EDUARDO LIMÓN
Datos
El equipo usado fue una cámara de doble óptica, una unidad de grabación de 70 mm de amplio espectro, un escáner de lectura y un programa de manipulación de películas.
El satélite Mariner 5 se quedó orbitando Venus; en 1968 envió señales que indicaba que caía hacia la superficie, tal vez aún siga orbitando.
Los expedientes sobre la «ola de avistamientos ONVI» de ese año, en Madrid, fueron entregados a J.J. Benítez.
ES 1968 Y LA GUERRA FRÍA TIENDE A CALENTARSE, unos días más, otros menos, sin que su amenazante sombra deje de proyectarse sobre los indefensos habitantes de todo el planeta. Justamente de sombras —y de la Guerra Fría— es de lo que corresponde hablar, pues fue una sombra inmensa y misteriosa, proyectada sobre la zona desconocida de nuestro satélite natural, la causa de la discordia entre las dos potencias que durante aquel año se instituían como las mayores y más poderosas.
La carrera espacial implicó en los hechos una de las competencias más encarnizadas entre la Unión Soviética y Estados Unidos. El hallazgo de nuevos recursos técnicos para hacer viables los viajes espaciales y, particularmente, el empleo militar que podría dársele a cada avance tecnológico destinado en principio a la carrera espacial convertían la competencia en algo realmente serio. Como Estados Unidos había organizado ya su propio programa de exploración espacial —diseñado desde un principio con el propósito explícito de enviar seres humanos directamente a la Luna—, la Unión Soviética no podía quedarse atrás y, con el propósito de casi literalmente «dar la batalla», los soviéticos se aprestaron a crear su propio programa, el cual fue bautizado con el nombre de Programa Venera. En ruso, Venera significa «Venus». Y es que la ambición de la potencia socialista no solo era alcanzar la superficie lunar, sino también tratar de recopilar la mayor cantidad de datos posibles sobre los planetas Marte y Venus. Digamos conservadoramente que la competencia espacial era feroz. El Programa Venera consiguió de 1961 a 1984 diversas victorias, entre las cuales pueden enlistarse como algunas de las más importantes haber llevado con éxito a la atmósfera de otro planeta una máquina construida en la Tierra, lograr un descenso coordinado en algún otro punto del sistema solar y obtener por primera vez imágenes de buena calidad provenientes de la superficie de otro planeta. Las misiones Venera (un total de 16 a lo largo de 23 años) alcanzaron éxitos desiguales, pero una en particular, la misión número seis, obtuvo con gran eficacia datos cuya investigación profunda se encontraba en el centro de la rivalidad entre las dos naciones.
Como es bien sabido, nuestro satélite tarda en rotar sobre sí mismo un tiempo idéntico al de su movimiento de traslación alrededor de la Tierra, lo cual trae como consecuencia que siempre veamos desde nuestro planeta la misma cara de la Luna. Algunos han llamado a este fenómeno «cara oscura de la Luna» (el famoso Dark Side of the Moon que la banda británica progresiva Pink Floyd grabaría en 1979 debe su título a ello), aunque en realidad se trata de un error de apreciación, pues el hecho es que ambas caras del satélite reciben siempre la luz solar, solo que de la manera en que los habitantes de este planeta la hemos identificado. Como parte de la misión para la que fue lanzada en 1968, Venera 6 consiguió fotografiar la cara oscura de la Luna y, con aquel paso fundamental, aportar datos fidedignos que permitieron a la ciencia (naturalmente primero a la soviética) aclarar algunos puntos importantes para comprender, entre otras cosas, por qué una zona del satélite se encuentra dibujada por cráteres, montañas e inmensas planicies constituidas por basalto —roca volcánica—, formados hace miles de millones de años, y la otra es prácticamente lisa. La explicación que la ciencia ha dado para aclarar el origen de esta en principio extraña característica se basa en la confirmación de que, luego del gigantesco impacto que la Luna primitiva tuvo con nuestro planeta —hace aproximadamente 4 500 millones de años— se suscitó un abrupto cambio de temperatura entre ambas caras que se mantuvo durante varios miles de años, el cual generó una marcada diferencia del grosor de la superficie lunar entre uno y otro lado. Al ser notablemente más pequeña que la Tierra, la Luna se enfrió con mayor rapidez y, por su parte, nuestro planeta continuó emitiendo radiación de forma continua hacia el mismo lado del satélite, lo cual explicaría la marcada diferencia existente entre una cara y la otra.
Además de aportar datos en este sentido gracias a las imágenes que consiguió, la Venera 6 —junto con las restantes sondas espaciales que fueron lanzadas por la URSS— fue de mucha ayuda para comprender otros aspectos del funcionamiento planetario en nuestro sistema solar. Así, la aportación con la que en 1968 contribuyó a la historia de la ciencia continúa siendo notable.