Desayuno sola esta mañana; pero no me siento en soledad.
La sala de desayuno está llena de caras familiares, todos nos ponemos al día con algo: sueño, trabajo, conversaciones sin terminar. Los niveles de energía del lugar siempre dependen de la cantidad de cafeína que hayamos consumido y, ahora mismo, todo permanece bastante tranquilo.
Brendan, quien ha estado utilizando la misma taza de café toda la mañana, me ve y saluda con la mano. Le devuelvo el gesto. Él es el único entre nosotros que no necesita cafeína realmente; su don para generar electricidad también funciona como un generador de repuesto para todo su cuerpo. Es la exuberancia en persona. De hecho, su cabello blanco y sus gélidos ojos azules parecen emanar su propia clase de energía, aun desde el extremo opuesto de la sala. Comienzo a pensar que Brendan guarda las apariencias con la taza de café más que nada como un gesto solidario hacia Winston, quien parece incapaz de sobrevivir sin la infusión. Los dos son inseparables estos días, incluso aunque Winston a veces resiente el optimismo innato de Brendan.
Han vivido muchas cosas juntos. Todos lo hemos hecho.
Brendan y Winston están sentados con Alia, que tiene su cuaderno de dibujo abierto a un lado; sin duda está diseñando algo nuevo y maravilloso para ayudarnos en la batalla. Estoy demasiado cansada para moverme, de otra forma, me uniría al grupo; en cambio, apoyo el mentón en una mano y observo las caras de mis amigos, sintiéndome agradecida. Pero las cicatrices en las caras de Brendan y Winston me recuerdan una época que preferiría no recordar… una época en la que pensamos que los habíamos perdido. Cuando habíamos perdido otros dos. Y, de pronto, mis pensamientos son demasiado turbios para el desayuno. Así que aparto la mirada. Tamborileo los dedos sobre la mesa.
Se supone que debo reunirme con Kenji para desayunar (así comenzamos nuestro día laboral), y ese es el único motivo por el cual no he cogido mi propio plato de comida. Por desgracia, el retraso de Kenji comienza a hacer que mi estómago gruña. Todos los presentes en la sala cortan pilas frescas de tortitas esponjosas que parecen deliciosas. Todo es tentador: las jarras diminutas con jarabe de arce; las pilas humeantes de patatas para desayunar; los cuencos pequeños de fruta fresca cortada. Al menos matar a Anderson y tomar el control del Sector 45 nos ha dado opciones de desayuno mucho mejores. Pero creo que tal vez somos los únicos que aprecian la mejoría.
Warner nunca desayuna con nosotros. Prácticamente nunca deja de trabajar, ni siquiera para comer. El desayuno es otra reunión para él, y lo comparte con Delalieu, ellos dos solos, y aun así no estoy segura de que realmente coma algo. Warner nunca parece disfrutar la comida. Para él, la comida es combustible (necesario y, la mayor parte del tiempo, molesto) que su cuerpo requiere para funcionar. Una vez, mientras él estaba profundamente inmerso en unos papeles importantes durante la cena, coloqué una galleta en un plato frente a él solo para ver qué ocurriría. Él alzó la vista hacia mí, miró de nuevo su trabajo, susurró un gracias y se comió la gallea con cuchillo y tenedor. Ni siquiera pareció disfrutarla. Aquello, de más está decir, hace que sea el opuesto absoluto de Kenji, a quien le encanta comer de todo, todo el tiempo, y quien después de observar a Warner comer esa galleta, me dijo que sentía ganas de llorar.
Hablando de Kenji, es más que extraño que me abandone esta mañana, y comienzo a preocuparme. Estoy a punto de mirar el reloj por tercera vez cuando, de pronto, Adam aparece de pie junto a mi mesa; da la sensación de estar incómodo.
—Hola —digo, elevando un poco de más la voz—. ¿Cómo…? Em… ¿cómo estás?
Adam y yo hemos interactuado algunas veces en las últimas dos semanas, pero siempre ha sido de casualidad. De más está decir que es inusual que Adam esté de pie frente a mí a propósito, y me sorprende tanto verlo que, por un instante, por poco omito lo evidente:
Parece estar mal.
Hostil. Cansado. Más que un poco exhausto. De hecho, si no lo hubiera conocido mejor, habría jurado que Adam había estado llorando. No a causa de nuestra relación fallida, espero.
Aun así, el viejo instinto me carcome, tira de los antiguos hilos del corazón.
Hablamos al mismo tiempo:
—¿Estás bien…? —pregunto.
—Castle quiere hablar contigo —dice él.
—¿Castle te ha enviado a buscarme? —digo, olvidando los sentimientos.
Adam se encoge de hombros.
—Supongo que pasé por su habitación en el momento indicado.
—Ehh… De acuerdo. —Intento sonreír. Castle siempre intenta arreglar las cosas entre Adam y yo; no le gusta la tensión—. ¿Dijo que quería verme ahora mismo?
—Sip. —Adam coloca las manos en los bolsillos—. De inmediato.
—Bueno —digo, y todo parece incómodo. Adam solo permanece allí de pie mientras reúno mis pertenencias y quiero decirle que se marche, que deje de mirarme, que esto es extraño, que rompimos hace un siglo y que fue extraño, que lo hizo muy incómodo, pero luego me doy cuenta de que él no está mirándome. Mira el suelo como si estuviera atascado, perdido en sus pensamientos.
—Oye… ¿estás bien? —repito, esta vez con amabilidad.
Adam alza la vista, sorprendido.
—¿Qué? —dice—. Qué, ah… Sí, estoy bien. Oye, ¿sabes, eh…? —Tose y mira a su alrededor—. ¿Sabes, ehh…?
—¿Si sé qué?
Adam se balancea sobre sus talones y recorre la habitación con la mirada.
—Warner nunca está aquí para desayunar, ¿eh?
Alzo las cejas hasta lo alto de mi frente.
—¿Buscas a Warner?
—¿Qué? No. Solo, ehh, me lo preguntaba. Nunca está aquí, ¿sabes? Es extraño.
Lo miro.
—No es tan raro —digo despacio, observando el rostro de Adam—. Warner no tiene tiempo para desayunar con nosotros. Siempre está trabajando.
—Ah —responde Adam y la palabra parece desinflarlo—. Qué pena.
—¿De verdad? —Frunzo el ceño.
Pero Adam no parece escucharme. Llama a James, que está limpiando su bandeja del desayuno, los dos se encuentran en el medio de la habitación y después desaparecen.
No sé qué hacen en todo el día. Nunca lo he preguntado.
✥ ✥ ✥
El misterio de la ausencia de Kenji en el desayuno se resuelve en cuanto llego a la puerta de Castle: los dos están aquí, trabajando juntos.
Llamo a la puerta por cortesía.
—Hola —digo—. ¿Quería verme?
—Sí, sí, señorita Ferrars —dice Castle con entusiasmo. Se pone de pie e indica con la mano que entre—. Por favor, tome asiento. Y por favor —hace un gesto detrás de mí—, cierre la puerta.
De inmediato siento nervios.
Me adentro con paso vacilante a la oficina improvisada de Castle y miro rápido a Kenji, cuyo rostro inexpresivo no ayuda en absoluto a disipar mis miedos.
—¿Qué sucede? —pregunto. Y luego, añado solo para Kenji—: ¿Por qué no has venido a desayunar?
Castle me invita a sentarme moviendo la mano.
Lo hago.
—Señorita Ferrars —dice con urgencia—. ¿Tiene noticias de Oceanía?
—¿Disculpe?
—La invitación. Recibió la primera confirmación, ¿verdad?
—Sí, así es —digo despacio—. Pero se supone que nadie está al tanto aún… Pensaba contárselo a Kenji en el desayuno esta mañana…
—Tonterías. —Castle me interrumpe—. Todos lo saben. El señor Warner sin duda lo sabe. Y el teniente Delalieu lo sabe.
—¿Qué? —Miro a Kenji, quien se encoge de hombros—. ¿Cómo es posible?
—No se sorprenda con tanta facilidad, señorita Ferrars. Obviamente, controlan toda su correspondencia.
Abro los ojos de par en par.
—¿Qué?
Castle hace un movimiento de frustración con la mano.
—El tiempo apremia, así que, si es tan amable, realmente quisiera…
—¿Por qué el tiempo apremia? —digo, molesta—. ¿Cómo se supone que debo ayudarlo cuando ni siquiera sé de qué habla?
Castle sujeta el puente de su nariz.
—Kenji —dice, de pronto—. ¿Podrías dejarnos solos, por favor?
—Sip. —Kenji se pone de pie rápido y hace un saludo militar burlón. Camina hacia la puerta.
—Espera. —Sujeto su brazo—. ¿Qué está pasando?
—No tengo ni idea, niña. —Kenji ríe y libera su brazo—. Esta conversación no me concierne. Castle me llamó antes para hablar sobre vacas.
—¿Vacas?
—Sí, ya sabes —alza una ceja—, ganado. Me ha enviado a hacer un reconocimiento de cientos de hectáreas de campos que el Restablecimiento ha mantenido fuera del radar. Cientos y cientos de vacas.
—Fascinante.
—De hecho, lo es. —Sus ojos se iluminan—. El metano hace que sea bastante fácil rastrearlas a todas. Hace que uno se pregunte por qué no harían algo para evitar que…
—¿Metano? —digo, confundida—. ¿No es un tipo de gas?
—Asumo que no sabes mucho sobre la mierda de vaca.
Lo ignoro. En cambio, digo:
—Entonces, ¿por eso no has estado en el desayuno esta mañana? ¿Porque estabas observando estiércol de vaca?
—Básicamente.
—Bueno —digo—. Al menos eso explica el olor.
A Kenji le lleva un segundo comprenderlo, pero, cuando lo hace, entrecierra los ojos. Toca mi frente con un dedo.
—Irás directo al infierno, ¿sabes?
Esbozo una gran sonrisa.
—¿Nos vemos luego? Todavía quiero hacer nuestra caminata matutina.
Él emite un gruñido evasivo.
—Vamos —digo—. Será divertido esta vez, lo prometo.
—Ah, sí, muy divertido. —Kenji pone los ojos en blanco mientras se vuelve y le dedica otro saludo con dos dedos a Castle—. Hasta luego, señor.
Castle asiente como despedida, con una gran sonrisa en la cara.
A Kenji le lleva un minuto salir de una vez por todas y cerrar la puerta, pero en el transcurso de ese minuto, el rostro de Castle se transforma. Su sonrisa relajada, sus ojos entusiastas… desaparecen. Ahora que él y yo estamos completamente a solas, Castle parece un poco perturbado, un poco más serio. Quizás incluso… ¿asustado?
Y va directo al grano.
—Cuando llegó la confirmación, ¿qué dijiste? ¿Había algo llamativo en la nota?
—No. —Frunzo el ceño—. No lo sé. Si controlan toda mi correspondencia, ¿no sabría ya la respuesta a esa pregunta?
—Claro que no. No soy yo quien rastrea tu correo.
—Entonces, ¿quién lo hace? ¿Warner?
Castle solo me mira.
—Señorita Ferrars, hay algo profundamente inusual en esa respuesta. —Vacila—. En especial, porque es su primera y por ahora única confirmación de asistencia.
—De acuerdo —digo confundida—. ¿Qué tiene de inusual?
Castle mira sus manos. Luego, la pared.
—¿Qué sabe sobre Oceanía?
—Muy poco.
—¿Cómo de poco?
Me encojo de hombros.
—Puedo señalar su ubicación en un mapa.
—¿Y nunca ha estado allí?
—¿Habla en serio? —Le dedico una mirada incrédula—. Por supuesto que no. Nunca he ido a ninguna parte, ¿recuerda? Mis padres me sacaron de la escuela. Me pasaron por el sistema. Después me arrojaron a un manicomio.
Castle respira hondo. Cierra los ojos mientras dice con mucha cautela:
—¿Había cualquier cosa llamativa en la nota que recibió de la comandante suprema de Oceanía?
—No —digo—. No realmente.
—¿No realmente?
—¿Supongo que era un poco informal? Pero no creo que…
—¿Informal en qué sentido?
Aparto la mirada, recordando.
—El mensaje era muy breve —explico—. Decía: No puedo esperar a verte, sin firma ni nada.
—¿«No puedo esperar a verte»? —De pronto, Castle parece confundido.
»No decía: no puedo esperar a conocerte —señala él—, sino no puedo esperar a verte.
Asiento de nuevo.
—Como dije, era un poco informal. Pero al menos fue amable. Lo cual creo que es una señal positiva, considerando la situación.
Castle suspira con fuerza mientras gira en su silla. Ahora mira la pared, con los dedos juntos debajo del mentón. Observo los ángulos afilados de su perfil cuando él dice en voz baja:
—Señorita Ferrars, ¿cuánto le ha contado el señor Warner sobre el Restablecimiento?