«Tras nacer en estado físico, nuestra principal fuente de aprendizaje es la relación con los demás».
Brian Weiss
¿Qué sentimos si escuchamos a una mujer del siglo xii decirle a su amado: «Nos vamos a encontrar en otra vida, te voy a amar siempre», antes de morir en manos de sus verdugos? Sin duda, parece una promesa de amor eterno. Pero ¿es una promesa de felicidad eterna? A primera vista sí, parece el amor ideal, el que todos buscamos, pero veamos qué sucede cuando ambos se encuentran nuevamente en pleno siglo xxi:
Margarita me viene a ver porque, si bien ama a Rodolfo y está segura de que es «el amor de su vida», siente mucha inseguridad, no sabe qué hacer, si seguir o no con él, a pesar de que no hay nada que justifique sus dudas.
Hasta que hace una regresión y descubre la promesa de amor que los une. Entonces le pregunto:
—Esto de «nos vamos a encontrar en otra vida, te voy a amar siempre», ¿de qué manera está afectando a tu vida como Margarita?
—Siento que me condiciona.
—¿De qué manera te condiciona?
—Me condiciona, porque es como si estuviese impuesto que lo tengo que amar… Pero yo lo amo. Siento como que es algo impuesto y eso no me gusta. Es lo que me hace sentir insegura, y no sé qué hacer.
Es decir, que en esta vida no están unidos gracias a la promesa, sino a pesar de ella.
Cuando dos personas sienten que se «conocen de toda la vida», cuando se produce una «conexión muy profunda» entre ellos, hay una sensación de confianza e intimidad extrañas para un primer encuentro, ya sea concertado o casual. ¿Es realmente la primera vez que se ven?, ¿son tan desconocidos como creen? Incluso en situaciones menos románticas de sometimiento, abuso, obsesión, acoso… «¿Qué pasa que no me lo puedo sacar de encima?», «¿por qué no me deja en paz de una vez por todas?», se pregunta la víctima. Tal vez el victimario tenga sus razones, aunque ninguno de los dos las conozca… Y no hace falta hablar de extremos, podemos reconocer esto entre amigos, compañeros de trabajo, incluso familiares, con los que sentimos una mayor afinidad que con otros, que va «más allá» de la cercanía, grado de parentesco, compatibilidades de carácter o afinidad de gustos. «Apenas lo conocí me llevé muy bien, me sentí muy cómodo, nos pusimos a charlar como viejos amigos», decimos. ¿No será que en realidad somos «viejos amigos»? O puede suceder lo contrario: «No sé, no la conozco, pero hay algo en esta persona que no me gusta», justificamos. «No soporto su manera de hablar, de mirarme», decimos sin encontrar mayor explicación. ¿Estaremos recordando amargos momentos del pasado?
¿Qué jugarreta nos hace la vida? Ninguna. Forma parte de las reglas del juego. A esta vida vinimos a aprender, a crecer, a evolucionar. Mientras vamos viviendo nos encontramos, nos involucramos de diferentes maneras, a veces concluimos bien las relaciones, otras dejamos temas pendientes (amor, odio, celos, envidias, promesas, culpas) que, al terminar esa vida, no terminan con ella. Y en la rueda de las reencarnaciones, en la rueda del karma, como expliqué en el libro I de esta trilogía (Sanar con vidas pasadas), las cuentas siempre cierran. Para ello, la vida orquesta el reencuentro, haciéndonos creer que el encuentro es casual. Para que concluyamos lo que dejamos pendiente y aprendamos con ello a superar los obstáculos, a refinar el carácter, a madurar en consciencia.
En definitiva, si lo vemos desde la Mirada del Águila, podemos afirmar que todo este «drama» no es más que parte del plan divino, dentro del cual encarnamos en grupos de almas con el fin de ayudarnos mutuamente en nuestro camino de evolución. Por ello es esperable y deseable que nos reencontremos en varias vidas, representando diferentes roles; que programemos tanto nuestros encuentros como nuestros desencuentros, la llegada y la partida de cada uno en la vida del otro.
No obstante, como toda experiencia que acontece en esta tercera dimensión del planeta Tierra, esto tiene sus bemoles, y los humanos tendemos a complicar las situaciones, infligiéndonos mayor sufrimiento que el necesario en esta empresa de aprender, dejando en el tintero demasiados temas que no terminan solo por el hecho de morir, sino que nos acompañan hasta que decidimos ponerles fin, y los llevamos como semillas prontas a germinar cuando la ocasión o un «encuentro casual» los reactiven.
Así es como nos encontramos con: noviazgos que se perpetúan en promesas de amor eterno y que se transforman luego en relaciones asfixiantes; enemigos que atraviesan las barreras del tiempo persiguiéndose vida tras vida, olvidando ya por qué se odian tanto, pero sin poder evitarlo; sobreprotecciones maternas que ahogan cualquier intento de independencia doscientos años después; juramentos y pactos que reclaman su cumplimiento esclavizando por siglos a quienes los pronunciaron; promesas de reencuentro fáciles de hacer en momentos de enamoramiento y/o desesperación, pero difíciles de sostener cuando ya no necesitamos a aquella persona…
La lista es tan larga como nuestra imaginación. ¿Qué hacer para liberarnos? Obviamente, ¡una regresión! Recordar, revivir… vivir y soltar. De eso se trata. Romper el pacto, cortar el juramento, despedirnos del amante, disculparnos con el agraviado, recibir la disculpa de quien nos dañó, agradecer, perdonar, comprender. Dejar ir. Estar libres para lo nuevo, ya sea una nueva situación con una nueva persona o una nueva relación entre las mismas.
El síndrome de Abelardo y Eloísa
Describo como «Síndrome de Abelardo y Eloísa» al conjunto de síntomas relacionados con la dificultad emocional en la relación de pareja, padecidos por un hombre o una mujer, cuya raíz es una o más experiencias en vidas anteriores relacionadas con el amor de pareja.
Dichas experiencias pueden consistir en:
Los síntomas que presenta la persona en su vida actual se encuadran dentro de una dificultad general para establecer una relación de pareja sana y satisfactoria, y puede padecer dificultades en:
Tú pudiste resignarte a la cruel desgracia, incluso llegaste a considerarla un castigo al que te habías hecho acreedor por transgredir las normas. ¡Yo, no! ¡No he pecado! Solo amo con ardor desesperado; cada día aumenta mi rebeldía contra el mundo y crece más mi angustia. ¡Nunca dejaré de amarte! ¡Jamás perdonaré a mi tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha robado la felicidad!
Pero ¿qué puedo esperar yo si te pierdo a ti? ¿Qué ganas voy a tener yo de seguir en esta peregrinación en que no tengo más remedio que tú mismo y en ti mismo nada más que saber que vives, prescindiendo de los demás placeres en ti —de cuya presencia no me es dado gozar— y que de alguna forma pudiera devolverme a mí misma?
Carta de Eloísa a Abelardo
Eloísa, cuya relación con Abelardo da nombre al síndrome, era la «amada inmortal» del célebre filósofo del Medioevo. Era también la sobrina de Fulberto: «un hombre de iglesia y de letras que frecuentaba los mismos ambientes donde brillaba Abelardo». Cuando este último la vio, quedó impactado e inmediatamente comenzó un plan de conquista. Le dijo a su colega que la mejor alumna de París merecía el mejor profesor y entonces logró hacerse su preceptor. Todas las tardes, Abelardo llegaba a la villa de Fulberto para impartir clase a su pupila, pero esas clases se fueron convirtiendo en algo más que retórica, gramática y teología. El amor y la pasión se hicieron carne, dejando a un lado la admiración intelectual. Ella quedó embarazada y estallaba un escándalo sin precedentes. «En un instante todos se descubrieron en el infierno. Fulberto había sido estafado y humillado públicamente por Abelardo. Eloísa había sido deshonrada y había perdido su imagen de respetable mujer de letras», dice en Historias de Filósofos Silveira. Abelardo tenía cuarenta años y ella dieciocho: estaban enamorados. Él intentó reparar las cosas, pero inútilmente; propuso casarse con su amada, pero para un filósofo como él resultaba imposible, ya que los filósofos de entonces eran como clérigos. Eloísa fue enviada fuera de París, a casa de la hermana de Abelardo, donde nació casi en secreto el hijo de ambos. A pesar de que otras mujeres habrían arruinado la carrera de sus amados con tal de tenerlos amarrados a su lado para siempre, ella era distinta, no quería manchar la gloria del gran filósofo y convertirse en un obstáculo. Entonces, le propuso ser su amante: «Más todavía —afirmaba ella—, que si el emperador Augusto me hubiera propuesto ser su esposa, yo habría preferido ser la amante de Abelardo antes que la emperatriz de Roma».
¿Cómo sigue la historia? Se dice que, a instancias de Abelardo, finalmente se casaron en secreto y en una iglesia vacía. Eloísa sospechaba lo peor: que el matimonio no haría sino enfurecer a su humillado tío. Consumaron el matrimonio sin que nadie en París conociera la unión. Pero Fulberto comenzó a hablar y los rumores llegaron a oídos de los parientes de Eloísa, que vivía recluida en un convento y atravesaba sus muros solo para encontrarse con su amado. La tragedia se aproximaba. Un matrimonio en secreto, una figura insigne de la Iglesia acusado de abusador, una familia con sed de venganza. Los parientes de Eloísa descubrieron dónde se escondía Abelardo y decidieron consumar la venganza. Le propinaron el peor de los castigos, la más cruel de las mutilaciones: la castración.
Cuenta la leyenda que, cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el cuerpo de su amada Eloísa, este abrió los brazos para recibirla, quedando así abrazados en la muerte como no pudieron estarlo en la vida.
El epitafio del cenotafio de Abelardo y Eloísa en el Paracleto rezaba así:
Aquí,
bajo la misma losa, descansan
el fundador de este Monasterio:
Pedro Abelardo
y la primera Abadesa, Eloísa,
unidos otro tiempo por el estudio, el talento,
el amor, un himeneo desgraciado
y la penitencia.
En la actualidad, esperamos que una felicidad
eterna los tenga juntos.
Pedro Abelardo murió el 21 de abril de 1142,
Eloísa, el 17 de mayo de 1163.
Es ese mismo amor, que como un arquetipo se repite en la historia, el que da nombre al síndrome.
Otro ejemplo de una trágica promesa de amor eterno es el que podemos encontrar en la historia de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta, inmortalizada por Dante en la Divina Comedia.
Francesca fue una mujer noble de la Italia medieval, obligada a casarse por razones políticas con el cojo Giovanni Malatesta. La joven nunca logró amar a su marido, pero se enamoró en cambio del hermano menor de este, Paolo. Durante casi diez años, Paolo y Francesca lograron mantener su amor en secreto, hasta que fueron descubiertos por el engañado Giovanni, que los asesinó a ambos.
Dante ubica a los amantes en el segundo círculo del Infierno, donde estos, si bien sufren los castigos destinados a los lujuriosos, también obtienen consuelo al pasar la eternidad el uno junto al otro.
La literatura muchas veces se ha valido de estas trágicas historias de amor eterno que se repiten a lo largo de la historia. De hecho, en el momento en que fueron descubiertos, Paolo y Francesca se encontraban leyendo un libro sobre los amores de Lancelot y Ginebra, los legendarios personajes de la corte del Rey Arturo. En esta historia, el mejor caballero de Arturo, que es también un amigo muy cercano del rey, se enamora perdidamente de la reina y juntos viven un romance del cual no pueden apartarse a pesar de que son conscientes de que no puede terminar sino en desgracia. En efecto, el adulterio de Ginebra es uno de los principales desencadenantes de la muerte de numerosos caballeros y de la caída de todo el reino artúrico.
Y cómo olvidar el romance trágico más conocido por todos, que es el de Romeo y Julieta, contado con maestría por William Shakespeare. A diferencia del caso de Francesca de Rimini, obligada a casarse con el heredero de una familia rival para consolidar la paz entre ambas, la enemistad entre los Montesco y los Capuleto es el principal obstáculo para el amor entre los jóvenes. Las distintas peripecias a las que se enfrentan para mantener su relación provocan varias muertes y, en última instancia, el suicidio de ambos. Solo el dolor compartido tras la muerte de los amantes logra reconciliar a las familias enemigas.
En cuanto a Troilo, legendario héroe troyano, y su amada Criseida, su historia tiene un final diferente. Troilo y Criseida se conocen durante los largos años de la Guerra de Troya, y todo parece marchar viento en popa para los amantes hasta que los altos mandatarios troyanos deciden entregar a Criseida a los griegos a cambio de un guerrero que estos tienen prisionero. Ella promete regresar a los diez días para reencontrarse con su querido Troilo, pero, una vez en el campamento griego, se da cuenta de que esto es inviable y procura adaptarse a su nueva vida. Troilo la espera y continúa escribiéndole apasionadas cartas hasta que, finalmente, debe aceptar que ya no volverá a ver a su amada. El héroe vive desgraciadamente el resto de sus días hasta que muere, en el transcurso de la guerra, a manos de Aquiles. Sin embargo, Chaucer nos cuenta que:
Cuando fue asesinado de este modo, su alma ligera ascendió alegremente a la concavidad de la octava esfera, dejando al otro lado todos los elementos. Y allí vio con gran atención las estrellas errantes, oyendo la armonía de los sonidos llenos de melodía celestial. Y desde allí, empezó a mirar atentamente la pequeña mancha de tierra abrazada por el mar y comenzó a despreciar completamente este mundo infeliz, y lo consideró todo vanidad con respecto a la plena felicidad que hay arriba, en los cielos.
De esta manera, al ascender su alma, pudo desprenderse de todo lo vivido en esa vida que dejaba, cortando así también la atadura a su amada, como debe ser. Como inducimos al paciente que haga en su experiencia de regresión. Como necesitamos hacer todos en el momento de morir, para no arrastrar «pendientes» a otras vidas.
Cuando el amor dura más que lo que vino a durar, cuando una relación se extiende por siglos, cuando somos fieles al espectro de ese amor… ¿podemos ser felices unidos a quien ya olvidamos?
Julia, una mujer de mediana edad, se ha separado dos veces y está a punto de casarse una tercera. Sin embargo, tiene un problema: ha cambiado varias veces de marido, pero no puede cambiar de amante. Ese es fijo. Una relación tumultuosa, con idas y venidas, en la que no concretan nunca nada y en la que ella ni siquiera puede imaginarse casada con él.
No entra en ninguna lógica. Sus amigas ya no saben qué aconsejarle. Su terapeuta no puede hacerle ver que, si sigue con este amante, su energía estará dividida. No va a haber marido que le venga bien. ¡Tiene que tomar una decisión! Pero no puede, algo más fuerte se lo impide.
Hasta que decide probar con una Terapia de Vidas Pasadas con Orientación Chamánica.
Comenzamos la regresión como siempre, la paciente recostada, con los ojos cerrados. Una relajación guiada para centrarse solo en lo que su alma necesita trabajar para su sanación. Cuando entra en regresión, comienza a revivir una vida anterior:
—Estoy en una ciudad vieja… un castillo… Estoy con un señor poderoso y rico, bastante mayor…
—¿Cómo eres?
—Soy mujer, joven, pelo largo, color castaño, y tengo un vestido muy elegante. Estoy en una fiesta. Hablo con otro más joven… estamos enamorados. Nos vemos a escondidas…
—¿Qué sientes?
—Estoy feliz, pero tengo miedo. Si nos llegan a encontrar…
—¿Qué sucedería?
—Voy a una especie de granero… lo busco. Este señor que parece que es mi marido o prometido, no sé… me sigue. Nos ve y saca su espada… pelean, pero él es más grande, es mejor con la espada…
—¿Quién?
—Mi prometido, o marido… y lo va a matar, ¡pero yo le grito que no! Y… me paro adelante para que no lo mate… y me clava la espada a mí.
—¿Dónde te la clava?
—En el pecho. ¡Huy… cómo duele! Me sale sangre… no me quería matar a mí, pero yo me puse… me abraza y llora (el amante)… me pide que no lo deje, que no me vaya… y le digo que «lo voy a esperar siempre»… y me muero.
Pero al morir su cuerpo no muere su promesa. Queda activa hasta que la corta de forma consciente al hacer la regresión. Por eso, en esta vida, Julia no podía separarse de su amante. No es necesario que el alma del amante sea la misma, a veces basta con que cumpla un rol o tenga un rasgo que dispare esta memoria de la promesa. Por eso, le pregunto:
—Y esto de «te voy a esperar siempre», ¿qué te hace hacer en tu vida como Julia?
—Seguir esperando… no poder cortar con Roberto. —Se refiere a su amante de ahora.
—¿Y qué te impide hacer?
—Estar interesada en otra persona, formar una pareja.
—Entonces vas a cortar con la promesa que le hiciste a tu amante en esa vida y te vas a despedir de él, ¿estás dispuesta?
—Sí.
Entonces, después de decirle a su amante que lo ama y de despedirse de él y antes de llevar su energía a la Luz, al morir su cuerpo, para desprenderse definitivamente de toda esa vida y dejar el pasado atrás, Julia repite tres veces, en voz alta y con determinación, la frase que le indico:
—Yo, Julia, rompo y anulo la promesa que te hice en esa vida, me libero y te libero.
Luego de la armonización, abre sus ojos y dice:
—¡Qué difícil era cortarla! En el fondo, no quería.
Este comentario es habitual. A veces es todo un arte de persuasión el que tiene que ejercer el terapeuta para convencer al paciente de la conveniencia de romper la promesa, juramento o atadura que sea. Es muy fácil querer desprenderse de una experiencia dolorosa… ¡pero qué difícil es terminar con el apego a lo placentero!
Estas «novelas románticas de amor eterno» en vidas posteriores se convierten en una pesadilla para ambos actores. Nos mantienen repitiendo el patrón de un amor imposible o el apego a alguien que no es adecuado para nosotros en esta nueva experiencia. Como estamos en una nueva vida, con un nuevo cuerpo, una nueva misión y época, es probable que también tengamos otros roles y que no sea parte de nuestro nuevo proyecto estar juntos. El «apego al pasado» actúa como un imán que orquesta el reencuentro en esta nueva vida; pero, si lo que nos mantiene unidos no es el amor sino la promesa, va a ser complicado, porque el amor une pero la promesa ata, hace sufrir, confunde.
Los apegos nos mantienen girando en la rueda de las reencarnaciones, en una eterna repetición, y lo que debería ser diferente termina siendo igual, hasta que un día aprendemos y podemos avanzar, como en la película El Día de la Marmota (Groundhog Day). Ese día todo cambia, porque cambiamos nosotros.
Muchos preguntan «¿No será que nos reencontramos para estar juntos y por fin ser felices como no pudimos en aquella vida o continuar lo que perdimos?». Entonces temen romper la promesa.
Puede ser, aunque no es lo habitual. De todas maneras, no importa: el amor permanece siempre aunque rompamos la promesa, ya que al hacerlo solo cortamos las ataduras, no alejamos el amor. Lo mismo nos preguntamos cuando muere nuestra pareja de esta vida. Liberémosla y así también seremos libres nosotros para iniciar una nueva relación, en esta vida o en la próxima. Y si nos volvemos a encontrar en otra vida, será desde un espacio de mayor libertad, sin las ataduras del pasado. A muchos les cuesta estar ahora con la misma pareja veinte años, ¿por qué querrían estar siglos? No tiene sentido. Y, si así tuviera que ser, al romper la promesa no impedimos la unión. Si el rencuentro amoroso es viable en esta vida, aunque venga de otra anterior, si lo limpiamos de los lastres del pasado lo viviremos plenamente y renovado, eligiéndonos de nuevo.
¿Cómo nos damos cuenta si estamos destinados a estar juntos en esta vida?, ¿cómo hacemos para saber si la persona que nos atrae no es una «atracción fatal» del pasado?, os preguntaréis con razón en este momento. Si esta relación nos hace sufrir, si sentimos que no tenemos afinidad real, que «no tenemos nada que ver», si nos escuchamos repitiendo que «si no fuera por esta atracción rara que siento no estaría con él o ella», que «es una relación muy conflictiva» y cosas por el estilo, me atrevería a afirmar que no lo estamos o que es una relación que necesita ser sanada. Una atadura que viene del pasado, no una unión del presente.
Si «todo fluye, es viable, está disponible, me hace bien, soy feliz… », seguramente es algo que tengo que vivir, una experiencia que mi alma decidió atravesar en esta vida, una relación que me ayudará a crecer. Aunque luego cambie de pareja. No hablamos necesariamente de amores para toda una vida, y menos de amores eternos, hablamos de amores genuinos.
Pero no hay recetas. Es como todo: debemos dejarnos guiar por la intuición, por lo que nos da alegría, plenitud y posibilidades de expansión: lo que nos hace sentir bien. Hay que pensar con el corazón, pero también usar la cabeza.
En la segunda vida que Julia revivió en esa misma regresión, ella era una mujer joven, hija de una familia rica, en el año 1900. Era pintora. Estaba casada, pero se había enamorado de otro joven con quien mantenía solo una relación epistolar. Juntos prometen encontrarse en otra vida. Entonces, al morir, parte de su energía queda atrapada por esa promesa y su alma, al reencarnar, lleva la memoria de la promesa al nuevo cuerpo de su vida actual. Esto le impide encontrar otra pareja, ya que espera a su amor del 1900, así que nuevamente tiene que romper una promesa de amor. Sí, es así: no es solo un amor… ¡a veces son muchos los que traemos a cuestas!
También «Abelardo» se compromete por la eternidad…
Tomás es un joven que necesita cambiar algunas actitudes con respecto a sus proyectos para poder avanzar en su vida; y, en lo sentimental, está en una relación de pareja, pero siente que tal vez se esté «perdiendo algo si se queda» y no sabe si esa sensación es porque teme el compromiso.
Comienza la regresión en una vida en que está en un país donde invaden los nazis. Al morir en esa vida, su alma va a la Luz. Pero inmediatamente comienza a revivir otra vida, cronológicamente anterior a esa:
—Estoy en una carpa de guerra, hay explosiones…
—¿Qué sientes?
—Las camas… hay heridos, hay uno al que le falta una pierna…
—¿A qué se debe que estés ahí? ¿Estás herido?
—Soy como médico… Traen a alguien que está herido y le hago reanimación… otros soldados están de pie a mi lado… está muerto, no ha funcionado.
—¿Qué sientes?
—Impotencia, resignación… algo de angustia, pero estoy acostumbrado, no es algo nuevo.
—¿De qué manera afecta esto tu vida como Tomás, qué te hace hacer?
—Nunca termino nada, me resigno.
—¿Y qué te impide hacer?
—Terminar mis proyectos…
—Entonces, ahora, para sanar eso, vas a darte cuenta primero de que hiciste todo lo posible y vas a sacarte esa sensación de impotencia. —Le pongo delante almohadones para que descargue toda la angustia y la impotencia y salga de ahí—. Cuando cuente tres, vas a ir a la siguiente experiencia significativa en esa vida. Uno, dos, tres…
—Un bebé… y una mujer…
—Eso es, sigue.
—Estoy caminando con ellos, la abrazo por atrás… estamos en una casa de madera. Todo es de madera…
—Cuando cuente tres, vas a ir a la siguiente experiencia significativa en esa vida. Uno, dos, tres…
—Estoy en una cabaña, en la cama. Mi mujer me agarra de las manos.
—¿Qué edad tienes?
—Ya soy viejo… estoy arrugado… tengo el pelo blanco… me estoy muriendo de viejo… veo cómo me echan tierra…
—¿Cuando te echan tierra, tu cuerpo está vivo o está muerto?
—Está muerto… pero yo lo veo todo… llueve.
—¿Desde dónde lo ves, desde dentro o fuera de tu cuerpo?
—Desde adentro…
—¿Qué sientes cuando tu energía está todavía dentro de ese cuerpo muerto?
—Que no la quiero dejar sola…
—¿No la quieres dejar sola a ella? ¿Por eso no te vas?
—Sí. Se va a morir sola…
—¿Y qué haces entonces?
—Me quedo por ahí, no quiero que ella sufra.
—¿Te quedas por ahí como un fantasma dando vueltas?
—La veo llorar… estoy por ahí, no sé si como un fantasma.
—¿Qué sientes cuando ella está llorando?
—Quisiera consolarla… decirle que todo está bien. Le digo que pronto vamos a estar juntos…
—Y esto de: «pronto vamos a estar juntos», «no quiero que ella sufra», «me quedo por ahí», ¿de qué manera afecta a tu vida como Tomás, qué te hace hacer?
—Culpa, porque prometí encontrarla y no pude.
—¿Prometiste encontrarla?
—Sí, encontrarme con ella… pero no la encontré. —Se refiere a su vida actual.
—Y eso, ¿qué te hace hacer en tu vida como Tomás?
—No comprometerme con ninguna chica… y, por más que quede todo bien, me siento culpable cuando la dejo.
—¿Y qué te impide hacer?
—Entregarme completamente en una relación. Estoy cerrado.
—Entonces, para terminar con todo eso, vas a romper esa promesa que le hiciste en esa vida, vas a darte cuenta de que simplemente te moriste de viejo, no abandonaste a nadie, y que esa promesa os ata a los dos, a ti y a ella, y que no sirve de nada ya que en otra vida podéis estar en roles diferentes, o no encontraros. Solo trae sufrimiento. ¿Estás listo para romper esa promesa? —Silencio—. ¿Estás listo para romper la promesa?
—No.
—¿Quieres seguir esperándola por los siglos de los siglos? ¿Quieres seguir sin poder entregarte a otra mujer en tu vida como Tomás?
—No.
—Entonces, tienes que dejar esa vida y despedirte de ella, romper esa promesa.
La abraza y le dice:
—Te amo… no quiero, pero tengo que dejarte. Fue precioso todo, todo lo que compartimos, toda una vida juntos, pero tengo que despedirme.
—Ahora vas a romper la promesa. Vas a decir: «Yo, Tomás, rompo la promesa que te hice en esa vida, me libero y te libero». —Él repite tres veces—. Ahora vas darte cuenta de que tu cuerpo se murió, vas a ascender a la Luz donde van todas las almas cuando muere el cuerpo. ¿Puedes hacerlo?
—Sí, me encuentro con mi abuela, a quien apenas conocí… —Se refiere a su vida como Tomás.
—¿Te transmite algo?
—Mucha comprensión, que no hay juicios.
Es difícil desprenderse de un gran amor, por eso hay que recordar no pedirles, a quienes parten, que se queden con nosotros para consolarnos. Cada uno tiene que partir libre a su nuevo destino. Y ellos tienen que saber que, aunque lloremos, en un tiempo vamos a estar bien, que pueden seguir su camino. Y como repetiré durante todo este capítulo, no hagamos promesas de reencuentros después de la muerte en esta vida. Si el destino es que nos volvamos a encontrar, eso mismo va a pasar. No necesitamos la promesa, que, aunque ya no la queramos cumplir, nos ata igual, hasta que la rompamos conscientemente.
Un amor destinado a ser vivido en otra vida
Cortar los lazos del pasado nos permite avanzar más livianos por la vida, pero no rompe lo que está destinado a permanecer unido, sino que lo fortalece.
Cuando el reencuentro tiene final feliz.
En el curso de formación en Terapia de Vidas Pasadas con Orientación Chamánica que dicto, una de las alumnas, que llamaremos Florencia, está felizmente casada con «el muchachito de la vida anterior». Esto lo descubre durante el curso, en una regresión de demostración de la técnica que hago frente a los alumnos durante la clase.
—¿Qué necesitas trabajar hoy?
—Que, no sé por qué, estoy siempre necesitando agradar, buscando la aprobación del otro, sobre todo de los hombres. Siempre tengo la sensación de que mi marido no me presta la suficiente atención.
—Y ¿qué te hace hacer esto?
—Buscar la mirada del otro.
—Cierra los ojos, ponte cómoda. —La induzco a un estado profundo con una relajación—. Cuando cuente tres, vas a ir a la experiencia responsable de estas sensaciones o similares… Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
—Siento algo en el pecho, me cuesta respirar.
—¿Dónde estás?
—Me están pintando, como si fuera una modelo. Yo estoy en un atelier viejo y un pintor me está pintando. Por las vestimentas parece que estoy en la Edad Media. Estoy semidesnuda, tapada con unas telas, contenta. Me están pintando.
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de esa experiencia. Uno, dos, tres. Estás ahí. ¿Qué estás experimentando?
—Estoy en la calle, soy muy linda, voy bien vestida, la gente me mira cuando voy caminando, saben quién soy. Me siento admirada. Estoy enamorada de un pintor, yo lo busco y él no me quiere pintar. Yo quiero que me pinte y él no me elige. Siento un vacío en el pecho, de vanidad. Otros pintores me quieren de modelo para sus cuadros, pero él no me elige.
—¿A qué crees que se debe el que no te elija?
—Mi marido actual es el pintor. Lo hace para no engancharse, me ignora, tiene familia…, no sé. Quizá no podría continuar con su trabajo libremente, lo perdería o le quitaría libertad.
—De esta experiencia, ¿cuál es el momento más terrible?
—La sensación de vacío, de angustia.
—Cuando tienes la sensación de vacío y angustia, ¿cuáles son tus reacciones físicas?
—Hacerme chiquitita…
—Cuando te haces chiquitita, ¿cuáles son tus reacciones emocionales?
—Busco algo que no encuentro.
—Cuando buscas algo que no encuentras, ¿cuáles son tus reacciones mentales?
—No entiendo nada.
—Quiero que veas de qué manera todo esto está afectando a tu vida como Florencia, esto de «no entiendo nada, busco algo que no encuentro, hacerme chiquitita… ». ¿Qué te hace hacer en tu vida como Florencia?
—Buscar aceptación.
—Y ¿qué te impide hacer?
—Vivo por los demás y no por mí.
—Cuando cuente tres, vas a volver a ese momento donde sientes ese vacío, esa angustia, donde no entiendes… y vas a sentirlo todo más profundamente y a hacer lo que necesites hacer para liberar todo eso. Uno, dos, tres… ¿Qué estás experimentando?
—Mucha angustia, una opresión en el pecho… Yo estaba enamorada, por eso él no quería pintarme. Hay tristeza en ambas miradas…
—¿Qué más sientes?
—Una soledad muy grande, pérdida de la esperanza… lo siento en el pecho… Me angustio, pero sigo trabajando. Vivo sola, es mi manera de sostenerme, no tengo familia. Continúo haciendo esfuerzos y trato de estar en lugares donde él esté.
—Cuando cuente tres, vas a ir al siguiente momento significativo en esa vida. Uno, dos, tres…
—Me encuentro con él. Me dice que me quiere, pero no puede… que tiene que seguir con su profesión, y se va.
—¿Te dice algo más antes de irse?
—Que no me quiere suficientemente. Lloro. Siento internamente que no es verdad lo que me dice. Él me dice que no me quiere, que no le gusto, pero yo siento que no puede despegarse de mí, me agarra de las manos…
—¿Qué sientes?
—Calor… que no quiero que me suelte más. Siento que es un cuento que inventó para irse.
—¿Como si te estuviera trasmitiendo qué?
—Cariño
—¿Qué sientes?
—Angustia, dolor… Lloro.
—Quita todo el dolor del pecho, haz lo que necesites hacer para liberar toda esa emoción. Y vas a decirle todo lo que no pudiste decirle… —Descarga su tristeza llorando y golpeando almohadones.
—¿Por qué te vas, si estás inventando? No te quieres ir, me quieres, yo te quiero, seríamos felices juntos. Podríamos escaparnos e ir a otro lugar juntos.
—¿Te dice algo?
—No… se tiene que ir.
—Dile todo lo que tú sientes.
—¡Cobarde, tengo dolor! —Golpea el almohadón.
—¿Dónde está el dolor? ¡Sácatelo!
—En el pecho, no puedo respirar bien.
—Saca todo el dolor del pecho… —La ayudo a liberar con extracción chamánica—. Para terminar de liberar todo esto y dejarlo definitivamente atrás, cuando cuente tres, vas a ir al momento de tu muerte en esa vida. Uno, dos, tres… ¿Qué estás experimentando?
—Me veo tirada en una cama, muy triste, sin ganas de nada, esperando la muerte.
—¿Lo volviste a ver en esa vida?
—Sí, lo volví a ver, ignorándome, contento, como si no existiera. Se me profundiza la tristeza…
—¿Y de qué manera afecta esto tu vida como Florencia, esto de «ignorándome, contento, como si no existiera»? ¿Qué te hace hacer?
—Busco la aprobación del otro. Siento obsesión por ese hombre. Siento tristeza, en todo el cuerpo, me voy apagando.
—¿Qué le va haciendo al cuerpo?
—Me saca las ganas de vivir, de seguir haciendo de modelo. Me quedo en la cama, no me levanto, adelgazo, me voy dejando morir…
—Cuando cuente tres, vas a ir momentos antes de que muera tu cuerpo. Uno, dos, tres…
—Vuelvo de trabajar. Me pesan los hombros, me acuesto en un cuartito chiquitito. Me entrego.
—¿Cuál es tu último pensamiento antes de morir?
—Nada me motiva.
—Esto de «nada me motiva», ¿qué te hace hacer en tu vida como Florencia?
—Busco siempre cosas nuevas que me movilicen.
—¿Qué te impide hacer?
—Mostrarme vulnerable, estar tranquila… Hago muchas cosas. —Vuelve al momento de la muerte en esa vida—. Mi alma se desprende, me voy para arriba. Siento enojo por haberme entregado, me arrepiento, no lo voy a volver a hacer (en otra vida), no tiene ningún sentido, no gané nada, ¡tendría que haberlo olvidado!
—Ahora, al salir del cuerpo, vas a ser consciente de que ese cuerpo ya se murió, no te pertenece. Saca toda tu energía de ese cuerpo y de esa vida, despréndete de todo eso… Y vas a cortar el lazo que tenías con ese hombre y a recuperar toda la energía que habías dejado en esa vida. ¿Sientes un lazo que te une a él?
—¡Es mi marido! —El de su vida actual como Florencia—. Ahora entiendo por qué él actúa conmigo como si tuviera que compensar algo. Siento desazón…
Con técnicas de extracción chamánica, sacamos la energía del lazo, de la atadura con él, de su cuerpo, para que se liberen ambos de esa relación.
—Pídele que te devuelva la energía que te pudo haber quitado…
—Siento que una energía rosada viene a mí.
—Lleva toda tu energía a la Luz dejando todo definitivamente atrás.
—Quedó un poco de tristeza en el cuerpo…
—Sácala. —Limpio con la pluma de águila.
—Ya está. Ahora puedo subir… Ya llegué, siento mucha paz, ahora soy como una bola de luz y hay más que me reciben.
—Elige un color para traer una nueva vibración a tu vida como Florencia, ¿qué color eliges?
—Rosa.
—La vibración del color rosa va envolviendo todo tu cuerpo, por dentro y por fuera. Siente cómo la vibración del color rosa va borrando las imágenes de las experiencias pasadas, apagando las emociones y las sensaciones, desprendiéndote definitivamente de todo eso y trayendo nueva vibración a tu vida. Crea una imagen de cómo quieres verte desde ahora, lo que tú quieres, mereces y necesitas para tu vida. Siéntelo en el presente, como si ya lo hubieras obtenido, y el universo lo manifestará en tu vida cotidiana. Cuando cuente tres, abrirás los ojos y así volverás a tu consciencia física habitual en este día (fecha actual) en tu cuerpo como Florencia sintiéndote tranquila, relajada y envuelta en un profundo bienestar. Uno, dos, tres.
La modelo y el pintor del Medioevo, Florencia y su marido, se reencontraron en esta vida. Pero, a diferencia de Julia y su amante, ellos son felices juntos. Esto nos hace pensar que estaba en su plan de vida vivir ahora aquel amor que fue imposible en su vida anterior. Se cortó la atadura, el lazo que mantenían en aquella vida, pero la prueba de que el amor no se corta —de que, si dos personas tienen que volver a estar juntas, van a estarlo igual, solo que sin el lastre del pasado— es que Florencia y su marido siguieron compartiendo su vida aun después de la regresión, pero con una relación más sana.
Normalmente encarnamos siempre entre conocidos, porque las relaciones que establecemos entre nosotros actúan como un imán para volver a elegirnos. No es siempre porque nos queremos y nos extrañamos, es también porque quedan asuntos pendientes que queremos concluir
Algunas veces, estamos muy seguros de que debemos terminar con una relación amorosa, incluso lo hacemos, nuestra cabeza nos dice que «la relación no funciona»; otras, nuestra pareja nos deja con un «ya no estoy enamorado de ti». Sea como sea, cuando ya estamos decididos a continuar con nuestra vida, a abrirnos a un nuevo amor. vemos que no es tan fácil.
¡No puedo sacármelo de la cabeza!
Jacinta es una mujer joven, linda e inteligente. Me consulta para trabajar la relación con su exnovio, ya que, por más que pasa el tiempo y conoce a otros chicos, no puede sacárselo de la cabeza. Sabe que no es la persona adecuada para ella, que la relación «ya no va» y tiene la sensación de no sentirse valorada cuando está con él. Pero a pesar de todo eso…
—¿Por qué no puedo olvidarlo? —me pregunta Jacinta.
—Acuéstate cómoda. Cierra los ojos, afloja y relaja todo el cuerpo mientras invocamos la presencia de la Luz para que te envuelva. —Va entrando en estados más profundos de consciencia a medida que la guío en una relajación progresiva profunda para trabajar a nivel del alma, del inconsciente—. No te sientes valorada…
—No me termina de valorar del todo. No está enamorado de mí…
—¿Y qué sientes, cuando sientes que no está enamorado de ti?
—Desde la razón lo entiendo. Cuando lo hablaba sentí otra vez eso de aquí. —Señala la garganta—. No puedo entender que no me quiera y, cada vez que lo pienso, me pongo así, me viene como una angustia…
—Siente eso.
—No puedo entender que no me quiera. Me viene como una angustia en la garganta, se me cierra aquí…
—Cuando cuente tres, vas a estar en esa experiencia en la que se te cierra la garganta. Uno, dos, tres…
—Me estoy yendo a dormir, estoy sola, cerré la puerta. Lo mezclo con vivir sola ahora, que siempre tengo que ver si cerré la puerta. Me acuesto a dormir. No es mi cuarto de ahora, es como una casa más vieja en un barrio, como de 1880, más oscura. Vivo sola con una chimenea de madera, el cuarto es como de madera…
—¿Sabes por qué vives sola?
—Lo primero que me viene es que soy viuda.
—Cuando cuente tres, vas a ir unos momentos antes de quedar viuda. Uno, dos, tres.
—Me acuerdo de antes, que me acostaba a dormir en ese cuarto y no tenía miedo porque estaba él.
—Ve a ese momento, cuando estabas todavía con él. Uno, dos, tres. ¿Con quién estás?
—Con mi marido. Pero no lo conozco, tiene canas, tiene como sesenta… no sé. Todo está tranquilo, no tenemos hijos, nada. Soy más vieja, tengo sesenta y algo…
—Sigue avanzando un poco más. Cuando cuente tres, vas a ir al próximo momento significativo en esa vida. Uno, dos, tres…
—Algo en un campo… disfrutando fuera con mi marido. Un campo típico de EE. UU. Estamos comiendo un picnic, lo estamos pasando muy bien. Lo miro a los ojos y siento lo bien que estamos, cuánto lo amo… Como que lo recuerdo con nostalgia.
—Sigue avanzando. ¿Qué le sucedió?
—¡Le dio un infarto y se murió!
—Cuando cuente tres, vas a estar ahí. Uno, dos, tres…
Llora.
—Me llaman para que vaya al hospital porque tuvo un infarto.
—¿Quién te llama?
—Me llaman del trabajo de él.
—Ve a ese momento.
—Me llama un compañero del trabajo que me conoce, dice que vaya al hospital rápido. Me agarran como unos nervios… Agarro el coche rápido.
—¿Qué sientes?
—Que empiezo a transpirar, que se me cae el mundo encima. No entiendo nada, me pongo muy nerviosa, me cuesta respirar… Estoy toda tensa. Voy al hospital.
—¿Cómo vas?
—Voy en un Volvo. Todos los semáforos se ponen en rojo cuando estoy ansiosa por llegar, siento desesperación. —Llora—. ¡Quiero pasar en rojo y putear a todo el mundo que no le importa nada…! —Llora—. Me agarra una desesperación… que no sé qué voy a hacer si se murió… —Llora, suspira—. Voy corriendo y llorando al hospital y me encuentro con el amigo este… le veo la cara… llora… Como que estoy desahuciada… ¡No sé qué voy a hacer! No hay vuelta atrás, se murió… Yo me quedo sola… Como si no tuviera otra cosa que él.
—De toda esta experiencia, ¿cuál es el momento más terrible?
—Tengo que volver a la casa sola… Y acostarme a dormir, y él no está.
—¿Cuáles son tus reacciones físicas en ese momento?
—Rendida, como cansada… desesperada, desahuciada… Lo extraño.
—¿Cuáles son tus reacciones emocionales?
—No puedo parar de llorar, se me caen las lágrimas de tristeza.
—¿Cuáles son tus reacciones mentales?
—Como si estuviera perdida, como si no existiera otra cosa que él y yo no sé qué voy a hacer…
—Y todo esto de «como si no existiera otra cosa que él, no puedo parar de llorar, estoy rendida, desesperada… », ¿qué te hace hacer en tu vida como Jacinta?
—Son algunas de las cosas que siento cuando se termina una relación, como con mi exnovio.
—Y esto, ¿qué te impide hacer en tu vida como Jacinta?
—Me impide crear otras relaciones, encontrar otras personas, abrirme a otras cosas, me impide disfrutar.
—Para sanar todo esto, cuando cuente tres, vas a volver al momento del hospital y vas a sentirlo todo profundamente. Deja salir todo eso, haz lo que necesites hacer cuando sientes que todo se termina, que tienes que volver a casa sola. Uno, dos, tres…
—Empiezo a llorar y me agarro la cabeza como si tuviese que gritar, descargarme… —Llora… Pega—. ¡Los jefes del trabajo tienen la culpa… con lo que le exigían… ! —Llora, pega.
—Despídete de tu marido, de alma a alma, Dile lo que no pudiste decirle en ese momento…
—Le digo que lo amo, que lo admiro, que no me voy a olvidar de él… que pasé los mejores años de mi vida con él…
—¿Cómo está cuando llegas al hospital?
—Está muerto. Lo abrazo y le digo que lo amo. Que nunca me voy a olvidar de él, que lo voy a extrañar, que me hizo tan feliz… Que fue lo mejor que yo conocí. Me voy. Llego a mi casa. Veo su lado de la cama, su mesita de noche… Me trae recuerdos, siento nostalgia. Me acuerdo de lo bueno, de lo que nos reíamos… —Suspira—. Voy a irme de viaje, voy a dejar esta casa. Estaba ahí por el trabajo de él, es otro país…
—¿De dónde eres?
—De algún lugar de Europa como Alemania. Estábamos en Estados Unidos por su trabajo. En cierta forma yo me animo porque vuelvo a mi país. La casa y todo lo demás no era mío… Hago las maletas y me llevo mis fotos. Regreso en avión… Parece que es antes, como que es todo viejo… La maleta es de cuero. Llamo a alguien, no sé si a una hermana, para que me vaya a buscar, y yo estoy triste pero al mismo tiempo contenta porque vuelvo a mi casa, una casa que me suena más familiar… como que la siento más mi casa… Me vuelvo a mi cuarto… Como si hubiese vivido ahí toda la vida. Hablo con mis amigas y mis hermanas y les cuento cómo fue todo. Me siento más aliviada… Me quedé en esa casa con esas personas.
—Cuando cuente tres, vas a ir al momento de tu muerte en esa vida. Uno, dos, tres.
—Ya más viejita, como si tuviese un tumor, un cáncer del que me voy a morir. Pero estoy tranquila, no me duele nada, mi hermana está al lado de la cama y me agarra la mano. Le digo a mi hermana que se vaya a descansar un rato y yo me quedo dormida y se relaja el cuerpo, y despacito va dejando de funcionar… El corazón cada vez late menos y me quedo dormida.
—¿Cuál es tu último pensamiento?
—«Voy a volver a encontrarme con mi marido». Por eso me quedo dormida tranquila…
—Sigue.
—Yo miro mi cuerpo desde el techo del cuarto… Mi hermana vuelve, me agarra la muñeca, me toca…
—¿Qué sientes?
—Tranquilidad. Mi hermana me abraza, pero tampoco se desespera. Digo: «Adiós, nos vemos en otra vida».
—Saca toda tu energía de ese cuerpo. Sé consciente de que tu cuerpo se murió, de que ya no te pertenece. Lleva tu energía a la Luz.
—Me voy con el sol…
—Fíjate en esto que dijiste: «Voy a volver a encontrarme con mi marido», «nunca me voy a olvidar de él», ¿qué te hace hacer eso en tu vida como Jacinta?
—Nunca poder terminar con un novio, parece que siempre lo voy a volver a encontrar y vuelve a aparecer.
—Entonces, vas a romper esa promesa de encontrarlo siempre, porque todavía está activa en tu vida como Jacinta… lo sigues buscando.
—Rompo y anulo esa promesa que le hice a mi marido de esa vida. Me libero y te libero… —Lo repite tres veces.
—¿Cómo te sientes?
—Como más ligera… Siento que se abrió algo… Luz… una liberación total. Es como todo bien brillante, me siento muy ligera y yo también brillante.
—¿A qué crees que se debe que hayas pasado por esa experiencia?
—No tenía mi vida, solo la del marido. No tengo que quedarme con eso…
—¿Qué trajiste a tu vida como Jacinta de eso? ¿Qué relación tiene con esta vida?
—Creo que tengo que vivir más mi vida y no estar tan pendiente de la pareja, del matrimonio, del novio… Tengo que realizarme más yo…
—En este momento de tu vida como Jacinta, ¿estás alineada con tu proyecto de vida?
—Tengo que tener más paciencia y relajarme un poco más. Es un camino largo el que tengo que hacer, de un trabajo interior. No tengo que poner tanta atención en conseguir marido, sino en otras cosas… En algo que tengo que lograr, que voy a hacer pero es largo, importante, pero «en relación a un ritual, como más allá de… ». Estas son pistas de que es algo importante para mi espíritu, para mi alma…
—Elige un color para armonizarte y volver a tu consciencia habitual como Jacinta.
Jacinta pudo cortar definitivamente la relación con su ex novio, olvidarse de él, y ahora está felizmente casada y esperando un bebé.
Puede suceder también que la experiencia amorosa de la vida o vidas anteriores sea tan traumática que en esta no lleguemos siquiera a establecer una relación, que escapemos del amor.
Agustina es una joven profesional de la salud, guapa, soltera, independiente, que ya encontró su vocación y está profundizando sus estudios con una maestría en el extranjero. Solo una cosa falta en su vida: ¡animarse al matrimonio! No digo que sea fácil, hace falta coraje, pero parece que casi todos los humanos tenemos cierta tendencia a vivir en pareja y, si nos falta, sospechamos que algo interno lo está impidiendo. ¿Por qué no averiguarlo? Después podremos decidir libremente si queremos o no…
Agustina ya venía trabajando el tema en su terapia, y aparentemente no había razón alguna que justificara su «miedo al compromiso», al menos en esta vida. Por eso decidimos explorar más allá de lo conocido:
—Lo que más me importa ahora es encontrar una pareja. Tengo ganas de estar bien en pareja, pero me cuesta un montón, me cuesta un montón comprometerme. Y por otro lado siempre tengo ganas de irme… Soy muy independiente y eso me gusta. Me gusta irme, viajar.
—¿Sientes que hay algo que te impide estar bien en pareja? ¿Qué sientes cuando estás en pareja?
—Siento que, si me comprometo demasiado, voy a perderme algo. Como no me gusta que me invadan demasiado, siento ganas de escapar cuando algo se pone más serio. Si estoy con una persona que es muy independiente, no me pasa, pero si empiezan a depender de mí, sí.
—¿Y qué sientes cuando empiezan a depender de ti?
—¡Que me quiero lejos! Me «pongo loca. Me digo: «no, no, no… ». Solo me ocurre con la pareja, no con amistades, porque con amigos y amigas está todo bien, ¿entiendes? Por lo menos es lo que me pasó con la última relación que tuve. Tenía sensación de ahogo, mi cabeza iba a mil y lo mandé todo a la mierda… Es como si tuviera una imagen de pareja ideal y entonces pienso que, si me quedo con el que tengo, no la voy a encontrar. Pero no estoy buscando a esa persona que imagino, no estoy tan loca. Sin embargo, si cierro los ojos, me lo imagino y siento que tiene que ser extranjero… ¡Pero no estoy tan loca!
—Cierra los ojos, recuéstate, relaja el cuerpo y entrégate confiadamente a esta experiencia que tu alma vino a hacer hoy aquí para tu sanación. Cuando cuente tres, vas a estar en la experiencia que tu alma necesita trabajar hoy aquí para tu sanación, la experiencia responsable de esto de «me quiero ir a la mierda cuando dependen de mí». Uno, dos, tres; estás ahí. ¿Qué estás experimentando?
—Soy como una señora de campo, joven pero hecha mierda… Llevo uno de esos vestidos blancos con colores, como los franceses de la campiña. Estoy fuera de casa, el suelo parece de tierra… Miro como para adentro. Ahora entro en la cocina, está todo ordenado pero es muy precario. Hay un señor tapado con unas mantas.
—Sigue.
—Está ahí tirado…
—¿Qué sientes?
—Entre cariño y rechazo.
—Cuando cuente tres, vas a ir un poco más atrás, al comienzo de esta experiencia. Uno, dos, tres; estás ahí. ¿Qué estás experimentando?
—Estoy en una fiesta de paisanos bailando con este tipo. Parece La familia Ingalls, pero en Francia. Estoy bailando divertidísima con este mismo hombre, pero más jovial, estoy entusiasmadísima con él. Me río, me divierto, estoy enamorada de él, estamos juntos…
—Cuando cuente tres, vas a ir al siguiente momento significativo en esa vida. Uno, dos, tres; estás ahí. ¿Qué estás experimentando?
—Que el tipo se empieza a ahogar, a sentir mal. Estamos caminando y lo llevo, no sé dónde… Y ahora volví a casa (a la escena del principio de la regresión). Estoy ahí, mirando, y no me puedo ir.
—¿Qué sientes?
—Impotencia, rabia, ganas de llorar… como culpa. Estoy sentada sola en la cocina. Hay mucha quietud, aburrimiento. Tengo ganas de salir al mundo, pero estoy ahí.
—¿Qué te impide salir al mundo?
—Esa persona. No la puedo abandonar, está medio enferma. Es mi marido…
—¿Qué le pasa?
—Se muere… una peste…
—¿Qué es lo peor de toda esta experiencia?
—¡Que no se muere nunca! Estoy fuera, no hay nada, es un descampado… ¡Me quiero ir! Me da mucha rabia, mucha impotencia. ¡Me parece que lo maté, es un horror, me parece que lo maté! Estoy en esa cocina, sola, aburrida, siento impotencia, me quiero ir y… ¡me parece que lo mato!
—¿Qué haces?
—Está gimiendo de dolor, no lo puedo escuchar más, no lo puedo escuchar más. Lo odio. Me estoy volviendo loca, no aguanto más… No sé si lo mato o lo dejo morir… Es como que él ya no es él… está poseído. No sé qué le pasa, está muy enfermo, no puedo conectarme con esa persona… Pasó mucho tiempo, estoy como que ya no siento nada…
—Sigue.
—¡Qué horror! —Espantada de la situación—. Voy al cuarto, miro, ya no hace ruido, y yo soy joven… Me quiero ir, pero no me puedo ir si él no se muere. Estoy resignada, estoy esperando que se muera. Me parece que no lo mato, se muere… No hice mucho, pero no había mucho por hacer, como que una mañana me despierto y estaba muerto.
—¿Y qué haces?
—Lo entierro sola… ¿Dónde estoy? —se pregunta—. ¡Es como si estuviera en medio de la nada! Lo entierro sola, ¡qué horror! Estoy en este lugar y no hay ni vecinos, no hay nada… Ya ni siento… lo entierro… ¡Ay, qué horror!
¡Me clavo un cuchillo en el estómago! ¡Me mato! ¡Estoy loca! Me mato, pero no siento nada, es rarísimo. Soy como esas personas a las que ya se les fue todo… la vida…
—Cuando cuente tres, vas a ir al momento donde sientes que se te «va la vida». Uno, dos, tres; estás ahí, ¿qué estás experimentando?
—Cuando esta persona se empieza a enfermar, yo era una persona muy alegre, éramos gente muy alegre… Y él empieza a sentirse mal, le empieza a agarrar algo, me desespera. Y fueron muchos años de enfermedad, y él fue perdiendo la cabeza. Yo estaba sola y me quedé totalmente sola con una persona loca y enferma… Muy poca gente llegaba hasta allí.
—De todo esto, ¿cuál es la experiencia más terrible?
—Cuando él empieza a perder la cabeza y yo empiezo a perder las ganas de vivir, porque lo otro después yo ya ni siento…
—¿Cuáles son tus reacciones físicas cuando él «empieza a perder la cabeza» y tú «las ganas de vivir»
—Angustia.
—Cuando sientes angustia, ¿cuáles son tus reacciones emocionales?
—Como tristeza…
—Cuando sientes tristeza, ¿cuáles son tus reacciones mentales?
—Ver cómo salir de ahí, ¡pero no puedo!
—¿De qué manera afecta todo esto tu vida como Agustina? Esto de «siento tristeza, angustia, ver cómo salir de ahí, pero no puedo», ¿qué te hace hacer en tu vida como Agustina?
—No mantenerme en «los momentos de realidad» en una relación… ¿entiendes? Cuando se pasa todo lo bueno, ¡ya se termina!
—¿Y qué te impide hacer esto en tu vida como Agustina?
—Tener una pareja estable, ser feliz.
—Cuando cuente tres, vas a liberar todas esas emociones y vas a hacer lo que necesites hacer. Uno, dos, tres… —Le alcanzo un almohadón muy grande y lo golpea con rabia y desesperación, gritando su rabia y liberando la impotencia. Luego, para salir definitivamente de esa vida y dejar todo ese problema atrás para siempre, le digo—: Cuando cuente tres, vas a ir al momento de tu muerte en esa vida y lo vas a vivir paso a paso. Uno, dos, tres…
—Estoy caminando sin vida, como una autómata. Agarro el cuchillo y me lo clavo en el estómago. Es una liberación. Sale el alma y queda ahí, está desolada…
—Ahora vas a quitar toda tu energía de ese cuerpo y de esa vida y vas a permitir que tu alma se eleve a la Luz. ¿Puedes hacerlo?
—Sí. Voy subiendo…
Su alma, en esa vida, había quedado atrapada en esa situación, en ese lugar. Es lo que llamamos «atrapamiento post mortem». Parte de su alma, de su energía, estaba perdida allí. Al enviarla a la Luz, la recuperó y pudo liberarse de esa situación y, sobre todo, ¡del miedo a quedar atrapada en una relación!
En lugar de describirme su experiencia en la Luz y finalizar la regresión con una armonización, como es habitual…
La regresión continuó con una vida posterior, mostrando hasta qué punto una experiencia no sanada puede condicionarnos en el futuro:
—Ahora estoy en el mar, en una playa con una familia, mi marido y mis hijos, estoy en el agua. ¿Puede ser? ¿Estoy en otra vida? Es como contemporáneo… Es una playa en Francia, en Europa… Estoy de vacaciones. Estoy todo el día en el agua. Soy morena, delgada… Tengo una sombrilla, estoy muy relajada… Estoy con mi familia.
—Cuando cuente tres, vas a ir al momento más significativo en esa vida, a la razón por la cual tu alma fue ahora a esa experiencia. Uno, dos, tres…
—¡Un horror! ¡Mi marido se pone enfermo y lo abandono! No puede ser, me voy, me voy con mis hijos y lo dejo en el lugar donde vivimos, en una ciudad.
—¿A qué se debe que te vayas?
—Estaba desesperada, me quiero ir, no me quiero quedar ahí… No quiero saber lo que va a pasar. Me siento muy culpable. Tampoco está tan enfermo, tenía fiebre… ¡Es horrible, me siento muy culpable! Hago las maletas, agarro a los niños y me voy.
—Sigue avanzando…
—¡Qué horror! ¡Me parece que tengo un accidente con el coche y me mato! Estaba huyendo del miedo. Culpa, me sentía muy culpable… y choco con el coche y me muero… Tengo mucha angustia y mucha rabia, fue como un acto de desesperación. Me doy cuenta de que no está bien lo que hago, pero no puedo hacer otra cosa. Me da mucho miedo, no lo puedo soportar. Es un impulso… Agarro el coche y me voy y choco contra un autobús, voy muy distraída…
—¿Qué más sucede?
—Gente que viene a ayudar, llantos de los niños… Lo veo, me doy cuenta de lo que pasa, me da pena.
—¿Qué te da pena?
—Yo, «esa persona que está ahí», la veo desde arriba y me da lástima. «Sabía que estaba mal, pero no podía hacer otra cosa»… y me voy. Pero ahora es distinto (que en la vida anterior), comprendo la situación, me quedo un rato y después me voy por un tubo. Siento paz… Estoy en la nada. Es luminoso…
—Estando ahí, fíjate si puedes darte cuenta de qué relación tienen estas vidas con lo que te sucede ahora como Agustina. ¿Qué te dice tu alma?
—Que la primera experiencia fue un horror y marcó el miedo a que alguien dependa de mí y después miedo a hacerle daño a alguien si dependo de él. Tengo miedo a hacerle daño a otra persona o a hacerme daño yo… He venido a esta vida (actual) con un cierto miedo. Pero no tanto, porque en la segunda experiencia lo entendí más.
Después de la armonización final, regresa a su consciencia física habitual en este día, comprendiendo y recordando todo lo experimentado.
Es muy interesante esta regresión como ejemplo de cómo una experiencia que no había sido resuelta influyó directamente en una vida posterior, no necesariamente correlativa a la primera en el tiempo lineal. Recordad que, para que una experiencia traumática de vida pasada genere un síntoma en otra vida, necesita que se den ciertas condiciones que la reactiven. En ese caso, la enfermedad del marido. También es interesante notar que ella comenta que, en su vida actual, el miedo a «hacer o hacerse daño» no es tan grande, porque pudo comprenderlo en la segunda oportunidad. El objetivo de la repetición de las situaciones traumáticas es el aprendizaje, la sabiduría. El objetivo de la regresión con finalidad terapéutica es liberar las emociones, sanar las heridas que quedan al atravesar las experiencias para que ya no nos condicionen: recuperar el alma, ser libres para crear nuestra vida.
Agustina vive ahora en el extranjero, estudiando y trabajando, y cada vez más cerca de animarse al compromiso, sin que eso signifique perder su libertad. ¡El gran desafío de toda mujer en estos días!
Cuando creemos que el que no quiere el compromiso es el otro
Catalina es una mujer joven y exitosa, que siente que sus relaciones amorosas fallan porque no atrae al hombre adecuado, al que quiera un compromiso como ella. Veamos cuál es la realidad detrás de su discurso.
—Necesito cortar con cosas del pasado, con algo que no me permite entablar una relación madura con alguien que sea maduro como yo, que quiera una relación como la que yo quiero.
—Cierra los ojos. Siente que el cuerpo se va aflojando y relajando… —Continúo con una larga relajación de todo el cuerpo para llevarla a estados profundos de conciencia expandida—. Cuando cuente tres, vas a estar en la experiencia responsable de «necesito estar en una relación estable, pero no atraigo a la persona adecuada». Uno, dos, tres.
—Estoy viendo una escena donde hay un perro al lado de un árbol, negro… y adentro está oscuro. Veo un árbol, la casa que tiene las luces encendidas y se ven como dos figuras adentro, creo que son un hombre y una mujer y se percibe cierta violencia.
—Cuando cuente tres, vas a estar en esa experiencia donde hay un hombre y una mujer y se percibe cierta violencia. Uno, dos, tres; ¿qué estás experimentando?
—Fue raro, no sé si yo lo estoy viendo o lo estoy viviendo, pero me parece que se están golpeando y el hombre la va a matar… Se congela la imagen. Me parece como dibujos animados.
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de toda esa experiencia. Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
—Otra vez no sé si soy yo o no. Ahora es una mujer que está en una casa blanca, moderna…
—¿De qué época?
—Como de los años sesenta. Está aislada, es muy moderna y rica. La mujer va caminando por la casa. No hay nadie más, está como medio encerrada…
—¿Qué siente la mujer?
—No sé, es rara la sensación. Me cuesta porque por un lado la estoy viendo desde fuera y en parte siento que soy la mujer, pero ¿puede ser que parte de la energía de la mujer esté fuera? Siento que yo soy la mujer que está tratando de encontrar la salida de la casa. No tiene mucha emoción, es raro, la estoy viendo como desde fuera… Es como una gran pecera, parece una de esas mujeres sin vida propia…
—Cuando cuente tres, vas a ir a momentos antes de que entres por primera vez en esa casa. Uno, dos, tres.
—Hay un hombre con una barba, una camisa de colores, no sé si es esposo, amante, novio, pareja. Estamos yendo en un coche blanco, uno de esos redonditos, a esa casa que es nueva. Para mí que está drogada, está fuera de su cuerpo, está totalmente drogada.
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de esa experiencia, antes de estar drogada…
—Está drogada, el tipo la drogó. Está en una fiesta, todo psicodélico, no puedo conectar bien, no está claro, están… No sé, no entiendo mucho. De repente lo veo como una escena desde fuera.
—¿Qué sientes cuando ves a esa mujer desde fuera?
—Me da lástima, está como muerta.
—¿Y qué sientes tú en ese cuerpo?
—Mucho vacío… nada… La muchacha está embarazada, estoy embarazada, estoy dentro de la casa, tengo el mismo vestido en todas las escenas, como de colores fuertes. Está en esa ventana… Se está tocando la panza, se acaricia el vientre, está como ida…
—Cuando cuente tres, vas a ir a la siguiente experiencia significativa…
—Estoy con mi bebé. Siento mucho amor por mi bebé. Es una sensación de conexión, de amor, de querer salir de ese lugar… Me voy a escapar. Está este hombre barbudo, con bigotes, grandote… Está ahí… y no puedo salir… Todo como cerrado. El tipo es un narcotraficante. Anillos de oro, mucho dinero… es muy poderoso.
—¿A qué se debe que estés con él?
—Creo que por drogas, fiestas… Soy muy joven, delgada, de unos veinte años, muy muy bonita… Siento que justo me estoy despertando con este bebé… Lo tengo agarrado, estoy mirando, como planeando mi escape, estoy mirando todos los movimientos que están pasando a mi alrededor: entran y salen hombres, gente que trabaja, gente armada. Parece que, ahora, está cobrando vida este lugar… Tiene un gran portón y yo estoy caminando con mi bebé alzado mirándolo todo, viendo cuándo me voy a escapar. Hay un camión que sale, me parece que voy a decidir meterme bajo de ese camión, debajo de la lona… Sigo caminando con el bebé y me subo detrás del camión, voy como una zombi y me meto, sin nada…
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de esa experiencia. Uno, dos…
—¡El tipo ese me mata!
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de esa experiencia. Uno…
—Dejé el niño fuera, al lado de un árbol, y yo vuelvo a la casa. No lo entiendo. Dejé al bebé fuera para protegerlo, pero fuera de todo, al lado de un árbol… Yo dejé al niño lejos, fuera de todo, para protegerlo, para sacarlo de ese lugar… Vuelve a mí la imagen del perro. Veo a ese perro como acostado, como protegiendo a ese bebé… Es muy confuso todo, muy raro…
—De todo esto, ¿cuál es el momento más terrible?
—No sé, la situación «de nada». Como de cero emoción. Una sensación de «nada te importa», de estar como muerta en vida.
—Cuando sientes que nada te importa, que estás como muerta en vida, ¿cuáles son tus reacciones físicas?
—Angustia. Me da lo mismo estar viva o muerta.
—Y cuando sientes que te da lo mismo estar viva o muerta, ¿cuáles son tus reacciones emocionales?
—Siento algo aquí, como opresión en la barriga. El tipo me clava un cuchillo.
—¿Dónde te lo clava?
—Aquí en la barriga.
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de esa experiencia. Uno…
—Me estoy yendo, saqué al bebé y lo puse debajo del árbol, y lo estoy yendo a buscar por la noche, y el tipo me agarra, y me estoy viendo de nuevo afuera de la casa, ahora… Y veo el momento en que me clava un cuchillo.
—¿Qué sientes cuando te clava el cuchillo?
—Mucho dolor. Me doblo, empujo al tipo. Quiero irme, y voy saliendo de la casa, al tipo lo empujo y él se golpea la cabeza y yo sigo corriendo… sigo corriendo.
—Sigue…
Silencio.
—No… creo que me muero… Me muero ahí en el patio.
—Y esto de «me da angustia, me da lo mismo estar viva o muerta, no siento nada», ¿de qué manera te afecta en tu vida como Catalina?, ¿qué te hace hacer?
—Quizá querer tener mucha libertad, tener miedo a encerrarme.
—¿Qué te impide hacer?
—Intimar… tener pareja…
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de todo esto, a la experiencia a la que tu alma necesita ir para sanar definitivamente este miedo a quedar encerrada. Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
—Estoy encerrada en una torre.
—¿Cómo eres cuando estás encerrada en la torre?
—Estoy con harapos, totalmente encerrada, soy mujer.
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de toda esa experiencia. Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
—Estoy en un castillo… Me parece que tengo un amante.
—¿Estás casada con alguien cuando tienes ese amante?
—Sí, con el dueño del castillo… No sé si es un rey, un conde o algo así. Y me manda encerrar en la torre.
—¿Te descubre?
—Sí, me descubre.
—Cuando cuente tres, vas a ir al momento en que te descubre. Uno, dos, tres; estás ahí, ¿qué estás experimentando?
—Me despierta gritándome. Está con otra gente, no entiendo nada…
—¿Qué sientes?
—Mucho miedo. El tipo no me dice nada, me agarran y me encierran, así como estoy, en un lugar muy alto. No hay nada, solo una ventana con rejas, sin vidrio ni nada… Es el único hueco que hay para salir. Es imposible salir.
—¿Qué sientes?
—Que es imposible salir. Grito, lloro hago todo lo posible… Grito: «¡Ayuda, ayuda!», pero no hay nada, solo animales. Es un castillo muy grande, nadie me puede escuchar…
—¿Qué sientes cuando nadie te puede escuchar?
—Desesperación. Trato de ver si puedo salir, pero está todo muy sellado, es imposible… Trato de rascar las paredes… —Le pongo encima un almohadón para que pueda sentir ese encierro más profundamente y pueda liberar toda esa desesperación que todavía queda ahí—. Voy perdiendo todo tipo de fuerza, me voy debilitando, no tengo nada, ni comida… Me estoy muriendo.
—¿Qué le va pasando al cuerpo?
—Se va como pudriendo, se va desintegrando… Como una calavera.
—¿Cuál es tu último pensamiento antes de morir?
—Nunca voy a salir de aquí.
—Esto de «nunca voy a salir de aquí», ¿de qué manera está afectando tu vida como Catalina?, ¿qué te hace hacer?
—Estar en relaciones de las que sea fácil salir.
—¿Y qué te impide hacer?
—Tener un compromiso.
—¿Qué le pasó a tu alma cuando murió tu cuerpo?
—Se quedó ahí.
—Y entonces, ahora, primero vas a hacer lo que no pudiste hacer en ese momento, vas a sentir que sales de esa torre —Le pongo un almohadón para que lo empuje y sienta que se libera—. Siente bien la libertad, mueve tu cuerpo. Muy bien. Quiero que veas ahora si hicisteis alguna promesa con esta persona que era tu amante, algún pensamiento que hayas tenido hacia él cuando estabas en la torre…
—Sí, «siempre lo voy a amar».
—Y esto de «siempre lo voy a amar», ¿de qué manera está afectando tu vida como Catalina? ¿Qué te hace hacer?
—No puedo amar a otros hombres, porque estoy comprometida con él.
—¿Estás dispuesta entonces a romper esa promesa, ese compromiso, ahora?
—Sí.
—Primero te vas a despedir de alma a alma. Te voy a acercar este almohadón para que puedas sentir que lo abrazas y puedas despedirte de él. Y vas a repetir: «Yo, Catalina, rompo y anulo la promesa que te hice en esa vida, me libero y te libero». —Lo repite tres veces—. Ahora, vas a permitir que tu alma salga de esa torre, vas a percibir la Luz que te vino a buscar. ¿Puedes percibirla?
—Sí.
—Vas a ser consciente de que ese cuerpo ya no te pertenece, vas a quitar toda tu energía de ese cuerpo y de esa vida para poder llevarla a la Luz. ¿Puedes hacerlo?
—Sí, ya me siento muy tranquila.
—Ahora, para terminar de sacar toda tu energía de esas experiencias, cuando cuente tres, vas a ir al momento de tu muerte de aquella otra vida donde tienes el bebé. Uno, dos, tres.
—Estoy tirada ahí desangrada…
—¿Tu cuerpo ya está muerto?
—Sí.
—¿Cuál es tu último pensamiento antes de morir en esa vida?
—Quiero encontrar a mi bebé, quiero ir con él.
—Y esto, ¿de qué manera afecta tu vida como Catalina?
Silencio.
—Todavía lo sigo buscando.
—¿Y qué te impide hacer?
—Tener otros hijos.
—¿Qué pasa con tu energía cuando muere tu cuerpo?
—Se va con el bebé.
—¿Dónde está?
—Bajo el árbol. Se lo lleva alguien y yo lo sigo… ¡Le estoy diciendo que es mío y no me oye!
—¿Y tú te diste cuenta que tu cuerpo se murió?
—No.
—Cuando cuente tres, vas a volver al momento de tu muerte. Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
—Mucho dolor.
—¿Qué le va haciendo ese cuchillo a tu cuerpo?
—Lo va cortando, pero yo me lo saco y sigo. Sigo, pero después me caigo… Me muero.
—¿Cómo muere tu cuerpo?
—Le falta el aire y se desangra… Pero ahí es donde me levanté y me fui con mi bebé…
—¿Ahí es donde no te habías dado cuenta de que tu cuerpo se había muerto y le decías a esa gente: «¡Es mi bebé!»?
—Sí.
—¿Y qué sientes cuando te das cuenta de que no te oyen?
—Desesperación… Y yo lo seguía… como un fantasma, lo fui acompañando como un fantasma.
—¿Te quedaste como un fantasma mucho tiempo?
—Sí.
—¿Y qué pasó con tu bebé?
—Está con una familia, está bien.
—Ahora que sabes que tu bebé está bien, ¿sientes que ya puedes ir a la Luz o hay algo que te queda pendiente?
—Tengo que decirle a mi bebé que no lo abandoné.
—Háblale a tu bebé de alma a alma. ¿Puedes hacerlo?
—Sí.
—¿Qué le dices?
—Le digo que yo lo quería salvar, que lo iba a ir a buscar…
—Bien, despídete del bebé, libéralo y libérate.
Silencio.
—Ya está.
—¿Estás lista para ir a la Luz entonces?
—Sí.
—Voy a reparar tu campo energético sacando el cuchillo, sanando la herida. ¿Hay algo más que necesites?
—Irme.
—Te pido, Dios Madre-Padre, que vengas a buscar a tu hija que ya está lista para regresar al hogar… ¿Puedes ver la Luz?
—Sí, ya llegué. Siento mucha paz.
—Te recibe algún Ser de Luz, algún Maestro, ¿recibes algún mensaje?
—Sí. —Recibe en silencio su mensaje—. Ya está.
—Ahora vas elegir un color para armonizarte. ¿Qué color elijes?
—Amarillo.
Realizo como siempre la armonización y reparación de todo su campo energético y traigo a Catalina a su conciencia física habitual para que continúe su día, completamente en su conciencia física, en la fecha actual.
Catalina pudo darse cuenta de que quien huía del compromiso era ella en realidad… ¡y con justa razón a juzgar por la historia de su alma! Catalina no solo estaba atrapada físicamente en un lugar, en esa casa primero y en la torre después, sino también energéticamente, ya que, después de la muerte en ambas vidas, su energía no había podido ir hacia la Luz y había quedado atrapada en el plano físico. ¿Cómo puede ser, si está encarnada en este momento?, os preguntaréis. Recordad que no es toda el alma sino un fragmento de nuestra energía el que queda atrapado, incluso también el que encarna. Y esa energía transmite todas las sensaciones que tiene en ese momento a nuestra vida actual. Al hacer la regresión, la recuperamos. Además, Catalina estaba atada por la promesa de amor en la vida en la que estaba encerrada en la torre, por eso no podía comprometerse con otro hombre, pero tampoco podía pensar en formar una familia y tener otros hijos, ya que todavía «estaba corriendo detrás de su bebé». ¡Vean todo lo que había detrás de esa creencia de que los hombres no se querían comprometer! Catalina ya está mucho más libre para formar una familia como la que ella desea.
Estamos tan perdidos en este mundo dualista que a veces nosotros mismos dictaminamos nuestra propia condena. Tenemos la costumbre de juzgarlo todo, de condenar y condenarnos. De esta manera, ¿quién necesita un dios castigador o un juez severo?
Como Andrea, nosotros mismos nos maldecimos muchas veces diciendo cosas como…
Por lo que hice merezco quedarme sola
Andrea me pregunta: «¿Por qué no encuentro pareja?». Está divorciada y, a pesar de conocer y salir con diferentes hombres, no logra comprometerse con ninguno y se siente muy sola. Veamos cómo su problema es muy diferente al de Agustina, aunque el síntoma parezca el mismo:
Comienza la regresión diciendo que se le acelera el corazón.
—Siente cómo se acelera el corazón. ¿Qué le pasa a tu cuerpo?
—Tiemblo. Las manos, de la cadera para abajo…
—¿Como si te estuviera pasando qué cosa?
—Algo feo.
—Cuando cuente tres, vas a estar en la experiencia responsable de esas sensaciones. Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
—Veo montañas, rocas… Soy mujer, una niña. Llevo un pañuelo blanco en la cabeza, una falda y una canastita. Bailo y me muevo y estoy bien. Escucho tambores, como si alguien estuviera tocando un tambor… Ahora me parece que estoy en un pueblo. Es de noche, voy por la calle caminando. Hay casas antiguas y creo que es otro día…
—¿Cómo te sientes?
—No muy bien, estoy buscando a alguien.
—Sigue avanzando.
—Ese lugar no me gusta, siento olor a muerte, y después veo que un alma me ronda, que ahí alguien se murió, está el alma flotando. Ahora veo un bebé lindo, arropado, gordito… me necesita.
—¿A qué se debe que te necesite?
—No sé, parece que la madre no está.
—¿Dónde está?
—Murió.
—¿Qué edad tienes?
—Doce o trece años… Ahora soy mayor, lo abrazo, lo quiero mucho, él también me quiere, soy la única que lo puede cuidar…
—¿A qué se debe?
—A que los mataron.
—¿A quiénes mataron?
—A la madre.
—¿Quién la mató?
—Ese hombre que tocaba el tambor… Eran soldados. Es una revolución, la francesa, Francia…
—¿Dónde estás?
—En la guillotina. Le cortan la cabeza a una mujer rubia.
—¿A qué se debe que le corten la cabeza?
—Porque tenía dinero, era una aristócrata… Estoy escondida, con mi hermano, a lo mejor puede ser nuestra madre. Nosotros nos escapamos para que no nos apresen… Tengo una casa muy grande, muy bonita, pero está vacía… todos huyeron. Nos escondieron en el sótano.
—¿Qué sientes?
—Miedo, frío, oscuridad, hambre… Hay fuego, como si se estuvieran quemando otras casas, otros lugares, fuego, miedo, tiros… gente que corre… caballos que corren, gente que corre, frío. Pero no sé, porque nosotros también corremos, estamos huyendo, yo no estoy corriendo con mi madre sino con otra mujer que nos lleva. Está tratando de protegernos o a lo mejor nos está llevando para escondernos en el agujero. Nos pone esa señora que debe ser una sirvienta, mi madre está presa y a nosotros nos vistieron como pobres para que no nos apresen… Hay ruidos, alguien viene. Para que no nos agarren, ella sale y se entrega, y me deja sola con mi hermanito y a ella se la llevan.
—¿Qué sientes?
—No sé, porque no veo nada, pero miedo, supongo… El bebé llora, tiene hambre y ahí no hay nada, trato de ponerlo al pecho, pero yo no tengo leche y no le puedo dar nada, siento culpa, se va a morir si no le doy de comer… Me tengo que ir de ahí, a alguna granja donde haya algo para comer. Él es pequeño, no sé qué va a comer. Yo no sé hacer nada, nunca hice nada… Corro con el bebé y voy a esa cabaña en que hay una cuna, se ve que hay otro bebé, y busco algo para comer y veo leche y le doy en cucharita y está contento.
—¿Qué sientes?
—Que lo quiero mucho y él también me quiere. Está contento, no entiende nada, no sé qué va a pasar. Crece, ahora es mayor, tiene pantalones cortos.
—¿Cómo lograste sobrevivir?
—Alguien nos ayudó, unos campesinos… Y pasamos a ser pobres.
—¿Qué sientes?
—Felicidad, porque podemos sobrevivir. Él se hace mayor y se hace fuerte, pero después me deja. Hay otra chica, se enamora, es bonita, y está enamorado, se va con ella, se casa… Y yo me quedo sola porque lo tuve que cuidar a él. ¡Es un desagradecido, yo me quedé soltera y él se va!
¡Casi me matan por salvarlo a él! «¡Si no fuera por mí no estarías vivo, y yo te quiero, llévame a vivir contigo también, si tenéis un hijo os lo voy a cuidar… yo no quiero estar sola, llevadme con vosotros!». ¡No quiero estar sola! Me llevan a vivir con ellos… Ella es una mujer de mucho dinero, es una casa muy hermosa… Les hice alguna maldad. Le robé cosas a ella y al padre. Vivía el padre de ella ahí… Me parece que lo maté porque ella lo quería. A él lo maté, ella después se murió sola… Le estoy poniendo algo en una bebida… cianuro… y lo mezclo con el café y se lo doy…
—¿Qué sientes?
—¡¡¡Placer!!! Porque se muere y se va a quedar sin su padre. Le voy a hacer daño como ella me hizo a mí (por casarse con mi hermano). Lo toma (el cianuro) y se muere, se empieza a quedar tieso… ¡Me río, estoy contenta, siento placer! Después hice otra cosa, maté a los hijos, ¡a mis sobrinos! Ahogué al pequeño, como un perrito, lo que quería hacer con Cirilo. —Su exmarido en su vida actual y hermano en aquella—. Era pequeño… lo agarré… no sé si lo ahogué o lo ahorqué…
—¿Qué sientes?
—Confusión. No quiero hacer eso, pero es tanta la rabia que tengo, tanto el daño que le quiero hacer a esa mujer… la rabia… Yo al bebé no le quiero hacer ningún daño, pero a ella, sí. En realidad lo mato, pero me arrepiento, estoy arrepentida. Siento rabia… ¿Por qué estoy haciendo esto si el bebé no tiene la culpa? Es porque no soy suficientemente valiente para matarla a ella… Lo mato de odio, de rabia, creo que lo ahorco en el baño, y lo tengo así —hace gesto con las manos— y lo ahogo… Se murió. Lo saco, lo dejo en la cama… lo encuentra en la cama de ella, se vuelve loca. ¡¡¡Ja, ja, ja!!! Se vuelve loca, llora. Grita, no importa… y se la llevan. Ella, como se vuelve loca, a lo mejor piensan que lo mató ella… Y yo me quedo con él. —El hermano—. Se murieron todos y yo me quedo con él…
—¿Qué sientes?
—¡Placer! Ahí somos felices, porque yo estoy con él y tenemos dinero. Pero ahora empieza a salir y se vuelve a enamorar. Conoce a otra, no es de fuera, es de la casa, es una sirvienta… Y ella sabe que yo maté al padre y al hijo. Y ella empieza a llenarle la cabeza y me echan… Y yo vuelvo a esta casa… —el rancho donde se criaron—, y él se queda con ella y yo me quedo sola.
—¿Y qué sientes?
—Me siento un poco mejor, porque por lo menos me vengué. Y fui un poco feliz. Pero ahora, por lo que hice, merezco quedarme sola. Por… el amor enfermo que sentía por él.
—¿De qué manera está afectando tu vida como Andrea esto de «por lo que hice merezco quedarme sola»? ¿Qué te impide hacer?
—Tener una pareja… tener otra pareja… Yo quisiera estar con alguien.
—Para lograr eso vas a tener que dejar todo esto atrás, cortar con todo esto… yendo al momento de tu muerte en esa vida.
—Estoy con Cirilo… Le tengo que decir la verdad, que maté a su hijo.
—Pídele perdón y libérate de eso. Comunícate con él de alma a alma.
—Te pido perdón, yo maté a tu hijo y también maté al padre de tu mujer. Yo era la enferma. Soy yo, no tú. No podía cortar, me enamoré desde que naciste, eras mi bebé, no quería que mi muñeco creciera. Eras mi muñeco, como si yo fuera la madre… Pero la madre no puede casarse con el hijo y yo no entendía eso, ahora me doy cuenta. Veo las montañas… Antes veo el cuerpo de pelo blanco. Pido perdón y devuelvo la energía al bebé, al padre de ella, que me quería como a una hija. También a la mujer de Cirilo… Me cuesta, no puedo… La volví loca, pero no puedo…
—Entonces primero vas a cortar el lazo que tienes con Cirilo. ¿Dónde está el lazo que representa el amor enfermizo que tienes por él en esa vida?
—En el pelo.
—¿Con qué lo cortarías?
—Con una tijera. —Hace gesto de cortar el lazo energético—. Corto y termino definitivamente con esa relación de amor enfermiza que tenía con Cirilo en esa vida. Te pido perdón por lo que te hice. No le pedí perdón a «la loca»
—Hazlo ahora. —Le pide perdón a la mujer de su hermano y le devuelve su energía—. ¿Qué pasa con tu energía cuando muere tu cuerpo?
—Ahora es cuando veo las montañas arriba y el cuerpo de pelo blanco… Ya les pedí perdón, y les devolví su energía…
—Sé consciente de que ese cuerpo se murió, que no te pertenece. Quita toda tu energía de ese cuerpo y esa vida. Llévala a la Luz y avísame cuando hayas llegado. ¿Puedes hacerlo?
—Sí, ahora sí… subo… y llego a un lugar blanco… siento paz.
Como en toda regresión, termino el trabajo con una armonización y trayendo a Andrea de vuelta a su consciencia física habitual en esta vida.
Andrea, en esa vida, asesinó sin culpa y hasta con placer, por envidia y celos. Eso es vivir una vida como victimario, tema explicado en el libro Sanar con vidas pasadas. En el momento de su muerte su alma se arrepiente, siente culpa y se dice a sí misma: «Por lo que hice, merezco quedarme sola». Esta creencia se convierte en un mandato en vidas posteriores, a modo de «automaldición», que es un condicionamiento muy fuerte. Si se quedara sola en una vida y aprendiera la lección, el objetivo estaría cumplido. Pero el problema es que esta creencia de merecer estar sola permanece y se repite en varias vidas, hasta que, al hacer la regresión, hace consciente su origen y desactiva el mandato autoimpuesto.
Si las automaldiciones permanecen vida tras vida manifestándose en un castigo autoimpuesto, ¡lo mismo sucede con las maldiciones a los otros y de los otros! Además, por una ley cósmica de justicia divina perfecta, el poder maléfico de estas se vuelve contra quienes las pronunciaron. Actúan como un boomerang, además de dañar a quien fue maldecido.
Y además, si quien es nuestra pareja ahora, sobre todo si es alguien a quien amamos y volvimos a elegir como compañero para esta vida, nos agredió en otra y estamos juntos para reparar lo sucedido, vamos a sentir mucho miedo, rechazo, ganas de huir o celos, al estar con él, y sin saber por qué. Ya que la razón no es de esta vida, sino de la anterior.
Eso le sucede a Rocío, que, estando en una relación de pareja donde todo anda maravillosamente bien, nada explica lo que ella siente, y ella y su compañero padecen cuando quieren estar juntos, porque, como dice ella…
Cuando se me acerca siento rechazo
Rocío me cuenta que, cuando su novio se le acerca, siente rechazo, a pesar de que le quiere, la atrae y está enamorada. Sospecha que tiene que ver con «algo más».
—No quiero que se me acerque, no quiero nada.
—¿Qué sientes cuando no quieres que se acerque?
—Siento que me invade.
—¿Y qué sientes cuando te sientes invadida?
—Me cierro más.
—Cierra los ojos y ponte cómoda. Siente cómo todo tu cuerpo se afloja y relaja envuelto en luz. Vas a imaginar que desciendes por una escalera o túnel de luz hacia la experiencia que tu alma decidió trabajar hoy aquí para tu sanación, la experiencia responsable de «me siento invadida cuando se me acerca, me cierro más». Diez… comienzas a entrar en estados más profundos. Nueve, ocho… tu estado es más y más profundo. Siete… más y más profundo. Seis… vas más y más atrás en el tiempo. Cinco, cuatro, tres, dos… tu estado es muy, muy profundo. Uno… saliste del túnel o escalera y comienzas a moverte en una experiencia, puede ser conocida o desconocida, antigua o moderna… Cuando cuente tres, vas a estar en la experiencia responsable de que te sientas invadida. Déjate llevar, tu alma sabe. Uno, dos, tres… ¿Dónde estás?, ¿qué estás experimentando?
—Es un lugar… gris. —Se ahoga, tose—. Siento un fuego en la garganta.
—¿Qué le está pasando a tu garganta? —Tose—. ¿Sabes dónde estás?
—Se está quemando todo. Estoy en una casa. —Tose de nuevo.
—Eso es, sigue.
—Estoy buscando a alguien. Todo se quema, pero no me puedo ir.
—¿A quién estás buscando?
—A un bebé.
—Cuando cuente tres, vas a ir al comienzo de esa experiencia antes de que se empiece a quemar todo. Uno, dos, tres. ¿Qué estás experimentando?
Llora.
—Un hombre me golpea y me veo peleando, forcejeando con él.
—¿Qué relación tienes con ese hombre?
—Es mi marido, me golpea, y caigo al suelo inconsciente.
—Sigue.
—Y estamos en nuestra casa, oigo a nuestro bebé llorando. No sé por qué discutíamos, pero está muy enojado y me insulta.
—¿Qué te dice, qué palabras escuchas?
—Me dice «ramera».
—¿Qué sientes cuando te dice «ramera»?
—Siento que lo odio… ¡lo odio, lo odio! Lo odio porque me maltrata. Me agarra, me zamarrea, me pega, me grita, me patea, estoy en el suelo tirada… Me patea, y yo lo odio. Lo odio. No me puedo levantar, pero me quiero levantar y lo quiero matar, y el bebé llora de fondo. Me quedo ahí tirada. Tira queroseno, prende fuego a todo y se va. Me maldice, me maldice a mí y maldice a mi hijo.
—¿Cuál es la maldición que pronuncia?
—«Os maldigo a vosotros dos, malnacidos, para siempre. A ti, que no tendrías que haber nacido, y a la ramera de tu madre. Que os pudráis». Y se va.
—¿Qué sientes cuando te dice eso?
—No me puedo levantar, lo quiero matar. ¡Y mi bebé, mi bebé! —Llora—. Está ahí, lo quiero ir a salvar… —Llora—. No tengo fuerzas para levantarme. —Tose—. Y todo se quema. Y siento que el techo se empiezan a caer, y los gritos de mi bebé… —Llora—. Entonces me arrastro, me arrastro, y no lo encuentro. ¡Y lo odio, lo odio, lo odio! Lo maldigo también: ¡Nunca va a ser feliz, en su vida va a volver a ser feliz, porque es un hijo de puta! ¡Y lo mató, mató a mi hijo! ¡Ya no lo oigo! Ya no llora… —Tose.
—Eso es, sigue avanzando…
—Me quedo ahí, no tiene sentido salir de ahí sola.
—¿Y qué haces entonces?
—Me ahogo. Me ahogo con el humo. Me falta el aire… Tose—. Me quedo sin aire… me desmayo… Pierdo la consciencia. Ahí veo cómo mi cuerpo se quema.
—¿Tu cuerpo está vivo o muerto ahora?
—Está muerto.
—De toda esta experiencia, ¿cuál es el momento más terrible?
—Mi bebé… no pude salvar a mi bebé.
—Cuando sientes que no pudiste salvar a tu bebé, ¿cuáles son tus reacciones físicas?
—Me dejo morir.
—Y cuando te dejas morir, ¿cuáles son tus reacciones emocionales?
—No tiene sentido seguir viviendo sin mi bebé.
—Y cuando sientes que no tiene sentido seguir viviendo sin tu bebé, ¿cuáles son tus reacciones mentales?
—Quiero morir con él.
—Esto de «me dejo morir, no tiene sentido seguir viviendo sin mi bebé, quiero morir con él… », ¿cómo está afectando tu vida como Rocío? ¿Qué te hace hacer?
—Me hace tener miedo a perder a la gente que quiero.
—Y todo esto, ¿qué te impide hacer?
—Me impide quererlos más y aceptarlos como son.
—Quiero que veas la maldición que os hizo este hombre cuando dijo: «Os maldigo a vosotros dos, malnacidos, para siempre», ¿de qué manera afecta tu vida como Rocío, qué te hace hacer?
—Me hace querer rebelarme.
—¿Y qué te impide hacer?
—Me impide ser feliz. Cuando Felipe —su novio— se me acerca, no lo puedo soportar.
—Ahora vas a soltar, y vas a decir y hacer todo lo que quisiste en ese momento. Y también vas a romper con la maldición que le hiciste, y con la que él te hizo a ti. Contacta con su alma y pregúntale si él está dispuesto a romper con esa maldición.
—Sí.
—Entonces, dile que le vas a prestar tu voz para que él rompa la maldición que te hizo en esa vida.
—Te presto mi voz para que rompas la maldición.
—Que repita: «Yo rompo y anulo la maldición que le hice a Rocío y a su bebé en esa vida. Rompo y anulo definitivamente esa maldición. Rompo esa maldición para esta y otras vidas. Me libero y la libero».
Rocío lo repite todo
—¿Sientes que tienes la energía de la maldición de él en alguna parte de tu cuerpo todavía?
—Sí. Aquí. —Señala el plexo.
—Entonces la vamos a sacar. Agarra la maldición con tus manos, yo te voy a ayudar. Repite conmigo: «Arcángel Miguel… —repite—, ata con cordones de luz cósmica… —repite— esta maldición y arráncala de mi cuerpo y de mi campo energético, ahora». Uno, dos y… ¡tres! —Saco la energía de la maldición de su cuerpo—. Eso es, ¿sientes que salió?
—Sí.
—Ahora vas a romper tú la maldición que le hiciste a él. ¿Estás dispuesta a romperla?
—Sí. «Rompo y anulo la maldición que te hice en esa vida. Me libero y te libero» —repite tres veces.
—Vas a sacar el humo que quedó en tu cuerpo. Siéntate y escupe todo el humo.
Tose sacando todo el humo de su cuerpo.
—Ahora vas a abrazar a tu bebé —le doy un almohadón— y te vas a despedir de él.
Llora.
—Yo traté de protegerte. No pude… Te pido perdón. Tú eras inocente, eras inocente. Ahora vas a estar bien, lejos de tu padre… Te tienes que ir, te voy a dejar.
—Ahora fíjate si puedes sacar toda tu energía de tu cuerpo ya muerto, de esa vida, de esas experiencias, y llevarla a la Luz.
—Sí.
—Avísame cuando hayas llegado. ¿Llegaste?
—Sí.
—¿Cómo te sientes ahí?
—Bien. Tranquila. Estoy con mi bebé.
—Elige un color para la armonización.
—El rosa.
—Siente cómo la vibración del color rosa envuelve todo tu cuerpo y borra las imágenes, sensaciones y emociones de las experiencias pasadas, trayendo una nueva vibración a tu vida como Rocío… A la de tres vas a abrir los ojos y a volver a tu consciencia física habitual sintiéndote tranquila, relajada y envuelta en un profundo bienestar. Uno, dos, tres.
Romper maldiciones, perdonar, ser perdonados, liberar las emociones que quedaron atrapadas en esas experiencias tan terribles, decir lo que no pudimos en esos momentos… es lo que hacemos en toda regresión para sanar lo que nos aflige ahora. ¿Cómo iba a querer Rocío repetir en esta vida lo sufrido en la anterior? Cuando Felipe se le acercaba, toda esa experiencia resurgía en la voz del síntoma: rechazo. Además, las maldiciones los condenaban a ambos a no ser felices juntos en esta vida en la que habían decidido darse una nueva oportunidad. En el Libro iii conoceremos la fuerza del Arcángel San Miguel y su ejército de ángeles para romper maldiciones y liberarnos de energías oscuras.
Testimonios de Eloísas liberadas
Después de una sesión de regresión, pido a las personas que me cuenten cómo siguen para poder hacer un seguimiento del proceso y responder las preguntas y dudas que les surjan. La gran mayoría, por no decir todos, percibe cambios importantes en su vida después de una o más regresiones, según las que hagan falta en cada caso. Veamos dos testimonios interesantes:
Regina, después de romper una promesa de amor eterno, me escribe:
¿Cómo estás? Espero que muy bien, ¡¡¡como yo!!! Ja, ja, no sé si te acuerdas de mí, soy Regina. Fui a verte hace casi dos meses a hacer terapia de regresión por mi miedo al compromiso. Bueno, te cuento que al salir de la terapia, no sé si ese día o al siguiente, conocí a un chico vía Facebook, tuvimos mucha conexión, nos vimos y ya hace casi dos meses que estamos saliendo; tenemos una relación comprometida y me gusta. La regresión me sirvió muchísimo. La verdad es que todo fue muy rápido e intenso, tenemos una relación muy consistente para llevar juntos tan poco tiempo, y no tuve ningún síntoma de querer escapar, salir corriendo de la situación o sentir que él me invade. Es más, soy más demostrativa, digo lo que siento sin miedos, no como antes, y me siento segura. Lo que noté es que no tengo expectativas, a diferencia de antes, que mi cabeza iba más allá de lo que tenía. Vivo el presente y, así, estoy en el lugar que quiero con una persona que me demuestra sentir lo mismo que yo, y me siento en paz.
Mil gracias, ¡¡¡muchas gracias!!! Yo sabía que al salir de la sesión mi vida iba a ser diferente.
Meses después me escribió que se casaban.
Constanza necesitaba terminar una relación. Después de la regresión, me cuenta:
Después de nuestro último encuentro, logré darme cuenta de que lo revivido se desarrollaba en algún lugar de Inglaterra, y que aquel exmarido (después de quitarle las patillas y el sombrero de copa) era nada más y nada menos que mi primer novio y actual amigo… Hace veintidós años que nos conocemos y hemos compartido mucho. Hoy él sigue soltero, ya que las parejas que suele tener son muy celosas para su gusto, como él lo fue conmigo en la regresión. Fue tan fuerte el descubrimiento que decidí dejar el plano amoroso que a veces tenemos para permitir que otras personas aparezcan.
¿Se acuerdan de Catalina, que en una vida había muerto en la torre y atada por una promesa de amor y, en otra, asesinada por su esposo y había permanecido como fantasma por querer proteger a su hijo? ¿La misma que le escapaba al compromiso? Pues ¡dos años después de haber hecho la regresión encontró el amor de su vida, viven juntos y decidieron casarse!