Tratado de No Proliferación Nuclear

ÁNGELES MAGDALENO

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LOS AÑOS SESENTA DEL SIGLO PASADO ESTUVIERON marcados por la división representada ejemplarmente en el Muro de Berlín. Estados Unidos y la Unión Soviética competían en todos los aspectos, especialmente los tecnológicos: de la carrera espacial a la carrera armamentista; ambos países desarrollaron y experimentaron armas nucleares. A principios de la década, en 1961, el mundo se estremeció al conocer los devastadores alcances de «la bomba del zar», una bomba de fusión de hidrógeno detonada por la URSS sobre el archipiélago Nueva Zembla, en el Ártico, que provocó que la temperatura alrededor aumentara millones de grados. La nube producida por la explosión se elevó a una altitud de 64 000 metros y fue vista a una distancia de mil kilómetros, capaz de provocar quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a cien metros de distancia. Ha sido hasta nuestros días la más potente detonación que se ha registrado: 50 megatones, equivalentes a 50 millones de toneladas de TNT, es decir, 3 800 veces mayor que la arrojada sobre Hiroshima, según explica José Palanca, en La bomba del zar.

Por otro lado, ambas naciones competían por aumentar su influencia en países cuya posición geográfica los favoreciera estratégicamente para aventajar e imponerse sobre el otro. El caso más conocido es el de Cuba y la «la crisis de los misiles», en octubre de 1962, cuando Estados Unidos, por medio del trabajo de analistas de la CIA, descubrió con gran preocupación las bases nucleares soviéticas instaladas en territorio cubano, a solo 200 kilómetros de Florida, que dejarían sin respuesta a sus sistemas de defensa y alerta. El presidente Kennedy advirtió a la población mediante un mensaje televisado que se impondría una cuarentena y un cerco naval-aéreo alrededor de Cuba. Nikita Kruschev respondió señalando que «la URSS ve el bloqueo como una agresión y no instruirá a los barcos que se desvíen». Sin embargo, los navíos soviéticos hacia la isla disminuyeron.

A su vez, de manera discreta, Estados Unidos estableció una base militar en Turquía, muy cerca de la frontera con la URSS, donde almacenó armas nucleares. La Tercera Guerra Mundial, con su caudal de destrucción, parecía cercana. Afortunadamente, ninguno de los bandos se atrevió a usar la fuerza. Sabían de las repercusiones que podrían causar en todo el mundo. La mañana del 27 de octubre Kruschev y Kennedy, tras negociaciones secretas, llegaron a un acuerdo. Así terminó la crisis que amenazó, quizá como ninguna otra, la paz mundial.

La acumulación de armas nucleares se convirtió en una amenaza constante para todo el planeta. En esa década hubo detonaciones nucleares como nunca antes en la historia. Solo se redujeron cuando el 1 de julio de 1968 Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña, además de otros 50 países, firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, por sus siglas en inglés), con la finalidad de limitar la posesión de este tipo de armas.

Parecería que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se había tardado demasiado en plantear la solución a estos problemas que pusieron en riesgo al mundo entero. No fue así; las negociaciones de la década previa fueron largas y complicadas. Las armas nucleares eran el medio para establecer un statu quo, el ojo vigilante de una potencia sobre otra, así como la herramienta para establecer alianzas internacionales en un mundo dividido entre el bloque comunista y el bloque capitalista. Finalmente, en octubre de 1968 se estableció un comité especial encargado de examinar los peligros inherentes a una mayor propagación de las armas nucleares.

Mientras la ONU negociaba, las potencias continuaron desarrollando tecnología nuclear. Tras detonar «la bomba del zar», la URSS optó por no volver a probar una bomba de semejante magnitud y solicitó a la ONU la reunión de la Comisión de Desarme. A pesar de continuar con los experimentos, tanto en la URSS como en Estados Unidos las investigaciones también se orientaron hacia otros fines: generación de energía eléctrica, control de plagas, conservación de alimentos, radiovacunas para combatir enfermedades parasitarias y radioinmunoanálisis, así como mediciones de hormonas, enzimas y virus de la hepatitis, además de fabricación de fármacos y varias sustancias.

El Tratado de No Proliferación Nuclear entró en vigor del 5 de marzo de 1970. Desde entonces solo a Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China se les permite la posesión de armas nucleares.