CAPÍTULO UNO

EL VENTRÍLOCUO

Un día –dice el ventrílocuo–, me di cuenta de que mi muñeco me tenía atrapado y que yo no era libre. Él había tomado las riendas de mi relato. Cuando decidí liberarme, el muñeco quedó supeditado a mi voz. Hoy vivo atento para que él no tome otra vez el mando.

SOLER & CONANGLA

VENTRÍLOCUO

Ventriloquia: palabra derivada de ventrílocuo, que a su vez proviene del latín ventrilocuus, «el que habla con el vientre». Es el arte de modificar la voz para imitar otras voces u otros sonidos. Dado que la ventriloquia está orientada al mundo del espectáculo, forma parte de la brillantez de la actuación el que la emisión de voz se haga de la manera más discreta posible, esto es, que el ventrílocuo sea capaz de dar voz al muñeco sin mover, o casi sin mover, los labios, de modo que una vez proyectada la voz, parezca originarse efectivamente en el propio muñeco. En un principio se pensó que era el resultado de un uso poco corriente del estómago durante la inhalación, y de ahí su nombre del latín venter, «estómago», y loqui, «hablar». La práctica de la ventriloquia se realiza casi siempre mediante un diálogo, generalmente cómico y/o sarcástico, entre una persona y un muñeco al que aquella le presta la voz. Estos muñecos se denominan dummies.8

SOY EL VENTRÍLOCUO

Me presento: soy el ventrílocuo. Soy muchos yoes en acción. Distintos, diversos, singulares, les permito que tomen protagonismo en función del momento. Yo hablo a través de ellos. Ellos me representan. Soy su dios: yo los creo y les doy vida. Yo los callo y los elimino. Ellos me constituyen; son fragmentos de mí mismo con cierta autonomía.

Cambio de muñeco en función del personaje y de la imagen que me interesa mostrar y, de tanto cambiar los muñecos, ya no sé cuál me representa en mi esencia. A veces me pierdo entre tanto personaje. En todos hay presente algo de mí y también algo que me huye. Para no sentir la soledad de ser solo uno, me disperso, divido, disemino, en los diferentes roles que me representan.

Me sé vulnerable, y por ello, escondo determinados aspectos de mi persona y resalto otros. He creado personajes falsos que no se parecen a mí, pero que encajan y cumplen las expectativas de los otros. Convivo entre la verdad y la mentira, caminando por un fino alambre que en cualquier momento se puede romper.

Soy el ventrílocuo: procuro dar unidad a lo que soy y, al mismo tiempo, intento protegerme del posible daño que puedo recibir si me muestro demasiado.

El ventrílocuo es la representación metafórica de nuestro yo consciente, esa parte del cerebro ejecutivo que, de forma parecida a un director de orquesta, da la entrada, marca el ritmo, acalla, impulsa, coordina los diferentes intérpretes y voces internas que nos representan.

YO Y MIS MUÑECOS

Yo soy yo y mis circunstancias.

José Ortega y Gasset

Diversos muñecos representan al ventrílocuo, que es el resultado de las múltiples combinaciones, interacciones, dominancias y predominancias de unos sobre otros; de las relaciones de poder o de sumisión que establecen; de las ausencias, del abandono y del enmudecimiento de algunos muñecos que el ventrílocuo no deja asomar.

El ventrílocuo propone y los muñecos disponen, o ¿tal vez es al revés?, ¿los muñecos proponen y el ventrílocuo dispone?

No siempre el ventrílocuo ostenta el mando de la situación. A veces, por imperativo de supervivencia, los muñecos toman el poder y empiezan a comportarse sin control: a ironizar, a insultar, a decir lo indecible o lo que siempre se había evitado expresar; a comportarse descaradamente o a burlarse de lo que se consideraba más sagrado. En momentos así, el ventrílocuo queda mudo, contemplando, asombrado y con terror, cómo estos personajes surgen de su interior. Afortunadamente, o no, esta situación no suele alargarse en el tiempo.

Avergonzado, quizá sintiéndose culpable, el ventrílocuo consigue guardar en el baúl a los personajes sublevados. Nuevamente amo de los hilos, intenta recuperar el relato.

ESCUELA DE VENTRÍLOCUOS

Yo no sé muchas cosas, es verdad.

Digo tan solo lo que he visto.

Y he visto:

que la cuna del hombre la mecen con cuentos,

que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,

que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,

que los huesos del hombre los entierran con cuentos,

y que el miedo del hombre...

ha inventado todos los cuentos.

Yo no sé muchas cosas, es verdad,

pero me han dormido con todos los cuentos...

y sé todos los cuentos.9

Nacemos, y como escribió en este bello poema León Felipe, nos duermen con cuentos. Y también nos despiertan con teatrillos de títeres que a veces nos asustan, otras nos hacen reír y que siempre nos enseñan.

Observamos a nuestros mayores. Asistimos a numerosas funciones de teatro y, como espectadores, respondemos a la representación que han preparado para nosotros. Comedias, tragedias, dramas, monólogos, actos sacramentales, teatro humorístico... se suceden en escenarios diversos. Nos conmovemos, nos asustamos, reímos, aplaudimos o nos escondemos, según los personajes y su papel en la función.

De pequeños somos esponjas y absorbemos lo que vemos y oímos. Hay conductas que nos impactan profundamente y que integramos en nuestra memoria emocional. Sea agradable o no, a veces podemos sorprendernos a nosotros mismos reproduciendo aquella forma de actuar.

«¡Igualita que mi madre!», se horrorizaba una conocida que, precisamente, no se llevaba demasiado bien con ella. Había reproducido una expresión, un tono de voz e incluso una expresión facial que nos la habían recordado a todos los que la oímos.

APRENDEMOS A ESCONDERNOS

La culpabilidad, la vergüenza y el miedo son los móviles inmediatos del engaño.

DANIEL GOLEMAN

Desde la infancia, nuestros adultos nos ofrecen su repertorio de actuaciones.

Nos sorprendemos al darnos cuenta de que cada uno de ellos puede ser diversos personajes: está la madre cariñosa, pero también la que chilla cuando algo no va bien, o la que se queja para llamar la atención; o el padre paciente y alegre, competente y capaz de arreglarlo todo, pero que, ante determinado inconveniente, sale golpeando la puerta. Vemos que se manifiestan en múltiples personajes que parecen no tener nada en común. De ellos aprendemos a escondernos detrás de nuestros muñecos y a fabricar protecciones y defensas.

Nos sentimos inseguros. Nos desorientan esos adultos cambiantes. ¿Acaso sabemos cuándo va a aflorar el personaje que más tememos? Aprendemos a movernos de puntillas, a hablar bajito, a ir con cuidado para no despertar al muñeco desagradable que hemos tenido la oportunidad de conocer. Para no sufrir por su hiriente relato, empezamos pronto a crear nuestros propios personajes, aquellos que expresan lo que nosotros no nos atrevemos a expresar; los que luchan cuando nosotros estamos escondidos bajo la mesa o protegidos bajo las sábanas; los que se insolentan, chillan y se rebelan cuando nuestro yo real está acobardado, mudo, siente vergüenza o tiembla de miedo.

Escuela de ventrílocuos. Aprendemos para sobrevivir. Y así surgen nuestros muñecos, que dialogan con los muñecos de los demás. De este modo, nos protegemos representando guiones escritos por otros para mantenerlos contentos, no defraudar sus expectativas y lograr que nos quieran más. Puede suceder que llegue un momento en el que ya no recordemos cuál es nuestra verdadera voz y cuáles son nuestras propias palabras. Entonces, cuando nos damos cuenta de que vivimos escondidos, tenemos la oportunidad de recuperar el control de nuestra voz y el contenido de nuestro relato.

EL HILO CONDUCTOR

Cambiar de respuesta es evolución; cambiar de pregunta, revolución.

JORGE WAGENSBERG

Repetimos, memorizamos, imitamos y emulamos a las personas que nos educan. No siempre el resultado nos produce bienestar y, por ello, nuestra mente invierte mucha energía en buscar un hilo conductor que unifique y dé coherencia a los diversos episodios que vamos viviendo. El objetivo es evitar el sufrimiento que surge cuando estamos divididos por dentro; cuando lo que pensamos, sentimos y hacemos está en contradicción. Y, en lugar de modificar conductas, pasamos a modificar nuestro relato. Así se inicia el autoengaño.

Lo cierto es que este proceso puede ser complejo. Hay quien no consigue hilvanar los fragmentos y se queda con un relato de vida seccionado y sin unidad. Otros logran elaborar todo un libro de ciencia-ficción, en el que hay más imaginación que realidad.

No vale echar las culpas a los demás del resultado de nuestra obra. Es clave comprender que, por pésima que haya sido la escuela de ventrílocuos en la que nos hayan educado, no estamos predeterminados a proseguir en esa línea. Una vez adquirida la conciencia, nos convertimos en responsables de nuestro guion, de nuestra interpretación, de nuestra función y de la gestión de los diversos muñecos-personajes que nos constituyen.

El ventrílocuo puede resistir muchas cosas, menos la tentación de ser un muñeco.

VENTRÍLOCUO SIN GUION PROPIO

Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo.

LUDWIG WITTGENSTEIN

¿Quiénes han sido los guionistas de nuestra historia?

¿La hemos escrito nosotros, o bien se han encargado otros?

En nuestros primeros años han sido muchos los cocreadores de la obra:

Nos llovieron ideas, mensajes, consignas, creencias...

Nos llovieron muchos «debes», «has de», «tienes que»: sentir, decir, ser, hacer…

Nos pasaron el peso de muchas expectativas sobre lo que teníamos que ser y lo que debíamos hacer, lo que era correcto o incorrecto, lo bueno o lo malo.

Así, hay quien narra una historia que no siente suya y la interpreta con poca convicción. Desconectado de sí mismo y sin pasión, puede acabar representando una burda comedia o tragedia. El ventrílocuo puede sentir rechazo hacia sus muñecos por lo mal que representan la obra, y desprecio por el público asistente, que aplaude la pésima representación. Realmente patético: algo no va bien.

EL MOMENTO DE REESCRIBIR EL PROPIO GUION

Sé tú mismo, el resto de papeles ya están cogidos.

OSCAR WILDE

Cuando tomamos conciencia, ya no valen excusas. Toca reescribir el guion.

Es momento de buscar los pedazos que se quedaron sin encajar.

Es hora de soltar lo heredado de otros, separando lo propio de lo ajeno. Es preciso recomponerse, recrearse, enfrentarse a la página en blanco, a la arcilla informe, y empezar a crear la propia obra.

Hay quien se rinde sin luchar. Tiene que ver con la comodidad, la debilidad, la falta de asertividad, la rutina, el miedo al rechazo, la inseguridad... Entonces, se queda solo como intérprete del guion de otros, introduciendo los cambios que estos le van dictando sobre la marcha. Intentando contentar a todos, no contenta a nadie, y menos a sí mismo. Es un ventrílocuo descabezado porque otros piensan en su lugar y acaba provocándose más dolor del que quería evitar.

El hilo conductor que me llevó a ella fue una camisa. Yo la compré en un almacén del centro de Cali y esta excedía mi talla. Como no quería guardarla para siempre en el armario, me puse a pensar qué haría con ella. Cuando caminaba por la calle Candela, leí un letrero que decía: «Se arregla ropa de hombre y de mujer, se pegan hebillas y botones y se reducen tallas».

Rápidamente llegué a esa casa y toqué tres veces. Enseguida me abrió la puerta ella y, desde ese momento, me di cuenta de que Salomé iba a ser una mujer muy importante en mi vida. Después de que nos miramos por un largo espacio, yo rompí el silencio y le dije:

—Señora, vengo a ver si me puede arreglar esta camisa. Mi cuerpo no va de acuerdo con la talla.

—No se preocupe —me dijo—, aquí se arma y desbarata lo que usted quiera; si tiene rota el alma y se le han ido diez puntadas al corazón, aquí se los remendamos.

—En eso estoy de acuerdo. Si me puede remendar el corazón y entretejer el alma, se lo agradecería.

Ella me redujo la camisa, y con sus besos y caricias, me remendó el corazón y reparó mi alma. Pero un día el hilo conductor se rompió porque vino otro insensible y le dejó sangrando el corazón y le envenenó el alma. Yo tuve que aprender sastrería, pero no pude recoser las puntadas que se le habían escapado; tampoco pude desmancharle el alma. Salomé anda por ahí con el corazón en la mano, mostrándolo a las mujeres, y con un antídoto y un veneno en el bolsillo de su chaqueta, cada beso que da puede curar o matar a quien lo recibe.10

La cuestión es que no siempre aparece una Salomé en el camino, y esa persona capaz de remendar almas rotas deberemos ser nosotros mismos.

¿Quieres realizarte y conseguir objetivos? Date permiso.

¿Hay algo que no ves claro en tu vida? Indaga y ve al fondo.

¿Quieres que los demás te entiendan? Entiéndete tú primero.

¿Hay algo a lo que temes? Trabaja la confianza.

Y, por favor, no lo intentes. ¡Hazlo!

ORÍGENES

Nos hacemos con los demás.
Si me explicas tus recuerdos, te diré quién eres o quién no eres.

—¿Recuerdas bien tu infancia? —pregunta Ventrílocuo.

—La recuerdo bastante bien, por más que se dice que es un mundo secreto para cada persona —dice Muñeco.

—¿Cómo fueron tus orígenes?

—Yo estuve de suerte. Decía Dostoievski que quien tiene recuerdos felices de su infancia está salvado para siempre. Yo dispongo de muchos buenos recuerdos, y sé que, por más difícil que me sea la vida, cuento con una especie de salvavidas que evitará que me hunda. Llevo mi infancia incorporada; no la he dejado de lado.

—La infancia es nuestro punto de partida. ¿Cómo fue la tuya? ¿Amas tus orígenes? ¿Cómo era tu familia? ¿Sabes realmente quiénes eran tus padres? ¿Cómo hubieras deseado que fuesen?

—Me haces demasiadas preguntas, Ventrílocuo. Yo pienso que he sido afortunado en el sorteo genético, una mezcla de destino y de azar. Aparecí en un grupo humano llamado familia que ha condicionado mi vida, y no me ha ido tan mal.

—¿Por qué lo sientes así?

—Eran buena gente; humildes, trabajadores. Intentaban cuidarnos lo mejor que podían. Luchaban para seguir adelante. Me respetaron, no me maltrataron. Algún grito o castigo, como era habitual en la época, pero nada me faltó, e incluso me dieron estudios, cosa nada habitual entonces.

— ¿Qué te preguntas sobre ellos?

—Si me amaron realmente. ¿Por qué me trajeron al mundo? ¿Qué supuse yo en su vida? Tal vez era lo que tocaba hacer: tener hijos. A veces, pienso que no se plantearon realmente para qué traer hijos al mundo. Nos trajeron, simplemente; quizá por impulso de preservar la especie, o acaso por mandato social.

—Así, ¿los habrías escogido a ellos de haber podido, o hubieras cambiado algo?

—Es una pregunta comprometida para mí. Si cualquier persona hiciera una carta-petición de padres, seguramente no darían el perfil los dos. Si te soy sincero, uno de los míos lo daría más que el otro, e indudablemente hubiese cambiado muchas cosas de ambos.

—¿Y serías quien eres ahora de haberlos cambiado?

—Seguramente, sería distinto. Nos hacemos personas con los demás y, sin duda, quienes nos educan en la primera etapa de nuestra vida colocan unos fundamentos en nuestra casa personal que van a condicionar lo que a partir de esa base queramos construir. Yo he tenido que recolocar algunas piezas destruyendo las anteriores, porque mi base era inestable y lo que ponía encima se caía. Me costó tiempo aprender que, aunque la aportación de mis padres me había condicionado, no estaba determinado a perseverar en lo que estaba mal colocado. Me di cuenta de que tenía la potestad de cambiar lo que no funcionaba, a pesar del mucho trabajo que me supuso.

—Y todo esto, ¿cuándo sucedió?

—En mi caso fue cuando los sueños de la adolescencia se esfumaron y me encontré con quien realmente era. Lo que vi no me gustó demasiado. Tantas personas habían puesto la mano en mi masa que no reconocía como mía la figura que estaba emergiendo.

—¿Y qué hiciste?

—Primero, quejarme amargamente; luego, rechazarme a mí mismo; más adelante, culpar a mis padres, a mis maestros y a los demás. —¿Qué te ocurrió?

—Me habían dicho tantas veces que «tenía que ser alguien» que vivía bajo presión. De hecho, no comprendía qué significaba esa expresión. Habría agradecido que hubiesen sido más específicos. Yo sabía que tenía que ver con el éxito, el poder, el ser reconocido, pero nadie me indicaba el camino, y menos ellos, mi familia, que tampoco se sentían alguien. Habían depositado demasiadas expectativas en mí, pero no me habían indicado cómo hacerlo. Por eso, sufría, me rebelaba.

—¿Cómo cambió la situación?

—Solo cuando, al final, tomé conciencia de que yo era el responsable del tipo de persona que llegaría a ser. Entonces, empecé a trabajar para crecer como individuo. Decidí que tenía que ser yo el artista de mi vida; que lo importante para mí no era lo que pensaran los demás ni su decisión de si era o no alguien. Lo importante era el veredicto del que estaba al otro lado del espejo. Mis padres lo habían hecho a su manera… y ahora me tocaba a mi tomar las riendas.

—Así, confiaste en ti mismo…

—Primero, esperaba. Luego, confié. Sentía miedo porque me desconocía y lo que pensaba de mí era lo que me decían los demás, sus juicios de valor, su desprecio o su valoración. Era una persona muy insegura porque dependía de ellos para sentirme bien, y como su mensaje era que «tenía que ser el mejor de todos», ser alguien…, yo me sentía incompetente al defraudar sus expectativas.

—Entonces, ¿cómo llegaste a confiar?

—Encontré a un profesor que me hizo abrir los ojos cuando me dijo: «Lo más importante no es ser el mejor de todos; es ser el mejor de uno mismo». Decidí tomar la responsabilidad, y esto significaba descubrir quién era yo, en soledad, y escuchar lo que decía mi propia voz.

—Vayas donde vayas, lo que tú eres va contigo, Muñeco. En La guerra de las galaxias así se afirma: «Las armas no te servirán de nada en la cueva, Luke… Solo llevarás lo que llevas contigo».

—Sí, Ventrílocuo, este es el verdadero Origen.

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8. Wikipedia.

9. León Felipe, «Sé todos los cuentos».

10. Adaptado de: http://www.loscuentos.net/cuentos/link/440/440119/