Juliette

Ya no despierto gritando. No siento náuseas al ver sangre. No me tambaleo antes de disparar un arma.

Nunca más pediré disculpas por sobrevivir.

Y sin embargo…

De pronto, me sorprende el sonido de una puerta abriéndose con un golpe. Ahogo un grito, me doy la vuelta y, por cuestión de hábito, apoyo la mano en la empuñadura de una pistola semiautomática que cuelga de una cartuchera en el lateral de mi cuerpo.

—J., tenemos un grave problema.

Kenji me mira con los ojos entrecerrados y las manos en las caderas, la camiseta está tirante sobre su pecho. Es el Kenji furioso. El Kenji preocupado. Han pasado dieciséis días desde que tomamos el Sector 45, desde que me autoproclamé la comandante suprema del Restablecimiento, y todo ha estado tranquilo. A tal extremo que me pone nerviosa. Cada día, despierto plagada a medias de terror y de euforia, esperando nerviosa las cartas de naciones enemigas que desafiarían mi autoridad y nos declararían la guerra… Y ahora, por fin, parece que el momento ha llegado. Así que respiro hondo, hago crujir mi cuello y miro a Kenji a los ojos.

—Dime.

Él frunce los labios. Alza la vista al techo.

—Bien, de acuerdo: lo primero que necesitas saber es que esto no es mi culpa, ¿vale? Solo intentaba ayudar.

Vacilo. Frunzo el ceño.

—¿Qué?

—Quiero decir, sabía que su idiotísima excelencia es una reina del drama, pero esto excede lo ridículo…

—Lo siento, ¿qué? —Aparto mi mano del arma; siento que mi cuerpo se relaja—. Kenji, ¿de qué hablas? ¿No es sobre la guerra?

—¿La guerra? ¿Qué? J., ¿no estás prestando atención? Tu novio está teniendo un arrebato en este instante y necesitas ir a encargarte de su culo antes de que lo haga yo.

Exhalo, molesta.

—¿Estás hablando en serio? ¿De nuevo con estas tonterías? Dios, Kenji. —Desabrocho la pistolera de mi espalda y la lanzo sobre la cama que está detrás de mí—. ¿Qué has hecho esta vez?

—¿Ves? —Kenji me señala—. Ves… ¿Por qué eres tan rápida en juzgar, eh, princesa? ¿Por qué asumes que yo fui el que he hecho algo mal? ¿Por qué yo? —Cruza los brazos sobre el pecho y baja la voz—. Y sabes qué, de hecho, hace un tiempo que quiero hablar contigo al respecto porque de verdad creo que como comandante suprema no puedes hacer tratos preferenciales como este, pero es evidente que…

De pronto, Kenji se paraliza.

En el marco de la puerta, Kenji alza las cejas; se oye un clic suave y abre los ojos de par en par; el sonido ahogado de un movimiento y, de pronto, el cañón de un arma presiona la parte posterior de su cabeza. Kenji me mira, sus labios no emiten sonido mientras pronuncia la palabra psicópata una y otra vez.

El psicópata en cuestión me guiña un ojo desde su sitio, sonriendo como si fuera imposible que esté apuntando un arma a la cabeza de nuestro amigo en común. Logro reprimir la risa.

—Anda —dice Warner, aún sonriendo—. Por favor, dime exactamente cómo ha fallado ella como líder.

Oye… —Kenji alza los brazos a modo de rendición—. Nunca he dicho que haya fallado en nada, ¿de acuerdo? Y, claramente, estás exageran…

Warner golpea el lado de la cabeza de Kenji con el arma.

—Idiota.

Kenji se vuelve. Arranca el arma de la mano de Warner.

—Maldita sea, ¿cuál es tu problema, hombre? Creí que estábamos bien.

—Lo estábamos —dice Warner con tono frío—. Hasta que tocaste mi pelo.

—Me pediste que te hiciera un corte de pelo…

—¡No dije nada semejante! ¡Te pedí que cortaras las puntas!

—Y eso es lo que hice.

—Esto —replica Warner, girándose para que yo pueda inspeccionar el daño— no es cortar las puntas, idiota incompetente…

Doy un grito ahogado. La parte trasera de la cabeza de Warner es un desastre de pelo cortado de manera irregular; plagada de calvas.

Kenji hace una mueca de dolor al ver su trabajo. Tose.

—Bueno. —Coloca las manos en los bolsillos—. Quiero decir… Da igual, hombre, la belleza es subjetiva…

Warner le apunta con otra arma.

—¡Oye! —Grita Kenji—. No estoy aquí para esta relación abusiva, ¿vale? —Señala a Warner—. ¡No me apunté para esta mierda!

Warner lo fulmina con la mirada y Kenji retrocede y sale de la habitación antes de que Warner tenga otra oportunidad de reaccionar; y después, justo cuando suspiro de alivio, Kenji asoma la cabeza de nuevo por la puerta y añade:

—De hecho, creo que el corte te queda muy mono.

Y Warner cierra la puerta de un golpe en su cara.

Bienvenidos a mi nueva vida como comandante suprema del Restablecimiento.

✥ ✥ ✥

Warner aún mira la puerta cerrada mientras exhala, sus hombros pierden la tensión cuando lo hace y soy capaz de ver con aun más claridad el desastre que Kenji ha hecho. El cabello dorado grueso y espléndido de Warner, un rasgo característico de su belleza, destruido por manos descuidadas.

Un desastre.

—Aaron —digo en voz baja.

Él deja caer su cabeza.

—Ven aquí.

Se vuelve, mirándome con el rabillo del ojo como si hubiera hecho algo que lo avergonzara. Aparto las armas de la cama y hago sitio para él a mi lado. Él se hunde en el colchón con un suspiro triste.

—Estoy horrible —dice en voz baja.

Muevo la cabeza de lado a lado, sonriendo, y toco su mejilla.

—¿Por qué le has permitido que te corte el pelo?

En ese instante, Warner alza la vista y me mira; sus ojos redondos, verdes y perplejos.

—Me pediste que pasara tiempo con él.

Río en voz alta.

—¿Y decidiste que te cortara el pelo?

—No le dejé cortarme el pelo —responde, frunciendo el ceño—. Fue… —Vacila—. Fue un gesto de camaradería. Fue un acto de confianza que había visto entre mis soldados. Da igual —dice y aparta la mirada—, no es que tenga experiencia construyendo relaciones.

—Bueno, nosotros somos amigos, ¿no?

Ante mis palabras, sonríe.

—¿Y? —Lo aliento—. Ha sido bueno, ¿verdad? Estás aprendiendo a ser más amable con las personas.

—Sí, bueno, no quiero ser más amable con las personas. No me queda bien.

—Creo que te queda genial —respondo, sonriendo—. Me encanta cuando eres amable.

—Sabía que dirías eso. —Por poco ríe—. Pero ser amable no forma parte de mi naturaleza, amor. Tendrás que ser paciente con mi progreso.

Uno su mano con la mía.

—No sé de qué me hablas. Eres más que amable conmigo.

Warner mueve la cabeza de lado a lado.

—Sé que prometí que haría un esfuerzo por ser más amable con tus amigos… Y continuaré haciendo el esfuerzo, pero espero no haberte llevado a creer que soy capaz de alcanzar algo imposible.

—¿A qué te refieres?

—Solo espero no decepcionarte. Quizás, si me presionan, soy capaz de generar cierto grado de calidez, pero debes saber que no tengo interés alguno en tratar a alguien más del modo en que te trato a ti. Esto —dice, tocando el aire entre nosotros— es la excepción a una regla muy rígida. —Sus ojos ahora están posados sobre mis labios; su mano se ha movido hasta mi cuello—. Esto —dice en voz baja— es muy muy inusual.

Me detengo.

Dejo de respirar, de hablar, de pensar…

A duras penas me ha tocado y mi corazón late desbocado; los recuerdos me invaden, quemándome en oleadas: el peso de su cuerpo contra el mío, el sabor de su piel, el calor de su tacto y sus inhalaciones abruptas y las cosas que me ha dicho solo en la oscuridad.

Las mariposas invaden mis venas, y las obligo a salir.

Esto aún es muy nuevo, su tacto, su piel, su aroma, muy nuevo, tan nuevo e increíble…

Él sonríe, inclina la cabeza a un lado; copio el movimiento y con una inhalación suave de aire separa los labios y permanezco quieta, mis pulmones caen al suelo, mis dedos anhelan su camiseta y lo que viene a continuación cuando dice:

—Tendré que raparme la cabeza, ¿sabes?

Y se aparta.

Parpadeo y él sigue sin besarme.

—Y, sinceramente, espero —añade— que aún me quieras cuando vuelva.

Y luego se pone de pie y yo cuento con una mano la cantidad de hombres que he matado, y me maravilla lo poco que me ha ayudado a mantener la compostura en presencia de Warner.

Asiento una vez mientras se despide con la mano, recupero el buen juicio de donde lo dejé, y caigo de nuevo sobre la cama, con la cabeza dando vueltas y las complicaciones de la guerra y la paz rondando en mi mente.

✥ ✥ ✥

No pensaba que sería fácil ser una líder exactamente, pero sí creo que pensaba que sería más fácil que esto:

Todo el tiempo me invaden las dudas sobre las decisiones que he tomado. Y me sorprende de un modo irritante cada vez que un soldado obedece mis órdenes. Y cada vez me aterra más que nosotros —que yo— tendremos que matar a muchos muchos más antes de que este mundo esté asentado. Aunque creo que es el silencio, más que cualquier otra cosa, lo que me ha dejado perturbada.

Han pasado dieciséis días.

He dado discursos sobre lo que vendrá, sobre nuestros planes para el futuro; hemos organizado homenajes por las vidas perdidas en batalla y estamos cumpliendo con las promesas de implementar el cambio. Castle, fiel a su palabra, ya está trabajando mucho, intentando ocuparse de los problemas relacionados con la agronomía, la irrigación y, lo más urgente: con cómo trasladar a los civiles fuera de las instalaciones. Pero haremos en etapas ese trabajo; será una progresión lenta y cuidadosa, una lucha por la Tierra que quizás llevará un siglo. Creo que todos comprendemos eso. Y si solo tuviera que preocuparme por los civiles, no me preocuparía tanto. Pero me preocupo porque sé demasiado bien que no podremos hacer nada para reparar este mundo si pasamos varias de las próximas décadas en guerra con él.

De todos modos, estoy preparada para luchar.

No es lo que quiero, pero iría felizmente a la guerra si es lo que necesitamos hacer para lograr el cambio. Desearía que fuera así de sencillo. Ahora mismo, mi mayor problema es también el que más me confunde:

Las guerras requieren enemigos, y parece que no puedo encontrar ninguno.

En los dieciséis días que han pasado desde que le disparé a Anderson en la frente, no he enfrentado ninguna oposición. Nadie ha intentado arrestarme. Ninguno de los otros comandantes supremos me ha desafiado. De los 554 sectores restantes solo en este continente, ni uno ha desertado, declarado la guerra, o hablado mal de mí. Nadie ha protestado; el pueblo no ha hecho motines. Por algún motivo, el Restablecimiento me sigue la corriente.

Finge.

Y me irrita muy pero muy profundamente.

Estamos en un punto muerto extraño, atascados en un lugar neutral cuando yo quiero con desesperación estar haciendo más. Más para las personas del Sector 45, para América del Norte, y para el mundo entero. Pero esta calma extraña ha hecho que todos perdamos el equilibrio. Estábamos muy seguros de que, con la muerte de Anderson, los otros comandantes supremos se rebelarían, que les ordenarían a sus ejércitos que nos destruyeran, que me destruyeran. En cambio, los líderes mundiales han dejado en claro nuestra insignificancia: nos ignoran como lo harían con una mosca molesta, encerrándonos bajo un vaso donde somos libres de zumbar, golpeando las alas rotas contra las paredes solo hasta que el oxígeno se acabe. Han dejado que el Sector 45 haga lo que le plazca; nos han permitido tener autonomía y la autoridad para revisar la infraestructura de nuestro sector sin interferencias. En todos los otros lugares, al igual que todos los demás, fingen como si nada en el mundo hubiera cambiado. Nuestra revolución ocurrió en un vacío. Nuestra victoria subsiguiente ha sido reducida a algo tan pequeño que quizás ni siquiera existe.

Juegos mentales.

Castle siempre visita, aconseja. Fue su sugerencia que yo sea proactiva, que tome el mando. En lugar de esperar sentada, ansiosa y a la defensiva, dijo que debo comunicarme. Hacer notar mi presencia. Dijo que debo hacer una declaración. Ocupar un lugar en la mesa. E intentar forjar alianzas antes de comenzar a atacar. Conectar con los otros cinco comandantes supremos alrededor del mundo.

Porque yo hablo por América del Norte, pero ¿qué hay del resto del mundo? ¿Qué hay de América del Sur? ¿De Europa? ¿Asia? ¿África? ¿Oceanía?

«Organiza una conferencia internacional de líderes», dijo él.

Habla.

«Primero intenta alcanzar la paz», dijo él.

«Deben estar muertos de curiosidad», me dijo Castle. «¿Una chica de diecisiete años toma el poder en América del Norte? ¿Una adolescente mata a Anderson y se autoproclama autoridad de este continente? Señorita Ferrars, ¡debe saber que en este momento tiene una gran ventaja! ¡Úsela a su favor!».

«¿Yo?», dije, perpleja. «¿Cómo tengo una ventaja?».

Castle suspiró.

«Sin duda es valiente para su edad, señorita Ferrars, pero lamento ver su juventud tan intrínsecamente ligada a su inexperiencia. Trataré de decirlo de un modo sencillo: posee fuerza sobrehumana, piel prácticamente invencible, un toque letal, solo diecisiete años, y se ha ocupado sola del déspota de esta nación. ¿Y aún duda de que sea capaz de intimidar al mundo?».

Me estremecí.

«Viejas costumbres, Castle», dije en voz baja. «Malos hábitos. Tienes razón, por supuesto. Claro que la tienes».

Me miró directamente a los ojos con firmeza.

«Debe comprender que el silencio unánime y colectivo de sus enemigos no es una coincidencia. Sin duda han estado en contacto entre ellos, sin duda han acordado comportarse así, porque están esperando ver qué hará usted a continuación». Movió la cabeza de lado a lado. «Están esperando su próximo movimiento, señorita Ferrars. Le imploro que haga que sea bueno».

Así que estoy aprendiendo.

Hice lo que él sugirió y hace tres días envié un mensaje a través de Delalieu y contacté a los otros cinco comandantes supremos del Restablecimiento. Los invité a venir aquí, al Sector 45, para una conferencia de líderes internacionales el mes próximo.

Solo quince minutos antes de que Kenji irrumpiera en mi habitación, había recibido la primera confirmación de asistencia.

Oceanía ha dicho que sí.

No estoy segura de lo que significa.