EL DESEMBARCO DE LA JUVENTUD

En la historia de las generaciones de Occidente hay un punto de quiebre esencial: los hombres y mujeres que nacieron a partir de la década de los cuarenta fueron los primeros adolescentes de la Historia Universal. La juventud dejó de aludir únicamente a una edad previa a la adultez para convertirse también en una abstracción. Isidore Isou, líder del letrismo —me refiero aquí al movimiento de vanguardia precursor del situacionismo—, dijo que luego de la Segunda Guerra Mundial los jóvenes se habían convertido en el sector más oprimido, no el proletariado: al depender económicamente de sus padres, se mantenían al margen del engranaje productivo. Por eso podían desplegar su creatividad y fuerza económica externa y potencialmente revolucionaria. El poder creativo del ser humano surge con más fuerza en la adolescencia y cuando esta no es canalizada se convierte en insatisfacción y rebelión. Juventud, rebelión y consumo: he ahí la ecuación que dará lugar a la nueva generación.

La llegada del cometa: 1955-1956

La prehistoria del género en el Perú fue un brote fugaz —solo el verano de 1957— en el que el rock no fue practicado por adolescentes, sino por orquestas de adultos que tenían una trayectoria previa circunscrita a la música internacional, el swing, los standards estadounidenses y el bolero. No considero que esta generación haya hecho aportes significativos a la escena cuya historia se cuenta en este libro. Se trata apenas de un antecedente sin mayor continuidad. El abismo generacional que separa a estos enternados de los hijos de Acuario es infinito. No obstante, resulta pertinente un breve resumen de los hechos para poder comprender en su integridad el fenómeno cultural relatado en este libro.

El rock aterrizó en nuestro país casi al final de la larga dictadura populista (1948-1956) del general Manuel A. Odría. La vida cotidiana de la generación limeña anterior a la de los primeros rockeros es narrada por Mario Vargas Llosa en su ciclo miraflorino —que incluye el cuento «Día domingo» y las novelas La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, Los cachorros y Travesuras de la niña mala—. En estas ficciones, la banda sonora de los jóvenes de la época estaba constituida básicamente por ritmos afrocubanos como mambos, guarachas y chachachás. Las cosas cambian con el regreso de la democracia y la subida al poder del aristócrata crepuscular Manuel Prado Ugarteche. La juventud limeña de su tiempo ha sido descrita por Oswaldo Reynoso en Los inocentes o Lima en rock (1961) que, pese al título impuesto por Manuel Scorza, el editor, no tiene mucho que ver directamente con el género. Más allá de las diferencias de clase entre los miraflorinos de Vargas Llosa (derrotados por el sistema por anticipado) y los chicos urbano-marginales retratados por su colega (tan desafiantes como confundidos), resulta interesante preguntarse por el cambio de actitud entre unos y otros. Los separa la brecha generacional del rock.

Tal como han determinado Hugo Lévano y Wili Jiménez, en cuyas investigaciones me baso para este capítulo, el estreno de Blackboard Jungle (Richard Brooks, 1955) marcaría el punto de partida. No solo porque en los créditos iniciales suena «Rock Around the Clock», de Bill Haley & His Comets, ni porque en una simbólica escena unos adolescentes revoltosos destrozan unos discos de jazz, sino ante todo porque en su avant premiere, en el cine Metro, a las 00:00 horas del 28 de agosto de 1955, se escuchó públicamente rock en Lima por primera vez. El filme recién entraría en los cines comerciales el 15 de setiembre. Poco después, el disco de 45 rpm —o disco de 45 revoluciones por minuto— con la canción llegó a Lima, por importación, a Hollywood Music Shop (ubicada en Larco 752, Miraflores) y la Casa Castellano (Unión 564 y Cailloma 441, Lima). Fueron los primeros discos de rock en ser comercializados en el Perú.

1956 fue prácticamente estéril en cuanto a acontecimientos culturales relacionados con el rock en el Perú. Los más importantes son el estreno de Rebel Without a Cause y la llegada de los primeros discos de Elvis Presley. La explosión comenzaría a fin de año. Quizá el principio del furor podría tener como fecha simbólica el 5 de diciembre de 1956, día del estreno de Rock Around the Clock, primera película musical basada en el nuevo ritmo, filmada a comienzos de año para capitalizar el éxito de Blackboard Jungle. En el Perú, como en el resto del mundo, los jóvenes bailaban antes, durante y después de la proyección en la entrada, pasillos y escenario. Más aún, entre el público podía verse a bastantes jóvenes adoptando la actitud y el look de un Marlon Brando o un James Dean. Recordemos sino el neologismo marlombrandeado acuñado por el periodista Guido Monteverde. Entre Navidad y Año Nuevo, el filme pasó al drive-in de San Isidro, y en enero entró a los cines de barrio diseminando la nueva música por toda la ciudad. Además, El Virrey sacó a la venta el 78 rpm Rock Around the Clock (foxtrot)/Thirteen Women (foxtrot), de Bill Haley & His Comets.

El carnaval rockero de 1957

El carnaval rockero de 1957 fue el primer carnaval en democracia, luego de ocho años de dictadura militar, y eso no es poco. En enero, las ondas de radio Callao empezaron a difundir Disco club —el primero con este nombre—, programa diario dedicado exclusivamente al género. Estaba conducido por el DJ Luis Yyakawa, de diecinueve años. A fin de mes se estrenaron, prácticamente de forma paralela, las películas Rock, Rock, Rock, con Chuck Berry, y Don’t Knock the Rock, con Little Richard y Bill Haley.

El género se había puesto de moda y algunos aprovecharon la oportunidad: el empresario José Guzmán, por ejemplo, rebautizó a su Compañía Revisteril Nacional como Compañía de Rock and Roll. La parte dancística estaba a cargo de Óscar Neyra y Betty di Roma, secundados por las vedettes Mara, Anakaona y Tamara Brown. La nula experiencia en cuanto a rock, por parte de las aludidas, y un repertorio plagado de guarachas, mambos y chachachás prácticamente provocaron un motín en el cine Perricholi el 31 de enero. La gente se daba cuenta y no quería ser estafada.

El furor que provocaba el nuevo ritmo arrastró a los sellos MAG y Sono Radio en una carrera para ver quién hacía el primer lanzamiento de rock nacional. En consecuencia, el 22 de enero de 1957 MAG sacó a la venta Mambo Rock/Razzle Dazzle, de Eulogio Molina y sus Rock & Rollers con Mike Oliver, tanto en 45 como en 78 revoluciones. Poco después, saldría un doce pulgadas y algunos discos sencillos.

Semanas antes del lanzamiento de su single, los Rock & Rollers eran conocidos únicamente como la Orquesta de Eulogio Molina, integrada por casi toda su familia: Eulogio (clarinete y saxo), Alfredo «Lolé» (trompeta), Manuel (contrabajo), Pepe (saxo tenor) y Olga (cantante y baterista). Todos ellos eran hijos de don Alfredo Molina (director de orquesta, clarinetista y saxofonista) y egresados del Conservatorio. Completaban la orquesta José Marcilio en la guitarra, Willy Marambio en trompeta y Adolfo Bonariva en la batería. Su repertorio eran básicamente hits de música tropical e internacional del momento. Al convertirse momentáneamente en los Rock & Rollers, reemplazaron a Olga Molina por el portorriqueño Michael Ángel Olivera Bauza, un conocido intérprete de Frank Sinatra y Dean Martin radicado en Lima que usaba el nombre artístico Mike Oliver y era conocido por cantar con Barton Wilson, de radio Miraflores, que tenía una big band con gente de la Marina, la Aviación y el Ejército.

Paralelamente, antes de acabar enero, Los Millonarios del Jazz lanzaron, vía Sono Radio, un diez pulgadas que fue bautizado Rock and Roll. Contiene ocho canciones; las estrictamente rockeras son, francamente, minoría. No obstante, incluye «Rock with Us», el primer tema del género en nuestra tradición. El grupo estaba compuesto por el irlandés Pat Reid (batería y voz), el argentino Jorge Mirkin (clarinete y saxo) y los peruanos Elías Ponce Jr. (guitarra), Pepe Morelli (piano) y Guillermo Vergara (bajo). El guitarrista era hijo del conocido hombre de televisión Pedrín Chispa y tenía con sus hermanos un quinteto llamado los Hermanos Ponce, que interpretaba en radio El Sol temas de Elvis, The Platters, bossa nova y otros ritmos. Los Millonarios, si bien en principio se habían especializado en tocar jazz, pronto empezaron a ser considerados por la prensa como «el mejor conjunto de rock & roll». Esto es falso. Su historia es más cercana a la (aún no escrita) historia del jazz en el Perú. El único superviviente del grupo lo confirma:

—Yo soy irlandés, pero no me he ido nunca del Perú —dice Pat Reid—. Desde mi llegada, hace ya más de seis décadas, he vivido en Miraflores. Vine cuando era muy joven, durante el gobierno de Odría, porque fui contratado por la Marina como técnico naval. En mi primer sábado aquí, después del trabajo, fui a visitar la plaza San Martín, donde conocí un local llamado Negro-Negro, que tenía un sótano donde tocaba un guitarrista brasileño llamado José Marcilio. Un día reemplacé al baterista oficial y me quedé con su puesto. Entonces me metí de lleno en la música. Una noche, apenas dejé de tocar, alguien deslizó entre mis dedos la tarjeta de un jazz club en la playa La Herradura llamado el Astoria. Ahí conocí a Hans Roser, un suizo (porque los suizos tienen mucho que ver con el jazz en el Perú) que tocaba trompeta y batería y organizaba el club con un socio.

El Astoria fue el primero de su tipo en el país. Los martes era noche de swing, y los viernes, noche de dixie. Los músicos eran franceses, suizos, alemanes, norteamericanos e ingleses. Pat Reid, quien luego de seis décadas en el Perú todavía habla con un fuerte acento irlandés, calzó a la perfección en este ambiente cosmopolita.

—Y wow —dice Pat Reid—, porque lo mío es el jazz. La música no tiene fronteras. Como no sabíamos hablar el idioma del otro, entre nosotros todo era: «OK, dame una pauta, let’s go, let’s go». Teníamos un sentimiento común. La música tiene que tener beat y feeling; si no, no funciona. Comencé a tocar todos los miércoles y acabé armando mi propio grupo junto al Almirante Jonas en el saxo, Johnny Miller en el piano y otros más. Duró poco. La cosa en La Herradura no era estable porque los músicos eran gente que venía contratada uno o dos años, como yo, y que luego regresaba a sus países. De ahí que Roser decidiera mudarse al sótano del edificio San Nicolás en Diagonal, donde toqué hasta más o menos 1960.

El Astoria de Miraflores fue fundado en 1955 por Hans Roser, M. Barandun y R. Zopfi. Duró hasta 1966. Cuando cerró definitivamente, funcionaba en la calle Conquistadores 333, San Isidro, y había sido el punto de reunión de los mejores músicos de Lima, tanto de jazz como de géneros tropicales. Aquel que descendía los escalones y traspasaba la puerta veía frente a sí una barra, varias mesas y un escenario en el que permanentemente había un contrabajo, una batería y un imponente piano blanco de cola. En la banda de la casa participaban profesionales de la talla Enrique Lynch, luego director musical de Sono Radio, Peter Delis (productor musical de El Virrey), Willy Marambio, el Almirante Jonas y otros más.

Unas palabras, a manera de breve inciso, sobre el Almirante Jonas, quien es mencionado en este libro más de una vez. Este saxofonista y clarinetista brasileño hizo su carrera en el Perú. Desde los cincuenta acompañaba a cantantes de la talla de Yma Súmac, Olga Guillot, Rolando Laserie y Elis Regina en sus actuaciones en Lima. Participó en innumerables conjuntos de jazz e incluso en Alma Latina, notable grupo de latin jazz funk de los setenta. Vivió durante años en una suite del hotel Crillón hasta que su situación se volvió cada vez más precaria. Murió olvidado y en la miseria en 1985.

—Conocí a los miembros de Los Millonarios del Jazz cuando el Astoria recién comenzaba —dice Pat Reid—. Cuando entró el rock, nosotros estábamos tocando ahí y le dije a Roser que podíamos meter ese nuevo ritmo en el jazz. No estaba muy convencido.

Pedrín Chispa nos contrató para un programa en radio El Sol auspiciado por crema Nivea, donde nos presentábamos los miércoles y sábados. Era música americana, fox trot, rock no tanto. Fue Pedrín quien nos llevó a Sono Radio para que grabáramos un disco. El resultado fue Rock and Roll. Elegimos ese nombre porque nos pareció comercial.

Hay que darle el crédito a Elías Ponce y Pepe Morelli, que tuvieron la iniciativa de incluir canciones de rock. No podíamos incorporar más porque muy pocos temas habían salido al mercado. Eso sí, hicimos un tema propio, «Rock with Us», con letra mía y música de Pepe Morelli.

Queríamos que todo saliera lo mejor posible. Por ello, no grabamos el disco con rapidez. Por ejemplo, tuve que cantar veinticinco veces «En el lado soleado de la calle». El resultado fue una completa desilusión. Se editaron pocas copias y el LP no tuvo mucho éxito. Pese a ello, tocamos mucho. Los carnavales eran la temporada en la que nos llegaban más contratos. Los Millonarios nos presentamos en clubes como el Circolo Sportivo Italiano y eventos en los que tocaban orquestas. También tocamos en el club Regatas, en el casino de Miraflores, en la Municipalidad de Barranco y en casas particulares. No eran conciertos propiamente dichos.

Nos separamos poco después. Elías impulsaba el grupo, pero Pepe y Jorge viajaron a Argentina, y yo no tenía mucho tiempo por mi trabajo en la Marina. Los años siguientes me di mis escapadas al Astoria, donde toqué con Roser, Willy Marambio, Peter Delis, Alex di Roma, Enrique Lynch y otros músicos.

Aunque no conozco los pormenores, consigno que existe un 45 rpm de un conjunto llamado Astoria Jazz Club que contiene los temas «San Luis blues» (sic) y «Trompeta latina». Según Marco Caballero, el grupo habría estado dirigido por Willy Marambio.

Siendo honesto, más allá de chauvinismos (en los que no creo) que obligan a decir que el rock llegó al Perú antes que a otros sitios, debo decir que los músicos de Los Millonarios y los de la Orquesta Molina eran profesionales, pero no eran buenos, menos aún rockeros. Aunque marcan un hito inicial, el rock nacional no comienza propiamente con ellos.

Para entonces, un número apreciable de orquestas de música tropical e internacional, que tocaban en fiestas, hoteles, clubes y casinos, incorporaba ritmos modernos en su repertorio. Así sucedió, por ejemplo, con La Orquesta de Richard «Turco» Baris, Larry Godoy y su Orquesta, La Sonora de Lucho Macedo, Charlie Palomares y su Yuboney, Ñiko Estrada y su sonora, entre muchas otras. Mike Oliver incluso llegó a lanzar una canción acompañado por el maestro Lucho Macedo, músico tropical que también grabó, ya en los setenta, «Guayaba», un tema con guitarra eléctrica a lo Santana a cargo de Carlos Maldonado.

La llegada de Lucerito Bárcenas contribuyó a expandir el fenómeno. Se trataba de una artista de variedades que, siguiendo el ejemplo de su par Gloria Ríos, incluyó en su repertorio temas de swing, jazz e incluso ritmos latinos barnizados con pinceladas rockeras. En 1957, el sello Peerless lanzó su exitoso 45 El semáforo/Mi marido y el rock and roll, que la llevó a hacer giras por todo Sudamérica. Fue promocionada con el inaudito título de «Reina mexicana del rock and roll». Su viaje fue muy celebrado por la prensa nacional, especialmente por El Comercio, que realizó un hiperbólico despliegue digno de mejor fin.

Años oscuros: 1958-1960

Luego de este brote momentáneo y desconcertante, cayeron los años oscuros. El paso del tiempo ha arrasado con la memoria. Sé que a fines de 1957 Lucy Díaz grabó el tema «Blue Moon» —un viejo standard estadounidense que había rescatado Elvis Presley un año antes— con la orquesta de Carlos Pickling y los hermanos Ponce —sí, de donde provenía Elías Ponce, de Los Millonarios del Jazz—. La música estaba a varios pasos de los territorios del rock. Lo mismo sucedía con Chela Roselló, que registraría «Qué será será» y «Volaré», y se convertiría así en una de las primeras nuevaoleras.

Un malentendido se remonta a esa época. Cito al blog de Sótano Beat:

Les Guitares du Diable fue un grupo francés formado en 1961 por Leo Petit en la guitarra, Pierre Gossez en el saxofón, Guy Pedersen en el bajo, Jacques Bartel en el piano y Victor Apicella en la guitarra rítmica. Su versión de «Leçon de Twist», de 1962, es una versión del tema americano «Twistin’ the Twist», original de Teddy Martin y sus Twisters. La canción, atribuida a Las Guitarras del Diablo, salió a la venta en Perú a inicios de los sesenta bajo el nombre «Lección de twist») y por un tiempo se pensó que era interpretada por un grupo peruano.

La virtual desaparición del rock a partir de 1958 se explica a nivel internacional porque Elvis se fue al Ejército; Ritchie Valens, Big Bopper y Buddy Holly murieron en el mismo accidente; Jerry Lee Lewis fue víctima de un escándalo de pedofilia que arruinó su carrera —se casó con su prima hermana de trece años—; Chuck Berry fue a la cárcel por pedofilia y proxenetismo; Little Richard, por su parte, tuvo una conversión religiosa, se arrepintió de su homosexualidad y se volvió ministro pentecostal. A estos hechos hay que añadir la muerte por accidente de tránsito de Eddie Cochran, que estaba acompañado por Gene Vincent, quien quedó tullido y acabaría exiliándose en Inglaterra por problemas fiscales.

Los grupos de chicas, el surf y el twist cumplieron la función de puente hasta la llegada de los Beatles. No obstante, predominaron cantantes melosos como Pat Boone o Paul Anka, quienes, junto con el Festival de San Remo (que fue un boom en 1958) y agrupaciones como Los Cinco Latinos, sustituyeron al rock no solo en el Perú, sino incluso en la región. Los crooners, que jamás se habían ido, coparon más tiempo en el dial. En ese contexto, Nat King Cole hizo un viaje relámpago a nuestro país en mayo de 1959.

Es así como surge la nueva ola. Se trata de una variante del bolero, la canción italiana y la balada. Un fenómeno simultáneo se produjo en Brasil con la jovem guardia, aunque en el caso del Perú se hizo a imitación de lo que sucedía en Argentina con el programa El club del clan (con cantantes como Palito Ortega, Johny Tedesco, Rocky Pontoni y Billy Cafaro) y en México con César Costa y Enrique Guzmán, que tenían proyección cinematográfica. Los nuevaoleros aparecían en TV con montaña en el pelo y vestimenta informal. Eran en su mayoría solistas; grupos, muy pocos. Los más conocidos, Pepe Miranda, Rulli Rendo, Joe Danova, Jimmy Santi, entre otros, no aparecen en este libro por obvias razones de estilo musical, pese a que el rock y la nueva ola comparten escenario, lo cual los vuelve fenómenos vecinos y a veces entrecruzados. Una banda que representa una frontera entre ambos estilos es Los Doltons que, aunque está más cerca de la balada pop, graba un último disco en onda hippie. También está el caso de Jean Paul el Troglodita, quien practicó ambos géneros. Las fronteras son borrosas. El beat o el twist pueden compartir 45 con una balada nuevaolera. Para complicar la situación, en casi todos los medios periodísticos de la época se confunde la nueva ola con el rock, por lo que la única diferencia actualmente la puede dar quien escuche las grabaciones. El uso del inglés, la llegada de la sicodelia y la experimentación sonora marcarán mucho mejor la frontera.

En los cincuenta, el rock llegó a nosotros a través de Bill Haley. Y los cincuenta se despidieron con él, cuando radio Victoria lo trajo del 25 al 29 de noviembre de 1960, con ocasión de la inauguración de su nuevo local en la avenida Tacna. El cantante llegó al aeropuerto de Córpac a las 7:00 p. m., en vuelo de LAN y proveniente de Chile. Un ómnibus Cocharcas lleno de pancartas alquilado por el Neo Club de Elvis de Lima y una multitud de fans lo recibieron a él y a sus seis cometas enfundados en sacos granate. No era la formación que había participado en las grabaciones clásicas. El cantante (vestido con un pantalón oscuro, chaqueta mostaza, impermeable y mascando chicle) fue llevado en hombros. Declaró que era la primera vez que había sido recibido de esa manera; no creía ser tan popular. Pero los honores tuvieron su lado oscuro. La turba le arrebató su sombrero, sus anteojos, su pañuelo, sus documentos personales y su billetera con trescientos cocos —no era tan importante, iba a ganar doce mil—. Ese mismo día comenzó una maratón de presentaciones. A las 8:30 cantó un par de temas en Panamericana TV, Canal 13, en un programa especial conducido por Pablo de Madalengoitia. Dos horas después, inauguraba las oficinas de radio Victoria en el edificio Cavero Dubois y se presentaba en los estudios de la emisora junto con Luis Aguilé, Chicote, la orquesta de Domingo Rullo, Jesús Vásquez, Edith Barr y el tanguero nacional Raúl del Mar. Se quedó hasta el jueves 1 de diciembre realizando presentaciones en radio Victoria, Panamericana Televisión, el Embassy y fiestas privadas. Terminaría su viaje en el teatro Monumental de Breña luego de participar como jurado en la final del concurso de baile R&R que durante meses había organizado radio Victoria. Y luego adiós, de regreso a casa.