INTRODUCCIÓN

Los chistes son, en muchos casos, la caricatura de nosotros mismos, de nuestro temperamento, de nuestros complejos y de nuestros defectos, en definitiva, de nuestra idiosincrasia individual, pero también colectiva. Sin pretender ofender a nadie, este compendio de chistes viaja por la geografía española con el firme propósito de robar la carcajada del lector, o su sonrisa.

La imagen que el mundo tiene del español es la de un tipo divertido y chistoso, en contraposición a la seriedad y frialdad del nórdico, pero el tópico va más allá, porque también hay notables diferencias entre los propios españoles.

Como se trata de reírse de uno mismo, andaluces, maños, gallegos, vascos, catalanes, madrileños y leperos se cuelan en estas páginas desplegando toda la comicidad de los rasgos tópicos que se les atribuyen en el resto del territorio español para deleite del lector.

De los andaluces se dice que son bromistas, exagerados y holgazanes. Y ellos dicen de sí mismos que se ríen hasta de su propia sombra, porque son los más graciosos entre los graciosos. Parece que la exageración es el rasgo que caracteriza a los andaluces.

Y si existen andaluces caricaturizados hasta la saciedad, esos son los leperos, protagonistas por antonomasia de mil y un chistes. En Lepe chistes y fresones se disputan el primer lugar en el ranking de productos autóctonos más apreciados y exportados a todo el mundo. La supuesta simplicidad del lepero ha inspirado la picaresca popular, con tal abundancia que ha sido indispensable dedicarle un capítulo entero en este libro.

Esa misma picaresca ha jugado al gallego una «mala pasada» porque lo ha pintado como ingenuo, candoroso y simple, yéndole a la zaga al lepero en «pobreza» de inteligencia. Pero los gallegos tienen algo de lo que carecen los leperos: las meigas, «que haberlas haylas», y que meten su nariz en alguna de estas páginas.

¿Y qué dice el tópico sobre los catalanes? Los tacha de tacaños y negociantes, siempre ojo avizor. Avaros, interesados y ahorradores, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, pero siempre catalanes, todos aparecen, porque eso es lo que dispone el inventario popular. Y no podía faltar una pequeña pero representativa muestra de una rivalidad tradicional: catalanes versus madrileños, madrileños versus catalanes, porque hay divertidos ejemplos en las dos direcciones.

Si en los chistes hay un rasgo que distingue a los madrileños del resto de los mortales, españoles o no, es la chulería. El chulo madrileño de los chistes se ve a sí mismo dotado de una excelencia y una superioridad indiscutibles, que lo erigen como el vacilón por excelencia. Si a esa prestancia se suma la peculiaridad del habla, obtenemos un inventario de chistes, también incluidos en estas páginas, que caricaturizan a los de la capital.

En contraposición a los habitantes de la capital aparecen los baturros de Aragón, provincianos pintados en los chistes como paletos y algo brutos; caracterizados también por el grado de cabezonería, alto, aunque no tanto como el de los vascos.

Sin duda, los reyes de la testarudez, según el tópico, son los vascos, que como tal son retratados en abundantes chistes. Tozudos, pero también brutos hasta la exageración, y presuntuosos, por lo que protagonizan chistes realmente desternillantes.

La caricaturización de todos esos rasgos que caracterizan a muchos de los habitantes de nuestro país, el andaluz exagerado, el gallego simple, el catalán tacaño, el madrileño chulo, el baturro testarudo, el vasco bruto, lleva a la hilaridad, pero sin pasar por la ofensa, nada más lejos de nuestra intención, porque, como dijo Groucho Marx: «La risa es una cosa muy seria».