I
Ni una tuerca, ni un tornillo


Hace casi un siglo, el Partido Comunista chileno comenzó a tener estrechas relaciones con su símil de la Unión Soviética y por ende con el Estado soviético. En enero de 1922, el Partido Obrero Socialista (POS), fundado en 1912 por el obrero tipógrafo Luis Emilio Recabarren junto a los trabajadores de las salitreras, se transformó en comunista en el Congreso de Rancagua. Pocos años después, la organización chilena aceptaba las condiciones impuestas por la Tercera Internacional Comunista, o Komintern, para su proceso de bolchevización —entre ellas, el trabajo en células como organización interna—, lo que la convertiría en un miembro pleno de dicha estructura.

Desde ese mismo instante existió algo más que una cercanía entre ambas colectividades. En general, el partido chileno aceptaba sin muchos cuestionamientos la línea política que el Estado soviético imponía a los adherentes de la Internacional, que generalmente beneficiaban a la URSS. Por ejemplo, a fines de agosto de 1939, cuando los comunistas criollos apoyaron el pacto de no agresión mutua y reparto de Polonia y las repúblicas bálticas, firmado por los cancilleres Joachim von Ribbentrop de Alemania y Mólotov de la URSS, que permitió a Alemania dar inicio a la Segunda Guerra Mundial invadiendo Polonia y luego Bélgica, Holanda y Francia. O en 1968, cuando solidarizaron con la invasión de Checoslovaquia en la llamada “Primavera de Praga”. Medio en broma y medio en serio, en el ambiente político chileno se decía: “Cuando llueve en Moscú, los comunistas chilenos abren el paraguas”.

En 1934, año en que los movimientos fascistas encabezados por Adolf Hitler en Alemania y Benito Mussolini en Italia amenazaban con expandirse por el mundo, la Unión Soviética auspició la creación de frentes populares. Estos eran coaliciones de gobierno de centro-izquierda donde los comunistas se unían con sectores no marxistas pero sí antifascistas, lo que se enmarcaba en la estrategia de José Stalin que auspiciaba la construcción del socialismo en un solo país, para luego, no se sabía cuándo, expandirlo a otros territorios. 

En Chile, el Partido Comunista (PC) fomentó la creación del Frente Popular, iniciativa que se concretó en 1936 y llegó al gobierno en 1938 con la elección del radical Pedro Aguirre Cerda como presidente de la República. El PC también apoyó a los candidatos radicales Juan Antonio Ríos, quien gobernó entre 1942 y 1946, y Gabriel González Videla, que administró el Estado entre 1946 y 1952.

Pese a que la relación entre comunistas chilenos y soviéticos era cercana, las comunicaciones formales entre Chile y la Unión Soviética solo se establecieron cuando estaba por finalizar la Segunda Guerra Mundial. El 11 de diciembre de 1944, desde Estados Unidos, se informaba que Chile y la URSS habían iniciado relaciones diplomáticas y consulares1. El Gobierno radical de Juan Antonio Ríos era el que daba ese paso. Al día siguiente, una gran cantidad de personas salió a las calles de la capital para celebrar el hecho con un desfile y una concentración nocturna. La convocatoria fue hecha por la Unión para la Victoria, la Alianza de Intelectuales, la Central de Trabajadores de Chile2 y los partidos políticos. Frente a la estatua de Diego Portales en la Plaza de la Constitución, se dirigieron a los manifestantes el exministro Guillermo del Pedregal, el diputado falangista Bernardo Leighton (posteriormente democratacristiano) y el diputado comunista Ricardo Fonseca3.

Durante 1945, año en que terminó la Segunda Guerra Mundial con la victoria de las potencias aliadas, no se supo en qué estaban las relaciones entre ambas naciones porque, como todos los actores estuvieron preocupados por el desarrollo del conflicto mundial, las noticias y comentarios sobre su vínculo desaparecieron de la prensa. Finalmente, el 12 de abril de 1946 llegó a Santiago el embajador soviético Dimitri Zhukov, quien fue vitoreado en el trayecto entre el aeropuerto y el Hotel Carrera, ubicado en el centro cívico de la ciudad.

“Chile lo saluda, bienvenido embajador”, se leía en el titular de El Siglo, en cuya portada destacaban las fotografías enmarcadas en azul del presidente Ríos y el mariscal Stalin. El matutino publicaba un saludo del profesor Alejandro Lipschütz, presidente del Instituto de Relaciones Culturales con la URSS: “[...] Yo, como chileno, soy amigo de la Unión Soviética y anhelo para Chile un acercamiento cultural con aquella poderosa nación. Tienen el mismo anhelo los demás pueblos de este continente, incluso el gran pueblo de los Estados Unidos”. Y concluía: “La llegada del primer embajador soviético a nuestro país es un gran acontecimiento nacional y americano”4

Sin embargo, la alegría por la llegada de Zhukov no tuvo contraparte en la Unión Soviética porque el representante chileno ante esta, el radical Ángel Faivovich, nunca llegó a Moscú: se quedó “empantanado” en Nueva York por instrucciones del Gobierno de González Videla, que, cediendo a múltiples presiones norteamericanas, se aprestaba a proscribir a los comunistas y a romper relaciones con la URSS. 

Era el inicio de la Guerra Fría, el período que siguió a la Segunda Guerra Mundial donde las dos potencias reinantes (Estados Unidos y la URSS) se enfrentaron en diversos territorios por medio de otros países, sin llegar a hacerlo directamente entre ellos. Los esfuerzos de Estados Unidos por alinear a Chile en su órbita se basaban en rumores e informaciones contradictorias, como que el país compraría maquinaria agrícola (tractores y cosechadoras) a los soviéticos y terminaría por convertirse en una especie de centro de negocios de la URSS para Latinoamérica, o “cabeza de playa”5, como se decía en los conceptos de origen militar que entonces abundaban. Aunque esos comentarios fueron desmentidos enérgicamente por el Gobierno chileno, quedó la duda de hasta dónde se había avanzado en las negociaciones comerciales.

Debido a las presiones estadounidenses, al auge del Partido Comunista en las elecciones de regidores de 1947 —en las que compitió bajo el nombre de “Partido Progresista Nacional (PPN)”, impedido por ley a denominarse comunista, y mostró un sustancial crecimiento desde el 6,40% obtenido en los comicios de 1944 hasta el 16,52%—y al apoyo de esta colectividad a las huelgas de mineros del carbón de 19476, el presidente Gabriel González Videla, a quien los comunistas habían apuntalado decididamente como candidato para participar luego en su Gobierno con tres ministerios, proscribió al PC en 1948 promulgando la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, conocida como “Ley Maldita”. Esto significó que el partido y sus militantes fueron declarados ilegales, se les prohibió participar en elecciones, se relegó a sus principales cuadros militantes y dirigentes sindicales al campo de concentración de Pisagua, en el norte de Chile, y fueron clausurados sus medios de difusión. Tales medidas le valieron a González Videla un poema dedicado por el laureado poeta comunista Pablo Neruda, quien obtendría en 1971 el Premio Nobel de Literatura.

Todo lo ha traicionado
Subió como una rata a los hombros del pueblo
y desde allí, royendo la bandera sagrada
de mi país, ondula su cola roedora
diciendo al hacendado, al extranjero, dueño
del subsuelo de Chile: “Bebed toda la sangre
de este pueblo, yo soy el mayordomo
de los suplicios”

Pese a todo, las relaciones entre el PC chileno y su par ruso siguieron siendo fluidas, lo que no ocurrió en la relación Estado a Estado, pues la alineación chilena con Estados Unidos ocurrida en 1947 hizo inviable la existencia de vínculos formales con la URSS y otros Estados socialistas. Así, el 21 de octubre de 1947 Chile rompió relaciones con Moscú y obligó a la salida del territorio del primer y único embajador soviético, Dimitri Zhukov, y del personal consular. Eran años álgidos de la Guerra Fría en territorio nacional, que tuvieron su punto cúlmine veintiséis años después, con el golpe militar de 1973.

Por casi veinte años no existió contacto formal entre ambos Estados, pero sí intercambios frecuentes entre los partidos comunistas. Pese a la ilegalidad y a la clandestinidad en que debían moverse, los militantes del PC criollo se las arreglaban para viajar a Moscú a diferentes reuniones y encuentros y también participaban en festivales mundiales organizados por el bloque comunista. A veces, en estos periplos, sus camaradas soviéticos les proporcionaban algún dinero. Luis Corvalán, el histórico líder del PC fallecido en 2010, cuenta que, en 1955, el entonces secretario general, Galo González, pidió dinero a los soviéticos y estos “le dieron cinco mil dólares, que no era tan poco en ese tiempo. Los trajo muy bien acondicionados tras el forro de su chaqueta”7. Estos aportes les permitían financiar una pequeña estructura partidaria nacional que contaba con un núcleo de dirección, militantes que se desempeñaban en los frentes sindicales y juveniles y una imprenta.

En agosto de 1958, cuando la Ley Maldita fue derogada por la Ley 12.927 de Seguridad Interior del Estado y, por ende, el PC volvió a ser legal, los contactos y viajes de delegaciones estudiantiles y sindicales se hicieron más frecuentes y constantes. Desde fines del gobierno del derechista Jorge Alessandri existía un pequeño intercambio comercial que favorecía a Chile y para fortalecer este comercio se había inaugurado en Santiago una pequeña agencia comercial soviética en 19628

Asimismo, en enero de 1967 fue firmado “un acuerdo comercial y de formas de pago, y dos acuerdos de créditos de largo plazo que suponían la adquisición por parte de Chile de maquinaria soviética y la prestación de asistencia técnica en la construcción de empresas industriales y afines, por una suma total de 57 millones de dólares. Sin embargo, el acuerdo sobre el desarrollo de los vínculos comerciales y económicos prácticamente no se había puesto en marcha hasta octubre de 1970”, y el intercambio comercial anual entre Chile y la URSS alcanzaba apenas varios centenares de miles de rublos9.

Las relaciones diplomáticas se restablecieron formalmente el 24 de diciembre de 1964, poco antes de que el presidente Eduardo Frei Montalva cumpliera dos meses en el cargo. El Gobierno nombró como embajador en Moscú al democratacristiano y hombre cercano al Vaticano Máximo Pacheco10.

El 16 de febrero de 1970, durante el último año de la administración Frei Montalva, fue suscrito el “Convenio de Cooperación Cultural y Científica entre la República de Chile y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”. En julio de 1970, la Cancillería chilena informaba a su par soviética que el acuerdo sería prontamente sometido a la aprobación del Congreso Nacional, entidad que lo visó a comienzos de diciembre de ese mismo año11. Los ofrecimientos de becas de estudios e intercambios académicos, que ya habían sido importantes bajo la administración del DC Frei Montalva, como se puede ver en el Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (específicamente en las “carpetas URSS”), se intensificaron durante el gobierno de Salvador Allende, cuando el PC era una de las organizaciones más importantes de la Unidad Popular, que postulaba la transición pacífica al socialismo. Las becas, una de las herramientas que tenían los soviéticos para aumentar su influencia en Chile, favorecían a militantes comunistas, pero también socialistas y de otras organizaciones de izquierda, como los radicales y los del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU).

Con la llegada de Allende al gobierno, las relaciones comerciales y culturales se ampliaron en forma importante. Así, por ejemplo, en 1971 la URSS suministró a Chile cien mil toneladas de trigo; además, se firmó un contrato por la compra de cinco mil tractores soviéticos y maquinaria para la construcción de caminos por la suma de 6,5 millones de rublos12

Por otra parte, la propuesta de comprar maquinaria agrícola fabricada en la órbita comunista ya había surgido, aunque sin concretarse, en la década de los cuarenta bajo Gobiernos radicales. Pero fue al asumir Allende la primera magistratura de la nación —y volverse notorios los efectos del bloqueo norteamericano, que limitaba enormemente el otorgamiento de créditos para adquirir maquinarias y repuestos— cuando la idea renació con fuerza. De hecho, a mediados de 1971 llegaron a Chile pequeñas partidas de tractores soviéticos Belarus MTZ (producidos en la fábrica de tractores de Járkov) y algunos Universal construidos en Rumania, que se caracterizaban por su color anaranjado. Así, poco a poco, la maquinaria agrícola de origen comunista comenzaba a poblar los campos chilenos13.

La necesidad de contar con personal entrenado para trabajar con esta maquinaria importada fue el detonante del viaje de los noventa y tres jóvenes a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el comienzo de su historia.

En diciembre de 1972, Salvador Allende realizó una visita oficial a la URSS. La noche del 6 de diciembre, el presidente Nikolai Podgorny ofreció una cena en honor del mandatario chileno en el Kremlin. En esa ocasión, Allende expresó: 

Queridos camaradas soviéticos, tiene especial importancia su ayuda y solidaridad con nosotros […]. Estimado camarada Podgorny: usted ha expresado simpatías por Chile. Ha declarado el apoyo del Estado soviético, del pueblo soviético, a nuestro país. Nosotros hemos percibido esta simpatía, este calor fraternal. Solidaridad y apoyo. La firmeza inquebrantable de la Unión Soviética en la defensa de la libertad y la independencia de los pueblos.

En nombre de Chile expreso conmovido agradecimiento por sus palabras. Sé que en lo sucesivo gozaremos también de este apoyo. Porque somos fieles a los intereses nacionales. Porque nos encontramos en la vía que abre nuevas posibilidades para la construcción del socialismo en nuestra patria. En esto nos apoyaremos en su cariño, en ustedes, pioneros de la construcción del socialismo14

En los días siguientes, el presidente Allende se entrevistó con el máximo responsable de ese Estado, el secretario general del Partido Comunista, Leonid Brezhnev15. En la cita, el presidente chileno pidió como ayuda un crédito por ochenta millones de dólares que Chile necesitaba con premura, además de doscientos cuarenta millones de rublos, que el ministro de Odeplan16, Gonzalo Martner, negociaba sin éxito desde hacía días en Moscú.

En el Informe Andrópov (basado en los papeles de Yuri Andrópov, quien en la época de Allende era director de KGB y que años después fue jefe de Estado de la URSS), publicado por La Tercera el 8 de septiembre de 2013, figura que Allende se reunió con Brezhnev a solas y le expuso la petición. Brezhnev accedió a que se revisaran de nuevo los créditos. El último día de la visita, a pocas horas de partir de regreso a Santiago, Allende insistió ante los dirigentes soviéticos y le pidió a Luis Corvalán, por entonces secretario general del Partido Comunista, hacer lo mismo. Corvalán explicó a Andrei Kirilenko, integrante del Secretariado y del Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), lo grave que sería que Allende volviera con las manos vacías. Hubo nuevas consultas entre los soviéticos a Brezhnev y finalmente accedieron a un crédito por 45 millones de dólares.

En el allendismo, la ayuda de la URSS no cumplió con las expectativas de grandes partidas anuales de suministros de primera necesidad —trigo, carne, mantequilla, algodón, etc., también escasos en la Unión Soviética—, que serían financiados a través de un crédito a largo plazo. También suponían que los soviéticos tendrían que importar productos “de los cuales no tenían mayor necesidad, y pagarlos de inmediato en moneda firme [dólares]”17

Pero la izquierda chilena no entendía que la Unión Soviética atravesaba por una crisis, que las divisas (dólares) con que contaba eran escasas y que muchos artículos de primera necesidad no se encontraban en las tiendas a disposición del pueblo soviético, como reseña el informe de los expertos de la Academia de Ciencias. Las dificultades económicas de ese período fueron enunciadas por el Secretario General del PCUS, Leonid Brezhnev, en la fábrica de tractores de Járkov el 13 de abril de 1970. Atenta al hecho, la Embajada chilena en la URSS envió traducido su discurso completo, en carácter de secreto, a su Cancillería en Santiago18.

Al mismo tiempo, era difícil transmitir a los soviéticos cuán frágil era la situación del Gobierno de la Unidad Popular: los comunistas europeos no comprendían que en Chile, un país subdesarrollado y lejos de su influencia, se argumentara que podía producirse un golpe de Estado al Gobierno de un presidente socialista porque había desabastecimiento de productos básicos. Creemos que por el cuadro económico interno que había señalado Brehznev en el discurso en la fábrica de tractores, la lejanía de Chile respecto a su área natural de influencia a fines de la Guerra Fría y también cierta desconfianza sobre la viabilidad del proyecto de transición pacífica al socialismo de Salvador Allende, determinaron que los pequeños préstamos en dólares y la entrega de maquinaria agrícola a bajo precio sería lo que la Unión Soviética podía hacer por la revolución chilena en ese momento. 

Otro aspecto central de la colaboración soviético-chilena fue el intento de entregar vía créditos, a un plazo tan largo como veinte años, armamento moderno para el Ejército y la Fuerza Aérea chilena, en momentos en que Perú contaba con material de guerra de tecnología reciente, por lo que Chile estaba en notoria desventaja19. Desde hacía tiempo los militares estaban muy preocupados por esta situación y también por las bajas remuneraciones, que en octubre de 1969 habían sido el detonante del acuartelamiento del general Viaux en el Regimiento Tacna, hecho conocido como “el Tacnazo”20.

En 1973 se cumplían once años de la Reforma Agraria, proceso que había comenzado en 1962 durante el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez. Se trató primero de una legislación simbólica para tranquilizar al Gobierno estadounidense, que la auspiciaba mediante la Alianza para el Progreso, cuya finalidad era evitar otra Cuba en América Latina. En ese marco, el Congreso Nacional aprobó la Ley 15.020, que autorizaba la expropiación de predios que estuvieran abandonados o mal trabajados, conjuntamente con la creación de la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) y el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario (Indap) como entidades técnicas que implementaran esa política. Pero como en el Gobierno no existía voluntad real de materializar cambios fundamentales en la tenencia, administración y propiedad de la tierra, la ley se aplicó en escasas propiedades y por eso fue bautizada como la “reforma de macetero”.

Posteriormente, entre 1964 y 1970, con la misma ley, la reforma se intensificó durante la presidencia del DC Eduardo Frei Montalva. En 1967 se aprobó un segundo cuerpo legal de reforma agraria, que llevaba el número 16.640, y que permitió la expropiación de predios mayores de ochenta hectáreas de riego básico21, además de la enajenación de propiedades mal trabajadas, abandonadas, o donde los campesinos fueran maltratados. Esto fue lo que ocurrió con Víctor Catán, un terrateniente de origen árabe, propietario de la hacienda Piguchén de Putaendo, quien fue expulsado del país por el Gobierno de Eduardo Frei debido al maltrato y los abusos a que sometía a los campesinos. Bernardo Tapia, dirigente del sindicato comunal “Alianza”, de San Esteban, recuerda que Catán conseguía ropa dada de baja del Ejército y se las vendía a los inquilinos. Así, medio en broma y medio en serio, los viejos trabajadores del campo de Aconcagua se divertían viendo arar a un sargento o segar a un cabo. 

Todo el fin de esta ley fue hacer más eficiente la agricultura y permitir la integración del campesinado al desarrollo nacional. Su drástica aplicación durante la administración de Salvador Allende marcó prácticamente la desaparición de la gran propiedad agrícola: se expropiaron 6,4 millones de hectáreas, casi el doble de los 3,5 millones enajenados en el gobierno de Frei Montalva22. Pero, pese a una década de esfuerzos intentando modernizar la agricultura, esta todavía presentaba niveles bajos de motorización: en tractores no sobrepasaba unos pocos miles de unidades y, como consecuencia de aquello, en muchos lugares se seguía arando con caballos y yuntas de bueyes, mientras que los vehículos auxiliares del trabajo agrícola, como ramplas y carretas, funcionaban también con tracción animal. Esto significaba que la producción no alcanzaba a abastecer la creciente demanda de alimentos mínimos e insumos para la industria manufacturera, lo que obligaba a importarlos, con el consiguiente gasto de altas sumas de divisas. Según un estudio publicado por el Centro Documental Blest, “era imposible esperar que la agricultura rindiera más de un año a otro, sobre todo cuando se trataba de un sistema que no había recibido inversiones en equipamiento desde hacía cuarenta años. Era una agricultura del arado, en vez del tractor, de técnicas primitivas, con insuficiente uso de fertilizantes y semillas seleccionadas y con escasez de aguas; no conoció la ‘revolución verde’. La mayor demanda originada en los sectores manufactureros y urbanos se descargó sobre esa actividad, en dolorosa transición”23.

Los pocos vehículos que laboraban en las faenas agrícolas eran, en su mayoría, de origen norteamericano. Destacaban los Ford 3000 y 5000 (el 5000 se fabricaba desde 1965), John Deere, Massey Ferguson y Caterpillar. Para conducir, mantener y —en ocasiones— reparar esta maquinaria, existía un pequeño número de obreros agrícolas denominados “tractoreros”, que debido a su mayor especialización ganaban algo más que el resto de los trabajadores agrarios; así, por ejemplo, para 1968, mientras un trabajador normal ganaba quince escudos diarios, un tractorero obtenía veinte escudos por cada día24. Los especializados no habían estudiado para realizar esta labor, sino que la habían aprendido en la práctica, en muchos casos mientras hacían el servicio militar obligatorio, por lo que sus conocimientos no eran lo suficientemente amplios como para acompañar el esfuerzo de modernización agrícola que se necesitaba. Estas personas se habían especializado en la reparación y mantención de motores estadounidenses y podían, no sin dificultades, volver a ponerlos en circulación. La labor de estos trabajadores era complementada por una red de talleres mecánicos y de ventas de repuestos norteamericanos en las ciudades cercanas a los predios. 

Tras el triunfo electoral de Salvador Allende en 1970, el Gobierno de Estados Unidos se mostró hostil, como quedó consignado en las notas de Richard Helms, director de la CIA, sobre la reunión sostenida con el presidente Richard Nixon, John Mitchell (fiscal de Estados Unidos) y Henry Kissinger (consejero de Seguridad Nacional), el 15 de septiembre de ese año. En pocas líneas escritas a mano, desclasificadas en octubre de 1993, Helms registró las instrucciones impartidas personalmente por Nixon para iniciar una operación encubierta de la CIA para que Allende no llegara a ser presidente. 

Las órdenes de Nixon fueron precisas e implacables: para salvar a Chile, enfatizaba, se necesitaba gastar lo necesario (diez millones de dólares estaban disponibles), no involucrar a la embajada, el trabajo a tiempo completo de los mejores hombres y, en su frase más conocida, “hacer gritar a la economía chilena”. Esto se lograría, entre otras cosas, al no proporcionarle ni una tuerca ni un tornillo25

Fracasado este intento de impedir la asunción de Allende, esta política se tradujo en un bloqueo que, entre otras cosas, impedía conseguir maquinarias agrícolas y piezas de repuesto para las ya existentes, redundando en la paralización de las faenas, con la consecuente baja en la productividad del campo y el aumento de las presiones inflacionarias. 

La actividad agrícola, como lo exponía Salvador Allende en agosto de 1971, era sumamente importante en el proyecto de la Unidad Popular: 

He querido reseñar […] para los compañeros que nos visitan, el pensamiento central nuestro, que incide esencialmente en la voluntad sacrificada del campesino, que tiene que entender, y ya lo sabe, que de él depende el desarrollo económico, fundamentalmente, de Chile, y de él depende que el hombre de Chile pueda alimentarse en condiciones humanas. Lo he dicho y debo repetirlo una vez más: el problema de la tierra es el problema del trigo; el problema del trigo es el problema de la harina; el problema de la harina es el problema del pan, y tenemos que darle pan, simbolizando en esta acepción el alimento para el hombre. Ya lo ha dicho un compañero desde esta tribuna: Chile es un país que tiene que gastar ciento ochenta, doscientos millones de dólares para traer carne, trigo, grasa, mantequilla y aceite que nuestra tierra debería producir. Y pensemos, todavía, que este año, como consecuencia de la nieve, de los temporales, del terremoto y de las erupciones volcánicas, seguramente para 1972 se elevará esta inversión26.

Como la actividad agraria tenía una importancia capital, era necesario renovar y aumentar la flota con maquinaria que no estuviera sujeta al bloqueo estadounidense. De lo contrario, la falta de alimentos provocaría el colapso de la precaria estabilidad política existente. Entonces, como medida para solucionar el complicado problema, el Gobierno de la Unidad Popular decidió realizar una importación desde el campo socialista, consistente en diez mil tractores27, que no estaría sujeta a embargos o a falta de piezas de repuestos y neumáticos. Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista, en su informe al Pleno Agrario del partido, explica que: “A comienzos de año [1972] nos propusimos ampliar el área cultivable en 300 000 hectáreas, especialmente en trigo y maíz. Con tal fin, el Gobierno resolvió importar alrededor de 10 000 tractores […]. Para esto hemos contado especialmente con la ayuda de los países socialistas”28

A medida que iba llegando la maquinaria, especialmente los tractores rumanos Universal-65029, no solo el paisaje rural se fue llenado de siluetas anaranjadas, que era el color del tractor, sino que fue quedando en evidencia que cumplía los requerimientos necesarios para laborar en el clima y terreno de las zonas rurales chilenas. Eso sí, existían dificultades para encontrar trabajadores que los pudieran conducir, mantener y reparar, entre otros aspectos, porque los manuales venían en ruso y no en español. La maquinaria vital y tan escasa para el desarrollo de la agricultura era perjudicada por el desconocimiento de los operarios sobre los cuidados que requería. Lo vivió Luis “Lucho” Montoya, del fundo Cinco Hijuelas de La Florida, comuna de San Esteban, quien cumplía la función de tractorista hasta que Raúl Casarino (padre), su patrón, le vendió la máquina a un asentamiento en la comuna de Santa María. “Vinieron a buscar el tractor y llegando allá nomás se les fundió porque los tractoreros no supieron hacerle la mantención como debía ser: parece que se les olvidó echarle aceite”30, cuenta. 

Para solucionar estos problemas, que resultaban urgentes por el panorama político, la Unión Soviética ofreció a Chile becas para especializar en sus escuelas agrícolas a un alto número de jóvenes campesinos. Estas ayudas eran canalizadas a través de diferentes organizaciones, como los sindicatos y las universidades. La misión de los beneficiados sería triple: por una parte, debían volver al país para manejar la maquinaria, mantenerla y repararla; por otra, debían formar conductores y mecánicos agrícolas, aumentando la cantidad de personal preparado, y, por último, debían sustituir a los técnicos soviéticos y rumanos que permanecían en Chile asesorando a los campesinos en el manejo de los tractores. Según este plan, en 1976 estaría garantizada la mecanización que la reforma agraria necesitaba para que la agricultura se convirtiera en uno de los sostenes del proyecto socialista, tal como lo deseaba Salvador Allende.