DOS

Sentencia
Debajo de la montaña
Cohorte

 

 

 

Oberdeii siguió a Arkus por el orbital de Sotha, sintiéndose pequeño e intimidado por las poderosas pisadas de su guía. Los estrechos pasillos estaban llenos a reventar de legionarios y siervos de la 199.ª Compañía Aegida. Era todo lo que podía hacer para que los hombres a quienes, con fervor, ansiaba llamar hermanos algún día, no lo aplastasen.

Sotha era un raro planeta análogo de Terra y, tras su descubrimiento, había sido elegido destino para un rápido asentamiento, aunque Roboute Guilliman había paralizado el proceso después del descubrimiento de unos artefactos xenos que plagaban la montaña más alta del continente principal del planeta. Durante más de cien años, el mundo se había mantenido oculto en secreto, un lugar en el que se llevaba a cabo una intensa investigación que, poco a poco, reveló el objetivo de la montaña: un gran faro que aumentaba la velocidad de los viajes a través de la disformidad, que permitía las comunicaciones entre distancias enormes y que hasta podía llegar a permitir que un hombre pasase de un mundo a otro como si de dos habitaciones de una casa se tratasen.

Era simple y llanamente un milagro, y había salvado Macragge.

Desde que se había conectado el Pharos para mantener unidos los Quinientos Mundos, los sueños que suscitaba el artefacto se habían vuelto tan intrusivos que el capitán Adallus había trasladado el centro de mando de la superficie del planeta a la estación. Hace poco, se había vuelto tan fundamental para las operaciones de la 199.ª que tanto la guarnición como los colonos habían empezado a referirse a ella como «la plataforma Aegida».

Todo el mundo se apartaba y dejaba pasar al sargento Arkus y, antes de que se tropezasen con él, el joven se abalanzaba tras su sombra. La mayoría de la compañía habían experimentado al menos algo y habían estado expuestos al escrutinio de los altos cargos de la legión, así que conocían el trabajo de Arkus. Ninguno de ellos sabía a ciencia cierta qué le había pasado a Oberdeii, pero sabían que había pasado algo. Algunos hermanos le hicieron un gesto de comprensión con la cabeza. Oberdeii se lo devolvió, tímido y agradecido.

El orbital era pequeño. En apenas veinte minutos, Arkus y Oberdeii ya habían cruzado toda su anchura hasta llegar al apotecarion.

El centro medicae era tan pequeño como el resto de la plataforma, meticulosamente ordenada por los cuatro apotecarios que estaban al mando de la sala. A Oberdeii le habían dado permiso para marcharse de la sala justo el día anterior. Se le cayó el alma a los pies cuando entraron de nuevo en las brillantes paredes blancas del apotecarion. El sinfín de pruebas y de intervenciones de implantación a las que se había visto sometido había contribuido a que el apotecarion le resultase aburridamente familiar al joven Oberdeii, que se había pasado semanas encerrado en ese lugar después del incidente de la montaña. Por la que debía ser la centésima vez, Arkus lo condujo por el pasillo principal a través de unas puertas de un blanco reluciente en las que estaba estampada la perfecta hélice de los medicae. Los humanos inalterados del personal medicae se hicieron a un lado con gran respeto, saludando a los Ultramarines con unas bajas reverencias.

Esa vez, Arkus atravesó junto a Oberdeii la puerta de las habitaciones donde los exploradores pasaban mucho tiempo, pues allí los monitorizaban y les hacían pruebas, y lo guio hacia el centro del medicae. Desde allí, recorrió un pasillo escoltado por dos guerreros con los colores y la armadura de la Tercera Compañía. Al pasar por su lado, Oberdeii los miró de soslayo, intrigado por las diferencias de sus armaduras, de sus heráldicas y de sus armas. Otra punzada de pena le atravesó el cuerpo, pues no tendría la oportunidad de servir al lado de unos guerreros tan honorables, ni tan siquiera de conocerlos.

Arkus se detuvo ante una gran puerta doble y le lanzó una sonrisa afable a Oberdeii:

—¿Estás preparado, chaval? —preguntó.

Oberdeii asintió.

Por un momento, Arkus permaneció en silencio. Oberdeii lo miró fijamente y vio reflejados en el rostro del Ultramarine los sentimientos encontrados que este sentía.

—¿Recuerdas lo que nos dijo el León?

—Que no podíamos contar lo que había pasado —respondió Oberdeii.

—Neófito, admito que va contra mis instintos, pero una vez que entremos, no mencionarás la misión de mapeo en el Pharos, así como tampoco hablarás de tu propia experiencia dentro de él.

—Sargento…

—Neófito Oberdeii, hemos recibido una orden directa del León. Solo la desobedecería si el mismísimo Guilliman me dijese que tengo que hacerlo. Mentirles a nuestros hermanos me molesta, pero no podemos desobedecer una orden del primarca. En lo que a los oficiales que nos esperan dentro respecta, tus sueños son más fuertes y más frecuentes que los del resto, solo eso. Después de todo, predijiste la llegada de los Blood Angels en Ultramar. ¿Ha quedado claro?

—S… sí, sargento —tartamudeó Oberdeii. Tenía la boca seca. La coronilla le latía y las palmas de la mano le temblaban ante la idea de engañar a sus superiores.

—Estás nervioso, neófito. Tranquilo. A veces es necesario ocultar información —dijo Arkus, aunque el tono de su voz indicaba que no era eso lo que pensaba en realidad. Presionó el botón de la puerta. Las dos puertas se abrieron con un siseo y el sargento hizo pasar al explorador a una habitación de tamaño medio, corriente, en la que Oberdeii jamás había estado antes.

Cuatro Ultramarines los esperaban dentro. Oberdeii conocía muy bien al apotecario Taricus, el cirujano de los reclutas de la 199.ª Compañía. Le acompañaban otros dos ayudantes médicos, a los que el joven explorador también conocía. Para sorpresa de Oberdeii, el capitán Adallus estaba allí y compartió una mirada de cautela con el sargento. Oberdeii no había visto nunca a los otros dos oficiales que estaban en la habitación. Ambos llevaban puesta la armadura de batalla al completo. Uno lucía la insignia del Librarius y llevaba la cabeza cubierta con una capucha de metal adornada con cristal azul. El otro oficial era capitán e iba engalanado con una abundancia de grandes condecoraciones tal que resultaba intimidante. Oberdeii se paró en seco. El capitán lucía tres barras de años de servicio que le adornaban la frente; tenía la piel curtida, propia de los legionarios que llevan muchos años en activo; y su pelo era gris como el hierro.

—Neófito Oberdeii, le presento al epistolario Sergio, del Librarius —anunció Arkus.

Oberdeii se encontró con unos ojos que brillaban de energía, y se inclinó:

—Mi señor.

—Él es el capitán Hortensian, invigilatus principal de los reclutas.

Los ojos de Oberdeii se abrieron de par en par, por la sorpresa. Contuvo la reacción justo a tiempo. Hortensian era el oficial de mayor rango de la sala de reclutamiento de los Ultramarines, responsable, en última instancia, de la admisión de toda la legión.

—Mi señor —saludó Oberdeii con todo su respeto.

Hortensian le lanzó una mirada penetrante que duró varios segundos al explorador, una mirada que Oberdeii se esforzó por sostener.

—No te asustes, neófito.

—No estoy asustado, mi señor. Sorprendido, quizá, y no debería estarlo. Tu presencia aquí es lógica. Lo que sucede aquí, en Sotha, es poco común.

—Tienes razón. Nos han dicho que fuiste el más afectado por el faro —dijo Hortensian.

—Así es, mi señor.

—¿Sabes por qué estamos aquí?

Oberdeii no pudo evitar encorvarse de hombros:

—Para ver si soy digno de continuar con mi entrenamiento.

—Correcto.

—Es un buen explorador y será un legionario excelente —comentó Arkus. Colocó las manos sobre los hombros del joven, en actitud protectora—. Me lo he encontrado en una de las jaulas de entrenamiento, luchando nada menos que contra un servidor de clase Theta.

—¿Permites que tus reclutas se enfrenten a servidores de ese tipo? —preguntó Hortensian.

—No, desde luego —respondió Arkus—. Oberdeii apenas desobedece mis órdenes pero, al parecer, cuando lo hace, tiene iniciativa.

Hortensian observó a Oberdeii con una mirada apreciativa. Al joven le costó mantenerse firme. Había estado ante el mismísimo Guilliman en persona. Pero, de alguna manera, la mirada del capitán era más pesada.

—Tu comportamiento revela tus miedos, neófito Oberdeii —dijo el invigilatus—. No eres tú el que debe decidir si estás en condiciones o no; ese es mi trabajo.

Oberdeii asintió:

—Sí, mi señor. Espero tu sentencia.

—Pareces impaciente por oírla.

—Así es, mi señor —contestó Oberdeii—. Cuando pronuncies tu sentencia, sabré qué me depara mi futuro y así estaré mejor preparado para formular una acción práctica adecuada. Sin ella, no puedo formular un plan de acción razonable.

—Una buena afirmación. Nadie te cuestionará y podrás regresar a tu unidad sin ninguna duda…, si se te considera digno de ello. —Hortensian hizo una pausa antes de continuar hablando—: Pero ¿y si eso no sucede?

—Haré lo que se me ordene.

Hortensian asintió:

—Como debe ser. Apotecario, epistolario, por favor, comenzad.

—Oberdeii, ¿podrías tumbarte, por favor? —El apotecario señaló con un gesto una camilla que emergía de la pared.

Oberdeii obedeció sin rechistar.

El apotecario Taricus se colocó junto a Oberdeii. Sus asistentes humanos comenzaron a pulular alrededor del explorador y le conectaron un montón de aparatos de monitorización en los brazos. Oberdeii aceptó sus movimientos sin entusiasmo, con la mirada clavada en el techo. Se preguntó cuántas horas se había pasado mirando techos como ese a lo largo de su vida.

—Pero ¿qué te has hecho? —dijo Taricus al examinar las heridas de Oberdeii y chasqueó la lengua en señal de desaprobación—. Te dejé marchar del apotecarion ayer. ¿Tantas ganas tienes de volver?

—No, apotecario. Solo deseo ser digno —contestó Oberdeii—. Es la única ambición que tiene un neófito.

—Procura no echar a perder todo nuestro duro trabajo con tus esfuerzos, muchacho. —Taricus cogió una gran jeringuilla de una bandeja de plata que le acercó uno de sus ayudantes—. Esto te relajará. Después, el hermano Sergio te examinará.

Le puso la inyección en el bíceps. Se oyó un suave siseo y unos puntitos de colores borraron la silueta del apotecarion de la visión de Oberdeii.

El explorador cayó en lo más parecido al sueño que había experimentado desde el día en el que había caído en la oscuridad, pero no iba a descansar en absoluto.

Oberdeii se estremeció y se encontró de nuevo en la montaña…

 

Su respiración resonaba con gran estruendo en sus oídos, y los quejidos de su sangre eran un contratiempo ensordecedor. La agitación que sentía había reactivado su segundo corazón y el sonido del latido doble de su pulso intensificó su sensación de falta de valía. No era un guerrero; solo era un niño perdido, asustado por todo aquello que acechaba en la oscuridad.

Intentó hacer caso omiso de las presencias incompletas que merodeaban por el borde de sus sentidos. Intentó tener siempre presente su entrenamiento, apartar cualquier emoción o sentimiento…

«Céntrate», pensó. «No deben sentir miedo».

Esa había sido la orden del Emperador y la promesa de las Legiones Astartes.

«Céntrate».

Pero a pesar de todas sus mejoras y del entrenamiento hipnótico, no era un Space Marine. Todavía no.

Estaba aterrorizado. Un temor más profundo se apoderó de él, que había fallado como muchos antes que él, que sus temores lo hacían desmerecedor de unirse a las filas de la XIII como un legionario al completo. La vergüenza le enfureció y, a pesar de que la ira luchaba contra el miedo, Oberdeii pudo prever lo que le esperaba con gran temor. Recordó lo que había pasado con precisión, maldito por su memoria mejorada. El dolor del conocimiento le acompañaría toda la vida, incluso cuando los rostros de su familia se desvaneciesen de su memoria.

El yo de su sueño recorrió todos sus recuerdos, instando al Oberdeii del pasado a que se detuviese donde estaba, que no diese el próximo paso y se zambullese en la oscuridad y en su terrible iluminación. Oberdeii quería darse la vuelta, encontrar cualquier lucecita que pudiese frenar el avance de la oscuridad.

Pero no pudo. Todo lo que sentía ya había pasado.

Cuatro pasos, eso era todo. Cuatro pasos antes de que se cayese y de que supiese demasiado. Oberdeii levantó un pie, y el yo de su sueño le gritó una advertencia, instándole a que abrazase la seguridad del desconocimiento.

Una mente le tocó la suya. La calma le inundó la mente. En el sueño, el pie se quedó congelado, vacilante ante el abismo.

—Suficiente —pronunció una voz desconocida, y el sueño se terminó.

 

Una mano le cogió la suya, con un apretón firme y paternal

Oberdeii abrió los ojos; los tenía secos, como si acabase de despertar tras una larga noche de sueño. La blancura del apotecarion lo deslumbró tras los recuerdos de la oscuridad.

—Neófito Oberdeii. ¿Estás despierto?

El sargento Arkus estaba a su lado, sosteniéndole la mano con delicadeza. Oberdeii necesitó un momento para ordenar sus pensamientos.

—¿Oberdeii? —Arkus miró hacia atrás y les comentó a los demás—: Le pasa a menudo.

El joven explorador levantó una mano y se irguió sobre la camilla. Las almohadillas de gel del equipo de monitorización, que no habían estado allí cuando se había introducido en su visión, le tiraban de la piel. Temblando, balanceó las piernas hacia un lado de la camilla.

—Estoy despierto.

Tenía la garganta seca. ¿Había dormido? Agachó la cabeza y se aferró al borde de la cama. Sentía las manos demasiado grandes. En el sueño, su apariencia no era la misma que en la realidad. Había regresado a una etapa anterior, una época más vulnerable de su vida. Un chico de verdad y no una quimera incompleta a medio camino entre un humano y un transhumano.

—Estoy despierto —repitió, más que nada para convencerse a sí mismo.

Taricus le indicó a Oberdeii que se levantase la manga de la túnica. El aparato subcutáneo hacía girar un nuevo juego de agujas en su posición y el apotecario las clavó en el brazo del muchacho. Taricus se acercó el aparato al rostro y murmuró algo ante los resultados que se veían en la pantalla; después, consultó la pantalla más grande incrustada en la pared, sobre la camilla.

—Los resultados son normales. El neófito sigue siendo un paciente perfecto para la transformación, en términos médicos.

Una tercera persona habló. Al escuchar el sonido de su voz, Oberdeii alzó la cabeza, pues esa era la voz que había oído en su sueño.

—No presenta ningún signo de mácula psíquica. El chico no es psíquico —afirmó Sergio.

Arkus bajó la mirada hasta Oberdeii, como si le pidiese permiso para hacer algo, y después se colocó entre su pupilo y su examinador.

—Como ya te he dicho, hermano Sergio, ninguno de mis chicos tiene esas capacidades. Por favor, infórmale de tus conclusiones a lord Prayto, y todo quedará en orden. Oberdeii es un candidato excepcional.

—Arkus… —le advirtió Adallus.

Sergio entrecerró los ojos. Oberdeii ansiaba escapar del escrutinio de todos los hombres de la sala.

—El sargento Arkus tiene razón —continuó Adallus—. Todos los que hemos estado en la montaña hemos tenido sueños y visiones similares. Oberdeii ha pasado más tiempo allí que la mayoría, eso es todo.

—¿Por qué? —preguntó Hortensian—. En tu calendario por turnos se ve que ningún miembro de la 199.ª pasa más de una semana seguida en la superficie.

—Oberdeii pasó mucho tiempo en la montaña antes de que yo cambiara la lista de turnos de la compañía. Los exploradores han utilizado, y siguen utilizando, la zona para realizar un montón de prácticas. El terreno es perfecto y añaden otra línea más de seguridad a las operaciones que se llevan a cabo en la zona.

—Tú también has pasado muchísimo tiempo en la superficie, hermano —replicó Hortensian—. Y tu experiencia allí no ha provocado que casi acabes en coma.

Oberdeii observaba la discusión de sus superiores. El intercambio entre ellos había adquirido cierta tensión.

—Ninguno de vosotros ha informado la intensidad de lo que el chico dice que ha sentido —dijo Sergio.

—Ninguno de nosotros somos neófitos —replicó Arkus—. Es el más joven de todos los reclutas. Quizá la edad lo hace más sensible que al resto. Fue él quien soñó con la llegada de Sanguinius y de la IX Legión, lo que fue una gran ventaja para nosotros. Todo esto es por el tiempo que ha pasado expuesto a la montaña, lo mantengo.

Sergio miró con fijeza a Adallus durante un largo rato, el rostro inescrutable:

—Comprende que tengamos que investigar estas manifestaciones. El enemigo corteja abiertamente a amigos extradimensionales.

—Demonios —añadió Adallus de manera inexpresiva.

—Si quieres llamarlo así —contestó Sergio—. Da igual el nombre que utilicemos, nos hemos adentrado en territorio desconocido para nosotros. No podemos dejar pasar ninguna clase de riesgo potencial.

—Yo mismo soñé con el ataque de Curze en Magna Macragge Civitas, y no soy psíquico —contestó Adallus.

—No, no lo eres —coincidió Sergio.

—Entonces —continuó Adallus—, ya nos has juzgado a todos, y a Oberdeii es al que más has investigado. Doy por hecho que ya habrás acabado con tus investigaciones.

—Vigila el tono, capitán —advirtió Hortensian.

—Mis disculpas, hermano. Estoy invirtiendo un montón de tiempo y de energías en esta investigación cuando debería estar ocupándome de la fortificación de Sotha. Ruego me disculpes.

—Recuerda que estamos todos aquí por orden del primarca, Adallus —dijo Hortensian—. Epistolario, ¿quedas satisfecho con la investigación?

Sergio dejó escapar una exhalación. La intensidad se borró de su rostro y se relajó. Parpadeó como un hombre al que sacan de repente de sus recuerdos. En ese momento, se transformó y se convirtió en una persona más amable, aunque todavía conservaba ese aire de misterio que poseía:

—Sí, satisfecho.

—¿Qué opinas?

—Me presentaré ante lord Prayto y le informaré de que la 199.ª está limpia de cualquier influencia de la disformidad.

—Y ¿qué pasa con las visiones? ¿Hay algo más que se pueda averiguar de ellas? —preguntó Hortensian.

—Oberdeii tiene una corazonada de que ocurrirá una gran calamidad —afirmó Sergio—. Es todo lo que he podido leer. Aquí se han dado casos premonitorios de verdad, pero tantos otros legionarios han tenido sueños que nunca se han hecho realidad. Cualquier conocimiento previo a que ocurra algo es poco fiable y personalmente desconfío de las predicciones de una máquina xenos. Además, una vez que una persona es consciente de que las visiones y los presagios pueden darse, cada onda en una charca de agua adquiere un significado injustificado. Lo que le sucede a Oberdeii puede ser solo obra de su imaginación. Lo mejor será mantenernos alerta frente a cualquier amenaza. Es lo único que podemos hacer. De lo que estoy seguro es de que, sea lo que sea lo que esté provocando que tus guerreros experimenten este tipo de cosas, no proviene directamente del immaterium.

—¿Entonces? —preguntó Adallus—. ¿Mis hombres están a salvo?

El bibliotecario se encogió de hombros:

—Una pregunta que tendrías que hacérsela a un techmarine y no a mí, pero no veo efectos adversos.

—Una opinión que satisfará al protector y a nuestro padre.

—Creo que sí.

Arkus relajó un poco la postura:

—¿Y el neófito Oberdeii? ¿Crees que es apto para sus deberes?

El bibliotecario le sonrió al joven:

—Una pregunta más que deberías hacerle a otra persona, sargento. Tú eres el que debe responderla. Pero, si quieres mi opinión, coincido contigo en que será un buen guerrero.

—Entonces, ¿por qué siento miedo? —soltó Oberdeii.

El joven miró a sus superiores desconsolado.

—Has pasado un gran susto —contestó Taricus—. Todavía no has acabado tu adoctrinamiento. La reacción que has tenido se encuentra dentro de los parámetros aceptables. Pasarán meses hasta que hayas completado tu condicionamiento y hasta que, por lo tanto, el miedo desaparezca para siempre.

—Chaval, lo que Taricus quiere decir es que con todo lo que ha pasado últimamente, es normal estar asustado —explicó Arkus.

—¿No… no he fracasado?

—Tu candidatura permanece intacta. Espero completamente que tu ansiedad disminuya y desaparezca —dijo Taricus. Cogió una placa de datos que le tendieron sus ayudantes, la comprobó e hizo caso omiso—. Si no desaparece, tienes que ser sincero y decírmelo a mí o a cualquier miembro del cuerpo de reclutamiento. El miedo se puede superar. ¿Qué opinas tú, capitán?

—No me corresponde a mí inmiscuirme en los procedimientos de reclutamiento de la 199.ª Compañía. Si decides que es apto para ser un legionario, a pesar de los extraordinarios acontecimientos que han tenido lugar, entonces así es.

Oberdeii miró a Arkus. El sargento se mostraba tan aliviado como el muchacho.

—¿Deseas regresar a tus obligaciones, Oberdeii? —preguntó Arkus—. El resto de tu cohorte ha vuelto hoy de la superficie y está en los cuarteles auxiliares.

Oberdeii asintió con resolución:

—Sí, mi señor. Estoy cansado de este lugar.

—Y ¿no te asusta morir? —preguntó Hortensian.

—No —respondió el joven, sin que le temblara la voz—. El fracaso es lo único que me causa temor.

«El fracaso y la oscuridad de debajo de la montaña», añadió para sí mismo. Pero no lo expresó en voz alta.

—Pues entonces no te pasa nada malo —afirmó Arkus, de modo tranquilizador—. Para vencer el miedo, primero tienes que enfrentarte a él. Un Space Marine no siente miedo porque lo ha derrotado.

—Puede reincorporarse a las actividades de su grupo en cuanto se sienta con las fuerzas necesarias para hacerlo —indicó Taricus—. Cualquier problema que esté experimentando no es preocupante y es puramente psicológico. Se recuperará antes rodeado de sus compañeros.

—Según tú, ya tenía las fuerzas necesarias para marcharme, apotecario Taricus. —Oberdeii se puso en pie. Las piernas no le fallaron como él había supuesto, sino que se sentían fuertes—. Estoy listo para regresar con mi cohorte.

 

Oberdeii abrió su taquilla de equipamiento y sacó su arnés de caparazón blindado. Sopesó el enredo que tenía entre las manos. Unas gruesas correas de cuero. Las placas de plastiacero color azul cobalto y tejido de fibra laminado. El símbolo Ultima de la legión, llamativo y blanco, resaltaba en la hombrera izquierda de la armadura; los torcidos cuernos de la letra rodeaban una guadaña negra, la marca de la 199.ª Compañía. El nombramiento de su cohorte estaba expuesto en la hombrera derecha, un círculo dividido en cuatro con los colores de la compañía, el amarillo y el negro, y en blanco, sobre él, estaba pintado «LV». La 55.ª Cohorte.

Lo asió todo con fuerza, con la determinación de guardarlo mejor la próxima vez que tuviese que hacerlo. Tras colocar con mucho cuidado la armadura en su taquilla, sacó el resto de su uniforme: la ropa de trabajo de color hueso, más correas de cuero enredadas en las muchas bolsas del cinto y una pistola bólter y un cuchillo de combate, ambos guardados en sus fundas.

Con aire pensativo, separó la ropa de servicio. Durante mucho tiempo se había obsesionado con las dificultades de pasar el proceso de reclutamiento. En esos momentos, el sentimiento de temor se había aplacado, y lo había dejado con una extraña calma. Estaba enfadado consigo mismo. Su uniforme estaba en un estado que Arkus describiría como una vergüenza. No es que fuera una novedad, pero por primera vez, Oberdeii estaba de acuerdo con él. Tenía que hacerlo mejor.

De repente y con brusquedad, un cuerpo enjuto y fuerte interrumpió sus pensamientos al chocarse con él. El agresor le había rodeado los hombros con los brazos en una especie de placaje que derribó a Oberdeii, que acabó en el suelo.

El joven rodó sobre su espalda, colocó los pies sobre el pecho de su atacante y lo empujó hacia arriba; por el golpe, el asaltante chocó contra una fila de taquillas con un sonoro estruendo que resonó por la sala de armamento vacía.

Tebecai, el hermano de cohorte de Oberdeii, estaba despatarrado en el suelo, alternando una risa juvenil y los jadeos por el golpe que acababa de recibir. Un chico enjuto y fuerte que provenía del otro lado de los Quinientos Mundos, con unas raras costumbres y la piel tan blanca como la leche. Era incorregiblemente alegre, un tanto irritante, y nunca se callaba.

El mejor amigo de Oberdeii.

—¡Apenas se te notan las seis semanas de ausencia! —dijo Tebecai con voz entrecortada. Hizo una mueca de dolor y se tocó el hombro—. ¡Me has hecho daño!

Oberdeii intentó fruncir el ceño, pero una lenta sonrisa ocupó su lugar:

—Tebecai.

—He oído por ahí que te dejan unirte a nosotros.

—Has oído bien.

Ambos amigos se pusieron en pie. Se saludaron como lo hacen los guerreros, hasta que Tebecai tiró de Oberdeii y lo envolvió en un fuerte abrazo.

—Joder, tío, ¡me has dado un susto de muerte! Pensé que se había acabado todo, que era tu fin.

—¡Estoy bien! —contestó Oberdeii. No quería admitir que él había temido lo mismo. De un empujón, alejó a su amigo—. En serio. No hay por qué exagerar. Estoy de vuelta y ya está, fin.

Tebecai se rascó la nuca:

—No estoy exagerando. No ha sido lo mismo sin ti. Cada día, Tolomachus se ha pasado tirado toda la noche vomitando, las hormonas no se le estabilizan. Y me han emparejado con Solon tres veces. ¡Tres veces! ¿Sabes lo aburrido que es Solon? «Eh…, esto…, veinte grados a la izquierda, un poco hacia arriba». —Tebecai imitó el tono de voz del otro explorador—. Eso es lo máximo que he conseguido sonsacarle en todo el día. Es un pelmazo.

—Tebecai, no dejar de parlotear en todo el día no quiere decir que tengas buen carácter. Si es callado, es callado.

—Ya, sí. Me esperaba que dijeras eso. Siempre has sido un poco menos alegre que yo. —Se señaló el pecho con el pulgar. Las tenues cicatrices de los implantes brillaban como hebras de plata contra su pálida piel—. Siempre has tenido dentro el gusanito de la tristeza.

—No es verdad. Me tomo las cosas un poco más en serio que tú, eso es todo. Quiero ser digno del honor de pertenecer a la XIII. Y ¿tú qué?

—Yo solo quiero ser digno del honor —repitió Tebecai como un loro—. ¡Para ser un legionario no tienes que ser tan deprimente! —Le hizo una llave de cabeza a Oberdeii y le frotó la barba incipiente, sin importarle que Oberdeii fuese más alto y fuerte que él—. ¡Deprimente!

Oberdeii lo cogió por la cintura e intentó empujarlo hacia atrás para que lo soltase. Tebecai se echó a reír mientras fingían pelearse.

—¡Vale! ¡Basta! —gritó Oberdeii, uniéndose brevemente a las risas de Tebecai cuando consiguió liberarse de la llave de su amigo—. Dame un respiro. No han pasado ni veinticuatro horas desde que salí del apotecarion.

—Ya lo veo —contestó Tebecai y con un movimiento de cabeza señaló las heridas recientes visibles a través de la camisa abierta de Oberdeii—. Parece que no han sido muy amables contigo. ¿Qué te han hecho en la cara?

—He estado en las cubiertas de entrenamiento.

—Y ¿a qué te has enfrentado?

Oberdeii no le contestó, pero sacó el uniforme de la taquilla y empezó a vestirse:

—¿Qué nos toca hoy?

—Dominación hipnótica. Mantenimiento y conducción de vehículos de nivel cinco. Seis horas de eso, dos horas de balance químico, después desmontaje de armas y, por último, cuatro horas de Historia de la Legión. Aburrimiento total. Has elegido un buen día para regresar.

—Pero estoy de vuelta.

—Pues sí. —Tebecai le dio un par de palmaditas en la espalda, y se puso serio—: Me alegro. Ya lo sabes.

—Yo también. Estar sentado todo el día yo solo ha sido un auténtico aburrimiento.

—Deprimente —añadió Tebecai, con burla.

—Sí, exacto.

Oberdeii intentó aparentar alegría ante su amigo y la verdad es que solo una parte de su fingimiento era mentira.

Sin embargo, bajo su propósito, lo que había experimentado en el Pharos lo perseguía.

Iba a suceder algo terrible.