Sófocles irrumpe brillantemente en la escena de la tragedia ática con su victoria en el certamen ateniense del 468 a. C., en competencia con un Esquilo que se hallaba en el cénit de su carrera. Tenía entonces apenas veintisiete años, pues había nacido en el 495 a. C. en Colono, pequeña localidad próxima a Atenas. Su vida coincide en el tiempo con la etapa de mayor esplendor ateniense, conocida como el siglo de Pericles, en el que la derrota de los persas en Salamina y la creación de la Liga de Delos dan inicio a un largo periodo de paz y prosperidad que permite un extraordinario desarrollo del pensamiento y de las artes. Sófocles simboliza él mismo este siglo feliz: nacido en el seno de una familia pudiente, recibió una educación esmerada; fue un joven apuesto y atlético cuyo agradable carácter le granjeó las simpatías de todos; alcanzó pronto el éxito como dramaturgo, que nunca dejó de sonreírle hasta el final de sus días, pese a la competencia inicial de Esquilo y la aparición del nuevo talento de Eurípides; fue honrado con numerosas distinciones y también destacó en diversos puestos políticos: fue nombrado estratego (general en jefe) en dos ocasiones, participó en la redacción de la nueva constitución ateniense del año 411 a. C. y fue miembro del colegio de seis magistrados que gobernó Atenas tras el desastre de la expedición a Sicilia, en la guerra del Peloponeso. Hasta el final de sus días le sonrió la fortuna, pues murió en el 406 a. C. a edad avanzada, sin llegar a asistir a la derrota final ateniense y al declive de la hegemonía ática.
Se le atribuyen entre 120 y 130 obras, de las que solo se conservan siete tragedias y un fragmento de un drama satírico: Los sabuesos. También en esto fue afortunado Sófocles, pues esas siete tragedias son todas obras de madurez, cuando se hallaba en el cénit de su genio creador y dominaba con maestría los recursos técnicos de la escena. A diferencia de Esquilo, no adoptó el sistema de la trilogía, prefiriendo escribir obras individuales. Introdujo innovaciones formales, aumentando el número de actores y ensanchando el campo de la acción dramática, pero, sobre todo, destacó en la creación de caracteres humanos, muchos de los cuales han adquirido el rango de paradigmáticos. Aunque la temática de su obra sigue siendo mitológica, el ser humano es el eje en torno al cual gira toda la acción; la sucesión de escenas permite a Sófocles presentar al protagonista desde múltiples puntos de vista, ir añadiendo matices que enriquecen su perfil psicológico. Inventa un personaje secundario que da el contrapunto y afina más el carácter del protagonista (la hermana de la rebelde y heroica Antígona, Ismenia, que es por el contrario prudente y sumisa, por ejemplo). Además del Edipo rey, se conservan otras seis tragedias. Antígona, paradigma del choque entre las leyes divina y humana, cuya protagonista desafía las leyes de la ciudad y entierra a su hermano muerto obedeciendo un imperativo superior, aun sabiendo que el castigo es la muerte; Filoctetes, que trata el asunto de la enfermedad y la exclusión social; Áyax, el héroe desmesurado en su demencia, cuya locura le deshonra y le aboca al suicidio; en Las traquinias, Deyanira, esposa del semidiós Hércules, ante el declive de su belleza es dominada por los celos, provocando la muerte de su marido; Electra fue escrita en plena guerra del Peloponeso, cuya barbarie se ve reflejada en el carácter implacable de Orestes y su hermana Electra, cegados por el ansia de venganza por el asesinato de su padre; Edipo en Colono, que fue probablemente su última tragedia y no se representó hasta después de su muerte, presenta al antiguo rey, ciego y anciano, que busca en la muerte la redención a su sufrimiento.
Una terrible epidemia de peste se abate sobre la ciudad de Tebas. Su rey, Edipo, envía al noble Creonte a consultar al oráculo. La respuesta de este es clara, la ciudad está siendo castigada porque el asesinato del antiguo rey Layo ha quedado impune. Edipo se propone descubrir al culpable para salvar a la ciudad y hace llamar al adivino ciego Tiresias, que al principio calla, pero ante las amenazas del rey le revela que el propio Edipo es el asesino de Layo, que el rey muerto era su propio padre, y que al tomar por esposa a su viuda Yocasta ha cometido incesto. Esas acusaciones monstruosas no son creídas por nadie. Edipo sabe que sus padres, los reyes de Corinto, aún viven y comienza a sospechar una conspiración de Creonte para arrebatarle el trono. Yocasta lucha contra sus propias dudas: el oráculo de Apolo vaticinó que su hijo recién nacido asesinaría a su padre, pero por eso su hijo fue entregado de niño a un esclavo para que lo matara, y Layo murió asesinado por bandidos en una encrucijada. También Edipo comienza a dudar, puesto que en su viaje de camino a Tebas mató a un anciano altanero que le disputó el paso. Cada duda añade una nueva angustia y es un paso más hacia el desastre. La única forma de saber la verdad es hacer venir a un viejo servidor que acompañaba a Layo cuando fue asesinado. Entre tanto llega un mensajero de Corinto que confirma que Edipo es hijo adoptivo de sus reyes, y que fue comprado a un esclavo de Layo. Yocasta comprende la verdad e intenta a toda costa evitar que Edipo prosiga sus averiguaciones, pero este interpreta que la revelación de su origen plebeyo es lo que la hiere. El coro une sus voces para intentar evitar la desgracia: «¡Tantos dioses vagan por los campos! Uno de ellos debe ser el progenitor de Edipo». Pero la llegada del anciano sirviente despeja todas las dudas, pues reconoce inequívocamente a Edipo como el asesino de Layo. El rey corre al palacio en busca de Yocasta, su madre y esposa, y encuentra que se ha quitado la vida ahorcándose. Edipo, parricida e incestuoso sin saberlo, desesperado, se arranca los ojos y deja la ciudad en compañía de su hija Antígona, la única que no le abandona en su desgracia.
Edipo rey es la tragedia en estado puro, ha sido considerada la obra maestra de Sófocles y fue definida por Aristóteles como la tragedia ideal. La única culpa de Edipo es su temperamento violento y su autoritaria capacidad para la acción. El primero le abre camino expedito en su viaje a Tebas y la segunda le lleva a conquistar el trono de la ciudad, pero lo que no puede saber es que el anciano que mató es su propio padre y la mujer que desposó, su madre. Edipo es víctima del más cruel destino; intenta comportarse en toda circunstancia con nobleza y ecuanimidad, pero a la postre será abatido en medio de una dramática cadena de horrores. Las leyes más sagradas de la naturaleza, las que dictan el amor y el respeto filial han sido infringidas, y el haberlo hecho inadvertidamente no palia el carácter monstruoso del delito, que debe ser terriblemente castigado para que se restablezca la armonía. La valentía de Edipo, la equidad de su gobierno y el amor a su familia ya no cuentan. Edipo es culpable de los crímenes más abyectos y debe sufrir el estigma. Curiosamente, un anciano Sófocles quiso redimir en cierta forma el destino patético del héroe, y en su obra postrera Edipo en Colono, le otorga el consuelo y la gloria tras su ejemplar muerte.
Sófocles y el doctor Freud
El fundador del psicoanálisis echó mano de la tragedia clásica a la hora de nominar dos comportamientos psicológicos propios de la infancia: el complejo de Edipo, atracción erótica experimentada por el hijo varón hacia su madre, y el complejo de Electra, atracción erótica de la hija por su padre. Las referencias a los personajes de Sófocles son obvias.
El enigma de la Esfinge
La leyenda de Edipo cuenta que cuando este llega a Tebas se encuentra a la ciudad aterrorizada por un monstruo, la Esfinge, que propone a los viajeros un enigma y da muerte a todos, pues ninguno es capaz de descifrarlo. Edipo resuelve el acertijo y libera a Tebas de la amenaza. Es recibido en triunfo, se casa con la reina viuda Yocasta y se convierte en rey.
He aquí el enigma propuesto por la Esfinge a los viajeros y desentrañado por Edipo: «¿Quién es el ser que, dotado de una sola voz, tiene por la mañana cuatro pies, dos al mediodía y tres por la tarde?». La respuesta es «el hombre», que gatea en su infancia, después camina erguido y ya en la vejez se apoya en un báculo para sostenerse.
Edipo en la Odisea
El primer relato de la historia de Edipo se halla en el canto XI del poema épico de Homero. Entre las sombras del Hades que se presentan ante Odiseo se encuentra la madre de Edipo, Epicaste (transformada en Yocasta en la tragedia de Sófocles), que ha cometido el terrible crimen de casarse sin saberlo con su propio hijo, quien previamente había dado muerte a su padre. Pero la versión homérica del mito es mucho más benévola con el rey tebano, que también aparece en la Ilíada, donde se cuenta que reinó hasta el fin de sus días y después recibió honras fúnebres.
Nos referimos anteriomente al género histórico griego y nos parece ahora adecuado abordar brevemente el análisis de su filosofía, otra de las grandes aportaciones del genio heleno a la civilización universal. Dos autores de extraordinaria importancia fueron Platón y Aristóteles. Platón fue el creador del género del diálogo, que a la postre no es otra cosa que una puesta en escena, una dramatización en la que los protagonistas están perfectamente caracterizados –uno de ellos, el principal, no es otro que Sócrates, el padre de la filosofía occidental–, y dialogan dándose la réplica unos a otros. Por encima de la expresión de las ideas filosóficas, en los cuarenta y dos Diálogos de Platón sobrevuela una obra de gran valor estilístico y con una capacidad de recreación de caracteres humanos de gran altura. En la vasta obra de Aristóteles, trascendental en el desarrollo del pensamiento científico y filosófico de la humanidad, existen dos títulos esenciales para la historia de la literatura: la Retórica y la Poética, auténticos cánones preceptivos que ejercieron una influencia decisiva en la creación literaria occidental durante muchos siglos.