Enseñanza de la teoría de la evolución
EDUARDO LIMÓN
Datos
El creacionismo pro evolutivo postula una creación de Dios a través del proceso de evolución.
Carta de Derechos de Estados Unidos es el nombre de las primeras 10 enmiendas de la constitución de Estados Unidos.
La Biblia y El origen de las especies son dos de las obras más influyentes en la sociedad.
CUANDO CHARLES DARWIN, PADRE DE TODOS LOS BIÓLOGOS, ESTABLECIÓ las bases para explicar de forma clara la teoría de la evolución y el hecho indiscutible de que todas las especies se adaptan al entorno mediante un sutil y complejo mecanismo que definió como «selección natural», seguramente jamás imaginó que, muchos años después de su aportación, todo lo relacionado con sus dictámenes teóricos pasaría por un extraño proceso de revisión que, haciendo a un lado los dictámenes de la comunidad científica mundial —que aceptan la teoría de la evolución de las especies como un hecho—, establecería que la enseñanza de la teoría que creó tras años de observación y deducciones podía ser, por decirlo de alguna forma esquemática, prohibida en ciertos territorios que, contra toda lógica erudita, pusieran por encima de los indiscutibles datos que la ciencia aporta a la religión y su perspectiva para explicar el desarrollo de la vida en nuestro planeta.
Parece increíble, y seguramente Darwin se quedaría perplejo, pero así ocurrió. En 1968, concretamente durante el mes de noviembre, la Corte Suprema de Estados Unidos —el organismo que el Estado de aquel país diseñó para dirimir desde la más alta esfera cualquier asunto legal, la punta de lanza del sistema de justicia estadounidense— invalidó un singularísimo estatuto proveniente de Arkansas que prohibía, simple y llanamente, la enseñanza de la teoría de la evolución de las especies no en una, sino en todas las escuelas públicas. El argumento que la Corte empleó para invalidar dicho estatuto se basaba nada menos que en la Primera Enmienda de la Constitución Política de Estados Unidos, la cual indica a la letra que no se encuentra permitido que un estado requiera que la enseñanza —y el aprendizaje que conlleva— deban adaptarse a principios o prohibiciones propias de cualquier secta o doctrina religiosa.
El estatuto de Arkansas, materia de la polémica, ancló sus preceptos en la divulgación de la teoría creacionista, que hasta el día de hoy es asumida y defendida por un sector de la sociedad occidental. Para los creacionistas la evidencia evolutiva que es posible hallar rastreando los cambios adaptativos, claros en prácticamente cada especie del planeta, no constituye prueba alguna de la evolución. Para ellos, el tema se resuelve de manera más simple al afirmar que todas las formas de vida existentes en el planeta fueron creadas de una sola vez por el poder de Dios y no existe especie viva sobre la Tierra que haya sufrido cambios en su morfología, pues el Creador diseñó cada organismo viviente tal cual es al día de hoy, empleando para ello su poder divino de un plumazo. Los creacionistas establecen, en suma, que el mundo fue creado por Dios tal y como se narra en el Génesis bíblico, punto por punto. Ello implica que la tesis sobre la cual basaron su acta los conservadores de Arkansas establecía que la teoría de la evolución no existe y, por tanto, su enseñanza en las aulas resultaba un absurdo y una enorme pérdida de tiempo.
No está de más apuntar que, junto con la percepción de que la teoría de la evolución es una mentira, los creacionistas tampoco están de acuerdo con los dictámenes científicos que establecen la edad del planeta y la forma en que se conformó su estructura a través de miles de millones de años; es decir, se oponen abiertamente a los argumentos que la ciencia ofrece para explicar la creación del universo y los fenómenos que, desde hace billones de años, acompañan su funcionamiento.
El de 1968 no fue el único caso en el que un estatuto proveniente de Arkansas sembró la polémica social y llevó a una contundente intervención de la Corte Suprema. Casi 15 años después de aquel hecho, en 1982, el sistema de justicia de Estados Unidos decidió que otro estatuto violaba la Constitución estadounidense al exigir que el creacionismo (señalado dentro del mismo como «ciencia de la creación») debía ser tratado de manera muy similar a la ciencia evolutiva. Sin ambages, la Corte resolvió que, si se atiende a una definición detallada del término, resulta sencillo resolver que la de la creación no es, definitivamente, una ciencia.
Charles Darwin seguramente se sorprendería, pero queda consignado para la historia que en aquel 1968, a poco más de un siglo de la aparición de su famoso volumen El origen de las especies (cuya primera edición data de 1859), un grupo de conservadores estadounidenses trató de prohibir su enseñanza en las escuelas de aquel país. Las cosas que hay que ver.