CARACTERÍSTICAS BOTÁNICAS Y FISIOLÓGICAS

El peral pertenece a la familia de las rosáceas y al género Pyrus, que incluye numerosas especies que se clasifican en especies «occidentales» y «orientales».

Pyrus communis, originario de Asia, de donde provienen las numerosas variedades cultivadas por selección natural o tras mejoras realizadas por el hombre, forma parte de las especies occidentales.

Pyrus communis pyraster crece en estado salvaje en distintas zonas mediterráneas y se utilizaba antes como portainjerto.

Pyrus salicifolia y Pyrus amygdaliformis son otras dos subespecies que viven en climas cálidos y áridos, pero no presentan ningún interés para el cultivo.

Pyrus ussuriensis, Pyrus calleryana, ornamental, Pyrus betulifolia, empleada como portainjerto, etc., pertenecen a las especies orientales; Pyrus serotina, caracterizada por sus frutos redondos y jugosos (pero de mala calidad) y su poca necesidad de frío.

Se distinguen en el peral dos partes esenciales: la parte aérea y el aparato radical. En el caso de los perales cultivados, esas dos partes no pertenecen a la misma planta, ya que el sistema radical lo proporciona el portainjerto, que tiene sus propias características. En su forma natural, el ramaje alcanza una altura y una expansión notables. Las ramas de la estructura sostienen las ramas de frutos o coronas que producen a su vez los dardos y luego las yemas fructíferas.

Los brotes, producidos por yemas de madera, empiezan a desarrollarse en primavera, terminan su crecimiento en agosto y pierden sus hojas en noviembre. En la axila de esas hojas se han formado nuevas yemas que permanecen latentes durante todo el invierno.

Las flores, reunidas en inflorescencias (corimbo) son hermafroditas, de pétalos blancos, muy visibles; tienen numerosos estambres y un ovario compuesto por cinco carpelos provistos de dos óvulos. Si todos estos son fecundados, la pera contendrá diez pepitas.

La forma de los frutos es muy variable. Va de la forma típica, medianamente alargada, a la forma redondeada y con tendencia esferoidal pasando por la forma más ahusada.

El pedúnculo (longitud, espesor y ángulo de inserción) también es típico de la variedad. El color de la epidermis es a menudo verde (que tiende al amarillo en la madurez), pero ciertas variedades están punteadas de rojo o presentan zonas rojas. Las peras completamente rojas son muy poco habituales.

Tipos de ramas: a) rama de madera de un año; b) y c) ramas de fruta de distinta edad

Aspectos biológicos

El peral tiene una larga vida (más de sesenta años si las condiciones son favorables). A un periodo juvenil improductivo le sigue una fase de productividad estacionaria y luego una fase de crecimiento. En el cultivo industrial, el árbol es sustituido cuando ya no proporciona un rendimiento rentable. En el peral se puede distinguir un ciclo de vegetación y un ciclo de fructificación. El primer proceso es anual y se subdivide en tres fases:

 desarrollo de las yemas (de abril a junio-julio);

 elaboración (desde julio hasta la caída de las hojas);

 descanso (desde la caída de las hojas hasta el mes de abril siguiente).

Cada una de estas fases está regulada por hormonas que influyen en el proceso de nutrición, vegetación y reproducción.

La fotosíntesis es una función fundamental en las fases de crecimiento y elaboración (es decir, de abril a octubre). Se trata de un proceso por el que las plantas con clorofila transforman la energía luminosa de origen solar en energía química, utilizando el agua absorbida por las raíces y el gas carbónico absorbido por las hojas para producir azúcares, almidón, así como otras sustancias orgánicas que la planta necesita.

El fruticultor deberá, en consecuencia, utilizar todos los medios disponibles para garantizar la integridad y la eficacia de las hojas contra los distintos factores que pueden atacarlas:

 parásitos vegetales o animales;

 carencias nutritivas;

 exceso de sombra, etc.

El primer síntoma del mal funcionamiento de las hojas se caracteriza por la atenuación del color verde. Si la actividad de la vegetación es demasiado intensa y las yemas crecen con demasiado vigor, la fructificación se verá entorpecida. Se constata este fenómeno con mayor frecuencia en los árboles jóvenes injertados en portainjertos vigorosos, y en los que han sido podados en exceso.

La actividad en la producción

La fructificación del peral dura dos años y se realiza entre los quince y dieciséis meses aproximadamente. Durante el primer año, a principios de verano, las yemas florales se forman sobre la madera de una edad de dos a tres años. Provienen de yemas inicialmente indiferenciadas en cuyo interior surgen poco a poco los futuros órganos de la flor.

En el transcurso del verano y el otoño, se observa una diferenciación progresiva de esos tejidos y la formación del cáliz, los pétalos, los estambres (órgano masculino) y el pistilo (órgano femenino que comprende el ovario).

La diferenciación continúa tras el periodo invernal con la formación de los gránulos polínicos y los óvulos. Las yemas son las primeras que crecen y se abren en el mes de marzo, dejando paso a las flores completas preparadas para ser fecundadas. La fecundación comprende dos fases:

 la polinización, es decir, el transporte del polen por las abejas al estigma del ovario;

 la fusión del núcleo espermático del polen con el núcleo femenino. De esta fusión se forma la pepita, mientras el ovario y los tejidos que lo envuelven, que se abren rápidamente, dan lugar al fruto. Este proceso se llama granazón.

Obsérvese que el polen de una flor no es capaz de fecundar el ovario de la misma flor ni el ovario de flores pertenecientes a la misma variedad. En efecto, las distintas variedades de peral son, como muchas otras especies, en parte autoestériles. Es, pues, evidente que una peraleda, constituida por una sola variedad, lejos de otros grupos de perales, no puede fructificar.

La interfecundación o fecundación cruzada, por establecimiento de una variedad polinizante, asegura su buena fructificación.

A medida que avanza la estación, los frutos fecundados crecen poco a poco, y una parte de estos cae a menudo entre mayo y junio según la competencia nutritiva. En algunas variedades, los frutos pueden desarrollarse incluso sin fecundación y alcanzar la madurez sin pepitas (partenocarpia).

En todos los casos, el fruto se enriquece progresivamente de lo que elaboran y producen las hojas (azúcares, ácidos, celulosa, etc.) y de elementos absorbidos por las raíces (sales minerales como calcio y potasio), y madura poco a poco (maduración de finales de junio a mediados de octubre según las variedades).

Una pera madura contiene de media más de un 80 % de agua, de un 10 a un 12 % de azúcares y un 0,5 % de ácidos. El contenido en vitaminas no es muy alto, pero los componentes del fruto tienen en conjunto un gran valor dietético, que permanece, por así decirlo, inalterado durante varios meses después de la cosecha.

Con un portainjerto reproducido por siembra, el peral no empieza a dar sus primeros frutos hasta después de muchos años; su periodo juvenil, caracterizado por yemas vigorosas, hojas pequeñas y ramas espinosas es, en efecto, muy largo.

En cambio, el peral injertado sobre membrillero fructifica bastante rápidamente. La precocidad de la fructificación depende de la aptitud que tiene el árbol para formar yemas fructíferas a partir de los primeros años. Esta característica, relacionada con la variedad pero sobre todo con el portainjerto, está influida positivamente por una gran disponibilidad de producción de hojas y de sustancias nutritivas, así como por la presencia de hormonas particulares, generadas por las hojas y las raíces.

El peral es raramente objeto de vecería o alternancia productiva, incluso si a un año de gran rendimiento le sigue generalmente un año de producción más reducida. Es la razón por la que se practica raramente el aclareo de frutos. Se tiende, al contrario, a regularizar la cantidad de frutos producidos por la poda de fructificación, efectuada desde finales de diciembre a finales de marzo.

En el cultivo moderno del peral, se tiende a privilegiar los árboles de crecimiento reducido ya que presentan una buena relación entre la cantidad de producción y el volumen de la vegetación. Eso permite aumentar la densidad de la peraleda y obtener, desde los primeros años, una cosecha por hectárea importante.

Añadamos por otra parte que las operaciones de cultivo quedan facilitadas igualmente en razón de la menor altura. Se emplea a dicho efecto un portainjerto como el membrillero, y se aplican eventualmente sustancias químicas que tienen la propiedad de bloquear la acción de las hormonas naturales de crecimiento.

Inflorescencias y flores de peral. En la sección de la flor se observan los estambres (órganos masculinos) y el ovario. A la izquierda, una abeja libando asegura la polinización. La fecundación tendrá lugar y le seguirán la formación de las pepitas y del fruto

La actividad de las raíces

Es preciso, para aplicar de modo racional las prácticas de cultivo, poseer algunos conocimientos sobre la morfología y las funciones del aparato radical que pertenece, en el caso de los perales cultivados, al portainjerto. En un terreno uniforme, la masa de las raíces absorbentes se sitúa a una profundidad comprendida entre veinte y veinticuatro centímetros, y se extiende horizontalmente mucho más allá del perímetro de la vegetación. Las grandes raíces cerca del tronco tienen una función de fijación y no de absorción, y es preciso tenerlo en cuenta durante el riego y el abonado.

Las raíces no tienen un periodo de descanso tan prolongado como el de la vegetación. A partir de mediados de febrero, reinician su crecimiento con la formación de raicillas y pelos de absorción. Esta actividad, que anuncia el despertar de las yemas en las ramas secundarias, se intensifica a lo largo de la primavera, disminuye en verano y se reanuda en otoño. Por su actividad, las raíces absorben el agua y las sales minerales del suelo, y contribuyen así a la función fotosintética de las hojas y a la formación de todos los compuestos orgánicos. Existe, en consecuencia, una interdependencia permanente entre el aparato foliar y el aparato radical.

Los elementos minerales mayoritarios o macroelementos que necesita el peral y cuya carencia puede constituir un factor limitante son el nitrógeno, el potasio, el fósforo, el calcio y el magnesio. Entre los microelementos, necesarios en muy pequeñas cantidades, figuran el hierro, el cobre, el cinc y el boro.

Trataremos de nuevo este problema cuando se explique el tema de los abonos.

Profundidad, en un suelo uniforme, del aparato radical de peral, injertado sobre pie franco (primera gráfica) y sobre membrillero (segunda gráfica)

La actividad hormonal

Hemos visto que los procesos vegetativo y productivo estaban regulados por hormonas. Para un árbol de grandes dimensiones como el peral, esta actividad reviste una gran importancia fisiológica. Desde un punto de vista práctico, ofrece la posibilidad de administrarle sustancias hormonales sintéticas para regular su crecimiento y su fructificación. Las hormonas de crecimiento (auxina y giberilina) pueden ser frenadas en su acción por productos sintéticos como los CCC, SADH, etc. con el fin de limitar el vigor y el crecimiento demasiado rápido de ciertas variedades durante la fase juvenil y aumentar la cantidad de yemas fructíferas, anticipándose así la fructificación. Se habla ya de «poda química».

Se conocen otras técnicas desde hace tiempo, como por ejemplo el empleo de etileno para acelerar el proceso de maduración de los frutos, la aplicación de ácido indolbutírico (auxina de síntesis) para favorecer su arraigamiento, el uso de hormonas contra la caída prematura de los frutos, etc.

Como puede observarse, se trata de sustituir la acción de las hormonas naturales producidas por la planta o de completarla si es insuficiente.