No he sido yo mismo últimamente.
La verdad es que no me he sentido yo mismo desde hace mucho tiempo; tal es así que he comenzado a preguntarme si alguna vez realmente lo supe. Miro sin parpadear el espejo, el ruido de la maquinilla para cortar pelo suena en la habitación. Mi cara solo se refleja a media luz en mi dirección, pero es suficiente para ver que he perdido peso. Tengo las mejillas hundidas; los ojos más grandes; los pómulos más pronunciados. Mis movimientos son tristes y mecánicos a la vez mientras corto mi propio pelo, los restos de mi vanidad caen a mis pies.
Mi padre está muerto.
Cierro los ojos, armándome de valor para recibir la tensión indeseada en mi pecho, la maquinilla aún zumba dentro de mi puño apretado.
Mi padre está muerto.
Solo han pasado poco más de dos semanas desde que lo mataron, alguien que quiso le disparó dos veces en la frente. Ella estaba haciéndome un favor al matarlo. Ella fue más valiente de lo que yo jamás sería y apretó el gatillo cuando yo nunca podría haberlo hecho. Él era un monstruo. Él merecía algo peor.
Y, sin embargo…
Este dolor.
Respiro, tenso, y parpadeo hasta abrir los ojos, agradecido de tener tiempo de estar solo; agradecido, en cierto modo, por la oportunidad de hacer trizas algo, cualquier parte de mi carne. Hay una catarsis extraña en esto.
Mi madre está muerta, pienso, mientras arrastro la cuchilla eléctrica sobre mi cráneo. Mi padre está muerto, pienso, mientras el pelo cae al suelo. Todo lo que fui, todo lo que hice, todo lo que soy, fue creado por el cruce de sus acciones e inacciones.
«¿Quién soy en su ausencia?», me pregunto.
Con la cabeza rapada y la maquinilla apagada, apoyo las palmas sobre el borde del tocador e inclino el cuerpo hacia delante, todavía intento ver un atisbo del hombre en el que me he convertido. Me siento viejo e inquieto, mi corazón y mi mente están en guerra. Las últimas palabras que le dije a mi padre…
—Oye.
Mi corazón acelera el pulso mientras me vuelvo; finjo despreocupación durante un instante.
—Hola —digo, obligando a mis extremidades a moverse despacio, a ser firmes mientras quito recortes de pelo errantes de mis hombros.
Ella me mira con los ojos abiertos de par en par, preciosos y preocupados.
Recuerdo sonreír.
—¿Cómo estoy? Espero que no demasiado horrible.
—Aaron —dice ella en voz baja—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —respondo y miro de nuevo el espejo.
Deslizo una mano sobre el centímetro de pelo suave y puntiagudo que me queda y me sorprende cómo el corte logra hacerme parecer más severo —y más frío— que antes.
—Aunque confieso que no me reconozco del todo —añado en voz alta, intentando reír. Estoy de pie en medio del baño en calzoncillos. Mi cuerpo nunca ha estado más fibroso, las líneas definidas de los músculos nunca han estado más marcadas; y la crudeza de mi cuerpo ahora está en igualdad con el corte de pelo rígido de un modo que parece casi incivilizado… y tan distinto a mí que debo apartar la mirada.
Juliette ahora está frente a mí.
Sus manos se apoyan en mis caderas y tira de mí hacia adelante; me tambaleo un poco mientras sigo su movimiento.
—¿Qué haces? —comienzo a decir, pero cuando la miro a los ojos encuentro ternura y preocupación. Algo en mí se derrite. Mis hombros se relajan y la acerco a mí mientras respiro hondo.
—¿Cuándo hablaremos al respecto? —Pregunta contra mi pecho—. ¿De todo? Todo lo que ha ocurrido…
Me encojo.
—Aaron.
—Estoy bien —miento—. Es solo pelo.
—Sabes que no estoy hablando de eso.
Aparto la mirada. Miro la nada. Ambos permanecemos en silencio un instante. Juliette es quien por fin rompe el silencio.
—¿Estás enfadado conmigo? —susurra ella—. ¿Porque le disparé?
Mi cuerpo se paraliza.
Ella abre los ojos de par en par.
—No; no. —Pronuncio las palabras demasiado rápido, pero hablo en serio—. No, por supuesto que no. No es eso.
Juliette suspira.
—No sé si eres consciente de esto —dice ella por fin—, pero está bien que llores la pérdida de tu padre aunque él fuera una persona horrible, ¿sabes? —Alza la vista y me mira—. No eres un robot.
Trago en contra del nudo que crece en mi garganta y me libero despacio de sus brazos. Beso su mejilla y permanezco allí, piel contra piel, solo durante un segundo.
—Necesito darme una ducha.
Ella parece desconsolada y confundida, pero no sé qué más hacer. No es que no quiera su compañía, pero en este momento estoy desesperado por estar solo y no sé qué otra cosa hacer.
Así que me ducho. Me doy baños de inmersión. Camino largos paseos.
Suelo hacerlo mucho.
✥ ✥ ✥
Cuando por fin voy a la cama, ella ya está dormida.
Quiero abrazarla, acercar su cuerpo cálido y suave al mío, pero me siento paralizado. Este horrible duelo a medias me ha hecho sentir cómplice en la oscuridad. Me preocupa que mi tristeza sea interpretada como aval de las acciones de mi padre, de su mera existencia, y no quiero que me malinterpreten, así que no puedo admitir que lloro su muerte, que me importa la pérdida de ese hombre monstruoso que me crio. Y en la ausencia de acciones saludables permanezco paralizado, una roca sensible tras la muerte de mi padre.
¿Estás enfadado conmigo? ¿Porque le disparé?
Lo odio.
Lo odio con una intensidad violenta que nunca he experimentado antes. Pero me doy cuenta de que el fuego del odio verdadero no puede existir sin el oxígeno del afecto. No sufriría tanto u odiaría tanto si no me importara.
Y eso, mi afecto no correspondido por mi padre, siempre ha sido mi mayor debilidad. Así que permanezco recostado allí, sumergido en una angustia de la cual nunca puedo hablar, mientras el arrepentimiento consume mi corazón.
Soy un huérfano.
—¿Aaron? —susurra ella y regreso al presente.
—¿Sí, amor?
Hace un movimiento lateral somnoliento y empuja mi brazo con su cabeza. No puedo evitar sonreír mientras me extiendo para hacerle lugar contra mi cuerpo. Ella llena el vacío rápido, y presiona su rostro contra mi cuello mientras envuelve mi cintura con un brazo. Cierro los ojos como en una plegaria. Mi corazón se reinicia.
—Te echo de menos —dice ella. Es un susurro que por poco no escucho.
—Estoy aquí —respondo, acariciando su mejilla—. Estoy aquí mismo, amor.
Pero ella mueve la cabeza de lado a lado. Incluso cuando la acerco más a mí, incluso cuando vuelve a conciliar el sueño, mueve la cabeza de un lado a otro.
Y me pregunto si no tiene razón.