CAPÍTULO I
¿CÓMO SUPIERON LOS GRIEGOS, 2.500 AÑOS ANTES DE MI NACIMIENTO, EN QUÉ FECHA IBA A NACER Y CON CUÁL NOMBRE ME IBAN A BAUTIZAR?
Aun cuando este capítulo es un tanto personal y solo me interesa a mí como astrólogo, hago una invitación al lector para que a través de su lectura indague en el porqué de llamarse como lo bautizaron y en el de haber nacido donde lo hizo.
Hacia el año 1950, cuando iba a nacer Mauricio Puerta, se iniciaba con él una nueva generación en su familia materna. Sería el hijo mayor, el nieto mayor, el hermano mayor, el sobrino mayor, el primo mayor de una larga fila de miembros de dicha generación. Maruja Uribe White, mi abuela materna, tenía una hermana de nombre Emilia, quien siempre había añorado tener un hijo para bautizarlo con el nombre de Mauricio. Pero mi tía abuela tuvo que conformarse con sus hijas Graciela y Rosarito, nacidas veinticinco años atrás. Fue así como, al nacer el nieto mayor de su hermana Maruja, a quien tanto quería, pidió que bautizaran con el nombre de Mauricio a la bella criaturita que llegaba al hogar de Gabriel Puerta y Julia Restrepo, la sobrina de Emilia. Y dicho y hecho, al niño lo llamaron Mauricio Puerta Restrepo. Tal cual.
Ya sé a quién le debo mi nombre, pero la historia apenas comienza. El 4 de enero de 1969, el día en el cual yo cumplía diecinueve años de nacido, habíamos salido con mi abuela y familia desde nuestra finca en Tuluá, Valle del Cauca, hacia Bogotá. Al llegar a Ibagué, apenas entrando en la ciudad, el tráfico se había puesto muy lento porque a cada carro que transitaba, los policías le preguntaban algo al conductor y luego lo dejaban seguir. Cuando llegó nuestro turno, el agente de policía se dirigió a los ocupantes del carro en el que íbamos y preguntó: “¿Alguno de ustedes se llama Maruja Uribe de Restrepo?”. Mi abuela, al oír su nombre se identificó, y preguntando para qué la necesitaban, el policía le respondió: “Doña Maruja, es que su hermana Emilia acaba de morir en Cali y necesitan saber si usted se va a devolver debido a su fallecimiento”. Conociendo el estoicismo característico de mi abuela, pura Leo, contestó que no se iba a devolver, le dijo al chofer que continuara la marcha.
Bien, mi tía abuela, a quien debo mi nombre, murió el mismo día en el cual cumplía yo mi primer ciclo astronómico de saros: lapso de tiempo descubierto milenios atrás por los observadores estelares euroasiáticos de la antigüedad y que sucede cada diecinueve años (realmente cada dieciocho años y once días). Explico: el primer eclipse que hubo dos meses después de mi nacimiento —uno solar anular— era exactamente el mismo eclipse que iba a suceder dos meses después de la muerte de mi tía Emilia. Pero esto no es más que una anécdota; puesto que lo importante para este capítulo, es aquello que descubrí con respecto a mi futuro, investigando el pasado mitológico grecorromano. Y aquí cuento el mito, un tanto resumido, luego de leer los libros que heredé del solterón tío abuelo, Enrique Uribe, hermano de Emilia y de Maruja.
Urano, la primera deidad en importancia del panteón griego, hermano-esposo de Gea, la encarnación de la Tierra, procreó con ella una serie de hijos no muy de su agrado. Para la historia de su descendencia, nos importa el sexto de los titanes a quien conocemos como Cronos, el Señor del Tiempo (cronología). Tan desesperada estaba doña Gea con su marido, porque la ponía a parir sin dejarla gozar con el hecho de ser esposa y madre, que un buen día le pidió a su hijo Cronos que castrara a su padre cuando este viniera a posarse sobre ella. Dicho y hecho, el hijo castró al padre con la hoz que su madre le pidió que hiciera. Y, como imagino que la anestesia no se había inventado aún, la castración debió de ser tan dolorosa para el dios como lo sería para cualquier mortal.
Acto seguido, el oráculo decretó para Cronos, el castrador, que con la misma vara que había medido a su papá, él sería medido por uno de sus hijos. Es decir, que uno de sus descendientes le haría lo mismo. Este es el motivo por el cual Goya representa a Cronos comiéndose a sus hijos para que ninguno lo castrara; o, al menos, no antes de que se inventaran la anestesia. Pero como oráculo es oráculo, su hijo Zeus/Júpiter terminó destronándolo del Olimpo y encerrándolo en el Tártaro con ayuda de algunos de sus hermanos, como analizaremos en el siguiente capítulo. Pero después Cronos sería liberado y desterrado al Latium, región en donde reinaba Jano y a cuyo pueblo civilizaría. Cronos, en agradecimiento por haberle permitido vivir en su reino, le concedió a Jano el hecho de tener dos caras, una de viejo para que mirara el pasado y una de joven para que observara el futuro. En su honor los romanos festejarían las saturnales, que son parte de otra narración. Pero aquí comienza la mía.
Habiendo contado a grandes rasgos lo que es mucho más profundo, la historia que relato a continuación no tiene nada de casual. No sé si ustedes la creerán o si piensan que la acomodé para que todo saliera como yo quería; pero como el caso no es para que le den tanta importancia, confórmense con saber que no los voy a engañar; que lo que escribo en los siguientes renglones no solo es una verdad saturnina, sino que es mi verdad. Para ustedes, recuérdenlo, es una guía dirigida hacia la búsqueda de su propia mitología de vida.
Yo, Mauricio Puerta, nací en Bogotá-Colombia, un 4 de enero de 1950 a las cinco horas veintinueve minutos y veinticinco segundos de la mañana (aclaro que nacer es diferente a encarnar, porque lo que nace muere y lo que encarna desencarna) Y, por lo tanto, materialmente soy Capricornio por signo y también por ascendente, que es el signo que sale al oriente en el momento de nacer. Soy Capricornio ascendente Capricornio, el signo regido, precisamente, por Cronos/Saturno. Lo que significa en la astrología tradicional que, además, soy Tierra ascendente Tierra. Pues bien, llevo ya más de cuarenta y cinco años viviendo en la región de Tierradentro y como, además, soy arqueólogo de profesión, no solo vivo en Tierradentro, sino que excavo adentro de la tierra.
El nombre del mes de enero en el cual nací, proviene del vocablo latín Januarius, que identifica al ya citado Jano, la deidad protectora de las puertas, es decir, mi apellido, como pueden constatarlo ustedes en cualquier diccionario de mitología grecorromana. Jano, ya lo dije, es representado como un ser de dos caras, una barbada mirando hacia un extremo, en mi caso el pasado-arqueólogo y una imberbe mirando hacia el futuro-astrólogo. Y era representado de tal manera, porque es en enero cuando se pasa del año viejo al año nuevo; motivo por el cual ponían su efigie encima de las puertas, dando a entender que se pasaba de una habitaciónépoca vieja a otra habitación- época nueva.
Al signo Capricornio que trato de ser, lo rige el planeta Saturno de los romanos o Cronos de los griegos; que en la mitología astral es la muerte, representada en una de sus manos agarrando la hoz con la cual castró a su padre y un reloj de arena en la otra, herramientas con las cuales nos espera a todos en la puerta del cementerio como diciéndonos: se acabó tu tiempo (Cronos). Pues bien, el vocablo de raíz indoeuropea muerte, viene del término mer, mors, que significa morir. De allí también se originan el vocablo griego moros (destino) y las tres Moiras, quienes precisamente eran las entidades encargadas de decretar el destino de los recién nacidos. Mi tía Emilia debió ser una de las Moiras porque estas, a su vez, dan origen al nombre de Mauricio, que traduce: moro, oscuro, negro como la muerte; que es, además, el color que identifica astrológicamente al signo Capricornio, que en astrología se conoce como la Puerta de la Muerte.
Diría yo que hasta aquí hay una buena sarta de coincidencias, o lo que preferiría llamar en términos más apropiados, una serie de sincronizaciones. Dice la astrología clásica que la relación de nuestro padre biológico con la posición de Saturno en nuestra carta natal, decide los rasgos que hemos de heredar, así como los hábitos y nuestras condiciones físicas. Ya en mi carta astral figuraba que si había nacido con Saturno en Virgo (mi padre había nacido el 20 de septiembre de 1918) y este signo es el complemento de Piscis (mi madre nació el 5 de marzo de 1927), si Saturno es la muerte, mi padre Virgo —por estar Saturno en Virgo—, tendría que morir primero que mi mamá. El padre de Mauricio Puerta falleció el 4 de septiembre de 1975, y la madre el 6 de agosto del año 2007.

Moneda romana con la imagen del dios Jano.
Fue así como no solo el nombre de Mauricio se fue convirtiendo en mi historia personal en algo fundamental gracias a la tía Emilia (también Piscis), sino que el apellido Puerta, heredado del padre, había tomado una saturnina y trascendental significación en mi propia vida. Ya cité que en la mitología clásica Saturno es conocido como el Señor del Umbral de la Muerte y Capricornio como la Puerta de la Muerte. Pues bien, el apelativo Puerta/Januarius/Jano/ enero, y en sí todas las puertas, son símbolo de lugar de paso entre dos mundos; semejante a cuando como arqueólogo traspaso de un mundo a otro para tratar de dar vida a la muerte o a lo que está enterrado, cruzando así de lo conocido a lo desconocido o de la luz a las tinieblas.
Cada vez que desde entonces abro una de dichas puertas, me estoy introduciendo en el misterio mitológico-psicológico personal que me invita a atravesarlo y a comprenderlo. Siempre que he sentido esa invitación a hacer un viaje más allá, como quien va tierras adentro de sí mismo —del sí mismo que conoce—, cruzo de lo profano a lo sagrado —como lo he hecho una vez más al escribir este libro— sin olvidar que en cada puerta me aguarda un dragón, un cancerbero, un monstruo personal que me quiere invadir de miedo para que no la atraviese, incitándome a reconocer que lo que voy a hacer es… pecado; porque él sabe que si sucumbo ante el miedo, la bestia aumenta todo el poder que tiene sobre mí mismo. Y, en este caso, la bestia es la ignorancia.
Si no la alimentamos la vencemos, perdiendo así todo el poder que ejerce sobre nosotros, alcanzando una mayor integración universal y convirtiéndonos ya no en guerreros, sino en maestros estilo Sagitario, con la flecha clavada en el centro mismo del corazón de la bestial y maligna ignorancia. Si morimos en el intento no importa, ya habrá otro Saturno, pero en otra carta astral. Y lo habrá, porque en una sola vida es imposible ir desde el carbón hasta el diamante; o, hablando en términos alquímicos-saturnino-solares: ir del plomo al oro. Según Saturno, todos somos alquimistas o, por lo menos, tenemos que llegar a saberlo porque siempre lo hemos sido. Mauricio Puerta es mi Materia Prima, aquella en que tengo que trabajar.
