Capítulo I

UN JOVEN ALMIRANTE

LA VIDA Y LA OBRA DE DON ÁLVARO DE BAZÁN Y GUZMÁN estuvieron desde un primer momento marcadas por la trayectoria de sus antepasados, de los que fue en gran medida continuador hasta llegar a la más alta excelencia, por ello debemos referirnos a dicha trayectoria, especialmente a la de su padre y casi homónimo.

También, y como era de esperar, a las coyunturas históricas que le tocó vivir, tanto desde el plano político, estratégico y puramente bélico, como al referido a la tecnología naval, lo que nos obliga a hacer un esquemático cuadro de una era tan cambiante como fue la del siglo XVI en la que se desenvolvió. Por supuesto breve, porque los hechos fundamentales son bien conocidos de la Historia General, pero ineludible para entender y valorar todas sus realizaciones.

Estirpe y primeros años

Parece fuera de toda duda, y así lo escribió don Hugo O’Donnell y Duque de Estrada en el número extraordinario de la Revista General de Marina dedicado al gran marino español con motivo del cuarto centenario de su muerte, que el apellido Bazán deriva del lugar de origen de sus antepasados: el valle del Baztán en el Pirineo navarro.

Quieren las viejas crónicas que la familia Bazán desciende del conde don Íñigo López, sexto Señor de Vizcaya, quien vivió por los años 1000 a 1060. Y que entre sus primeros miembros destacados está don Alonso González de Bazán, quien libró del poder del Duque de Borgoña al rey Sancho Abarca III, hecho prisionero en un combate, y al que liberó tras una arriesgada operación nocturna, hecho que le valió el conocido escudo ajedrezado de la familia, y que aparece en uno de los frescos del maravilloso palacio de Viso del Marqués, en Ciudad Real, que mandó construir el primer marqués de Santa Cruz. Sobre la razón que explique el escudo, se aduce que Sancho estaba jugando en ese preciso momento para distraerse en su prisión, pero tambien es cierto que el ajedrez, como símbolo de la guerra, ha tenido un amplio desarrollo en la heráldica.

Otro antepasado destacado fue don Juan Pérez de Bazán, considerado miembro de las doce casas de «ricos homes» de Navarra y que firmó las capitulaciones entre el rey Sancho el Fuerte de Castilla con Jaime I de Aragón, o su hijo Gonzalo Yáñez de Bazán, que fue alférez mayor del reino de Navarra, y su nieto, don Juan González de Bazán que pasó en 1281 al servicio de Pedro III de Aragón.

Hay pues una rama aragonesa de la familia, pero el tronco siguió en el valle natal hasta que a finales del siglo XIV, el décimo señor del Baztán, entró al servicio de Enrique II Trastámara de Castilla como Camarero Mayor, participando en la guerra civil con su hermano, Pedro I, llamado por unos «el Cruel» y por otros «el Justiciero». Por dichos servicios fue recompensado con varios señoríos en tierras de Valladolid, así como el señorío de Valduerna. Parece que fue a raíz de ello cuando el apellido perdió la «t» original y quedó en Bazán.

Entre sus descendientes, ya castellanos, surgirán sucesivamente los tres llamados Álvaro que nos interesan en este trabajo: el primero, don Álvaro Bazán y Quiñones, nacido en el reinado de Enrique IV de Trastámara, general con los Reyes Católicos y recompensado con la encomienda de Castroverde de la Orden de Santiago por su participación en la guerra de Granada, en concreto en la conquista de la estratégica Baza, la toma de la villa de Feñana, que los reyes le dieron en tenencia, así como la de Gorafe. Gracias sin duda a su encumbramiento casó con doña María Manuel, hija del Señor de Salvatierra y Duque de Badajoz, y que tuvo cargos en la Corte, tanto de Isabel y Fernando como en la de su nieto Carlos I.

Hijo de ambos fue don Alvaro de Bazán y Manuel, conocido como «el viejo» para distinguirlo de su hijo y homónimo, el protagonista de este trabajo, llamado «el mozo».

Consta que el nuevo vástago de tan antigua estirpe sirvió a Carlos I en la guerra de las Comunidades de Castilla, con cien hombres a caballo pagados a su costa, y que participó igualmente en las primeras revueltas de los moriscos en la casi recién conquistada Granada.

Don Álvaro el Viejo casó con doña Ana de Guzmán, hija de los Condes de Teba, y de aquella unión nacieron varios hijos, el primogénito don Álvaro, y otro gran marino, don Alonso, mucho menos conocido, pero igualmente digno de recuerdo.

Pero antes de dedicarnos a hablar de la biografía de padre e hijo, conviene que recordemos al lector, siquiera sea someramente, los trascendentales cambios en todos los órdenes que marcaron la vida y obra del padre de nuestro protagonista, don Álvaro de Bazán y Guzmán.

Un cambio de época

Como es bien sabido, toda una serie de radicales, complejos y profundos cambios estaban afectando a todo el mundo entre finales del siglo XV y comienzos del XVI, cambios simbolizados por el paso de la Edad Media a la Moderna.

De un lado, en España se había consumado una doble tarea que había marcado los siglos anteriores: la unión de reinos, con el matrimonio de Isabel y Fernando y la posterior anexión de Navarra, y de otro el fin de la Reconquista, con la caída de Granada. Aquello ya era suficiente como para alterar profundamente el papel de un militar español, como habían sido los Bazanes desde hacía siglos.

Ahora no había una «frontera» de continuas luchas con «tierra de moros», pero la lucha seguía, si bien ya no en el ámbito terrestre. Los puertos norteafricanos se convirtieron en otras tantas bases de corsarios que vivían de atacar el tráfico mercante de los países cristianos y del saqueo de las costas del sur de Europa. El deseo de acabar con semejante amenaza fue el que llevó, ya en tiempos de los Reyes Católicos, y más decididamente durante la regencia de Cisneros, a apoderarse de dichos enclaves, contando además con su proximidad geográfica y con las estrechas relaciones tradicionales entre ambas orillas del Mediterráneo, el pasado romano y cristiano de la sureña y la idea de que la Reconquista bien podía continuar allende el mar.

Pero un nuevo hecho vino a complicar la cuestión cuando parecía hallarse en vías de lograr un completo éxito: la aparición del Imperio Otomano, evidente desde la caída de Constantinopla en 1453, una fuerza que pareció ser capaz de anegar Europa, y que por entonces conquistó los Balcanes y se adentró en la Europa Central.

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Nacimiento del río Baztán.

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Escudos de los linajes navarros. El primero por la derecha de la línea superior es el de Baztán.

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Escudo Bazán labrado en Granada en la calle Mano de Hierro. Placa en el antiguo solar de los Bazán en Granada. Escudo de la documentación de la familia Bazán depositada en el Archivo de la Nobleza en el Palacio de Tavera, Toledo. (Abajo) Vidriera del palacio de Viso del Marqués.

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En el Mediterráneo, el nuevo y potente imperio tomó bajo su patrocinio a los estados berberiscos norteafricanos, que pasaron a formar parte de él bajo la forma de regencias más o menos autónomas, lo que les ayudó a frenar la avalancha española por un lado, y proporcionó al emergente imperio unas muy adecuadas bases desde las que amenazar Europa por su marítimo flanco sur, formando tenaza con la expansión terrestre desde los Balcanes. Y ello era tanto más preocupante por cuanto en España pervivía una importante minoría morisca refractaria a la integración.

En la misma Europa las cosas habían cambiado drásticamente con la Guerra de los Cien Años en que la nueva monarquía francesa había arrojado finalmente del continente a los antiguos reyes normandos, que quedaron recluidos en sus dominios británicos, aunque siempre dispuestos a volver a la lucha para recuperar sus territorios, desde la Aquitania a Flandes.

Aquello trajo también importantes cambios en la política europea de los reyes españoles. Hasta entonces Castilla había apoyado a Francia, mientras que Aragón la consideraba su enemiga por su rivalidad sobre los territorios italianos. Por unas u otras razones, la política exterior de los Reyes Católicos siguió la de Aragón, confrontando con Francia y buscando la alianza con Inglaterra, simbolizada en la boda de su hija Catalina primero con Arturo de Inglaterra y después con Enrique VIII, su hermano menor.

La estrategia europea se complicó aún más por la boda de otra de sus hijas, Juana, con el heredero de los Habsburgo, Felipe, y por la elección como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico del hijo de ambos, Carlos, que por su madre había heredado la corona española y sus vastos territorios en Indias. Pero aquel enorme imperio, mal soldado internamente con territorios muy distintos en lengua, cultura e historia, distantes entre sí y a menudo enfrentados entre ellos, tuvo que sufrir las conmociones causadas por la Reforma Protestante, que iba a ser una nueva fuente de problemas, para España y para Europa.

Y a todo este vasto y complejo entramado político y estratégico, se unió el impacto de los Descubrimientos, con sus secuelas de todo tipo, marcando una nueva época de apertura de las rutas oceánicas, con sus inevitables consecuencias económicas, culturales y estratégicas.

Todo ello es bien conocido, y tal vez no merezca la pena recordárselo al lector, así como su evolución posterior, pero no estará de más poner énfasis en que en esta época las fronteras españolas eran fundamentalmente marítimas, que incluso los ejércitos iban normalmente destinados a ultramar, que el peso de la economía mundial recayó en los transportes marítimos, desde las Flotas de Indias españolas o las Naos da Inda portuguesas a las de todas nacionalidades que viajaban entre el Báltico y el Mediterráneo, que el dinero y crédito viajaban casi tan lejos como las especias, o que se estaba asistiendo a una intensa revolución cultural, filosófica, política y artística que llamamos Renacimiento.

Y también se estaba asistiendo a toda una revolución técnica, especialmente en la navegación y en los buques. Justamente ella había hecho posible los descubrimientos y el tráfico trasatlántico, que hubieran sido imposibles con los medios tradicionales. Pero la concurrencia entre los estados europeos por conseguir esos territorios, establecer de la forma más segura y eficaz ese tráfico en beneficio propio y el estrangular el de los competidores, estaba llevando a una carrera de estudios y experimentos para lograr los mejores medios, con tan constantes como decisivos adelantos.

Lo mismo sucedía con las armas, pues fueron los cañones los que dieron sus decisivas victorias a otomanos y franceses, y las armas de fuego individuales a los españoles poco después, los formidables arcabuceros, y también se produjeron radicales en los modos de hacer la guerra, de reclutar los hombres para ella y de organizar ejércitos y armadas.

Por último, que las guerras entre España y Francia no tuvieron exclusivamente un teatro terrestre, fuera en Italia, Flandes o norte de Francia, sino un muy marcado frente naval.

A menudo no se recuerda que la potente y ambiciosa Francia que surgió de su victoria en la Guerra de los Cien Años, se dolió largamente de la ventaja de España (e incluso de Portugal) al abrir las vías oceánicas y descubrir nuevos y ricos territorios. Y menos aún: que la primera, muy dura y muy persistente amenaza sobre los buques y posesiones españolas en ultramar vino de flotas de corsarios franceses y de intentos de asentamientos de franceses en el nuevo mundo. Es evidente que la muy posterior acción inglesa, ya en los tiempos de Isabel Tudor, ha ocultado en buena medida a la posteridad esta prioridad francesa.

Así que en España se tuvo que hacer frente al nuevo y doble peligro de los berberiscos aliados con los otomanos en el Sur y Levante, y a la amenaza francesa sobre todo el Atlántico, desde España a América e incluso en las Canarias. Todo un formidable reto naval.

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Fortificaciones de Fuenterrabía, 1535. AGS. M. P. y D. XIII-55.

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La Jornada de Túnez.

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Expedición de Carlos V a Túnez, detalle de las pinturas murales de Julio Aquiles y Alejandro Mayner en la Torre del Peinador de la Reina en la Alhambra.

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Don Álvaro de Bazán el Viejo dando las gracias por la victoria de La Goleta
(Hendrick Van Balen, 1621).

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Dibujo de época del Mary Rose, uno de los colosales buques de guerra construidos a comienzos del siglo XVI.

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El escudo de marqués de Don Álvaro de Bazán el Mozo, con el ajedrezado de la familia, por cierto muy parecido al de la casa de Alba, solo que este en azul.

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Abajo, Bazán y sus dos sucesivas esposas. Fresco del Palacio de Viso (cortesía Órgano de Historia y Cultura Naval de la Armada Española).

Y que cuando unos enemigos fueron derrotados y frenados, no tardaron en surgir otros, singularmente y por este orden holandeses e ingleses.

Así que no se equivocaba en absoluto don Álvaro de Bazán cuando eligió el nuevo escenario de sus servicios de armas. Ojalá otros muchos hubieran tenido el mismo acierto.

Don Álvaro de Bazán el Viejo

Ante tal giro estratégico, el joven caballero pensó que sus servicios tenían necesariamente que tomar un rumbo muy distinto al de sus antepasados, y en una decisión tan valiente por innovadora como previsora, consideró que sus servicios de armas tenían que dejar la tierra como escenario y dirigirse a la nueva frontera estratégica: el mar. No en vano dijo el mismo Cervantes que las opciones de entonces para un español con deseos de destacarse se reducían a: «Iglesia, o mar o Casa Real».

La primera vez que aparece en relación con la mar y la guerra naval, fue durante el asedio y toma de Fuenterrabía, otro de los escenarios de confrontación entre Francisco I de Francia y Carlos I de España, aunque la cuestión viniera de reinados anteriores y derivase de la disputada posesión del Reino de Navarra. Consta que el granadino armó por su cuenta algunas embarcaciones, sirviendo con distinción en las operaciones navales anejas a la dura lucha por la disputada plaza.

Lo cierto es que en 1523, incluso antes de que Fuenterrabía volviera al dominio español, Bazán conseguía el mando de una escuadra independiente para vigilar las costas españolas, tanto del enemigo del sur, berberiscos y otomanos, como del norte, los franceses. Pero pronto se vio como más formidable al musulmán, con Barbarroja en ascenso, por lo que se rehizo la escuadra de la Costa de Granada o de España, poniéndola al mando de Bazán hacia 1528, de resultas de haber sido derrotada la escuadra y muerto su anterior jefe, don Rodrigo de Portuondo, en combate naval en la isla de Formentera y ante el mismo Barbarroja.

Tal era la necesidad de aquella fuerza que en 19 de julio de 1533 la misma emperatriz, esposa de Carlos I, emitía una Real Cédula desde Madrid ordenando se armasen con toda rapidez seis galeras en Barcelona para reforzar la escuadra de Bazán, que hasta entonces solo contaba con las dos galeras de su propiedad y que había mandado construir por sí mismo para el servicio de la corona. Consta que Bazán cobraba 500 ducados en oro al mes por cada una, para su mantenimiento y pagas de sus hombres. También aparece el curioso hecho de que sus galeras llevaban tres órdenes de remos por banco, manejados cada uno por un remero, no como posteriormente, cuando se introdujeron los largos remos «a la galocha», mucho más eficaces, y que accionaban unidos los tres, cuatro o cinco remeros de cada banco.

Con tales fuerzas, que llegaron a sumar entonces diez galeras y dos mil soldados embarcados, aparte marineros y remeros, Bazán devolvió el golpe al enemigo, desembarcando ese mismo año en One, ciudad al oeste de Orán, derrotando cumplidamente a los defensores, a los que causó seiscientos muertos y tomó un millar de prisioneros, derrotando al paso al corsario enemigo Ajaba Arráez, que se le enfrentó con dos galeras y seis galeotas. Dejó una guarnición en la plaza, aunque después se juzgó inútil su conservación y se abandonó, demoliéndola hasta los cimientos. Un agradecido Carlos I le envió desde Ávila el 14 de agosto una carta felicitándole por su resonante victoria, mientras que la emperatriz lo hacía el 4 de septiembre, dándole instrucciones para el porvenir.

Entre ellas, y no está de más recordarlas para que se compruebe lo difícil de la situación y lo descuidadas que habían dejado nuestras fuerzas navales los gobernantes de entonces, la de que invernara con sus galeras en el Puerto de Santa María, Cádiz, «por no tener el de Cartagena (mucho mejor situado para hacer frente a los corsarios berberiscos) condiciones de seguridad ni haber en todas las costas otro a propósito.»

En 1535 Bazán participó en la gran y victoriosa expedición de Carlos I a Túnez, al mando de la retaguardia, constando para entonces su escuadra de 15 galeras. Por cierto que resultó herido en las operaciones, aunque sin mayores consecuencias.

Y al año siguiente, junto a otras escuadras, bajo el mando supremo de Andrea Doria, el gran marino genovés al servicio de España, participó en las operaciones en la costa mediterránea de Francia, ocupándose las plazas de Antibes, Tolón y Fréjus, bien que la expedición fracasara en tomar Marsella, entonces el principal puerto y arsenal de la zona. Remate de aquella campaña fue la presa de una galeota corsaria en octubre y frente a Cadaqués, donde se apresaron 40 turcos y 3 moros de su dotación y se liberaron nada menos que 85 cristianos cautivos puestos al remo.

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Ataque a Gibraltar en el siglo XVI (Palacio de Viso).

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Alborán.

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Puerto de Sevilla en el siglo XVI, el punto de partida y de llegada de las Flotas de Indias.

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Carta de relación que Álvaro de Bazán el Viejo dirigió a Carlos I para narrar los hechos de la ría de Muros.

Pero Bazán no estaba contento con el contrato o «asiento» que había firmado con la Corona, y a comienzos de 1537 renunció al mando, aduciendo impagos y problemas burocráticos de toda índole. El emperador no se lo tomó a mal, pasando el mando a don Bernardino de Mendoza. Y tras un período de reflexión, Bazán volvió a firmar otro asiento en junio de 1539, pero ahora solamente por las dos galeras de su propiedad. Pronto tendría motivos para arrepentirse, por más que los hubiera tenido de queja por la burocracia, la lentitud en los pagos acordados y por otros muchos problemas.

Porque el enemigo atacó por donde más podría dolerle al ya veterano y probado marino: en su propia posesión de Gibraltar y cuando él y su familia estaban ausentes.

Sucedió que en septiembre de 1540 se preparó una expedición en Argel contra la plaza de la que era alcaide don Álvaro y que se pretendía potenciar como base en la lucha contra los corsarios norteafricanos. Se reunieron tres galeras, cinco galeotas, seis fustas y dos bergantines, con dos mil soldados entre otomanos, argelinos y moriscos valencianos. Iba al mando de Alí Hamet, renegado cristiano de origen sardo, y de Caramaní, jefe de la fuerza de desembarco, y por cierto, esclavo al remo que había sido de Bazán en su galera «Leona», hasta que tras alzarse con los suyos en un motín, consiguió escapar y volver a Argel.

Sabiendo que la escuadra de vigilancia, ahora al mando de Mendoza como sabemos, patrullaba por aguas de Baleares, otra zona preferida por los ataques corsarios, navegaron hasta el peñón y desembarcaron al alba, cogiendo a todos por sorpresa y sembrando el caos y la destrucción. Afortunadamente la guarnición del castillo consiguió cerrar sus puertas y evitar lo peor, pero los atacantes desvalijaron o destruyeron las cuarenta pequeñas embarcaciones del puerto y quemaron la galera en construcción que había en el arsenal, proyectada y pagada por el mismo Bazán, un hermoso buque con la particularidad de tener cinco remos por banco. Aparte de las numerosas muertes producidas por la incursión, apresaron 73 cristianos, a los que se tuvo que rescatar por siete mil ducados, perdiendo los atacantes en la lucha unos veinte muertos y un número mayor de heridos. Satisfechos con la presa obtenida y a un coste relativamente bajo, por no hablar de la audacia del golpe y de la humillación inferida a su enemigo, los corsarios dieron la vela el 13 de septiembre.

El golpe había sido muy duro, pero las noticias llegaron a don Bernardino de Mendoza, que dirigió sus diez galeras hacia el Estrecho para vengar la afrenta. El 1 de octubre descubrió a la flotilla enemiga frente a la isla de Alborán, iniciándose entonces un feroz combate entre las diez naves españolas y las dieciséis berberiscas, con el tajante resultado de ser apresadas diez embarcaciones de los corsarios y hundida otra, huyendo las restantes. Se rescataron nada menos que 837 cautivos cristianos puestos al remo (el total éra de unos 900) y se apresaron 427 enemigos, aunque las bajas españolas fueron comparativamente altas: no menos de 130 muertos. La victoria se celebró debidamente en Málaga, con un solemne Te Deum y procesión de liberados y libertadores.

Para Bazán debió de ser un trago amargo ver como Gibraltar era atacado y saqueado así como quemada su nueva galera. También el que la agresión fuera vengada por su sucesor en un mando que él había rechazado, pero lo cierto es que sus miras y proyectos eran bien distintos en ese mismo año.

Personalmente seguía convencido, y así lo demuestran sus actos, que el principal enemigo estaba al norte, y no al sur, y que el mayor reto técnico de la época estaba en combinar la resistencia y capacidad de soportar largas travesías en mares abiertos de las naos, aparte de su capacidad de embarcar numerosa y pesada artillería, con la velocidad y maniobrabilidad de las galeras en combate, que sin embargo eran frágiles y disponían de poca artillería.

Consecuente con dichas ideas, firmó otro asiento con la Corona en ese año de 1540, comprometiéndose a la «Guarda del mar de Poniente», desde el Estrecho de Gibraltar hasta Fuenterrabía, es decir: contra el enemigo francés y europeo por extensión, utilizando para ello dos nuevos tipos de buques de su invención: dos galeazas de 1200 toneles y 800 respectivamente, y dos galeones de 1300 en total, buscando dos soluciones alternativas a la hora de combinar el remo y la poderosa artillería y en buques muy grandes para la época, muy por encima de las naos de entre quinientos y doscientos toneles habituales por entonces en el comercio y la guerra y no digamos de las pequeñas y frágiles galeras, y una solución por entero distinta de la ideada en otros estados, de Francia e Inglaterra a la misma Venecia, de confiar o en galeras o en enormes carracas pesadamente artilladas, pero lentas en navegación y maniobra, muy caras y complejas y escasamente útiles a la hora de las operaciones.

Y aquella experimentación, tan prolongada en su vida, fue otro de los legados a sus hijos, tanto a don Álvaro como a su hermano don Alonso, profundamente implicados en esa renovación tecnológica. A ella dedicaremos el capítulo X de este trabajo.

Fue el caso que obtuvo el asiento y el mando, debiendo reportar en 1541 como repartía el botín de cada presa, entre lo debido al rey, a sus dotaciones y a él mismo, lo que hace suponer que estas no escasearon, aunque no tengamos noticias.

Lo cierto fue que poco después, en 1543, sus esfuerzos y dilatados servicios en la mar obtuvieron la recompensa de una gran victoria.

Con motivo del viaje del emperador a Flandes, se encomendó a Bazán formase armada (escuadra en el lenguaje de la época) movilizando buques y hombres de Guipúzcoa, Vizcaya y las Cuatro Villas (hoy Cantabria: Santander, Castro Urdiales, Laredo y San Vicente de la Barquera) para una doble misión: enviar un refuerzo de infantería a Flandes y formar una escuadra de vigilancia en la costa cantábrica contra los posibles ataques de escuadras francesas.

Gracias a su reconocida habilidad y experiencia en poco tiempo movilizó 40 buques de distintas categorías, enviando 15 de ellos a Flandes, de entre 200 y 500 toneles, con dos mil soldados reclutados en el interior de Castilla al mando del maestre de campo don Pedro de Guzmán. Y quedó formando la escuadra de vigilancia con las restantes, mientras don Diego García de Paredes reclutaba otros dos mil soldados en Tierra de Campos para proporcionar las guarniciones de los buques, pues las tripulaciones ya estaban movilizadas al serlo sus buques. Recordemos que en la época a la «tripulación» de marineros se unía la «guarnición» de soldados para formar la «dotación» de un buque armado de guerra, término que todavía hoy es el utilizado para referirse a los presentes en un buque de guerra.

Los planes de Francisco I de Francia eran realmente grandiosos, debiendo enfrentar por entonces a una Inglaterra y una España aliadas. Preocupado por el frente del canal de la Mancha, donde los ingleses acababan de recuperar Boulogne en la costa francesa, reunió una enorme escuadra, con más de 150 naos grandes, 60 ligeras y 25 galeras, traídas de los puertos del Mediterráneo, en torno a unas 250 unidades, un número equivalente al doble de la mal llamada «Invencible» de más de cuarenta años después.

Para ello había apostado por las grandes carracas, como el buque insignia, Les Philippes, un monstruo que llevaba más de cien piezas de artilleria, entre grandes y pequeñas, y la compra o alquiler de otras diez genovesas, igualmente poderosas, al menos en apariencia. Curiosamente su enemigo, Enrique VIII, casado aún con Catalina de Aragón, hija de lo Reyes Católicos, había optado por el mismo tipo de buques, con titanes como el Henry grace a Dieu, más comúnmente conocido como Great Harry y el Mary Rose (recientemente rescatado y restaurado) entre otros.

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La batalla naval de Muros, la gran victoria de Don Álvaro de Bazán el Viejo. Cortesía Escuela Naval Militar de Marín.

Y mientras ambas escuadras se enfrentaban en una serie de deslavazados, confusos y frustrantes combates parciales, que al final dejaron las cosas como estaban, y mientras aquellos titanes desaparecían en incendios accidentales o en pérdidas poco aclaradas y sin provecho real, un combate muy distinto tuvo lugar más al sur, y entre buques mas pequeños pero más operativos.

Como maniobra de distracción hacia España, considerada como un enemigo secundario, Francisco I envió a hostigar las costas norteñas otra escuadra, organizada en Bayona, y con unos 30 buques de todas las clases. Iba al mando de Jean de Clamorgan, señor de Saane, reputado marino francés, teniendo como segundo al corsario Hallebarde. Como refuerzo para sus dotaciones había embarcado unos 550 arcabuceros de las mejores tropas del rey.

El 8 de julio de 1543 el gobernador de Fuenterrabía, don Sancho de Leyva, avisó a Bazán de que se había avistado la flota francesa llevando a remolque dos naos vizcainas apresadas, de las que llevaban la lana española a Flandes para ser allí tejida. Lo malo es que los buques españoles no estaban aún preparados y solo se habían reclutado mil soldados. Así que el marino reclamó al gobernador el refuerzo que pudiese enviarle, que fue al final 500 arcabuceros con el capitán don Pedro de Urbina.

La escuadra francesa desfiló ante Laredo el día 10, no pudiendo hacer nada los españoles, que pronto empezaron a recibir noticias de Galicia informando de desembarcos y saqueos del enemigo en puertos como Lage, Finisterre y Corcubión, temiéndose incluso por Santiago de Compostela. No estaban las cosas como para perder el tiempo, y así Bazán dispuso la salida de los 16 buques que ya estaban preparados, dejando en el puerto al resto, los cinco más pequeños o menos listos, embarcó el refuerzo y se hizo a la mar, avistando el 25 de julio al enemigo fondeado ante Finisterre, pues su almirante había pedido como rescate 12 000 ducados a Corcubión a cambio de no saquear la villa.

Pese a la disparidad de fuerzas, 16 buques contra los 25 presentes en aquel momento y 1500 soldados contra más de 4000, los franceses se hallaban en desventaja por su mala posición, fondeados en la estrecha ría, por lo que les costó levar anclas, ponerse en movimiento y disponerse para el combate. Aprovechando esa ventaja de la sorpresa, Bazán no dudó un momento en atacar, lanzándose con su buque contra el buque insignia enemigo, al que embistió causándole grave daño, y echándolo a pique con una descarga de artillería a bocajarro, hecho lo cual atacó y rindió al abordaje otra nave francesa que le atacaba por la otra banda, la del segundo jefe. Los buques que le seguían hicieron lo propio, y así, tras dos horas de durísimo combate, se apresaron todos los buques enemigos salvo uno que logró escapar, aunque otras versiones hablan de que se apresaron 16, escapando el resto, aparte el buque insignia francés que se hundió como sabemos, siendo en todo caso una victoria literalmente aplastante. Las bajas fueron muy numerosas por ambas partes, contándose más de tres mil muertos franceses, muchos de ellos ahogados, por trescientos españoles aparte de más de quinientos heridos.

La batalla se libró y ganó nada menos que en un día de Santiago, patrón de Galicia y de España, y recordemos que el grito de ¡Santiago! era el de batalla de nuestros soldados entonces, hechos que les recordó Bazán en su arenga antes del combate.

Para alegría de todos se recuperó el botín acumulado por el enemigo en sus anteriores extorsiones, aunque parece desapareció una reliquia muy venerada localmente de San Guillermo. Bazán desembarcó y se llegó hasta Compostela, para dar las gracias personal y devotamente al Santo por la victoria, quedando al mando de la flota, ahora descansando y reponiéndose en Coruña, su hijo, don Álvaro de Bazán y Guzmán, de solo 17 años, que había participado en la batalla, y que seguía así el duro aprendizaje de la guerra naval de la mano del padre.

Alentado por la resonante victoria, el ya viejo don Álvaro siguió con sus planes de nuevos diseños navales, firmando una capitulación el 27 de febrero de 1549 para construir veinte nuevas galeazas para el rey, seguida casi al año justo, el 15 de enero del siguiente, de un privilegio o patente de invención, concedido por diez años «para construir dos maneras de buques diferentes de los que se usan con dos órdenes de remos en las dos cubiertas, así como cañones y culebrinas en ellas, y aparejos y velas de su invención.»

Pensando en su utilización más adecuada en el tráfico a América, pues su propuesta era alternativa al sistema de Flotas, se pasó consulta a las autoridades de Sevilla sobre los proyectos del marino, cuestión que se demoró en los siguientes meses por la oposición de dichas autoridades a que nadie, por prestigioso que fuera, entrase en aquel fabuloso negocio y más con la independencia que pretendía don Álvaro. Así que al final, y tras cuatro sucesivos proyectos entre 1548 y 1550, sus propuestas fueron rechazados, tanto en la nueva ordenación del tráfico, como en la construcción de las galeazas y galeones «de nueva invención» que sucesivamente presentó.

Es de resaltar que tal actividad no era muy corriente en la época: el que la nobleza se ocupara de cuestiones tecnológicas y propusiera invenciones, lo que resalta el papel renovador y emprendedor del marino, que supo transmitir a sus hijos.

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Memorial de Alvaro de Bazán en que ofrece armar 20 galeazas Archivo Histórico Nacional,DIVERSOS-COLECCIONES,23,N.38

De todas maneras hay noticia de que al menos un galeón de su propiedad salió para América, aunque se perdió al salir de Sevilla, salvándose carga y pasaje.

Otra pérdida fue aún más dolorosa: la del hijo menor, Luis, que se hundió con la nao de su mando y sus 120 tripulantes en aguas de Santo Domingo, en medio de un temporal y cuando perseguía a un corsario francés.

Todavía tuvo el viejo marino la satisfacción de formar con su escuadra en la flota que escoltó al principe Felipe a Inglaterra, para casarse con María Tudor, la hija de Enrique VIII y su repudiada esposa, Catalina de Aragón. Por cierto que se pensó en una de sus galeazas para llevar al egregio viajero, pero se interpusieron reglas del protocolo y no pudo ser.

Un almirante de 28 años

Debemos volver un tanto atrás en el tiempo para ocuparnos de don Álvaro el Mozo, una vez trazada a grandes rasgos la biografía del padre. El primogénito del marino nació en el domicilio familiar de Granada un 12 de diciembre de 1526, y desde sus primeros años estuvo claro quien se esperaba que fuera don Álvaro de Bazán y Guzmán.

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Felipe II y Maria Tudor, cuadro atribuido a Lucas de Heere.

Prueba del agradecimiento de SM por los servicios de su padre, se le concedió por cédula especial otorgada en Toledo en 1528 el hábito de Caballero de Santiago a la muy tierna edad de tres años, cuando era evidente que ni podía profesar en dicha Orden Militar, ni mucho menos prestar sus servicios de armas. Con la dura vida que llevó, solo pudo cumplir con el rito hacia 1568, en el monasterio de Uclés.

Y seis años después, cuando el niño aún no contaba con nueve cumplidos, otra Real Cédula expedida en Madrid, en marzo de 1535, le hacía nada menos que alcaide de la fortaleza de Gibraltar, si bien especificaba:

«Y porque vos, el dicho don Álvaro de Bazán, no tenéis al presente la edad que se requiere para hacer el pleito homenaje que nos debéis hacer por la dicha fortaleza, entre tanto que la tenéis y nuestra voluntad fuere, queremos que tenga la dicha tenencia y capitanía y goce de salario y derechos de ello el dicho don Álvaro de Bazán, vuestro padre.»

Desde entonces quedó marcado el destino del niño, que este asumió plenamente, recibiendo una muy esmerada educación clásica y humanística, a cargo de su ayo, Pedro González de Simancas, creemos que fraile agustino, tanto en la casa familiar de Granada, como en Gibraltar y hasta en El Viso, donde había comprado terrenos su padre, que alternaba con embarques y navegaciones desde que cumplió los doce años, si bien otros autores afirman que su bautismo de mar tuvo lugar a los nueve. Y junto a la experiencia de navegación y combate, el continuo estudio de los astros y los instrumentos náuticos, o el compartir las investigaciones del padre de sus nuevos modelos de buques.

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Pruebas para la concesión de Título de Caballero de la Orden de Santiago de Álvaro Bazán y Guzmán, natural de Granada, Primer Marqués de Santa Cruz, Comendador Mayor de León.
Archivo Histórico Nacional, OM-CABALLEROS_SANTIAGO, Exp.914 3

Aunque no conozcamos muchos de sus servicios en aquellos primeros años, al estar a las órdenes inmediatas del padre, ya hemos visto como con apenas 17 años se le confía el mando de la escuadra tras la batalla de Muros, demostrando cumplidamente su gran capacidad y su temprana madurez.

El severo y exigente régimen se había aplicado igualmente al hijo menor, don Alonso, con igual o muy parecido éxito, pues los dos vástagos emularon cumplidamente al padre, como marinos en su sentido más amplio y como profundos técnicos en construcción naval. Realmente, y gracias a la preocupación de Bazán el Viejo, pocos marinos de entonces contaron con la formación teórica y práctica de que gozaron los dos hermanos. Y más en una época en que tal formación estaba muy lejos de ser reglada.

Parece que justamente ese mismo año del viaje regio del futuro Felipe II a Inglaterra, y de nuevo como reconocimiento y recompensa a los servicios del padre, se concedió el título de Capitán General de la Armada contra corsarios a don Álvaro de Bazán y Guzmán, en buena medida como sucesor en el cargo de su ya anciano padre. Pronto demostraría que era más que merecedor de la confianza puesta en él.

Un decreto posterior, también firmado en Valladolid y en el mismo mes de diciembre de 1554, mandaba que se aumentara la escuadra anticorsaria a su mando hasta dos galeazas, cuatro naos y dos pataches, con 1200 hombres de guerra, con la misión de perseguir corsarios franceses por la costa atlántica española, con base en Laredo. Eso aparte de otras dos, a los mandos respectivos de don Luis de Carvajal y don Juan Tello de Guzmán, así como otra más, financiada con un impuesto al comercio, la llamada «avería» que en ortografía actual sería «habería».

Su primer viaje de patrulla tuvo por destino Canarias, aún en los primeros compases de la colonización, poco pobladas y menos defendidas, por lo que eran objeto de los ataques de corsarios franceses, que llegaban a desembarcar en las costas y saquear las poblaciones. No hubo la suerte de dar caza a ninguno de los corsarios, pero la visita prolongada en ese año de 1555 dio una muy necesaria y agradecida seguridad a las islas.

El 17 de mayo de 1556, estando surto con su armada ante Cascaes, avistó y dio caza durante más de 50 leguas a un corsario francés, que al fin tuvo que rendirse, con sus 15 piezas de artillería y 70 hombres. Poco después, el 20 de junio y en la costa marroquí, fue informado que un contrabandista inglés («Richarte Guates» le llaman las crónicas españolas de entonces) se hallaba allí con la nada sana intención de vender armas europeas, especialmente cañones, a nuestros enemigos de entonces. Pese a que los dos buques ingleses estaban bajo los cañones de un fuerte de la costa, Bazán pasó al ataque y tras duro bombardeo y abordaje subsiguiente, tomó a los dos, con abundantes armas listas para su venta, 200 ingleses prisioneros y nada menos que 60 piezas de artillería. Ello aparte de capturar y abordar siete embarcaciones ligeras de los moros y apresar otras diez piezas. Por lo demás, en aquel año y el siguiente apresó otros tres corsarios franceses, el mayor de ellos con 20 cañones y 80 prisioneros.

Una muy enojosa cuestión se produjo en Sevilla, justo después del episodio del contrabandista inglés. Los buques de Bazán recalaron en Sevilla, para descansar y reponerse, pero la siempre lenta burocracia oficial retrasó las pagas adeudadas a las dotaciones, y entre ellas empezó a cundir el tan indeseable como comprensible desorden. Inter vinieron las autoridades civiles, deteniendo al contador de la escuadra de Bazán, que estaba ausente. A su regreso, restableció el orden, de paso que se liberaba al inocente contador. Pero alguno de los amotinados sembró nuevamente cizaña, haciendo responsable de todo al marino, por lo que la autoridad civil lo puso en arresto domiciliario junto con su plana mayor.

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Cabo de Aguer en la costa marroquí, grabado de la História Verdadeira e Descrição de uma Terra de Selvagens … de Hans Staden.

Otro militar español de la época hubiera tenido un arranque «calderoniano» y se hubiera opuesto por la fuerza a toda intervención de la autoridad civil en un asunto de disciplina militar, pero don Álvaro, con ser tan grande, lo era también en eso: aceptó resignadamente el arresto en evitación de males mayores, pero elevó una queja razonada a SM…la contestación, liberación y disculpas al paciente marino fueron todo lo fulminantes que los correos de la época pudieron ser.

Como su padre, no tuvo don Álvaro suerte en sus tratos con las autoridades andaluzas, fueran locales o de la Casa de Contratación, y algún ejemplo más veremos de ello, y nuevamente sangrante. En cualquier caso, y sabiendo muy bien a lo que se exponía, es de destacar que don Álvaro procuró tener el menor contacto posible con ellas, y que nunca tuvo el menor trato con América ni las Flotas de Indias, salvo para cuidar de su escolta a la salida o llegada a aguas europeas.

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Galeón español del siglo XVI.

Pero volvamos a asuntos más acordes con su vocación y su obra:

En 1558 y en escolta de los buques mercantes que iban a Flandes, zarpando desde Laredo, atacó y apresó otras tres naos de corsarios franceses que llevaban a remolque una nao gallega apresada, haciéndose 300 prisioneros incluido el jefe corsario, y tomándose un total de 60 cañones en los buques capturados.

Pero Francia ya estaba vencida y el principal frente de lucha pasó al Mediterráneo, donde el avance de berberiscos y otomanos era cada vez más peligroso. Así, desde Sevilla se pidió al rey, que ya era Felipe II, que se convirtiese la armada de galeazas y naos de Bazán en otra de ocho o diez galeras, pues el nuevo enemigo requería este tipo de embarcaciones.

En realidad, una nao o incluso una galeaza (un híbrido entre nao y galera) eran muy superiores en fortaleza y poder artillero a una galera. El problema era que estas podían escapar fácilmente de sus enemigas remando contra el viento o aprovechando una calma o que fuera flojo, y justamente para dar caza a corsarios eran necesarios buques más rápidos que ellos como especificación decisiva. Por parecidas razones había dedicado tanto tiempo y esfuerzos el viejo Bazán al desarrollo de las galeazas, que con su propulsión auxiliar a remos podrían dar caza a una nao, especialmente por su mayor rapidez en viradas y maniobras. Pero las galeazas eran muy inferiores en esos aspectos a una galera, por lo que no eran útiles para darlas caza.

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Olaf Radhart. Galeaza española, siglo XVI.

Entre otros varios candidatos, el rey escogió finalmente a don Álvaro, llamado «el mozo», para distinguirlo de su padre, elección que el tiempo se encargó de demostrar como de las más afortunadas del monarca. Durante cinco años cumplió abnegadamente con sus galeras la Guardia del Estrecho, contra corsarios de cualquier procedencia en esas aguas.

Pero no tardaron nuevos acontecimientos en reclamar su presencia en el distante punto álgido de la lucha en el mar.