La violencia es el último refugio
del incompetente
ISAAC ASIMOV
¿Cuáles son las características de los amores tóxicos? ¿Cómo nacen y se desarrollan estas relaciones? ¿Qué características tienen las personas que logran atentar contra nuestra integridad física y mental? Si las estrategias de los patanes fueran siempre abiertas y directas, si sus conductas no se mezclaran con muestras de amor, sería sencillo hacernos a un lado con velocidad, pero generalmente —en nuestra necesidad y deseo de amar y ser amadas— no prestamos atención a ciertos rasgos de su carácter, signos en su conducta, distorsiones de pensamiento y reacciones emocionales de esos «galanes» que podrían darnos pistas para evitar iniciar una relación. Algunas veces la perversión de los patanes en juego es estratégica y silenciosa, así que requerimos tener más «colmillo» para detectarla y salir de ahí.
Actualmente las mujeres gozamos de nuestro cuerpo y emociones con mayor libertad, un disfrute que no era permitido de forma tan abierta por la sociedad de antes, pues durante mucho tiempo las estructuras culturales nos asignaron un rol del que era muy difícil salir, como lo podemos observar en nuestras madres o abuelas. Sin embargo, esta transformación femenina también cambió a los hombres: ahora ellos dominan sus emociones de una forma casi contundente. Es justamente en el plano amoroso y sexual donde se nota la desigualdad moral entre géneros.
Las mujeres salimos de nuestras casas, de nuestros círculos privados y familiares para ocupar cargos públicos; día con día abarcamos más espacios. Eso tuvo una consecuencia directa en la libertad sexual. Antes de que sucediera esta transformación, las mujeres éramos valoradas por el afecto que podíamos brindar; por ello para nosotras este cambio ha sido una tarea un poco más compleja. El hombre, por su parte, al tener mayores espacios en la vida pública desde tiempos pasados y más accesos —demandas— para ser «exitoso», desarrolló un menor apego amoroso, lo que le permite permanecer más tiempo practicando su sexualidad sin implicarse mucho emocionalmente, con menos presión para ejercer la paternidad, y disponer de más mujeres —de diversas edades— para elegir.
Aun así, todos, absolutamente todos, nos movemos en una continua incertidumbre amorosa, que nos dificulta elegir una pareja, permanecer en una relación y obtener satisfacción dentro de ella. Sin embargo, las mujeres somos más sensibles hacia «la falta de compromiso». «No se quiere comprometer», «quiere estar solo», «es un egoísta» son frases que escuchamos cotidianamente sobre los vínculos de pareja que establecemos. Por lo menos una o dos de tus amigas —lo puedo asegurar— han pasado por ello. Es uno de los reclamos más frecuentes entre nosotras, las mujeres.
Esto no ocurre de manera accidental, pues el éxito de un hombre depende de sus logros económicos y profesionales, no de la construcción de una familia con hijos, como pasa tradicionalmente con nosotras, quienes construimos nuestra identidad desde el amor, la familia y nuestras relaciones.
Esta desigualdad se fortalece con otras ventajas masculinas: el reloj reproductivo no los define ni biológica ni culturalmente, por lo que la búsqueda de una relación estable para formar una familia puede prolongarse, mientras que en nuestro caso sí representa una desventaja (si una mujer se embaraza después de los 35 años, se considera de alto riesgo). Finalmente, el ejercicio de la sexualidad es —y siempre ha sido— un símbolo de estatus masculino.
En pocas palabras: para el hombre en general el sexo representa su valor, mientras que para nosotras ese lugar lo ocupa el amor. Esta consideración nos pone en mayor riesgo y en desventaja al momento de elegir pareja. Anhelamos el amor de un hombre y tendemos a idealizar con mayor facilidad a quien se nos pone enfrente. Esa necesidad nos lleva a omitir señales patanescas o los signos que nos hablan de quién es verdaderamente la persona con quien nos vamos a liar.
Hace poco más de 100 años, en un pasado no tan lejano, la gente vivía en pequeñas comunidades. Todos se conocían entre sí: sabían de sus familias, de sus trabajos, de sus amistades, lo que les daba información suficiente para darse una idea de con quién debían relacionarse y a quién evitar, aunque no había mucha posibilidad de elegir a las personas con quienes se quería vivir, trabajar, divertirse y dormir.
Como en las telenovelas, la mayoría de los matrimonios eran concertados por las familias de origen con el propósito de conservar el estatus familiar y asegurar la continuidad de la familia dentro de marcos claramente definidos. En resumen, la gente se relacionaba y se casaba con personas de su mismo contexto económico, social o religioso.
Hoy las cosas son muy distintas y cambian rápidamente. Elegir una pareja del mismo contexto, religión y estatus social ya no es una regla, menos aun con el avance de las redes sociales y lo fácil que es comunicarnos actualmente. Ya no importa cuál sea tu nacionalidad; por lo tanto, la individualidad y la libre elección están ganando terreno.
Se puede conocer a infinidad de personas en un solo día: gente que se encuentra «a la vuelta de la esquina» o que vive al otro lado del mundo y de quien no conocemos ni su vida familiar ni laboral, ni su entorno social. Tampoco sabemos si la imagen que proyectan de sí mismas es real o no. Sabiendo poco de su pasado y de su historia, difícilmente tenemos certeza de con quién estamos hablando y menos aún cómo será su comportamiento en el futuro.
Aunque es una maravilla poder encontrarnos con cierta facilidad con alguien que nos agrada, irnos a la cama con él, descubrir cierta afinidad y enamorarnos, lo que no resulta tan agradable es que, al apresurar todo, nos demos cuenta tres meses después de que no tenemos la menor idea de con quién estamos tratando.
¡A desarrollar nuestras habilidades, mujeres! Estas sorpresas nos obligan a adquirir cierta conciencia sobre el tipo de personas con las que nos relacionamos. Puedes echar un vistazo entre tus amigos, colegas y socios. Aquellos con los que sientes más afinidad tendrán algunas características en común. En unos cuantos minutos podrás hacer el ejercicio en tu oficina, escuela o con tus vecinos. Si has conocido algunos hombres que te interesen como pareja, abre aún más los ojos.
Nada te garantiza «el triunfo amoroso» ni librarte de personas «con mala voluntad», pero sí hay maneras de volverte más hábil para detectar conductas aparentemente sutiles que denoten personalidades abusivas y enfermas; con ello, podrás ahorrarte mucho tiempo de sufrimiento, muchos recursos invertidos en las relaciones, muchos dolores de cabeza.
La palabra patán, en términos generales, se refiere a un hombre que se comporta de manera tosca, ignorante y grosera. Hablar de patanería conlleva una carga de maldad. Un patán es quien, por razones de personalidad, de enfermedad mental o de abuso del poder que tiene (o de las tres cosas juntas y revueltas), pone en riesgo el bienestar y la integridad física, social, emocional, económica o sexual de su pareja. En ocasiones es intencional y en otras no, pero en ambos casos atenta contra la persona que convive con él.
Con el objetivo de lastimar, un patán agrega maldad y perversión a su conducta; cuando es consciente del abuso y la manipulación, causa mayor dolor y humillación a su pareja. Un patán que aumenta sus comportamientos lastimosos y maltratadores por enfermedad, machismo o ignorancia también perturba física y mentalmente con quien se relaciona.
Aprender a diferenciar actitudes no se trata de ir por la calle discriminando a todos los hombres que conozcamos o de excluir a alguna persona que se ve involucrada en alguna situación conflictiva. Los prejuicios deben estar muy lejos de nosotros.
La patanería no tiene color de piel ni tipo de cabello. No podemos juzgar por la simple apariencia de una persona. Tampoco se trata de rechazar a la primera de cambio a las personas que padecen ciertas enfermedades que tratadas pueden tener (y dar) una buena vida.
Lo que sugiero es que te pongas a salvo de los conflictos, acciones, intenciones y abusos del patán, y, de ser necesario, denuncies sus conductas, como forma de resistencia al maltrato y a la humillación.
Una palabra, ciertas acciones, algunos silencios y diversas sutiles omisiones pueden, sin que el patán se manche las manos, hacer pedazos a su pareja. Los comportamientos hostiles dañan la estabilidad emocional de la pareja, además de que provocan la destrucción física y mental sin que otras personas puedan intervenir. ¿Te ha tocado vivirlo o ver cómo una amiga tuya comienza a tener un cambio radical en su vida de forma negativa a raíz de esto?
Quien agrede generalmente «se engrandece» rebajando a su pareja; la responsabiliza de sus desplantes hirientes y muchas veces oscila entre el encanto y la maldad. Como he dicho, a veces son acciones evidentemente desconsideradas, incluso despiadadas, pero generalmente son las pequeñas e «inofensivas» intervenciones lastimosas sostenidas en el tiempo las que van debilitando la personalidad de su pareja.
Los patanes, a reserva de que estén muy trastornados, saben qué dar y qué quitar, cómo seducir y cuándo lastimar. Son encantadores y al mismo tiempo producen confusión y miedo.
La manipulación, el chantaje, la amenaza, la negligencia o la explosión tienden a ser algo que los caracteriza. Quienes se relacionan con ellos con frecuencia se muestran sumisos y adaptables, quizás por el miedo a una nueva agresión, quizás por esta idea de complacer a los demás.
Reconocer a las personas conflictivas o abusivas te ahorrará muchos problemas, mucho tiempo y hasta dinero. Te ayudará a evitarlas y hasta a darles la vuelta.
Todas o casi todas las mujeres nos hemos visto involucradas en alguna relación abusiva. Es un sentimiento que podemos compartir y entender; por eso mismo también sabemos que es difícil transformar ese tipo de interacciones. Si no tenemos opciones y estamos atrapadas en medio de una situación difícil, amigas, es momento de pedir ayuda.
Es una fortuna que hoy por todos lados se lean, vean y escuchen los avances que tenemos hacia la igualdad entre mujeres y hombres. Caminamos un poco más seguras e, incluso, construimos de manera más firme nuestra independencia, identidad y áreas profesionales. Esas guerreras que siempre han estado en nosotras, y que antes sólo estaban ocupadas en las labores del hogar, ahora salen a librar batallas de muchos tipos. Todo eso es magnífico, pero temo decepcionarlas, porque, para nuestro infortunio, aún concebimos como normales diversas conductas abusivas que calificamos como «propias del género masculino». ¿Recuerdas aquel dicho de tu abuela: «déjalo, así son los hombres»? Normalizar ciertos abusos nos lleva directito a la trampa del patán…
Casi todo tipo de personalidad tiene patrones de conducta que se repiten, o lo que es lo mismo: todos y todas tenemos rasgos positivos y no tan positivos que habitan en nuestro carácter, pensamiento, sentimientos y emociones… vaya, ¡en todo!
Es cierto: es difícil trabajarnos, lo sé, pero te apuesto que puedes empezar si cada vez que una pareja o amiga te hace una crítica constructiva sobre tu actitud para mejorar la convivencia, intentas tomarla en cuenta.
Sobra decir que las personas prepotentes, abusivas, conflictivas y en ocasiones enfermas son mucho más rígidas y empecinadas que las personas «comunes y silvestres». Por la razón que sea —inconsciencia, prepotencia, enfermedad, abuso— repiten actitudes que desprecian, minimizan o invisibilizan las peticiones o la retroalimentación que les hacemos llegar, generando en nosotros una sensación de impotencia y pequeñez que nos confunde, agravia y paraliza con el paso del tiempo.
RECOMENDACIONES ANTES DE ARMAR
TU LISTA PATANESCA
Antes de ponerte la capa de Sherlock Holmes, portar la armadura de Juana de Arco o levantar la ceja como María Félix cuando estés frente a un hombre, debes saber que, si alguien presenta una o varias de las siguientes características, no necesariamente es un patán. Estas recomendaciones no son una fórmula mágica. Pero si el hombre en cuestión utiliza las siguientes conductas de manera sostenida e hiriente y sientes que te minimiza, entonces, querida, enciende las alarmas.
Hay grados de maldad y abuso: algunas actitudes pueden ser «más o menos» inocuas, inconscientes y esporádicas —pero ojo, no por eso se deben dejar pasar—, mientras otros comportamientos son parte de estrategias enfermas y devastadoras.
Para evaluar el riesgo de la relación y del hombre en cuestión, habrá que considerar la frecuencia, la intensidad, los contenidos y, por supuesto, la perversidad de las acciones. Desafortunadamente existen casos en que toma años darse cuenta de la gravedad del asunto en el que uno se ha metido. Siempre será mejor prevenir e intentar identificar al patán a tiempo.
Primero hablaremos de las obviedades, esas actitudes en apariencia «triviales» y cómo avanzan en complejidad:
Si después de leer todo esto piensas que todo el mundo es un patán, ¡detente! Todos podemos tener algunos de los rasgos mencionados de vez en cuando o cometer alguna conducta patanesca cada tanto, sin que ello implique que seamos abusivos, conflictivos o que estemos enfermos. Lo que caracteriza al patán es que estas conductas son repetitivas y las justifica, en lugar de pedir disculpas o hacer una reparación de los daños producidos. Ya sea porque amenaza, confunde, se victimiza, maltrata, intimida, demanda o calla, el patán impone su voluntad, sus necesidades y sus deseos sobre los tuyos.
Pero tampoco se necesita tener todos, absolutamente todos esos «atributos» para ser un patán… Cada uno de ellos tiene su propio estilo de carácter y despliega bien sus estrategias. Hablar de que una persona utiliza tres o cuatro de aquellos rasgos con frecuencia y sin consciencia del daño que genera, ya nos da una señal de alarma. Además, y lo veremos en los siguientes capítulos, no todos los patanes son del mismo calibre: algunos parten de una idea errónea de masculinidad o de malos hábitos de crianza, sin tener intenciones malevolentes (lo cual no minimiza la herida que produce), mientras que otros despliegan actos violentos y terribles, si no es que macabras estrategias de perversidad.