CAPÍTULO 6

 

 

 

Saqué el teléfono del bolsillo de mi uniforme y leí la primera línea de un mensaje de mi padre:

 

Nos vemos esta noche. Estelle va a preparar una de sus mejores recetas.

 

Podría enumerar al menos mil cosas que preferiría hacer, pero eso era lo que hacíamos los tres (a veces cuatro) todos los martes. Sólo había faltado a una cena familiar desde que me mudé hacía un año, y fue cuando mi padre llevó a Estelle en nuestra autocaravana familiar a la graduación del campo de entrenamiento de algún pariente lejano, de modo que, técnicamente, no fui yo la que faltó. Ellos también lo celebraron, en su pequeña escapada familiar, mientras Elodie y yo nos inflábamos a pizza en Domino’s.

No respondí a mi padre porque sabía que estaría allí a las siete. Mi «nueva» madre estaría en el cuarto de baño rizándose el pelo y no empezaríamos a cenar hasta más tarde, pero yo sería puntual. Como siempre.

Habían pasado tres minutos desde que le había dicho al cliente de Elodie que volvería para comenzar su tratamiento, así que retiré la cortina y entré en la habitación. La luz era tenue, de modo que todo se veía de un tono morado a causa de la espantosa pintura de la pared. Las velas llevaban ardiendo el tiempo suficiente como para que el aire se hubiese inundado del fresco olor a hierba limón. Incluso a pesar de la mala noche que había pasado, esa habitación tenía el poder de relajarme.

Él estaba sobre la camilla, en el centro de la habitación, con la toalla blanca cubriéndolo hasta la cintura. Me froté las manos. Tenía las puntas de los dedos demasiado frías como para tocar la piel de nadie, de modo que me acerqué a la pila para calentármelas. Abrí el grifo. Nada. Había olvidado lo que me había dicho Bradley, y la última hora me las había apañado sin agua.

Me froté las manos de nuevo y las coloqué sobre el calentador de aceite que estaba en el borde del lavabo. Quemaba un poco, pero funcionó. En su piel, el aceite estaría templado, y era probable que no se diera ni cuenta de que no había agua. No era lo ideal, pero tampoco era un gran problema. Esperaba que quienquiera que hubiera tenido el turno de cierre el día anterior hubiese dejado toallas limpias en el calentador antes de marcharse.

—¿Hay alguna zona en concreto que le preocupe o en la que tenga más tensión y en la que quiere que me centre? —‌pregunté.

No hubo respuesta. ¿Ya se había quedado dormido?

Aguardé unos instantes antes de volver a preguntarle.

Negó con su cabeza afeitada con la cara en el agujero de la camilla y dijo:

—No me toques la pierna derecha. Por favor. —‌Añadió el «por favor» al final, como si hubiese reparado tarde en ello.

La gente me pedía que no le tocase ciertas partes del cuerpo constantemente. Tenían toda clase de razones, desde problemas médicos hasta inseguridades. El motivo no era asunto mío. Mi trabajo consistía en hacer que el cliente se sintiera mejor y proporcionarle una experiencia sanadora.

Parecía que cada vez que no les pedía que rellenasen una tarjeta de tratamiento tenían alguna petición especial. Mali me regañaría por esto. Seguro.

—Muy bien. ¿Prefiere una presión ligera, media o intensa? —‌pregunté mientras cogía la botellita de aceite del estante del armario. El exterior de la botella seguía estando muy caliente, pero sabía que tendría la temperatura perfecta al entrar en contacto con su piel.

De nuevo, no hubo respuesta. Puede que no oyese bien. También estaba acostumbrada a eso, una de las cosas más duras sobre la vida del ejército.

—¿Kael? —‌Pronuncié su nombre, aunque no sabía por qué lo había hecho.

Levantó la cabeza tan deprisa que creí que lo había asustado. Incluso yo di un respingo.

—Disculpe, sólo quería saber qué nivel de presión quiere.

—El que sea. —‌No parecía saber lo que quería.

Quizá fuera su primera vez. Volvió a apoyar la cabeza en el agujero.

—Muy bien. Pues si no aprieto lo suficiente o si aprieto demasiado dígamelo e iremos ajustando —‌le dije.

Solía ejercer bastante presión y a la mayoría de mis clientes les gustaba eso, pero nunca antes había trabajado con ese tipo.

¿Quién sabía si volvería? Diría que sólo cuatro de cada diez clientes que venían por primera vez volvían, y que sólo uno o dos se convertían en habituales. No era un salón grande, pero teníamos una clientela bastante fija.

—Esto es aceite de menta. —‌Le di unos golpecitos al frasco con el índice—. Voy a frotarle las sienes con él. Ayuda a...

Levantó la cabeza y negó ligeramente.

—No —‌replicó.

Su tono no era borde, pero me transmitió que no quería que utilizase el aceite de menta bajo ningún concepto. «Vale...»

—De acuerdo. —‌Volví a cerrar el frasco y abrí el grifo.

Maldita sea. El agua. Me arrodillé y abrí el calentador de toallas. Estaba vacío. Cómo no.

—Mmm, espere un segundo —‌le dije.

Apoyó de nuevo la cabeza en el agujero, y yo cerré la puerta del calentador con demasiada fuerza. Esperaba que no lo hubiese oído con la música. Esa sesión no estaba siendo muy fluida que digamos...