CAPÍTULO 0

No hay nada peor que un malvado arrepentido y con remordimientos. Viruñas había dejado de ser un canalla hacía varios años, pero su papel de hombre bueno no terminaba de persuadir a los espantos. Antes, él era un espanto sucio, artero y perverso. Ahora, era un ex demonio que aterraba por su exceso de virtudes: limpieza extrema, vegano, abstemio, frugal, y lleno de buenas intenciones con el mundo. Los espantos del bosque lo evitaban. No querían escuchar sus sermones sobre las buenas costumbres. Además, había algo que no terminaba de convencer. Para muchos, sus acciones no eran sinceras. El diablo siempre guarda un secreto.

El 27 de julio, en horas de la mañana, Viruñas corría a toda velocidad escapando del bosque. Lo que había visto hacia una hora era una imagen pavorosa y solo un vivo podía ayudarlo. Su corazón latía a mil y varias imágenes pasaban por su cabeza. Recordaba cómo hacia siglos había jugado con la ambición y el miedo de los hombres para enterrarlos en sus peores miserias.

Él sabía que ellos no traerían únicamente la venganza, era algo mucho peor: una tormenta creada por todas sus malas acciones del pasado. El reflejo de su maldad ahora regresaba con vestidos raídos de conquistadores castellanos para poner en peligro la existencia de sus amigos, y hasta del mismo bosque.

Hacia unas semanas Viruñas se había dado cuenta de que la fecha de su regreso estaba próxima, pero la historia de cómo hacia 450 años se había aprovechado del desespero de los indígenas y la codicia de los ibéricos para forjar uno de sus crueles juegos, no encajaba con la imagen de niño bueno que ahora proyectaba. ¿Cómo él, un ser lleno de virtudes, iba a confesar que por su culpa toda una civilización se había extinguido? Era mejor que la gente siguiera creyendo que habían sido las enfermedades traídas del Viejo Mundo las causantes de acabar con los constructores de El Dorado.

Viruñas visitó a cada uno de los amigos del bosque y le contó su versión de los hechos. Como un profeta desesperado, anunciaba el retorno de los malvados, quienes ahora llegaban como fantasmas con el poder de hacer daños a los espantos y eran comandados por un hombre que podía hacer llorar al mismo diablo: Lope de Aguirre, cruel soldado vasco, líder de la rebelión de los Marañones, quien había recorrido medio continente trazando un camino de muertos. A Aguirre le decían «la ira de Dios», pero él prefería llamarse «el peregrino». Su locura y amor por el oro lo habían hecho proclamarse príncipe del Nuevo Mundo y considerarse al mismo nivel que Felipe II, aquel rey dueño de un imperio donde nunca se ponía el sol.

Nadie le creyó a esta versión pulcra y vegana de Viruñas. Todos desconfiaban de él y temían convertirse, de un momento a otro, en víctimas de sus macabras artimañas. ¿Por qué había que creerle?, se preguntaba el Sombrerón. Que ahora se bañara, no comiera carne y pusiera las fotos de sus comidas saludables y frases supuestamente atribuidas a Gandhi en redes sociales no era evidencia de que no estuviera tramando algo malo. Además, su historia parecía incompleta. Sus fines no parecían tan nobles.

El 26 de julio, día del solsticio de invierno, celebración de Año Nuevo para los aborígenes americanos, terminaba el embrujo que había tenido atrapados, por siglos, en la jungla amazónica, a los fantasmas de Lope de Aguirre y de cincuenta conquistadores españoles. Ahora quedaban libres. 450 años de vagar por la selva habían hecho acrecentar su hambre de oro. Aguirre ya sabía cómo funcionaban las cosas en el nuevo mundo, y quién era el culpable de sus desgracias.

Él y sus hombres esperaron por dos días que el pororoca (expresión que significa «gran estruendo») afectara el río: cuando la luna llena termina y comienza la luna nueva, la corriente cambia y sus bergantines remontan el río sin el mayor esfuerzo. Ese día, en la madrugada, Viruñas salió a hacer su meditación diaria cerca de una hermosa playa que se formaba cuando bajaba el cauce de las aguas. No podía concentrarse y dejar de pensar en una solución para detener a los conquistadores. De repente, sintió un silbido que cortaba el aire, abrió sus ojos y una explosión de cañón muy cerca de donde meditaba lo hizo volar por los aires. Aturdido, miró hacia el río, ahí estaba Aguirre en su embarcación, preparando una segunda descarga de cañón. Como el río cuando truena, estaba anunciando su regreso.

Viruñas escapó como pudo, tenía que buscar ayuda, salir del bosque, hablar con los vivos. Corrió como alma que lleva el diablo. Con el corazón a mil, pensaba cómo podría convencer a Rafa para que lo ayudara esta vez.