Primera Parte
CONOCER A LOS ÁNGELES

LOS ÁNGELES EN LA TRADICIÓN

El ángel, una figura universal

Los ángeles, entendidos como intermediarios entre el mundo divino y el terrenal, mensajeros de Dios y protectores de los hombres, no son una prerrogativa de la tradición cristiana. En realidad, existen numerosos testimonios literarios e iconográficos que demuestran que la figura del ángel, en todas sus variantes formales, ha acompañado constantemente a los hombres de todas las épocas y culturas religiosas, incluso antes de la llegada del cristianismo.

En las religiones asirio-babilónicas ya existían figuras aladas que descendían del cielo para traer el mensaje de los dioses. Estas religiones contemplaban también la existencia de criaturas sobrenaturales protectoras de cada individuo, que podían, según los casos, garantizar asistencia y perdón e incluso preservar de peligros.

Persas y egipcios atribuyeron a algunos seres divinos, protectores de los hombres en la lucha contra los demonios, características en muchos casos similares a las de los ángeles. Una representación de la diosa egipcia Isis nos muestra a esta madre y guía bajo apariencia angélica, con unas grandes alas.

También en la tradición del Extremo Oriente, desde el hinduismo hasta el budismo, se habla, según el principio del bien y del mal, de seres «angélicos», amigos del hombre, y de seres demoníacos, antagonistas de los primeros y que ejercen sobre los hombres una acción hostil y maléfica.

En el Corán, libro sagrado del Islam, escrito según la tradición por Mahoma bajo la revelación divina a través del arcángel Gabriel, abundan las referencias a ángeles y arcángeles. Se sientan alrededor del trono de Alá, al cual piden que perdone los pecados de los hombres, desarrollando de este modo el papel de mediadores e intercesores que se les atribuye en las Sagradas Escrituras.

Si se considera que «seres alados intermediarios entre cielo y tierra aparecen incluso en los escritos de los místicos sufíes, en las visiones de los chamanes, en las leyendas de los indios americanos»,[1] no es difícil afirmar que el motivo del ángel representa una constante universal que, más allá de las diversidades culturales y religiosas, ha acompañado durante siglos la historia de los hombres.

Los ángeles en las Sagradas Escrituras

Para encontrar la figura del ángel tal como nos ha sido transmitida hasta hoy, es necesario referirnos a los textos sagrados de la tradición judeo-cristiana, el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Todo lo que conocemos sobre la naturaleza de los ángeles nos ha sido revelado, de hecho, por la Biblia, que está llena de episodios sobre su actividad en favor de los hombres y que ha inspirado durante años la creación de numerosas obras artísticas y temas angelicales.

En las Sagradas Escrituras se dice que los ángeles aparecieron antes que el hombre en número incalculable y que fueron elevados al orden sobrenatural. De todos modos, fueron muchos los que abusaron de este don y, en un acto de soberbia, se rebelaron contra Dios.

Tal como recuerda el teólogo Ernesto Pisoni: «En la Biblia se lee que Dios creó primero a los espíritus puros, los ángeles, que fueron sometidos a una gran prueba. Quizá se les enseñó el proyecto que Dios tenía con respecto a los hombres. Algunos de aquellos espíritus puros capitaneados por Lucifer, el ángel más cercano a Dios, se rebelaron [...]. Y hubo una batalla en el cielo. Los ángeles rebeldes fueron expulsados y se convirtieron en demonios; los ángeles fieles continuaron siendo los mensajeros de Dios».[2]

Giuseppe Del Ton, uno de los más grandes expertos en angelología, afirma lo siguiente acerca de la naturaleza de estos mensajeros de Dios: «Son espíritus puros, muy inteligentes, cada uno con una personalidad muy distinta. [...] Los ángeles no poseen una estructura material como nosotros, pero son ojos que ven, manos que tocan, corazones que aman. Enfermedad, cansancio, pasión, muerte, todo aquello que conlleva y aporta malestar y miedo no tiene sentido para ellos. La perfección espiritual de los ángeles es tal que constituye una belleza encantadora. Por esta razón, cuando aparecen, lo hacen bajo formas humanas fascinantes».[3]

Los ángeles que aparecen en la Biblia son criaturas espirituales, pero que pueden asumir un aspecto corporal, haciéndose visibles a los hombres. Su número exacto no está precisado, sino que se habla indistintamente de «mil millares», «diez mil miríadas» y «doce legiones».

Los nombres de todos estos ángeles son igualmente desconocidos, a excepción de tres de ellos: Miguel, Gabriel y Rafael.

Además de la función de mensajeros (la Anunciación a María por el ángel Gabriel y el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores), son también guías y protectores de los hombres y tienen el deber de mantener el vínculo entre Dios y el mundo terrenal.

Del mismo modo que no existe un ángel idéntico a otro, las misiones que se confían a las criaturas angélicas son múltiples.

La Biblia habla de ángeles custodios, de guías, de protectores de ciudades y naciones, de ejecutores de las órdenes divinas y de ángeles que se sientan frente al trono de Dios. Además, se encuentran algunas alusiones a un orden celestial que deja presuponer la existencia de una jerarquía angélica.

Las jerarquías angelicales

Jerarquías celestes es el título del libro más famoso de angelología cristiana, conocido por Dionisio el Areopagita, teólogo y escritor cristiano que vivió a finales del siglo V. Ateniéndose a las enseñanzas de los antiguos Padres, esta obra proporciona una subdivisión de las entidades celestes en nueve órdenes: querubines, serafines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles. Todas las inteligencias ejercen de mensajeros de las entidades inmediatamente anteriores en la jerarquía. Las de categoría más elevada reciben los mensajes directamente de Dios, mientras que las otras son mensajeras de estas.

Dionisio el Areopagita define la última de las «formaciones» angélicas de la siguiente manera: «Con los ángeles [...] se acaban y se completan todos los órdenes de las inteligencias celestes, porque ellos poseen el carácter de mensajeros y están más cerca de nosotros; por esta razón es más apropiado para ellos el nombre de ángeles, puesto que su jerarquía se ocupa de lo que es más manifiesto y, todavía más, de las cosas de este mundo».[4]

Las representaciones artísticas

Los ángeles han sido siempre un tema recurrente en la tradición figurativa cristiana. Las obras que han llegado hasta nosotros los representan como criaturas de extraordinaria belleza, dotados de alas doradas o decoradas ricamente, envueltos a menudo en túnicas suntuosas y con la cabeza rodeada de una corona de luz.

La aparición de estos rasgos distintivos fue, de cualquier forma, tardía, como demuestra el hecho de que los primeros artistas cristianos tuvieron no pocas dificultades para representarlos. Según san Gregorio de Nazianzo, estos seres «son espirituales si se comparan con el hombre, y corpóreos si se comparan con Dios».

En las representaciones más antiguas, el ángel aparece con facciones humanas, y según los cánones de la época, viste una túnica y, sobre todo, no tiene alas, por lo que sólo es identificable si se conoce el episodio bíblico en el que se inspira.

La aparición de las alas en la iconografía angélica se remonta a finales del siglo IV. Esta convención artística, que califica definitivamente la naturaleza espiritual de los ángeles diferenciándolos de las figuras humanas, está inspirada en los textos sagrados, en los que los querubines y los serafines se describen como criaturas aladas. Pero también se inspira en la creencia, confirmada por Tertuliano en el siglo II, según la cual este atributo sería una prerrogativa de todos los espíritus, ángeles o demonios, capaces de desplazamientos instantáneos y dotados de una inteligencia sobrenatural.

La idea del ángel como una criatura etérea y casi impalpable a pesar de que mantenga una forma, en definitiva, «corpórea», se expresa también en la imagen de las nubes, de las que, en muchos dibujos, los seres alados sobresalen parcialmente o hasta parecen obtener de ellas la sustancia necesaria para materializar sus rostros angelicales. Santo Tomás comparó la capacidad de los ángeles de asumir una dimensión corpórea para revelarse de forma accesible a los hombres con la formación de las nubes.

Así pues, incluso para los artistas, los ángeles han sido siempre criaturas luminosas, «aéreas», hechas de una sustancia espiritual que los sitúa en una condición intermedia entre el ser humano y el ser divino. Seres de aire y de luz que, para el bien de los hombres, pueden dotarse a veces de un cuerpo que obtienen, como escribió san Isidoro en el siglo VII, «de ese aire que está más arriba y que se colocan por encima como un sólida forma hecha de cielo gracias a la cual pueden ser distinguidos de forma más evidente por la mirada de los hombres».[5]

TESTIMONIOS DEL ANTIGUO Y DEL NUEVO TESTAMENTO

Estas citas, extraídas del Antiguo y del Nuevo Testamento, nos anuncian los hechos de los ángeles y de sus intervenciones entre los hombres, sobre cómo los ayudan, les anuncian, los salvan, qué sucederá y por qué representan en cada momento una guía segura.

Génesis, 3 (Pecado y condena del hombre)

23. Y lo echó el Señor Dios del paraíso de deleites para que trabajase la tierra, de la que fue formado.

24. Y desterrado el hombre, colocó Dios delante del paraíso de delicias un querubín con espada de fuego fulgurante para guardar el camino que conducía al árbol de la vida.

Génesis, 16 (Agar e Ismael)

7. Y el ángel del Señor la halló en un lugar solitario, junto a una fuente, que está en el camino de Sur en el desierto.

8. Y díjole: «Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes tú y a dónde vas?». Ella respondió: «Vengo huyendo de la presencia de Saray, mi ama».

9. Replicóle el ángel del Señor: «Vuélvete a tu ama, y ponte a sus órdenes humildemente».

Génesis, 19 (Destrucción de Sodoma – Salvación de Lot)

1. Llegaron a Sodoma los dos ángeles. Lot estaba sentado a la puerta de la ciudad. Al verlos, se levantó y les salió al encuentro, e inclinó su rostro hacia la tierra para adorarlos.

Génesis, 22 (El sacrificio de Isaac)

11. El ángel del Señor gritó desde el cielo, diciendo: «Abraham, Abraham». Y él respondió: «Aquí me tienes».

Génesis, 28 (Visión y voto de Jacob a Bétel)

12. Tuvo un sueño en el que veía una escala que, apoyándose sobre la tierra, tocaba con su extremo a los cielos, y que por ella subían y bajaban los ángeles de Dios.

Éxodo, 3 (La zarza ardiente)

2. Allí se le apareció el Señor en forma de llama de fuego que salía de una zarza. Miró él y vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.

Jueces, 13 (Israel oprimido por los Filisteos – Nacimiento de Sansón)

3. Y el ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: «Eres estéril y sin hijos, pero vas a concebir y parirás un hijo».

Primer libro de los Reyes, 19 (Elías huye de Jezabel hacia Horeb)

5. Y echándose allí, se quedó dormido. Y he aquí que un ángel le tocó, diciéndole: «Levántate y come».

6. Miró él y vio a su cabecera una torta cocida y una vasija de agua. Comió y bebió y luego volvió a acostarse.

7. Pero el ángel del Señor vino por segunda vez y le tocó, diciendo: «Levántate y come, porque te queda mucho camino».

8. Levantóse, pues, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, Horeb.

Isaías, 6 (Isaías llamado y consagrado profeta)

2. Alrededor de él estaban los serafines. Cada uno de ellos tenía seis alas: con dos cubrían su rostro, con dos cubrían sus pies y con dos volaban.

3. Y los unos y los otros se gritaban y se respondían: «Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria».

Ezequiel, 10 (La segunda visión de los querubines)

1. Y miré, y vi que el firmamento que había sobre la cabeza de los querubines apareció sobre ellos como una piedra de zafiro, que figuraba a manera de un trono.

5. Y el ruido de las alas de los querubines se oía hasta el atrio exterior, como la voz del Dios todopoderoso cuando habla.

9. Y miré, y vi cuatro ruedas junto a los querubines, una junto a cada uno, y las ruedas parecían como de piedra de crisólito.

10. Y las cuatro eran al parecer de una misma forma: como si una rueda estuviese dentro de otra.

11. Y así que andaban, se movían por los cuatro lados; ni se volvían a otra parte mientras andaban, sino que hacia donde se dirigía aquella que estaba delante, seguían también las demás, sin cambiar de rumbo.

12. Y todo el cuerpo, espaldas, manos, alas y los cercos de las cuatro ruedas estaban en todo su rededor llenas de ojos.

13. Y a estas ruedas oí yo que les dio el nombre de torbellinos.

14. Cada uno, pues, tenía cuatro caras: la primera cara, era cara de buey; la segunda, era cara de hombre; la tercera, cara de león, y la cuarta, cara de águila.

15. Y levantáronse en lo alto los querubines: ellos son las mismas criaturas vivientes que yo había visto junto al río Kebar.

16. Y mientras andaban los querubines, andaban también las ruedas junto a ellos; y así que los querubines extendían sus alas para remontarse de la tierra, no se quedaban inmóviles las ruedas, sino que también seguían junto a ellos.

17. Cuando ellos se paraban, parábanse también las ruedas, y alzábanse estas cuando se alzaban ellos; porque espíritu de vida había en ellas.

Daniel, 3 (La estatua de oro – Los compañeros de Daniel en la hornaza ardiente)

28. Tomó entonces la palabra Nabucodonosor, y dijo: «Bendito sea el Dios de Sidraj, Misaj y Abed-Nego, que ha mandado su ángel y ha librado a sus siervos, que confiaron en él y no cumplieron la orden del rey y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a dios alguno fuera de su Dios».

Daniel, 6 (Daniel en la fosa de los leones)

21. Entonces dijo Daniel al rey: «¡Vive por siempre, oh rey!».

22. «Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones para que no me hiciesen daño, porque delante de Él ha sido hallada en mí justicia, y aun contra ti, ¡oh rey!, nada he hecho de malo.»

Daniel, 8 (Visión del carnero y del macho cabrío)

15. Mientras yo, Daniel, contemplaba la visión y buscaba la inteligencia, púsose ante mí con la apariencia de un hombre.

16. Y oí una voz de hombre que de en medio del Ulai gritaba y decía: «Gabriel, explícale a este la visión».

17. Vino este luego cerca de donde estaba yo, y al acercarse me sobrecogí y caí sobre mi rostro. Él me dijo: «Atiende, hijo de hombre, que la visión es del fin de los tiempos».

Daniel, 10 (Un ángel se aparece a Daniel para anunciarle los acontecimientos de los últimos tiempos)

5. Alcé los ojos y miré, viendo a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro.

6. Su cuerpo era como de crisólito; su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran como brasas de fuego; sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre.

13. Pero el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; mas Miguel, uno de los príncipes supremos, acudió rápidamente en mi ayuda, y de este modo yo prevalecí en aquel lugar sobre los reyes de Persia.

Evangelio según San Lucas, 1 (Anunciación del nacimiento de Juan y de Jesús)

11. Apareciósele un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso.

12. Zacarías, al ver al ángel, se turbó y un gran temor se apoderó de él.

13. Díjole el ángel: «No temas, Zacarías, porque tu plegaria ha sido escuchada, e Isabel, tu mujer, dará a luz un hijo, al que pondrás por nombre Juan».

26. En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret.

27. A una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David.

El nombre de la virgen era María.

28. Y presentándose a ella, le dijo: «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo».

29. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación.

30. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios».

31. «Y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.»

Evangelio según San Mateo, 1 (Nacimiento de Jesucristo)

20. Y mientras José reflexionaba sobre todo esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo».

Evangelio según San Mateo, 2 (Huida a Egipto – Matanza de los inocentes)

13. Cuando hubieron partido, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

Evangelio según San Mateo, 4 (La tentación de Jesús)

6. Y le dijo: «Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito está: a sus ángeles encargará que te tomen en sus manos para que no tropiece tu pie contra una piedra».

Evangelio según San Juan, 20 (Jesús se aparece a María Magdalena)

12. Y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús.

LOS ÁNGELES CUSTODIOS. QUIÉNES SON Y CUÁLES SON SUS OBLIGACIONES

El término «ángel» deriva del griego ángelos y significa «mensajero». Los ángeles, en efecto, están encargados de llevar entre los hombres el mensaje de Dios, guiándolos y ayudándolos en el camino de la vida.

La iglesia católica considera la creación y la existencia de estos seres espirituales como una verdad de fe, es decir, una realidad absoluta revelada en las Sagradas Escrituras. Las fiestas litúrgicas de los ángeles se celebran el 29 de septiembre (san Miguel, patrón de la Iglesia universal), el 24 de marzo (san Gabriel, anunciador de la Encarnación) y el 24 de octubre (san Rafael, custodio de los transeúntes); la de los ángeles custodios se celebra el 2 de octubre.

Los ángeles son el reflejo de la perfección divina: infinitamente buenos y generosos, sin ninguna sombra de defecto, capaces de proporcionar un amor ilimitado, gozan de una gran felicidad, que intentan compartir con nosotros. Aunque no son omniscientes, están dotados de una inteligencia que no se puede comparar con la humana, tan grande, que pueden percibir en un instante las innumerables consecuencias de un principio o los innumerables aspectos de una misma realidad. En comparación con los suyos, nuestros conocimientos son muy limitados. Los ángeles poseen los secretos de la naturaleza, dominan las leyes que rigen el universo, son los depositarios de una ciencia sin límites y de una infinita sabiduría.

Los ángeles obran constantemente por el bien de los hombres, siempre y en todas partes. Aunque no nos percatemos de su presencia, o incluso no pensemos en ellos ni una sola vez, los ángeles velan por nosotros en cada momento del día, ayudándonos en las dificultades y salvándonos de toda suerte de peligros. En su ausencia, los males del mundo serían mucho más numerosos de los que conocemos, y nuestras vidas más oscuras e infelices.

Los ángeles se encuentran en todas partes: vigilan nuestras casas, nos acompañan en nuestros desplazamientos, están cerca de las personas que sufren y que tienen necesidad de ayuda. Estando libres de las limitaciones que nos impone la materia, se desplazan a una velocidad que para nosotros, sometidos a las leyes del espacio y del tiempo, resulta incluso imposible de imaginar: en el tiempo de un pensamiento, los ángeles ya se encuentran a nuestro lado.

Un ángel para cada uno

A partir de las Sagradas Escrituras sabemos que cada ángel tiene, en el universo, un deber concreto que cumplir, pero que permanece inaccesible para nuestra comprensión.

Galaxias, planetas, estrellas o, para hablar del mundo en que vivimos, océanos, ríos, ciudades y naciones: se confían al cuidado de los ángeles.

Entre los que tienen que desarrollar su misión en la tierra, son muchos los que se dedican a guiar y a proteger a los hombres: son los ángeles custodios.

Al nacer, cada uno de nosotros estamos confiados al especial cuidado de una criatura celeste, que tiene la labor precisa de custodiarnos y asistirnos en todos los momentos de nuestra vida, sin abandonarnos nunca.

Por lo tanto, cada persona tiene su propio ángel custodio, independientemente de factores de raza, cultura y religión. También lo tienen las personas que se consideran ateas, los materialistas más convencidos e incluso los que se resisten a creer en una dimensión distinta de la terrenal.

¿Pero qué hace exactamente nuestro ángel custodio? Seguramente, mientras vivamos sobre la tierra no lo sabremos nunca con precisión, porque él actúa a escondidas y, en la mayoría de los casos, su presencia es invisible a nuestros ojos.

Nuestro ángel personal nos protege de los peligros que nos amenazan sin que nosotros lo sepamos, nos obliga a hacer el bien y a evitar el mal, se encarga de transmitir nuestras plegarias y actúa sin descanso para hacernos cada día un poco mejores y más dignos del amor divino.

En circunstancias particulares, el ángel se manifiesta bajo un aspecto que nuestros sentidos puedan percibir o, cuando es necesario por el bien de su protegido, asumen un aspecto humano para no confundir y desorientar a quien se le permite verlos en ese momento.

Muchas personas que afirman haber entrado en contacto con los ángeles definen las presencias angélicas como fuentes que irradian luz, que despliegan unas alas especiales y que cambian continuamente de color y de forma. Según estas descripciones los ángeles no tienen rostro sino una especie de cuerpo luminoso.

En cambio, son distintas las historias de aquellos que afirman haber encontrado un ángel en un momento de su vida. Estas personas hablan sobre todo de un ser de carne y hueso que ha prestado una valiosa ayuda en una situación de emergencia y que después ha desaparecido misteriosamente.

Y nada impide creer, como hacen algunos, que personas que nos hayamos encontrado casualmente en uno de los muchos momentos de la vida, quizá durante un viaje o en una circunstancia banal, fueran en realidad ángeles: personas que, antes de desaparecer, tras haberse cruzado durante un instante en nuestro camino, han pronunciado pocas palabras, pero suficientes para iluminar y para modificar profundamente nuestra existencia.

Un antiguo dicho afirma que cuando Dios mira hacia nosotros, ve doble: a nosotros y a nuestro ángel custodio.

APRENDER A ESCUCHAR A NUESTRO ÁNGEL

Los ángeles están siempre con nosotros, observadores de nuestras dificultades y solícitos ayudantes que alivian los dolores; profesores, maestros y compañeros amorosos.

No podemos decir honestamente que les hagamos la vida cómoda: raramente los escuchamos, a menudo hacemos exactamente lo contrario de lo que nos aconsejan y la mayoría de las veces negamos su existencia. Aunque la labor de los ángeles no es fácil, su amor permanece inmutable y su paciencia es infinita.

Si nos acostumbrásemos a la idea de que los ángeles comparten nuestra vida cotidiana, nos daríamos cuenta de que nuestra disponibilidad hacia los demás aumenta y de que somos más sensibles.

Una buena relación con los ángeles presupone una mayor apertura espiritual, una mayor disponibilidad para aceptar a los demás y para entendernos mejor a nosotros mismos.

Se necesita muy poco para cambiar las costumbres. Un pensamiento por la mañana, una sonrisa, una pequeña plegaria pueden ser suficientes para hacer distinta nuestra jornada y para hacernos sentir más serenos y confiados; más conscientes de que no estamos solos y de que no lo hemos estado nunca.

Antes de aprender a escuchar a nuestro ángel custodio, es importante saber cómo actúa en relación con nosotros.

En su libro Verdades sobre los ángeles y los arcángeles, Giuseppe Del Ton dice que «sus palabras sin sonido son un silencio que habla siempre al corazón».

Para conducirnos por el camino de la obediencia y del amor, el ángel instaura con nuestra alma una comunicación silenciosa; nos inspira con los pensamientos que nos evitan caer en el error o actuar mal; nos «sugiere» tomar una dirección en lugar de otra, impidiéndonos incurrir en riesgos graves que podrían poner en peligro nuestra salud, tanto física como moral. Puede incluso intervenir sobre nuestros recuerdos, haciendo florecer en nuestra mente cosas que tenemos el deber de hacer o, al contrario, alejándonos de otras que no debemos hacer.

Nos empuja a reflexionar y a combatir nuestras debilidades, a trabajar por nuestros ideales, a alimentar continuamente nuestra interioridad para evitar que se amodorre.

Por lo tanto, el ángel custodio susurra sus consejos a nuestra alma y no a nuestros oídos. Pero, puesto que nosotros estamos dotados de libre arbitrio, no puede intervenir sobre nuestra voluntad. Somos libres de aceptar o de rechazar sus exhortaciones; podemos seguir el camino que él nos indica o, ignorando sus reclamaciones, perseverar en el error o privar de eficacia su acción. La realidad es que somos nosotros únicamente los que decidimos cómo comportarnos, y el ángel no puede hacer nada sin nuestra colaboración.

Esto explica por qué, aunque todos los hombres estén asistidos por un ángel custodio, son muchos los que se desvían del camino del bien.

A veces, la presencia de este precioso guía no nos evita los accidentes y las situaciones dolorosas, que de todos modos serían más numerosas si no pudiéramos contar con su ayuda. Una actitud imprudente y superficial de nuestra parte puede determinar la necesidad de estas pruebas, que nos son útiles para darnos cuenta de las consecuencias negativas de nuestras acciones y para evitarnos pruebas peores en un futuro.

El ángel vigila nuestra alma, pero nos puede ayudar incluso a afrontar los problemas cotidianos y a salvaguardar nuestros intereses materiales, si estos son importantes para nuestro progreso espiritual.

Quien no se preocupa de la existencia de su ángel custodio, o incluso la niega, quien no se dirige nunca a él y no le pide nada, tiene pocas esperanzas de beneficiarse verdaderamente de sus consejos. Su ángel permanecerá siempre a su lado, deseoso de poder intervenir en favor de su protegido y de acoger sus peticiones, pero su acción se verá siempre desvalorizada porque no conseguirá nunca entrar verdaderamente en comunión con la persona que le ha sido confiada.

Quien, en cambio, se dirige con conocimiento al propio ángel custodio, abriendo su corazón a sus palabras silenciosas, interpelándolo en los momentos de necesidad y buscando el contacto con él, podrá contar con la preciosa ayuda de un amigo fiel.

Por esta razón es importante aprender a escuchar al ángel. Es el primer paso que tenemos que superar para entrar en contacto con él, y es mucho más simple de lo que parece. Sin embargo, la vida moderna, siempre con prisas y tan llena de estímulos, con tantas imágenes e informaciones nos deja muy poco tiempo para nosotros.

Todo se hace deprisa y corriendo. Se come con prisas, se duerme poco, se habla y se piensa con prisas: continuamente nos vemos proyectados hacia el mañana. El futuro es para nosotros la dimensión más importante de la vida. Actuando de esta manera, perdemos naturalmente el «sentido del hoy».

Estamos proyectados totalmente hacia el exterior. No tenemos ni tiempo ni espacio para llegar a la percepción de nuestra interioridad.

El silencio nos da miedo porque para nosotros, que estamos continuamente inmersos en un mundo ruidoso y trepidante, bombardeados de mensajes de los medios de comunicación, a menudo es sinónimo de soledad. Y entonces nos esforzamos para combatir la ausencia de ruido y de estímulos externos, dejando que los modernos medios de comunicación invadan nuestra intimidad.

Casi nunca buscamos ese silencio que se encuentra en nosotros y que nos permite entrar en contacto con la fuente divina de la unidad.

Escuchar al ángel significa precisamente concederle un espacio de silencio para que pueda ayudarnos a desalojar la mente de pensamientos, de tensiones y de las preocupaciones que nos mantienen atados a una realidad que no nos da tregua, para reencontrar finalmente el contacto con nuestra zona más pura y, al mismo tiempo, el sentido de pertenencia al universo.

CÓMO TRABAJAR JUNTO A LOS ÁNGELES EN LA VIDA COTIDIANA

En algunos momentos de nuestra vida, tenemos otros ángeles que nos siguen además de nuestro ángel custodio. Esto sucede porque, en algunas fases del crecimiento, como por ejemplo durante la infancia, es necesaria una intervención continua, o porque en circunstancias particulares tenemos la necesidad de la ayuda y el socorro de ángeles encargados de labores especiales.

Los ángeles se encuentran entre nosotros en un número indeterminado, y ningún ser, ninguna realidad material, ninguna manifestación espiritual escapan de su protección constante.

Aquellos que han tenido el privilegio de establecer comunicación con ellos, sostienen unánimemente que existen ángeles predispuestos para la custodia de la familia, ángeles que proporcionan consuelo a los enfermos y a los inválidos, ángeles que nos ayudan a tomar consciencia de nuestro estado de salud para mejorarlo, ángeles que nos ayudan en el diálogo con los familiares, ángeles que siguen nuestras expresiones artísticas, ángeles de la naturaleza, etcétera.

Cada día de nuestra vida, para ir hacia delante, necesitamos tener confianza, optimismo, alegría, armonía y serenidad. Sabemos muy bien que no es fácil, porque los ritmos de la vida moderna y los condicionamientos externos, además de los que nos creamos nosotros mismos, nos obligan a perder de vista nuestros objetivos, dejándonos en poder de la confusión y la desorientación.

Si nosotros queremos, los ángeles pueden convertirse en nuestros asistentes más válidos para ayudarnos a encontrar la dirección correcta.

Podemos pedirles ayuda cuando tengamos que afrontar un problema particular, o cuando el peso de la vida sea insoportable. También podemos pedirles que nos asistan en nuestro trabajo cotidiano, acogiendo sus sugerencias que, sin duda, nos ayudarán a mejorar la calidad de nuestra vida y a estar más serenos. No hay límite en aquello que pueden hacer los ángeles, siempre que aprendamos a pedir con el corazón puro y no sólo movidos por nuestro egoísmo y exclusivo interés.

Los ángeles son criaturas capaces de una profunda comprensión, que conocen muy bien los rincones del alma humana y que, en su gran sabiduría, aceptan nuestros errores como obstáculos inevitables en nuestro camino. Por lo tanto, no debemos tener miedo de «exponernos» y de manifestar nuestros defectos, porque el ángel nos conoce infinitamente mejor que nosotros mismos.

Al ángel le gusta traer de nuevo la sonrisa sobre nuestro rostro porque sabe que una actitud serena, confiada y positiva representa ya un gran paso hacia adelante en el camino del cambio y de la transformación.

Él nos puede ayudar a desarrollar una actitud distinta frente al mundo que nos rodea y a percibir con mayor conocimiento las leyes de causa y efecto que regulan todas nuestras acciones.

Recordemos que el ángel está dispuesto a ayudarnos, siempre que nosotros nos dirijamos a él y siempre que lo que estemos pidiendo no sea dictado por un interés puramente material.

A veces, ciertos acontecimientos que nos parecen injustos, contemplados con la perspectiva del tiempo, pueden considerarse como elementos de cambio. Nos damos cuenta posteriormente que aquel acontecimiento que habíamos considerado dramático ha sido una experiencia formativa que ha tenido el mérito de cambiarnos.

El ángel está siempre cerca de nosotros, pero necesita que depositemos en él nuestra fe y nuestra confianza. Debemos pensar en él, imaginárnoslo, sentir su presencia, dirigirle nuestras oraciones: en pocas palabras, establecer con él un vínculo a través del pensamiento.

Comunicarnos con nuestro ángel significa, sobre todo, ofrecerle un lugar en nuestro corazón, estar dispuestos a dialogar con él y a escuchar las sugerencias y los consejos que sabrá enviarnos, evitando ignorar los que no nos gustan y acoger únicamente aquellos que se adapten a nuestra forma de ser y de actuar.

Es importante aprender a ser honestos, humildes, abiertos a nuevas perspectivas, sin pretender saber de antemano lo que está bien para nosotros: significa permitir a nuestro corazón elaborar impulsos, informaciones y sugerencias.

Esta actitud nos reportará beneficios inmediatos. Nos daremos cuenta de que, desarrollando una mayor confianza y aceptación de nosotros mismos, estaremos en grado de sintonizarnos mejor incluso con los demás, aprendiendo finalmente a apreciar los aspectos positivos que se encuentran en las pequeñas cosas cotidianas y a no sobrevalorar los sinsabores de todos los días. Así pues, tendremos una actitud más equilibrada y más armónica.

En tales condiciones, incluso nuestro cuerpo saldrá ganando. De hecho, no hay duda de que los pensamientos positivos son beneficiosos incluso para nuestras dolencias.

Muchas veces se nos invita a profundizar el conocimiento de nosotros mismos, a través de una comunicación silenciosa con nuestra alma.

Si fuéramos conscientes del hecho de que cada uno de nosotros está compuesto en igual medida de psique y cuerpo, incluso la búsqueda de la armonía interior se vería facilitada.

De hecho, el estado de ánimo negativo es una de las causas más frecuentes de malestar en las personas, y no es una casualidad que muy a menudo se tienda a padecer la misma enfermedad.

Las verdaderas enfermedades que nos afectan son en este sentido el orgullo, la ambición, la arrogancia, la vanidad, la intolerancia, la inestabilidad, el miedo y el egoísmo. Cada uno de estos defectos del alma acaba creando un malestar, un sentido de conflicto y de desarmonía y, al final, se refleja en una enfermedad de tipo físico.

Así pues, en estas condiciones, los órganos se ven afectados por casualidad: las disfunciones que se manifiestan están en estrecha relación con el malestar espiritual que sufrimos.

Reequilibrando nuestra personalidad estamos en condiciones de mitigar o incluso eliminar los malestares físicos y podemos, de esta forma, poner en marcha nuestro proceso de curación más profundo y más verdadero: el que interviene con la curación del alma.

En este proceso de renovación, recurrir al ángel es fundamental. Cuando nos sentimos turbados por tensiones e inquietudes, tenemos que confiarnos a nuestro ángel. Por la mañana, antes de dejar que nos absorba el torbellino de las ocupaciones cotidianas, y por la noche, cuando nos llega el cansancio y nos sentimos completamente vacíos, tenemos que dirigirnos a él invitándolo a llevar a nuestra alma la paz y la tranquilidad que sentimos que hemos perdido.

El ángel puede hacer mucho por nosotros. Sólo tenemos que invocar su ayuda.

CÓMO PONERSE EN CONTACTO CON EL ÁNGEL CUSTODIO

Nuestro ángel custodio pasa mucho tiempo con nosotros. Normalmente, no conseguimos verlo y, a menudo, tenemos incluso dificultades para percibir su presencia constante a nuestro lado.

Creer en esta presencia supone gran consuelo: significa saber que no nos encontramos solos, ni siquiera en los momentos más difíciles. Con nosotros está siempre alguien que nos quiere profunda e incondicionalmente, incluso cuando no nos comportamos como debiéramos y somos conscientes de nuestros errores. El ángel está con nosotros, preparado para perdonarnos, para ayudarnos y para incitarnos a cambiar. ¿Qué tenemos que hacer para ponernos en contacto con él? ¿Cómo exponerle nuestros deseos y escuchar sus valiosos consejos?

Si los seres humanos y los ángeles viven en dos realidades distintas, ¿cómo es posible instaurar un diálogo?

En este capítulo proporcionamos algunos consejos sobre cómo buscar el contacto con el ángel. Pero esto no significa que no puedan existir otros métodos también válidos.

Cualquier método puede ser eficaz para entrar en contacto con el ángel, siempre que nos haga sentir cómodos: lo importante es que la petición se exprese con amor y confianza. Sobre todo, no podemos esperar que nuestra vida cambie de un día para otro.

Puede suceder incluso que el contacto se realice durante el sueño y, por lo tanto, de manera totalmente inconsciente. Tenemos un problema, nos dormimos y, por la mañana, nos despertamos con la sensación de haber encontrado una información fundamental, la solución a nuestro problema. Incluso esta puede ser una buena manera de relacionarse con los ángeles.

Como ya hemos dicho, los ángeles pueden aparecérsenos bajo formas humanas y sin que seamos capaces de percibirlos como tales.

También tenemos que considerar que muchísimas personas nunca han encontrado un ángel ni han percibido su presencia.

Lo importante es no perder la esperanza, teniendo confianza en buscar constantemente una vía de comunicación con nuestro ángel custodio, hasta que consigamos establecer contacto con él. Sobre todo no debemos comportarnos como si esto nos lo debieran o, peor todavía, como si fuera una especie de pasatiempo.

Recurrir al ángel presupone un estilo de vida que tendría que resultarnos natural. Con esto no tenemos que creer que nos sea necesario llevar una existencia marcada por el misticismo o, incluso, digna de un santo. Simplemente, cuando buscamos un contacto con los ángeles, significa que estamos preparados para encontrar esos momentos del día que nos servirán para la meditación y para la tranquilidad, alejándonos del ajetreo de la vida cotidiana para dedicarnos mayoritariamente a la búsqueda de la paz interior.

Todo esto no se consigue evidentemente en un día: sólo paso a paso podemos recorrer un largo camino. Y, cuando miremos hacia atrás, nos daremos cuenta de que nuestra vida ha cambiado realmente.

El lugar que tenemos que dedicar al ángel

Escogeremos un lugar que nos parezca adecuado y colocaremos en él una pequeña imagen angelical o incluso un objeto que apreciemos de forma particular o al que atribuyamos un significado especial. Si nos es posible, como pequeño acto de gratitud hacia nuestro ángel, colocaremos también un jarrón de flores. Tenemos que considerar que el «lugar del ángel» acabará brillando con luz propia, y se convertirá en una especie de isla, un pedazo de «mundo fuera del mundo».

Si no queremos que otras personas se den cuenta de su significado, podemos hacer que sea irreconocible: para nosotros será siempre y de todos modos un lugar especial.

Cómo establecer el contacto

Establecer un contacto con el ángel significa buscar el diálogo, escuchar un consejo, encontrar respuestas. No existe nada equivocado que podamos hacer. Una vez sometidos al ángel, cada petición gozará de su atención. Los ángeles están siempre preparados para acoger nuestras plegarias, siempre que estas no estén dictadas por el egoísmo y no escondan una segunda intención. El ángel es capaz de reconocer nuestras intenciones y prever las consecuencias; no se prestaría nunca a proporcionar ayuda para algo que pudiera ir en contra del bienestar de los demás.

Además, cuando llamamos al ángel para que nos ayude a afrontar un problema, es importante dejar de lado el egoísmo y dirigir un pensamiento de amor y de participación a todos aquellos que viven una situación parecida a la nuestra. De este modo, nuestra plegaria adquirirá un significado mayor, que será extensible a muchas otras personas, y nos ayudará a no permanecer encerrados en nuestras preocupaciones, sean grandes o pequeñas. Establecer un contacto es muy fácil.

Tenemos que concedernos un poco de tiempo, aunque sólo sea un cuarto de hora, y asegurarnos de que nadie pueda molestarnos.

Cerraremos los ojos y respiraremos profundamente. Nos concentraremos durante algunos minutos en el ritmo de nuestra propia respiración y, si nos es posible, intentaremos visualizar un gran espacio azul.

Recitaremos una pequeña oración:

Ángel que me proteges y estás cerca de mí todos los días, te pido que me ayudes a formular una petición (plantear un problema, pedir ayuda).

Formularemos nuestra petición y nos declararemos preparados para acoger con toda confianza la respuesta que nos llegará. Nos dispondremos a aceptar también los consejos que en un primer momento podrían dejarnos perplejos o mortificados.

Recordemos que el ángel custodio habla directamente a nuestro corazón y a nuestra mente. Nos concentraremos e intentaremos percibir su voz dentro de nosotros.

Podemos tener cerca de nosotros un lápiz y una hoja de papel sobre la que anotaremos lo que nos «suceda».

Cuando se acabe la conversación, agradeceremos al ángel su intervención:

Te doy gracias, ángel de amor, por tus sabios consejos y por tu intervención.

Permaneceremos todavía durante unos instantes con los ojos cerrados intentando entender el sentido profundo de lo que hemos percibido y, si tenemos tiempo, analizaremos con calma lo que hemos obtenido de la conversación. Recordemos que las decisiones dependen, de todos modos, de nosotros. El ángel nos «inspira» una solución, nos indica el camino que tenemos que seguir y nos reprende por nuestros errores, pero no interviene nunca directamente sobre nuestra voluntad.

Al principio, el contacto con el ángel no será fácil pero, a medida que avancemos, encontraremos casi natural el hecho de buscar momentos de diálogo con él. De esto se derivará un gran sentimiento de consuelo y de armonía y nos daremos cuenta de que incluso las relaciones con los demás tenderán a cambiar, como también nuestra forma de ver los acontecimientos de la vida y el mundo que nos rodea.

Cómo escribir un diario

Escribir un diario puede ser un sistema válido para recoger los progresos realizados a lo largo de nuestra vida. Releer su contenido y meditar sobre los acontecimientos transcurridos significa atribuir un valor a hechos aparentemente insignificantes que, si analizamos al cabo de un tiempo, pueden revelarnos mejoras y cambios de los que hasta ese momento no éramos conscientes. Sólo necesitamos un cuaderno o una agenda en la que apuntaremos todo aquello que nos parezca mínimamente significativo, además de una breve síntesis de las informaciones, inspiraciones y respuestas que se derivarán de nuestras conversaciones con el ángel. No debemos olvidar acompañar cada anotación de la fecha para tener más adelante puntos de referencia sobre los cuales poder reflexionar.

Cómo dar las gracias al ángel

Nuestro ángel custodio se merece verdaderamente todo nuestro reconocimiento, de la misma forma que se lo merecería un buen amigo en quien confiamos y que siempre está dispuesto a asistirnos con amor y comprensión.

Por lo tanto, es importante darle las gracias por el trabajo paciente que realiza cada día con nosotros.

Dar las gracias al ángel custodio significa tener fe en su presencia y recordar que no estamos solos, porque cerca de nosotros siempre hay alguien que tiene cuidado de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu y que no desea nada más que nuestro bien.

Significa hacerle un hueco en nuestros pensamientos, dirigirnos a él con devoción e invocarlo cuando necesitemos que nos ayude; no dejar nunca que los problemas y la desazón nos agobien, sea lo que sea lo que nos suceda, porque sabemos que, si se lo pedimos, el ángel nos ayudará a encontrar la fuerza para continuar y para reconquistar nuestra paz interior.

Pero expresar nuestro agradecimiento al ángel, más allá de las fórmulas que utilicemos, significa sobre todo demostrarle que escuchamos sus consejos, y la mejor forma para hacerlo consiste en cambiar nuestra conducta y nuestros esquemas de vida. Dejar de lado el egoísmo, aprender a respetar a los demás y sus exigencias, aceptar que los demás pueden tener ideas diferentes a las nuestras y permitirles expresarse sin condiciones, representa un paso hacia adelante en la comprensión universal y también significa empezar a poner en práctica las sugerencias del ángel. No despreciarlo por descuido o falta de atención, abrir nuestro corazón a los pensamientos y a los sentimientos que consigue enseñarnos, no ofenderlo con acciones y comportamientos indignos, ayudarle a cuidarnos cuidándonos a nosotros mismos y también a los demás. Nuestro ángel custodio no desea nada más, y esto es todo lo que podemos hacer para darle las gracias.

Encontrar al ángel custodio

Imaginaremos que nos encontramos bajo la bóveda celeste. El cielo es azul oscuro; un cielo nocturno. Alzaremos la mirada para buscar las estrellas y contarlas. Son muchas y cada una brilla con una luz propia particular. Observaremos todos esos puntos luminosos que bailan y se mueven en el cielo.

Si observamos bien, nos daremos cuenta de que hay una estrella que vibra con una luminosidad particular. Aislaremos esta estrella y la observaremos resplandecer en el cielo. Nos parecerá que brilla sólo para nosotros. Mientras la observemos, la estrella empezará a moverse lentamente. Atravesará el cielo y descenderá hacia nosotros.

Acercándose, se volverá más luminosa, parecerá casi que ilumina todo el cielo, haciéndose cada vez más grande. Prestaremos atención al centro de la estrella. Notaremos que empieza a delinearse una figura. La imagen se nos acercará cada vez más.

No debemos tener miedo. La luz difundirá un sentimiento de paz y de bienestar.

Descubrir los detalles y permitiremos a nuestro corazón vibrar en la dirección de la luz.

Dejaremos que se acerque con confianza y disfrutaremos del sentimiento de espera y de la emoción que se deriva de él. Estaremos atentos para percibir cada sensación, cada matiz, cada color.

Disfrutaremos del sentimiento de paz y de tranquilidad, pero también de la alegría que crece en nosotros, de la seguridad de sentirnos protegidos.

Nos concentraremos en el contacto que se establece entre nuestro corazón y la vibración de su luz.

Empezaremos a transmitir al ángel nuestro mensaje. Le daremos gracias por responder a nuestra llamada y expresaremos nuestra petición.

Podemos pedir ayuda, protección y consejo sobre un problema específico o, más sencillamente, podemos continuar manteniendo dentro de nosotros la consciencia de este extraordinario contacto, contentándonos de haberlo obtenido.

Al final, le daremos las gracias, le prometeremos amor sincero y le diremos adiós, preguntándole por la posibilidad de obtener otros encuentros. Miraremos cómo se aleja y vuelve a ser una estrella.

Mantendremos dentro de nosotros la sensación de este maravilloso contacto y la seguridad de que el ángel no nos abandonará nunca. Siempre ha estado allí, para nosotros, esperando nuestra llamada para ayudarnos, dispensando luz y amor.

LOS ÁNGELES Y LOS NIÑOS

Quién no ha tenido de niño una medalla o una figurilla representando a un ángel?

La infancia, incluso si actualmente se manifiesta la tendencia a privilegiar el componente material de la existencia, está llena de ángeles.

Pequeñas frases, graciosos dichos, imágenes, ilustraciones, todo conduce al niño hacia una dimensión angélica, y es una suerte porque todo el mundo tendría que ver alrededor suyo únicamente belleza, armonía y cariño. Esto permitiría a los más pequeños desarrollarse con serenidad: si los niños almacenan estas imágenes positivas, pueden adquirir una sensibilidad que les ayudará en los años venideros.

A veces, desgraciadamente, con el pasar de los años, es el propio niño quien interrumpe progresivamente este precioso contacto con el ángel.

Esto sucede no sólo porque no se les anima a continuar el diálogo, sino porque todo contribuye a transmitirles la idea de que crecer, y entrar a formar parte del mundo de los adultos significa, sobre todo, abandonar esta actitud de confianza y de inocencia.

De esta forma, incluso la Plegaria para el ángel custodio se convierte en una cosa «de niños», y por lo tanto, en algo que tenemos que olvidar lo antes posible.

Progresivamente, el niño pierde una parte fundamental de su propia consciencia espiritual, que tendrá que buscar de nuevo cuando sea adulto, cuando empiece a darse cuenta de que en el mundo existe algo que va más allá de la dimensión cotidiana.

Por esta razón es importante enseñar a los niños a tener confianza en la existencia del ángel custodio, ayudándolos a percibir su presencia como algo real.

Esta es la base de la que tenemos que partir para realizar el paso siguiente: buscar la manera para que el niño pueda establecer un diálogo cotidiano con el ángel y aprenda a confiarle sus problemas, a informarle de sus progresos y a compartir con él alegrías y penas.

Pero, sobre todo, es fundamental que aprenda a confiarse a él, pidiéndole protección y consejo. Únicamente de esta forma podrá establecerse una costumbre destinada a consolidarse con los años; una especie de garantía, incluso para los padres, de que los hijos desarrollarán una consciencia sólida que les impida cometer graves errores y desviarse del camino del bien.

A través de los niños, incluso nosotros mismos podemos encontrar inalterada nuestra frescura, nuestra inocencia y diálogo con nuestro ángel custodio.

PLEGARIAS

Las plegarias son la forma más antigua y más familiar de ponernos en contacto con los ángeles. Todas las plegarias se han escrito para abrir nuestro corazón y para permitir que la luz de los ángeles entre dentro de nosotros aportarnos esperanza, amor y comprensión.

Ángel de Dios (plegaria de la noche)

Ángel de Dios, que eres mi custodio por orden de la Divina Providencia, protégeme en esta noche, ilumina mi inteligencia, dirige mi cariño y gobierna mis sentimientos, para que no ofenda a Dios Nuestro Señor. Así sea.

Ángel de Dios (versión para niños)

Ángel de Dios que eres mi custodio, dirígeme y gobiérname puesto que te he sido confiado por la Piedad Celeste y así sea.

Invocación al ángel custodio

Oh Santo ángel custodio, ten cuidado de mi alma y de mi cuerpo. Ilumina mi mente para que conozca mejor al Señor y consiga amarlo con todo mi corazón. Asísteme en mi plegaria, ayúdame con tus inspiraciones, defiéndeme de todas las tentaciones y de todos los peligros.

Ayúdame a servir al Señor: no dejes de atender mi custodia hasta que no me haya llevado a la gloria eterna en el Paraíso junto a él, donde alabaremos en comunión al buen Dios durante toda la eternidad.

Ángel buenísimo.

Mi custodio, mi tutor y mi maestro, mi guía y mi defensor, mi sabio consejero y amigo fiel, a ti me han encomendado, por la bondad del Señor, desde el día en que nací hasta la última hora de mi vida.

¡Cuánta reverencia te debo, sabiendo que estás siempre y en todas partes cerca de mí!

Tengo que agradecerte con gran reconocimiento por el amor que infundes en mí, por saber que eres mi asistente y mi defensor.

Enséñame, santo ángel, corrígeme, protégeme, custódiame y guíame por el recto y seguro camino hasta la Ciudad Santa de Dios.

No permitas que haga cosas que ofendan tu santidad y tu pureza.

Presenta mis deseos al Señor, ofrécele mis oraciones, muéstrale mis miserias y ruega por el remedio de ellas de su infinita bondad y de la materna intercesión de María Santísima, tu Reina.

Vigila cuando duermo, sosténme cuando estoy cansado, sujétame cuando esté a punto de caer, levántame cuando me haya caído, indícame el camino cuando me pierda, levántame el ánimo cuando lo pierda, ilumíname cuando no vea, defiéndeme cuando pierda la lucha y, especialmente en el último día de mi vida, protégeme del demonio.

Por la gracia de tu defensa y de tu guía, permíteme por último entrar en tu gloriosa demora, donde durante toda la eternidad yo pueda expresarte mi gratitud y glorificar junto a ti al Señor y a la Virgen María, nuestra Reina.

Amén.

¡Santo ángel custodio!

Desde el principio de mi vida me has sido dado como protector y compañero. Aquí, en presencia de mi Señor y mi Dios, de mi celestial Madre María y de todos los ángeles y los santos, yo, (nombre), pobre pecador, quiero consagrarme a ti.

Quiero coger tu mano y no dejarla nunca más.

Prometo ser siempre fiel y obediente a Dios y a la Santa Madre Iglesia.

Prometo mostrarme siempre devoto a María, mi Señora, Reina y Madre, y tomarla como modelo de mi vida.

Prometo prestarte devoción, mi santo protector, y propagar según mis fuerzas la devoción a los santos ángeles que se nos conceden en estos días como presidio y auxilio en la lucha espiritual para la conquista del Reino de Dios.

Te ruego, santo ángel, que me concedas toda la fuerza del amor divino para que yo pueda llenarme de él, toda la fuerza de la fe para que no caiga nunca más en la equivocación.

Te pido que tu mano me defienda del enemigo.

Te suplico la gracia de la humildad de María para que pueda huir de todos los peligros y, guiado por ti, alcance en el cielo la entrada de la Casa del Padre. Amén.

Asísteme, santo ángel custodio, auxilio en mis necesidades, consuelo en mis desventuras, luz en mis tinieblas, protector en los peligros, inspirador de buenos pensamientos, intercesor ante Dios, escudo que rechazas el enemigo maligno, compañero fiel, seguro amigo, prudente consejero, modelo de obediencia, espejo de humildad y de pureza.

Asistidnos, oh ángeles que nos custodiáis, ángeles de nuestras familias, ángeles de nuestros niños, ángeles de nuestras parroquias, ángeles de nuestra ciudad, ángeles de nuestro país, ángeles de la Iglesia, ángeles del Universo. Amén.

Invocación del arcángel Miguel

Glorioso príncipe de la milicias celestes, arcángel san Miguel, defiéndenos en todas las batallas contra las potencias de las tinieblas y contra su espiritual malicia.

Ven a ayudarnos, que fuimos creados por Dios y rescatados con la sangre de Jesucristo, su Hijo, de la tiranía del demonio.

Tú eres venerado por la Iglesia como su permanente custodio y patrón y a ti el Señor te ha confiado siempre las almas que un día ocuparán las sedes celestiales.

Por lo tanto, ruega al Dios de la paz que mantenga sometido a Satanás bajo sus pies para que no pueda hacer esclavos suyos a los hombres ni dañar la Iglesia.

Presenta al Altísimo, junto a las tuyas, nuestras plegarias, para que descienda sobre nosotros su divina misericordia.

Encadena a Satanás y mándalo de nuevo a los abismos desde donde no pueda seducir de nuevo las almas. Amén.

Invocación a los tres arcángeles

Venga del Cielo hasta nuestras casas

el ángel de la paz, Miguel, venga

portador de serena paz y relegue en el infierno

las guerras, fuentes de tantas lágrimas.

Venga Gabriel, el ángel de la fuerza,

expulse a los antiguos enemigos y visite los templos

queridos por el Cielo, que Él, triunfador

ha hecho construir sobre la tierra.

Que nos asista Rafael, el ángel que preside

la salud; venga a curar a todos nuestros enfermos

y a dirigir todos nuestros pasos inciertos

por los senderos de la vida.

Plegarias litúrgicas

Oh Dios, que llamas a los ángeles y a los hombres para que cooperen en tu propósito de salvación, concédenos a nosotros, peregrinos sobre la tierra, la protección de los espíritus beatos, que en el cielo se encuentran delante de ti para servirte y contemplan la gloria de tu rostro. Por Cristo nuestro Señor.

Nosotros proclamamos, Señor, tu gloria que resplandece en los ángeles y en los arcángeles; honrando a estos tus mensajeros, exaltamos tu infinita bondad; en los espíritus beatos tú nos revelas lo grande y amable que eres por encima de todas las criaturas. Por Cristo nuestro Señor.

Oh Dios, que en tu misteriosa providencia mandas del cielo a tus ángeles para nuestra custodia y protección, haz que en el camino de la vida podamos ser sostenidos por su ayuda y alcanzar con ellos la gloria eterna. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Visita, Señor, nuestra casa y aleja de nosotros cualquier trampa del enemigo infernal; que tus santos ángeles nos custodien en la paz y que tengamos siempre encima de nosotros tu bendición. Por Cristo nuestro Señor.