De: julia.dg@gmail.com
Enviado el: jueves, 13 de noviembre de 2014
Para: teresite@gmail.com
Asunto: Feliz de haberte recuperado
Bom dia, Teresinha.
Acabo de llegar a casa sana y salva, y sin ningún retraso. Quería decirte lo feliz que he vuelto de este viaje. Has recuperado tu sonrisa. Es verdad que todavía no con la frecuencia que siempre te ha caracterizado, pero, por lo menos, la hemos podido ver más de una vez al día. Y por fin has dejado de ir tapada a lo Demis Roussos. Me encanta tu nuevo look: se te ve moderna y rejuvenecida. El corte de pelo y las mechas te favorecen. Y el apartamento que has alquilado es perfecto. Es justo lo que necesitabas: mucha luz y espacios diáfanos. Además, qué bonita vista de Lisboa. Estoy de acuerdo en que el alquiler es un poco caro, pero, mientras puedas pagarlo, yo me lo tomaría como una buena inversión, una excelente contribución al tratamiento terapéutico. Y, por fin, no hay ni un solo recuerdo de él, ni a la vista, ni escondido en los rincones más insospechados de tu vivienda.
Ahora ya te lo puedo contar. Cuando fui a verte a Madrid, estaba llena de dudas sobre si mi visita serviría o no de algo. Pretendía ayudarte, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. La tristeza de tu rostro cuando me recogiste en el aeropuerto es una imagen que difícilmente lograré borrar. En ese momento, mis dudas sobre si conseguiría hacer algo por ti se multiplicaron por mil. Pero me convencí a mí misma de que sí, de que seguro que habría alguna manera. Ya se me ocurriría cómo. Fueron días difíciles, pero, entre lágrimas y sollozos, y alguna que otra copichuela de vino, no hicimos un mal trabajo, ¿no? ¿Todavía conservas la libreta azul, con hojas de cuadros, donde anotamos los detalles de la que sería tu hoja de ruta?
Yo recuerdo ese día como si fuera hoy. La escena de las dos sentadas en el sofá de la terraza de tu casa, con las tres meninas, en sus respectivas peanas, mirándonos desafiantes, como si estuvieran dudando de si lo conseguiríamos o no, no ha dejado de repetirse desde entonces. Por cierto, ¿dónde están? Te quedarían genial en tu nueva terraza lisboeta. Visto con perspectiva, se ve fácil, ¿verdad? Pero te aseguro que cuando nos sentamos y te vi intentando sonreír, libreta y boli en mano, pensé: «¿Y ahora, qué? ¿Y si no eres capaz de ayudarla a definir todo lo que ha de hacer y en qué orden es mejor que lo haga?». Pues sí, lo conseguimos, y al cabo de un par de horas, tú ya tenías los deberes claros y sabías por dónde empezar a partir del siguiente lunes. Así que, ja, ja... Las meninas debieron de quedarse con dos palmos de narices. Pero ¿sabes, Teresa?, en cuanto terminamos, me desfondé en el sofá y volvieron mis dudas: ¿debía quedarme unos días más?, ¿tendrías fuerzas para hacerlo todo tú sola? Estos pensamientos no pararon de taladrarme durante el resto del día. Por suerte, tú ya tenías bastante con lo tuyo así que no creo que te percataras de la empanada mental que llevaba tu amiga. Al final me convencí a mí misma de que sí que podrías. Y así fue. Cumpliste a rajatabla con lo planificado y empezaste el verano, con tus hijos, en Lisboa. ¡Muy bien hecho, Teresa! Por cierto, acabo de darme cuenta de que nunca te he preguntado qué es lo que hiciste primero: ¿localizaste a un especialista en temas fiscales de Lisboa o contactaste con una inmobiliaria de Madrid?
Sé que esta etapa de tu vida no está cerrada del todo. Así que es importante que no bajes la guardia, que estés preparada para los días difíciles que seguro llegarán, posiblemente cuando menos te lo esperes. Además, estoy convencida de que ahí se te hará todo mucho más llevadero. Tener cerca a tus incondicionales hermanos y a tus amigas de la infancia va a ser tu seguro de vida. Acuérdate de llamarles los días que al despertar notes que la vida te pesa y estés tentada de no levantarte de la cama. Recuerda que en la ciudad que te vio nacer no estás sola. Ya no estarás nunca más sola. Has sabido cuidar muy bien de los que te quieren, así que aquí nos tienes a todos al pie del cañón para cuando nos necesites.
Ya sé que mal de muchos, consuelo de tontos, pero me parece que ha llegado el momento de compartir contigo la experiencia por la que acaba de pasar una de mis clientas, portuguesa como tú, también casada con un portugués, que ha sido víctima de una traición matrimonial similar a la tuya. Ella, sin embargo, está viviendo un desenlace bastante más dramático: no puede volver a Lisboa. Lleva más de cinco años viviendo en São Paulo, donde se trasladó con sus cuatro hijos cuando su marido fue promocionado por la empresa en la que trabajaba. El problema es que la legislación de Brasil prohíbe que la madre se lleve a sus hijos a un país distinto de aquel en el que reside el padre, sin una autorización expresa del progenitor. Y el muy... se niega a firmársela. La pobre tendrá que vivir en una ciudad que no es la suya, a la que fue con el único objetivo de facilitar la vida de su familia, hasta que su hija menor sea mayor de edad. No podrá volver a Lisboa hasta dentro de nada más y nada menos que trece años, o lo que es lo mismo, tendrá que vivir 4.680 días en una ciudad y en un país que están a demasiada distancia de los suyos. Vaya tortura, ¿no te parece?
¡Qué poco conscientes somos las mujeres y, claro, también los hombres, de los vaivenes que puede sufrir nuestra vida! Ten por seguro que si Carlota o Claudia deciden tener hijos con un extranjero o, emparentadas con alguien de aquí, deciden irse a vivir a cualquier otro país, les recomendaré, con insistencia, que se informen de lo que la legislación de su nuevo destino dictamina en caso de relaciones fallidas con hijos. La única alternativa que veo a las situaciones en que hay que realizar algún movimiento geográfico con hijos de por medio es la firma de un contrato de intenciones, previo al traslado familiar, de lo que la pareja acordaría en el supuesto de una eventual ruptura. Y que lleguen al acuerdo que más les convenga, ellas y ellos sabrán. Sé que estos documentos no son infalibles y que posiblemente, llegado el momento, el juez que se ocupase del caso resolviese en contra de lo preacordado por los padres, alegando, por ejemplo, el legítimo interés del menor. Pero, por lo menos, lo habrán hablado con su pareja cuando todavía había amor y respeto entre ellos. Y qué bonito sería poder romper ese contrato, cuando haya dejado de ser útil, brindando por haber conseguido llegar juntos tan lejos. ¿Estás de acuerdo conmigo? ¿Crees que tu amiga se ha vuelto loca de remate?
Cuídate mucho y, por favor, deja que te cuiden.
Beijinhos,
JULIA