A mí me toma por sorpresa la noticia del 23 de julio de 2003: tengo cáncer del páncreas. Ése es un drama que no tiene dimensión, porque de un minuto al otro tu vida cambia completamente. Ésa es la gran, gran sorpresa de mi vida. Cuando era niña también tuve un dolor nunca superado, perder a mi padre a los siete años. Pero ahora descubro que soy vulnerable, que soy mortal. Amo demasiado la vida, tengo tanta energía y proyectos que la posibilidad de una muerte anunciada me agarra fuerte, feo.
Yo tenía un punto del lado derecho del costado, todos los doctores que vi –cuatro con diferentes especialidades– me diagnosticaron mal. Detectaron que tenía colitis. Les parecía normal que teniendo tanto trabajo, siendo nerviosa y acelerada, tuviera colitis. No parecía más grave que eso: era simplemente un dolorcito del lado derecho. Tuve que cerrar ese año la edición de Guadalupe en mi cuerpo como en mi alma, y tenía una tensión editorial fuerte para que todo saliera como yo quería. Luego vino la exposición: “Guadalupe en la cultura popular” con las fotos del libro en las Rejas de Chapultepec; estas fotos dieron tanto gusto a la gente que acudía durante su paseo de fin de semana, que permanecieron ahí cuatro meses.
El punzón del lado derecho seguía presente, “desde luego, es la colitis”. Hasta un día que me fui de vacaciones a Puerto Vallarta. Y allí ¿cuáles nervios, cuál tensión? Era mar, caminatas, puestas de sol y arena fina en los pies. Con cada ola, esperaba el regreso de mi energía, salud, armonía. Volví con el malestar, y desde el aeropuerto, llamé a un doctor para otro examen médico. Ese dolor me salvó la vida. Supimos a tiempo que se trataba de un tumor encapsulado. Aun así, con el diagnóstico perdí totalmente mi centro, perdí el norte, se me movió el piso. El doctor amenazó con operarme al día siguiente a las siete de la mañana y, gracias a Dios, una intuición me dijo: “No te vas a dejar operar, porque no es tiempo todavía, primero hay que investigar un poco más”. Es importante saber que un tumor toma años en desarrollarse, entonces no hay ese estrés de “ahorita para fuera”. La operación del páncreas es larga (nueve horas) y la recuperación dura meses.
Entonces me fui a Houston a obtener otro diagnóstico y después de eso quedé mucho más tranquila.
Aprendí a escuchar a mi ser interno. Sentí que no era el momento para la operación, sino que simplemente era tiempo de respirar hondo, de hecho, tuve una doble intuición: la primera, ir al máximo centro de lucha contra del cáncer, que es el hospital M.D. Anderson de Houston; la segunda, escucharme a mí misma, entender cómo me siento realmente, qué puedo arreglar y qué es lo que no debo hacer.
Por eso decidí no darle gusto a los doctores. Con claridad les dije: “Miren, no voy a hacer parte de sus Guinness Book of Records. No necesito que digan: “Marie-Pierre se curó cien por ciento”. ¿Por qué? Puedo perfectamente vivir con un tumor controlado; incluso, tengo más energía que nunca, más proyectos que nunca y más alegría que nunca.
Esta época, sin duda, ha sido la más difícil pero también la mejor, porque una noticia así te obliga a vivir tu presente. Te fuerza a salirte de ti misma o a meterte dentro de ti, en mi caso, a veces, tenía yo el blues y otras me sentía envuelta en una nube de nostalgia, de vez en cuando con depresión ligera. Ya no tenía tiempo para melancolías o distracciones, me era necesario agarrar el tumor para desaparecerlo.
Eso que te dicen todos los maestros espirituales de vivir el aquí y ahora, una enfermedad grave también te lo avisa. Sueltas el pasado, porque un tumor quiere decir que hay algo en tu vida que está mal resuelto. Y el futuro no te pertenece.
Yo no había tomado conciencia de todo lo que estaba tragando, superando, escondiendo para vivir. En mi caso hubo traición que traté de tapar, de arreglar, de olvidar, y de perdonar. La enfermedad está allí para decirte: “Ojo, hay algo que estás haciendo en contra de tu camino real, de tu esencia”. Eso fue útil, porque ahora he soltado consciente, los amarres del pasado que me hacían sufrir. Y al casi lograrlo me siento más ligera. Una enfermedad agresiva es una invitación a vivir tu presente. Tomo esta gran enfermedad como una prueba. Estoy en ese proceso de entender qué me está avisando.
Mi recorrido por la vida ha sido inmensamente rico, en todos los sentidos de la palabra. Me nutría del pasado, justamente para los libros, para el trabajo editorial, para el conocimiento, para la cultura, vivía en el futuro por los tiempos marcados de las publicaciones. Tal vez, hice todo eso de una forma equivocada, nostálgica, no me enfoqué en la vivencia del hoy.
El pasado de México y el mío son muy ricos, pero ahora estoy en proceso de averiguar para qué es el presente y poder vivirlo más intenso.
A veces me siento desconcertada. Nadie está preparado para la muerte, nadie está preparado para una enfermedad que puede ser complicada. Pero mi entusiasmo, mi amor hacia la vida, todos mis proyectos me ayudan. Todos tenemos la posibilidad de curarnos. Está en uno lograrlo. Si eres un ser profundamente depresivo, si en un accidente de coche se murieron tu marido y tus dos hijos, pues claro que te vas para abajo. O si, de repente, has perdido una chamba o una responsabilidad fuerte, tu cuerpo duele y llora. Pero si no es eso, creo que uno realmente puede salir del hoyo. Nuestra mente es infinitamente más fuerte que nuestro cuerpo, aunque éste es de gran nobleza y se renueva constantemente, y ahora más que nunca, porque estamos en la punta de toda la investigación prodigiosa del siglo XXI. La medicina paralela, la acupuntura, las armonizaciones, el reiki, el yoga, el tai chi, aligeraron la vida ayudándome a tolerar los efectos secundarios de la quimio y de la radiación. El encuentro de Oriente y el Occidente a mí me salva.
Mi presente se ha vuelto más rico por el inmenso testimonio de amor que recibo de varias partes, de mis amigos. No sabía que era tan popular. Les juro que no lo sabía. Eso me ha fortalecido mucho. Realmente creo en el apoyo del pensamiento positivo, de la oración, del amor.
Creo que en sólo cuatro meses mi hijo Eric agarró diez años de madurez, se volvió como un hermano mayor. Ha cambiado su vida. Toma responsabilidades que antes no asumía. Nuestra relación, que siempre había sido muy cálida y muy fuerte, se ha vuelto aún más indestructible.
En mis libros hay un profundo amor a México. El hecho de haber nacido en Francia me da otra perspectiva, como la que tiene Elena Poniatowska, que por haber nacido en París también ve y siente México a su manera, distinta de la mía, pero similar en que ambas elegimos nuestras raíces mexicanas.
Por medio de mis libros exploro, quiero y comparto a México. Con este último todo el mundo me dijo: “Ay, cómo no se nos ocurrió escribir antes sobre la Guadalupana”. Quizás para hacerlo era necesario ese distanciamiento.
Quisiera compartir con quienes lean este texto, con la gente enferma, la idea de que tienen la posibilidad de curarse si quieren hacerlo. Una cosa es depender de la cirugía, de los tratamientos y del avance de la ciencia. Otra es decidir en tu alma, en tu corazón, en tu ser profundo, que tienes que vivir porque te gusta la vida, porque la enfermedad es sólo una prueba en el camino. Juro que sales adelante. Sí se puede.
A mí me gustaría ser recordada por la alegría de vivir, por el entusiasmo. Siento a través de la visión de México que he compartido en mis libros, que he ayudado a otras personas a ver la inmensa riqueza del país de manera distinta. Después de Casa mexicana, Casa poblana, México, Casas del Pacífico, han salido una cantidad de libros de arquitectura que antes no existían y siento que son hijos, nietos y primos de esos primeros libros. Eso me hace feliz. Ahora me acaban de decir que robaron la tienda en las Rejas de Chapultepec en donde estaban nuestros libros, objetos, pósters. Me llamaron apenadísimos, pensando “¡Qué horror!, ¿cómo se lo vamos a decir?” Yo lo tomé como un elogio. Siento que estoy dejando semillas, una cierta sensibilidad y sensualidad. En los libros nuestros sale el humo en el platillo y en la sopa. En los libros de arquitectura creo que puedes acariciar las páginas. En el libro sobre la Virgen de Guadalupe, la sientes por dentro en lo más profundo de tu cuerpo y se te enchina la piel.
Publicar Guadalupe y la exposición de sus fotos en las Rejas de Chapultepec justo en el momento en el que me descubrieron el cáncer, fue un milagro guadalupano, un ancla que me ayudó a luchar y a vivir; ha sido una suerte increíble, un gran apoyo, una bendición.
Somos mucho más de lo que parecemos ser. Quiero invitarlos para que a partir de la experiencia de mi cáncer, en los libros que he publicado, en donde plasmé mi esencia, se atrevan a ser, se arriesguen a crecer hasta su verdadera dimensión. No le tengan miedo al miedo. Ahora mismo estoy descubriendo una dimensión que desconocía y aún no he terminado. Está en nosotros la curación de un mal físico, de un mal mental, de un mal espiritual. No me cabe duda. Como Nietzsche decía: “Somos escultores de nuestro propio ser”. Y hay que hacerlo. La vida es demasiado corta para ser pequeña.