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Ralph el Demoledor y Vanellope von Schweetz eran los mejores amigos desde hacía seis años. Todos los días trabajaban como personajes en sus juegos arcade en el Centro de Diversión Familiar Litwak’s. Ralph era el malvado del juego Repara-Félix Jr., mientras que Vanellope era corredora de go-karts en un juego llamado Sugar Rush. Pero cada tarde, cuando los jugadores se iban y el señor Litwak cerraba el arcade, Vanellope y Ralph salían de sus juegos para reunirse en la Videoestación Central y pasaban su tiempo libre divirtiéndose y haciendo bobadas juntos.

Una noche, cuando estaban sentados en su banca favorita, decidieron jugar algo diferente mientras los demás personajes pasaban frente a ellos.

—Okey, adivina qué es… amarillo y redondo… y come puntos —pidió Ralph.

—¿En serio, Ralph? —preguntó Vanellope.

—Claro que es en serio.

Vanellope sabía perfectamente de cuál personaje hablaba Ralph.

—¿Por qué es tan obvio? —preguntó Ralph.

Vanellope sacudió la cabeza, incrédula por lo que decía su amigo.

Ralph y Vanellope se levantaron de la banca y caminaron por la Videoestación Central hacia su restaurante favorito. Un rato más tarde, estaban sentados tomando refresco y platicando sobre cualquier cosa.

—Y entonces me dijo: «Ralph, deja de robarte mi comida», y yo le contesté: «¿Tu comida? No veo que estos hot dogs tengan escrito tu nombre».

—Pero sí eran sus hot dogs, ¿verdad? —preguntó Vanellope.

—Por supuesto que eran sus hot dogs —respondió Ralph.

Después de terminar sus bebidas, los amigos se subieron a un tren para viajar a otro juego. Mientras viajaban, jugaron piedra, papel o tijeras. Cuando fue momento de elegir, Vanellope hizo tijeras y Ralph extendió sus dos dedos meñiques.

—¿Qué es eso? —preguntó Vanellope.

—Láseres meñiques. Y los láseres meñiques destruyen piedra, papel o tijeras siempre —explicó Ralph mientras fingía disparar de sus meñiques—. PIU, PIU, perdiste.

eres un perdedor —bromeó Vanellope.

—Es lo más lindo que me has dicho en la vida —exclamó Ralph con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuando llegaron al juego, Ralph y Vanellope siguieron bromeando. El videojuego estaba dentro de un pantano y había muchos troncos sobre los que podían rodar.

—¡Abandonen el barco! ¡Hombre al agua! —gritó Vanellope y soltó una carcajada cuando brincó a otro tronco haciendo que Ralph cayera al pantano.

Más tarde, Ralph y Vanellope fueron de visita a un juego de futbol americano.

—¿Te das cuenta de que no somos más que ceros y unos flotando en el universo como pequeñas partículas de polvo? —preguntó Vanellope mientras estaban en la línea de la yarda 50 del campo de futbol americano aventándose una pelota—. Digo, ¿nuestra mera existencia no te hace pensar en que debe de haber mucho más en la vida que sólo esto?

—¿Por qué me haría esa pregunta si tengo una vida perfecta? —respondió Ralph. Por un momento pensó en la vida antes de conocer a Vanellope, cuando sólo se dedicaba a romper cosas en Repara-Félix Jr. y no tenía amigos—. Tal vez no se vea como la gran cosa desde afuera. Ya sabes, sólo soy un malvado que destruye edificios. Y sí, durante veinte años viví en un basurero sin amigos, pero ahora tengo una amiga que es la chica más cool de todo el arcade.

—Oh, gracias, amigo —exclamó Vanellope.

Ralph golpeó la pelota con su enorme puño y esta salió disparada justo entre los postes.

¡Home run! —celebró y después volteó a ver a Vanellope—. Vamos a ver el amanecer.

Mientras el sol empezaba a asomarse por el horizonte detrás de Litwak’s, Vanellope y Ralph se sentaron en la Videoestación Central para ver cómo la luz se filtraba por un enchufe abierto, como hacían todas las mañanas.

—Entonces, ¿no hay una sola cosa que cambiarías de tu vida? —preguntó Vanellope aún pensando en lo que Ralph le dijo en el campo de futbol americano.

—Ni una. Es perfecta —respondió Ralph—. Piénsalo: tú y yo nos divertimos toda la noche, después llega Litwak y vamos a trabajar; cuando el arcade cierra, volvemos a empezar de nuevo. Lo único que tal vez me gustaría, a veces, es no ir a trabajar. Pero, de no ser por eso, no cambiaría nada. —Justo en ese momento la luz desapareció—. ¡Oye! ¿Qué le pasó a nuestro amanecer?

¡BIP! ¡BIP! ¡BIP! Una ruidosa alarma empezó a sonar. Litwak estaba conectando algo en el último enchufe disponible, cerca de donde estaban sentados Ralph y Vanellope.

—Esa es una alerta de enchufe —respondió Vanellope con la voz entrecortada—. ¡Vamos a ver qué es!