MI EXPERIENCIA EN LOS MONASTERIOS

No sé si alguna vez te has planteado hacer un retiro en un monasterio, si has querido encontrar unos días de calma y tranquilidad para estar contigo mismo. Te hablaré de mi experiencia y de lo que allí puedes encontrar, porque quizá te pueda ayudar también a ti o te pueda inspirar para retirarte a uno más a menudo.

Como ya he contado anteriormente, la costumbre de retirarme a un monasterio a escribir me viene desde marzo de 2010, año en el que un cliente me habló muy bien de su experiencia en un monasterio cisterciense, de lo relajado que volvía, de la paz que sentía cada vez que se retiraba allí unos días. Desde entonces he ido unas dos veces al año a este u otros monasterios, como el de Silos, en Burgos. Me gusta retirarme una semana a comienzos del año y otra en la segunda mitad. También han ido muchos de mis clientes y amigos a los que he recomendado unos días de retiro de este tipo.

Los monasterios benedictinos o cistercienses se rigen por la regla de san Benito, en la que, además del funcionamiento interno del monasterio, el papel del abad, los tiempos y tareas, se indica que en el monasterio se debe ser hospitalario con los huéspedes al igual que lo fueron con Jesús. Aquí podéis leer un fragmento de la regla:

«Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo, pues Él mismo ha de decir: “Huésped fui y me recibieron.”»

De esta forma, y gracias a la hospitalidad de todos los monjes y monjas de los monasterios benedictinos, podemos alojarnos unos días en cualquiera de ellos y pasar unos días de silencio y mirada atenta hacia nuestro interior. Es lo que tiene el silencio, que te encuentras contigo mismo.

En casi cada país y territorio del mundo encontrarás monasterios de este tipo. En España son muy conocidos los monasterios de Silos, El Paular, Valvanera, Yuste o Leyre. Cada uno de ellos tendrá unas normas internas quizá distintas, pero en definitiva todos son parecidos en la forma de entender la regla de san Benito y alojar a los huéspedes. En alguno de ellos hay que pagar por hospedarse y en otros únicamente te piden la voluntad. Estas ayudas son importantes para mantener los monasterios.

Los monjes llevan a cabo diferentes actividades dedicadas a proveer de comida o ingresos al monasterio o de mantenerlo en condiciones. Es habitual que tengan una huerta, una viña, panales de abejas para la miel y también pequeños negocios como pueden ser una imprenta o la venta de productos artesanos.

El día a día de un monasterio está marcado por la liturgia de las horas, en la que varias veces durante el día los monjes acuden a orar. Ora et labora (‘reza y trabaja’) es uno de los preceptos principales de la orden. De esta manera, un huésped puede acudir a cualquiera de estos momentos a compartirlos con ellos: maitines, a las cinco de la madrugada; laudes, a las siete de la mañana; misa, a las ocho de la mañana; la plegaria del mediodía, a la una menos cuarto; vísperas, a las seis y media de la tarde; lecturas, a las ocho y media, y completas, a las nueve menos cuarto. En cada monasterio habrá unos tiempos posiblemente distintos y se realizarán unos u otros oficios. Hay órdenes en las que se llevan a cabo más momentos de oración, dependiendo de su forma de entender la vida en comunidad. Muchas veces no es obligatorio para los que nos hospedamos allí asistir, aunque si te gusta el canto gregoriano disfrutarás mucho. En otros te dicen que sí esperan de ti que te integres en la comunidad.

En algunos de ellos pueden ir personas de ambos sexos, como el de Valvanera, en La Rioja, pero en otros solo si eres hombre, como en el de Poblet. Otros como en San Pedro de las Dueñas, en León, solo aceptan mujeres.

Todos ellos tienen una interesante historia. Por ejemplo, el monasterio de Poblet fue construido en 1150 aproximadamente. Su estado de conservación es muy bueno y actualmente es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Este monasterio fue panteón real, de ahí su denominación «Real Monasterio de Santa María de Poblet». Al pie de su altar se encuentran los sepulcros reales, construidos en el s. xiv, y que han llegado a cobijar tumbas de hasta seis reyes de la Corona de Aragón, como el rey Juan II y su esposa, padres de Fernando el Católico. Poblet es un lugar lleno de cultura y merece la pena ser visitado. Los huéspedes no nos cruzamos con los turistas. Durante los cinco días que suelo estar allí no veo más que a algunos huéspedes y a los veinte o treinta monjes que suele haber en el monasterio.

Lo que hago allí es fundamentalmente ser y estar, algo que, en muchas ocasiones, y por la prisa de nuestro día a día, en la rutina cotidiana no nos permitimos hacer. El «ser» tiene que ver con saber quién soy, conocerme mejor, volver a encontrarme conmigo mismo, con mis temores, deseos, anhelos… con todos los «yo» que puede haber dentro de mí y a los que no siempre escucho. El «estar» tiene que ver con disfrutar del momento presente, con ver el amanecer, notar mi respiración, escuchar el canto de los monjes, ver cómo las golondrinas revolotean al atardecer desde la muralla.

También es cierto que siempre llevo algún libro que acabar o empezar. Es decir, que algunas horas del día se me pasan escribiendo, un lenguaje que, como sabes, utilizo a menudo.

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REFLEXIÓN PARA MEDITAR

Nos hacen falta más momentos para «ser» y para «estar», para descubrir quiénes somos y para disfrutar de la magia del presente. Si no planificamos esos momentos para nosotros mismos, para encontrar algo de paz y sentido, nuestras vidas pasarán de largo sin darnos apenas cuenta.

En los monasterios siempre te pasan cosas que merecen la pena, momentos de esos que hacen mella dentro de uno, instantes mágicos y significativos. También puedes conocer a otros huéspedes si quieres. Yo, cuando voy, no soy de hablar mucho y conocer a más gente, para eso ya tengo el resto del año, pero recuerdo con mucha intensidad buenos momentos con personas como el padre Gabriel, de Perú, y algunas otras personas que me quedan grabadas en el corazón.

La relación de los huéspedes con los monjes no es de ningún tipo en particular. Si un huésped quiere audiencia con un monje puede pedirla y tendrá a alguien con quien hablar, a quien contarle una preocupación o un problema, se sentirá escuchado y recibirá consejo. Si no quieres, no es necesario hablar con ninguno de ellos, ni siquiera saludarlos. La vida monacal es una vida que ocurre fundamentalmente en silencio interior, se habla si es necesario y, si no, se está en silencio. Por eso las comidas son en silencio, escuchando lecturas que desde un púlpito lee un monje distinto cada semana, pero en silencio.

La rutina que ocurre en un monasterio te acaba cautivando después de un par de días. Te acabas sintiendo parte de la vida en comunidad, uno más entre todos. De alguna forma, sientes que no es necesario hablar, hacer nada, ni mucho menos tener prisa por algo. Entonces descubres por qué se crearon este tipo de lugares, qué transmiten y qué sentido tiene la vida en silencio, oración y comunidad.

También es cierto que, en todas mis estancias en el monasterio, descubro una noche oscura, uno de esos días grises en los cuales parece que todos tus fantasmas han venido a visitarte. Esto es habitual, nos ocurrirá en un monasterio o en cualquier otro lugar en el que estemos a solas con nosotros mismos. Cuando nos detenemos unos días es cuando nos hacemos las grandes preguntas, cuando algunas partes de nuestro ser, olvidadas por las prisas, vuelven a alcanzarnos y nos dicen: «Eh, te habías olvidado de nosotros.» Ese día y esa noche oscura hay que vivirla, ya que después amanece. Quizás ese amanecer y lo que viene después sea de lo mejor que hay en la experiencia de estar vivo.

Al final, y después de todo, el día en que vuelves a casa parece que hayas estado en otro mundo, en una especie de «cielo» en la tierra. Entonces todo parece diferente, esa es la magia.

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PREGUNTAS PARA DESPERTAR

¿A qué lugar podrías ir unos días para volver a encontrarte contigo mismo? ¿Qué fecha vas a elegir para ir a ese lugar? Por favor, anota esa fecha y, a poder ser, el lugar en alguna parte, pues será el primer y necesario paso para hacerlo