2. La mujer palanca.
La fuerza feminista de la obrera chilena levantando la roca opresora. 1908
Y qué iba a hacer mi mamita
con tanto pollo piando,
el mayorcito estudiando
las ciencias matemáticas;
benhaiga l´hora maldita,
me digo muy iracunda,
la aguja se desenfunda,
la máquina se zancocha,
la costurera trasnocha
como guitarra fecunda.
Violeta Parra
Con el claro y manifiesto objetivo de luchar por la emancipación de las mujeres y, especialmente, de las obreras, en 1908 un grupo de trabajadoras costureras relevaron, desde Santiago, el esfuerzo periodístico porteño de Carmela Jeria, agobiada por la enfermedad y los problemas familiares. La Palanca, “publicación feminista de propaganda emancipadora”, órgano de la Asociación de Costureras dirigida por Esther Valdés, fue dada a luz en fecha emblemática: el 1º de mayo de 1908. Su portada está ilustrada con el dibujo de una mujer fuerte que hace palanca con el grueso madero de la “asociación” y la “organización”, levantando una gran roca que representa la “ignorancia, el fanatismo y la esclavitud”, una roca que al comenzar a elevarse muestra mujeres que, cual animalillos aprisionados en la tierra, salen a la luz rompiendo cadenas.
La Asociación de Costureras de Santiago fue fundada en 1906 y agrupaba tanto a las obreras de talleres de costura, como a trabajadoras costureras a domicilio y modistas, constituyendo uno de los campos laborales femeninos más importantes de la época. La Asociación de Costureras tenía como lema “protección, ahorro y defensa”, ampliando la tradicional protección en salud y muerte, a un sistema de subsidio de cesantía y de ahorro personalizado para compra de instrumentos de trabajo. La sociedad contaba, además, con una Oficina de Trabajo que actuaba no solo como bolsa de trabajo de las asociadas ante los talleres y fábricas, sino que hacía de intermediaria entre los dueños y las obreras, pactando verdaderos “contratos de trabajo”, con estipulación de salario y tiempo laboral. Esta organización contemplaba, además, la defensa de sus intereses y condiciones laborales, para lo cual se organizaba por secciones de ramos de especialidad (sastres, modistas, confecciones, ropa blanca, sombreros, corsees, corbateras, etc.), dirigida por una comisión que indagaba sobre las condiciones de trabajo en los talleres y sus abusos, informando a la dirección de la Asociación, la cual, a la luz de dichos antecedentes, exigía a los patrones mejoramiento de salario, seguridad e higiene en los talleres y fábricas.1
Estamos, pues, en presencia de una moderna asociación de obreras, con clara conciencia de clase y capacidad organizativa en vista tanto de la protección como de la defensa de sus intereses, sabiendo ejercer su poder de negociación con los patrones. Más aún, se trata no solo de mujeres asociadas y con conciencia de clase, sino también politizadas, cuya mejor expresión fue la publicación del periódico La Palanca, a través del cual ha quedado estampada para la historia su ideario y lucha, en un momento muy especial de la historia de Chile, habiéndose producido una ola de huelgas obreras que culminaron con la masacre de Santa María de Iquique en diciembre de 1907. Momento especial en la historia del movimiento obrero mundial, cuando en occidente se agitaba el ímpetu revolucionario de las masas y, especialmente para el movimiento mundial de obreras, cuando en el año 1908, un grupo de trabajadoras textiles se tomaron la fábrica Cotton Textil Factory de Nueva York y se declararon en huelga, exigiendo igualdad de salario respecto del de los hombres, jornada de 10 horas, descanso dominical, derecho a lactancia. Como respuesta, el dueño de la fábrica prendió fuego a la misma, ocasionando la muerte de 129 mujeres calcinadas. Hecho de gran impacto en todo el mundo y entre las trabajadoras chilenas y que inspiró la declaración del Día Internacional de la Mujer hasta la actualidad.
¿Cuál era la realidad en Chile de las mujeres obreras a principios de siglo xx? Desde un punto de vista estadístico, en 1908, la fuerza de trabajo total en Chile era de 1.255.677, correspondiente al 38,26% de la población total (3.282.000). De esta suma, 899.117 (71,6%) correspondía a fuerza de trabajo masculina y 356.561 ( 28,4%) correspondía a fuerza de trabajo femenina.2 En ese año, las cifras revelan que casi un 52% de la población chilena está viviendo en las cinco ciudades más importantes del país, fenómeno que ha tendido a balancear la población rural y urbana desde la década de 1880, correspondiente al ciclo del salitre y de los gobiernos liberales, con un fuerte acento puesto en el ideario modernizador urbanístico y de grandes obras de infraestructura vial, con el consiguiente desarrollo del comercio, de las manufacturas y los servicios en general. A partir de estas estadísticas, podemos hilar algo más fino al cotejarlas con las estadísticas de fuerza de trabajo por rubros productivos, de manera de poder aproximarnos con mayor verosimilitud histórica a la realidad laboral de las mujeres populares. Si tomamos en cuenta la fuerza de trabajo por sectores productivos, vemos que en 1908 la mayor fuerza laboral se concentra en actividades de agricultura y pesca (477.782),3 en la cual participa, como se sabe, arduamente y por igual la mujer y el hombre campesinos, cifra que perfectamente podríamos dividir por dos (238.891 mujeres); la segunda cantidad de la fuerza laboral se concentra en un ítem que los autores identifican como “resto”: 302.539, que generalmente corresponde a actividades de servicios de toda índole, cifra que también podríamos dividir por dos (151.270 mujeres). Con estas dos operaciones, ya llegamos a una cifra de trabajadoras de 390.161, a lo que habría que sumar las cifras de fuerza de trabajo manufacturera (252.462 total) y de comercio (88.699 total), donde podríamos calcular la participación de las mujeres en al menos un tercio promedio, lo que nos da una cifra de 112.754; esta, sumada a la anterior de 390.161, nos da una cifra aproximada total de 502.915 trabajadoras campesinas, obreras y en labores de comercio y servicios hacia el año 1908, lo que equivale m/m al 40% de la fuerza laboral total o de mujeres participando como fuerza de trabajo en los campos y ciudades, cifra que, a nuestro juicio, se aproxima más a la realidad histórica y a la experiencia de las mujeres populares chilenas. Ahora, si a esta suma y porcentaje le restamos el trabajo específico correspondiente a agricultura y pesca (238.891 mujeres), nos da una cantidad de 264.024 mujeres trabajando en las ciudades, es decir, equivalente al 21% de la fuerza laboral del país y a cerca de la mitad de la población de las cinco ciudades principales del país. Esta cifra quizás se aproxima más a la realidad de las mujeres populares en las ciudades, las que a principios de siglo, por lo general, no son “dueñas de casa” propiamente tales, sino trabajadoras y proletarias. Dentro de este 21% estaban sin duda las costureras, rubro que concentraba una importante fuerza laboral femenina en las ciudades en dicha época.
De acuerdo a las investigaciones de Alejandra Brito, un 23,8% de la fuerza laboral femenina estaba dedicada a la costura a principios del siglo xx:
Con el tiempo, el trabajo en los talleres creció, se transformó en un trabajo industrial y las costureras constituyeron un grupo obrero que llegó a ser uno de los más importantes entre las mujeres. En las fábricas no estuvieron ajenas a la explotación laboral que vivieron los obreros chilenos a principios de este siglo. Uno de los principales problemas fue el de las largas jornadas de trabajo. […] La mala paga (10 centavos por una docena de cuellos en los años 20) y el exceso de horas de trabajo llevaron a que las costureras se organizaran y formaran en 1906 una Asociación que luchaba por reivindicaciones como las horas de trabajo, el descanso dominical, la abolición del trabajo nocturno y la obtención de un jornal correspondiente al trabajo realizado. Esto fue sin duda un paso importante, por lo que la contribución del gremio de costureras al movimiento obrero chileno plantea desafíos importantes acerca del papel que las mujeres desempeñaron en los procesos sociales.4
¿Cuál era el pensamiento y la visión de la sociedad y su destino que portaba la mujer palanca? El primer artículo editorial de La Palanca, órgano de la Asociación de Costureras, dedicado a la mujer en tanto publicación “feminista”, plantea que su gran preocupación al respecto es liberar a la mujer de los prejuicios milenarios que la han sometido y que han impedido que ella siga el mismo ritmo del progreso que ha tenido el hombre. Si bien su retraso se relaciona con el “egoísmo del hombre”, este rezago en “el camino del progreso” constituye una categoría central y configura un pensamiento que podríamos identificar como un feminismo evolucionista. Este rezago secular habría producido en la mujer una percepción de su condición de esclavitud como algo “natural”, hecho que debe ser combatido con energía “para conquistar en la sociedad el puesto que por derecho natural nos corresponde”: objetivo que se proponen estas “modestas mujeres” a través de esta su escritura/prensa. Sin embargo, aquí se expresa que el objetivo estratégico primero es la emancipación de la clase, definida como “los débiles, los humildes, los explotados, los que tienen hambre y sed de libertad y justicia”, cuya lucha necesitaba en esta hora histórica y en el mundo entero, de gran fuerza, unidad y energía y, por ende, de la “ayuda de la mujer proletaria”.5
De este modo, la mujer palanca, si bien considera que su “ideal” es la emancipación feminista genuina, este ideal es un objetivo a ser alcanzado en el futuro –y en este sentido, este feminismo tiene una dimensión utópica–; en lo inmediato, la lucha se dirige a desterrar “los males y vicios sociales” a través del “amor por el estudio”, así como por la difusión del “espíritu de asociación y solidaridad”: todo lo cual constituye los primeros objetivos de su “programa de trabajo”. Sembrada esta “semilla”, luego vendría la fase del “ataque” para conquistar, “junto con los compañeros”, la “libertad económica, industrial y política”.6 Este programa trabaja, así, con la categoría transversal de “compañeros-compañeras” como unidad de “clase”, postergando explícita y estratégicamente sus reivindicaciones de género femenino (no obstante, simultáneamente el periódico deja un importante espacio a artículos de autores internacionales que están en esos momentos saliendo en defensa de las mujeres puestas en relación crítica con los hombres).
Empapadas de la gran energía de lucha que impregna a la clase obrera de inicios de siglo –“¡Luchar es vivir!”–,7 dirigida en especial a la instrucción y el despertar de la razón de la clase, se le da gran importancia a la prensa obrera como un aparato cultural decisivo para los objetivos de instrucción, crítica y lucha social, el que la clase obrera debía proteger y apoyar como deber político y social. “Un pueblo sin prensa que defienda sus derechos es un pueblo esclavo y desgraciado, que servirá de despotismo a los tiranos”. La prensa obrera era, por un lado, el “sol que alumbra”, despejando en el pueblo las tinieblas de la ignorancia y, por otro lado, era “la ametralladora” para lanzar proyectiles contra los “enemigos del pueblo”; metralla que el pueblo estaba obligado a mantener.8 A esta lucha ilustrada y armada se sumaban las obreras costureras de La Palanca, conscientes de constituir, como mujeres-obreras, una fuerza de clase decisiva en esa hora histórica. Hora urgente, cuando en Chile el gobierno de Pedro Montt, no satisfecho con la sangre derramada en Santa María de Iquique, presentaba ante el Congreso Nacional un Proyecto de Ley que penalizaba las huelgas, atentando gravemente contra la libertad civil de los trabajadores.9
Inserta, pues, de lleno en las luchas de la “clase”, la mujer palanca no deja, sin embargo, de lado su preocupación por la mujer, empapando toda su escritura/prensa de lemas y textos que reflexionaban y delineaban los pasos a seguir en pos de su emancipación. Tal como lo habíamos mencionado, la estrategia central apuntaba a su “instrucción y educación”. Así lo planteaba María C. Gimeno, autora de un libro titulado La mujer (uno de cuyos fragmentos se publicó en La Palanca), donde no solo aboga por la “instrucción e ilustración de la mujer”, sino que expresa abiertamente una fuerte crítica a las relaciones históricas de género, inculpando claramente a los hombres de “egoístas” por haberles cerrado herméticamente a las mujeres las puertas del “templo de la sabiduría”: “Para vosotros el progreso, la luz, la verdad; para ellas el engaño, las tinieblas, la retrogradación”.10
Ante esta situación, el principal dilema que se planteaba la mujer palanca era emancipar a las mujeres y para ello buscaban liberarla de un “hombre” en particular: “¿cómo sustraer a la mujer de la dominación del sacerdote?”. Por otra parte, se diagnosticaba que las mujeres estaban sumidas en problemas cotidianos y sometidas a influencias particulares, incapacitadas de elevarse a ideas e influencias “generales”. La mujer palanca proponía dos caminos para luchar contra esto: evitar el aislamiento de la mujer, incentivándole la lectura del diario, la asistencia a conferencias y a Centros de Estudios Sociales, la conversación y la discusión; y cambiar la orientación de la educación de la niña, desde una educación calificada como “abstracta” (“¡demasiadas palabras y escasez de hechos!”) a una educación “positiva”, basada en la ciencia y sus métodos de investigación, la que serviría de base para la formación en “conceptos generales y una moral humana y laica”. Es decir, la emancipación de las mujeres debía comprenderse en el marco de un vasto programa de transformación del sistema educativo en general, modernizándolo en dirección de una educación científica laica. Dicha emancipación dependía, así, de un cambio cultural sistémico. “La lucha, sin duda, será larga, entre la mentalidad adquirida, fruto de un largo sistema de educación y la mentalidad nueva, pero creo que la perseverancia concluirá por imponer el triunfo de lo último. El medio más eficaz es el EJEMPLO”.11
El ideario de emancipación de la mujer chilena, según la perspectiva de la mujer palanca, era un proyecto de largo plazo que se sustentaba en su liberación de una doble opresión, dada tanto en el campo de la cotidianeidad particular, como en el campo de la sociabilidad. En estos dos ámbitos se trataba de abrir su experiencia vital y mental a otras formas de ver, comprender y estar en-el-mundo: desde el horizonte más amplio de la comunidad, saliendo al encuentro-diálogo con la colectividad y sus problemas sociales, políticos y culturales, abriéndose simultáneamente al “conocimiento” entendido como “ciencia” y “razón”, la que, desde la modernidad positivista, levantaba su bandera como alternativa a la “religión” en tanto “otra” comprensión del mundo y como una “moral” radicalmente humana y terrena.
¿Cuáles fueron algunos de los procesos históricos que, en esta perspectiva proyectual, se desarrollaron en el seno de los distintos estratos sociales de las mujeres chilenas en el siglo xx? ¿En qué medida este proyecto emancipador se llevó a cabo o cumplió con sus objetivos?
1 “Asociación de Costureras”, en La Palanca, Nº 1, 1º de mayo, 1908, p. 11.
2 Cifras que no han variado mucho en la actualidad ya que según estadísticas de 1995, el porcentaje de la fuerza laboral total corresponde al 38,89% de la población total; la fuerza masculina es del 68,19% y la femenina corresponde al 31,81% de la población activa. Ver Juan Braun, Matías Braun, Ignacio Briones y José Díaz, Economía chilena, 1810-1995. Estadísticas históricas, Instituto de Economía, PUC, Santiago, 2000, p. 214.
3 La fuerza laboral por sectores productivos los autores la dividen en 7 sectores: agricultura y pesca, minería, manufactura, construcción, comercio, transporte/comunicaciones y “resto”. Ibid. Las actividades de minería, construcción, y transporte/comunicaciones las hemos considerado, para efectos de cálculos, como “masculinas”, aunque sabemos que no lo eran totalmente, pero lo hemos hecho para neutralizar cifras en los otros rubros considerados para cálculos de fuerza laboral femenina. Cabría valorar y agradecer el trabajo histórico de estos autores en materia de estadísticas, ya que ello, tal como lo plantean explícitamente, permite dar nuevas pistas y encender nuevas luces sobre el desarrollo histórico nacional.
4 Alejandra Brito, “Del rancho al conventillo. Transformaciones en la identidad popular femenina. Santiago de Chile, 1850-1920”, en Lorena Godoy et al., Disciplina y Desacato. Construcción de identidad en Chile, siglos xix y xx, Santiago: SUR, CEDEM, 1995, pp. 52-53.
5 “En el palenque”, artículo que da inicio al periódico La Palanca, Santiago, Nº 1, 1º de mayo, 1908, p. 1.
6 “Nuestro programa”, ibid., p. 2.
7 Blanca Poblete, de la Asociación de Costureras, “¿Es preciso luchar?”, ibid., p. 4.
8 E. Gentoso, “La prensa obrera”, ibid., p. 5.
9 “Las huelgas”, La Palanca, Santiago, septiembre, 1908, Nº 5, p. 1.
10 “El alma de la humanidad”, fragmento del libro La Mujer de María C. Gimeno, ibid., p. 52.
11 Melania Janssens, “Instrucción y educación de la mujer”, ibid., p. 53.