TRES

Probidad
Nycton
Dilema

 

 

 

El destructor Probidad atravesó a toda velocidad las zonas centrales del sistema Sotha. Era una nave pequeña, de un kilómetro y medio de longitud, y, en proporción a su tamaño, no poseía una potencia de fuego desbordante. Un quinteto de torretas en ambos lados de la nave servía tanto de dársena como de baterías de misiles a estribor. La proa abocinada contaba con una extensión modesta de lanzatorpedos. Un solo golpe directo de una nave de clase crucero reduciría el Probidad a un montón de átomos calcinados, pero lo que carecía de ferocidad lo compensaba en velocidad. Al capitán Gellius le encantaba pensar que aquella nave era como un estoque, y la comparaba con los movimientos lentos y oscilantes de las naves más grandes, más propios de un hacha.

En aquel momento necesitaban toda la velocidad que pudiese proporcionar.

La ronda que estaba realizando la nave se había visto interrumpida. Unas lecturas auspex de larga distancia, aunque afectadas por la furia de la Tormenta de Ruina y la interferencia atronadora del Pharos, habían detectado una masa metálica de tamaño considerable moviéndose en dirección a Sotha. Alertado por aquella intrusión en el sistema vital, el Probidad se apresuró a investigarla.

—El objetivo está dentro de nuestro campo visual, mi señor —informó el maestro legionario al capitán Gellius.

El pequeño puente de guerra del Probidad, de veinte metros de diámetro y la mitad de ancho, era un monográfico sobre diseño económico. Los niveles escalonados se desplegaban a medida que uno descendía hacia el gran oculus que descansaba completamente cerrado en la proa, y en cada uno de ellos se apelotonaban numerosos tableros de mando y puestos para la tripulación, colocados en arco en la parte frontal de cada nivel. En la plataforma más alta —el único espacio vacío del puente de mando— el sargento Lethicus observaba los procedimientos. Era robusto, hasta para ser legionario, achaparrado y de miembros gruesos, con una cabeza con forma de bala algo pequeña en comparación con el cuello. Tenía cierta presencia, y aquello, más que su cuerpo, era lo que ocupaba realmente el espacio de la plataforma.

—Descubrid el oculus —ordenó Lethicus.

Las contraventanas de plastiacero del gran ventanal se abrieron, y ofrecieron una vista que abarcaba toda la extensión de la columna vertebral de la nave hasta llegar a la proa, puntiaguda como un arado. Una luz rojiza antinatural se derramó sobre la tripulación.

Desde las órbitas intermedias del sistema Sotha casi se podía obviar la Tormenta de Ruina. Si uno miraba hacia el este, lejos de Ultramar, las estrellas resplandecían a través de la tormenta. Aquella pantalla delirante que cubría la realidad era más débil en el lado oriental. Casi se podía ver el espacio real con total claridad.

El paisaje que se extendía hacia el núcleo de la galaxia era otra historia. Ultramar se ahogaba envuelto en una luz roja sanguinolenta. La furia descarnada de aquella tempestad sobrenatural era tal que había emergido de la disformidad, adentrándose en los reinos de la realidad, y había cubierto el cosmos con un velo escarlata. Un falso cielo de un color aterrador y una violencia que dividía el Imperio. Dos estrellas junto al sol de Sotha brillaban entre aquella agitación, y ambas eran ficticias. No eran soles; una era el mundo solitario de Ultramar iluminado por las tecnologías arcanas del Pharos, sobre el mundo de Sotha. La segunda luz era ese mismo faro. El cuerpo iluminado y el cuerpo luminoso destacaban contra la tormenta. El resto de los Quinientos Mundos de Ultramar y la amplísima galaxia se perdían de vista.

Macragge era un puerto aislado en un mar de horrores.

Lethicus apoyó todo el peso de su cuerpo en el pasamanos y se inclinó sobre el puesto del capitán Gellius. No había trono para el legionario, pues el predecesor de Lethicus había ordenado quitarlo. Según su razonamiento, dado que cinco oficiales y doce servidores ocupaban gran parte del puente, un trono para una mole transhumana no hacía otra cosa que atestar todavía más el lugar.

Lo que no se decía era que colocar a un miembro de la legión en una posición tan ensalzada era, en el mejor de los casos, un lujo y, en el peor de ellos, una afrenta a la autoridad del capitán humano.

Lethicus estaba de acuerdo. Era plenamente consciente de las diferencias de poder entre la legión y sus sirvientes no modificados. Se había alejado de aquellos a los que protegía durante demasiado tiempo, pero tras la traición de Horus había vuelto a tomar conciencia de su identidad. Los hombres de la legión formaban parte de la humanidad, no estaban por encima de ella. Lethicus nunca había sido una persona sensible, ni antes de su ascenso ni, por supuesto, después. No obstante, notaba una vaga sensación de desagrado cuando se daba cuenta de lo mucho que se había alejado de su propia especie.

El destructor avanzó a toda velocidad por una masa ardiente de plasma. Durante un largo espacio de tiempo nada era visible, aunque los sondeos del auspex indicaban que iban acercándose a su objetivo.

Una sombra oscura quedó patente en la turbidez de la tormenta.

Ninguna luz brillaba desde la nave, ninguna estela hizo resaltar sus extremos; lo único que indicaba su presencia era la ligera oscuridad que provocaba el resplandor de la tempestad. Para el auspex medio ciego del destructor, aquella nave había resultado ser invisible hasta que, por casualidad, había entrado deambulando en el reducido radio de acción del aparato. En las pantallas, en las proyecciones hololíticas y en las incomprensibles líneas de código binario, aparecía como un pedazo de metal inmenso, aunque completamente inerte. Incluso a tan poca distancia uno tenía que saber bien dónde dirigir la mirada para poder verlo.

La puerta circular en la parte trasera del puente se abrió, lo que partió por la mitad el emblema de Ultima en relieve que la adornaba y lo arrastró hacia la pared. Entró el hermano Caias, el segundo de a bordo de la escuadra de Lethicus. Los hombres armados que aguardaban junto a la puerta le saludaron con presteza.

—Te has tomado tu tiempo, Caias —refunfuñó Lethicus.

—Estaba en la instrucción, Lethicus. Hazlo bien o no lo hagas. No estábamos siendo atacados y, como faltaba poco tiempo, insistí en terminarla.

Lethicus movió la cabeza e hizo un gesto que podría haber indicado que estaba de acuerdo.

—¿Qué es lo que te tiene tan preocupado? —preguntó Caias.

—Ya estamos cerca.

—¿Es una nave?

—Tal y como temíamos, es una nave. Legiones Astartes.

—¿Un crucero de asalto? —quiso saber Caias. Se inclinó hacia delante y echó un vistazo por el oculus a través de la enloquecedora luz de la tormenta. La nave iba creciendo por momentos y desvelaba sus secretos poco a poco—. Es difícil determinar de quién es. Parece estar gravemente dañada. ¿Crees que ha llegado hasta aquí siguiendo el Pharos?

—Si ese fuese el caso, ¿por qué no está en Macragge? ¿Por qué ha llegado al sistema de Sotha? Dentro de la disformidad solo se ve la ubicación que ilumina el rayo de luz, no el faro en sí.

Una vez se encontraron a mil kilómetros de distancia, la nave aumentó de tamaño de forma vertiginosa dentro del campo de visión frontal. Era mucho más grande que el Probidad, pero, según indicaba el auspex, carecía de vida.

—¿Tus órdenes, mi señor? —El capitán Gellius era un oficial competente, pero a pesar de ello miró por encima de su hombro al Space Marine que aguardaba tras él en busca de orientación.

—Démosle la vuelta, despacio —respondió Lethicus con aspereza.

—Dicho y hecho —dijo Gellius.

El Probidad aflojó la marcha. Pasaron los minutos. Maniobrando con sumo cuidado, el destructor pasó junto a aquella gran nave manteniendo una distancia de diez kilómetros.

—Un desastre absoluto —comentó Caias con desdén.

—Esa no es razón para no ir con cuidado.

—Estoy de acuerdo, hermano, pero deberíamos encontrarnos con más así. La guerra está por todas partes, hay un sinfín de naves medio muertas adentrándose en la disformidad incapaces de volver a salir de ella, y muchísimas otras están desapareciendo por el camino. No podemos arriesgarnos a investigar todas y cada una de las naves abandonadas. Informemos sobre ella y sigamos adelante.

—Es demasiada coincidencia que esté aquí, en Sotha. Acércanos más, Gellius. Posiciona la nave a trescientos metros.

—Sí, mi señor. Timonel, cuidado con los escombros circundantes. Motores, un cuarto adelante. Cañones superiores, permaneced alerta. Si algo más grande que una mota de polvo se acerca a nosotros, derribadlo —ordenó Gellius.

El Probidad aminoró todavía más la marcha para igualar la velocidad de aquella nave en ruinas. Ahora que las dos embarcaciones iban a un paso relativamente similar, el avance del crucero se redujo y alcanzó una lentitud engañosa mientras rodaba sobre sí mismo, con el centro de su masa algo desplazado, de tal modo que la proa y la popa dibujaban círculos estrechos.

Unos reflectores de búsqueda surgieron del lado de estribor del Probidad y estamparon varios círculos de luz sobre la negrura del casco destrozado. Un fulgor blanco nuclear detectó arañazos enormes por los costados de la nave, además de agujeros irregulares atravesados por cubiertas torcidas. Varias columnas de gas en proceso de condensación se derramaban por el espacio. Alrededor de aquellos boquetes, el metal estaba cubierto de escarcha debido al gas. Un sinnúmero de fragmentos de metal perseguía aquellas ruinas formando una nube, arrastrada por su estela de gravedad.

—¡Por el Trono! Ya no queda nada de ella —exclamó Caias—. No veo ni una sola arma que funcione. No puede haber sido solamente cosa de la tormenta.

—Sin duda alguna eso son daños producidos durante una batalla, no de la disformidad —indicó Lethicus.

—Muéstrame un barrido completo del auspex —pidió Gellius.

—Sí, capitán —respondió Juliana Vratus, la oficial de la nave encargada de las comunicaciones y el auspex. Tres servidores gruñeron al unísono para mostrar su conformidad mientras ella les encomendaba aquella tarea.

—Timonel, llévanos a la parte superior —ordenó Gellius. Pronunció varias órdenes de un modo escueto y sus dedos, con las puntas cubiertas de metal, bailaron en el aire, accediendo a una interfaz de luz que solo los ojos augméticos de Gellius podían ver.

El Probidad viró con cuidado y pasó por encima del intruso. Unas torres dorsales destrozadas se deslizaron bajo la quilla.

Los servidores farfullaron y rechinaron los dientes tras sus máscaras metálicas. La mesa del auspex brilló al aparecer un nuevo flujo de datos entrantes.

—No hay rastro de energía ni señales de vida —apuntó Vratus—. La nave ha sufrido daños catastróficos. Hay fugas de plasma residual a babor. —Levantó la vista hacia el oculus—. Deberían de visibles ahora. Ahí.

Unos retículos de selección de objetivo color naranja apuntaron hacia los chorros de gas que emanaban del bloque del reactor de la nave, que brillaban con el color ficticio que indicaba altas temperaturas.

—Esa es la causa de la rotación de la nave. La magnitud de la presión indica que el reactor no funciona y que los daños fueron provocados en algún momento de la semana pasada.

—¿Alguna idea de a qué legión pertenecía? —preguntó Caias.

—No transmite ningún código de identificación. Hablando en términos electromagnéticos, está muerta. Podría llevar a cabo una identificación rutinaria de su perfil mediante los cogitadores, pero tardará un tiempo.

Lethicus sacudió la cabeza.

—Es una nave normal y corriente. No veo ningún ornamento ni el emblema de ninguna legión.

—Es difícil determinar el color que la adorna —comentó Caias—. Podría ser azul oscuro, o negro. Podemos empezar por ahí.

—Raven Guards, Night Lords, Iron Hands, Dark Angels, escoge. —Lethicus apretó sus manos acorazadas con fuerza mientras escaneaba todos los tonos oscuros que ofrecía la superficie de aquella nave destrozada—. ¿Podrías conseguirme una imagen de la placa de proa, Gellius?

—Como desees, sargento —dijo el capitán, y pulsó unas directrices invisibles con los implantes táctiles de los dedos.

Los servidores y motores lógicos respondieron. Bajo la atenta vigilancia de los contramaestres de la nave, redirigieron el Probidad a lo largo de la nave en ruinas que iba girando en dirección a proa.

—¿Alguna hipótesis, Caias? —sugirió Lethicus.

—Podría haberla escupido la disformidad. O ser víctima de un fallo en el campo de Geller debido a daños provocados durante el combate. No hay duda de que la nave ha sido objeto de un ataque devastador. Podría ser una de las naves de la flota de los Word Bearers o de los World Eaters, una baja sufrida durante su ataque sobre Ultramar. Los colores no coinciden, pero eso ahora no significa nada. O…

Lethicus tamborileó el pasamanos con los dedos, y entrecerró los ojos.

—O…

—Es una trampa —soltó Caias.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Deberíamos marcharnos —anunció Caias—. Es la opción más sensata.

Lethicus lanzó un bufido.

—Ojalá pudiésemos. La nave va a la deriva, pero se traslada a una velocidad significativa. Además, su rumbo indica que se dirige directamente hacia Sotha. Con ese impulso, llegará allí en cinco días.

—¿Cuántas probabilidades hay de que impacte sobre la superficie del planeta? —inquirió Caias.

Los dedos de Vratus se movieron con agilidad sobre varios botones. Los cogitadores de su puesto escupieron sus respuestas mediante una retahíla de números brillantes sobre la pantalla.

—Del setenta por ciento. Su curso es directo, una vez se tiene en cuenta la fuerza de la gravedad.

—¿Alguna posibilidad de que lo detecten? —preguntó Lethicus.

—Si se acerca más, nunca lo verán. El Pharos ha cegado la órbita prácticamente por completo.

—Siempre el Pharos —declaró Lethicus.

Vratus asintió con la cabeza.

—Sí, mi señor.

—Tecnología xenos —comentó Caias en voz baja—. No me da confianza. Ilumina la capital para que todos puedan verla mientras nos ciega a nosotros y se pone a sí mismo en una situación vulnerable. Me hace sentir como una luciérnaga en una cueva llena de murciélagos.

—Tenemos que informar sobre la nave —dijo Lethicus.

—No podremos avisar a la Aegida desde aquí, señores. A esta distancia, las comunicaciones no son fiables y la astrotelepatía resulta inviable frente a la tormenta. —Vratus estaba desconcertada—. El segundo astrópata Kivar sigue sin encontrarse bien después del primer intento que realizó. ¿Le pido a la maestra Tibanian que intente establecer contacto?

Lethicus sacudió la cabeza.

—No voy a poner en peligro su mente por un mensaje que no va a llegar.

—¿Kivar, entonces? —sugirió Caias—. Podrías preguntárselo amablemente.

—Ya hemos perdido demasiados astrópatas. Tal y como está ahora, Kivar apenas conserva la cordura. Iremos a toda velocidad a una estación repetidora y enviaremos un mensaje aumentado que abarque todo el sistema.

—Podríamos seguir la nave —comentó Caias—. Podríamos adelantarnos y advertirles en persona.

Lethicus se irguió y se pellizcó el mentón.

—Si esto es un movimiento deliberado, sea quien sea el que nos ha metido en este pequeño dilema es muy astuto. Han elegido este lugar, justo en el que más dispersos nos encontramos. En teoría, si escoltamos esta ruina hasta el final, crearemos una brecha enorme en la red de patrulla. Puede que estén esperando a que hagamos precisamente eso, para seguirnos ellos mismos hasta nuestro hogar.

—O tal vez confíen en que les dejaremos escapar mientras vamos a hacer esa llamada —dijo Caias con aire pensativo—. Todas las hipótesis conducen a resultados desafortunados. Si subimos a bordo, corremos el peligro de ser atacados. Si lo dejamos estar, nos arriesgamos a permitir una infiltración en el sistema.

—Llevamos un cargamento completo de torpedos —señaló Lethicus.

—Artillería —comentó Caias—. ¿Podemos destruir la nave?

—Sí, mi señor, pero para hacerlo habría que emplear gran parte de nuestra munición.

—Y entonces nos quedaríamos prácticamente indefensos —añadió Caias—. Los cañones del Probidad no son muy eficaces.

—Todavía contamos con la velocidad —apuntó Gellius. Estaba orgulloso de su nave ligera, y con razón—. Si nos atacan, podemos dejar atrás casi cualquier cosa.

—La velocidad es un arma tan provechosa como lo es un gladio, en las manos apr… —comenzó a decir Caias.

—Mis disculpas, mi señor, pero ya he identificado la nave —interrumpió Vratus—. Es el Nycton, de la VIII Legión. Fue avistado por última vez en la batalla de… Tsagualsa, en el Sector Thramas. La I Legión informó de su estado maltrecho poco después, aunque no está confirmado. —Examinó rápidamente varias entradas de datos—. Parece ser que se lanzaron todas las cápsulas de salvamento y naves salvavidas. No hay más que señales de energía residuales de fuentes secundarias y terciarias. Está muerta, mi señor.

—Esa batalla tuvo lugar hace más de un año, y todavía sigue sangrando plasma. Deben ser daños recientes, o una treta. Apostaría mi última bala de bólter a que todavía hay vida en su interior. —Lethicus estampó la mano contra la barandilla con una furia repentina—. ¡Night Lords! Esto no me gusta nada. Hay algo que no encaja en todo esto. Si el Nycton hubiese llegado hasta aquí arrastrado por alguna marea aleatoria, podría haber sido registrado por las naves de vigilancia del punto Mandeville. Gellius, retirémonos. Artillería, diseñad una medida para usar la mínima cantidad de munición posible. Vratus, mantente alerta. Realiza un barrido general de ámbito completo con el auspex.

Vratus frunció el ceño.

—El radio del sensorium está limitado a diez mil kilómetros.

—Ejecuta esa orden y pon en marcha el auspex. Desviad energía de los motores para reforzar la señal al máximo y dadle a Vratus lo que necesita —dijo Gellius. Tragó saliva deliberadamente para activar el dispositivo de comunicación que llevaba incorporado en la garganta—. Tecnoadepto Mu-Xi 936, prepara el sensorium y la interfaz del auspex para adquirir la máxima potencia. Motores en punto muerto, propulsores vectoriales a pleno rendimiento. Vira ciento ochenta grados por proa. Avance ligero en dirección tres cuatro nueve por veintiséis. Alejémonos del Nycton.

Sonaron varios timbres. Los motores se apagaron y las vibraciones de las placas de la cubierta cambiaron. El Probidad se sacudió cuando los propulsores de frenado se dispararon, y su descarga enturbió el oculus con gases congelantes. La nave de los Ultramarines se apartó del Nycton y dejó que continuase su camino vacilante hacia Sotha.

La proa del Probidad se balanceó y formó un arco amplio mientras giraba su estructura desde el centro. La fuerza de reacción empujó a la tripulación, que tropezó debido al tirón que recibió de la gravedad. Lethicus tuvo la sensación momentánea de caer por dos direcciones al mismo tiempo. Entonces, la nave frenó y los motores principales aceleraron a toda potencia otra vez, lo que la alejaba de la nave en ruinas a una velocidad constante, y aquella sensación tan extraña desapareció.

Siguieron así durante cinco minutos, mientras la distancia entre las dos naves aumentaba rápidamente.

—El sondeo del auspex no muestra señal alguna de otras naves —informó Vratus.

—¿Estás segura? —preguntó Caias.

—Tan segura como lo puedo estar con la interferencia de la tormenta, mi señor.

—Es suficiente —comentó Caias.

—Tendrá que serlo —apuntó Lethicus—. Capitán, destruye la nave, y luego sal a toda velocidad hacia el séptimo faro. Enviaremos un informe desde allí. Es la única manera de estar completamente seguros de que Sotha recibe nuestra transmisión. Si nos están vigilando, nos exponemos a un peligro inminente.

—Como ordenes, mi señor. Te advierto que este desvío nos alejará de nuestro itinerario de patrulla programado. La comunicación desde el faro no llegará a Sotha hasta dentro de varias horas, y nosotros tardaremos dos días en alcanzar el séptimo faro —explicó Vratus—. No recibirán nuestro informe hasta dentro de cincuenta y cuatro horas.

—Más vale que reciban la advertencia tarde que nunca —declaró Lethicus.

—Mi señor.

—A toda velocidad. Ponnos en alerta de combate.

—Sí, mi señor —contestó Gellius—. A toda la tripulación, preparaos para iniciar asalto. Los protocolos de combate se activarán en cuarenta y cinco segundos. Todos a sus puestos.

—Vratus, envía un mensaje ahora mismo a través del comunicador de larga distancia de la nave. Existe la posibilidad de que llegue a su destino —ordenó Lethicus.

—Entendido. —Vratus volvió a su puesto.

—Gellius, voy a parar de interferir en tus funciones y te dejaré al mando de todo. Gracias por tu paciencia.

—Mi señor Lethicus —respondió Gellius. Inclinó la cabeza, pero no desvió la atención de sus instrumentos ni de su tripulación.

 

A una distancia de seiscientos kilómetros de la nave muerta Nycton, el Probidad se inclinó hacia un lado de manera acentuada y disparó una salva completa de torpedos contra el transporte destrozado de los Night Lords. En dos grupos de tres, los proyectiles se deslizaron por sus tubos, seguidos por ráfagas de éter congelado, y se dispersaron en abanico. Los potentes y resplandecientes propulsores ardieron con nitidez contra el ambiente rojizo de la Tormenta de Ruina, y alteraron el curso de la munición de un modo brusco. Su tamaño descomunal creaba la falsa ilusión de que se trasladaban con una elegancia algo torpe, cuando en realidad podían desplazarse a una fracción considerable de la velocidad de la luz.

Habían lanzado ya la segunda descarga de torpedos cuando impactó la primera. Una superposición de esferas radiantes surgió de repente, y se apagó casi a la misma velocidad. Numerosos escombros rodeados por un halo refulgente salieron disparados de la nave muerta. Se enfriaron con rapidez y se convirtieron en pedazos oscuros que se dispersaron por todas partes, impulsados por las explosiones. La segunda ronda de impactos siguió poco tiempo después, y desde el oculus de la nave pudieron presenciar la eclosión del fuego nuclear.

Pero no fue hasta la tercera descarga, que siguió de cerca a la segunda, cuando el crucero de asalto en ruinas explotó con fiereza hasta convertirse en una bola deslumbrante de fragmentos metálicos y gases.

El destructor permaneció quieto durante unos segundos, como si estuviese valorando su propia obra. Entonces, el único motor principal se encendió y los propulsores de babor operativos se activaron con fuerza. Describiendo una parábola pronunciada, el Probidad se posicionó de tal modo que la estrella de Sotha quedaba en el lado de popa, y se desplazó a lo largo del plano de la eclíptica en dirección a aquel gigante gaseoso anónimo del sistema y la estación repetidora que allí se situaba.