INTRODUCCIÓN

Recién llegado a Tierradentro, región ubicada en las agrestes estribaciones orientales de la cordillera Central que forman el nevado del Huila al sur de Colombia, en el departamento del Cauca, comprendí que mi vida iba a transcurrir entre el pasado que excavaría como arqueólogo y el futuro que vería como astrólogo. Llegué a trabajar a dicha región un 13 de julio de 1972 y, exactamente seis meses después, un 13 de enero de 1973 comencé a interesarme por la astrología entre un par de eclipses que marcaron toda mi vida; y de modo tal, que en mí fueron creciendo, cogidos de la mano, aquel que miraba el pasado escudriñando la tierra y aquel que se interesaba en el futuro escudriñando el universo.

Llevaba ya varios meses recorriendo sus zigzagueantes caminos —porque en Tierradentro se sube o se baja— por en medio de sus escarpadas pendientes, cuando cierta mañana, llevando yo al hombro las herramientas para excavar y ella un bultico a la espalda, le pregunté a una indígena que andaba cabizbaja, descalza, tejiendo con sus sabias manos una jigra de cabuya, qué era lo que llevaba atrás. Y sin levantar la mirada, como temerosa del encuentro, me dijo en voz baja: “Doctor, atrás llevo el futuro”. Y sin decir nada más, se fue dejándome como Perseo a sus enemigos cada vez que les mostraba la recién cortada cabeza de la Medusa: absolutamente tieso, sin poder responder algo.

Y, aprovechando el cansancio, me senté en el camino que ascendía hasta la vereda de Patucue, a pensar en lo que esta milenaria mujer me acababa de decir: “Doctor, el futuro está atrás”. Y yo, que como arqueólogo estaba buscando el pasado atrás, me sentí tan ignorante y extraviado en mi búsqueda, que han pasado más de cuarenta y cinco años y aún resuena en mi alma lo que me dijo aquella mujer. Y lo dijo, porque lo que ella llevaba en su espalda, envuelto y apretado por un hermoso y largo chumbe de lana tejido y teñido de varios colores por ella misma, era a su hijo. Sí, su futuro estaba atrás. Y estaba dormido. El problema vendría cuando se despertara.

Desde cuando empecé a interesarme en la astrología, esta enseñanza comenzó a ser para mí la clave para investigar mi propia vida y la de los demás. Yo no podía saber cuál sería mi futuro si no sabía cuál era mi pasado. Es decir, mi futuro también estaba atrás. Tan sencillo me lo hizo comprender ella con esa frase, que saliendo desde su alma penetraba en la mía, que desde entonces ha sido el derrotero de mi existencia. La misma naturaleza me lo decía de todas las formas posibles. Para saber qué clase de gusano iba a producir una mariposa determinada, yo tenía que saber de qué gusano provenía ella. Porque su futuro también estaba dictaminado en su pasado personal.

Esa noche regresé al refugio para arqueólogos absolutamente transportado. Mi concepto acerca de comprender el tiempo era totalmente diferente al de esta mujer y, por lo tanto, al de todas aquellas que me encontrara en Tierradentro… Claro, mientras ellas siguieran cargando su hijo en la espalda. Todo comenzó a tomar otro significado en mi vida. El solo hecho de preguntarme qué iba a comer mañana, me obligaba a pensar qué había mercado ayer; porque mi futuro almuerzo dependía de lo adquirido en la plaza de mercado el día anterior. Ayer merqué, hoy cocino lo que tengo y mañana me lo como. Hoy estoy cocinando lo que me como mañana, pero lo que ingiera depende del pasado. Claves así de sencillas me permitieron comprender la astrología de una manera diferente.

Años después, el 18 de mayo de 1983, murió en mi familia quien era para mí una especie de sabio, como aquel lejano Utnapishtim sumerio lo había sido para Gilgamesh. Enrique Uribe White, hermano de mi abuela materna, nos heredó a mi hermano Germán y a mí, la astronomía y la astrología, respectivamente. Cuando falleció aquel día, tomé sus libros de mitología y astrología, así como mi hermano los de astronomía; y ese suceso del pasado de nuestro tío hizo nuestro futuro. Hoy en día ya no soy arqueólogo ni mi hermano es economista. Él escribe, da conferencias y dirige el Planetario de la ciudad de Bogotá; y yo me dedico de lleno a la astrología a través de escribir libros, dictar seminarios desde hace más de veinticinco años y desde hace trece a hacer programas de televisión en Miami para el canal cubano Mega TV, con Camilo Duarte.

Leyendo los libros de mitología que heredé del tío Enrique, comprendí aún mucho más lo que aquella mujer me había enseñado. El hecho de ser arqueólogo de profesión y por haber encarnado en una familia muy culta que me enseñó a valorar el tiempo desde pequeño, la mitología—especialmente la sumeria y la grecorromana— fue para mí una fuente de conocimiento absoluto, desde cuando haciendo mi primera comunión en 1958, mi abuela materna me diera como regalo un libro titulado: Leyendas de Mesopotamia. Jamás hubiera podido llegar a ser quien soy si en mi pasado no hubiera visto mi futuro. Observando los mitos del ayer comprendí, escrito en ellos, que mi futuro estaba atrás, como lo estaba —dormido— el hijo de la nativa de Tierradentro. Y tenía que despertarlo. Despertar mi futuro.

Otra sería nuestra vida si quienes nos transmiten el conocimiento de lo que supuestamente han comprendido, nos enseñaran que toda la mitología universal tiene que ver con una sola cosa absoluta: con nosotros mismos. Que alguien en nosotros es Teseo y el Minotauro; Quirón y Prometeo; San Jorge y el dragón; Cristo y Satanás. Que alguien es un héroe humano, pero no aún un dios y que, por lo tanto, para merecerse el derecho de brindar con ellos el soma de la inmortalidad en el Olimpo en donde habitan, tenemos que demostrar que somos un verdadero héroe nacido a través de los actos hechos, no desde la fuerza de los músculos, sino a través del corazón; puesto que son estos los únicos que nos permiten vencer las angustias, las dudas, el miedo, los odios, la vanidad y el más terrible de todos los males... la ignorancia.

Los mitos están allí vivitos y coleando, esperando que cada uno de nosotros se encuentre con ellos para darles vida; la vida que por derecho propio les corresponde únicamente a través nuestro. El ser arqueólogo también me ha permitido introducirme en ellos y encararlos al igual que como cuando hago las excavaciones de los hipogeos en Tierradentro, me pregunto: ¿Qué encontraré en ellos? ¿Habrá algo diferente en este entierro? ¿Dirá algo este mito o es tan solo eso, un cuento más? ¿A dónde me llevará comprenderlo?

Por ejemplo, y como veremos más adelante, cada cultura dio su propia versión acerca de la creación del mundo; pero con el transcurrir del tiempo y gracias a la publicidad obligatoria, nos fue vendida la idea de que el único mito verdadero de la creación era el de la Biblia judeocristiana. ¡No! Cada cultura-psique humana tiene su mitología, y a medida que se profundiza en la primera se comprende mucho más la segunda. ¿Qué hubiera sucedido en el mundo si en vez de Jehová, hubiera sido a Quetzalcóatl o a Kukulcán a quienes se les hubiera dado más protagonismo? Es decir, ¿qué hubiera acontecido si no hubieran sido los españoles, ingleses, franceses y portugueses quienes invadieron a América, sino los aztecas o los mayas a Europa, por no mencionar más? ¿Acerca de qué dioses, cielos e infiernos estaríamos hablando?

Baco el Dionisio, Gautama el Buda, Jesús el Cristo, Mahoma el Profeta, todos ellos son personajes que también tuvieron sus propios cielos: el Olimpo de los griegos y el Walhalla de los nórdicos; y, obviamente, también tuvieron sus propios infiernos: el Hades de los griegos, el submundo de los mayas y la Gehena o Sheol de los judeocristianos. Lugares que han visitado la Inanna de los sumerios, la Perséfone de los griegos, el Jesús de los católicos, y hasta usted y yo sin habernos dado cuenta de haber estado en él sino solo cuando salimos. Si es que ya hemos salido, claro.

Lo más seguro es que vivimos un mito, nuestra familia y hasta la sociedad también lo vive. Cuando una madre o un padre pierden a su hijo o hija, al ser ‘raptados’ por quien se ha de casar con ellos, ¿estarán dándole vida al mito de Deméter-la madre, Perséfone-la hija y Hades-el raptador? Y si los implicados supieran cómo termina dicho episodio, ¿acaso esto les ayudaría a cambiar de actitud ante tan inevitable suceso, para así no sufrir en vano? Cuando Hades/ Escorpio secuestró a Perséfone/Virgo, su madre Deméter (Dea-Mater, Diosa madre), desolada, quiso arrasar con el mundo, como regente de la naturaleza que era. Fue cuando, viendo Zeus que la humanidad estaba a punto de perecer, se metió en el asunto pidiéndole a su hermano Hades/Plutón que devolviera a Perséfone al regazo de su madre. Y se metió por interés, porque si se acababa la humanidad, que era quien honraba y daba vida a los dioses, estos también se acabarían; porque ¿quién habría de glorificarlos haciéndoles ofrendas? ¿Es ese mismo sentimiento de impotencia el que quieren mantener vivas las iglesias terrenales porque, de no ser así, qué ocurriría con los intermediarios que las conforman? Se acabarían.

Los mitos nos mantienen vivos porque de alguna forma pecamos si vamos más allá del comportamiento divino, y pecamos si no llegamos al comportamiento que se espera de nosotros como futuros humanos. ¿Acaso no es eso lo que ‘espera’ de nosotros Jehová, es decir, que seamos perfectos como el Padre que está en los cielos? Pero no aquel dios maluco que nos pintan lleno de ira y venganza, o de amor y piedad según sean nuestras acciones. Porque si mi forma de ser va a influir en el estado de ánimo de ese dios, me parece que al tipo le falta tanta evolución como a mí. No creo que nos castigue alguien como el que nos han vendido desde el Vaticano, porque de eso se encarga uno mismo con la vida que vive; ni creo que dios nos premie, porque no hay premio por el resultado de una acción obvia que termina en un resultado determinado por ella misma, desde el mismo pasado remoto al cual se refiere mi vieja amiga, la nativa de Tierradentro.

La carambola en la mesa de billar está determinada desde el momento en que se da el tacazo, así el jugador se vaya de allí antes de que se toquen las tres bolas. El impulso primigenio iniciado en el pasado, da como resultado esa carambola en el futuro. Por eso el futuro de la carambola está en el pasado. Y el impulso primigenio en nuestro caso evolutivo está dado, tal parece, desde el Big Bang o desde aquella famosa frase que dice que en el principio —atrás— era el Verbo. Y ese verbo es un sonido que se hizo carne, como usted y yo.

Somos la vida, nadie nos la ha dado. Los que llamamos “nuestros padres” tan solo nos dieron el vehículo y cuidaron de la vida para que ella creciera manifestándose a través de la materia. Porque si la deidad absoluta existe, nosotros somos, estamos y permanecemos en ella desde antes del ignoto Big Bang. Y si todo ‘comenzó’ allí, también estábamos en aquel momento-estado y somos el resultado de ese impulso o sonido primigenio cuya carambola somos cada uno de nosotros. Nuestro futuro está atrás. ¿No dizque en el principio era el Verbo? Pues el Verbo es el sonido y, por lo tanto, somos dicho sonido primigenio vuelto carne. Es como si hubiera un plan universal preconcebido por él mismo; como un patrón de conducta terrenal que nos obligara a vivir momentáneamente lo que ya está escrito porque... “nada hay nuevo bajo el sol”.

Tenemos la inmensa facilidad de apropiarnos de ideas primitivas, reciclarlas para actualizarlas y pregonar que son de autoría y legitimidad personal. La última parte que conocemos de dicha piratería es la aplicada por la Iglesia católica apostólica y romana, que “comenzó” su historia —según ella— en un pesebre y al parecer no le ha ido nada mal observando el Vaticano. Pero toda la Iglesia católica está cargada de mitología universal aplicada por Jesús el Cristo. ¿Acaso fue Él el último Gilgamesh sumerio, Quirón griego o Hércules romano? Todos estos personajes, anteriores a Él, denotan la miserable falta de originalidad de la Iglesia católica que, a falta de ella, copió de sus antecesores todos sus ritos y ceremonias: a Mitra y a Osiris les pidió permiso para resucitar a Jesús el Cristo; a Baco le pidió prestado el vino y el corazón del hijo de Zeus; a Ceres el trigo y a Jano las llaves del reino para dárselas a Pedro. Por no mencionar el resto de algunos de los personajes que hay dentro de este libro.

Los dioses de la mitología universal y personal hay que encararlos como lo que son: principios y fuerzas vivientes a través nuestro. Somos nosotros quienes les damos vida. Y hay cuatro formas de quedarse incrustado en la mitología; lo saben muy bien los estudiantes de los seminarios de astrología que he dictado durante más de veinticinco años. Primero, Moisés, allá en Horeb, sacó de la piedra el agua; siglos después, Jesús el Cristo transformó el agua que había en tinajas de piedra en vino, y al final de su historia terrenal, convirtió el vino en sangre.

En el primer nivel, en el de la piedra, está lo literal; es decir, estudiamos el abecé de la mitología para adquirir cultura y saber que era Jano y no Midas quien podía acceder al pasado y al futuro con sus dos caras. En el segundo nivel, el del agua, tratamos de extraerle algún significado emocional al idioma mitológico; es decir, vamos un poco más allá y entendemos que Urano, siendo el dios del cielo estrellado, encarna el espacio infinito. Y que Cronos, su hijo, habiéndolo castrado, puso límites al espacio y lo dividió en segundos, minutos, horas, milenios, etcétera; convirtiéndose así en la deidad cronológica del tiempo. Urano el espacio y Cronos el tiempo; ya sé que no solo son padre e hijo, sino lo que significa cada uno. En el tercer nivel, el del vino, nos dejamos transportar por la visión adquirida y queremos comprender quién en nosotros es Hermes y quién es Zeus; como para saber qué clase de mensaje debo recibir del segundo y transmitirlo con el primero. Pero en el cuarto nivel, el de la sangre, es cuando vivimos en carne propia el mito que nos corresponde; somos ese mito y por lo tanto, ¿podremos salirnos de él si el final no nos gusta? El problema es que vivimos muchos mitos a la vez y, además, como unos están conectados con otros, pasamos de tal a pascual sin darnos cuenta de ello. ¿Qué hacer?

Así como usted no es católico, budista ni judío, por el simple hecho de haber nacido en un hogar de tal o cual religión; de igual manera, tampoco es de signo Aries, Tauro, Géminis ni de cualquier otro, por el simple hecho de haber nacido en una fecha determinada bajo equis signo zodiacal. Para poder decir que usted es chiita, mormón o pentecostal, necesita saber cuáles son los requisitos, la filosofía y el modo de vida de cada una de estas sectas o religiones. Lo mismo sucede con los signos zodiacales: para usted poder decir que es Cáncer, Leo o Virgo, precisa conocer cuál es el mito, la esencia, la filosofía, la misión, el modo de ser de cada uno de estos signos.

Nacemos ‘atados’ a un mito, a un destino; como Caín, Cástor, Edipo o Quirón nacieron con su Moira asignada y predeterminada, ¿acaso ellos pudieron evitarla? Muchas veces, cuando me entrevistan para algún programa de televisión o para cualquier periódico, me han preguntado si se puede cambiar el destino. Invariablemente contesto que a uno las cosas le suceden por destino o por idiota; que puede cambiar las segundas, pero no las primeras. Es más, ¿cómo las va a cambiar, si usted no sabe cuál es su destino? Y una vez lo sepa... ¿Para qué va querer cambiarlo si ese es su destino? El destino del gusano es ser mariposa, ¿cómo puede cambiar eso él? Muy fácil: parándose en la rama que no es o como no es, para que el pájaro —que sí es— cumpla con su destino de alimentar a sus polluelos. El gusano fue un idiota, cambió de destino, pero no cambió el destino. Nadie le da la seguridad al gusano de poder volverse mariposa, porque por ahí hay mucho pájaro hambriento volando. Piense bien en ello: ¿Quién en su vida será el ave que está muriéndose de hambre? Cuando lo sepa, piense si usted será su alimento.