era el hogar y el lugar de origen de los dioses. Y lo bajo era nuestro lugar.

El Sistema Solar está a unos 28.000 años luz del centro y a unos 22.000 del extremo de la galaxia. En el centro —el bulbo— habitan las estrellas más antiguas junto a un monstruoso vecino: un potente y gigantesco agujero negro. Nosotros vivimos en el barrio más joven —el disco—, donde se forman continuamente nuevas estrellas, cuyas explosiones nos regalan estampas de una belleza hipnótica.

Vivimos en uno de los brazos espirales de la Vía Láctea, el de Orión. «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia»[11]. Pero no todos se han perdido, porque ni siquiera desaparece una lágrima de lluvia; simplemente se transforma para dar nueva vida.

La historia antigua no ha desaparecido. ¿Dónde la hemos guardado? En las escrituras sagradas y en las tradiciones de las diferentes culturas de la Tierra y del Cielo. Y en nuestra genética. Nada se pierde, solo hay que escuchar. Como dijo Jesús de Nazaret: «Si yo callo, hablarán las rocas». El capítulo más interesante de la Humanidad está a la espera de ser contado. Ha llegado el momento. La piedra ha comenzado a hablar. Y yo he empezado a leerla.

LA SEPARACIÓN DEL CIELO Y LA TIERRA

Los relatos milenarios comienzan dando cuenta del origen de la Historia humana. Narran que, al principio, el Cielo y la Tierra estaban unidos. Y que, más tarde, los conflictos entre los dioses provocaron un reparto. Así comienzan innumerables relatos sumerios, como La creación del hombre:

Cuando el Cielo hubo sido separado de la Tierra —hasta entonces sólidamente unidos— y cuando las diosas madres hubieron aparecido, cuando la Tierra hubo sido fundada y puesta en su lugar, cuando los dioses hubieron establecido el programa del Universo y cuando para preparar el sistema de irrigación hubieron constituido los cursos del Tigris y del Éufrates, entonces An, Enlil, Enki y Ninmah, las diosas[12] mayores, así como los otros grandes dioses, los Anunna, tomaron lugar sobre su Alto Estrado y deliberaron entre sí[13].

Hay una deliciosa poesía metafórica que manifiesta también la separación de la Tierra y el Cielo, donde la primera se adorna con sus mejores galas para ofrecer sus tesoros a su amante:

En aquellos días lejanos, la Gran Tierra se hizo resplandecer a sí misma. Se atavió mágicamente con rico y brillante lapislázuli, con negra y purísima diorita, con irisada cornalina, piedras de los más exquisitos vestidos nupciales. La Tierra pura se mostró engalanada al puro An. Se mostró ataviada en una plaza inmaculada, en una plaza cósmica, inimaginable de concebir con el pensamiento. An, el Alto Cielo, consumó el matrimonio con la Gran Tierra, implantó mágicamente el esperma de los bosques y las cañas en su seno.

La Tierra, a modo de diosa madre, recibió la buena simiente de An. La Tierra se consagró a dar feliz nacimiento a la vegetación, a las plantas que facilitaban la vida de las gentes. La Tierra, alegremente, exudó vino y miel[14].

En los textos más antiguos, tanto la Tierra como el Cielo eran considerados femeninos por su fertilidad. Los relatos egipcios, por ejemplo, hablan de la diosa Nut como reina y señora del Cielo. Era la responsable de mantener la armonía en todo el Universo, por lo que separó a las criaturas de arriba de las de abajo para evitar las guerras entre ellas.

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La diosa Isis en el templo de Nubt (la Ciudad de Oro). Los vestigios más antiguos datan de la Dinastía XVIII (1550-1300 a. C.). Las alas y la esfera sobre su cabeza identifican su procedencia celestial.

EL BRILLO DE LAS DIOSAS

Antes de que el Imperio acadio de Sargón dominara toda Mesopotamia a mediados del III milenio a. C. y sus divinidades supremas se masculinizaran, las deidades primigenias de Sumer eran femeninas. En todos los mitos ancestrales, ellas sostenían las columnas del Cielo que tienen su base en la Tierra.

Solo Egipto conservó durante más tiempo la preponderancia de lo femenino en su cosmología. Muchos siglos después, en el Imperio romano, los grandes dirigentes, como Adriano y Trajano, viajaron al país del Nilo para ser iniciados en los secretos y misterios de las diosas Isis y Hathor, como también lo hizo Alejandro Magno. Todos los filósofos griegos se formaban en Egipto, que en aquella época era el centro espiritual del mundo.

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La Venus de Willendorf es una diosa paleolítica encontrada en Austria en 1908, datada entre 28.000 y 25.000 a. C. Lejos de los cánones de belleza actuales, esta divinidad representa el auténtico atractivo y riqueza de la época en la que fue esculpida: la fertilidad.

LAS GUARDIANAS DEL CONOCIMIENTO

Las primeras representantes de las divinidades del Cosmos en la Tierra fueron mujeres, titulares del Amor, la Fertilidad y la Guerra. Las diosas celestiales las iniciaron en los misterios confiándoles sus secretos. La deidad sumeria Inanna fue una de ellas. Era la gobernante, patrona y protectora de una de las primeras ciudades que se construyeron en el planeta: Uruk. Otra fue la Isis egipcia.

Lo primero que les enseñaron las diosas del Cielo a las mujeres de la Tierra fue la importancia de la vida. En aquellas épocas remotas, el planeta estaba someramente poblado. Los escasos grupos de neandertales y australopitecos competían por la comida y el espacio. En un territorio hostil, infectado de fieras hambrientas, sin la protección de casas ni murallas, solo la perpetuación de la especie, a través del aumento de los miembros de la tribu, aseguraba la supervivencia. Cuanto mayor fuera el número, más y mejor podrían defenderse de los clanes contrarios y de las descomunales bestias.

Por ello, los primeros símbolos a los que los homo adoraron fueron figurillas femeninas de barro que representaban la fertilidad.

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Isis amamantando a su hijo Horus.

A través de su misterioso monte de Venus, su vientre y sus pechos triangulares, la tribu se hacía fuerte. Llamaron a su diosa «la Señora de la Montaña» porque su monte sagrado era la puerta a la vida. Es impresionante advertir la conjunción entre el arte como símbolo y el conocimiento que este es capaz de transmitir. La creatividad humana es una cualidad hermosa y un instrumento revelador de sabiduría a través de la emoción.

La cualidad creadora dio nombre femenino a los secretos que les condujeron a la civilización: la agricultura, la ganadería, la caza, la guerra, la vida, la conciencia, la humanidad. Cada ámbito estaba regido por un nombre de diosa, que podía llegar a tener decenas de epítetos que definían sus poderes y funciones. Y es que su creatividad era desorbitante e ilimitada.

Por sus capacidades especiales, el primer poder que se ejerció sobre la Tierra fue el de la mujer. Su potestad era mayor que la del hombre, pues este, aunque ayudaba en el proceso, ni podía dar a luz ni perpetuar la vida con la leche de sus pechos.

En aquellos días remotos, las divinidades masculinas venidas del Cielo compartieron el lecho con las mujeres de la Tierra mientras ellas recibían los primeros conocimientos técnicos, como la comunicación. Aprendieron a usar las hierbas medicinales, a cocinar los alimentos, y cazaron junto a los hombres, según demuestran los esqueletos encontrados. Les revelaron su origen celeste y les explicaron que hay diferentes niveles en el Cosmos[15], poblado por seres más puros y avanzados que las bestias. Pero también por demonios.

Conocieron la existencia de nuestra galaxia y miles de años después, en una metáfora de la fertilidad divina, los aedos griegos cantarán alabanzas a la diosa Hera, esposa de Zeus, como creadora de la Vía Láctea, del Sistema Solar y del planeta Tierra. Habían surgido de la leche de su pecho cuando apartó al titán Heracles, el Hércules romano, mientras lo amamantaba. Al beber de la diosa, este mutó su naturaleza de semidiós en la de una deidad total.

El Cielo era el lugar de origen de los dioses, un mundo ilimitado, complejo e infinito que se designó con uno de los símbolos más antiguos de la Tierra: la estrella.

EL ADN DE LAS PALABRAS

Los textos antiguos dicen cosas que no entendemos, pero las dicen. La nuestra es la época de los interrogantes. Cada día aparecen nuevos e inexplicables descubrimientos que hacen temblar la aparente solidez de las columnas sobre las que habíamos levantado nuestros dogmas y teorías. Ha llegado el tiempo de las revoluciones en el campo del saber.

Conocer las palabras antiguas es la clave para entender el mundo de nuestros ancestros y, por tanto, las raíces que nos han hecho ser lo que somos, capaces de realizar complejas abstracciones matemáticas, de amarnos, odiarnos y de programar la colonización de Marte. Cada cultura se define por las palabras que ha creado, que son el reflejo de sus creencias y costumbres, de sus hitos y fracasos, de su pensamiento y de su grado de inteligencia. Para saber a qué daban culto las civilizaciones que nos preceden estudiamos sus palabras. Algunas de las principales fueron: diosa, dios, rey, pastor, cielo, tierra, sol, luna, fuego, prohibido, castigo, poder, inmortalidad, justicia, ley, montaña, toro.

Las ciencias que estudian el ADN de las palabras antiguas son la semiótica y la paleografía. Es mediante los símbolos antiguos como comenzamos el largo proceso de crear comunicaciones humanas. La ciencia que se dedica al estudio de los dioses y la divinidad se llama teología. La relación entre ambas hizo que uno de los ideogramas más antiguos fuera la palabra «dios». En la antigua Sumer, Ansignifica «dios» y «Cielo». Esto nos revela que los dioses son del Cielo.

PALABRA DEL CIELO

Como decimos, la estrella era el ideograma que representaba el concepto de dios y de Cielo al mismo tiempo. Era la palabra sumeria An. Su uso se extendió posteriormente para la palabra diĝir,«diosa» y «dios», que acabó representada con la letra D. Los asiriólogos datan su origen en la Edad del Bronce, en el Neolítico sumerio, sobre el año 5000 a. C.

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An

Posteriormente, los acadios la representaron de forma más sintética con una cruz. Desde entonces, la cruz es un símbolo de poder presente en todas las culturas de la Tierra.

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Los acadios conocían los significados antiguos y los usaron para sus divinidades, que llamaron ilum, la raíz remota del campo semántico del concepto de luz: iluminar, iluminado, etc. Más tarde, ilum derivó en Ēl, ‘Il y Al إله árabe, el dios supremo y todopoderoso «padre de todos los dioses».

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Y, por su parte, la A de An se convirtió en la primera letra de los protoalfabetos o abjads semíticos: es el aleph fenicio, el alif árabe, el alef א hebreo, el ALAP arameo, APIS o la cabeza de buey egipcia y la alfa griega. Representó originariamente al buey como potencia creadora y fertilizante divina, ya fuera masculina o femenina, celeste o terrestre. El cuerno es un símbolo que he encontrado en todas las culturas del planeta.

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Con la estrella An estamos en el centro del mundo. Atrás quedaba la prehistoria. Delante estamos nosotros. Partiendo de An, en el antiguo Oriente Próximo, se daba forma a las creencias contemporáneas y a las civilizaciones que hoy existen. Todos los pueblos o tribus semíticos comenzaron a usar la palabra Ēl, ‘Il o Al —dios o deidad—. Hasta la llegada del rey Sargón, los ugaríticos, los fenicios, los arameos, los hebreos, los acadios, los cananeos y los mesopotámicos llamaron a su dios supremo Ēl. Era el nombre propio o título de las deidades principales, pero, sobre todo, se nombraba para distinguir al dios que sobresalía por encima de los demás, al jefe supremo y padre de la Humanidad, que en lengua semita antigua era Dumnezeu (Dios).

Ēl es el nombre de la deidad antigua, pero lo impactante es que derivara posteriormente en la tercera persona masculina del singular, él, de lo que se deduce que un dios fue el ancestro de los humanos, hechos a imagen y semejanza de dios. Pero también de Ēl proviene la forma femenina ella, y esto es aún más revelador porque contiene la letra alpha griega, originada en la estrella sumeria, que al principio fue femenina. Una vez más, se alude a la diosa primigenia. Y las mujeres tenemos el honor de llevar siempre con nosotras el signo divino a como indicador de nuestra naturaleza.

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Dumnezeu (‘Ēl) en el mango de un cuchillo ritual de Gebel el-Arak, Egipto (3300-3200 a. C.).

Además, el plural de Ēl es Ēlîm o Ēlim —dioses—. Diversos académicos afirman que es el plural mayestático de Ēl. Pero, para mí, no hay duda de que se refiere al contexto histórico politeísta en el que se escribe la Biblia. Ēlim aparece cuatro veces en el Tanaj:

Asociaos a Yavé, hijos de los dioses (b ê nê ‘Ēlîm), asociaos a Yavé, gloria y fortaleza (Sal 29, 1 de entronización del rey ­David).

Porque quién en los cielos puede compararse con Yavé,

quién puede compararse con Yavé entre los hijos de los dioses (b ê nê ‘Ēlîm) (Sal 89, 6-7).

¿Quién es como tú entre los ēlim (dioses), Yavé? (Éx 15, 11).

En varios fragmentos del Deuteronomio (Deu 32, 8) se nombra a los setenta hijos de Dios, que se corresponden en los textos ugaritas con los setenta hijos de ‘Elyôn, el que está en lo más alto:

Cuando el Altísimo dio su herencia a las naciones, cuando separó a los hijos de los hombres, Él puso las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Israel.

Pero hay otro dato relevante que habla de nuestro origen celeste, ya intuido por Filón de Biblos (hacia 64-141 d. C.), quien en su relato Sanchuniathon dice que Ēl (a quien también llama Cronus, su homólogo griego) no es el dios creador o el primer dios, sino el hijo del Cielo y de la Tierra.

Jesús de Nazaret será interrogado por los sacerdotes judíos respecto de su ascendencia divina:

—¿Quién eres, Jesús de Nazaret? Dicen que eres un dios. ¿Eres tú Ēl?

—Tú lo has dicho.0

Aquello fue considerado una blasfemia. No había mayor pecado para los jefes sacerdotales de la sinagoga que un hombre se considerase el jefe de los dioses. Pero Jesús no fue el primero ni el único. Reyes y sacerdotes usurpadores del pasado se autocalificaron así, merecida o inmerecidamente.

En definitiva, como estamos comprobando, las huellas de la mitología sumeria, egipcia y fenicia aún perviven en la lengua del siglo XXI y en las religiones actuales de todo el planeta. Esas huellas afirman el origen híbrido de la Humanidad, que es hija del Cielo y de la Tierra.

ENCANTAMIENTOS Y CONJUROS

Nos encontramos en el centro de la historia de las civilizaciones, en el escenario de las guerras encarnizadas por la preeminencia de uno u otro dios, patrono del imperio que intenta imponerse y conquistar a los demás. En la guerra por la Tierra, solo la diosa o el dios más fuerte garantiza la victoria.

Un amuleto —o medalla— fenicio del siglo VII a. C., procedente de Arslan Tash[16] (en el noroeste de Siria, la antigua colonia asiria de Hadattu), cerca de la frontera actual con Turquía, cita estas antiguas alianzas de los hombres con el dios ‘Olam. La medalla coincide con el momento en que comienza la redacción del Antiguo Testamento y se encontró cerca de Biblos, el lugar donde se escribe el libro que luego será sagrado para los judeocristianos. Dice así:

Un vínculo eterno se ha establecido para nosotros.

Ashshur lo ha establecido para nosotros,

y para todos los seres divinos

y El mayor del grupo de todos los Santos

a través del vínculo del Cielo y la Tierra para siempre[17].

Otra traducción posterior es esta:

El Eterno (‘Olam) ha hecho un juramento de alianza con nosotros,

Asherah ha hecho (un pacto) con nosotros.

Y todos los hijos de Ēl,

Y el gran consejo de todos los Santos.

Con juramentos del Cielo y la Tierra Antigua[18].

En el anverso del amuleto aparece un lamassu, la mítica deidad protectora con forma de león alado y cabeza humana. Bajo sus pies hay una loba con cola de escorpión (figura demoníaca) que devora a un ser (se desconoce si es masculino o femenino). En el reverso, un dios con sombrero asirio tardío porta un hacha o una azada, símbolo real y/o sacerdotal.

Según los estudiosos, el texto completo es un conjuro o encantamiento para alejar a los demonios. Dice mucho de la mentalidad de la época en la que nacen las creencias que siglos después serán denominadas religiones.

Siento una emoción enorme al leer este texto antiguo mediante el cual recibimos un mensaje de nuestros lejanos antepasados. Me invade la seguridad de estar en el centro de la Historia, donde se revela el origen de la Humanidad.

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LA SAGRADA ALIANZA

La primera alianza, el pacto más antiguo que suscribieron el homo primitivo y los dioses, fue un intercambio: a cambio del conocimiento, la Humanidad trabajaría con y para ellos. Es este el origen de los sacrificios y ofrendas de comida, joyas y toda clase de bienes a las divinidades que aún persisten en las sociedades del mundo y en sus liturgias religiosas. Es entonces cuando los humanos primitivos y los dioses construyeron juntos los primeros templos circulares al aire libre, en plena naturaleza. A este periodo se le denomina en la Biblia y el Corán como la «era de Abraham» y, en estos templos, los dioses iniciaron a la Humanidad.

Fue la época de la revolución cognitiva más importante de la Historia. Aunque hubo otra previa, producida en el interior de las cavernas prehistóricas. En la actualidad, la ciencia está detectando el nacimiento de una nueva forma de pensamiento hace 100.000 años. Pero ni los biólogos ni los semióticos y lingüistas de vanguardia saben explicar qué fue lo que la produjo. La tesis más sólida es la de la mutación del ADN de un solo sujeto a partir del cual su descendencia comenzó a destacarse del resto de homo. Esta mutación dio lugar al homo sapiens. La nueva estructura de sus conexiones neuronales lo capacitó para comprender conceptos y así comenzó a comunicarse con un lenguaje distinto que le abrió las puertas de la abstracción. Es entonces cuando nace el pensamiento simbólico.

Los científicos afirman que la mutación fue aleatoria; sin embargo, según mis análisis, los textos y símbolos gráficos de la Edad Antigua desmienten el supuesto cambio fortuito y lo atribuyen a la reproducción sexual entre los homo y los seres procedentes del exterior de la Tierra, a quienes llamaron dioses. La palabra dios significa «brillante» y podría aludir tanto al resplandor de su inteligencia como a los vehículos en los que se desplazaban. A pesar del tiempo transcurrido, hoy seguimos utilizando el calificativo «brillante» para referirnos a una persona que destaca del resto en cualquier materia.

Hace unos 10.000 años, los cazadores-recolectores erigieron, al sudeste de Turquía, la ciudad de Göbekli Tepe, descubierta en 1995. Su templo circular columnado es el centro religioso al aire libre más antiguo del mundo. Sus pesadas columnas en forma de T, según mis análisis, son los símbolos de las puertas al Cielo y el camino a su sabiduría. El pájaro con la esfera en la mano representa a un ser del Cosmos que entrega el conocimiento a la Tierra. Este dibujo es el lejano antecesor de la estrella An y lo veremos reproducido en otros tipos de ave en otras culturas antiguas.

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El pájaro celeste con el Cielo en la mano entregando los misterios del Universo a la Humanidad. Templo de Göbekli Tepe (Turquía).

Más tarde, los templos se edificarán en forma de U, como los que se han encontrado en Mesoamérica y en Egipto, que es, además, la forma del sancta sanctorum de los templos egipcios, el lugar más sagrado de las ciudades, al que solo podían acceder los faraones.

Y es que, una vez que los dioses comprobaron que aquellos seres, a quienes al principio consideraron bestias, tenían la capacidad de evolucionar y adquirir más conocimientos, decidieron desarrollar aún más su intelecto. Además de enseñarles a domesticar al ganado y a sembrar, los dioses instruyeron a los humanos en otras funciones técnicas.

Seleccionaron para la construcción a los hombres, por su fortaleza física, y a las mujeres para el lenguaje y la administración. Así decretaron sus destinos. Quienes no sabían escribir sí podían interpretar los símbolos de la autoridad. Las primeras grafías eran escritura sagrada porque provenían de los dioses y constituían la palabra y la ley marcadas por la divinidad. El pueblo consideró magos a las sacerdotisas y a los escribas, pues mediante la palabra eran capaces de conseguirlo todo, de cambiar el destino de cualquiera para siempre, de hacer encantamientos y males de ojos.

El clan de los escribas fue formado por los sacerdotes cuando, con el aumento demográfico, necesitaron ayudantes. Estos tenían que superar rigurosos exámenes para demostrar su dominio de la gran cantidad de dialectos y lenguas que se hablaban entonces debido a los intercambios comerciales y a las constantes batallas que se libraban para imponer su poder: sumerio, acadio, egipcio, indio… Los mejores dominaban hasta nueve idiomas.

Al frente de la organización del Gobierno estaban las mujeres más sobresalientes, que fueron ungidas por los dioses. Pero los primeros textos escritos no eran relatos ni obras religiosas, ya que estos se desarrollaron posteriormente, cuando estuvo resuelto el problema de la organización social y la distribución de alimentos. Al principio eran datos administrativos que rendían cuentas de los bienes, las cosechas o el número de vacas y ovejas que las sacerdotisas y reinas administraban en nombre de las deidades, que eran los únicos propietarios de la tierra y de sus productos.

Con el paso del tiempo, tanto los sacerdotes como los reyes acabaron abusando de su poder y constituyeron un clan férreamente organizado que solía acabar corrompiéndose y apropiándose del conocimiento que los celestiales habían entregado para el bien de todos. Así se expresa en la Epopeya de Gilgamesh:

Aquel que todo lo ha visto hasta los confines del mundo,

aquel que todo lo ha vivido para enseñárselo a otros,

propagará parte de su experiencia para bien de cada uno[19].

En el relato, el rey Gilgamesh se comporta de forma despótica con los habitantes de su ciudad, Uruk. Debido a su lujuria descontrolada, aprovechaba su posición para forzar a las mujeres. Por ello, sus súbditos se quejaron a los dioses y estos acabaron dándole una buena lección.

Y es que cuando los sacerdotes y los reyes olvidaban la compasión y la administración de justicia, funciones para las que habían sido nombrados, se convertían en tiranos. Entonces el pueblo clamaba la justicia del Cielo. El comportamiento errático era percibido desde lo Alto y juzgado como una abominación. Según el relato del Tanaj, un nuevo dios llamado Yavé hizo su aparición en Egipto debido a la corrupción de sus gobernantes y eligió a Moisés para ofrecerle una nueva alianza. Este dios se mostró más fuerte que el faraón, enviando plagas que exterminaron a todos los hijos primogénitos del país. Luego abrió las aguas del mar para que Moisés y los suyos pudieran huir del ejército del rey. Ese nuevo pueblo elegido renegó del resto de deidades y solo tuvo por dios a Yavé.

UN TESORO DE SABIDURÍA ANCESTRAL

Las palabras y los símbolos clave, dotados con un poder evocador mágico, siguen siendo secretos. Solo quienes dedican muchos años a su estudio pueden empezar a comprenderlos. Son un tesoro para la Humanidad, nuestra cueva de Ali Babá repleta de sabiduría.

El conocimiento antiguo ha traspasado las fronteras del tiempo, custodiado en las primeras grafías impresas tanto en la roca como en las tablillas de arcilla. Traducirlas e interpretarlas es vital para entender los acontecimientos que dieron forma y origen a la Humanidad. La fe en un dios no era algo abstracto, sino tangible, cuyos mecanismos y función tenían y tienen una causa lógica y racional. No son productos aleatorios o del azar. Es fundamental que la sociedad del siglo XXI conozca el contenido y el contexto de las escrituras ancestrales.

Como muestra, el análisis paleográfico de la palabra Abraham, con la que se nombró a uno de los patriarcas postdiluvianos, nos dice varias cosas. Una, que era hijo de los dioses del Cielo, como leemos en su sufijo –an. Y otra, que conocía y estaba mezclado con la divinidad egipcia, como leemos en –ra, nombre del dios Sol egipcio. Esto nos informa de que Abraham ya es un ser con alma y entendimiento (Ra) y que parte de su ADN es de origen celeste.

Otra prueba más de que la mutación se produjo por intercesión del Cielo.

Pero hay otra serie de palabras de las culturas antiguas cuya interpretación no ha sido correcta. Me refiero a los carros alados, los carros de fuego, la gloria de dios, las vimanas. Yo ignoraba este saber ancestral, pero, tras mi aprendizaje con don Enrique, estaba en situación de leer el pasado con nuevos códigos. Como una arqueóloga del tiempo y de las palabras, inicié una aventura apasionante hacia los comienzos de la civilización humana.

La realidad que he encontrado en los textos de la Antigüedad es más apasionante de lo que había imaginado y supera cualquier hipótesis de partida. Hay cuestiones que escapan a la lógica si aplicamos el marco de la historiografía oficial. Por eso es preciso recurrir a nuevos códigos. Como me explicó mi maestro: «Desde una perspectiva determinada, la Biblia es un libro ufológico».