Siglo iii a. C., Grecia
La partera disfrazada de hombre
Parece absurdo que los hombres pudieran tener tanto control sobre la saludreproductiva de una mujer, sobre lo que las mujeres podían hacer con su propio cuerpo y sobre los destinos de los bebés que daban a luz.
¡Ay, disculpen! Estoy hablando de la antigua Grecia, no del Estados Unidos contemporáneo.
Acepto que las cosas han mejorado desde la antigua Grecia; por ejemplo, ya tenemos claro que el útero no se mueve por todo el cuerpo y que las mujeres pueden ejercer la medicina, sin que se les prohíba por temor a que puedan realizar abortos, como los antiguos griegos lo creían. ¡Qué descaro!
Entonces, hablemos de Agnodice.
Agnodice era una mujer con una misión. Desde una edad temprana, supo que quería ser médico para ayudar a las mujeres. De adolescente, se mudó a Alejandría, Egipto, donde se permitía que las mujeres practicaran la medicina y estudiaran hasta que pudieran recibir a un bebé con una mano amarrada a la espalda; Agnodice no lo hizo, porque era una buena médico.
Después, se cortó el cabello y regresó a Grecia disfrazada de hombre, decidida a salvar a las mujeres como la primera mujer ginecóloga de Atenas, aunque nadie supiera todavía que era mujer.
Enseguida, Agnodice se topó con un problema en el modelo de su profesión: a pesar de que no se les permitía ser médicos, en la antigua Grecia solo las mujeres podían ayudar con el nacimiento y la partería. Cuando quería acercarse a una mujer en labor de parto y le ofrecía su ayuda para asegurarse de que el parto saliera bien, se le echaba porque era un hombre, más bien, porque estaba vestida de hombre.
Entonces, Agnodice usaba la mejor verificación de género que se le ocurría: mostraba rápidamente a la madre embarazada una vista de, digamos, su mujeridad… con lo que usualmente se ganaba el trabajo.
“Cierta doncella llamada Agnodice deseaba aprender medicina y, como deseaba aprender, se cortó el cabello, vistió ropa de hombre y se convirtió en estudiante”.
Cayo Julio Higinio, Fábulas
Los médicos de Atenas pronto estuvieron encima de ella, principalmente porque se dieron cuenta de que sus pacientes mujeres los estaban abandonando para buscar el cuidado de un nuevo muchacho. Se habían puesto celosos, después, sospechosos. El género de Agnodice se reveló y se le mandó a juicio por engaño. El castigo por sus crímenes era la ejecución.
Las cosas parecían ominosas en la corte, cuando apareció un testigo sorpresa. Más bien, una flota de testigos: todas las mujeres a las que Agnodice había tratado, listas para levantar una defensa militar en nombre de su ginecóloga femenina.
Agnodice fue exonerada y se le permitió seguir practicando la medicina. Ya no necesitó seguir exhibiéndose.
Después de tantos cientos de años, es casi imposible verificar si la historia de Agnodice es verdad o ficción. Su vida llega hasta nosotros a través de una combinación de tradición oral y un recuento escrito de Cayo Julio Higinio, un autor latino del primer siglo de nuestra era. De cualquier manera, es una de las leyendas favoritas de la comunidad de la medicina. Y tratándose de una chica ruda tan importante, ¿cómo podía no incluirlo?