3

Cuando un macho humano esperaba años hasta encontrar a la mujer adecuada —y la encontraba—, se esmeraba en conservarla y la trataba como a una reina. Cuando un macho carpatiano esperaba siglos hasta encontrar a la única mujer que podía salvarlo, no solo se esmeraba en conservarla, sino que la rodeaba de todos los medios de protección posibles. Maksim Volkov miró a la mujer que poseía la otra mitad de su alma.

Los carpatianos rara vez se fijan en el caparazón exterior de una persona. Para él, su compañera de vida era la única y la más hermosa. Siempre. Sin embargo, también era consciente de que, incluso según los cánones de belleza humanos, la suya era una mujer guapísima. Y una guerrera, entrenada para luchar, que estaba decidida a presentar batalla a los hombres que habían asesinado a su padre.

Blaze le devolvió la mirada con sus increíbles ojos verdes. Creía ser capaz de ocultar sus emociones, pero él llevaba muchos siglos en este mundo y, aunque no tenía la facultad de leer la mente de las personas, era un experto a la hora de interpretar las expresiones. Los labios apretados de Blaze denotaban su actitud desafiante. Maksim no podía apartar la vista de esa maravillosa boca. El espíritu desafiante de Blaze se manifestaba también en las pronunciadas líneas de su barbilla, una barbilla que él deseaba saborear. Su rebeldía se reflejaba en el destello de sus ojos verdes.

Había algo salvaje en ella. Una cualidad indómita semejante a la suya. Él era un depredador. Un macho alfa. No conocía a nadie capaz de desafiarle. O de desobedecerle. O que lo mirara con fingida inocencia mientras tramaba hacer lo que le diera la gana, pero eso era justo lo que hacía Blaze.

Para los de la especie de Maksim, solo existía una mujer capaz de hacer que un macho se sintiera completo. No tenía que ser una carpatiana de nacimiento. Podía ser una humana con dotes paranormales, según habían comprobado, y haber nacido en cualquier siglo, en cualquier parte del mundo. El mundo era muy grande, y había muchos siglos para deambular por él en busca de la compañera perfecta. Buscar a la compañera de vida era como buscar una aguja en un pajar, incluso más difícil.

—¿Me has oído? —preguntó él en voz baja. Ella era sensible a su voz, pero al parecer no cedía a sus deseos compulsivos.

Él había pasado más de mil años sumido en un mundo gris. Sin experimentar emoción alguna. Era un vacío que pocos eran capaces de soportar y seguir siendo honorables. Después de los primeros siglos, era imposible creer que uno pudiera hallar a su compañera de vida. Había llevado una existencia con honor, cambiando lo más posible para encajar en cada siglo, pero vivía en un mundo deprimente donde lo único importante era su habilidad como guerrero, como cazador de vampiros. Los vampiros eran unos seres de su especie que habían renunciado a sus almas. Cada segundo que él permanecía vivo en estos infinitos y deprimentes siglos corría el riesgo de convertirse justamente en lo que perseguía, hasta que había respondido al teléfono y había oído la voz de ella.

—Sí, te he oído —respondió ella, también en tono quedo.

La tenía acorralada, pero ella no trató de apartarse de él. Blaze McGuire no era una tímida jovencita. Lo temía, no porque pensara que él podía lastimarla. Era demasiado inteligente para pensar eso. Lo temía por motivos fundados. Él iba a transformar su mundo y ella lo sabía. Lo que no sabía era cómo y hasta qué punto.

—Puedo obtener la información que necesitamos sobre Reginald Coonan —dijo Blaze, haciendo un sutil movimiento para escapar.

Maksim avanzó un paso, forzándola a retroceder. Avanzó otro paso, y ella retrocedió por segunda vez. No podía continuar. Tenía la puerta a su espalda.

—Reginald Coonan no existe —le informó él sin alzar la voz.

Por primera vez que él recordara desde que tenía uso de razón, no sabía cómo proceder. Ella le pertenecía. Eso era innegable. En cuanto había oído su voz, la había visto en colores. Unos colores vívidos, brillantes, intensos. Tan intensos que había tenido que cerrar los ojos para que su belleza no lo deslumbrara.

No sería fácil dominar a Blaze; un paso en falso bastaría para dar al traste con sus propósitos. No tenía tiempo para cometer errores con ella.

—Está claro que ese no es su nombre verdadero —repuso Blaze—. Lo sé. Sé que se ha inventado toda su biografía, pero sigue apoderándose de las propiedades de otras personas bajo ese nombre. —Miró a Maksim a los ojos—. ¿Qué diablos ocurre aquí?

Él sintió el impacto de su mirada en la tripa. Las esmeraldas no eran tan bellas como sus ojos. No había sospechado lo susceptible que se sentiría ante una mujer, incluso ante su compañera de vida. Dudó unos segundos, sin saber qué decir. O cuánto debía decirle.

—Maksim —dijo ella bajito—, no me gustan las sorpresas. Tú constituyes una tremenda sorpresa para mí. No niego que me siento atraída por ti, y mucho. Pero aquí ocurre algo que no comprendo, y si sientes algo por mí, como yo por ti, más vale que seas sincero conmigo. En caso contrario, no iremos a ninguna parte.

Él detectó la sinceridad en su voz. La admiraba por haberle expuesto la situación con toda claridad.

—Muchos afirman apreciar la sinceridad, Blaze, pero son incapaces de afrontar la verdad. Si yo te explicara la realidad, la verdad pura y dura, te costaría aceptarla… y a mí. Y debes aceptarme. Te lo digo sin rodeos. No dejaré que te alejes de mí, no cuando he dedicado muchas vidas a buscarte.

Blaze ni siquiera pestañeó al oír su respuesta, articulada de forma meticulosa. No apartó la vista. Siguió mirándolo a los ojos, algo que a la mayoría de humanos les resultaba incómodo. Él se había infiltrado en su mente. Ella había oído la palabra «vidas». Pero no había movido un músculo. No había reaccionado ni física ni mentalmente, casi como si supiera a qué se refería él.

—Reginald Coonan no es humano. Los Hallahan sí lo son, pero él no. Los utiliza porque no puede salir durante el día, y a lo largo de los siglos ha comprobado que si quiere seguir vivo debe mantenerse en un discreto segundo plano y dejar que sus peones hagan el trabajo sucio. Esa es una de las muchas razones por las que Tariq y yo hemos intervenido esta noche. Aparte de que no quiero que mueras, es preciso que demos con él. Los Hallahan pueden conducirnos a él.

Ella apoyó una mano en la pared a su espalda. Esta vez pestañeó un par de veces y él la oyó contener el aliento. Lo percibió porque estaba muy cerca. Lo bastante cerca como para sentirla respirar.

—Quizá pienses que estoy loco. La mayoría de humanos, al oír esto, lo pensarían, pero me has hecho una pregunta y te he contestado la verdad.

Pero ella no pensaba que estuviera loco. No pensaba nada. Él seguía en su mente. Ella aguardaba. Inmóvil. Sabiendo, no queriendo saber, pero sabiendo.

—Si no es humano —preguntó Blaze despacio—, ¿qué es?

—¿Estás al tanto de los asesinatos que se han producido en la ciudad? En su mayoría eran indigentes sin techo y prostitutas, aunque algunos eran hombres de negocios, dueños de establecimientos en este barrio. No las personas a las que los Hallahan apaleaban hasta matarlas para demostrar su poderío, sino las que aparecían destrozadas, como si una bestia salvaje las hubiera matado y devorado en parte. Las que apenas tenían sangre en sus cuerpos.

Ella apoyó una mano en el pecho de él, deteniéndolo.

—No des un paso más. Ya vinieron antes para tratar de convencernos y nosotros nos negamos en redondo. Mi padre no estaba dispuesto a ser reclutado por unos fanáticos que creen en los vampiros y se dedican a cazar a cualquiera que les caiga mal. Ese tipo de caza de brujas pertenece a otra época, no a esta.

Su respuesta denotaba cierto desdén. Pero él no se inmutó. Había previsto su reacción, aunque le sorprendió un poco que los de la sociedad hubieran ido a hablar con ella y su padre. No obstante, era previsible. Sean McGuire y su hija eran expertos en artes marciales, y Blaze poseía unas dotes paranormales. Si la sociedad conocía este dato o si la habían puesto a prueba, era natural que desearan reclutarla. Maksim sabía que Blaze poseía dotes paranormales porque era su compañera de vida.

—Son miembros de la llamada Sociedad para la Preservación de la Humanidad. No estoy afiliado a ella, y esas personas no reconocerían a un vampiro aunque el monstruo les mordiera en el cuello.

—Apártate —le advirtió ella, pero él no se movió.

Su voz contenía un tono de amenaza. En un sentido extraño y perverso, a Maksim le complacía que ella se sintiera tan segura de sí como para amenazarlo. Le complacía que fuera una guerrera y no vacilara en defenderse.

—Tú querías la verdad, Blaze. Al menos, escúchame. ¿Piensas que yo te contaría esto confiando en que me creyeras sin más? Tengo pruebas de lo que te he dicho. Pero debes comprender que atacarme no es la mejor táctica. Te he explicado reiteradamente que no voy a lastimarte. No tengo la menor intención de hacerte daño. Me pediste que te dijera la verdad y yo, aun sabiendo que no debía hacerlo, he respondido con sinceridad.

Maksim observó el rostro de Blaze. Estaba asustada, pero no es que no lo creyera. No quería saber la verdad. En el fondo, estaba preparada para oír esto, pero no quería oírlo.

—¿Quieres hacer el favor de retroceder? —Esta vez era una pregunta—. No puedo pensar con claridad teniéndote tan cerca.

Blaze formuló su educada petición al tiempo que levantaba un pie para propinarle un pisotón y alzaba la palma de la mano para golpearlo en la nariz. Al menos, esa era su intención. Pero Maksim se movió antes de que ella pudiera completar su maniobra. Blaze descargó el pisotón en el suelo, donde había estado el pie de él hacía un segundo, y su mano golpeó el aire, porque Maksim desapareció ante sus ojos. Se evaporó. Ella lanzó una exclamación de asombro y avanzó dos pasos, mirando frenéticamente alrededor de su cuarto de estar para localizarlo.

Maksim le rodeó la barriga con un brazo desde detrás y le sujetó la cabeza con la otra mano. Sus dientes se hundieron en su cuello, en parte porque necesitaba hacerlo y en parte para darle un escarmiento. En cuanto lo hizo, comprendió que había cometido un error. Había bebido la sangre de millares de víctimas y nunca había sentido nada, al menos que él recordara. Pero esta vez todo fue muy distinto. Tan distinto, que él no había contado con eso.

Era vagamente consciente de que ella contenía el aliento, el leve gemido que emitió cuando sus dientes se clavaron en su piel suave y exquisita, sus desesperados intentos por obligarlo a soltarla. Él tenía una fuerza tremenda, y en lugar de agresividad o temor por parte de ella, sintió cada uno de los movimientos de su cuerpo como algo erótico. El deseo abrasador que había sentido desde el momento en que había oído su voz devino en un fuego violento e incontrolable.

Siénteme, sufletul meu. Alma mía. El aire que respiro. Maksim no le transmitió la traducción mentalmente, pero era sincero. Ella era la otra mitad de su alma. No tenía tiempo de cortejarla como es debido. Estaban enzarzados en una guerra y tenía que lograr que ella estuviera de su lado, pero, ante todo, necesitaba que supiera que él la protegería de todo y de todos, incluso de sí mismo. Siéntenos. Me perteneces.

No trató de tranquilizarla. No era preciso. Ella sentía la fuerza de la atracción entre ambos sin que él la obligara a hacerlo. Un deseo tan profundo, tan intenso, que Maksim era incapaz de resistirse a él, de modo que ¿cómo iba a resistirse ella? Dejó que le inundaran todas las sensaciones que percibía. Sintió los latidos del corazón de Blaze, latiendo al ritmo de los suyos. Sintió su sabor, que estalló en su boca como un buen vino, como el color de su cabello, llameante y apasionado, salvaje e indómito. La sangre de ella contenía todas estas sensaciones. Una sangre deliciosa. Perfecta. Adictiva, y él comprendió que nunca se cansaría de ese sabor.

Te avio päläfertiilam. Eres mi compañera de vida. Éntölam kuulua, avio päläfertiilam. Te reclamo como la compañera de mi vida. Ted kuuluak, kacad, kojed. Te pertenezco.

Maksim musitó los votos que unirían sus almas para toda la eternidad, pronunciando cada palabra con sinceridad. Las palabras rituales que los unirían estaban impresas en él antes de que naciera, y durante los largos siglos de una nada gris e inhóspita había pensado que jamás tendría ocasión de decírselas a su mujer.

Esencialmente, en el mundo carpatiano esas palabras servían para casarlos, pero mucho más que eso. Estaban unidos para toda la eternidad, a lo largo de una vida tras otra. Siempre juntos. Unidos por sus almas. Una vez unidos, nada podría separarlos. Él confiaba en que sus corazones también se unirían.

Élidamet andam. Te ofrezco mi vida. Pesämet andam. Te ofrezco mi protección. Uskolfertiilamet andam. Te ofrezco mi alianza. Sívamet andam. Te ofrezco mi corazón.

Blaze empezó a revolverse contra él. Su cuerpo ardía, al igual que el de él. Maksim sintió que su cuerpo suave y dúctil se fundía con el suyo, duro como una piedra. Ella oprimió su cuerpo contra el de él, mientras escuchaba los votos que él introducía en su mente, sintiendo los diminutos hilos irrompibles que los unían. Al sentirlos, él experimentó una inmensa alegría. Ella, en cambio, sintió terror. Pero él no podía detenerse tras haber bebido su sangre y sentido su exquisito sabor.

Esta sensación estaba grabada en su paladar, en su cuerpo, impregnando cada una de sus células y sus órganos. Ella era mucho más que una criatura salvaje, feroz. Era una mujer acostumbrada a hacer lo que quería y tomar sus propias decisiones, pero el hombre adecuado podía excitarla, convertirla en una tormenta de pasión que amenazaba con consumirlos a los dos. Y era suya.

Él la sujetó con fuerza. Estate quieta, Blaze. No tienes nada que temer. Jamás te haré daño.

¿Qué haces? Me das miedo.

A Maksim le asombró lo intensa que era la conexión psíquica entre ambos. Blaze no tenía ninguna dificultad en hablar con él, de mente a mente. Estaba asustada, pero no porque él bebiera su sangre. Temía las palabras que él había introducido en su mente, lo que le hacían sentir. El vínculo que se hacía más y más fuerte entre ellos. Ella no comprendía la antigua lengua carpatiana, pero él se lo tradujo a su lengua, para que lo entendiera, para que no interpretara de forma errónea lo que él hacía.

Maksim estaba decidido a no engañarla. Ella le había pedido sinceridad y él era sincero con ella. Esta era la verdad entre ellos. Ella era su compañera de vida y no había escapatoria. Ninguna. Ella tendría que aprender a vivir con él y él con ella. Él necesitaba que ella sobreviviera. Su alma necesitaba que ella le redimiera. Sin ella no tenía nada y jamás lo tendría. Corría el riesgo de perderlo todo, inclusive su honor, y no estaba dispuesto a que eso ocurriera.

Sielamet andam. Te doy mi alma. Ainamet andam. Te doy mi cuerpo. Sívamet kuuluak kaik että a ted. Tomo posesión de aquello que tú también posees.

—Basta. Para ahora mismo —le rogó ella en voz baja—. Para, Maksim.

Él sintió que ella se desplomaba contra él y se apresuró a lamer los dos diminutos orificios en su cuello, sosteniéndola por la espalda y las rodillas. La tomó en brazos y la transportó al dormitorio, depositándola con cuidado sobre el mullido edredón. No sabía si ella le había rogado que parara porque los votos la habían afectado con tanta intensidad como a él o porque se sentía débil y asustada.

Blaze no había perdido el conocimiento, pero estaba muy vulnerable. Sus ojos verdes ya no emitían un fuego ardiente, sino un suave resplandor. Seguían mostrando una actitud desafiante, el afán de resistirse, de luchar, pero no había perdido la compostura. Sabía que estaba a merced de él. Él había dejado que sintiera su fuerza y le había mostrado su capacidad de cambiar. Había comenzado a recitar el ritual que los uniría y ella también había sentido su impacto. Estaba sumida en un estado de shock y su mente intentaba decirle que lo que veía con sus propios ojos no podía ser verdad. Lo que oía en su mente y lo que sentía sin duda era imposible. Pero ella siempre había sabido la verdad. No había querido aceptarla —una vez que la había averiguado—, pero conocía la existencia de la especie a la que él pertenecía; en todo caso, la de los inmortales.

Maksim había bebido su sangre y no la había obligado a nada. No la había calmado. Había conservado la calma por sí misma. Él había intuido el momento en que el dolor había pasado, sustituido por el placer erótico. Ella lo había sentido. Y él también.

—No soy un vampiro, Blaze —dijo él para tranquilizarla—. Los vampiros matan a sus presas. Gozan con la sensación que les produce, como el subidón de un drogadicto. Cuanto más terror infunden a sus víctimas, mayor es la carga de adrenalina que circula por su torrente sanguíneo y más intenso el placer que experimentan. Soy un carpatiano. Si no hallamos a nuestra compañera de vida, corremos el peligro de convertirnos en vampiros.

Mientras le explicaba esto, Maksim se desabrochó despacio su inmaculada camisa de seda negra para mostrarle su pecho. Ella observó todos sus movimientos como hipnotizada, pero oyó sus palabras. Lo escuchó con atención. Se pasó la lengua por el labio inferior y él emitió un gemido. Un gemido de deseo como jamás había experimentado en su vida.

Al igual que todos los machos carpatianos, había tenido muchos siglos para estudiar cada tema, para aprender y adquirir conocimientos. Sabía prácticamente todo lo referente al sexo y cómo satisfacer a una mujer…, y cómo enseñar a su mujer a satisfacer a un hombre. A lo largo de los siglos había tenido tiempo de sobras para familiarizarse con las cosas que le interesaban y sabía que desearía.

—Querías que fuésemos sinceros el uno con el otro, Blaze —le recordó él con dulzura—. Traté de advertirte. Sabía que no podrías oír la verdad, de modo que decidí mostrártela.

Maksim la abrazó, ignorando la mano que ella apoyó contra su pecho como intentando hacer acopio de la fuerza necesaria para apartarlo. Acarició su melena de un rojo llameante, cuyo sedoso tacto espoleó su deseo. Sintió que la sangre corría acelerada por sus venas, centrándose en su entrepierna. Caliente. Con fuerza. Produciéndole un deseo casi doloroso. Gozó con esa sensación por el mero hecho de poder sentirla. Era casi tan adictiva como el sabor de ella.

Blaze no apartó sus ojos verdes de los suyos.

—¿Qué haces? Dímelo.

—Reclamarte. No finjas que no lo sientes. Sabes que me perteneces. Quiero que intercambiemos nuestra sangre, como hacen los de mi especie.

Ella negó con la cabeza, tocándose de nuevo el labio inferior con la lengua.

—Yo no pertenezco a tu especie, Maksim. No puedo beber tu sangre.

—Eres mi compañera de vida. Esto es lo que hacen los compañeros de vida.

Blaze abrió los ojos como platos cuando él alzó la mano mientras la uña de su dedo crecía hasta convertirse en una uña afilada como una cuchilla. Y ahogó una exclamación de horror cuando él la pasó sobre los abultados músculos de su torso, trazando una línea roja. Al instante brotaron unas gotas de color rojo rubí. Blaze sacudió la cabeza, con sus ojos fijos en los de él con una expresión de súplica, pero volvió a fijarlos en la línea roja. Era su compañera de vida, un hecho innegable, por lo que empezaba a sentir la fuerte atracción que existía entre ambos.

Maksim apoyó la palma de la mano en su nuca y la atrajo suavemente hacia él. Blaze se resistió, pero no podía luchar contra la insistencia de él. Tan pronto como sus labios rozaron su torso, sintió fuego en sus venas. Una sensación increíble. Movió la boca, tratando de evitar la línea de color rubí. Él aumentó la presión sobre su cabeza, impidiendo que la volviera, por lo que ella no tenía opción… Su boca seguía oprimida contra el pecho de él.

Ainaak olenszal sívambin. Siempre atesoraré tu vida. Te élidet ainaak pide minan. Siempre antepondré tu vida a la mía.

Blaze contuvo el aliento y tocó la línea roja con su lengua. Él se percató tan pronto como el sabor de su sangre estalló en la boca de ella como burbujas de champán. Su sangre era para ella. Él era suyo. Todo él, y su sabor era tan adictivo para ella como el suyo para él. Ella no podía resistirse, y no lo intentó.

Al principio Blaze se movió de forma tentativa, utilizando la lengua para lamer delicadamente lo que él le ofrecía. Luego oprimió la boca contra su torso y succionó, absorbiendo su esencia —su sangre vital— en su cuerpo. Tomándolo. Aceptándolo. Tomando lo que le pertenecía. El cuerpo de Maksim ardía. Blaze se sentó en sus rodillas y él la rodeó con sus brazos, encajándola sobre su entrepierna. Su polla, hinchada y pulsando de vida, rozó las nalgas de ella, y ese roce, incluso a través de los vaqueros de ella y el pantalón de él, le generó una llama abrasadora que le recorrió el cuerpo.

Te avio päläfertiilam. Eres mi compañera de vida. Ainaak sívamet jutta oleny. Estás unida a mí para toda la eternidad. Ainaak terád vigyázak. Te protegeré siempre. —Maksim murmuró estas palabras en voz alta, completando el ritual de unión. La besó en la coronilla y miró alrededor del pequeño apartamento, y luego a Blaze, mientras ella llevaba a cabo el primer intercambio de sangre entre ellos—. Susu, he llegado a casa.

Cuando dedujo que ella había bebido suficiente cantidad de su sangre, deslizó suavemente un dedo sobre sus labios, entre su torso y la boca de ella. Lo hizo a regañadientes, porque la boca de ella sobre su piel le producía una sensación divina.

—Es suficiente, Blaze. —La tomó por la barbilla para que alzara la cabeza y la besó en la boca.

Deseaba comportarse con delicadeza, pero sintió el sabor de la sangre, seguido del dulce éxtasis de la boca de ella. Y sintió su sabor. Tan salvaje y apasionado como su sangre. Sintió la promesa de su cuerpo. Igual de salvaje y apasionado. La deseaba. Incluso la necesitaba.

La besó con brutalidad, pero ella abrió su boca para recibirlo. Le devolvió el beso con idéntica pasión, con idéntica voracidad. Como si lo deseara de forma tan acuciante como él a ella. La besó una y otra vez. Con una voracidad que no lograba aplacar, que lo enloquecía. Al sentir las manos de ella moviéndose sobre su torso desnudo, acariciando cada centímetro de su piel, unas manos abrasadoras, perdió definitivamente el control.

La agarró de la blusa, desgarrándola. Ella no pestañeó al bajar la vista y fijarla en sus pechos, cubiertos por un minúsculo sujetador azul marino. Él observó el fuego que ardía en sus ojos antes de oprimir de nuevo su boca sobre la de ella. Tomó la cinta que Blaze llevaba en el pelo y se la arrancó, haciendo que su llameante cabellera roja cayera como una cascada sobre ambos. Acto seguido sepultó ambas manos en ella, acariciando su melena rojo fuego una y otra vez, gozando de la sensación que vibraba a través de su polla.

Tenía que despojarse de la tela que cubría su feroz erección. Rodeó de nuevo con sus brazos a Blaze sin dejar de besarla, depositándola en el suelo para poder levantarse. Era muy alto. Mucho más que ella, y Blaze tuvo que alzar la cabeza para mantener la conexión con los labios de él.

Maksim la hizo retroceder a través de la habitación hasta acorralarla entre su cuerpo y la pared, presionando su miembro caliente y pulsátil dentro de su pantalón contra el vientre de ella. Levantó la cabeza, mirándola, escrutando sus ojos de color esmeralda, y vio la pasión reflejada en ellos. Un apetito voraz. Una pasión abrasadora que ella no podía ocultarle.

Él inclinó la cabeza y pasó sus dientes una y otra vez sobre el cuello de ella, donde latía su acelerado pulso, esa dulce invitación. A continuación besó los diminutos mordiscos, aliviando el dolor con su lengua. El cuerpo de ella temblaba contra el suyo. Blaze pestañeó y bajó la vista, pero no antes de que él observara el fuego que ardía en sus ojos. Le masajeó las caderas, primero con suavidad mientras la estrechaba contra sí mientras su boca proseguía su pausado ataque. Cada vez que sus dientes rasgaban levemente su piel, ella gemía con suavidad y se apretaba contra él, restregando las caderas contra su muslo.

Él tomó uno de sus pechos, acariciando con el pulgar el pezón cubierto por el encaje del sujetador. Ella contuvo el aliento.

—Quítate el sujetador, Blaze —murmuró él.

Las manos de ella obedecieron antes de que su mente les diera la orden. Se desabrochó el sujetador en la espalda, dejando que cayera al suelo sobre su camisa. Él ahogó una exclamación de asombro.

—Maravillosos —murmuró, acariciando sus suaves pechos. Inclinó la cabeza, sin apartar los ojos de ese cuerpo perfecto. Sintió un deseo ardiente y feroz. Tan intenso que notó que perdía el control, deslizando los dientes sobre el cuello de ella, y se esforzó en recuperarlo. Ella hacía que aflorara su faceta más salvaje, más primitiva. A continuación agachó la cabeza y arañó con sus dientes el pezón izquierdo de Blaze.

Ella lanzó un grito de dolor, cuyo sonido intensificó el placer de él. Tomó su pecho en la boca. Con rudeza. Sin contemplaciones. Succionando con fuerza, utilizando la lengua para oprimir el pezón contra su paladar mientras jugueteaba con el otro pezón. Era evidente que Blaze tenía los pechos tan sensibles como el cuello. Ella se restregó contra él, gimiendo suavemente mientras sepultaba los dedos en su pelo negro.

Él siguió besando y acariciado sus pechos mientras le quitaba el resto de la ropa con su mente, dejándola desnuda. Ella no se resistió ni protestó. Maksim estaba dominado por una pasión tan poderosa, tan feroz, que apenas podía pensar con claridad; la sangre le martilleaba en los oídos y la mente, consumido por el deseo de poseerla. Pese a sus estudios, no había sospechado que la pasión pudiera ser tan fuerte, tan intensa, aniquilando todo control hasta experimentar solo placer, pura sensación.

Entre ellos se producía una descarga eléctrica tras otra, unas chispas que él sabía que no eran reales pero que estaban allí, como rayos que penetraban en sus poros y recorrían su cuerpo, destruyendo todo vestigio de autocontrol. Levantó la cabeza y ella ahogó una exclamación de asombro al observar la expresión en sus ojos. Maksim comprendió que había visto en ellos al siniestro depredador consumido por el deseo, pero Blaze no se apartó, sino que le rodeó el cuello con los brazos, su deseo era tan irrefrenable como el suyo.

Él la besó de nuevo, alzándola en sus brazos, devorando sus labios, saboreando su pasión. Era lo más delicioso que había saboreado jamás. Cuando sus pezones rozaron los duros músculos del torso de él, Blaze emitió un breve y agudo gemido. Él lo engulló, sintiendo cómo se deslizaba por su garganta, besándola una y otra vez. La lengua de ella se enzarzó en un duelo con la suya.

—Más —le suplicó ella suavemente. Con insistencia—. Necesito más.