De: julia.dg@gmail.com
Enviado el: lunes, 15 de septiembre de 2014
Para: pazuu@gmail.com
Asunto: Mi primer día sabático
Hola, Paz.
Espero que estés muy bien. He decidido escribirte porque necesitaba contarte lo que acaba de pasarme recién estrenada esta etapa sabática que hoy empiezo. La verdad es que hubiera preferido mil veces quedar contigo para contártelo en persona tomando un café con un crujiente cruasán o una tierna ensaimada, pero al ser hoy día laborable es muy posible que, a estas horas, estés enfrascada en alguna de tus múltiples reuniones.
Anoche decidí que, aunque hoy no tuviera que ir al despacho, me levantaría, como siempre, a la misma hora que las niñas, así que, esta mañana, mi despertador ha sonado puntual a las 7.10 h. Sin embargo, por primera vez en un día laborable de los últimos veinticinco años no me he duchado, secado el pelo y vestido a toda prisa, sino que he preparado el desayuno de Carlota y de Claudia con calma, con mucha calma, y ¡todavía en camisón y bata!
La primera en llegar a la cocina ha sido Claudia, que, con cascos en las orejas y cara de dormida y alucinada al mismo tiempo, ha formulado un escueto «Buenos días, mami» y se ha sentado a mi lado. Me ha sorprendido verla aparecer con los cascos puestos, aunque, bien pensado, no tengo ni idea de cuáles son sus hábitos matinales ya que desde hace un par de años ellas desayunan solas mientras yo paso por el túnel de lavado. (Ja, ja... Así es como bauticé, hace un tiempo, al proceso de ducha-secado-vestido.) Al cabo de unos pocos minutos ha llegado Carlota y ha procedido de forma similar. Mientras ellas desayunaban, yo, divertida con la situación, alternaba la lectura de algún titular del periódico con miradas de reojo a lo que iban comiendo y bebiendo, porque decir, no decían ni mu. Se han limitado a dar respuestas breves a las pocas preguntas que me he atrevido a formular, hasta que Claudia se ha quitado los cascos, me ha mirado muy seria y ha dicho:
—Oye, mamá, no tendrás intención de sentarte cada día a la mesa con nosotras mientras desayunamos, ¿verdad?
—Pensaba que os gustaría, ya que este año no voy a acompañaros al autocar —he respondido mirándolas primero a una y luego a la otra.
—Es que nosotras ya tenemos nuestras costumbres —ha añadido Carlota, intentando suavizar la frase de su hermana.
—Mensaje recibido. A partir de mañana me quedaré en la cama hasta que os oiga salir por la puerta de casa —he contestado con un escuchimizado hilo de voz.
Así que, ya ves, Paz, el primer puñetazo de mi tan esperada temporada sabática no ha tardado nada en llegar y lo ha hecho de la mano de quienes menos hubiera imaginado: mis queridas hijas. Está claro que no están dispuestas a que los cambios en mi vida afecten a las suyas. Dos cosas me consuelan: por un lado, que hayan sido tan sinceras conmigo y, por otro, que podré olvidarme del despertador mientras no haya decidido en qué ocuparé el tiempo libre del que voy a disponer a partir de hoy mismo.
¡Cuánto me está costando entender a este par de adolescentes! Yo me había montado la película de que estarían felices de tener a su madre en casa mucho más disponible para ellas, pero es indudable que mi película y la suya tampoco coinciden en esta ocasión. Una vez más, no he sido capaz de aplicar la teoría de Enrique: para saber qué piensan y qué quieren los adolescentes, solo hay que recordar lo que nosotros pensábamos y queríamos cuando teníamos su edad. Sé que mi chico tiene mucha razón, pero la memoria, como bien sabes, no es uno de mis puntos fuertes. ¿Cómo voy a acordarme de lo que sentía con 15 o con 17 años? Es evidente que tendremos todos que adaptarnos a esta nueva situación, pero ¿sabes, Paz?, a estas alturas de la vida, ya tengo clarísimo que, una vez más, me va a tocar a mí hacer el esfuerzo.
Y dime, ¿cómo se vuelve una invisible en su propia casa? No quiero ni imaginar qué pasará esta tarde cuando lleguen del colegio y yo me interese por cuáles son las novedades del curso y por cómo les ha ido el primer día de clase. Ahora que lo pienso, lo mejor será que me organice para no estar en casa a esa hora. Llegaré justo para la cena. Así me limitaré a charlar con ellas mientras cenamos, respetando las costumbres adquiridas en mi anterior etapa de madre trabajadora a tiempo completo. Acabo de pensar que quizá hoy sea un buen día para empezar a recopilar la información que voy a necesitar para diseñar la investigación sobre las mujeres de la que te hablé.
Por cierto, hoy también es un día de cambios para ti: ¿cómo te sientes en el día de la liberación de madres y abuelas? Supongo que tenías tantas ganas como yo de que empezara el nuevo curso escolar. Te aseguro que he llegado al final de estas teóricas vacaciones estivales mentalmente exhausta de tanto discutir, por casi todo y más o menos a diario, con mi querido par de adolescentes. E imagino que intentar entretener, durante estas interminables semanas, a mi ahijada te habrá dejado a ti agotada físicamente. Ya verás, Paz, qué diferentes serán los veranos cuando Ana sea una adolescente. Si te soy sincera, yo todavía no he decidido cuáles prefiero. No sé qué opinarás tú. Pero para eso te quedan todavía unos cuantos años, así que a disfrutar del presente. Ah, y felicita a tu madre de mi parte porque seguro que también le habrá tocado apechugar a ella con su nieta. ¿Qué haríamos sin las santas abuelas las madres que trabajamos dentro y fuera de nuestras casas?
¿Sabes, Paz? Lo he pasado muy bien con esta conversación unidireccional. ¿Qué te parece que haya tardado la friolera de treinta años en escribirte por primera vez para ponerte al día de las novedades de mi vida? Al hacer este cálculo, acabo de darme cuenta de que Carlota tiene ahora justo la misma edad que teníamos tú y yo cuando nos conocimos. Ojalá ella consiga, a lo largo de su vida, tener alguna amiga como tú.
Espero que hayas pasado un buen rato leyendo este correo. Qué capacidad de enrollarse tiene tu amiga, ¿eh? Ya me dirás qué día te va bien que cenemos para charlar sin prisas y celebrar el inicio de esta nueva fase de mi vida. Esta vez invito yo.
Cuídate mucho,
JULIA