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EMPIEZA
la aventura
(otra vez)

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—¿De verdad no sabes dónde estamos? —preguntó Natalia con un tono de voz impaciente. Mientras, Crono se estaba refrigerando después de aquel salto en el tiempo.

—Ya te he dicho que no —resopló Mayden.

Ambos estaban cegados por la refulgente luz que producía Crono cuando iniciaba un viaje en el tiempo.

—Pues vaya —masculló.

—¿Qué? ¿Acaso tú lo sabes?

—Has apretado a lo loco los botones de Crono. Deberías saberlo tú.

—Acabas de decir «a lo loco». ¿Cómo se supone que voy a saber qué botones he apretado si los he apretado a lo loco? Espera, ahora empiezo a ver algo… creo que ya veo la fecha a la que hemos llegado.

—La fecha ya la veo yo. 1560.

—Ah.

—Miau —añadió Arquímedes, desorientado.

Mayden se frotó los ojos un poco más, hasta que el fogonazo de luz blanca que le había cegado empezó a disiparse.

—Vale. Estamos en Inglaterra —sentenció.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Natalia.

Mayden señaló en dirección a un letrero que indicaba las millas que faltaban para llegar a Londres.

—Sí, esto parece Inglaterra. Al menos, estamos bastante lejos de Apolonio Villano.

PERDONAD… —dijo una tímida voz a sus espaldas.

Los dos se giraron sorprendidos.

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La chica que les había hablado retrocedió unos pasos, espantada.

PERDONAD… —volvió a repetir—, ¿habéis aterrizado subidos a un cometa?

Mayden se rascó la cabeza, desconcertado. Natalia frunció el ceño.

—¿Cómo? —preguntaron los dos al unísono.

—La luz. La luz blanca se ha visto desde mi casa, a cinco minutos andando desde aquí. Son las once de la noche, pero esta luz ha iluminado el bosque como si fuera de día durante unos segundos. Y vosotros estáis aquí, donde he creído vislumbrar la luz. Por eso os preguntaba lo del cometa… mmm… ¿quizá una estrella? ¿Habéis venido montados en una estrella?

—Ni cometas, ni estrellas —replicó Mayden, que se había quedado mirando fijamente a aquella mujer. Tenía aspecto de niña, por su altura, pero por la forma de hablar sin duda debía de ser mayor que ellos.

Natalia le dio un codazo.

—Mirar fijamente es de mala educación —le reprendió en voz baja.

—Perdón —dijo Mayden poniéndose colorado.

La mujer anduvo un paso hacia ellos, más segura de sí misma y de la situación. Arquímedes corrió hacia sus pies y se rozó con ella, dejándose acariciar mientras ronroneaba. Si Arquímedes quería mimos de aquella mujer significa que podían fiarse de ella.

—Supongo que no estáis acostumbrados a ver a personas de mi tamaño —dijo entonces la mujer, advirtiendo cómo la estaban examinando—. Lo comprendo. Las personas como nosotros solo solemos exhibirnos en espectáculos de circo. —Negó con la cabeza, apretando los labios—. Pero eso me parece totalmente denigrante.

—Ah, no se preocupe —trató de ser educada Natalia—, cada uno tiene su altura. La altura en realidad no dice nada de cómo es una persona por dentro.

—Eso es verdad —la secundó Mayden—, además, yo soy fan de Tyrion, el de Juego de Tronos.

—¿Quién? —preguntó la mujer con esa mirada tan inquisitiva que solía desplegar cuando sentía curiosidad por algo.

—Tyrion Lannister, el…

Natalia le dio otro codazo y Mayden dejó de hablar.

—No sé quién es ese señor —admitió la mujer encogiéndose de hombros—. Yo me llamo Caroline. Caroline Lucretia Herschel.

Mayden abrió mucho los ojos.

—¿Herschel? ¿Como William Herschel?

Caroline asintió.

—En efecto. De hecho, William es mi hermano.

¿EL FAMOSO ASTRÓNOMO? —exclamó Mayden.

—Así es.

Habían escapado de Apolonio Villano dando un salto aleatorio en el tiempo. Seguramente estaría muy, muy enfadado con ellos. Pero ahora estaban con la hermana de uno de los astrónomos más importantes de toda la historia. Había valido la pena el viaje, ¡sin duda!

¿MAYDEN? ¿No me oyes? Despierta…

Mayden estaba tan fascinado con la posibilidad de conocer a William Herschel que parecía estar soñando despierto.

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—Ah, perdona… es que ¿tú sabes quién es Herschel?

—Un astrónomo —respondió Natalia—, lo acabas de decir tú.

—Sí, sí, pero fue uno de los que más descubrimientos del universo realizó. ¿Podemos acompañarte? —le imploró entonces a Caroline—. Solo un ratito. Tengo mucha curiosidad por ver el observatorio que usa tu hermano para mirar las estrellas.

—Bueno, es ya un poco tarde y… —se disculpó Caroline.

—Prometemos no robarle mucho tiempo…

Caroline se encogió de hombros.

—En ese caso, será un placer invitaros a un té. La verdad es que me hace sentir extraña que alguien quiera acompañarme. Normalmente la gente huye de mí. Y, si se acerca, es para insultarme y llamarme monstruo.

—¿En serio? —exclamó Natalia—. En el mundo hay mucha gente imbécil. Pero también hay gente que no es así. Nosotros intentamos estar siempre en el segundo grupo.

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—Aunque a veces a ti te cueste un poco —le replicó sarcásticamente Mayden. Natalia se giró hacia él y le dio una colleja.

—Tonto.

—Ay —dijo Mayden rascándose la cabeza—; bueno, me lo tengo ganado.

Caroline asistió a aquel rápido intercambio de palabras entre los dos forasteros que parecían haber llegado montados en una brillante estrella, aunque ellos aseguraran que no era así, y sonrió, divertida.

—Seguidme, por favor, es por aquí —dijo entonces.

Ambos ocultaron antes a Crono entre la maleza del bosque, aduciendo que se trataba de un coche de caballos muy moderno… pero sin caballos.

¿DÓNDE ESTÁN? —preguntó inquisitiva Caroline.

—Eh… —balbuceó Mayden—, se han marchado un rato a cenar. Luego vuelven. ¡Son muy obedientes!

Caroline volvió a encogerse de hombros, y emprendió la marcha siguiendo un estrecho sendero que se internaba por el bosque, en dirección a su casa.

Natalia miró de reojo a Mayden.

—No sabía que te interesara tanto la astronomía —le susurró.

—Pero no es solo la astronomía —exclamó Mayden abriendo mucho los ojos—; es mucho más. ¿Alguna vez te has imaginado lo grande que es el universo? ¿Todas las cosas que nos quedan por ver y descubrir? ¿Y si hay vida más allá de la Tierra? ¿Y si hay civilizaciones inteligentes que nos podrían desvelar todos los misterios de…?

—Tranquilo, que te va a dar algo —le sugirió Natalia apaciguándole con un movimiento de manos.

—Yo sí que he pensado en todo eso —murmuró Caroline, que no había podido evitar oírles hablar.

Mayden dio dos saltitos y se puso a la altura de la chica.

—¿De verdad?

—Claro. Me paso muchas horas mirando el cielo con el telescopio. Cada vez que lo contemplo, mi mente se pierde en la oscuridad y viaja por las estrellas. Siempre he soñado con viajar hasta allí.

¡YO TAMBIÉN! —se entusiasmó Mayden.

—Pero mucho me temo que es imposible —negó con la cabeza Caroline—, porque el ser humano no ha sido provisto de alas y no puede volar.

—Pues precisamente yo… —empezó a decir Mayden.

—O sea, que ayudas a tu hermano en sus observaciones del cielo —le interrumpió Natalia con un carraspeo. No era buena idea desvelarle a una chica del siglo XVIII que en el siglo XX todos los seres humanos podrían volar con unos artefactos llamado aviones, y que además alcanzarían el espacio exterior con cohetes. Apolonio Villano ya les había advertido de las paradojas temporales que ello podía acarrear.

—Sí —asintió Caroline, ruborizándose—. Como suelo decir yo “siempre nos queda algo por hacer”, y cuatro ojos ven mucho más que dos. Además, ya veis que soy muy bajita. Cuando era pequeña tuve un ataque de tifus y viruela y eso me ha impedido crecer más de un metro y treinta centímetros de altura. Para la gente como yo solo queda dedicarse al circo. La gente es muy cruel con las personas que no son como la mayoría. Por eso he tenido una vida bastante solitaria encerrada en casa. Afortunadamente, a mi hermano le ofrecieron un puesto como director de orquesta aquí en Inglaterra. Convencí a mi madre para abandonar Hannover, mi ciudad de nacimiento en Alemania, y venirme con él. Por el día, él trabaja y yo hago las cosas de casa. Pero por la noche hacemos equipo para mirar el cielo desde el jardín. Allí hemos construido un pequeño observatorio.

WOW!—exclamó Mayden—, qué historia tan chula. Ya me gustaría a mí tener un observatorio en el jardín.

—Para mí será un placer enseñaros nuestro observatorio —dijo Caroline—. Es la primera vez que me encuentro con dos chicos tan curiosos. En general no me gusta hablar con la gente, pero con vosotros es diferente.

—Sí, somos una pasada —exclamó Mayden sonriendo exageradamente. Natalia puso los ojos en blanco.

Los tres llegaron al jardín del hogar de los Herschel. Ya era noche cerrada y las estrellas parpadeaban intensamente en el cielo. Arquímedes, por su parte, no dejaba de enredar entre los pies de Caroline. Por alguna extraña razón, le había tomado mucho cariño… lo cual era doblemente extraño, porque a Arquímedes en general no solía caerle bien la gente.

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—Aquí es donde nos pasamos las noches —dijo señalando el pequeño observatorio que tenían construido en el cobertizo del jardín—. Antes de sentarnos a mirar, doy un paseo por el bosque para estirar las piernas. Nunca me cruzo con nadie, pero vosotros estabais allí... ¿DE DÓNDE VENÍS EXACTAMENTE?

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EH… —empezó a decir Mayden titubeando, porque no se le daba muy bien mentir—, de un sitio que, bueno, una casa que está en el…

—Venimos de lejos —zanjó Natalia—. Estamos de paso. Una pregunta… ¿cómo ayudas a tu hermano exactamente?

Caroline se aproximó al telescopio y lo acarició. A continuación, tomó unos cuadernos en los que, a pluma, había escrito muchas letras y números.

—Bueno, en lo que me pide —respondió—. Pero a veces también me animo a hacer mis propias observaciones.

Natalia frunció el ceño, frotándose la barbilla.

¿NOS PUEDES PONER ALGÚN EJEMPLO DE TUS DESCUBRIMIENTOS?

Caroline se puso un poco nerviosa y se pasó el cuaderno de una mano a la otra. Era la primera vez que alguien le preguntaba por su trabajo: si las personas que eran muy bajitas estaban mal vistas, a las chicas que hacían trabajos considerados de hombres tampoco las miraban con buenos ojos.

—Bueno —empezó tímidamente—, con mi hermano he identificado muchas nebulosas, y hasta descubrimos un nuevo planeta, Urano. Eso nos dio tanto reconocimiento que a mi hermano le hicieron astrónomo oficial del rey de Inglaterra. Bueno, y a mí… han empezado a pagarme un sueldo por este trabajo. Es curioso que me paguen por lo que solo era mi afición para evadirme un poco. Creo que soy la primera mujer que tiene un sueldo como científica en todo el mundo. Eso me hace sentir rara.

¿VES, MAYDEN? —increpó Natalia a este, que se detuvo en seco mientras estaba a punto de tocar el telescopio.

¿QUÉ PASA? —preguntó. Por un momento se había perdido. ¿Había hecho algo mal?

—Pues lo que pasa es que te conoces muy bien la reputación de William Herschel como astrónomo. Pero no tenías ni idea de la existencia de Caroline.

—Bueno, yo…

—Bueno nada. Que acaba de decir que ES LA PRIMERA MUJER CIENTÍFICA PROFESIONAL. Que ha ayudado a su hermano en todos sus descubrimientos.

Mayden retrocedió un paso, y luego otro, repentinamente intimidado por aquel ataque de Natalia.

—Bueno, bueno, pero has dicho que era su ayudante, es normal que solo conozca a su hermano y…

DE NORMAL, NADA. Cuéntale a Mayden si has hecho algún descubrimiento tú, a solas —señaló a Caroline. Esta se encogió de hombros, un poco desconcertada por aquella discusión sobre su reputación.

—Pues… no gran cosa —musitó al fin.

—No digas eso, en esos cuadernos tienes muchas notas —le replicó Natalia—. Cuéntaselo a Mayden para que vea que tú también has hecho cosas importantes.

—A ver… —titubeó Caroline ojeando el cuaderno—, supongo que lo más importante que he hecho es lo del 1 de agosto de 1786, cuando identifiqué el primer cometa. Y luego he ido descubriendo cada vez más cometas.

Natalia se había cruzado de brazos lanzando una mirada muy penetrante a Mayden, que ya no sabía dónde meterse.

—Vale, vale —admitió este al fin—. Creo que lo de ser la primera científica profesional y la primera descubridora de un cometa es bastante importante como para estar a la altura de su hermano. Pido perdón.

Natalia plegó los labios en una fina línea, complacida. Y entonces, poniendo los brazos en jarras, miró al frente como si fuera Wonder Woman y exclamó:

GIRL POWER! Me parece increíble que no salgas tanto como tu hermano en los documentales y los libros de historia.

Caroline abrió mucho los ojos. No sabía lo que era un documental, y mucho menos que los libros de historia hablaran de su hermano.

¿DE DÓNDE VENÍS VOSOTROS? —preguntó de nuevo, entrecerrando los ojos con repentina suspicacia.

—Del extranjero —respondió automáticamente Natalia para salir del paso, y cambió rápidamente de tema para no tener que dar más explicaciones—. Y oye, eso de los cometas, ¿cómo los localizaste? Muy difícil, ¿no?

Caroline parpadeó dos veces antes de responder.

—Bueno, sí. Los planetas son grandes. Y las estrellas brillan. Pero los cometas ni son grandes ni brillan, así que resultan muy esquivos. Todavía no sé muy bien qué son, ni por qué viajan a tanta velocidad por el espacio dejando tras de sí una larguísima estela.

¡COMO EL COMETA HALLEY! —intervino Mayden.

—¿Cómo?

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—Nada, nada —intervino de nuevo Natalia—, no le haga caso a mi amigo. Somos extranjeros, de muy lejos de aquí. A los cometas les llamamos Halley.

—Qué curioso. Nunca había oído hablar de ello.

Al final de aquella aventura, una vez que hubieron regresado a casa, Natalia se dedicaría a leer todo lo que pudo sobre la vida de Caroline, descubriendo que, en realidad, muchos cometas fueron bautizados con el tiempo con el nombre de Caroline. También leyó que, a pesar de ser una mujer, la importante institución de la Real Sociedad Astronómica de Londres tuvo que distinguirla con la Medalla de Oro por sus grandísimos descubrimientos. Si hubiera sabido todo aquello cuando tuvo a Caroline delante, le habría dado un abrazo muy fuerte por ser tan valiente y audaz en el tiempo en el que vivía.

LAS CHICAS MOLAMOS —se limitó a decir entonces.

—Que sí —admitió Mayden—, que ahora me interesa tanto William Herschel como su hermana. Bueno, me interesa más su hermana, que la tengo delante.

Caroline abrió mucho los ojos.

—¿Que yo te intereso?

Mayden asintió enérgicamente, sonriéndole, y ella se puso colorada.

—¿Me enseñas a mirar por tu telescopio?

***

Mayden y Caroline contemplaron el cielo nocturno como si fuera el lienzo de un pintor. Cada punto luminoso que localizaban era celebrado con una exclamación de alegría. Caroline incluso permitió a Mayden identificar lo que parecía un cometa.

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Era la primera vez que avistaba un cometa en directo. Y tanta era la emoción que sentía que estuvo a punto de olvidarse de que Caroline vivía en el siglo XVIII para contarle todo lo que había aprendido sobre los cometas en la serie de documentales de Carl Sagan llamada «Cosmos». Le quiso explicar, por ejemplo, lo que eran realmente los cometas: bolas formadas por hielo, gases congelados, polvo y algunos fragmentos rocosos. O que los cometas provienen principalmente de dos lugares: el cinturón de Kuiper, localizado más allá de la órbita de Neptuno, o la nube de Oört, una nube que rodea todo el Sistema Solar. Esa nube está compuesta, de hecho, de miles de millones de cometas de tamaños que van desde un simple grano de arena a ciudades enteras. Sin embargo, la nube de Oört está tan lejos que no hay ningún telescopio capaz de verlos. También le quiso explicar a Caroline que el cometa más grande jamás visto fue el Centauro 2060 Chiron, descubierto en noviembre de 1977, y que tiene un diámetro de 182 kilómetros. Y que algunas largas colas de los cometas, que brotan cuando estos pasan cerca del Sol debido al calor que los derrite parcialmente, son tan enormes que podrían dar varias vueltas a la Tierra. Por ejemplo, la cola más larga jamás vista fue la del cometa Hyakutake, que medía 570 millones de kilómetros de longitud, más del triple de la distancia entre la Tierra y el Sol.

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Nada de todo eso pudo decir Mayden por prudencia. Y también para no ganarse una colleja de Natalia. Sin embargo, lo que no pudo evitar fue contagiar de su entusiasmo por el espacio a Caroline, que ya no se sentía nada incómoda al hablar con dos desconocidos de su trabajo.

¿CREES QUE PODRÍA HABER SERES INTELIGENTES VIVIENDO EN OTROS PLANETAS? —le dijo de repente.

La pregunta pilló desprevenida a Caroline.

—Pues… no lo sé. Tal vez sí, porque el universo parece demasiado grande para que esté completamente vacío…

Entonces, se produjeron unos fogonazos en el bosque, como si se hiciera de día durante un segundo.

LOS TRES SE ALARMARON.

—¿Qué puede haber sido? —señaló Caroline.

Natalia y Mayden tragaron saliva. Esa clase de fogonazos de luz solo podían significar una cosa. Era la luz resplandeciente que acompañaba a los viajes en el tiempo. Alguien debía de haber encontrado a Crono en el bosque y lo habría activado sin querer ¿Y si Crono había desaparecido? ¿Estarían atrapados para siempre en el siglo XVIII?

—Lo cierto es que la luz se parece a la que vi antes de encontraros en el bosque —razonó Caroline—. Nunca he visto ninguna vela capaz de dar ese tipo de luz.

—Ehh… creo que tenemos que irnos… —empezó a decir Natalia.

—Inmediatamente —completó Mayden.

—¿Qué ocurre? ¿A qué viene tanta prisa? —preguntó Caroline, desconcertada.

—Oh, nada, nada —se disculpó Mayden—, pero con tanto hablar se nos ha pasado el tiempo volando y nos esperan en casa.

—De verdad que ha sido un placer que nos enseñaras tu observatorio —continuó Natalia—. Nosotros nos vamos para que puedas seguir trabajando.

Entonces la miró fijamente a los ojos: —Tú nunca te rindas, ¿eh? Aunque el mundo te ponga piedras en el camino, recuerda que las chicas molan. ¡Molamos!

—¿Molamos? —repitió Caroline, que nunca había oído aquella expresión.

—Eso es… ¡Ahora nos vamos!

—Buenas noches.

Tanto Mayden como Natalia salieron rápidamente del jardín en dirección al bosque, como si se les escapara el autobús, y Caroline se quedó quieta unos segundos, contemplando cómo se alejaban.

—Qué raros que son estos extranjeros —se limitó a murmurar.

Y Arquímedes, que hubiera preferido quedarse enredando entre las piernas de aquella brillante astrónoma, tuvo que salir también al trote detrás de Mayden y Natalia. Bufando, naturalmente.

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