La Naturaleza (Arte con el cual Dios ha hecho y gobierna el mundo) es imitada por el Arte del hombre en muchas cosas y, entre otras, en la producción de un animal artificial. Pues viendo que la vida no es sino un movimiento de miembros, cuyo origen se encuentra en alguna parte principal de ellos ¿por qué no podríamos decir que todos los autómatas (artefactos movidos por sí mismos mediante muelles y ruedas, como un reloj) tienen una vida artificial? Pues ¿qué es el corazón sino un muelle? ¿Y qué son los nervios sino otras tantas cuerdas? ¿Y qué son las articulaciones sino otras tantas ruedas, dando movimiento al cuerpo en su conjunto tal como el artífice proyectó? Pero el Arte va aún más lejos, imitando la obra más racional y excelente de la Naturaleza que es el hombre. Pues mediante el Arte se crea ese gran Leviatán que se llama una república o Estado (Civitas, en latín), y que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y fuerza superiores a las del natural, para cuya protección y defensa fue pensado. Allí la soberanía es un alma artificial que da fuerza y movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de judicatura y ejecución son las articulaciones; la recompensa y el castigo hacen las funciones de los nervios en el cuerpo natural, anudando al trono de la soberanía cada articulación y cada miembro, de tal manera que todos sean movidos a realizar su tarea; la opulencia y las riquezas de todos los miembros particulares son la fuerza; la salus populi (la seguridad del pueblo), sus negocios; los consejeros, gracias a los cuales le son sugeridas todas cuantas cosas precisa saber, son la memoria; la equidad y las leyes son una razón y una voluntad artificial; la concordia, salud; la sedición, enfermedad, y la guerra civil, muerte. Por último, los pactos y convenios, mediante los cuales se hicieron, conjuntaron y unificaron en el comienzo las partes del cuerpo político, se asemejan a ese Fiat o al hagamos el hombre pronunciado por Dios en la Creación.
Para describir la naturaleza de este hombre artificial consideraré.
Primero, la materia de que consta y el artífice; ambos son el hombre.
Segundo, cómo y por qué convenios es constituido; cuáles son los derechos y el poder o autoridad adecuados a un soberano; y qué los preserva y disuelve.
Tercero, qué es una República cristiana.
Por último, qué es el reino de las tinieblas.
En cuanto a lo primero, un dicho muy usurpado de antiguo afirma que la sabiduría no se adquiere de los libros, sino de los hombres. Como consecuencia, quienes no pueden prácticamente dar otra prueba de su sabiduría se complacen mucho mostrando lo que piensan haber leído en los hombres censurándose entre sí cruelmente por la espalda. Pero hay otro dicho, comprendido hace poco, gracias al cual podrían verdaderamente aprender a leerse entre sí, a condición de que se tomen el trabajo a que ello lleva aparejado. La sentencia dice: Nosce teipsum, léete conócete a ti mismo; y no se entendía en el sentido, hoy usual, de limitar el barbárico estado de los hombres situados en el poder frente a sus inferiores, ni para estimular en hombres de baja estofa una conducta insolente hacia sus mejores sino para enseñarnos que debido a la semejanza de los pensamientos y pasiones de un hombre con los pensamientos y pasiones de otro quien mire dentro de sí considerando qué hace cuando piensa, opina, razona, espera, teme, etc., y por qué, podrá leer y saber conocer cuáles son los pensamientos y pasiones de todos los demás hombres en ocasiones similares. Digo la semejanza de pasiones como deseo, miedo, esperanza, etc., que son idénticas en todos los hombres, y no la semejanza en los objetos de las pasiones, que son las cosas deseadas, temidas, esperadas, etc. En éstas varían tanto la constitución individual como la específica educación, y se ocultan tan fácilmente a nuestro conocimiento que los rasgos del corazón humano, ya manchados y difusos por el disfraz, la mentira, la falsificación y las doctrinas erróneas, sólo resultan legibles para quien investiga corazones. Y aunque efectivamente descubrimos a veces por las acciones de los hombres sus designios, hacerlo sin compararlas con las nuestras y sin distinguir todas las circunstancias capaces de modificar la situación, implica descifrar sin una clave y estar equivocado para lo fundamental, bien por excesiva confianza o por excesiva desconfianza, porque quien lee es un hombre bueno o malo.
Pero por muy perfectamente que pueda un hombre leer y conocer a otro en sus acciones, sólo le sirve esto con sus conocidos, que son siempre escasos. Quien ha de gobernar a toda una nación debe leer en sí mismo a la Humanidad, no a este o aquel hombre particular, cosa difícil y más ardua que aprender cualquier lengua o ciencia; con todo, cuando haya expuesto de modo claro y ordenado mi propia lectura, desbrozando así el camino, sólo necesitará considerar si encuentra o no lo mismo en sí propio. Pues este tipo de doctrina no admite otra demostración.