Comenzamos con una inmersión en el territorio de las leyendas..., que por algo son el primer contacto del hombre con ese universo fascinante de la literatura. El Mahabharata y el Ramayana son dos grandiosas epopeyas que conforman la base épica y mitológica de la India: dos inmensos relatos por los que desfilan dioses, demonios, reyes, sabios y hombres cuyas peripecias ilustran, con gran profundidad filosófica, los principios que han de regir la existencia de la humanidad.
Cualquier intento de establecer la autoría de ambos textos o la fecha en que fueron compuestos desemboca en terrenos pantanosos. La mayoría de los hindúes que asumen la tradición mítica están convencidos de que el Mahabharata narra sucesos reales que tuvieron lugar entre los años 3200 y 3100 a. C., mientras que el Ramayana, más tardío, se situaría en un periodo que abarca desde el año 1000 al 300 a. C. Los historiadores de la literatura han tratado de establecer con criterios científicos el momento de su redacción, pero no se ponen enteramente de acuerdo y aportan fechas muy diversas, que abarcan muchas centurias antes de nuestra era: una horquilla tan amplia que hace imposible cualquier certeza..., lo que casa muy bien con el espíritu mítico de la narración. Lo único que sabemos con seguridad es que ambos textos, que han sido atribuidos a autores legendarios, debieron ser en realidad escritos a lo largo de muchas generaciones durante el periodo posvédico, y que su forma «definitiva», la que ha llegado hasta nosotros, debió fijarse en torno al siglo II d. C.
Según la tradición –y según se afirma en el propio texto–, el Mahabharata fue compuesto por el gran sabio Viasa, en realidad un personaje mítico, el abuelo común de las dos dinastías enfrentadas que protagonizan la epopeya narrada en esta obra: los Kauravas y los Pándavas. Viasa, hijo de un sabio errante y una virgen, fue concebido mágicamente en una isla creada por su padre. Nada más nacer se convirtió en adulto y vivió en la miseria como un asceta hasta que al morir su medio hermano, que era rey, tuvo que hacerse cargo de su legado... y, ya puestos, de su harén. Las viudas, que eran dos, se asquearon de su aspecto repulsivo: una cerró los ojos, por lo que le nació un hijo ciego, Dhritarastra; la otra palideció, por lo que le nació un hijo blanco, Pandu. Ambos terminaron enfrentándose por el legado paterno.
Por su parte, el autor del Ramayana es el poeta Valmiki, cuya leyenda es verdaderamente impresionante: hijo de un brahmán (noble hindú), fue de joven salteador de caminos hasta que se arrepintió y se convirtió en asceta. Para mortificarse, se sentó sobre un hormiguero (valmiki significa ‘hormiguero’ en sánscrito). Permaneció varios años inmóvil, indiferente a las hormigas, que hacían nidos en su cuerpo, mientras recibía en su interior la iluminación y se purificaba. Después, el mismísimo dios Brahma le ordenó componer el Ramayana. Méritos había hecho, sin duda...
Más que una epopeya, el Mahabharata (que significa ‘Gran India’) es un conjunto de mitos, leyendas, cantares, reflexiones y fragmentos de carácter religioso y didáctico de imposible síntesis. No obstante, la historia principal cuenta el enfrentamiento entre las dos ramas de una misma familia, los Karauvas y los Pándavas, por el control del gran reino de Kurukshetra, en el norte de la India, cuya capital era Hastinapura.
El relato no tiene desperdicio: es un completísimo catálogo de iniquidades, violencias, traiciones, fechorías sin cuento y felonías que harían replantearse su profesión al mismísimo demonio, entremezcladas con reflexiones de carácter moral, filosófico –como el diálogo entre el dios Krisna y el héroe Arjuna sobre el sentido de la vida–, religioso e incluso jurídico, e historias paralelas, leyendas, relaciones genealógicas, crónicas familiares y mitos cosmológicos: una gigantesca obra miscelánea en la que tienen cabida todos los géneros y todas las tradiciones.
El enfrentamiento entre ambas dinastías conduce a la gran batalla final de Kurukshetra, que, para no desmerecer del colosalismo del resto, dura nada menos que dieciocho días de violentas luchas. Los Pándavas son los vencedores y el relato concluye con la muerte de Krisna y el ascenso de la dinastía triunfante a la esfera celeste de los dioses. El momento es trascendente: marca el fin de una era y el comienzo de otra, la cuarta edad de la humanidad, la actual, que está caracterizada por la desaparición de la virtud y la expansión de la indecencia y la amoralidad..., algo que explica muchas cosas de nuestro mundo.
Por su parte, el Ramayana (en sánscrito, ‘historia de Rama’) cuenta el nacimiento y la juventud del príncipe Rama, la séptima encarnación del dios Visnú, y las peripecias que le suceden hasta que consigue casarse con Sita, prototipo de esposa india, prometida a quien consiguiera tensar un arco del dios Siva. Pero la tragedia se cierne sobre Rama, que para eso es un príncipe y un héroe (y un dios, aunque no lo recuerde todavía). Tras casarse con Sita, las maquinaciones de la madre de un hermanastro, temerosa de la popularidad de Rama entre el pueblo, hacen que tenga que exiliarse a una selva impenetrable con su mujer y otro hermano, Kakshmana. Por el camino, Sita es raptada por el demonio Ravana, «ser insoportable, en su presencia el Sol deja de brillar, el viento, de soplar y a su vista el océano, enguirnaldado de agitadas olas, se torna inmóvil», que la lleva a la isla de Ceilán (la actual Sri Lanka).
Rama corre al rescate de su esposa, y lo hace de manera harto original: con la ayuda del dios mono Hanuman y un ejército de monos y osos. Después, tras un montón de vicisitudes, consigue recuperar su trono y establecer la justicia en la Tierra, que por algo era la reencarnación de un dios. Finalmente, recuerda su naturaleza divina y asciende al firmamento de los dioses, donde le corresponde estar.
El Mahabharata es la más extensa epopeya que jamás se ha escrito: 18 libros que contienen 107 000 shlokas. Como el shloka es una composición poética formada por dos versos (un dístico), el resultado es la asombrosa cifra de 214 000 versos. Para hacernos una idea, unas cuatro veces más extenso que la Biblia. De hecho, en toda la historia de la humanidad solo se tiene noticia de un texto de mayor extensión: los Cuentos tibetanos del rey Gesar, que supera el millón de versos, reunidos en 120 tomos. El Ramayana, por su parte, es mucho más breve: «solo» siete libros y unos 24 000 dísticos, unos 48 000 versos.
Aunque estas epopeyas no tienen una naturaleza sagrada, todavía hoy suelen ser contadas a los niños tanto en funciones religiosas como en sus propios hogares y recitadas con fervor por una gran variedad de hindúes de muy distintas castas. Raro es encontrar a algún nativo de la India que no conozca de memoria párrafos enteros de la vida de Rama, de las peripecias del héroe Arjuna o del dios Krisna. Y es que ambos textos encierran las bases del hinduismo. Son auténticas enciclopedias en las que podemos encontrar principios éticos, historias cosmológicas, conocimientos políticos, religión, filosofía, leyendas y mitos. En cierta forma, son como la misma India: diversos, coloridos, caóticos, gigantescos, desbordantes de imaginación y fantasía. Por algo dice Viasa al principio del Mahabharata: «Lo que aquí se dice, lo hallarás en cualquier lugar; lo que no se halle aquí, no se encuentra en ningún otro sitio».
Si el Mahabharata canta la lucha eterna entre el Bien y el Mal, ejemplificada en la guerra entre dos ramas de la misma familia (que es al fin la humanidad), el Ramayana enseña que el hombre debe buscar la unidad con la divinidad mediante la armonización de sus tres naturalezas: la humana, la divina y la demoníaca. Su influencia ha sido enorme, tanto en la concepción hindú del mundo como en la literatura india posterior.
La complejidad del Mahabharata
Cuentan que cuando el sabio Viasa quiso comenzar a escribir su gran obra, se dio cuenta de la inmensidad de la tarea y decidió pedirle al dios Brahma, el Creador, que le enviara a alguien para que le sirviera de escribano. El dios accedió y le envió a Ganapati, el hijo de Siva, pero este puso una condición: que Viasa no se detuviera nunca hasta terminar el relato. Si hacía una pausa, Ganapati dejaría definitivamente de escribir. Viasa meditó un instante y repuso: «De acuerdo, pero yo también tengo una condición: que no escribas nada hasta que lo entiendas. Si hay algo que no comprendes, deberás esperar y preguntarme». Y esa astuta respuesta es la razón por la que resulta tan difícil comprender el Mahabharata.
El Mahabharata televisado
En la década de 1980, la televisión india emprendió la titánica empresa de convertir en serial televisivo el famoso libro hindú. Aunque el proyecto despertó inicialmente muchas suspicacias, cuando comenzó a emitirse alcanzó muy pronto una enorme popularidad: a la hora de su emisión las siempre atiborradas calles indias quedaban vacías. Y la serie gustaba por igual a gentes de muy diversa condición, como lo demuestra que hasta las reuniones del gobierno cambiaron de horario para que los ministros no se la perdieran.
El racismo en el Ramayana
Pese a toda su grandeza, el Ramayana no se libra de los prejuicios racistas. Algunos autores defienden que el ejército de monos que salvó a Sita del demonio estaba formado en realidad por un primitivo pueblo de piel oscura que vivía en los bosques de India, al que los indios arios (los que escribieron la epopeya) consideraban simples monos.
Disney y el Ramayana
Disney Animation ya ha dado luz verde al proyecto: los célebres estudios se han embarcado en la adaptación al cine animado del Ramayana. Al frente está Dean Wellins, un director poco conocido (que ha codirigido con Glen Kleane Rapunzel, también de la factoría Disney, e intervenido en el guión de Tiana y el sapo). Está previsto que la película de animación llegue a las pantallas en 2012. Con ella, Disney regresa a la India, que tan buenos resultados le diera con El libro de la selva.
Si te has atrevido con el Mahabharata o el Ramayana y te han gustado, no te vamos a recomendar que sigas con los Cuentos tibetanos del rey Gesar, básicamente, porque para leerlos necesitarías dedicar íntegra media vida, dada su extensión. Sin embargo, hay que decir en su descargo que se trata de un fascinante poema épico por el que circulan con desparpajo héroes y tiranos del más variado pelaje. Una opción más accesible es, hasta cierto punto, el Poema de Gilgamesh, considerada la narración escrita más antigua de la historia (encontrada en tablillas de barro, con escritura cuneiforme, en Sumeria). Esta epopeya narra las aventuras del déspota Gilgamesh, quinto rey de Uruk hacia 2650 a. C., en su búsqueda de la inmortalidad.