
Barbara y Allan se estaban preparando para ir a una fiesta bastante lujosa. Barbara se había comprado un vestido nuevo y estaba nerviosa porque quería estar espléndida. Cogió dos pares de zapatos, unos azules y otros dorados, y le preguntó a Allan las temidas palabras: «Cariño, ¿qué zapatos crees que quedan mejor con el vestido?».
Un escalofrío recorrió la espalda de Allan. Sabía que estaba en una difícil situación. «¡Ah! ¡Hum! Los dos quedan bien, cariño», tartamudeó. Ella le volvió a preguntar, esta vez impaciente: «Venga, Allan, ¿cuáles quedan mejor, los azules o los dorados?». «Los dorados», respondió él, nervioso. «Pero ¿qué les pasa a los azules? —preguntó Barbara—. Nunca te han gustado, ¿verdad? Estos zapatos me costaron un ojo de la cara y tú los odias, ¿a que sí?».
Allan se encogió de hombros. «Barbara, si no quieres oír mi opinión, entonces no me preguntes», dijo. Allan creía que le había pedido su opinión para resolver una duda, pero cuando le dio la respuesta, ella no se mostró demasiado agradecida. Por su lado, Barbara estaba empleando un rasgo femenino en la conversación: hablar por hablar. Ya había tomado una decisión sobre los zapatos que llevaría a la fiesta y no quería ninguna opinión más. Simplemente quería que Allan le confirmase que estaba muy guapa. En este capítulo, estudiaremos los problemas con los que se enfrentan hombres y mujeres en sus conversaciones diarias y ofreceremos originales soluciones.
Si una mujer le pregunta «¿azules o dorados?» cuando finge elegir unos zapatos es importante que el hombre no le ofrezca una respuesta. Por el contrario, le debería preguntar: «Cariño, ¿ya has elegido algún par?». La mayoría de las mujeres se sorprenderán con esta pregunta porque los hombres que conocen suelen decirles su preferencia. Así, la mujer seguramente dirá: «Bueno, había pensado que podría ponerme los dorados...». En realidad, ella ya ha escogido llevar los zapatos dorados.
El hombre debería preguntarle: «¿Por qué los dorados?». «Pues porque me voy a poner complementos dorados y mi vestido tiene una cenefa dorada», responderá ella. Un hombre con habilidades para tratar a una mujer le dirá: «Muy buena elección. ¡Estás increíble! Está claro que has acertado. Me encanta». Con esta estrategia le puedo asegurar que la diversión nocturna está garantizada.

Lo que las mujeres dicen.

Lo que los hombres escuchan.
Durante miles de años se ha sabido que los hombres no destacan por sus dotes en la conversación, especialmente cuando se les compara con las mujeres. Las niñas, además de empezar a hablar antes que los niños, a la edad de tres años tienen el doble de vocabulario que un niño de la misma edad y las palabras que pronuncian son cien por cien comprensibles. A los logopedas no les falta trabajo, ya que los padres de niños hacen cola a la puerta de sus consultas con la misma queja: «No sabe hablar bien». Si el niño tiene una hermana mayor, la diferencia será aún más notable, y a veces las hermanas mayores y las madres acaban hablando por los niños. Si le preguntamos a un niño de cinco años: «¿Cómo estás?», veremos que a menudo su hermana o su madre contestan: «Bien, gracias».
A menudo las madres, las hijas y las hermanas mayores hablan en nombre de los hombres de su familia.
Para los hombres, el habla no es una habilidad específica de su cerebro, ya que solo utilizan el hemisferio izquierdo y en las investigaciones no se ha encontrado una zona especializada. Los estudios llevados a cabo con personas que mostraban daños en el hemisferio cerebral izquierdo demostraron que la mayoría de los desórdenes en el habla ocurrían en los hombres que tenían dañado el hemisferio izquierdo en la parte posterior, mientras que en el caso de las mujeres, estas solían manifestar daños en el hemisferio izquierdo en la parte frontal. Cuando un hombre está hablando, los escáneres de IRM muestran que se activa la totalidad de su hemisferio cerebral izquierdo, que busca una zona localizada del habla, pero que no la encuentra. Por consiguiente, no muestran demasiadas cualidades lingüísticas.

Localización de la función del habla en el hombre.
Los hombres tienen tendencia a decir las cosas entre dientes y a no vocalizar. Suelen utilizar muletillas como «hum», «ah» y «entonces» durante el transcurso de una conversación y también son propensos a relajar la pronunciación de ciertas consonantes como la «g» final en el caso del inglés o la «d» intervocálica en los participios en castellano, por lo que, por ejemplo, suelen decir «he perseguío», en vez de «he perseguido». También es relevante mencionar que los hombres solo utilizan tres tonos de voz distintos al hablar, mientras que las mujeres utilizan cinco. Cuando los hombres se juntan para ver un partido de fútbol por la televisión, se limitan a ver la televisión, y su única conversación es «¡Eh!, pásame las patatas fritas» y «¿Queda más cerveza?», pero si un grupo de mujeres se reúnen para ver un programa, ese propósito inicial suele ser una excusa para hablar, por eso cuanto más básico sea el programa, por ejemplo un culebrón, mejor.
Quizás el caso más obvio sean los deportes. En una rueda de prensa en la que las jugadoras de baloncesto explican el partido, podemos observar que lo describen de forma exacta y totalmente comprensible. En cambio, cuando la prensa entrevista a los jugadores masculinos, no solo es difícil que lo poco que tienen que decir sobre el partido tenga sentido, sino que parece que ni mueven la boca al hablar. En los adolescentes esta diferencia es también notable. Seguro que si le preguntamos a nuestra hija qué tal fue la fiesta a la que asistió la noche anterior, nos relatará minuciosamente todo cuanto aconteció: quién dijo qué, lo que la gente llevaba puesto, la actitud... Sin embargo, si le preguntamos lo mismo a nuestro hijo, contestará: «¡Ah!..., estuvo bien».
El día de San Valentín, las floristerías cuelgan el mensaje «Dígaselo con flores» porque saben que los hombres tienen dificultades para expresar sus sentimientos con palabras. Comprar una tarjeta de felicitación no es un problema para un hombre, sin embargo qué escribir dentro ya es otro asunto.
Los hombres suelen escoger tarjetas de felicitación que tienen un mensaje largo escrito dentro. Así, les queda menos espacio para escribir.
Hay que recordar que los hombres no evolucionaron para ser comunicadores, sino cazadores. Para la caza utilizaban una serie de señales no verbales y, a menudo, los cazadores se sentaban silenciosos a observar su presa durante horas. No solían hablar o reunirse. Hoy en día, podemos observar que a pesar de que los hombres se reúnan para ir a pescar, pueden pasar horas y horas separados sin decirse nada. Eso no significa que no se lo estén pasando bien, sino que no necesitan expresarse con palabras. Si ocurriese lo mismo en el caso femenino, sería una señal inequívoca de que algo no va bien. Los hombres solo rompen las distancias y se vuelven habladores cuando dejan libre el área de la comunicación en su clasificado cerebro gracias a copiosas cantidades de alcohol.
Durante los primeros años de su educación, los niños no suelen destacar en el colegio, debido principalmente a que sus habilidades verbales son inferiores a las de las niñas. En consecuencia, no suelen sacar buenas notas en las lenguas extranjeras, en la lengua propia y en humanidades en general. Se sienten estúpidos enfrente de las niñas, que muestran gran fluidez en su expresión, y se vuelven revoltosos y alborotadores en clase. La idea de que los niños empezasen el colegio un año más tarde, cuando sus habilidades lingüísticas estuviesen equilibradas con las niñas un año menores, parece ser bastante coherente. Con esta reforma, los niños se sentirían más iguales y, por lo tanto, menos intimidados por la fluidez verbal de las niñas.
En los años más avanzados, las niñas suelen tener dificultades en materias como física o ciencias en general, puesto que la habilidad espacial resulta imprescindible. Sin embargo, mientras que los padres suelen preocuparse e intentar remediar las carencias verbales de sus hijos llevándoles a clases o terapias particulares, no existe tal preocupación respecto al deficiente razonamiento espacial de las niñas, que a falta de ayuda, acaban en su mayoría abandonando esas asignaturas y eligiendo otras más adecuadas a sus habilidades.
En Inglaterra existen colegios que imparten clases separadas para niños y niñas en materias como lengua inglesa, matemáticas y ciencias. En los exámenes de matemáticas, a las niñas les hacen preguntas relacionadas con jardines, mientras que las preguntas de los niños hablan de almacenes. Este tipo de separación se centra en las preferencias naturales de las estructuras cerebrales masculinas y femeninas y los resultados suelen ser espectaculares. En estos colegios, en lengua inglesa los niños han conseguido unos resultados cuatro veces más elevados que la media nacional, y en matemáticas y ciencia los resultados de las niñas casi duplican la media del resto de colegios.
En las mujeres, la habilidad del habla se sitúa en una zona específica localizada principalmente en la parte frontal del hemisferio cerebral izquierdo y en una zona más pequeña del hemisferio derecho. Poseer áreas en ambos hemisferios permite que las mujeres sean buenas comunicadoras. Disfrutan hablando y no hay duda de que practican mucho esta habilidad. Al poseer zonas específicas que controlan el habla, el resto del cerebro femenino queda libre para realizar otras tareas, por lo que pueden poner en práctica más de una cosa a la vez.
Algunas investigaciones han demostrado que un bebé puede reconocer la voz de su madre mientras se encuentra en el vientre, probablemente debido a la resonancia de la voz a través del cuerpo materno. Un bebé de tan solo cuatro días puede diferenciar los patrones lingüísticos de su lengua nativa de los de lenguas extranjeras, y a los cuatro meses los niños pueden distinguir los movimientos labiales asociados con la pronunciación de vocales. Antes de cumplir un año, los bebés ya pueden empezar a asociar las palabras con su significado y a los dieciocho meses ya tendrán un vocabulario básico, que a los dos años, en el caso de niñas, se habrá ampliado hasta las dos mil palabras. Sin duda, son unos logros, tanto intelectuales como físicos, que dejan pasmado a cualquiera si se comparan con el ritmo de aprendizaje de un adulto.

Localización de la función del habla en la mujer.
El hecho de tener una zona cerebral específica encargada del habla permite que las niñas aprendan lenguas extranjeras más rápida y fácilmente que los niños. Asimismo, también explica que las niñas saquen mejores notas en gramática, ortografía y puntuación. En los veinticinco años que llevamos impartiendo seminarios en países extranjeros, rara ha sido la vez que hemos tenido un hombre traductor, normalmente son mujeres.
Recientes investigaciones demuestran que las mujeres superan en número a los hombres en las asignaturas en las que se necesita recurrir a la habilidad verbal del hemisferio cerebral izquierdo. La zona cerebral específica del habla les otorga superioridad lingüística y verbal.
Los datos obtenidos también indican que, incluso en las áreas de la sociedad que se jactan de ser políticamente correctas, como la educación y el Gobierno, las estructuras mentales femeninas y masculinas influyen en la elección de las asignaturas que el profesor imparte. Los grupos que se pronuncian a favor de la igualdad y que creen que lo están consiguiendo porque del total de su profesorado la mitad son hombres y la mitad mujeres, en realidad no logran tal objetivo porque las mujeres dominan claramente las áreas que requieren habilidades verbales.
El hemisferio cerebral izquierdo controla las funciones físicas de la parte derecha del cuerpo, por eso la mayoría de la gente es diestra y la escritura de las mujeres suele ser más clara y legible que la de los hombres (las zonas de habla específicas en las mujeres determinan un mejor uso de la lengua, tanto oral como escrita).
Los cerebros masculinos están extremadamente clasificados y poseen gran capacidad para separar y almacenar información. Al final de un día en el que se han producido numerosas incidencias, el cerebro masculino puede archivarlas todas. Sin embargo, el femenino no es capaz de almacenar información de esta forma, por lo que los problemas seguirán rondando por su cabeza.
Los hombres pueden ordenar sus problemas mentalmente y archivarlos. Las mujeres no hacen más que darles vueltas y vueltas.
La única forma que una mujer tiene de liberarse de sus problemas es hablar sobre ellos. Por esta razón, cuando una mujer habla sobre los problemas del día, su propósito no es encontrar soluciones o llegar a conclusiones, sino deshacerse de ellos.
La científica Elizabeth Hanson, de la Universidad de Ontario, llevó a cabo un estudio sobre la conducta de las mujeres y los niveles de estrógeno. Hanson descubrió que, cuando el cuerpo de la mujer presentaba bajos niveles de testosterona, su habilidad espacial disminuía, mientras que los altos niveles de estrógeno resaltaban su articulación verbal y su capacidad motora. Este hecho podría explicar por qué durante el ciclo menstrual, cuando hay presentes altas cantidades de estrógeno, las mujeres suelen estar más silenciosas y pronuncian articulando perfectamente. Por el contrario, en los días en que presentan altos niveles de testosterona, hablan de forma más confusa, pero mejoran sus capacidades espaciales. Así, la mujer no atacará con palabras humillantes a su pareja, pero seguro que acertará al lanzarle una sartén desde unos 20 metros.

«Y entonces Jasmine le cuenta a Katie lo que Alex estaba haciendo, pero ella no sabía que Maree ya lo sabía porque Lyndall había oído rumores de Melissa y entonces se lo había dicho a Adam y, claro, Sam creía que...».
Cuando las mujeres se reúnen para ver una película que transmiten por televisión, en general hablan simultáneamente sobre infinidad de temas que incluyen a los hijos, los hombres, su profesión y lo que pasa en sus vidas. Cuando se trata de grupos mixtos, a los hombres se les acaba la paciencia y piden a las mujeres que se callen. Ellos, o ven la televisión o hablan, pero no pueden hacer ambas cosas a la vez (y no entienden cómo lo pueden hacer las mujeres). Además, las mujeres creen que el objetivo de reunirse es pasarlo bien juntos y reforzar sus relaciones, en vez de sentarse como pasmarotes enfrente del televisor.
Cuando hay anuncios publicitarios, el hombre le suele pedir a la mujer que le resuma las relaciones entre los protagonistas. El pobre es incapaz de leer las sutiles señales corporales que revelan el estado emocional de estos. Las mujeres, al haber pasado tantos días con otras mujeres y con sus hijos en un grupo en el pasado, han desarrollado la habilidad para comunicarse y mantener relaciones. Para una mujer hablar tiene un objetivo muy claro: crear nuevas relaciones y hacer amigos. Para los hombres, hablar consiste en relacionar hechos.
Los hombres contemplan el teléfono como una herramienta de comunicación que permite exponer hechos e información a otras personas, pero para una mujer es un instrumento para mantener el contacto y reforzar las relaciones. Una mujer puede pasar dos semanas de vacaciones con una amiga y, cuando vuelve a casa, lo primero que hace es llamarla y pasarse dos horas hablando por teléfono.
No existen evidencias de que los condicionantes sociales, por ejemplo el hecho de que la madre hable más a la niñas que a los niños, constituyan la causa de que las niñas sean más habladoras. El psiquiatra Michael Lewis, autor de Social behaviour and language acquisition, llevó a cabo experimentos que demostraron que las madres hablaban y miraban a los bebés que eran niñas más que a los niños. Existen pruebas científicas de que los padres son sensibles a las estructuras cerebrales de los pequeños según sus reacciones. De esta forma, las madres les hablan más a las niñas puesto que, debido a su mejor preparación cerebral para recibir y enviar señales verbales, obtienen una respuesta más positiva que cuando hablan a sus hijos.
Los hombres se desarrollaron como guerreros, protectores y responsables de solventar los problemas que surgían en el hogar. Sus tendencias mentales y los condicionantes sociales les impedían mostrar temor o inseguridad. Por eso, si le pide a un hombre que solucione un problema, seguramente le dirá: «Déjamelo aquí» o «Ya pensaré en la solución», y eso es exactamente lo que hace, pensar en ello silenciosamente, con cara inexpresiva. Solo hablará cuando tenga la respuesta y sea capaz de comunicarla. Hablan mentalmente porque no tienen la capacidad verbal de las mujeres para comunicarse. Cuando un hombre está mirando por la ventana pensativo, los escáneres demuestran que mentalmente está manteniendo una conversación consigo mismo, pero la mujer, al observar al hombre mirando al infinito, asume que está cansado o aburrido e intenta hablar con él o mandarle hacer algo. En ese momento, el hombre se enfada porque le ha interrumpido. Claro, como hemos visto, no puede hacer dos cosas a la vez.
Si un hombre está con otro hombre, hablar mentalmente no constituye un problema, puesto que dos hombres pueden estar sentados en una reunión uno al lado del otro sin hablarse durante largo tiempo y sin que ninguno de los dos se sienta incómodo. Es como estar pescando. A los hombres también les gusta ir después del trabajo a tomarse tranquilos una copa. Sin embargo, si el hombre está en compañía femenina, las mujeres pensarán que tiene una actitud distante, que está enfadado o que no quiere unirse al grupo. Si los hombres quieren tener mejores relaciones con las mujeres tienen que aprender a comunicarse.
«Mi mujer me vuelve loco cuando tiene algún problema o cuando me cuenta lo que va a hacer durante el día —dijo un hombre en uno de nuestros seminarios—. Siempre enumera en voz alta las opciones, las posibilidades, la gente involucrada, lo que tiene que hacer y adónde va a ir. Es muy molesto. ¡No me deja concentrarme en nada!».
El cerebro femenino está estructurado para que el lenguaje sea su principal forma de expresión y ella sabe que se trata de uno de sus puntos fuertes. Si un hombre tiene que realizar cinco o seis tareas dirá: «Tengo que hacer varias cosas. Nos veremos luego». Una mujer hará un análisis pormenorizado sobre cada una de las tareas y barajará todas las opciones y posibilidades, pero sin seguir ningún tipo de orden. Un ejemplo podría ser: «A ver, tengo que ir a la lavandería y lavar el coche y, por cierto, Ray llamó y dijo que le llames, y luego tengo que ir a Correos a recoger un paquete y, de camino, también podría...». Esta es una de las razones por las que los hombres acusan a las mujeres de hablar incesantemente.
Las mujeres creen que pensar en voz alta es una señal de simpatía y don de gentes, pero los hombres no comparten su opinión. A nivel personal, el hombre considera que la mujer lo está avasallando con una lista de problemas que espera que él le resuelva, y por eso se siente nervioso, triste o le intenta dar soluciones a toda costa. En una reunión de negocios, los hombres opinan de una mujer que piensa en voz alta que es un poco atolondrada, indisciplinada y poco inteligente. Para impresionar a los hombres, en una situación como la descrita, es esencial que la mujer guarde para sí sus pensamientos y que intervenga exclusivamente cuando tenga que expresar conclusiones. En las relaciones personales, la pareja debe discutir las distintas formas de solucionar los problemas. Los hombres tienen que entender que cuando una mujer habla no espera que le den soluciones, y las mujeres deben entender que cuando un hombre no habla no es una señal de que algo vaya mal.
Construir una relación sentimental a partir de charlas es una prioridad en la estructura mental femenina. Una mujer no tiene ningún problema en pronunciar una media de entre seis mil y ocho mil palabras diarias. Además, también recurre a unos dos mil o tres mil sonidos vocales para comunicarse y a unos ocho mil o diez mil gestos, expresiones faciales, movimientos de cabeza y demás movimientos corporales. La suma nos ofrece un total de más de veinte mil señales comunicativas. Este hecho explica por qué la Asociación Médica Británica informó recientemente de que las mujeres tienen cuatro veces más probabilidades de padecer problemas de mandíbula que los hombres.
«Una vez no le hablé a mi mujer en seis meses —dijo el humorista—. No quería interrumpirla».
Comparemos las cifras ilustrativas de la producción total diaria de un hombre. Este suele emitir solo de dos mil a cuatro mil palabras, hacer de mil a dos mil sonidos vocales, y únicamente de dos mil a tres mil señales corporales. Su media total diaria es de siete mil señales comunicativas, alrededor de un tercio del total de la mujer.
Esta diferencia en el habla resulta patente al final del día, cuando el hombre y la mujer se sientan juntos para cenar. Él ya ha emitido sus siete mil señales diarias y ya no tiene ganas de seguir comunicándose. Le basta con observar las cosas. El estado de la mujer depende de lo que haya estado haciendo ese día. Si se ha pasado el día hablando con gente, puede que haya pronunciado hasta veinte mil palabras y tampoco tendrá muchas ganas de seguir hablando, pero si ha estado en casa cuidando de los hijos, con suerte habrá utilizado de dos mil a tres mil palabras, por lo que todavía le quedan unas quince mil para llegar a su media. Todos estamos familiarizados con situaciones difíciles como esta a la hora de cenar:
Fiona: Hola, cariño..., ¿ya has vuelto a casa? ¿Qué tal te ha ido el día?
Mike: Bien.
Fiona: Brian me ha dicho que hoy ibas a cerrar ese trato tan importante con Peter Gosper. ¿Qué tal han ido las cosas?
Mike: Bien.
Fiona: Eso está bien. Debe de ser un cliente duro de pelar. ¿Crees que seguirá tu consejo?
Mike: Sí.
... Y así sucesivamente.
Mike se siente como si estuviese en un interrogatorio y empieza a estar molesto. Solo quiere «paz y tranquilidad». Para evitar una discusión sobre por qué no quiere hablar, le pregunta a ella: «¿Y a ti cómo te ha ido el día?».
Entonces, ella se lo cuenta y ¡vamos si se lo cuenta! Hasta el más mínimo detalle.
—Bueno..., ¡vaya día! Esta mañana he decidido no ir a la ciudad porque el mejor amigo de mi primo, que trabaja en la estación de autobuses, me dijo que hoy harían huelga, y entonces he ido a dar un paseo. En la previsión meteorológica de la televisión han dicho que haría sol y por eso me he puesto el vestido azul, ya sabes, ese que me compré en Estados Unidos. En fin..., mientras estaba caminando me he encontrado a Susan y...
Ella tiene que expresar las palabras que no ha podido pronunciar durante el día. Él, mientras tanto, se pregunta por qué no se calla de una vez por todas y le deja en paz. Le pone de los nervios cuando él «solo quiere un poco de paz y tranquilidad», las palabras de protesta de todos los hombres del mundo. Él es un cazador. Ha estado buscando comida todo el día y ahora solo quiere descansar. El problema surge cuando ella empieza a sentirse ignorada.
Cuando un hombre se queda mirando a los objetos fijamente, la mujer empieza a pensar que ya no la quiere.
La mujer habla por hablar, pero el hombre contempla la continua lista de problemas como un desesperado grito de ayuda y soluciones. Con su mente analítica, la interrumpe constantemente.
Fiona: ... Y me resbalé, me caí al suelo y me rompí el tacón de los zapatos nuevos, y entonces...
Mike: Fiona, espera un momento... —dice él, interrumpiéndola—, no deberías llevar zapatos de tacón cuando vas a comprar. Vi un programa que hablaba sobre ello y es muy peligroso. La próxima vez, lleva zapatillas deportivas; es mucho más seguro.
«¡Problema resuelto!», piensa él.
«¿Por qué no se calla y me deja seguir hablando?», piensa ella.
Fiona: ... Y cuando volví al coche, la rueda trasera estaba deshinchada y...
Mike: Lo que tienes que hacer —la interrumpe de nuevo— es que te revisen la presión de la rueda cuando vas a la gasolinera. Así, eso no te volverá a pasar.
«Le he vuelto a solucionar el problema», piensa él.
«Pero ¿por qué no se calla y escucha?», piensa ella.
«Ahora que le he dado las respuestas, ¿por qué no se calla y me deja en paz? ¿Es que tengo que solucionarle todos los problemas? ¿Por qué no evita meterse en esos líos?», piensa él.
Ella ignora su interrupción y sigue hablando.
Hemos estudiado a miles de mujeres por todo el mundo y todas parecen tener algo claro:
Cuando una mujer habla al final del día, no quiere que se la interrumpa con soluciones a sus problemas.
Esta afirmación es positiva para los hombres. No se molesten en responder, simplemente escuchen. Cuando la mujer termine de hablar se sentirá aliviada y feliz. Además, creerá que usted es un hombre maravilloso por escucharla, por lo que seguramente tendrá una buena noche.

«¡Espero que no te haya aburrido hablando demasiado!».
Hablar sobre los problemas diarios es la forma que las mujeres modernas tienen de combatir el estrés. Las mujeres contemplan el acto comunicativo como un hecho que refuerza la relación y el apoyo entre la pareja. Por eso la mayoría de las personas que acuden a las consultas psicológicas son mujeres y la mayoría de los profesionales también son personas de este sexo que han recibido una formación adecuada para saber escuchar.
El 74 % de las mujeres que trabajan y el 98 % de las amas de casa consideran que el mayor defecto de sus maridos o novios es su inapetencia para hablar, especialmente al final del día. Las pasadas generaciones de mujeres no se tenían que enfrentar a este problema porque tenían muchos hijos y otras mujeres para conversar y apoyarlas. Hoy en día, las amas de casa se suelen encontrar aisladas y solas porque la mayoría de sus vecinas trabajan fuera de casa. Las mujeres que trabajan tienen menos dificultades para relacionarse con su pareja, puesto que han podido hablar más con otra gente durante el día. No se trata de que alguien tenga la culpa, sino de que no tenemos modelos para que las relaciones funcionen. Nuestros padres nunca se enfrentaron a estos problemas. Sin embargo, no hay que alarmarse: podemos aprender las nuevas tácticas de supervivencia.
Las frases de los hombres son más cortas y están más estructuradas. Suelen tener una apertura, un punto clave y una conclusión. Es fácil saber lo que dice o lo que quiere, pero si una mujer intenta hablar de diferentes cosas con un hombre, este se perderá. Es importante que la mujer entienda que, si quiere parecer convincente o persuasiva a un hombre, tiene que presentarle las ideas en orden sucesivo.
La primera regla para conversar con un hombre: facilítele las cosas y no le hable de varios temas a la vez.
Si tiene que presentar una idea a un grupo mixto, será más seguro utilizar la estructura de habla masculina, ya que ambos sexos pueden seguirla y, sin embargo, a los hombres les resulta difícil seguir las conversaciones que tratan diversos temas a la vez y podrían perder el interés en su intervención.
Al existir mayor transmisión de información entre los hemisferios cerebrales izquierdo y derecho, y poseer zonas de habla localizadas, la mayoría de las mujeres conversan sobre diferentes temas simultáneamente, a veces, incluso en una misma frase. Es como hacer malabarismo con tres o cuatro pelotas a la vez y parece que las mujeres lo hacen sin ninguna dificultad. Pero aún hay más, porque hacen ejercicios malabares con diferentes temas con otras mujeres que, a su vez, lanzan otros temas, y a ninguna parece caérsele ni siquiera una pelota.
Al final de la conversación cada una de las mujeres sabe algo sobre todos los temas tratados, lo que ocurrió y lo que eso significó. Esta habilidad multitarea resulta muy frustrante para un hombre, ya que su cerebro no puede abarcar más de una tarea a la vez. Cuando en una conversación las participantes femeninas hablan sobre numerosos temas a la vez, los hombres acaban confundidos y aturdidos.
Una mujer puede empezar hablando de un tema, cambiar a otro tema en mitad de la frase y después a otro, para más tarde y sin ningún tipo de aviso, volver al primer tema, añadiendo información nueva. Los hombres se quedan perplejos y atontados. Tomemos como ejemplo esta conversación familiar extraída del hogar de los Pease:
Allan: A ver, espera un momento: ¿quién dijo qué a quién en la oficina?
Barbara: No estaba hablando de la oficina. Estaba hablando de mi cuñado.
Allan: ¿De tu cuñado? Pero si estábamos hablando de la oficina.¿Cuándo has cambiado de conversación?
Barbara: Presta más atención. Todo el mundo lo ha entendido.
Fiona (hermana): Sí, yo ya sabía a lo que se refería. Estaba claro.
Jasmine (hija): Yo también lo he entendido. ¡Papá, desde luego..., nunca te enteras de nada!
Allan: ¡Con vosotras es imposible. Me doy por vencido!
Cameron (hijo): ¡Yo también, y eso que solo soy un niño!
Los hombres no tienen problema en encontrar su camino desde A hasta B, aunque para ello tengan que cruzar infinidad de callejuelas, pero cuando están en medio de un grupo de mujeres que conversan sobre distintos temas a la vez, se pierden inmediatamente.
La habilidad descrita para conversar sobre distintos temas es común al género femenino. Basta con poner el ejemplo de las secretarias, que necesitan realizar distintas tareas a la vez. Por eso no resulta sorprendente que de un total de 716.148 secretarias en Reino Unido en 1998, el 99,1 % fueran mujeres, con tan solo 5.913 hombres. Algunos grupos argumentaban que este hecho se debía a que en el colegio se inculcaba a las niñas este tipo de profesiones y no parecían tener en cuenta la superioridad verbal, organizadora y multitarea del sexo femenino. Incluso en los ámbitos que declaraban adoptar políticas de igualdad de oportunidades, como los puestos de trabajo en ayuntamientos o en el sistema de bienestar, de un total de 144.266 empleados que realizaban trabajos administrativos en 1998 en Reino Unido, 43.816 eran hombres y 100.450 eran mujeres. En cualquier tarea que requiera habilidades comunicativas y verbales, las mujeres son las reinas.
Cuando una mujer habla, el escáner cerebral muestra que tanto la zona del habla del hemisferio izquierdo como la del derecho están activas, al igual que sus funciones auditivas. Esta poderosa capacidad multitarea permite que la mujer escuche y hable simultáneamente sobre diferentes temas. Los hombres se quedan bastante atemorizados cuando descubren que las mujeres tienen esta habilidad. Ellos solo sabían que eran muy parlanchinas.
Las mujeres pueden hablar y escuchar simultáneamente, al mismo tiempo que acusan a los hombres de no saber hacer ni una cosa ni la otra.
El hecho de que las mujeres hablen tanto ha sido un tema recurrente para los chistes entre hombres durante años y años. En cualquier país se pueden escuchar estas palabras: «Escuchen a las mujeres cuando hablan: bla, bla, bla y ninguna escucha a la otra». Chinos, alemanes o noruegos se quejan tanto como los hombres esquimales y africanos. La diferencia es que, cuando los hombres se quejan, suelen hacerlo de uno en uno porque, hasta el momento, se ha demostrado que solo pueden hablar o escuchar, no pueden hacer las dos cosas a la vez.
Los hombres solo se interrumpen en la conversación si esta ha dado un vuelco y se sienten agresivos o competitivos. Si quiere comunicarse con un hombre, una estrategia muy sencilla es no interrumpirle cuando hable. Esto es muy difícil para una mujer porque, para ella, hablar simultáneamente refuerza las relaciones y demuestra interés y participación. Tiene la necesidad de sacar diferentes temas en la conversación para impresionar al hombre o hacerle sentir importante. El efecto que consigue suele ser el contrario: el hombre queda ensordecido, y además considera que la interrupción es un acto poco educado.
Los hombres se turnan para hablar. Por eso, cuando le toque a él, déjele hablar.
«¡Deja de interrumpirme!», se gritan los hombres y las mujeres en cualquier lengua y lugar del mundo. Las frases del hombre tienden a ofrecer soluciones, por lo que tiene que pronunciar la frase hasta el final porque, de no ser así, su intervención resultaría en vano. Él es incapaz de controlar diferentes temas en una conversación y le parece que si alguien lo hace, se trata de una persona maleducada. Para una mujer esta explicación carece de lógica puesto que, para ella, el tratar diferentes temas es una forma de relacionarse y hacer que el interlocutor se sienta valorado. Para colmo, aunque los hombres sean los que se quejen de ser interrumpidos, en una conversación típica entre hombre y mujer, el 76 % de las interrupciones las hace el hombre.
Al no poseer una zona cerebral específica encargada del habla, el cazador necesitaba comunicar la mayor cantidad posible de información empleando el menor número posible de palabras. De esta forma, su cerebro desarrolló zonas específicas para el vocabulario que se sitúan en la parte frontal y trasera del hemisferio izquierdo. En las mujeres, el vocabulario se localiza en la parte frontal y trasera de ambos hemisferios y no es uno de sus puntos fuertes. Por consiguiente, la definición exacta de las palabras es irrelevante para una mujer porque transmitirá el mensaje utilizando la entonación de la voz para expresar el significado y el lenguaje corporal para expresar el contenido emocional.

Localización del área encargada del vocabulario en el cerebro masculino.
Por esta razón, el significado de las palabras es esencial para los hombres, que utilizarán una definición exacta para destacarse por encima de otros hombres o mujeres. El hombre utiliza el lenguaje para competir con otro hombre y la definición se convierte, así, en una estrategia importante en el juego. Si una persona dice de otra que no expresa claramente lo que quiere decir, da rodeos y la gente no la entiende bien, el oyente hombre la interrumpirá y dirá: «¿Quieres decir que no articula correctamente su pensamiento?», para definir la frase concisa y precisamente, y «apuntarse un tanto» en su competición con el primer interlocutor.
La mujer utiliza las palabras para participar y crear o fortalecer relaciones, y por eso las palabras son para ella una recompensa. Si a una mujer usted le cae bien y quiere aproximarse, le hablará mucho. El caso contrario también es cierto: si quiere castigarle o dejarle claro que no le cae bien, no le hablará. Los hombres suelen llamarlo «el castigo del silencio» y saben que nunca deben tomar a la ligera una amenaza como esta: «Nunca te volveré a hablar».
Si una mujer se muestra parlanchina con usted, es que le cae bien. Si no le habla, usted se ha metido en un buen lío.
Para que un hombre normal se dé cuenta de que le están imponiendo «el castigo del silencio» tienen que pasar unos nueve minutos. Hasta entonces, él cree que está callada para recompensarle y le da silenciosamente las gracias por esos minutos de «paz y tranquilidad». Todos los hombres del mundo se quejan de que las mujeres son demasiado parlanchinas. La verdad es que, en comparación con los hombres, hablan hasta por los codos.
Todo empezó como una agradable y relajante excursión de fin de semana a un valle que estaba a un par de horas en coche de casa. La carretera era sinuosa y, con el fin de maniobrar mejor en las curvas, John apagó la radio. Le resultaba imposible conducir por una serpenteada carretera mientras escuchaba música.
—John —dijo Allison, su novia—, ¿te apetece un café?
—No, gracias. Ahora no —contestó John sonriendo, mientras pensaba que Allison había sido muy atenta al preguntarle.
Al cabo de un rato, John se dio cuenta de que ella había dejado de hablarle y empezó a sospechar que podía estar enfadada.
—¿Va todo bien, cariño? —le preguntó.
—Sí, todo va bien —respondió bruscamente.
Él, confuso, le preguntó:
—¿Cuál es el problema?
Ella le lanzó la respuesta sin pensarlo dos veces:
—¡No te has parado!
La mente analítica de John intentó recordar cuándo había empleado la palabra pararse. Estaba seguro de que Allison no le había dicho que se parase. Ella le dijo que tenía que ser más sensible y que cuando le había preguntado si le apetecía un café quería decir que ella quería parar a tomarse uno.
—¿Qué pretendes?, ¿que te lea la mente? —le dijo él con guasa.
«Dímelo claro» es otro de los reproches que todos los hombres les hacen a las mujeres. Cuando una mujer habla utiliza indirectas, es decir, oculta su verdadero propósito y se va por las ramas. Hablar de forma indirecta es una especialidad femenina y también tiene un objetivo: crear relaciones con otras personas evitando la agresión, las disputas o la confrontación. Esta visión se adapta perfectamente a su tarea de protectoras del hogar y, por lo tanto, defensoras de la armonía.
Hablar de forma indirecta favorece la relación entre las mujeres, pero a veces no funciona con los hombres porque no conocen las reglas del juego.
El cerebro de la mujer está orientado hacia el proceso y, por ello, disfruta con el proceso comunicativo. Los hombres consideran que la falta de estructura y objetivo final en el discurso de las mujeres es desconcertante y a menudo las critican por no saber de qué están hablando. En el mundo empresarial, el discurso indirecto puede tener desastrosas consecuencias para una mujer, puesto que los hombres no pueden seguir los distintos temas y pueden acabar rechazando sus propuestas, ofertas o peticiones de adelantos. El discurso indirecto puede resultar excelente para crear relaciones, pero, por desgracia, esta ventaja puede resultar insignificante si se compara con las repercusiones de que un coche o un avión se estrelle porque el conductor o el piloto no entendieron bien las instrucciones que les dieron.
El discurso indirecto se caracteriza por la redundancia de ciertos calificadores como, por ejemplo, «un poco», «era como», «bastante», etcétera. Imagínese que Winston Churchill, el primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, hubiese utilizado el discurso indirecto para convencer a los aliados de la necesidad de luchar contra la amenaza de Hitler. Seguramente no hubiese obtenido el mismo resultado: «Digamos que les atacaremos en las playas, y también un poco en la montaña y más o menos ya estará, y nunca nos rendiremos». Puede que con este discurso hubiesen perdido la guerra.
Cuando una mujer utiliza el discurso indirecto con otra no hay ningún problema, ya que las mujeres saben extraer el significado de la conversación, pero si emplea la misma táctica con un hombre, puede conseguir un efecto indeseado, puesto que los hombres toman el significado literal de las palabras. Sin embargo, con paciencia y práctica, los hombres y las mujeres pueden llegar a entenderse.
Las frases de los hombres son más cortas, más directas, están orientadas hacia un propósito, utilizan un vocabulario más amplio e intercalan hechos. Suelen utilizar adverbios tajantes como nunca, jamás o absolutamente. Estas características discursivas les permiten cerrar tratos rápida y eficientemente, al mismo tiempo que reafirman su autoridad. Cuando emplean el discurso directo en sus relaciones sociales, corren el riesgo de parecer maleducados y abruptos.
Observe las siguientes frases:
1. ¡Ve y haz la tortilla para el desayuno!
2. Anda, hazme una tortilla para desayunar.
3. ¿Me harías una tortilla para desayunar, por favor?
4. ¿Crees que podríamos desayunar tortilla hoy?
5. ¿No crees que estaría muy bien desayunar tortilla?
6. ¿Te apetecería una tortilla para desayunar?
Estas peticiones de tortilla van desde la frase más directa a la más indirecta. Las tres primeras frases suelen ser pronunciadas por hombres y las tres últimas por mujeres. Todas quieren comunicar el mismo significado, pero de formas diferentes. A veces es fácil que de la tortilla se pase a las lágrimas, cuando ella le responde: «¡Pedazo de vago, háztela tú mismo!», y él dice: «Es que no te aclaras. En fin, me voy al bar».
Los hombres tienen que entender que el discurso indirecto forma parte de la estructura mental de la mujer y tienen que adaptarse si quieren mantener relaciones personales con el sexo femenino. Para ello, el hombre tiene que escucharla con atención, utilizar sonidos que le demuestren que la escucha y también realizar movimientos corporales que indiquen asentimiento. También es importante que no intente ofrecer soluciones constantemente y que no cuestione sus propósitos. Si al hombre le parece que la mujer tiene un problema, es bueno que le diga: «¿Quieres que te escuche como una mujer o como un hombre?». Si le responde que como una mujer, debe escucharla y apoyarla, pero si le dice que como un hombre, debe proponerle soluciones.
Para que un hombre la escuche, cómprele una agenda y anóteselo con días de antelación.
Para impresionar a un hombre, déjele claro el tema de la conversación y la hora. Un ejemplo sería: «Me gustaría hablar contigo sobre cómo solucionar un problema que tengo con mi jefe. ¿Qué tal te parece que lo discutamos a las siete?». Así, la estructura lógica masculina hace que se sienta considerado y todo irá como una balsa de aceite. Si se pone en práctica la táctica indirecta, el hombre puede pensar: «A nadie le importa mi opinión», lo que hace que se sienta amenazado y tome una posición defensiva. Los hombres, cuando tienen que hacer tratos con otros hombres, utilizan el discurso directo si están en países occidentales, pero en Asia el discurso indirecto se utiliza mucho para negociar. Por ejemplo en Japón, si se utiliza el lenguaje directo para hacer negocios, pensarán que se trata de una persona inocente o bastante infantil. Por ello, a los extranjeros que utilizan estas estrategias lingüísticas en el mundo empresarial, los japoneses los califican de inmaduros.
Las mujeres, al tener en su posesión un máster en discurso indirecto, dominan las preguntas con los auxiliares «puedes» y «podrías». Por eso, hacen preguntas como «¿Podrías tirar la basura?», «¿Me podrías llamar esta noche?» o «¿Puedes ir a recoger a los niños?». Los hombres interpretan las preguntas que contienen este auxiliar como una prueba de si tienen la habilidad para hacer tal cosa o tal otra y, consecuentemente, su respuesta lógica es que sí. Claro que sabe cómo tirar la basura o cómo cambiar una bombilla, pero eso no significa que cuando dice que sí se esté comprometiendo a realizar la acción. Además, los hombres creen que las mujeres los manipulan y los obligan a contestar positivamente.
Para motivar a un hombre a que conteste positivamente y se comprometa tiene que utilizar el futuro. Por ejemplo: «¿Me llamarás esta noche?» conlleva un compromiso de realizar una acción, y el hombre se ve forzado a elegir entre «sí» o «no». Esta táctica es mucho más eficaz y, aunque a veces se lleve respuestas negativas, al menos así sabrá a qué atenerse. Cuando un hombre le pide a una mujer que se case con él, le dice: «¿Te quieres casar conmigo?», en vez de «¿Podrías casarte conmigo?».
Debido a que el vocabulario no posee una zona localizada en el cerebro femenino, las mujeres consideran que definir con precisión una palabra es totalmente irrelevante. Por eso, se tomarán licencia poética con las palabras y utilizarán la exageración de forma continua para dar mayor énfasis a sus frases. Sin embargo, deben tener precaución porque los hombres interpretarán cada una de sus palabras de forma literal y creerán todo cuanto digan.
En esta discusión, el hombre define las palabras que la mujer emplea en su lucha por llevar la razón. A ver si estas frases le suenan familiares:
Robyn: Nunca estás de acuerdo con lo que digo.
John: ¿A qué te refieres con nunca? He estado de acuerdo contigo en estas dos últimas cosas, ¿no?
Robyn: Siempre discutes lo que te digo y siempre quieres tener la razón.
John: ¡Eso no es verdad! Siempre no te discuto lo que dices. Esta mañana he estado de acuerdo contigo y también anoche y el sábado pasado, así que no puedes decir que siempre te discuto las cosas.
Robyn: Dices eso cada vez que saco este tema.
John: Sabes que no es cierto. No lo digo cada vez.
Robyn: Y solo me acaricias cuando te apetece hacer el amor.
John: Venga. Deja de exagerar. No solo te acaricio cuando...
Ella continúa discutiendo y recurriendo a sus sentimientos para combatirle. Él, en revancha, utiliza la definición de palabras. La discusión llega a tal punto que ella se niega a hablarle o él se va para evitar que llegue a mayores. Para mantener una discusión constructiva, el hombre tiene que entender que la mujer utilizará palabras sin referirse a su sentido literal; por eso, no tiene que tomárselas al pie de la letra ni intentarlas definir. Pensemos en el típico ejemplo. Pongamos que una mujer dice: «¡Dios mío!, si me sentase al lado de una mujer que llevase el mismo vestido que yo, me moriría. No me podría pasar nada peor». En realidad ella no quiere decir que se moriría literalmente, pero si el hombre sigue con sus estructuras analíticas le contestará: «No, no te morirías, y hay cosas mucho peores», una respuesta muy sarcástica para una mujer. Por la misma regla de tres, la mujer también tiene que aprender que tiene que discutir con un hombre lógicamente y desarrollar sus argumentos uno a uno. Las mujeres no deben emplear los «multidiscursos» con el hombre, ya que sus misiles no alcanzarían el blanco deseado.
En general, durante un período de diez segundos, una mujer utiliza seis expresiones que demuestran que está escuchando y que reflejan las sensaciones de su interlocutor. Su cara es como un espejo que refleja las sensaciones que se expresan mediante palabras. Si alguien las observase, ajeno a la conversación, creería que lo que están relatando les ha ocurrido a las dos.
A continuación, presentamos una secuencia típica de las señales que emite una mujer en diez segundos para demostrar que está escuchando:

Una mujer descifra el significado de lo que le dicen mediante la entonación de la voz y el movimiento corporal del interlocutor. Esto es precisamente lo que el hombre debe aprender para atraer a una mujer y hacer que esta se interese en escucharlo. La mayoría de los hombres se muestran reticentes ante la sugerencia de utilizar expresiones faciales mientras escuchan, pero sin duda a los hombres adeptos a esta técnica se les recompensa con creces.
El objetivo biológico del hombre guerrero era permanecer impasible mientras escuchaba para no manifestar ningún tipo de sentimiento y, por lo tanto, de debilidad.
A continuación, presentamos una secuencia típica de las señales que emite un hombre en los mismos diez segundos que una mujer:

Hemos exagerado tanto las expresiones faciales femeninas como las masculinas para que resultase divertido, pero el trasfondo de las ilustraciones revela características de ambos sexos. La máscara impasible que los hombres se ponen cuando escuchan les permite sentirse al mando de la situación, pero no se debe pensar que carecen de sensaciones. Los escáneres cerebrales demuestran que sienten las sensaciones con tanta intensidad como las mujeres, a pesar de evitar manifestarlas externamente.
Las mujeres emplean un gran abanico de sonidos agudos y graves (cinco tonos diferentes), que incluyen «oh» y «ah», repetición de las palabras del interlocutor o del contexto, e introducción de nuevos temas en la conversación. Los hombres, utilizan una gama de sonidos más restringida (tres tonos) y tienen dificultades para descifrar el significado que se esconde tras los cambios de voz, por lo que suelen hablar en un tono más monótono.
Para mostrar que están escuchando, los hombres utilizan el denominado «gruñido», una serie de cortos «grrrr» que a veces pueden ir acompañados de una señal de asentimiento con la cabeza. Las mujeres critican a los hombres por esta forma que tienen de escuchar, puesto que aunque están escuchando, parece que no lo están. Sin embargo, las mujeres de negocios han aprendido a interpretar este gruñido como un equivalente a dinero. Si están exponiéndole una idea a un hombre, cuando le toca el turno a él, la mujer no debe hacer expresiones faciales como si estuviese con otra mujer, sino que tiene que quedarse sentada, inexpresiva, asentir, gruñir y no interrumpir. Hemos comprobado que las mujeres que utilizan esta técnica suelen lograr mayor credibilidad en el mundo masculino. Las mujeres que responden con expresiones faciales que intentan reflejar los sentimientos del hombre (o lo que ella cree que son sus sentimientos) ven su credibilidad muy afectada y los hombres las suelen describir como «ligeras de cascos» o «atolondradas».
Hágase con la agenda, anótele una hora de inicio y otra hora límite para terminar, y dígale que no quiere que le ofrezca planes o soluciones. Dígale: «Allan, me gustaría hablar contigo sobre cómo me ha ido el día. ¿Te parece bien después de cenar? No quiero que me des soluciones, solo quiero que me escuches». La mayoría de los hombres aceptarán una petición como esta porque tiene una hora, un lugar y un objetivo, todo cuanto necesita un cerebro masculino. Además, no tiene que hacer ningún esfuerzo.
La mayoría de los hombres no necesitan estar licenciados en Ciencias Biológicas para saber que las voces agudas ejercen una influencia sobre ellos. Las voces con tonos agudos están relacionadas con altos niveles de estrógeno y, puesto que también se asimilan con la infancia, la mayoría de los hombres se sienten inclinados a la protección. Por su lado, las mujeres prefieren que los hombres tengan una voz grave porque es un indicador infalible de altos niveles de testosterona y, por lo tanto, de virilidad. El cambio de voz a unos tonos más graves suele ocurrir en los varones al alcanzar la adolescencia, ya que la testosterona fluye por su cuerpo y su voz se vuelve más ronca. Cuando la mujer habla en su tono más agudo y el hombre en el más grave, es una señal de que algo se está cociendo entre los dos. Con esto, no tratamos de decir que los hombres y las mujeres deberían actuar de esta forma; sencillamente exponemos lo que sucede en la realidad.
¿Cree que alguien le está tirando los tejos? Fíjese en su tono de voz.
Es importante saber que los estudios demuestran, de forma inequívoca, que en el mundo empresarial una mujer con un tono de voz grave se considera más inteligente, autoritaria y profesional. Existe una forma para conseguir un tono de voz más grave que consiste en bajar la barbilla y hablar más despacio y monótonamente. Muchas mujeres intentan conseguir un tono de voz más autoritario subiendo su tono natural, con lo que solo logran dar una imagen agresiva. Para terminar, dos observaciones. Muchas mujeres con sobrepeso hablan con un tono de voz de colegiala para contrarrestar el efecto de su volumen corporal, y otras lo utilizan con el propósito de fomentar la conducta protectora en los hombres.