sa noche Mateo pudo dormir un poco mejor. Aunque sólo un poco, porque la idea de hacerse rico vendiendo su tiempo lo puso bastante
inquieto y, a la vez, lo hizo soñar con las miles de cosas fantásticas que podría tener: una casa enorme donde recibir a sus amigos, sus nuevos amigos, porque de seguro tendría muchos nuevos amigos, y delicias para servirles, verdaderos banquetes si se le antojaba, autos de lujo, yates, hasta avionetas para ir a dejarlos nuevamente a sus casas y que así nadie desconfiara de que realmente era una persona rica e importante como los ricos y famosos de la televisión.
Ya no le cabía la menor duda: ¡El tiempo era caro! ¡Valía oro! Por lo tanto, se haría millonario. Iba a vender tanto tiempo como pudiera. Tenía bastante, porque su trabajo sólo le exigía algunas horas de dedicación.
Podría vender el que le sobraba, y siempre le sobraba, siempre tenía tiempo para regalar. El tiempo es algo que no se puede palpar ni ver. Pero se siente. Se extraña. Hace falta. Hasta a él, a veces, le hacía falta. Sobre todo cuando se quedaba dormido y, después de levantarse apuradísimo, tenía que salir corriendo del departamento para poder llegar a la hora a su trabajo, con el pan envuelto en una servilleta para poder comérselo a escondidas del patrón en algún momento de la mañana. Sí. Él estaba seguro de que habría cientos, miles de personas que desearían comprarlo. Muchas. Porque había miles, quizás millones, con muy poco tiempo. Él siempre lo había escuchado en todas partes: “No tengo tiempo”, “Me falta tiempo”, “Estoy tan escaso de tiempo”, “El tiempo no me alcanza para nada”, “Cuánto daría por tener una hora más, unos minutos más, un día más”.
Tan sólo un poco de tiempo más.
***
Al día siguiente, se levantó muy temprano. Tenía algo muy importante que hacer. Antes de ir a su trabajo pondría el aviso en el diario. Se miró en el espejo de su dormitorio. Tendría que buscar un buen gimnasio para bajar un poco la panza, que ya le estaba comenzando a ensanchar la cintura. No le gustaba su porte, siempre había anhelado ser más alto; bueno, eso era algo difícil de solucionar, aunque se convirtiera en un hombre rico. ¡Pero su facha sí iba a cambiar! Esta iba a ser la última vez que se pondría aquella chaqueta imitación de cuero y, desde luego, no tardaría en ir donde el mejor estilista, uno que le diera un look nuevo, de hombre nuevo. Se miró la nariz grande. Su madre siempre le decía que aquella nariz era vestigio de la sangre noble que corría por sus venas. Sangre azul.
Cerró tras de sí la puerta del departamento y se dirigió a la agencia más cercana del diario más importante del país. Sin dudar un solo instante, solicitó un aviso grande, destacado, que se llevó la mitad del dinero que había conseguido en el Banco. No le importó. Después que comenzara a vender su tiempo, esa cantidad no tendría la menor importancia. Sería como un pelo de la cola de un gato. Lo primero que iba a hacer era pagar los préstamos, se pondría al día con sus tarjetas de crédito y con las financieras. Por fin podría respirar tranquilo, dormir en paz.
Por largo rato se quedó mirando el aviso que había ordenado.
El aviso decía así:

Sin duda, aquella mañana Mateo terminó por sentirse muy satisfecho. Y no era para menos. Dentro de muy poco, al día siguiente cuando el aviso circulara por todo el país, él comenzaría a convertirse en un hombre rico. Mientras caminaba rumbo a su trabajo, los árboles le parecieron más verdes, el cielo más azul y la brisa más fresca que nunca. Se demoró un poco contemplando las aves, los jardines, y disfrutó con las risas y los juegos de algunos niños en una plaza cercana. Después, mientras presionaba el botón para permitir la salida de los autos en el estacionamiento en que trabajaba, comenzó a organizar mentalmente la forma en que vendería su tiempo y a cuánto, porque el precio era una cuestión de trascendental importancia.
Lo completamente claro era que debían pagárselo en oro. Porque esa era la única forma de pagarlo. Así lo decía la frase, la bendita frase que había escuchado esa bendita mañana en que se despertó con la idea de que aquel iba a ser un buen día. Intuición. También tendría que tener un lugar donde guardarlo.
—En cuanto me paguen mi primer espacio de tiempo —se dijo—, iré a comprar una caja de seguridad para guardar el oro.
Lo siguiente sería depositarlo en un Banco. Elegiría el Banco que menos problemas le había puesto para darle préstamos, o tal vez el que le había cobrado menos intereses por los créditos de consumo. Después de unos días, con más calma, vería en qué exactamente lo iba a gastar. Al fin y al cabo, él no era un tarambana, un loco que no supiera con claridad lo que tenía que hacer… y justamente esta idea brillante de vender su tiempo lo estaba demostrando.
Antes de salir del turno, fue donde su patrón, le pidió libre el día siguiente y decidió que iba a pasar por una tienda a sacar a crédito un buen traje para verse respetable cuando llegaran los potenciales clientes. Le gustó la palabra potenciales. Cada una de las personas que ahora podía ver y aun las que no estaban ni siquiera cerca de él, eran potenciales clientes y ni siquiera lo sospechaban.
Entró a un mall, vitrineó largo rato y al fin escogió un terno oscuro que le vendría bien con una corbata a rayas y unos zapatos de punta ovalada. Terminó su compra con unos calcetines y camisa del mismo tono, que también combinaban con la corbata, y además un pañuelo de seda para colocarse en el bolsillo de la chaqueta.
Él sabía cómo vestirse para esas ocasiones. Siempre estaba al tanto de lo que se usaba en el momento, se daba el tiempo de revisar minuciosamente los catálogos de las tiendas que llegaban a su domicilio, miraba detenidamente las vitrinas y, además, le gustaba ir a dar vueltas por la Bolsa y los lugares concurridos por empresarios. También era un fiel comprador de aquellas revistas en las que se resalta la vida social, con noticias del jet-set, del mundo de la televisión y de la farándula. Ahora entendía el porqué de aquella casi obsesión; en realidad, su destino estaba concebido de antemano, de alguna manera él siempre había sabido que alguna vez iba a tener tanto dinero como deseaba, quizás más del que deseaba, mucho más. Profecía.
