1989


EL DEBATE FALLIDO

Patricio Aylwin y Hernán Büchi habían confirmado su presencia en el programa político De cara al país, de Canal 13. Todavía no eran candidatos oficiales, pero estaban dispuestos a asistir juntos y enfrentar a Raquel Correa, Roberto Pulido y Lucía Santa Cruz con todas las reglas de un debate presidencial. El estelar se había transformado en el espacio periodístico más relevante de finales de la década. Un referente. Por eso los políticos hacían fila para asistir. Por eso Ricardo Lagos había usado ese espacio un año antes para apuntar a la cámara y hablarle como nunca lo habían hecho en pantalla a Augusto Pinochet. Por eso el lunes 15 de mayo de 1989 estarían por primera vez juntos en televisión los dos principales precandidatos presidenciales: el del continuismo y el de la oposición. El exministro de Hacienda y el líder de la Concertación. Acordaron respetar las normas planteadas en el espacio; responderían preguntas y podrían plantear sus diferencias a más de seis meses de las elecciones. Altas expectativas rodeaban los días previos al que sería el primer debate presidencial en Chile. 

Pero esa misma mañana de lunes todo cambió. El rumor corrió fuerte ese fin de semana, hasta que el comando de Hernán Büchi citó a una conferencia de prensa. La convocatoria era al mediodía. Ya se presagiaba su contenido. Minutos después, el candidato afirmaría: “No he podido superar esta contradicción vital. Por lo tanto, he resuelto no postular a la Presidencia de la República”22. Añadió que no tenía vocación de candidato. Las alarmas se prendieron. En la derecha y en Canal 13. El exministro se bajaba de la carrera.

Eleodoro Rodríguez Matte23 llevaba 15 años consecutivos como director ejecutivo del canal. Todavía no terminaba la conferencia de Büchi cuando llamó de urgencia en su oficina a Juan Agustín Vargas, secretario general de la Corporación de Televisión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y a Gonzalo Bertrán24, director de De cara al país y de los principales programas que por entonces producían. Debían definir qué harían para esa noche. No tenía lógica sentar juntos a Büchi y Aylwin si uno ya no era candidato. Optaron por llamar a los generalísimos de ambos para proponerles una alternativa, la que fue aceptada inmediatamente; el canal envió un breve comunicado de prensa, que en su parte medular decía que, “ante esta nueva circunstancia, Canal 13 ha tomado contacto con los señores Büchi y Aylwin a fin de analizar la situación, resolviendo diferir la participación de don Patricio Aylwin para un próximo programa, lo que ha sido aceptado por él”25Esa noche el invitado sería Büchi, quien cerca de las nueve de la noche llegó a los estudios de Inés Matte Urrejola acompañado de su jefe de campaña, Sebastián Piñera. Una decena de partidarios del ahora excandidato esperaban verlo llegar. Lo saludaron y le pidieron que volviera a la carrera presidencial. No lo dejaron avanzar por algunos minutos, hasta que el auto que los llevaba consiguió ingresar a los estacionamientos del canal.

Mientras el invitado compartía con los ejecutivos del canal antes de entrar al estudio, se encendieron las alarmas. De la portería avisaron que acababan de llegar Patricio Aylwin y Gutenberg Martínez. Nadie entendía nada. Eleodoro Rodríguez y Juan Agustín Vargas dejaron el cóctel con que agasajaban a Büchi para recibir a los sorpresivos invitados. 

Aylwin estaba molesto. De entrada, les dijo que venía al programa. De a poco entendieron su enfado. Si bien el comunicado de prensa que esa tarde emitió el canal era claro, para el candidato opositor en el noticiario central se dio a entender que había sido él quien había decidido no ir al programa. Exigió o una rectificación o estar presente en el estudio. Acordaron que Roberto Pulido26 leería una declaración del canal reiterando que fue Canal 13 quien pidió a Aylwin no asistir al programa de ese día. Así, dieron por superado el impasse. Eso sí, antes de irse, Aylwin pidió saludar a Büchi. Recorrió los laberínticos pasillos hasta el sector de camarines. Conversaron unos segundos en la puerta del estudio. Cuando un productor se acercó para llevar a Büchi al set, Aylwin se despidió deseándole suerte. Las luces estaban encendidas y los periodistas, en sus puestos. 

A las 22.00 comenzó el programa. Ninguno en el estudio lo sabía, pero el de esa noche, la del debate fallido, sería el último capítulo de De cara al país. 

Presidenciables y candidatos al Parlamento desfilaban cada lunes por el programa. Un mes antes había sido el turno de Francisco Javier Errázuriz27, empresario que quería ser presidente y que aún recolectaba firmas para estar en la papeleta de diciembre. Compartiría el estudio esa noche con Eugenio Velasco28, dirigente radical, fundador de la Concertación de Partidos por la Democracia y uno de los nombres del conglomerado opositor para las elecciones. Fue un programa tenso, y que a la larga significaría el término del espacio. En el primer bloque Errázuriz se enfrentó con Lucía Santa Cruz. Literalmente. Las dificultades legales de sus empresas —entre ellas, la investigación de una supuesta adulteración del último balance del Banco Nacional, del que era propietario— y los “problemas permanentes”, como manifestó la periodista, del empresario con la Superintendencia de Bancos transformaron la entrevista en un ataque cruzado. Él la acusó de faltar a la verdad y de dar información falsa, mostrando una serie de papeles y gráficos para demostrar su inocencia. “Usted no entiende de estas cosas”, le dijo incluso al referirse a cómo estaban conformadas sus empresas. La tensión fue en aumento y se sintió durante cada intervención del empresario. En el bloque final, una pregunta de Raquel Correa provocó el último enfado de “Fra Fra”: “Si su situación empresarial lo llevara a usted a la cárcel, ¿se retiraría o seguiría su campaña desde Capuchinos?29”. Errázuriz, visiblemente molesto, le dijo que su pregunta era ofensiva e hiriente. Trató de defenderse y le apuntó que estaba “mal informada” al ser consultado por una querella en su contra. Contó sin empacho que en realidad era una denuncia, no una querella. 

En ese momento la polémica no pasó a mayores. El equipo había quedado en buscar fórmulas para que situaciones como las vividas en ese programa no se repitieran, pero a más de un mes de ese episodio, y después del programa con Büchi, el Canal decidió terminar la participación de ambas periodistas en el programa. Fue el propio Eleodoro Rodríguez quien se reunió con ellas para comunicarles su salida del programa, el que sería reemplazado las noches de lunes con especiales de Almorzando en el Trece con candidatos a parlamentarios.

Lucía Santa Cruz envió a los medios una declaración escrita, refiriéndose a su salida y a la polémica entrevista a Errázuriz: “Tengo la certeza de que en dicha ocasión cumplí con el deber ineludible de hacer las preguntas correctas, y que los hechos posteriores así lo están demostrando. Lo hice a pesar de recibir amenazas previas”30. Raquel Correa31, junto con manifestar que su salida era injusta e inesperada, afirmó enfática: “No me arrepiento de las preguntas que he formulado, porque considero que un hombre público que aspira a ser presidente de la República tiene que ser preguntado respecto a su desempeño en todos los ámbitos, excepto el privado. Ahora se me ha castigado por una pregunta que a mí me parece legítima desde el punto de vista informativo”32. El programa, creado para que el público conociera a los viejos/nuevos rostros de la política chilena, y que quedó marcado por el dedo del entonces presidente del PPD, Ricardo Lagos, llegaba abruptamente a su fin. La solución del almuerzo a las diez de la noche era temporal. En Inés Matte Urrejola buscaban un programa que lo reemplazara en un año clave de la política chilena. Se acercaba demasiado rápido la primera elección presidencial en 20 años. 

Decisión

El arquitecto Hernán Precht conducía los domingos en la noche un modesto programa en UCV. En los estudios de calle Agua Santa, en Viña del Mar, grababa Habitemas, un magazine con look ochentero donde hacía las veces de conductor, editor y productor. A pocas semanas de terminar el ciclo de su programa, recibió un llamado de Juan Agustín Vargas. Era para invitarlo a su departamento a compartir con un grupo de amigos. No le llamó mucho la atención. No era la primera vez que se juntaban. “Sin señoras”, fue la única advertencia del “Cucho”. Precht trató de averiguar más el porqué de la reunión, sin mayor suerte. “Es solo una reunión para vernos y reírnos un rato”, le advirtió Andrea Vial, esposa de Vargas, reportera de Canal 13 y la anfitriona ideal de las seguidas reuniones con personalidades del mundo televisivo que organizaba su marido. La lista de invitados incluía esa noche, entre otros, a Gonzalo Bertrán y "Coté" Evans. Las luces del departamento de calle Ricardo Lyon se apagaron tarde. Los principales damnificados de esa reunión de día jueves fueron los vecinos de abajo y una de las sillas del living, que sucumbió ante el peso y los estertores de la risa del director de televisión, quien terminó en el suelo prometiendo pagar la malograda butaca.

Cuando a la tarde siguiente Precht llamó al anfitrión para agradecerle la velada, se encontró con una nueva invitación de Vargas: le pidió que fuera a verlo al canal. Todavía no lo sabía, pero ese departamento había sido el escenario escogido por Canal 13 para el casting final de su nuevo conductor de programas políticos. La idea del espacio ya estaba clara en la cabeza de Gonzalo Bertrán. Incluso el nombre lo tenía resuelto. Iba a retomar el Decisión, que, apellidado 1970, había usado él mismo en el recién fundado Televisión Nacional de Chile para entrevistar a los candidatos presidenciales en la elección en la que con un 36,63% se impuso Salvador Allende. Era una señal potente y permitiría a Canal 13 seguir liderando en temas políticos y recuperarse del abrupto fin de De cara al país. Hacer un debate presidencial a la usanza norteamericana rondaba en la mente de Gonzalo Bertrán. Ya llegaría el tiempo de ver si sería posible.

“Canal 13 tiene una misión. Tenemos que hacer que la transición sea lo más llevadera posible. Necesitamos nuevos programas y espacios y un conductor que dé seguridades en tiempos turbulentos a los dos lados”. Las palabras de Vargas en su amplia oficina del tercer piso de Canal 13 retumbaron con fuerza en la cabeza de Hernán Precht. Era el ungido, el elegido por el triunvirato a cargo de los espacios políticos en el canal más influyente en años todavía convulsionados: Juan Agustín Vargas, Gonzalo Bertrán y Eleodoro Rodríguez. El amén al nombre propuesto fue dado por Juan de Dios Vial Correa, rector de la Pontificia Universidad Católica. Precht calzaba con el perfil. Tenía experiencia en televisión, era medianamente conocido, estaba alejado de la política y no generaba anticuerpos ni en los partidos ni en el Gobierno. No costó mucho convencerlo. En paralelo, se reunían con los presidentes y representantes de los principales partidos políticos para presentarles el proyecto y comprometer la asistencia de sus militantes.

En Decisión 89, Precht sería el conductor y se rotarían semanalmente con él ocho periodistas del canal para entrevistar a los candidatos a presidente y al Parlamento. Después de algunas clases de dicción y locución, el 21 de agosto —mismo día en que el canal cumplía 30 años— debutaron con el nuevo programa político. 

Un mes antes del estreno, Hernán Büchi resolvió su contradicción vital y volvió a la carrera presidencial. Patricio Aylwin ya era formalmente el elegido por la Concertación de Partidos por la Democracia y, aprovechando su cercanía con su entorno, Gonzalo Bertrán comenzó a tantear el terreno en el piso ejecutivo para su idea de un debate. Un gran estudio, los candidatos de pie frente a podios y una puesta en escena de estelar. No era el momento, pero no recibió un portazo. Ya habría tiempo, le dijeron.

Francisco Javier Errázuriz y Fernando Monckeberg33 también se inscribieron como candidatos. Este último, sin embargo, no llegaría a diciembre. El Servicio Electoral rechazó su postulación como independiente al superar en sus firmas el porcentaje permitido de militantes en partidos políticos. Finalmente, la papeleta tendría tres nombres.

 “Gonzalo siempre nos planteó que quería hacer un debate —recuerda Juan Agustín Vargas—. A nosotros también nos gustaba la idea, pero debíamos estar seguros de qué hacer y cómo”. El Cucho era uno de los confidentes de “don Eleodoro”, como todavía lo llama, y se entusiasma mientras afloran los recuerdos de esos años. “Una vez que decidimos hacer el debate, y lo hablamos con el rector [Juan de Dios Vial], nos pusimos a trabajar. Vimos distintos formatos, tanto de lo que hacían en Estados Unidos como los debates en España y Francia. El americano es el que más se acercaba a lo que Gonzalo [Bertrán] tenía en mente”.

Una de las primeras definiciones que se tomaron fue que el debate se realizaría entre los dos candidatos con más opciones. Errázuriz, indirecto causante del término de De Cara al país, quedaría fuera. El equipo a cargo definió el protocolo y las condiciones con los representantes de Aylwin y Büchi. Por decisión de Eleodoro Rodríguez, Gonzalo Bertrán quedaba fuera del equipo negociador con los candidatos. “No quería que su temperamento pudiera afectar la realización del debate”, recuerda Vargas, quien junto a Jaime Pereira, director de programación, serían los representantes del canal. Al otro lado del mesón estarían Cristián Larroulet y Fernando Alvear, por el comando de Büchi, y Carlos Figueroa y Jaime Ravinet por el de Aylwin.

No por quedar fuera del equipo Bertrán no participó. “Se juntaba igual con los asesores de los candidatos, pero fuera del canal. Estaba encima de todo”, recuerda Cristián San Miguel, por entonces asistente de dirección y una de las tantas manos derechas de Bertrán en la sala de control.

Vargas preparó las carpetas. Las hojas eran blancas y llevaban el azul logo del entonces canal del angelito. Ordenadas, llevaban impresos los criterios básicos y la forma como se llevaría a cabo el debate. Debía ser un día lunes, ya que utilizarían el espacio en pantalla de Decisión 89, que había comenzado con éxito su ciclo. El acuerdo inicial con los comandos era que negociarían todo, pero Vargas y Pereira debían llevar una propuesta inicial para discutir. Carlos Figueroa había sido jefe de comunicaciones y publicidad del comando del “No” un año antes, y se repetía el plato en el de Aylwin. “Acordamos que se negociaría, primero, la realización del debate. Después, que este sería solo entre don Patricio y Büchi, dejando fuera a Fra Fra. También el formato, la cantidad de invitados y quién sería el moderador y los periodistas”. Desde la oficina de Figueroa se siente el perpetuo trajín del Paseo Ahumada; sigue yendo a diario al estudio de abogados que lleva su apellido; sus 85 años no son excusa. Para refrescar su memoria, el fin de semana antes de esta entrevista bajó al subterráneo de su casa, donde tiene su escritorio. De uno de los estantes sacó el archivador donde guarda las minutas de las reuniones y los preparativos del comando para el debate presidencial. Se coloca los anteojos y recorre con la vista las ya amarillentas pero ordenadas páginas y continúa su relato: “Hubo dos cosas en que no fue necesario negociar, ya que estábamos todos de acuerdo: primero, que las reuniones serían siempre en Canal 13, y, segundo, era que Fra Fra no participara”. 

Los acuerdos sobre el formato, bloques y tiempos se tomaron sin mayores contratiempos. El nombre de Hernán Precht como moderador no solo no generó reparos en los comandos, sino que ni siquiera Canal 13 tenía otra persona; por defecto, el moderador de los programas políticos debía asumir esa responsabilidad. De todos modos, entre esas blancas hojas iba una con los argumentos del canal en caso de que se cuestionara el nombre del moderador. Además de explicar su rol, detallaba por qué Precht era el único nombre que podía cumplir como tal. Formalidad, objetividad e imparcialidad eran sustantivos que se repetían en esos párrafos. Que era una garantía para ambos comandos, para el Canal y para la sociedad era otra de las frases. A nadie le cupo duda, por lo que no fue necesario sacar esa página de la carpeta.

Donde sí hubo problemas —y polémica— fue en la designación de los periodistas. Canal 13 hizo partícipes a los comandos de la decisión de quiénes entrevistarían a los candidatos. ¿El resultado? A menos de una semana del debate, al que ya habían comprometido su asistencia Aylwin y Büchi, sus representantes no se ponían de acuerdo en los nombres. La propuesta inicial del canal había sido que “con el fin de darle mayor solemnidad al debate participarían cuatro periodistas directores de medios escritos”.34 Llegaron con una lista con más de 10 nombres para definir a los finalistas. En una primera instancia, hubo acuerdo en tres: Roberto Pulido, director de la revista Qué Pasa; Cristián Zegers, director del diario La Segunda; y Emilio Filippi, director del diario La Época. El problema surgió con el cuarto. En los diarios surgía la versión de que el comando de Aylwin había vetado varios nombres, entre ellos el de Marcelo Contreras, director de la revista Apsi. “Fue una maniobra para culparnos a nosotros porque claramente a ellos no les gustaba, y tampoco los convencían los demás”, recuerda Carlos Figueroa. Busca en una carpeta una hoja específica. Sabe que está ahí, hasta que la encuentra. “Yo mismo le escribí esta carta a Marcelo [Contreras] explicándole que el comando de Büchi había filtrado a la prensa información falsa para provocar dificultades previsibles”. Se enoja al rememorar el hecho, mientras agita al aire la copia mecanografiada de la carta.

—¿Ustedes como comando vetaron a algún periodista de los propuestos por Canal 13?

—Sí —contesta Figueroa—. Pero no al comienzo. Si bien habíamos aceptado inicialmente el nombre de Roberto Pulido, a la reunión siguiente pedimos sacarlo. Había salido una edición de la Qué Pasa ostensiblemente mal intencionada hacia nuestro candidato y, además, salieron a promocionar un libro de Büchi. 

Toma un sorbo de café, a esa altura sin duda algo frío, y agrega un dato: “Me dolió mucho cuestionar a Roberto. Nos conocíamos mucho. De hecho, él había trabajado conmigo en esta misma oficina, pero no podíamos aceptar maniobras así a un par de meses de las elecciones”.

Figueroa se refiere al libro El fenómeno Büchi, de Darío Rojas, que se promocionaba en la publicidad de la revista Qué Pasa en los distintos medios. Canal 13 estuvo de acuerdo con la impugnación —de hecho, poco después retiró ese spot de su pantalla—, pero estaban contra el tiempo. Hubo improvisadas reuniones con el director ejecutivo y consultas telefónicas con el rector para proponer, de urgencia, dos nombres más, más un tercero “tapado” en caso de algún problema. Se reunieron a la mañana siguiente. Vargas explicó la situación y puso los nombres en la mesa. Ambos fueron aceptados —a regañadientes— por los comandos: Abraham Santibáñez, director de la revista Hoy, y Juan Pablo Illanes, editor general de El Mercurio

De esta manera, a cinco días del debate, el panel de periodistas contaría con Santibáñez e Illanes, además de Zegers y Filippi. Así, de hecho, aparecía en los diarios de esos años, ansiosos de saber más detalles del que sería el primer debate presidencial en Chile. Cuando parecía que estaba todo listo, un nuevo problema: Emilio Filippi cuestionó el nombre de Illanes. El diario La Época, del que Filippi era director, publicó una declaración suya aclarando su rol: “Se me consultó sobre el nombre del señor Juan Pablo Illanes, quien iría en representación del diario El Mercurio. A modo de comentario, señalé que yo no objetaba a ningún colega, fuese o no colegiado, pero que estimaba que el señor Illanes no tenía la calidad de periodista, ya que era médico de profesión”35. Filippi, en el mismo texto, agregó: “En ningún momento creí tener derecho a veto, ya que, como invitado de Canal 13, no era de mi competencia pronunciarme”36Armar el panel se estaba convirtiendo en el gran dolor de cabeza para los organizadores. Y el tiempo corría.

Nueva reunión y un nuevo nombre. Juan Agustín Vargas presentó a quien podría completar el panel. El tapado era Joaquín Villarino, editor de servicios informativos del diario Las Últimas Noticias. El comando de Büchi recibió con recelo el nombre, pero la sangre ya había llegado al río. El “veto” a Juan Pablo Illanes hizo que los otros representantes del imperio periodístico de los Edwards, Zegers y Villarino, también se bajaran. Y no por decisión propia. Vargas y Pereira cruzaron nuevamente el umbral de la oficina de Eleodoro Rodríguez para definir qué harían. Casi lo habían olvidado, pero al rato llegaron a Canal 13 Filippi y Santibáñez, convocados desde el día anterior para conocer los detalles del programa. Vargas tuvo que dar la cara y explicarles el problema a los periodistas: “Se nos informó que los periodistas Zegers y Villarino se habían excusado de participar ‘por órdenes superiores’ de la empresa en la cual sirven sus cargos. En ese momento, entendimos que nuestra participación había sido cancelada37, explicó Filippi en su diario. Era martes. Faltaba menos de una semana para el anunciado debate, y Juan Agustín Vargas fue el encargado de informar cuál era el “plan B”: “En vista del desarrollo de los hechos, el canal optó por una fórmula con periodistas de la estación, la cual fue informada a los comandos”38.

“Hacer partícipes a los comandos de definir los nombres de los periodistas fue una de las peores decisiones que tomamos”. Vargas es actualmente secretario general de Anatel. Mira por la ventana de su oficina, desde donde se divisan las antenas de televisión sobre el cerro San Cristóbal. “Pesó la falta de experiencia, ya que nunca se había hecho algo así en Chile. La intención era hacerlo de la manera más democrática posible, pero claramente fue un error”, reconoce Vargas a poco más de un cuarto de siglo de ese primer debate. La polémica hizo que el Colegio de Periodistas enviara una carta a Eleodoro Rodríguez, la que obviamente al día siguiente apareció íntegra en la prensa. “Creemos que la Corporación de Televisión de la Universidad Católica, al dejar en manos de los comandos presidenciales la posibilidad de vetar a periodistas, fomenta el control político del ejercicio profesional”39, decía parte del tercer punto. En el párrafo anterior, de todas maneras, justificaba que uno de los suyos vetara a quien no compartía el mismo título. “Respaldamos a los periodistas que legítimamente no acepten compartir tareas de entrevistadores con personas que no son periodistas, como ha sido en el caso de quienes rehúsan participar con el médico ginecólogo Juan Pablo Illanes, editor general de El Mercurio40.

Estaban contra el tiempo. Mientras los tramoyas y técnicos ya instalaban los enormes paneles de madera recién pintados de gris, azul y celeste, las tarimas y las 418 butacas con felpa burdeos para los invitados, Vargas y Pereira presentaban a los comandos los nombres de los periodistas que interrogarían a Aylwin y Büchi el lunes siguiente. Los escogidos eran Raquel Correa, Rosario Guzmán Errázuriz, Bernardo de la Maza y Claudio Sánchez.

Cuatro meses después de su salida, Raquel Correa volvía a Canal 13 para afianzarse como una de las mejores entrevistadoras de la televisión chilena. Lucía Santa Cruz no fue convocada; en su reemplazo llamaron a Guzmán, compañera de Raquel Correa en El Mercurio y hermana del fundador de la UDI y entonces candidato a senador, Jaime Guzmán. “Rosario era más suave que Raquel y que Lucía. Eso nos permitía tener un panel más equilibrado a nivel de personalidades”, recuerda Juan Agustín Vargas. “Todavía nos rondaba lo que pasó con Errázuriz”, explica, como disculpándose. De todos modos, Santa Cruz no quedó ajena al debate; colaboró con Büchi en su preparación, haciendo de interrogadora en los muchos ensayos que tuvieron.

Los cuatro periodistas se reunieron a la mañana siguiente con Eleodoro Rodríguez, Juan Agustín Vargas y Gonzalo Bertrán. Los ejecutivos les dieron total libertad para las preguntas y ofrecieron liberar de sus responsabilidades a los dos periodistas que reporteaban para el noticiario para que se pudieran preparar. Antes de salir de la oficina del director ejecutivo, Bernardo de la Maza ofreció a sus colegas su casa para que se reunieran al día siguiente. Así lo hicieron. “La idea era conversar y ponernos de acuerdo en los temas que tocaría cada uno, para tener tiempo de estudiarlos y llegar bien preparados, pese a que estábamos casi encima del debate”, recuerda hoy el anfitrión de esa reunión. “Los temas políticos eran por lejos los más demandados”, agrega De la Maza. La casa de calle Joaquín Cerda, en Vitacura, fue finalmente escenario de dos reuniones donde los periodistas se distribuyeron los temas y los énfasis de cada uno. “Las preguntas puntuales de los demás no las conocíamos, pero sabíamos por dónde debían ir. No iba a haber sorpresas”, rememora De la Maza. “Se daba por hecho que las preguntas de cada uno no las compartiríamos con nadie. De hecho, nadie del canal siquiera nos planteó qué temas tocar o no tocar o qué preguntas hacer o no hacer. Fue un ejercicio profesional muy valioso”.

Que asistieran al debate no era la única invitación a Aylwin y Büchi. Estaba conversado con sus comandos; ambos tendrían un lunes reservado para asistir a Decisión 89. Canal 13 confiaba en su presencia. No solo para vestir al programa, sino porque la semana anterior al debate sería el turno de Francisco Javier Errázuriz, el tercer candidato presidencial y quien no estaba considerado para el foro. Ni Eleodoro Rodríguez ni Gonzalo Bertrán lo querían en “su” debate. No era un secreto para el empresario. “Canal 13 está controlado por el Gobierno. Su director es büchista, y ha hecho cualquier cosa con tal que Errázuriz no aparezca”41, decía hablando de sí mismo en tercera persona. Pero sus contendores tampoco querían debatir con él. Invitarlo a Decisión 89 a una semana del debate sería el premio de consuelo. 

El 2 de octubre fue el turno de Fra Fra. Anunció que llegaría a las puertas del canal con cientos de sus adherentes, no solo para apoyarlo, sino para reclamar por su exclusión del debate. Ya aprovechaba cada espacio, cada conferencia, cada instancia para llorar su ausencia, y esa noche, en el mismo Canal 13, no sería la excepción. Esto obligó a Gonzalo Bertrán a tomar una decisión que manejó muy discretamente antes del programa. Hizo instalar en altura, sobre la silla del candidato, una cámara apuntando a la mesa: un plano cerrado sobre los papeles que desparramaría el verborreico empresario horas después. Esa toma nunca saldría al aire. Solo sería una luz de advertencia en la sala de control. Una que no fue necesaria, ya que el empresario, que en ese mismo programa se autodefinió como “un roto muy querendón”, nunca habló de su exclusión del debate. Estratégicamente, Bertrán, antes de comenzar el programa, le dijo que el canal tenía pensado organizar dos debates más, de los que él sería protagonista. Uno con Aylwin y otro con Büchi. Entusiasmado, el empresario agradeció el gesto y entendió que todo lo que dijera esa noche podría ser usado en su contra. 

No fue la única conversación que no llevaría a nada esa noche. Cuando llegó al canal se encontró con Bernardo de la Maza, quien se acercó a saludarlo. Entusiasta, el candidato le pidió un minuto para conversar a solas. De la Maza lo llevó a un patio, donde Errázuriz, sin más testigos y junto con felicitarlo por el trabajo que hacía, le hizo un insólito ofrecimiento. “Me dijo que quería contar conmigo en su Gobierno. Me pidió que fuera su ministro de Relaciones Exteriores. Pensé que estaba bromeando y mi primera reacción fue reírme”, recuerda el periodista, por entonces comentarista de temas internacionales en Teletrece. “Me miró fijamente y me dijo que era en serio. Que lo pensara, y que en diciembre me llamaría. En su cabeza, estaba convencido de que iba a ganar”, reflexiona De la Maza. Nunca más volvieron a conversar del tema.

“Sabíamos que era vital para nosotros que nuestro candidato tuviera un buen cometido en el debate. De eso dependía la continuidad de su candidatura. Por eso nos preparamos mucho. Vimos muchos debates, vimos conferencias de ambos y afinamos el mensaje que queríamos entregar”. Así resume Cristián Larroulet el objetivo del grupo que preparó a Büchi para el debate. El equipo lo completaban Pablo Baraona, Juan Andrés Fontaine, Andrés Allamand y Fernando Alvear, además de algunos asesores extranjeros que llegaron a colaborar. “Uno de los temas a trabajar era su gestualidad”, recuerda Larroulet. Lo instaron a demostrar más con su cuerpo, a mover sus manos para darle más fuerza a su mensaje. Le costaba. Tanto, que durante el debate pasó a llevar varias veces los micrófonos mientras hablaba. 

De las paredes de la oficina de Cristián Larroulet en la Facultad de Economía de la Universidad del Desarrollo cuelgan el decreto firmado por Sebastián Piñera que lo nombró ministro Secretario General de la Presidencia en 2010 y varios diplomas de las universidades Católica y de Chicago. También un par de fotos familiares y la enmarcada copia del ya famoso “Estamos bien en el refugio los 33”. Los recuerdos afloran rápido. “Ensayamos mucho. Varias veces. Controlar los tiempos era vital; si no, se podía salir todo de control”. Asumían cuáles serían la mayoría de las preguntas, por lo que las respuestas también estaban ensayadas. “Después de una campaña tan larga las preguntas eran predecibles”, recuerda Larroulet. Además, tenían otro problema. Francisco Javier Errázuriz corría por fuera y les disputaba los mismos votos. “Fue complejo”, recuerda. “Por el personaje, su personalidad y por el momento político. Sin duda no nos ayudó”. 

Al otro lado también se prepararon y ensayaron. Usaron el estudio de televisión de Carlos Tironi, responsable televisivo de la campaña, para montar un miniescenario. Varios periodistas del comando hicieron de interrogadores, y en el otro podio se ubicaba su amigo y correligionario Máximo Pacheco42, quien representaba a Büchi. “Lo más débil de don Patricio, y él mismo lo reconocía, era el manejo de los temas económicos”, recuerda Carlos Figueroa. Por eso fue lo más ensayado. Usaban al menos dos horas diarias en probar preguntas y respuestas, no sin problemas. En uno de los últimos ensayos uno de los periodistas le hizo una pregunta a Aylwin, que debía responder en el tiempo asignado. Al terminar su respuesta, Pacheco, en el rol de Büchi, interviene. Dice que Patricio Aylwin no sabe nada de economía y que acababa de quedar claro. Aylwin se indignó. Ofendido, dejó de lado el rol que cumplían en el ensayo, recuerda Figueroa, remedando al fallecido expresidente: “‘No puedo aceptarle esta falta de respeto, Máximo. No corresponde que hable así de mí’. Estaba enojadísimo”, se ríe Figueroa al recordar la anécdota.

Los responsables de esas campañas recuerdan por qué tomaron la decisión de participar en el que a la larga fue el primer debate presidencial en Chile. Para Cristián Larroulet la presencia de Büchi era netamente política: “Debíamos estar ahí. Teníamos que reafirmar la institucionalidad de los partidos de centroderecha en un momento político muy especial. No teníamos nada que perder”. Para Carlos Figueroa la decisión de su comando era comunicacional: “Un debate es siempre pérdida para el que va ganando. Puede ser una pérdida grande o pequeña, pero siempre hay. Por eso, aceptar el debate ya era perder, pero no podíamos rechazarlo. No haber debatido hubiera sido perder todo lo que se ganó en la campaña del ‘No’. Debíamos defender la democracia, la paz, la justicia y el diálogo que tanto nos costó ganar”.

El día D

El estudio 3 es el más grande de Canal 13. Con 587 metros cuadrados, estaba reservado para estelares. Fue pensado por y para Gonzalo Bertrán; años más tarde, antes de comenzar Viva el lunes, la que sería la última de sus creaciones al aire, mandó a hacerle una postrera modificación: una enorme puerta doble. ¿Su objetivo? Poder entrar autos a los programas. Hoy, ese estudio lleva su nombre.

Esa noche contaría con seis cámaras, con el equipo con que trabajaba desde hace años y con el respaldo y apoyo de todo el canal. Temprano ese lunes a los funcionarios administrativos de Canal 13 se les informó que la salida sería a las cinco de la tarde. Solo quienes sacaran al aire los noticiarios y el mismo debate podían quedarse. La única excepción serían las secretarias ejecutivas, que, vestidas —como cada inicio de semana— de café y beige, serían el comodín de Bertrán para que no quedaran sillas vacías en el set, como acostumbraba a hacer en sus estelares. Este día no sería la excepción.

Lo que sí cambió fue la programación. Las noticias, por entonces, iban de 20.15 a 21.10. Los lunes seguía la serie Los años dorados y después, pasadas las 22.00, Decisión 89. Ese día sería distinto. Las cuatro señoras descansarían ese lunes para ceder su lugar a Aylwin y Büchi. El debate se emitiría a las 21.20, después de las noticias y del informe meteorológico.

“Juan de Dios Vial Correa, presidente Corporación de Televisión Universidad Católica de Chile, y Eleodoro Rodríguez Matte, director ejecutivo, saludan atentamente a Ud. y tienen el agrado de invitar a…”. La pomposa invitación al debate parecía un parte de matrimonio. En forma y fondo. Finalizaba incluso con los números telefónicos de la dirección ejecutiva, para el tradicional “Se ruega contestar”, y con dos frases que cerraban con el formalismo del evento. “Personal, individual e intransferible”, se leía al lado inferior izquierdo de la cuadrada tarjeta, y un “Hora presentación 20.30 horas. Se encarece puntualidad”, al extremo derecho.

Tres controles a los automóviles que se acercaban a la sede de Canal 13 generaron un gran taco en el acceso. Un accidente de tránsito a pocas cuadras, frente al edificio de Televisión Nacional, no ayudó mucho, aunque pudo haber tenido insospechadas consecuencias. Los buses de entonces tenían nombre y no números. Uno del recorrido Tropezón no alcanzó a frenar y chocó a varios autos; entre ellos, una camioneta blanca donde viajaban los canapés para el cóctel presidencial. Algunos cayeron, pero la gran mayoría sobrevivió, llegando sanos y salvos a Canal 13. El Charade que iba delante de la camioneta no tuvo la misma suerte. Debió esperar una grúa para salir, aumentando el tráfico en torno al magno evento.

A pasos del canal, pequeños grupos de partidarios de ambos candidatos ondeaban banderas y tiraban panfletos; si bien se miraban con desconfianza, no pasó nada entre ellos. Ya dentro, una larga alfombra roja recorría los pasillos hasta la puerta por donde los invitados entrarían al estudio 3. En la primera fila estaban los dueños de casa. El rector Vial, el director Rodríguez y el nuncio apostólico Giulio Einaudi, acompañados de decanos de la universidad y ejecutivos del canal. Más atrás, representantes de los partidos y autoridades políticas, diplomáticas, sociales, empresariales y religiosas se distribuyeron en las sillas. Variopinto escenario, donde por ejemplo Ricardo Lagos, presidente del PPD, quedó ubicado exactamente atrás del exagente de la CNI Álvaro Corbalán, quien asistía como presidente del partido Avanzada Nacional. Directores y representantes de 21 medios de comunicación también formaban parte del exclusivo grupo, incluyendo a los cuatro que inicialmente interrogarían a los candidatos. Gonzalo Bertrán pidió a Pablo Izquierdo, jefe de protocolo de la Universidad Católica, asignar los puestos. Hicieron el mapa solo después de confirmar que ni el presidente de la República ni sus ministros asistirían. Don Eleodoro había firmado personalmente sus invitaciones. Formalmente, ninguno respondió, pero sabían —y esperaban— que no llegaría nadie. El único funcionario del Ejecutivo presente fue Miguel Ángel Romero, director de Dinacos.43

Cada candidato tenía cinco invitaciones para sus familiares, los que fueron ubicados en posiciones secundarias. “Gonzalo quería en las primeras a rostros reconocibles, y así lo hizo”, recuerda Cristián San Miguel.

Las secretarias, todavía de café y beige, y después de ayudar a ubicar a los demás invitados, ocuparon la decena de asientos que quedaron vacíos. 

Faltaban unos 15 minutos para comenzar y, como estaba previsto, los candidatos estaban en sus camarines —ubicados en pisos distintos— sin haberse visto mutuamente. Ingresarían al estudio por puertas separadas hasta dos pequeñas zonas de descanso independientes ubicadas detrás del escenario, dentro del estudio. Ahí debían esperar para su ingreso al set. Que los candidatos no se vieran antes era parte de la estricta programación que había hecho Gonzalo Bertrán. Así lo explicaba el director de la transmisión: “Queremos la mayor espontaneidad posible. Que ese abrazo, ese apretón de manos, sea el comienzo noticioso del programa. Porque en la actitud de cada uno, en ese saludo, ya habrá una información”.44 

Los invitados ya estaban sentados y en la tarima estaban Hernán Precht, revisando el libreto del programa, y los periodistas, que daban la espalda al variopinto público de esa noche. El palco que permitía una vista general del estudio, y donde se ubicaba la orquesta que daba vida al programa Martes 13, fue el lugar escogido para que una veintena de reporteros pudieran ver el debate. Estaban prohibidas las cámaras. El canal entregaría a cada medio un set de fotografías a la salida. Cerca de las nueve, y ataviado con un micrófono, subió al estrado Gonzalo Bertrán, como lo hacía antes de cada estelar que dirigía. Este no sería la excepción. Tenía, eso sí, una doble misión: explicarles cómo sería el programa y las instrucciones a seguir y, en esta instancia, tratar de distender el ambiente. Sabía cómo romper el hielo. Saludó, agradeció la presencia, reiteró que estaba prohibido fumar e, imitando a las azafatas antes de despegar, dijo, extendiendo sus brazos: “En caso de algún problema este estudio cuenta con tres salidas de emergencia”. Consiguió las primeras risas de la noche, lo que le dio el pie para seguir. “No se puede comer, ni aplaudir antes, durante o después de las intervenciones de los candidatos. Solo al comienzo y al término del debate y de manera ‘moderada’”, afirmó. Explicó el orgullo que significaba para la Universidad y para Canal 13 organizar este debate, reiterándoles a todos: “Son testigos de un momento histórico y sin duda sabrán estar a la altura”. Cuando bajaba del set, de uno de los bastidores salió Fernando Alvear, quien puso en el podio de Büchi varios papeles. Como si hubiera estado coordinado, mientras salía, por el otro extremo apareció Carlos Figueroa, quien revisó por última vez el lugar que usaría su candidato, dejando una gruesa carpeta con documentos. Cuando se retiraba, se abrieron los micrófonos de los periodistas para el último chequeo. La amplificación del estudio permitió escuchar a Claudio Sánchez, que pedía más agua sin gas, y a Raquel Correa, quien, algo incómoda, solicitaba el cojín que le habían prometido en los ensayos y que recién llegaría segundos antes de salir al aire. Esta frase provocó las últimas risas en el estudio. Los pesados monitores que mostrarían el debate al público quedaron fijos con la imagen de Hernán Precht, que a esa hora descubría que Gonzalo Bertrán había soldado su silla para que no se pudiera mover ni girar. Ya no tenía a quién reclamar. Las puertas del estudio ya estaban cerradas. Solo una se abrió por unos instantes para el ingreso de Javier Miranda y Karin Ebensperger, que venían del estudio de Teletrece. Faltaban 30 segundos para salir al aire.

Las pantallas en el estudio muestran ahora a Loreto Delpín, quien terminaba el informe de El tiempo dando pase al debate, que comenzó con una foto del frontis de la Casa Central de la Universidad Católica y los acordes de su pontificio himno. Eran las 21.20 y ya estaba al aire el primer debate presidencial en la historia de Chile.

Un solemne Hernán Precht, en largos siete minutos de introducción y como único orador, saludó a los presentes, a los televidentes, a los cuatro periodistas —de quienes leyó una extensa biografía—, explicó cómo se desarrollaría el debate y mencionó a las radios locales y los canales extranjeros que estaban transmitiendo. Los podios seguían vacíos. Una primera pausa comercial de dos minutos, que terminó con un spot del ya desaparecido Banco O’Higgins, dio paso al primer bloque del debate y a la entrada de los protagonistas.

Ya estaban nuevamente al aire. Un plano general y, al grito de Bertrán, al unísono ingresaron al set los candidatos. Eran las 21.32. Por sorteo, Büchi entró por la izquierda y Aylwin por la derecha. Se encontraron al centro, se saludaron, intercambiaron algunas palabras y, mientras el público seguía aplaudiendo, se ubicaron detrás de sus podios.

Ambos de ternos azul oscuro y camisa blanca. Büchi con una corbata verde y Aylwin con una azul, la misma que había usado semanas antes en Decisión 89; la misma que esa noche le había regalado Hernán Precht. “Cuando nos saludamos antes de ese programa, vi que teníamos corbatas prácticamente iguales —recuerda el moderador—. Don Patricio dijo que no se vería bien, pero que no traía otra. Como en mi camarín tenía algunas de repuesto, se las llevé. Él eligió esa azul, medio verdosa, de seda. Obviamente le dije que era un regalo. La usó varias veces después, pero no me imaginé que la utilizaría en el debate”.

El domingo en la mañana, Büchi estuvo 20 minutos en Canal 13 reconociendo el lugar, junto a algunos de sus asesores. Recorrió cada instalación con Gonzalo Bertrán. Una de las preguntas que hizo el director era de qué color iría vestido. Al escuchar que llevaría un traje gris claro, Bertrán le recomendó cambiarlo por uno más oscuro, idealmente azul, como el que finalmente llevó. ¿La razón? Los paneles escenográficos que estarían detrás de él también eran gris claro, por lo que llegaría vestido del mismo color del set. Le contó lo que pasó con Nixon en 1960, un debate que vio una decena de veces.

Aylwin fue el mismo lunes en la mañana al canal. Hizo el mismo recorrido, y su principal duda era cómo entrarían al estrado. Bertrán lo invitó a ensayar el ingreso, donde él mismo hizo de Büchi. Tranquilo, y 25 minutos después, Aylwin tomó su Datsun Laurel café y volvió a su casa de calle Arturo Medina, de la que saldría solo en la tarde para volver a Canal 13.

El moderador, los periodistas y los candidatos tenían al frente un “semáforo” que les indicaba los tiempos. La luz verde pasaba a amarilla cuando quedaban 15 segundos del tiempo asignado, y cambiaba a rojo cuando se había acabado. Un asistente de Gonzalo Bertrán tenía como única función esa noche medir los tiempos y prender y apagar las luces. “Era un sistema artesanal, creado por los técnicos de iluminación del canal, pero funcionaba sin problemas”, recuerda Cristián San Miguel, que esa noche se sentó, como siempre, a la izquierda de Bertrán. Los candidatos habían ensayado para responder en los tiempos, y sabían que el moderador los interrumpiría si se pasaban. El “semáforo” funcionó, aunque solo hubo un error. Uno humano, pero que podría haber tenido inusitadas consecuencias.

Era el turno de una dúplica de Hernán Büchi cuando Precht lo interrumpe al encenderse el bombillo amarillo, no el rojo. Asume su error y el candidato sigue, pero el siempre correcto moderador acusa el golpe. Siente que le baja la presión, y después de darle el pase a Raquel Correa para la siguiente intervención comienza a desvanecerse. Precht trata de girar hacia el camarógrafo que estaba a su lado, pero la atornillada silla le impide cualquier movimiento. Gonzalo Bertrán nota en los monitores que algo le pasa a Precht. Le habla por el intercomunicador, pero este, ya pálido, no le responde. Lo llama entonces por un teléfono que el moderador tenía en su escritorio y en el que una luz indicaba que estaban llamando. Tampoco contestó. Entonces le piden a un asistente de cámara que estaba sobre el escenario que se acerque. Le toca el hombro y este reacciona. Un utilero le cambia el vaso de agua por uno con azúcar, esperando que los cuatro minutos del diálogo entre Raquel Correa y Patricio Aylwin le den tiempo para recuperarse. Mientras Bertrán le hablaba y Precht asentía que estaba bien, la luz amarilla se encendió nuevamente. A los 15 segundos interrumpe a la periodista, que quería hacer otra pregunta, y le da el pase a Büchi para su réplica. Todo volvía a la normalidad. Nueva misión para el asistente de cámara: chequear cada cierto rato que el moderador siguiera bien. Los televidentes nunca supieron de este inconveniente; los candidatos tampoco, aunque Precht lo recuerda claramente. Cambia el tono de voz al recordar ese momento: “Quería que todo saliera perfecto, y ese torpe error de interrumpir al candidato Büchi me descolocó. Comencé a sudar, me temblaban las manos y los pies. Estaba totalmente consciente, pero temía desmayarme. Sentía que me hablaban, pero no atinaba a responder, hasta que me ayudaron y logré recomponerme”.

Respetable público

Como también estaba acordado, el viernes anterior —6 de octubre—, y ante notario público, Canal 13 sorteó el orden de las preguntas y respuestas.

Cuatro minutos y medio para preguntas y respuestas. Después, un minuto de réplica para el otro candidato y 30 segundos de dúplica —o contrarréplica— para el primero. Ocho veces en cada bloque más un breve cierre de cada candidato. En total, el primer debate presidencial tendría 100 minutos de entrevista política.

“El mismo lunes en la mañana Claudio Sánchez se me acercó —recuerda Juan Agustín Vargas—. Quería usar algunos gráficos, lo que era permitido. Le avisamos a Gonzalo para saber a qué cámara mostraría los documentos”.

Ya son las 21.33; después del saludo entre ambos candidatos, Rosario Guzmán abrió los fuegos. Le preguntó a Büchi por la crítica que le hacía la oposición de ser un continuista del Gobierno de Pinochet. El exministro de Hacienda del régimen militar llevó su respuesta hacia su actitud democrática y a reiterar lo que sería una constante esa noche: mencionar que detrás de Aylwin estaban el Partido Comunista, la Unidad Popular y los marxistas. Bernardo de la Maza pidió al exsenador DC que detallara qué logros económicos reconocía del Gobierno militar; respondió que la apertura al comercio exterior, la diversificación y el incremento de las exportaciones y el equilibrio macroeconómico. Testigos del debate aseguran que Büchi sonreía ante la respuesta de Aylwin. Quienes seguían la transmisión no pudieron verlo. Por protocolo, solo se mostraba a quien intervenía. El canal necesitaba blindarse ante posibles críticas; el director también. “Yo sé que, si a alguien le va mal, me va a echar la culpa a mí. Dirán que las cámaras privilegiaron a uno y perjudicaron al otro”45, reflexionaba Bertrán días antes del programa.

Raquel Correa preguntó a Büchi si reconocía violencia en el país por parte de organismos de seguridad. Visiblemente incómodo, el candidato evadió el tema, refiriéndose al asesinato de un cabo de Carabineros una semana antes y a la muerte de un miembro de su comando en el sur que podría estar relacionado a su participación política. Tres veces lo interrumpió la periodista sin obtener respuesta. Precht recuerda que Büchi comenzó a transpirar. “Su frente brillaba y se notaba nervioso”, rememora. “¿Qué hizo usted como ministro de este Gobierno cuando se informó de violaciones a los derechos humanos ocurridos durante este gobierno? ¿Las creyó, las justificó o simplemente las ignoró?”. Fue la pregunta más dura de Correa. Lo más cercano que obtuvo como respuesta fue un conciso “Tenemos que ser capaces […] de aprender de los errores y olvidarse los rencores”, no sin antes añadir que le preocupaba que en el programa de su contendor se planteara “la liberación y extinción de penas a terroristas”. Aylwin criticó el silencio de Büchi ante la violencia del Estado y refutó su afirmación final, afirmando que no amnistiaría terroristas. Ese era uno de los temas que Claudio Sánchez había preparado. Leyó de su programa de gobierno, donde decía textualmente que “se declararía la exención de responsabilidad penal a todos los procesados y condenados por delitos de naturaleza política, lesiones gravísimas, secuestro y sustracción de menores”. Aylwin, incómodo, respondió que “esa es una interpretación a la letra que no corresponde al espíritu con que nosotros hemos planteado el tema”, aclarando que se refería a amnistiar delitos políticos, como “ingreso ilegal al país o asociación ilícita”, no delitos de sangre. Pese a que el moderador le informó al periodista que había terminado su tiempo, Sánchez le preguntó si este tema “no [había] estado incluido en lo que se ha llamado pacto secreto”. Seco, Aylwin respondió que no y que no existía tal pacto. Fue el momento en que se lo vio más molesto.

Las críticas de Büchi a Aylwin por liderar un grupo con ocho partidos marxistas y 10 que habían apoyado a la UP siguieron. “Espero tener oportunidad de demostrar que han cambiado considerablemente”, respondió finalmente en una dúplica ante la insistencia del candidato de gobierno. 

La respuesta de Aylwin a una pregunta de Raquel Correa sacó algunas risas y tímidos aplausos entre el público. “¿Consideraría un fracaso ponerle la banda presidencial a Ricardo Lagos en 1994?”, consultó. “Yo aspiro a que me suceda un democratacristiano, obviamente, y Ricardo Lagos y, nadie lo puede negar, quienes andan inventando que nosotros habríamos cambiado estos cuatro años por el próximo período para los socialistas, no hacen otra cosa que suponer que somos imbéciles. Y tan tontos para eso no somos”. En las tribunas, las miradas vecinas apuntaron a Lagos, quien solo sonrió, sin perder de vista a los candidatos que debatían metros más adelante.

Una pregunta de Claudio Sánchez a Büchi sobre su promesa de crear un millón de empleos cerró el bloque. Anunciado el corte, los candidatos seguían con la vista al frente. Al comprobar que ya no estaban al aire, ambos se miraron. Una sonrisa mutua, y abandonaron el estudio. A Aylwin lo esperaban Carlos Figueroa, Jaime Ravinet y Carlos Quiroz. En el otro extremo, Büchi era recibido por Cristián Larroulet, Jorge Mackenna y Fernando Alvear, quienes minutos antes habían dejado sus camarines para acercarse a las zonas de descanso, que por instrucción de Bertrán debían estar vacías mientras el debate estaba al aire.

Una pausa y ya volvemos. 

La negociación del canal con los comandos quedó en que solo habría un corte mientras los candidatos debatían. Serviría para darles tiempo de descansar, y al canal, de emitir comerciales. El intermedio duraría 10 minutos.

Los camarines fueron un dolor de cabeza para Bertrán. Uno estaba en el primer piso —el de Aylwin— y el otro en el segundo. Los había visitado la semana anterior y claramente no estaban a la altura de lo que quería. Pidió que los empapelaran de nuevo y que cambiaran las alfombras. Bajó con parte de su equipo al subterráneo del canal, a la bodega de utilería, para buscar un par de sillones y mesas que hicieran ver más presentables las salas. Lograron terminarlos ese fin de semana.

Como los boxeadores en sus rincones, ambos candidatos eran felicitados por su cometido. Debían sentirse ganadores y así entrar al segundo tiempo. Agua sin gas y un par de canapés para Aylwin; solo mineral para Büchi, que desde el almuerzo no probaba bocado. Ambos se habían concentrado desde el día anterior sin más actividades. Aylwin estuvo en Algarrobo, donde, acompañado por su señora y un grupo de asesores, revisó los temas que seguramente se tocarían en el debate; se dio tiempo para salir a caminar y a saludar a todo quien se cruzase en el camino. Büchi no se movió de la capital. Distinto escenario, mismo menú: la infaltable revisión de contenidos, pero sin caminata. Lo suyo era el trote, y ese día no fue la excepción.

Un productor tocó la puerta de las zonas de descanso a los pocos minutos para afinar detalles. Los asesores de ambos pidieron retoques. La responsable era France Françoise, jefa de maquillaje del canal. Si bien los organizadores ofrecieron a cada comando que llevaran a sus propios maquilladores y peluqueros, ambos optaron por los profesionales del canal. En el de Büchi pidieron, además, al peluquero. Ignacio Cabezas estuvo solo un par de minutos; no tuvo mayor problema para mantener imperturbable la melena del candidato. Tiempo fuera. Era hora de volver.

Raquel Correa abriría los fuegos de la segunda parte. Inversión privada e impuestos era el tema, que provocó el único yerro de Aylwin esa noche. Se equivocó en los números. Y frente a un exministro de Hacienda. “Si no se hubieran hecho las reformas que redujeron los impuestos el año 84 y el año pasado —dijo Aylwin—, este año Chile habría recibido 800.000 millones de dólares más”. Büchi no la dejó pasar en su réplica: “Chile sería uno de los países más ricos de Latinoamérica con 800.000 millones de dólares”. Aylwin se corrigió al turno siguiente, claramente contrariado. “Son 800 millones”. Los adalides del candidato oficialista se tomarían de ese error por varios días para atacar al líder democratacristiano.

Siguieron hablando de la Ley del Banco Central, de privatizaciones y de la idea de Büchi de alcanzar “Isapre para todos”, hasta que Rosario Guzmán le preguntó a Aylwin si justificaba “el pronunciamiento militar, tal como lo hizo en 1973”. Carlos Figueroa ríe en su oficina. “Sabíamos que sería ella quien le haría esa pregunta”, recuerda. La respuesta la ensayaron varias veces. “Luché contra la tesis del poder total de la Unidad Popular, y por eso he luchado contra el poder total de don Augusto Pinochet”. Agregó: “No podemos seguir viviendo divididos los chilenos en amigos y enemigos, y en función de lo que ocurrió en un país ideologizado en el cual todos hemos cambiado. La derecha chilena no es hoy la misma derecha de entonces, la izquierda chilena tampoco, y la DC probablemente tampoco”. En su réplica posterior Büchi no aprovechó el tema y la respuesta “políticamente correcta” de Aylwin. Siguió con el tema de las Isapres, planteado en una pregunta anterior, lo que permitió a su contendor salir de un tema árido y claramente incómodo.

Pasearon por temas impositivos, internacionales y de economía. Sánchez preguntó a Aylwin si compartía la opinión de quienes deseaban la futura encarcelación de Pinochet. “Claramente no —respondió categórico—. No busco más presos. Busco el entendimiento en este país y espero que logremos fórmulas para esclarecer los crímenes que se han cometido, para determinar las responsabilidades y para que luego, como lo ha dicho el cardenal Silva Henríquez, venga el perdón”. Rosario Guzmán planteó a Büchi qué pasaría con un eventual triunfo de su contendor. Lo calificó de “grave” y que “afectaría negativamente las condiciones de vida en el país”.

La última pregunta del debate fue de Bernardo de la Maza a Patricio Aylwin. Se refirió al interés de que en el país no se reeditaran prácticas sectarias. En su respuesta, el candidato de la Concertación manifestó su adhesión y que confiaba en que el país encontraría nuevamente la armonía. Büchi, en su réplica, dijo que la búsqueda de esa armonía “es la razón por la cual hoy estoy participando en la vida política”. Por el formato, la dúplica de Aylwin en una pregunta donde ambos estaban de acuerdo sería el cierre del debate. El presidente de la Democracia Cristiana supo aprovechar ese momento, saliéndose del tema. Agradeció al canal por la invitación y la oportunidad “que nos ha dado para exponer al país nuestros puntos de vista”. Habló en plural, como representando el sentir no solo suyo, sino el de su ocasional contendor, quedándose además con la última palabra: “Hago un llamado a que elevemos el tono del debate, y no vivamos tanto preocupados de la descalificación y la desconfianza, porque todo lo que he oído a mi adversario es expresar que no cree que lo que yo digo pueda funcionar, porque no les cree a mis socios. Yo creo que nosotros debemos creernos entre los chilenos para construir la patria que queremos”. 

Después de esta última intervención, y tras los agradecimientos y despedidas de rigor, Hernán Precht se pone de pie para acercarse a los candidatos para saludarlos, cuando Büchi, fuera del protocolo, interrumpe para también reconocer al canal organizador. Sus primeras palabras se pierden al tener su micrófono sin volumen, y solo se le ve y escucha el final de su breve agradecimiento. Mientras el moderador camina a los podios, comienzan los primeros aplausos. Los periodistas, después de mirarse entre sí, también suben al estrado. Los siete se felicitan, y Precht, como anfitrión, les señala a todos la salida. El público sigue aplaudiendo, mientras caminan hacia el mismo bastidor por donde había entrado Aylwin, quien antes de retirarse levantó de su podio sus carpetas, notas y papeles, para a instancias del mismo moderador dejarlos en el mismo lugar. Seguían los aplausos, mientras letras blancas recorrían la pantalla: “Las opiniones expresadas en este programa son de la exclusiva responsabilidad de las personas que las emiten”. Eran las 23.34. Después de más de dos horas en pantalla, terminaba el primer debate presidencial de Chile.

El switch de transmisión estaba en el segundo piso. Una ventana permitía ver el estudio y el set. Cristián San Miguel recuerda como si fuera hoy esa noche. 

—Había tensión, pero total seguridad en lo que estábamos haciendo. La confianza de todos hacia Gonzalo era total.

—¿Había alguien más en la sala de dirección esa noche?

—Algunos ejecutivos del canal, pero nadie hablaba. Solo se escuchaba la voz de Gonzalo.

¿Cuál fue la primera reacción de todos al terminar el debate?

—Estábamos felices. Había estado todo perfecto. Hasta los tiempos estuvieron 100% cuadrados. Ahí todos nos abrazamos.

Gonzalo Bertrán aplaude a su equipo antes de bajar a reunirse con don Eleodoro.

El programa decía que, terminado el foro, los invitados, autoridades y candidatos asistirían a un cóctel. Sería la primera vez que ambos presidenciables, sus comandos y la nata del ambiente político y social compartirían una instancia semiformal como esa. La presión era mucha para los organizadores, y el encargo era hacer algo a la altura. No podía dejarse nada al azar. Mientras los invitados abandonaban el estudio y se dirigían al patio contiguo, que estaba totalmente encarpado de blanco y azul, los candidatos siguieron en sus camarines por varios minutos más. 

Dos semanas antes, la banquetera a cargo del evento entregó su presupuesto a Juan Agustín Vargas. Preocupado y consciente del encargo, pidió agregar un par de canapés y mejorar el whisky que se iba a ofrecer a los conspicuos invitados. Con esa segunda versión del presupuesto fue a la oficina de don Eleodoro. Como todo por esos años en Inés Matte Urrejola, necesitaba la mosca del director ejecutivo en el papel para aprobarlo. Lo leyó en silencio. Llegó a la línea final y levantó la vista. “Si le parece muy caro podemos sacar algo”, interrumpió Vargas. Ya sabía cuánto podía salir si eliminaba los canapés extra y cambiaba la etiqueta negra por la roja original. “¿Cómo se le ocurre presentarme esto?”, lo interrumpió Rodríguez. “Con esto no hacemos nada. Son más de 400 personas y nos vamos a quedar cortos. Más comida, más bebida y más garzones”, le respondió, extendiéndole el papel de regreso. A la tarde llevaría el nuevo presupuesto, que la alegre banquetera no demoró mucho en entregar.

La felicidad se palpaba esa noche en el patio. Las autoridades y políticos presentes se turnaban para saludar al exitoso triunvirato que logró realizar el primer debate presidencial en Chile. Juan de Dios Vial, Eleodoro Rodríguez y Juan Agustín Vargas lo habían conseguido. A los pocos minutos se integró Gonzalo Bertrán, que, acompañado de los dos últimos, recorrió cada grupo tanto para saludar y agradecer, así como para recibir las loas y felicitaciones por un evento que había salido a la perfección. Aylwin y Büchi ingresaron casi juntos a la carpa cerca de la medianoche. Se saludaron y se fotografiaron con aliados y detractores. A pedido de los gráficos, también posaron juntos, riéndose. La celebración duró hasta la una de la madrugada, aunque los candidatos se retiraron varios minutos antes. Los invitados agradecieron la decena de estufas esparcidas por el entoldado patio, así como el café que comenzaron a repartir los garzones y los dulces chilenos que llenaron las mesas, una de las cuales tenía un enorme molino hecho de galletas.

El patio ya estaba vacío. Quedaron bandejas enteras de canapés y tapaditos sin tocar. También varias botellas sin descorchar. Pero valió la pena. Al día siguiente sería portada en todos los diarios y tema de discusión obligado. Recién el miércoles sabrían que la sintonía —medida por entonces con el sistema del cuadernillo— fue de 77,9 puntos. Según la consultora Time S.A., el primer debate presidencial marcó 83,7 puntos en el segmento socioeconómico alto, 78,8 en el medio y 75,3 en el bajo.46

TRES SON MULTITUD

La “excusa” de Canal 13 para excluir a Francisco Javier Errázuriz sonaba coherente. El canal quería hacer debates entre dos candidatos, y por eso originalmente organizaría dos. Uno entre Aylwin y Büchi y otro entre Francisco Javier Errázuriz y Fernando Monckeberg. La bajada de este último hacía todo más fácil. No se excluía a Fra Fra, sino que el debate al que asistiría se canceló al no tener contendor. Sonaba bien, pero los reclamos del empresario a todos lo que quisieran escucharlo —y a quienes no también— causaban ruido. Por más que las autoridades del canal no querían tenerlo en un debate, el empresario se encargaba de hacer saber su molestia. Ya el fin de semana había hecho un llamado a sus partidarios de hacer el lunes 9 una protesta pacífica al exterior de Canal 13, mientras al interior se desarrollaba el debate.

Si la idea era hacer un foro solo con dos candidatos, la solución planteada en Inés Matte Urrejola era brillante. Endosarían a Aylwin y Büchi la decisión de debatir con Errázuriz el mismo día en que ambos estarían en vivo en Canal 13. Esa mañana, cuando toda la atención estuviera centrada en la noche, extenderían las invitaciones para tener tres debates en total, cruzando a todos los candidatos en parejas. Así, el de esa noche entre Aylwin y Büchi sería el primero; los otros tendrían como protagonista a Errázuriz con los candidatos de la Concertación y del pacto Democracia y Progreso. El empresario recibió exultante la invitación. Además de aceptar inmediatamente —era que no— y de llamar a sus contendores a hacer lo propio, pidió a sus simpatizantes que no fueran esa noche a Canal 13. Primer objetivo logrado.

El canal les dio una semana de plazo a los candidatos para responder a su invitación. El lunes 16 a más tardar debían dar una respuesta. Pasaban los días, y Errázuriz aprovechaba cada instancia para que ambos respondieran. Cualquier argumento era válido. “Comprendo que el señor Büchi tenga miedo de enfrentarme, como también lo tiene el señor Aylwin”47, afirmó en Antofagasta, en medio de su campaña a tres días de vencer el plazo. En los cuarteles de Aylwin y Büchi no se manifestaban formalmente, aunque estaba claro que no compartirían escenario con el empresario.

En el comando de Büchi la idea de debatir con Errázuriz no solo no les atraía, sino que la descartaban de plano; por eso el exministro llamó públicamente a Aylwin a tener cuatro debates más con él. Uno en Concepción, otro en Valparaíso, uno en Antofagasta y el último en Santiago. A dos meses de la elección presidencial, creían estar todavía a tiempo. “Nadie en el comando pensaba en debatir con Fra Fra —reflexiona Cristián Larroulet—. No lo tomábamos en serio, por lo que la estrategia fue ni siquiera hablar de él. Nuestro objetivo era Aylwin, por eso planteamos tener nuevos debates con él”.

La respuesta del comando de la Concertación llegó el sábado 14. Enrique Krauss, vicepresidente de la campaña presidencial, puso una condición para volver a hablar del tema: que Büchi debatiera primero con Errázuriz. El objetivo formal lo graficó en una frase: buscaba “saber, por fin, en qué consisten sus diferencias y quién representa más el continuismo”48. ¿El informal? Revolver las aguas para que todo quedara en nada. Pero no era todo. El comunicado agregaba que los debates no podían ser “desafíos publicitarios en los que no se responde a las preguntas o maniobras audaces de candidaturas que intentan remontar en las preferencias del electorado”49. Touché por dos. Quien sería ministro del Interior de Aylwin al año siguiente añadió que la sola existencia de ese posible debate entre Büchi y Errázuriz no garantizaba la participación de Aylwin. Dependería de la altura con que ambos enfocaran sus campañas la participación de su candidato en futuros debates. Ahora tomaban palco.

Sus contendores acusarían el golpe, pero no sería suficiente. El lunes 16, una semana después del primer debate y cuando vencía el plazo planteado por Canal 13, los comandos de Aylwin y Büchi respondieron por escrito a la invitación a los nuevos foros. El martes 17 el canal envió a los medios un comunicado de prensa descartando nuevos debates televisados. El plan había resultado. Los “culpables” de esta decisión eran los comandos. El documento tenía tres puntos. “A) La candidatura del Sr. Hernán Büchi manifiesta que se requiere el compromiso previo de los tres candidatos para concurrir al debate y cuya programación debe ser sorteada. B) La candidatura del Sr. Patricio Aylwin señala que primero debe efectuarse el debate entre los señores Errázuriz y Büchi, luego de lo cual procederán a considerar la oportunidad y conveniencia de su participación en futuras confrontaciones. C) Como bien puede observar la opinión pública, estas exigencias por lo contrapuestas e incompatibles hacen, por el momento, imposible materializar estos encuentros tan esperados por la ciudadanía50. El documento terminaba asegurando que el canal “continuará desplegando todos los esfuerzos que sean necesarios para lograr concretar la realización de estos y otros futuros debates”51.Palabras de buena crianza que ayudaron a que los comandos de Büchi y Errázuriz culparan los días siguientes al de Aylwin de impedir más debates. Y, de paso, que alabaran el esfuerzo de Canal 13, donde esa noche, en silencio, se abrió una de las botellas que habían quedado de la semana pasada.

DOS GANADORES

La emisión del primer debate presidencial en Chile fue el comienzo de otra tradición: la definición del ganador. Para cada comando, su representante fue el mejor; para cada sector político, el suyo deslumbró. Es como una ley natural.

Casi una semana después del foro, el CERC, Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea, comprobó empíricamente esta teoría. Su investigador Carlos Hunneus lo resumió así al analizar los números de la encuesta que realizaron post debate: “Los aylwinistas vieron a su candidato muy bien y los büchistas a su candidato muy bien”52. El 54,4% de los 400 encuestados dio por ganador a Aylwin. El 18,1% a Büchi y el 22,4% no creyó que hubo un ganador. 

Pero esta no fue la única encuesta que se realizó. Sí la más seria. Es que la misma madrugada posdebate un desconocido centro de estudios dio a conocer los resultados de una extraña investigación, que usó una curiosa metodología para medir a los candidatos. Habían seleccionado previamente a 95 personas, todas ellas supuestamente indecisas, y las reunieron a ver el foro en una oficina donde debían evaluar minuto a minuto el desempeño de ambos candidatos. Concluyeron que si antes del foro 35 de los indecisos mostraban una tendencia hacia Aylwin, 28 hacia Büchi y 32 no tenían candidato, después del programa la propensión hacia el candidato de la Concertación había subido de 35 a 39 y la del candidato oficialista de 28 a 41. Su conclusión: Büchi superó por seis puntos a Aylwin. Entusiastas, dieron a conocer los resultados, sin entrar en detalles sobre ellos o su metodología de trabajo. Días después se sabría que el ejercicio había sido encargado por el comando de Büchi. Nunca más se supo de Bestland, el nombre de la consultora, ni de sus encargados. Tampoco de los indecisos.

Ajenos a esto, ambos candidatos afirmaron haberse sentido bien esa noche. Büchi fue quien más se explayó: “Me sentí tenso pero optimista y con entusiasmo de poder entregar un mensaje a la gente de Chile”53. Sobre los constantes ataques al programa de la Concertación, el exministro de Hacienda explicó que “uno tiene que hacer comprender sus puntos de vista con claridad”54. Aylwin dijo a la mañana siguiente: “Más que intentar la descalificación, me habría gustado que cada candidato hubiera tenido la oportunidad de exponer lo que ofrece al país y cómo piensa realizarlo”55, criticando nuevamente a su contendor por el tono. “Repetir y repetir cosas que no son ciertas es una vieja técnica publicitaria que no está a la altura de un debate presidencial”, afirmó, agregando que de todos modos no cree que el debate de la noche anterior tuviera influencia en el resultado de la elección. Apenas terminó el foro, en privado, Leonor Oyarzún, la esposa de Aylwin, fue aún más clara con los responsables del comando. No dejaría que su marido participara más en un debate de este tipo. 

La reacción más esperada llegó de rebote un par de días después. “A Büchi le faltó un poco de punch, pero el foro terminó con una leve ventaja para Büchi”56. El general Jorge Ballerino, ministro secretario general de la Presidencia, fue quien citó la visión del debate de Augusto Pinochet.