Menandro es el máximo exponente de la llamada Comedia Nueva, un género teatral muy diferente a la Comedia Antigua de Aristófanes, propia de un tiempo también nuevo para Atenas. En la Comedia Antigua la farsa y la fantasía alcanzaron una gran temperatura poética; es un género divertido y delicioso, y a pesar de que muchas de sus burlas y pullas, referidas a asuntos de actualidad o dirigidas a personajes de la época, han perdido su gracia y comprensión para el lector actual, conserva un sentido del humor que es intemporal; sus parodias de grandes hombres son geniales y sus equívocos, dignos del mejor vodevil actual. La Comedia Nueva es ya otra cosa. Es una comedia de costumbres y una comedia romántica. Su forma, que alcanzó el cénit con Menandro, pasó a Roma a través de Plauto y Terencio, y de allí a la tradición literaria occidental, de forma que podemos decir que lo que conocemos actualmente como género teatral de la comedia tiene su origen en Menandro.
Nació probablemente en Atenas en el año 343 a. C., en el seno de una familia adinerada. Era sobrino del poeta Alexis, que tal vez le inició en las bellas letras, contemporáneo de Epicuro y seguidor de las doctrinas de Teofrasto y Demetrio de Falero. Recibió la invitación del soberano helenístico de Egipto Ptolomeo Sóter para trasladarse a Alejandría con honores, pero prefirió seguir fiel a la decaída Atenas. Sabemos también que mantuvo una intensa relación amorosa con una mujer llamada Gliceria, aunque esta noticia puede perfectamente ser una invención posterior, y que su rival en los certámenes de comedia atenienses fue Filemón, muy inferior a él, pero que gozó de mayor aprecio por parte de los espectadores. A Menandro se le atribuyen aproximadamente 150 comedias, pero de ellas solo han llegado hasta nosotros fragmentos más o menos extensos de El arbitraje y de Labrador. La única comedia completa conservada (hallada en un papiro egipcio en 1958) es El misántropo, pero basta con ella y con las imitaciones de sus obras que se hicieron posteriormente en Roma para formarnos una idea cabal de su grandeza. Muchos siglos después Goethe le calificó como «poeta inalcanzable». Murió en Atenas en el 292 a. C.
El dios Pan tiene su templo en una gruta habitada por ninfas, enclavada en File, una región montañosa del Ática. En su vecindad se halla la humilde vivienda de Cnemón, un consumado misántropo, que vive con su hija y una vieja criada, pues su esposa, incapaz de soportarlo, se ha mudado a otra vivienda con su hijo Gorgias, fruto de un matrimonio anterior. El dios, compadecido por el destino de la hija de Cnemón, que ha crecido virtuosa en medio de una vida muy dura, dispone que Sóstrato, hijo de un rico terrateniente, la conozca y se enamore de ella. Sóstrato inicia el cortejo, que en principio levanta las sospechas del hermanastro de la muchacha, Gorgias, pero finalmente, convencido de sus buenas intenciones, decide apoyarle en su pretensión, y para ello le toma como falso aparcero para facilitar su cercanía a la muchacha. La familia de Sóstrato organiza un banquete propiciatorio en la gruta de Pan, ya que la madre del joven ha tenido un sueño premonitorio en el que su hijo era encadenado por el dios Pan y obligado a trabajar los campos. Cnemón se tropieza con los criados que preparan el banquete, a los que expulsa con cajas destempladas. La criada de Cnemón ha dejado caer un cántaro en el pozo y cuando este intenta recuperarlo, se hiere de gravedad. Es rescatado por Gorgias y Sóstrato, y Cnemón comprende entonces lo equivocado de su actitud, puesto que el hombre no puede caminar solo por la vida y depende de la comunidad. El viejo misántropo decide adoptar a Gorgias como hijo, entregarle el dominio de la hacienda y, como jefe de familia, disponer el matrimonio de su hija con Sóstrato. En los actos finales llega el padre del joven pretendiente, Calípedes, y se concierta la boda, pero esto no basta, porque Sóstrato convence a su padre para que entregue a su hermana en matrimonio a Gorgias. La última escena presenta a los criados de la familia de Sóstrato, que habían sido maltratados por Cnemón, que aparentan tomar venganza del viejo misántropo, pero se limitan a conducirle en medio de la alegría del banquete.
Como vemos, una comedia de enredo con final feliz, trufada de asuntos amorosos. Aquí aparece el Menandro benévolo observador de una humanidad que con su necedad solo se perjudica a sí misma, personificada en ese misántropo malhumorado que se amarga la existencia y se la amarga a todos los que le rodean, pero que finalmente ve la luz y comprende lo absurdo de su anterior comportamiento. Surgen temas que serán característicos de toda la comedia posterior hasta nuestros días: el padre obcecado en el ejercicio de su autoridad que perjudica a sus propios hijos (es inevitable acordarse de Molière), el amor de dos jóvenes que se enfrenta a graves dificultades y acaba triunfando, etcétera. Y no falta la moraleja en el elogio de la comunidad y el reproche del individualista acérrimo que se distancia de ella y acaba por tener que admitir su error.
El teatro de Menandro es fruto de las circunstancias históricas y sociales que le tocó vivir, lo que indudablemente condicionó su obra y, al tiempo, le hizo abrir nuevos caminos que serían determinantes para el futuro del arte dramático. Atenas había perdido su lugar hegemónico en el mundo griego, atrás quedaban los tiempos gloriosos del siglo de Pericles y del esplendor de la polis. Los atenienses de la época de Menandro han sido calificados como una «generación entristecida», y constituyeron un público que lo último que deseaba era que le hablaran de la realidad, que lo que buscaba en el teatro era sencillamente evasión, un espectáculo agradable que le ayudara a olvidar las circunstancias a menudo penosas de su cotidiana existencia. La dramaturgia de Menandro se basa en dos elementos que desde entonces se han mantenido inalterables hasta nuestros días como base del género de la comedia: el amor romántico y el enredo. Las tramas de sus obras están llenas de historias galantes y de amores difíciles, con las que pretende y logra que el espectador se implique en los problemas de los enamorados, que sufra cuando las cosas van mal y que suspire de satisfacción cuando a la postre todo se soluciona convenientemente; y por otra parte abundan en ellas los equívocos y los desencuentros, los gemelos que se confunden, las personas que no son lo que aparentan, los padres incomprensivos e iracundos… Y, por supuesto, la conclusión de la obra debe ceñirse al principio irrenunciable del final feliz, el triunfo del amor y de la virtud y el cambio de actitud de los personajes de conductas equivocadas. Por todo ello, no resulta exagerado decir que Menandro es el padre del género de la comedia, lo que justifica que, a pesar de lo escaso de su obra que ha llegado hasta nosotros, ocupe un lugar muy destacado en la historia de la literatura.
Plauto y Terencio, deudores de Menandro
A pesar de que, como ya hemos dicho, la mayor parte de la obra de Menandro no se ha conservado, en la Antigüedad sus comedias eran muy conocidas y, sobre todo, imitadas. El concepto de plagio en el ámbito literario es algo relativamente reciente; antiguamente era normal y habitual copiar argumentos y caracteres de personajes, e incluso repetir una obra completa; los autores de la idea original no se consideraban expoliados, sino más bien halagados, puesto que esta imitación redundaba en su gloria.
Del latino Terencio nos han llegado seis obras, de las cuales cuatro están directamente inspiradas en comedias de Menandro, hasta el punto de que César le llamó «dimidiatus Menander». Plauto utilizó esta fuente en menor medida, y además reelaboró más profundamente las obras originales, pero una de sus principales obras, la Aulularia, la comedia de un pobre diablo que encuentra un tesoro cuyo hallazgo le priva de toda sensatez, está claramente inspirada en un precedente de Menandro.
Un dandi de la Antigüedad
De Menandro nos ha llegado un retrato muy favorecedor, que le representa como un epicúreo cultivado y elegante, de delicada presencia, cuidadosa vestimenta y ademanes refinados. La imagen más representativa que de él se conserva es la de la estatua de cuerpo entero exhibida en los Museos Vaticanos, donde aparece sentado en un sitial, un poco de costado, con una pierna adelantada y el brazo opuesto reposando sobre el respaldo, la cabeza erguida, el gesto meditabundo y una mirada melancólica que se pierde a lo lejos.
A pesar de su origen ático, en muchos aspectos estilísticos puede considerarse a Menandro un autor alejandrino. La ciudad egipcia de Alejandría floreció en el periodo helenístico y dio lugar a una importante escuela literaria que ejerció un poderoso influjo sobre la literatura latina, pero también sobre un autor griego tardío como Menandro. Apolonio de Rodas fue bibliotecario en la célebre Biblioteca de Alejandría, y autor de un importante poema épico, Los argonautas, que narra la expedición de Jasón en busca del vellocino de oro. Adscrito a esta escuela aunque de origen siciliano es Teócrito, autor del género poético de los «idilios», y entre cuya obra sobresalen piezas como Las hechiceras, El cíclope o Epitalamio de Helena. Calímaco, junto a una vasta obra erudita, fue autor del Himno a la cabellera de Berenice. Licofrón escribió Alejandra, un largo y fascinante poema de casi mil quinientos versos. Pero más importante para nuestra intención es el filósofo Teofrasto, discípulo de Aristóteles, y cuya obra Caracteres, que analiza una serie de defectos morales que se manifiestan en el comportamiento humano, se considera que fue utilizada por Menandro en sus comedias para caracterizar a los personajes, pues no en vano fue discípulo del filósofo alejandrino.